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INTERVENCIÓN DEL MONS. ANGELO SODANO
EN LA REUNIÓN DE VIENA DE LA CONFERENCIA SOBRE
LA SEGURIDAD Y LA COOPERACIÓN EN EUROPA*



Señor Presidente:

1. Constituye para mí, al poco tiempo de mi nombramiento como Secretario del Consejo para los Asuntos Públicos de la Iglesia. un grandísimo honor el dirigirme por primera vez a esta asamblea, tomando así el relevo de los cardenales Agostino Casaroli y Achille Silvestrini, quienes, desde los comienzos de la Conferencia sobre la Seguridad y la Cooperación en Europa, han trabajado entre ustedes y con ustedes para el buen desarrollo del proceso emprendido en Helsinki.

Permítaseme, en primer lugar, asociarme a los oradores precedentes para expresar el más profundo reconocimiento de la Delegación de la Santa Sede a la nación y al Gobierno austriacos por la acogida y la asistencia ofrecidas a los participantes en esta reunión, que, sin duda alguna, ha contribuido al éxito de la misma.

Nuestro agradecimiento también va dirigido a todo el personal del Secretariado ejecutivo y, de forma particular, al Embajador Helmut Liedermann. Sus consejos, su discreción y su eficacia han sostenido sin descanso los esfuerzos de cada uno. Finalmente, nuestra gratitud se dirige a todo el personal técnico y de manera muy especial a nuestros infatigables intérpretes, de quienes no podemos sino alabar su gran competencia y disponibilidad.

2. Señor Presidente, al comenzar los trabajos de la reunión de Viena, en noviembre de 1986, existía un vasto programa de trabajo y los oradores de la Hofburg afirmaron que querían hacer todo lo posible a fin de lograr que las discusiones no se limitaran a repetir los principios, sino que condujeran a compromisos concretos. En lo que a mi Delegación respecta, la reunión de Viena ha correspondido a esta ambición. Los ricos y prolongados intercambios sobre la “puesta en marcha” de las disposiciones de Helsinki y de Madrid han ocasionado, probablemente, uno de los debates más completos de cuantos se hayan realizado en el seno de la Conferencia sobre la Seguridad y la Cooperación en Europa. En el Documento Final alcanzado aparece claro, como todos lo deseaban, “sustancial y equilibrado”, concreto y fiel al Acta Final de 1975 que estipula, entre otras cosas, que “todos los principios enunciados... están dotados de una importancia primordial y en consecuencia... se aplican de modo igual y sin reservas, cada uno de ellos interpretando y teniendo en cuenta a los demás”.

3. El capítulo de nuestro Documento de clausura referido a las cuestiones militares se sitúa plenamente en la dinámica de la Conferencia sobre el Desarme de Estocolmo, y es importante que los pueblos, en cuyo nombre se negociarán nuevas medidas de confianza y de seguridad todavía más adecuadas, puedan captar que lo que está en juego en nuestros trabajos no ha sido ni será el determinar qué tipo de guerra podría eventualmente ser permitida, sino, por el contrario, cómo afirmar la paz en este continente.

Dentro de unas semanas comenzará, aquí en Viena, una nueva negociación sobre la estabilidad convencional en Europa. El debate será sin duda delicado, pues, en el fondo, se tratará de conciliar los intereses estratégicos y la legítima seguridad de cada Estado, salvaguardando siempre las relaciones abiertas con sus vecinos. Merece la pena hacer todo lo posible por el éxito de estas futuras discusiones, pues los europeos —y en particular las generaciones jóvenes— desean que todos los aspectos de la confrontación militar —nuclear, química y convencional— sean objeto de reales medidas de desarme, precisas y verificables.

La Santa Sede anima a los veintitrés participantes a hacer cuanto sea preciso a fin de que la seguridad esté asegurada, sobre la base del equilibrio entre las partes presentes, reduciendo a los niveles más bajos el armamento y las fuerzas que las razonables exigencias defensivas hagan necesarias. Sin duda. éste será un proceso progresivo, en el que se deberá estar atento a tener en cuenta las necesidades de seguridad de los otros doce países participantes en la Conferencia sobre la Seguridad y la Cooperación en Europa. Pero mi Delegación está convencida de que más de un pueblo de otras regiones del planeta, también en búsqueda de una paz más estable y duradera, se inspirará en lo que la Conferencia sobre la Seguridad y la Cooperación en Europa diga. El mundo mira a Europa, de donde surgieron —no lo olvidemos— las dos terribles guerras mundiales de este siglo. ¡Que hoy sea “constructora de la paz”!

4. Sin embargo, desde 1975, la Conferencia sobre la Seguridad y la Cooperación en Europa también se ha esforzado por demostrar que el desarme no supone toda la paz. El respeto de la persona y de sus derechos, la solidaridad entre los pueblos, el reparto de las convicciones y realizaciones del genio humano, resultan todavía más decisivos para la demanda y consolidación de la paz.

Por ello, la Delegación de la Santa Sede se regocija en particular al constatar que el “segundo círculo” de nuestra Conferencia transparenta las inalterables exigencias de una activa solidaridad que debería animar a toda la cooperación técnica, científica, comercial cultural o de cualquier otro tipo. Ciertamente que en Europa las diversas regiones se encuentran en diferentes estados de desarrollo, con distintos niveles de Vida en sus poblaciones. La evolución de las técnicas no tiene el mismo ritmo en todas partes. Promover, partiendo de una realidad tan variada, una auténtica cooperación europea no es cosa fácil. Es de desear que los encuentros previstos antes de la próxima reunión de Helsinki permitan a los países participantes elegir lo que convenga a la comunidad antes que los intereses de “cada uno de ellos”.

Las posibilidades ofrecidas por el desarrollo científico y técnico son, sin duda alguna, positivas. Sin embargo, deben estar bien orientadas, es decir, puestas al servicio del hombre. Con razón, por ejemplo, nuestro texto recuerda la dimensión ética inherente a toda búsqueda en materia biotecnológica. Es indispensable, pensamos, que se controlen eficazmente los equilibrios entre los diversos sistemas económicos y que se repartan con justicia las riquezas tecnológicas u otros productos de los que otros han sabido dotarse.

5. Finalmente, lo que está en juego es el hombre. Lo que nuestros contemporáneos esperan del proceso de Helsinki es que les dé la posibilidad de ser plenamente hombres, en el respeto de sus aspiraciones materiales y espirituales.

Por ello, la Santa Sede no ha cesado de alentar los esfuerzos y los textos que, desde 1975, han intentado garantizar mejor no sólo el respeto de las libertades fundamentales, sino también el disfrute efectivo de sus correspondientes derechos. La Iglesia católica afirma, por su parte —como el Papa Juan Pablo II lo recordaba hace algunos meses al Consejo de Europa en Estrasburgo— que “existe en el hombre una conciencia irreductible a los condicionamientos que pesan sobre ella, una conciencia capaz de conocer su dignidad propia y de abrirse al absoluto, una conciencia que es la fuente de las fundamentales elecciones guiadas por la búsqueda del bien tanto para los otros como para sí, una conciencia que es el lugar de una libertad responsable”. (L’Osservatore Romano, Edición en Lengua Española, 6 de noviembre, 1988, pág. 6).

En este contexto, la libertad de pensamiento, de conciencia y de religión o de convicción es donde alcanza toda su dimensión. La reunión de Viena ha tratado este tema ampliamente y, permitame decirlo aquí, Señor Presidente, la Santa Sede ha apreciado particularmente el constante interés manifestado por las distintas Delegaciones sobre este problema fundamental. Como afirmaba hace algunos días el Papa Juan Pablo II al recibir la felicitación del Cuerpo Diplomático acreditado ante la Santa Sede, “El derecho a la libertad de religión está tan estrechamente ligado a los demás derechos fundamentales, que se puede sostener con justicia que el respeto de la libertad religiosa es como un ‘test’ de la observancia de los otros derechos fundamentales” (L’Osservatore Romano, Edición en Lengua Española, 22 de enero, 1989, pág. 23).

En Viena hemos partido de una constatación: la libertad de religión aparece en casi todas las Constituciones de los Estados firmantes del Acta Final, pero en realidad es la libertad que se viola más a menudo. Por ello, la pretensión de los negociadores ha sido la de redactar un texto preciso y sin ambigüedad, que permita a todos los creyentes y a sus comunidades tener no sólo la posibilidad de practicar su fe religiosa. sino también de poder manifestarse personalmente y en comunidad como tales, en el seno de la sociedad.

Así, importantes elementos —alguno de ellos es la primera vez que aparecen en un texto de este género— figuran en el Documento Final:

— el libre acceso a los lugares de culto;

— el derecho de las comunidades a organizarse y administrarse conforme a su estructura jerárquica e institucional;

— el derecho de adquirir, poseer y utilizar el material religioso necesario para la práctica de la religión;

— el derecho a dar y a recibir una educación religiosa a los niños y a los adultos;

— el acceso de las comunidades creyentes a los mass-media;

— la posibilidad de emprender contactos directos entre fieles y comunidades, tanto en el seno del territorio nacional como en el extranjero.

No debemos olvidar que la opinión pública no dejará de ver en estas disposiciones no una regresión sino un progreso sustancial, un avance sin retorno que honra la madurez y el sentido humano de los responsables de las naciones europeas. Es fundamental que todo hombre —sea quien fuere y esté donde esté— pueda proseguir libremente su búsqueda de la verdad. seguir la voz de su conciencia, adherirse a la religión que elija, profesar públicamente su fe, pertenecer libremente a una comunidad religiosa organizada e informarse de las diferentes visiones del mundo. Es lo que piden todos los creyentes y de un modo más general los hombres prendados por la tolerancia. Es necesario que en adelante la libertad de religión aparezca cada vez más como una verdadera libertad civil y social.

Por todo ello, una vez más, Señor Presidente, la Delegación de la Santa Sede llama la atención de este cualificado auditorio sobre la suerte reservada a las comunidades católicas de rito oriental en alguno de los países participantes. Esperamos que tras Viena y gracias a ella, estas comunidades condenadas a vivir desde hace numerosos años en la clandestinidad recuperen la legitimidad civil a la que aspiran.

Con esta finalidad, mi Delegación recomienda las “consultas con los cultos, instituciones y organizaciones religiosas” evocadas también en el Documento de clausura a fin de “llegar, como hace falta, a una mejor comprensión de las exigencias de la libertad religiosa”. Mediante el diálogo confiado y no por medio de la confrontación o la prevención se instauran la confianza y la seguridad entre los distintos miembros de una sociedad y, por tanto. entre los pueblos.

Permitidme una vez más, Señor Presidente, que cite al Papa Juan Pablo II, quien exclamaba en su reciente encuentro con el Cuerpo Diplomático: “¡No hay paz sin libertad!... ¡No temáis a los creyentes!”. Y refiriéndose a su Mensaje para la celebración de la Jornada mundial de la Paz de 1988, añadía: “La fe religiosa aproxima y une a los hombres, los hermana, los hace más solícitos, más responsables, más generosos en la dedicación al bien común” (L’Osservatore Romano, Edición en Lengua Española, 20 de diciembre, 1987, pág. 1).

6. De idéntica calidad nos parece también la parte del Documento Final consagrada a la cooperación en el sector humanitario y en otros campos. Estos puntos tratan esencialmente de poner en marcha las acciones para resolver en particular las situaciones humanamente dolorosas, prestando atención a asentar las condiciones favorables para los contactos espontáneos entre europeos, preocupados por desarrollar el intercambio de las más nobles realizaciones de la creatividad del individuo; los parágrafos relativos al «tercer círculo» están dedicados a derribar las barreras para así facilitar la urgente necesidad de una verdadera comunidad europea.

El capítulo titulado “Dimensión humana de la Conferencia sobre la Seguridad y la Cooperación en Europa”, con los mecanismos de cooperación que prevé y la convocatoria de una Conferencia en tres etapas sobre el mismo tema, representa un motivo de gran esperanza. La Delegación de la Santa Sede se congratula al constatar que tras muchas reticencias se haya alcanzado el consenso sobre las modalidades de estas iniciativas. Los desarrollos producidos en más de un país de Europa Central y Oriental, que van en el sentido que la Conferencia sobre la Seguridad y la Cooperación en Europa no ha cesado de desear y de recomendar desde su fundación, no son extraños a este prometedor resultado.

Señor Presidente, pienso que todos los creyentes coincidirán en este ambicioso programa. Para ello, aportarán su colaboración, convencidos de que no habrá una Europa digna de la vocación que le ha reconocido la historia, sin una renovación de las conciencias.

A partir de su común identidad, modelada sobre todo por el cristianismo, a pesar de sus debilidades y rupturas con la historia, los europeos han sabido adquirir el dominio de la naturaleza, desarrollar las ciencias y las técnicas y forjar un humanismo abierto a la trascendencia. ¡Es impensable que hoy sean incapaces de recoger los grandes desafíos del final del segundo milenio!

Lo mismo que ayer, la Europa más fraterna y segura que estamos construyendo poco a poco no se hará si no es con el hombre y por el hombre. ¡Nunca contra él! Es necesario que en el seno de cada Estado todo ciudadano se sienta parte implicada en la construcción de la sociedad nacional y europea, participando en las diferentes estructuras de concertación y de gestión. También hace falta que cada uno pueda expresar sus opiniones y se le escuche. Nadie puede ser apartado arbitrariamente de los diversos grupos que constituyen el cuerpo social. Todos deben poder profesar sin miedo sus creencias. En una palabra, todo el mundo debe ser considerado y vivir como una persona libre y responsable.

7. Concluyendo, Señor Presidente, me permitiría citar una frase tomada de la Constitución del Concilio Vaticano II sobre “La Iglesia en el mundo actual” y que me parece de alcance universal: “El porvenir de la humanidad está en manos de aquellos que sepan dar a las generaciones venideras razones para vivir y para esperar” (n 31 ) Al comenzar el año nuevo, éste es mi deseo para cada uno de nosotros.

Angelo SODANO
Arzobispo titular de Nova di Cesare,
Secretario del Consejo para los Asuntos Públicos de la Iglesia


*L'Osservatore Romano. Edición semanal en lengua española n.18 p.17, 18.

 


 

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