CARTA DEL CARDENAL AGOSTINO CASAROLI,
Mons. Carlo Manziana, Excmo. y Rvdmo. Señor: El Santo Padre ha sabido con viva satisfacción que la Semana Litúrgica Nacional Italiana, organizada por el Centro de Acción Litúrgica y que llega a su XXXI edición, se celebrará este año en Parma, del 25 al 29 de agosto, y reunirá una vez más a numerosos sacerdotes, religiosas y laicos para estudiar y profundizar juntos las varias expresiones de la liturgia, en el gradual equilibrio de todos sus aspectos, a la luz de los documentos de la Iglesia y bajo la guía de las normas impartidas por el Magisterio. En efecto, el Sumo Pontífice sabe que precisamente esta sana y bien entendida promoción de la liturgia ha sido desde el comienzo la intención y la línea de acción del Centro organizador de la Semana, el cual ha ofrecido así al Episcopado italiano una válida aportación para conducir la reforma litúrgica por el camino maestro indicado por el Concilio Vaticano II. A Su Santidad le parece también particularmente significativa la elección del lugar para el próximo congreso, es decir, la abadía benedictina de San Juan en Parma, donde fue constituido el CAL, en octubre de 1947, y celebró dos años después la primera Semana Litúrgica Nacional sobre la admirable Encíclica Mediator Dei, de Pío XII, de venerada memoria; abadía que precisamente este año, coincidiendo con el XV centenario del nacimiento de San Benito, celebra el milenario de su fundación. Por tanto, el Santo Padre quiere subrayar que esta doble coincidencia está llena de significado, tanto para los monjes de esa abadía, como para los participantes en la Semana, puesto que recuerda a unos y a otros el puesto central que el Santo de Nursia asigna a la liturgia, llamada por él "opus Dei", obra de Dios, a la que nada debe anteponerse; muy oportunamente el Consejo permanente de la Conferencia Episcopal Italiana, en el mensaje distribuido para el centenario benedictino, ha puesto de relieve que "Benito pone en el centro y en el culmen de la jornada monástica el momento de la alabanza divina, que acompasa el fluir del tiempo", y ha visto esta realidad en analogía con las afirmaciones del Concilio Vaticano II sobre el primado de la liturgia como "culmen y fuente" de la vida de la Iglesia (Sacrosanctum Concilium, 10) y sobre la necesidad de no detenerse en los umbrales de las palabras y de los signos exteriores, sino de llegar a los valores interiores (Sacrosanctum Concilium, 48: cf. Notiziario della CEI, 3, 1980, pág. 42). Objetivo éste sublime y fascinante, que sin duda tendrá un realce bien neto y definido en el fondo de las celebraciones y de las reuniones de estudio de la Semana. Pero no menos bello y sugestivo le parece al Santo Padre el tema programado para esta XXXI Semana Litúrgica: "¡Es fiesta! ¡Para el Señor y para nosotros!". Efectivamente, es oportuno detenerse con ponderada reflexión sobre el marco ricamente articulado de la liturgia, para captar en síntesis sus grandes escorzos y sus perspectivas profundas. Uno de estos escorzos es precisamente el de la fiesta. Todo es fiesta en la liturgia, porque ella vuelve a actualizar en signos el misterio de la salvación, que el Padre ofreció al hombre mediante la obra y el sacrificio de Cristo Redentor. El vino a traer la luz, a dar la vida, a comunicar el amor: lo hizo en la historia, lo renueva sin cesar en el misterio, lo llevará a cumplimiento en la gloria. Precisamente El, el Señor resucitado, es el anfitrión divino que invita a la fiesta, y al mismo tiempo, en la expansión gozosa, el primer festejado. La liturgia, pues, es fiesta para El. Pero es fiesta también para nosotros, que hemos recibido todo e incesantemente continuamos recibiendo de su plenitud (cf. fn 1, 16). Una fiesta que comienza en el encuentro litúrgico, se manifiesta en la alegría y se expresa en el canto, para prolongarse después en la variada polifonía de la vida. Así entendida, la fiesta se convierte en un componente necesario de la vida cristiana, y entra —se puede decir— como actitud de fondo en la plenitud de ese "dominicum", sin el cual los mártires de Abitina decían que no podían vivir: "Sine dominico esse non possumus" (cf. P. Franchi de' Cavaliere, Note agiografiche, 8, Città del Vaticano, 1935, Studi e testi, 65, págs. 49-71). El Vicario de Cristo desea que, profundizando este tema tan exaltante, la Semana Litúrgica Nacional capte y subraye su presencia en todas las expresiones de la liturgia, y haga que se traduzca, como hacían los fieles de la Iglesia naciente, "con alegría y sencillez de corazón" (Act 2, 46); el Vicario de Cristo invoca para ello sobre los trabajos copiosas luces y consuelos celestiales, y en prenda de ellos imparte de corazón, a los Eminentísimos Cardenales y a los hermanos en el Episcopado presentes en las celebraciones de la Semana, a V. E., a la diócesis de Parma, a los monjes benedictinos, a los organizadores, a los relatores y a todos los participantes, una especial bendición apostólica. Aprovecho la oportunidad para reiterarme con sentimientos de distinguido afecto. De V. E. Rvdma., devotísimo Cardenal Agostino CASAROLI
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