ENTREVISTA CONCEDIDA Jueves 27 de agosto de 2009
¿Por qué el cardenal secretario de Estado ha decidido participar este año en la celebración del Perdón de Celestino V? El secretario de Estado es un obispo y, como primer colaborador del Papa, participa en su misión pastoral con vistas al bien del pueblo de Dios. Después de celebrar el rito fúnebre por las víctimas del terremoto, me invitaron a presidir la inauguración del Año celestiniano y de la 60ª Semana litúrgica nacional, que debía de tener lugar en L'Aquila. Acepté de buen grado tanto por el vínculo afectivo y espiritual que me une a la tierra de Los Abruzos, como por el tema elegido: "El sacramento del perdón, fuerza que vence al mal". Luego, por motivos evidentes, la Semana litúrgica se trasladó a Barletta, en Puglia, mientras que la fiesta del Perdón no podía menos de celebrarse en L'Aquila, bajo el signo de la reconciliación que reconstruye la comunión con Dios y con los hermanos, y cura las heridas del cuerpo y del espíritu. Además, mi participación se sitúa en continuidad con la cercanía del Papa a las poblaciones de Los Abruzos azotadas por el terremoto. Después de su conmovedora visita a L'Aquila, el Papa siguió la acción de la Iglesia, que se manifestó mediante las generosas aportaciones de muchas diócesis italianas y no italianas, y se mantuvo informado sobre la acción de las instituciones civiles, sobre las ayudas ya puestas en marcha y también sobre las promesas hechas a nivel internacional con ocasión del G8. Como todos nosotros, desea que nada pueda hacer pensar en lentitudes o desinterés en dar de nuevo a las personas la posibilidad de reanudar una vida familiar normal en sus casas, reconstruidas o hechas habitables, y en sus actividades económicas y sociales. El Perdón fue una importante iniciativa de Celestino V para extender ampliamente las indulgencias espirituales, que de este modo se ponían también a disposición de los cristianos más humildes. ¿Cómo es la atención a los pobres de la Iglesia de Benedicto XVI? Ya conocemos la fuerza impresionante del acto que realizó Celestino V: su don impulsó después a su sucesor, Bonifacio VIII, a promulgar el jubileo, con la indulgencia ya extendida a todo el mundo, en un impulso plenario de renovación, de perdón y también de condonación en ámbito económico y social, además de espiritual. Conviene recordar las iniciativas planetarias que surgieron del jubileo del año 2000. Con respecto a la actitud de Benedicto XVI hacia los pobres, quiero subrayar ante todo su atención particular a los pequeños y a los humildes. Incluso siendo un gran teólogo y maestro de doctrina, un intelectual y un estudioso importante, que se mide con los hombres y las mujeres de pensamiento de nuestro tiempo, el Papa Ratzinger se hace entender por todos y es cercano a la gente, porque en sus palabras también la gente sencilla percibe la verdad y capta el sentido de una fe y una sabiduría humana llena de paternidad. Parafraseando una frase bíblica, podríamos decir, con palabras del Salmo 25, que "conduce en la justicia a los humildes y a los pobres enseña su sendero". Benedicto XVI está informado de numerosas situaciones de pobreza de personas, familias y comunidades esparcidas por el mundo, sea directamente sea a través de la Secretaría papal o Secretaría de Estado, o a través de los organismos encargados de la caridad, como la Limosnería apostólica, el Consejo pontificio "Cor unum" y otros, y con ellos distribuye no sólo los donativos que recibe de los fieles, de las diócesis, de las congregaciones religiosas y de las asociaciones benéficas, sino también sus derechos de autor, fruto de su trabajo personal. Se puede decir que en realidad, según la definición de san Ignacio de Antioquía, "preside en la caridad", guiando con su ejemplo el vasto movimiento de caridad y solidaridad planetaria que la Iglesia realiza en sus componentes y ramificaciones capilares más articulados. Por último, siguiendo las huellas de sus predecesores, con un acento peculiar interviene, reclama la atención, estimula, solicita la acción de los Gobiernos y de las organizaciones internacionales para sanar las desigualdades y las discriminaciones más llamativas en el ámbito del subdesarrollo y la pobreza. Quiero recordar, entre los innumerables textos, llamamientos y mensajes, el número 27 de la encíclica Caritas in veritate, donde denuncia el acentuarse de una extrema inseguridad de vida y de crisis alimentarias provocadas tanto por causas naturales como por la irresponsabilidad política nacional e internacional: "Es importante destacar, además, que la senda solidaria hacia el desarrollo de los países pobres puede ser un proyecto de solución de la crisis global actual, como lo han intuido en los últimos tiempos hombres políticos y responsables de instituciones internacionales". Usted conoce los consensos que existen respecto a Benedicto XVI, pero también algunas reservas, especialmente sobre la fidelidad al concilio Vaticano II y sobre la reforma de la Iglesia. ¿Le parecen temores fundados? Para comprender las intenciones y la acción de gobierno de Benedicto XVI es preciso tener presente su historia personal —una experiencia muy variada, que le ha permitido atravesar la Iglesia conciliar como auténtico protagonista— y, una vez elegido Papa, el discurso de inauguración de su pontificado, el que dirigió a la Curia romana el 22 de diciembre de 2005 y los actos precisos por él queridos y firmados (y a veces pacientemente explicados). Las otras elucubraciones y los rumores sobre presuntos documentos de marcha atrás son pura invención siguiendo un cliché estandardizado y obstinadamente repetido. Quiero citar sólo algunas directrices del concilio Vaticano II promovidas por el Papa constantemente con inteligencia y profundidad de pensamiento: la relación más comprensiva entablada con las Iglesias ortodoxas y orientales, el diálogo con el judaísmo y con el islam, con una atracción recíproca, que han suscitado respuestas y profundizaciones que nunca antes se habían producido, purificando la memoria y abriéndose a las riquezas del otro. Asimismo, me complace subrayar la relación directa y fraterna, además de paterna, con todos los miembros del colegio episcopal en las visitas ad limina y en las otras numerosas ocasiones de contacto. Recordemos la praxis que él ha introducido de intervenciones libres en las asambleas del Sínodo de los obispos, con respuestas puntuales y reflexiones del Papa mismo. Y no olvidemos el contacto directo que ha instaurado con los superiores de los dicasterios de la Curia romana, con los cuales ha reanudado los encuentros periódicos de audiencia. Por lo que atañe a la reforma de la Iglesia —que es sobre todo una cuestión de interioridad y de santidad— Benedicto XVI nos ha remitido a la fuente de la Palabra de Dios, a la ley evangélica y al corazón de la vida de la Iglesia: Jesús, el Señor conocido, amado, adorado e imitado como "aquel en el que Dios tuvo a bien hacer residir toda plenitud", según la expresión de la carta a los Colosenses. Con el libro Jesús de Nazaret y con el segundo que está preparando, el Papa nos hace un gran regalo y confirma su clara voluntad de "hacer de Cristo el corazón del mundo". No olvidemos lo que escribió en la carta a los obispos católicos del pasado 10 de marzo sobre la remisión de la excomunión a los obispos consagrados por el arzobispo Lefebvre: "En nuestro tiempo, en el que en amplias zonas de la tierra la fe está en peligro de apagarse como una llama que no encuentra ya alimento, la prioridad que está por encima de todas es hacer presente a Dios en este mundo y abrir a los hombres el acceso a Dios. No a un dios cualquiera, sino al Dios que habló en el Sinaí; al Dios cuyo rostro reconocemos en el amor llevado hasta el extremo (cf. Jn 13, 1), en Jesucristo crucificado y resucitado. El auténtico problema en el momento actual de la historia es que Dios desaparece del horizonte de los hombres y, al apagarse la luz que proviene de Dios, la humanidad se ve afectada por la falta de orientación, cuyos efectos destructivos se ponen cada vez más de manifiesto" (L'Osservatore Romano, edición en lengua española, 13 de marzo de 2009, p. 3). ¿Cuáles han sido las principales intervenciones de Benedicto XVI en la Curia romana y cuáles hay que esperar aún? Benedicto XVI conoce a fondo la Curia romana, dentro de la cual ha desempeñado un papel muy destacado como prefecto de la Congregación para la doctrina de la fe, un observatorio y un dicasterio central para la conexión de las articulaciones con todos los demás organismos de gobierno de la Iglesia. Así ha podido conocer perfectamente a personas y dinamismos, y seguir el itinerario de los nombramientos realizados durante el pontificado de Juan Pablo II, aun manteniéndose alejado de las maniobras y de los rumores que a veces surgen en ciertos ambientes curiales, por desgracia poco impregnados de auténtico amor a la Iglesia. Desde el inicio de su pontificado, todavía breve, son más de setenta los nombramientos de superiores de los distintos dicasterios, sin contar los de los nuevos nuncios apostólicos y de los nuevos obispos en todo el mundo. Los criterios que han guiado a Benedicto XVI al hacer los nombramientos han sido: la competencia, el auténtico espíritu pastoral y la internacionalidad. Pronto se producirán algunos nombramientos importantes y no faltarán las sorpresas, sobre todo en relación con la representación de las nuevas Iglesias: África ya ha ofrecido y ofrecerá excelentes candidatos. ¿Es justo atribuir a la responsabilidad del Pontífice todo lo que acontece en la Iglesia?, ¿o es útil para una correcta información aplicar el principio de responsabilidad personal? Se ha generalizado la costumbre de imputar al Papa —o, como se dice, sobre todo en Italia, al Vaticano— la responsabilidad de todo lo que acontece en la Iglesia o de lo que declara cualquier representante o miembro de Iglesias locales, de instituciones o de grupos eclesiales. Eso no es correcto. Benedicto XVI es un modelo de amor a Cristo y a la Iglesia, la personifica como Pastor universal, la guía por la senda de la verdad y la santidad, indicando a todos la alta medida de la fidelidad a Cristo y a la ley evangélica. Y, para informar correctamente, es justo atribuir a cada uno—unicuique suum— su propia responsabilidad por hechos y palabras, sobre todo cuando contradicen patentemente las enseñanzas y los ejemplos del Papa. La imputabilidad es personal, y este criterio vale para todos, también en la Iglesia. Ahora bien, por desgracia, el modo de referir y de juzgar de los periodistas y de los medios de comunicación social depende de las buenas intenciones y del amor a la verdad. Hace poco leí un buen artículo de Javier Marías, que hace una amarga reflexión: "Dije (...) hace un par de semanas que a una gran parte de la población mundial la verdad ha dejado de importarle. Me temo que me quedé corto y que lo que ocurre es aún más grave: una gran parte de esa población es ya incapaz de distinguir la verdad de la mentira, o, más exactamente, la verdad de la ficción". Por eso, sigue siendo aún más urgente y necesario enseñar la verdad, hacer conocer y amar la verdad, sobre sí mismos, sobre el mundo, sobre Dios, convencidos, según la palabra de Jesús, de que "la verdad os hará libres" (Jn 8, 32). ¿Puede explicar, tal vez también con algún ejemplo, cómo la libertad de pensamiento e investigación va unida, en la Iglesia de Benedicto XVI, a la responsabilidad de la fe? En relación con este tema —que es muy importante y central en la Iglesia, y afecta a los otros binomios estrechamente unidos, como fe y razón, fe y cultura, ciencia y fe, obediencia y libertad— es preciso volver al ejemplo de la vida y la experiencia de Joseph Ratzinger, pensador, teólogo y maestro de doctrina reconocido, como acabo de decir. Obviamente, su praxis y su estilo de gobierno no se pueden separar de las convicciones más profundas que han alimentado y marcado su comportamiento de estudioso e investigador. En su largo itinerario de intelectual, muy activo en las cátedras universitarias y en los medios de comunicación, se añadieron sucesivamente dos responsabilidades formidables: ante todo la de prefecto de la Congregación para la doctrina de la fe y luego la de Pastor supremo de la Iglesia católica. Es evidente que estas dos funciones han marcado las enseñanzas y los actos del cardenal y del Papa, orientándolos aún más eficazmente, si se puede decir así, a una interacción y a una sinergia entre la libertad fundamental de pensamiento y de investigación y la responsabilidad del acto de fe y de la adhesión de fe a Dios que se revela, que habla y llama a ser una "nueva criatura". Por lo tanto, no una contraposición o una "secesión", sino una armonía que es preciso buscar, construir con inteligencia de amor. Esta es la actitud de Joseph Ratzinger cuando habla a organismos como la Comisión bíblica pontificia, la Comisión teológica internacional, la Academia pontificia de ciencias, la Academia pontificia para la vida, y así sucesivamente, o cuando dialoga individualmente con estudiosos y pensadores. Pide a los teólogos que no se desarraiguen de la fe de la Iglesia, para ser verdaderos teólogos católicos, y ha elogiado —en Aosta, el pasado 24 de julio— "la gran visión que tuvo Teilhard de Chardin: la idea paulina de que al final tendremos una auténtica liturgia cósmica, en la que el cosmos se convierta en hostia viva" (cf. L'Osservatore Romano, edición en lengua española,31 de julio de 2009, p.4). También quiero citar una hermosa página de la Caritas in veritate donde habla del "esfuerzo para que los diferentes ámbitos del saber humano sean interactivos, con vistas a la promoción de un verdadero desarrollo de los pueblos". Después de explicar que el saber nunca es sólo obra de la inteligencia, y que es estéril sin amor, concluye: "Las exigencias del amor no contradicen las de la razón. El saber humano es insuficiente y las conclusiones de las ciencias no podrán indicar por sí solas el camino hacia el desarrollo integral del hombre. Siempre hay que lanzarse más allá: lo exige la caridad en la verdad. Pero ir más allá nunca significa prescindir de las conclusiones de la razón ni contradecir sus resultados. No existe la inteligencia y después el amor: existe el amor rico en inteligencia y la inteligencia llena de amor" (n. 30). ¿Considera fácil o difícil contar la acción y el pensamiento de Benedicto XVI, que ya ha llegado al quinto año de pontificado? Sinceramente, creo que a los periodistas les resultaría muy fácil contar la acción y el pensamiento de Benedicto XVI. Hojeando los volúmenes de sus Enseñanzas o los textos publicados en "L'Osservatore Romano" —que siempre transmite fielmente sus intervenciones, a veces también espontáneas y llenas de inmediatez y de actualidad— no sería difícil reconstruir su proyecto de Iglesia y de sociedad, coherentemente inspirado en el Evangelio y en la más auténtica tradición cristiana. Benedicto XVI tiene una visión muy clara y quisiera impulsar a personas y comunidades a una vida divina y humanamente armónica, con la teología del et y la espiritualidad del con, nunca con la del contra, salvo cuando se trata de las terribles ideologías que llevaron a Europa a los abismos del siglo pasado. Bastaría ser igualmente claros y fieles, refiriendo sine glossa, es decir, sin añadir interpretaciones torcidas, sus palabras genuinas y sus gestos de padre del pueblo de Dios. Una última pregunta: ¿Cómo surgió la idea del Año sacerdotal? Recuerdo que después del Sínodo de los obispos sobre la Palabra de Dios hubo una propuesta, ya presentada antes, para un año de oración, que de por sí estaba muy conectada con la reflexión sobre la Palabra de Dios. Sin embargo, la celebración del 150° aniversario de la muerte del cura de Ars y la emergencia de los problemas que han afectado a muchos sacerdotes, impulsaron a Benedicto XVI a promulgar el Año sacerdotal, demostrando así una atención especial a los sacerdotes, a las vocaciones sacerdotales, y promoviendo en todo el pueblo de Dios un movimiento de creciente afecto y cercanía a los ministros ordenados. Ellos son, sin duda, la espina dorsal de las Iglesias locales y los primeros colaboradores del obispo en la misión del anuncio de la fe, de la santificación y de la guía del pueblo de Dios. El Papa siempre ha mostrado una gran cercanía y afabilidad respecto a los sacerdotes, sobre todo en los diálogos espontáneos, ricos en experiencia e indicaciones concretas sobre su vida, y con respuestas puntuales a sus preguntas. El Año sacerdotal está suscitando gran entusiasmo en todas las Iglesias locales y un movimiento extraordinario de oración, de fraternidad hacia y entre los sacerdotes, y de promoción de la pastoral vocacional. Además, se está fortaleciendo el entramado del diálogo, a veces empañado, entre obispos y sacerdotes, y está aumentando la atención especial también a los sacerdotes reducidos a una condición marginal en la acción pastoral. También se desea reanudar el contacto, así como la ayuda fraterna, con los sacerdotes que por diversos motivos han abandonado el ejercicio del ministerio, y posiblemente su regreso. Se han puesto en marcha muchas iniciativas para reforzar la conciencia de la identidad y de la misión sacerdotal, que es esencialmente una misión ejemplar y educativa en la Iglesia y en la sociedad. Los santos sacerdotes que han enriquecido la historia de la Iglesia sin duda protegerán y sostendrán el camino de renovación propuesto por Benedicto XVI.
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