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MENSAJE PONTIFICIO DEL CARDENAL AGOSTINO CASAROLI
AL PRESIDENTE DE LA PONTIFICIA COMISIÓN
PARA LA PASTORAL DE LAS MIGRACIONES Y DEL TURISMO,
CARDENAL SEBASTIANO BAGGIO,
CON OCASIÓN DE LA «JORNADA MUNDIAL DEL TURISMO»*

 

Señor Cardenal:

Como es sabido, la Organización Mundial del Turismo (OMT) decidió en la asamblea general reunida el año pasado en Torremolinos (España), que en cada país se celebre adecuadamente la “Jornada mundial del turismo”. Este año dicha Jornada tiene lugar el 27 del presente mes.

La Santa Sede ha acogido con interés esta decisión de la OMT, pues ve en ella un noble esfuerzo de sensibilización encaminado a fomentar en los hombres de todas las naciones la comprensión y disfrute beneficioso del tiempo libre y de las vacaciones.

El progreso de los medios de comunicación y transporte, que han hecho desaparecer las distancias, por así decir; la creación de vínculos cada vez más estrechos entre los pueblos, nacidos sobre todo del desarrollo económico y cultural; el deseo de conocer pueblos y culturas diferentes; y la mayor disponibilidad del tiempo libre, han hecho del turismo un fenómeno de masas.

Por otra parte, el trabajo, la profesión, las relaciones diarias con un número reducido de personas, las ansiedades y preocupaciones que ocasionan los problemas de cada día, llevan necesariamente a un desgaste continuo; al mismo tiempo el turismo, o sea el encuentro con ambientes nuevos, situaciones varias y distintas personas, da nuevo vigor y produce una auténtica recreación.

La Iglesia es consciente de la necesidad de que las estructuras organizativas del turismo se propongan estar al servicio del hombre que, si bien inmerso en su “realidad irrepetible de ser y actuar” (Redemptor hominis, 14), construye la propia historia a través de vínculos, actual en el mundo que, a pesar de presentar aspectos negativos, está “destinado a transformarse y llegar a su realización” (Gaudium et spes, 2).

La Santa Sede no ha cesado de atraer la atención del Pueblo de Dios, particularmente en los últimos decenios, sobre los valores auténticos que contiene el fenómeno del turismo bajo el punto de vista no sólo moral y espiritual sino también humano, por ser entre otras cosas, medio de unión de la familia humana y asimismo de transformación y elevación social, signo de solidaridad del hombre con el universo y restablecimiento de la misma persona humana (Peregrinans in terra, 8).

A nadie pasa desapercibido que en su acepción y promoción verdaderas, el turismo facilita el conocimiento recíproco de los hombres, ayuda a superar prejuicios atávicos, reduce las distancias entre los pueblos y promueve ese proceso superior por el que los hombres “que hoy están más unidos por múltiples vínculos sociales, técnicos y culturales, consiguen la unión completa en Cristo» (Lumen gentium, 1).

El Santo Padre recordó el año pasado la importancia que para el goce pleno del descanso, asume la contemplación atenta de las maravillas de la creación, de su belleza siempre nueva, de su fecundidad inagotable, de su misteriosa y sugestiva profundidad (15 de julio, 1979. L’Osservatore Romano, Edición en Lengua Española, 22 de julio de 1979, pág. 1).

Se debe ayudar al hombre a que cultive el respeto de la naturaleza, de modo que su espíritu goce de la armonía de la creación que le proporciona tanta paz y tanto gozo. “Todo lo que ha sido creado por Dios es bueno» escribió San Pab1o (1 Tim 4, 4), haciéndose eco de un pasaje del Génesis; y San Francisco de Asís, proclamado hace poco Patrono de la ecología, ofrece testimonio convincente de armonía interior admirable, obtenida en la unión confiada con los ritmos y leyes de la naturaleza.

El turismo, por tanto, es de gran ayuda para que el hombre logre las experiencias interiores que llevan de la insensibilidad e indiferencia al conocimiento mutuo y la simpatía; de este modo llega a ver en los otros hombres no antagonistas sino hermanos. De aquí nace la convivencia humana verdadera, la auténtica civilización y la paz real.

La Iglesia ha vuelto a afirmar el empeño de todos para que el turismo produzca los efectos esperados teniendo en cuenta los “cambios radicales que va instaurando esta forma de emigración moderna, con incidencia particular en las generaciones jóvenes y en los lugares que son punto de origen y de llegada del turismo” (Peregrinans in terra, 5).

A través de la naturaleza y todavía más a través de las personas, el turismo puede llevar al hombre al Creador, es decir, a la fuente de la vida donde se obtiene la verdadera liberación, la paz del corazón y la alegría sin fin. De tal modo, este fenómeno no sólo no perjudica a la maduración espiritual sino que eleva y purifica el alma favoreciendo ese diálogo con el Absoluto que es contemplación, o sea camino hacia la bienaventuranza verdadera.

Su Santidad confía en que las Conferencias Episcopales, debidamente apremiadas por esta Pontificia Comisión, preparen programas encaminados a dar incidencia pastoral a la celebración de la «Jornada mundial del turismo».

Con esta confianza expresa el Santo Padre su gratitud a cuantos respondan con solicitud a la invitación a participar activamente en la celebración de esta Jornada; y a todos imparte de corazón la bendición apostólica portadora de aliento.

Aprovecho la ocasión para reiterarme a Vuestra Eminencia con profunda veneración amigo en Cristo.

1 de septiembre de 1980.

Cardenal Agostino Casaroli


*L'Osservatore Romano, Edición semanal en lengua española, n. 42, p.16.

 

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