HOMILÍA DEL CARD. AGOSTINO CASAROLI
1. Me es fácil imaginar la desilusión que no podéis menos de sentir en el fondo del corazón, queridos jóvenes, por el hecho de que a vuestra peregrinación nacional, organizada para ver al Papa y agradecerle su visita apostólica a vuestro país y, en particular, a la juventud de Irlanda, le está fallando una cláusula del programa, precisamente el momento que debía marcar la culminación del mismo; me refiero a la reunión eucarística que el Santo Padre iba a presidir hoy en los jardines de Castelgandolfo para evocar, en cierto modo, el día glorioso del 30 de septiembre de 1979 en Galway. Pero no dejará de venir a daros la bendición al final de la ceremonia sagrada; y en estos momentos está con vosotros en espíritu orando con vosotros, y por vosotros, del mismo modo que vosotros estáis aquí reunidos para rezar por él y dar gracias al Señor porque, después de momentos de dramático temor por su vida misma y largos meses en que se alternaban temores y esperanzas por su salud, al fin Dios ha escuchado las oraciones de la Iglesia y las esperanzas del mundo, y nos ha devuelto al Santo Padre convaleciente aún, pero ya curado. Si el Papa estuviera aquí ahora, os diría palabras de luz y cordialidad, esas palabras cuyo eco resuena todavía en vuestros oídos. No hay duda de que os repetiría y desarrollaría lo que os dijo en Galway y en otros lugares de su peregrinación a Irlanda especialmente en el Parque Phoenix de Dublín y en Drogheda. Como he sido llamado a sustituirle, por así decir, y representarle ante vosotros esta mañana, soy yo quien debe hablaros. Y lo voy a hacer con todo el cariño que siempre tiene el corazón de un sacerdote para jóvenes como vosotros» 2. Se os ha dicho una y otra vez que la juventud es la primavera de la vida y constituye el mañana del mundo y de la Iglesia. Me da miedo decíroslo otra vez, no vaya a parecer obvio y banal. Y sin embargo, por muchas veces que se repitan, estas frases no pierden nada de su honda verdad. La juventud es la primavera de la vida no sólo porque precede a la madurez, como la primavera precede al verano y el otoño al invierno a lo largo del año; sino también porque al igual que la primavera, también la juventud prepara los otros períodos de la vida y prefigura lo que llegarán a ser. Los jóvenes son el mañana de la humanidad no sólo porque el rodar de la vida, que empuja a todos, pronto los hará pasar al lugar ocupado ahora por las generaciones maduras, sino sobre todo porque la juventud prepara, condiciona y en cierta medida decide lo que será el mañana: un verano y otoño llenos de vitalidad, de fruto, o tediosos y estériles; un invierno sereno y gozoso pensando en el bien realizado o triste y desconsolado por la vaciedad de una vida que se ha vivido sin provecho. Y así, queridos jóvenes, lo que quiero deciros como amigo y sacerdote es esto: Vivid la juventud, vivid la primavera de la vida con alegría y seriedad; vivid la juventud de modo auténticamente cristiano y con un estilo genuinamente cristiano. 3. Estoy casi palpando que en vuestro corazón se levanta una objeción y una perplejidad sobre este punto. La seriedad, responsabilidad y entrega en la preparación del mañana van de acuerdo con la perspectiva y estilo de vida cristianos; pero, ¿qué decir de la alegría? Vivir como cristiano, ¿acaso no significa basar la propia conducta en estas palabras de Cristo: "El que quiera ser mi discípulo tome su cruz y sígame"? ¿Cómo no se van a atrever algunos a decir que el cristianismo ha matado el gozo? ¿Cómo pueden ir juntos la cruz y el gozo? Dejando aparte, claro está, a los que alcanzan alturas de gran santidad casi inaccesibles, donde la cruz es fuente de una alegría tal que no puede compararse con las alegrías ordinarias de la vida. Mis queridos amigos: Es verdad que todos estamos llamados a la santidad, si bien muy pocos logran alcanzar sus alturas por gracia especial de Dios. Y a la vez que Dios pide a algunos, por privilegio singular, debemos decir, unirse de manera especial a los sufrimientos y a la cruz de Cristo con la penitencia y la mortificación, el Señor pide a todos nosotros —a todos vosotros— que le sigamos tomando nuestra cruz en pos de El 4. Pero, ¿en qué consiste la cruz? Primero y esencialmente consiste en el esfuerzo requerido para tratar de evitar, y llegar a evitarlo, lo que la terminología cristiana llama "pecado", es decir, desobediencia a la ley moral, ley inscrita en el corazón humano, a la que se ha de respetar para ser verdadero ser humano; y también a la ley más alta aún y que concuerda plenamente con la dignidad original del hombre, la ley dada por Cristo en el Evangelio. Pero si bien este esfuerzo exige sacrificio, no mata, la alegría, no excluye el gozo; por el contrario prepara a la alegría y la hace más plena, estable y segura. El Apóstol Pablo habla a todos los cristianos y a los jóvenes en particular cuando dice: "Alegraos en el Señor siempre; os lo repito, alegraos". ¿Es que acaso no significa "Buena Noticia" la palabra Evangelio? Es verdad que muchas veces podéis pensar que ciertos jóvenes libres de los frenos y condicionamientos anejos al nombre de cristianos y a desear serlo realmente, y también a creer simplemente en un Dios creador y juez y en los valores morales aceptados por la recta conciencia; podéis pensar —digo— que tienen muchas mayores posibilidades de vivir plenamente la alegría de la juventud, sin preocupaciones éticas o religiosas, sin remordimientos ni temores. ¡Qué ilusión! ¡Qué ilusión falsa, peligrosa y hasta trágica! Bajo apariencia de felicidad despreocupada y sin inhibición alguna, con demasiada frecuencia se esconde un vacío espantoso y amargo. Las llamas de júbilo desenfrenado son demasiadas veces cobertura de frías cenizas de disgusto y hastío. Muchas veces son personas que no tienen esperanzas auténticas y grandes y les falta la fuerza de ideales alentadores —y difíciles—; y tratan de olvidar este vacío angustioso por medio del efecto paralizante de lo que llaman "pasárselo bien". El ejemplo y la prueba más salientes y preocupantes de este fenómeno es sin duda el recurso a la droga de algunos jóvenes, o a lo que suele llamarse "paraísos artificiales". Sin embargo, y con mayor amplitud que los otros, el joven cristiano posee la certeza de que la vida tiene sentido, de que tiene un objeto que la hace digna de vivirse aun en los momentos difíciles. Esta certeza es luz que ilumina la existencia y da posibilidad de saborear con serenidad los momentos felices, las alegrías puras y sencillas de la amistad, las bellezas de la creación, la dicha de un amor bendecido por Dios, los gozos de la familia que nace y vive en armonía y se ve iluminada por la sonrisa de vidas nuevas. El cristiano sabe que una Providencia más alta vela sobre el curso de la historia y también sobre la historia a menos escala de cada individuo. Está seguro de no encontrarse solo cuando afronta problemas y dificultades que no faltan en ninguna vida; junto a él hay siempre un Padre que está en los cielos pero que está presente allí donde esté uno de sus hijos, y está con su corazón lleno de amor, exigente (pero sólo por amor), pronto a comprenderlo y ayudarlo; tiene siempre junto a sí a un Hermano y Amigo que sabe de verdad lo que quiere decir ser hermano, ser amigo; tiene junto a sí a una Madre que cuenta entre sus hermosos títulos el de "Causa de nuestra alegría". Esto os dice la Iglesia: Queridos jóvenes, vivid gozosamente esta maravillosa edad de vuestra vida. Las personas jóvenes necesitan alegría, tienen derecho a la alegría; y vuestra religión en modo alguno ignora esta necesidad, ni deja de reconoceros este derecho vuestro. . Con San Felipe Neri, a quien pocos igualaron en comprensión y amor a los jóvenes, os digo: Divertíos y gozad; basta con que no ofendáis a Dios despreciando o transgrediendo su ley de amor. No olvidéis que sois discípulos de Cristo. Y de la "Buena Noticia" que trajo al mundo, a vosotros, sacad una fuente inexhausta de certeza, esperanza, entusiasmo, valentía y gozo. 5. Esta certeza, esperanza y valentía os sostendrán también en las pruebas, en las "cruces" que a nadie faltan en la vida y con las que algunas vidas están especialmente marcadas. A este respecto quisiera hacer notar sólo que —aparte el plan de Dios singular para algunos a quienes ya he calificado de privilegiados porque han sido llamados y elegidos a participar de manera muy especial en la cruz del Señor— no puede decirse que toquen más penas en la vida a los cristianos que a otras personas. Joseph De Maistre, gran escritor que vivió del siglo XVIII al XIX, hizo notar que en la batalla las balas no alcanzan más a los justos que a los injustos. La diferencia está en que el cristiano es capaz de ver en la cruz una invitación de Dios a seguir a su Maestro más de cerca y con fidelidad mayor, mientras que los otros tratan de sacudirse furiosamente y en vano la cruz de las espaldas, haciéndola así más pesada quizá y cayendo en el desaliento y la desesperación. La humanidad ha luchado durante siglos por vencer o, al menos, disminuir las consecuencias de las muchas causas de intenso sufrimiento que existen: enfermedades, hambre, calamidades naturales, etc. Ha conseguido muchas victorias. Pero, ¡cuántas quedan todavía por vencer, si es que llegan a vencerse! Es una lucha en la que el cristiano debe colaborar generosamente, movido por el amor al prójimo, que es el segundo mandamiento de la ley cristiana. Os deseo mientras tanto, queridos jóvenes, que según la misma oración de Cristo para Sí mismo en el Huerto de los Olivos, aleje el Padre celestial con su amor, lo más distante posible de vuestra vida, el cáliz amargo que a veces se nos da a beber. Pero aún si esta oración vuestra y mía no fuera atendida o no lo fuera inmediatamente, no perdáis la confianza en la bondad del Padre. Y sacad de esta confianza una razón para alegraros. 6. Otro pensamiento. Con demasiada frecuencia, no todos los dolores y penas, "cruces", son resultado de fuerzas no controladas por el hombre. Demasiadas veces son fruto, de hecho, de mala voluntad del hombre o de su falta de discernimiento y empeño. Estoy pensando en la guerra, en la opresión del débil por el fuerte (individuos o naciones enteras o grupos sociales), en la injusticia, en el predominio del odio y del egoísmo sobre el amor y sobre el espíritu de fraternidad y solidaridad humanas. Los jóvenes no son responsables de estas situaciones, pero sí son las primeras víctimas. Una oleada de destrucción parece oscurecer el encanto de su edad primaveral y cargarles en las espaldas un peso demasiado gravoso para sus años. Es obvio que no pueden ni deben negarse a interesarse por lo que está ocurriendo a su alrededor, aun en los casos en que no les afectase directamente. No pueden ni deben encerrarse en el egoísmo ni taparse los oídos ante el grito que les llega del mundo circundante del que también ellos forman parte. Mis queridos jóvenes: Al llegar aquí no podemos dejar de pensar en el momento histórico que vuestra isla y vuestro pueblo están viviendo. No pueden no recordar a los muchachos, jóvenes como vosotros, que afrontan problemas dramáticos a los que vosotros tampoco podéis permanecer ajenos. La vieja aspiración de la humanidad, que la Iglesia ha hecho suya, es que exista un mundo en el que lleguen a reinar, por fin, la justicia y la paz. Es ésta una causa con la que nos debemos sentir hondamente obligados todos, incluidos los jóvenes, sobre todo cuando, como ocurre muchas veces, la realidad está en contraste estridente con dicha aspiración. Es una lucha noble que merece entablarse con generosidad, aun cuando ofrezca ocasiones de negación propia más que motivos de gozo, y pida sacrificios. Es una lucha que ha de llevarse a cabo con visión cristiana y espíritu cristiano. Contrariamente a cuantos ven en el odio la fuerza conductora de la historia, el cristiano sabe que sólo el amor puede presidir el curso de los acontecimientos humanos hacia metas de justicia y progreso pacífico. Amor no es debilidad ni aquiescencia, sobre todo cuando se trata de defender al débil del atropello de los otros y cuando las demandas de la justicia y los derechos de pueblos y grupos sociales pueden ser inculcados. El amor es fuerte, pero no tiene nada que ver con el odio y rechaza la violencia como sistema. Mis queridos jóvenes: Proclamad siempre este programa y ponedlo por obra. Con la misma buena voluntad preparaos a vuestras responsabilidades futuras respondiendo a la invitación insistente que os hace el Señor de ser "sal de la tierra" y "luz del mundo" en los ambientes donde vivís y trabajáis. Dios bendiga vuestros esfuerzos y vayan acompañados siempre de la intercesión de la Virgen María
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