CARTA DEL CARDENAL ANGELO SODANO
Del 1 al 13 de junio tuvo lugar en Caracas la XXVIII Asamblea de la Organización de los Estados americanos. El nuncio apostólico en Venezuela, mons. Leonardo Sandri, que encabezó la delegación de observación de la Santa Sede, entregó al presidente de la Asamblea, el ministro de Asuntos exteriores de Venezuela, dr. Miguel Ángel Burelli Rivas, una carta del cardenal Angelo Sodano, secretario de Estado, en la que destaca que, si se eliminara la conexión entre las normas éticas objetivas y el orden jurídico, se correría el riesgo de imponer como derecho lo que es sólo el egoísmo de algunos. Ofrecemos a continuación el texto íntegro del mensaje en español del cardenal Sodano: Señor Presidente: La Santa Sede, que ha seguido siempre atentamente la acción multilateral interamericana, desea con esta carta reiterar su simpatía por la Organización de los Estados Americanos, que celebra este año los 50 años de su Carta constitucional y de la Declaración Americana de los Derechos y Deberes del Hombre, y cuyos miembros, reunidos recientemente en Santiago de Chile, han renovado unánimemente su compromiso con la democracia, el desarrollo equitativo y sostenible, y la defensa de los derechos humanos. La Santa Sede no puede dejar de expresar su satisfacción por la sintonía de todos los documentos interamericanos de derechos humanos con una visión integral del hombre y de su naturaleza, y por el empeño de darles plena vigencia, de cara al nuevo milenio. La consecución de los derechos humanos es el punto de partida y el objetivo último de cualquier construcción política y social. Su plena vigencia exige, sin embargo, la efectiva recepción de los documentos multilaterales por las legislaciones nacionales, la búsqueda perseverante de una administración de justicia eficaz, universal e independiente, y la asunción de la responsabilidad de defenderlos y vivir los correspondientes deberes por parte de todos los ciudadanos. Aun así, la arquitectura jurídica de defensa de los derechos humanos quedaría trunca si no fuese acompañada por una clara referencia a los valores que subyacen a los textos positivos, y por un estilo de vida solidario. En efecto, ninguna construcción legal es por sí misma inmune a la manipulación o corrupción, fruto del egoísmo y de la falta de valores. Si por una malentendida neutralidad ideológica se pretendiese eliminar cualquier conexión entre las normas éticas objetivas y el orden jurídico, se acabaría reduciendo la lucha por el derecho a cuestiones de lenguaje, de dialéctica y de procedimientos, y se correría el riesgo de imponer como derecho lo que es sólo el egoísmo de algunos. En su último Discurso al Cuerpo Diplomático acreditado ante la Santa Sede, afirmaba Su Santidad Juan Pablo II que «quienes son garantes de la ley y de la cohesión social de un país, o quienes guían las organizaciones internacionales creadas para el bien de la comunidad de las naciones, no pueden eludir la cuestión de la fidelidad a la ley no escrita de la con ciencia humana... que es el fundamento y la garantía universal de la dignidad humana y de la vida en sociedad» (cfr. Discurso al Cuerpo Diplomático durante la audiencia de presentación de saludos por el nuevo año, 11 de enero de 1998). Una cultura de los derechos humanos supone una cultura de responsabilidad y solidaridad, porque todos deben ser conscientes de que el respeto y la promoción de los derechos básicos debe ser parte esencial de la propia vida y de todas las acciones que se entrelazan en el gran tejido social. El pasado mes de diciembre Su Santidad Juan Pablo II recordaba a los Obispos de todo el continente «lo preocupante que son todavía las situaciones en que viven muchos de nuestros hermanos y hermanas: ...pobreza extrema; falta de un mínimo de asistencia en caso de enfermedad, analfabetismo...; explotación; violencia;...» (Cfr. Discurso de clausura de la Asamblea especial para América del Sínodo de los Obispos, Vaticano, 11 de diciembre de 1997, n. 2, in fine). Más adelante, en la misma exposición, añadía que «lo contrario del amor no es necesariamente el odio, puede serlo la indiferencia, el desinterés, o la falta de atención» (ibíd., n. 3, párrafo 3o). Por eso mismo, sólo un firme compromiso de solidaridad hará que existan las convicciones necesarias para que las declaraciones no queden en letra muerta. La afirmación de unos valores básicos previos a cualquier formulación legal, el firme y constante compromiso de poner en práctica los instrumentos jurídicos, y la concepción solidaria de la vida individual y social, son los tres pilares sobre los que se debe apoyar la plena vigencia de los derechos solemnemente declarados en los documentos internacionales. También la reforma y actualización del sistema jurídico interamericano, el mejoramiento de la administración de la justicia en cada uno de los países miembros, y el progreso en la cooperación y en la integración del continente, deben hacerse siempre dentro del marco de esos principios. La Santa Sede comparte la satisfacción de los Estados Americanos por los recientes progresos en la cooperación y en la integración regional, y desea vivamente que sus beneficios lleguen a los últimos rincones del hemisferio y a las personas más pobres y necesitadas. En su particular cercanía histórica a los países del Continente, se atreve a afirmar que la fidelidad a los valores y principios que han inspirado la Carta de la Organización de los Estados Americanos y la Declaración Americana de los Derechos Humanos, será la más segura garantía de la feliz consecución de los compromisos y tareas que los Estados del Hemisferio han asumido de cara al próximo milenio. Vaticano, 30 de mayo de 1998
Card. ANGELO SODANO
*L'Osservatore Romano 4.6.98. |