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INTERVENCIÓN DE S.E. MONS. JAVIER LOZANO BARRAGÁN, EN LA XXVI SESIÓN ESPECIAL DE LA ASAMBLEA GENERAL DE LAS NACIONES UNIDAS SOBRE VIH/SIDA 27 de junio de 2001 El Santo Padre Juan Pablo II estima como una prioridad el esfuerzo del mundo para combatir la pandemia del SIDA, así ha respondido a la Carta que Su Excelencia el Secretario General de las Naciones Unidas, Señor Kofi Annan, le ha enviado a este respecto con la misiva que me honro en traer y entregársela. El mensaje se distribuye junto con el texto de mi intervención. Ante la magnitud del flagelo del SIDA, 36.1 millones de afectados a la fecha, la Santa Sede siempre ha manifestado su deseo de combatirla; desde cuando apareció, hace veinte años, se han muerto debido a ella 21.8 millones de personas en el mundo, de las cuales, 15 millones en Africa. Hasta la fecha la epidemia ha dejado 13.2 millones de huérfanos. El Papa, en diferentes ocasiones, ha afirmado que el enfermo de SIDA debe ser objeto de toda asistencia y de todo respeto, que se le debe dar toda clase de alivio moral y espiritual, más aun, que debe ser tratado como Cristo mismo. Frente a los huérfanos de padres que murieron por el SIDA dice que debe mostrarse en especial el amor misericordioso de Dios. Siguiendo el llamado del Papa, el 12% de quienes se ocupan de los enfermos de SIDA en el mundo son organismos eclesiales católicos y el 13% son Organizaciones no Gubernamentales católicas, teniendo así la Iglesia católica un 25% del cuidado total, que la acreditan como el mayor sostén de los Estados en la lucha contra el SIDA. Son dos las acciones que se exigen frente a este mal: prevenirlo y curarlo. Las dos son de suma importancia, pero vale más prevenir que remediar. Para prevenir esta enfermedad hay que entrar de lleno en su propia naturaleza que de una manera especial envuelve a toda la persona y en muchos casos se da simultáneamente en el plano de los valores existenciales siendo una verdadera patología del espíritu, que no daña solamente al cuerpo sino toda la persona, sus relaciones personales, su vida social y muchas veces lleva consigo crisis de valores morales. En cuanto al SIDA que se transmite sexualmente la prevención más profunda y a la vez más eficaz es la formación en los auténticos valores de la vida, el amor y el sexo. Su recta perspectiva hará conscientes a las mujeres y hombres de hoy, de cómo a través de estos valores llegan a su plena realización personal en una madurez afectiva y en una sexualidad ordenada, que da exclusividad a la pareja y la lleva a seguir normas de conducta que la preserva del contagio sexual del SIDA. No se escapa a nadie que las libertades sexuales aumentan el peligro de contagio. En este contexto se entienden los valores de la fidelidad matrimonial y de la castidad. Así, la prevención y la información que conlleva, se realizan respetando la dignidad del hombre y su destino trascendente, excluyendo campañas que impliquen modelos de comportamiento que destruyan la vida y favorezcan la extensión del mal. Un factor muy importante que condiciona su rápido contagio es la situación de miseria en la que vive gran parte de la humanidad. No cabe duda que será decisiva para combatirla una mayor justicia social internacional, que desplace la economía como horizonte exclusivo de una globalización salvaje. El Papa exhorta a los diversos Gobiernos y a la comunidad científica a continuar la investigación sobre la enfermedad. Por desgracia en muchos países es imposible el cuidado de los pacientes de SIDA debido a los altos costos de los medicamentos patentados. El Papa recuerda que "La Iglesia ha enseñado consistentemente que hay una "hipoteca social" sobre toda propiedad privada, y que este concepto hay que aplicarlo a la "propiedad intelectual". La sola ley de la ganancia no puede ser aplicada a lo que es esencial en la lucha contra el hambre, la enfermedad y la pobreza. Para una mayor efectividad en la lucha contra el SIDA la Santa Sede sugiere apoyar los planes globales mundiales para coordinar el combate a la enfermedad; invita a todos los Gobiernos a aprovechar cabalmente el poder y la autoridad del Estado para hacer frente a la epidemia y en especial sugiere dedicar presupuestos suficientes para combatir este flagelo; incrementar la educación escolar y extra escolar de los valores de la vida, del amor y del sexo, así como insistir en la igualdad del hombre y la mujer; eliminar toda forma de discriminación de los enfermos de SIDA; apoyarlos espiritualmente; recomienda multiplicar los centros para su debida atención; informar y educar adecuadamente sobre el SIDA; invitar a una mayor participación de la sociedad civil en la lucha contra el SIDA; invitar a la gente de buena voluntad a comprometerse más en combatirlo; pedir a los países industrializados que, evitando toda forma de colonialismo, ayuden en esta campaña a los países que lo necesiten; erradicar la explotación sexual especialmente la ligada al turismo o a las migraciones; abaratar al máximo los medicamentos antiretrovirales para el SIDA; intensificar las campañas para evitar la transmisión materno infantil del mal; poner un especial cuidado en el tratamiento de los infectados y en la protección de los huérfanos del SIDA; y atender especialmente a los grupos sociales más vulnerables.
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