INTERVENCIÓN DE MONS EDUARDO MARTÍNEZ SOMALO,
Señor Presidente de la Conferencia, A ésta como a las anteriores Conferencias organizadas por la UNESCO, la Santa Sede ha estado presente y agradece poder intervenir en el tema sobre "Políticas culturales en América Latina y el Caribe". Tiene especial significación no sólo reunirnos en Santa Fe de Bogotá, sino además poner en común experiencias y aspiraciones por un desarrollo cultural, el cual no puede prescindir del patrimonio cristiano. En tema tan medular para el progreso humano, la Iglesia tiene, además de sus realizaciones en el pasado y presente, una palabra y un mensaje que desea compartir con; quienes de buena voluntad buscan un mundo mejor. Al dilucidar la identidad cultural, el Concilio Vaticano II considera la cultura como medio para que la persona alcance un nivel de vida plenamente humano. Por otra parte, el aspecto histórico y social de la cultura se manifiesta en pluralidades y en formas sociales y religiosas que constituyen el patrimonio de cala grupo humano (Gaudium et spes, 53). Experimentamos profundos cambios que anuncian una nueva cultura, algunas de cuyas características son relaciones sociales e internacionales más estrechas, conocimientos más profundos de las ciencias naturales y humanas, como también modernas técnicas de humanismo e industrialización. Además de esto, hoy día se desarrolla mucho más el sentido de la autonomía y de la responsabilidad, y así el hombre, artífice de la cultura, empieza a vislumbrar un nuevo humanismo (ib., 54-55). No es fácil promover el diálogo entre culturas sin amenazar en cierto modo la índole propia de cada pueblo; no es tampoco fácil combinar el avance dinámico con los valores de la tradición, la cultura humanística con la científica y especializada, y evitar, en fin, un humanismo puramente materialista en contraste con un humanismo integral que promueva, como señala la Populorum progressio (núm. 42), a todo el hombre en sus dimensiones y necesidades materiales y espirituales, y a todos los hombres. Pedimos con el Concilio, que se reconozca el derecho personal a la cultura de todos y especialmente de la gran población marginada. Son muy dicientes las palabras de Pablo VI en su mensaje al Congreso de la UNESCO de 1965 en Teherán. transcritas en su Encíclica Populorum progressio (núm. 35): "La alfabetización es para el hombre un factor primordial de integración social, no menos que de enriquecimiento personal; para la sociedad un instrumento privilegiado de progreso económico y de desarrollo". Esa cultura integral, para estar de acuerdo con la naturaleza racional y social del hombre, según su dignidad, debe ser libre y respetada; más aún, no debe ser puesta al servicio de los poderes políticos o económicos (ib., 59). Además, insiste el Papa en la Populorum progressio (núm. 41), los pueblos pobres pueden caer en la tentación que les viene de los pueblos ricos: la conquista de la prosperidad material, el "tener más", cuando la cultura auténticamente humana busca "ser más" para valer más. Al referirnos a la cultura latinoamericana no podemos olvidar el fecundo pasado misionero de cuantos —como decía el Papa aquí en Bogotá— han trazado los surcos del Evangelio en estos campos tan amplios, tan inaccesibles, tan abiertos y tan difíciles para la sincera vitalidad religiosa y social. La obra cultural de la Iglesia, realizada con esfuerzos sobre-humanos en los siglos de vida de estos pueblos, no puede desconocerse cuando se trazan planes de política cultural, pues ésta debe anclarse en el pasado para abrir perspectivas al futuro. Desconocer la herencia religiosa de América Latina cuando se trazan políticas culturales sería caer en el error que se enrostra al pasado de no haber integrado el patrimonio cultural de los pueblos indígenas. En educación, factor primordial de la cultura, propone la Iglesia que se privilegien aquellos sectores más necesitados, como serían en nuestro continente, los indígenas, los emigrados de zonas rurales y los campesinos dispersados por vastas regiones. Se trataría no de imponer, sino de capacitar para que desarrollen creativa y originalmente sus justos y adecuados modos de vida. Como en la cultura, también en la educación se ha de respetar la autodeterminación. Por eso las instituciones educativas de la Iglesia tienen el derecho de ser reconocidas. Finalmente, si bien el Evangelio no se identifica con la cultura (Evangelii nuntiandi, 20), sin embargo no es incompatible con las culturas; las impregna sin someterse a ninguna. Por eso nuestra fe cristiana, que estimula y promueve el desarrollo cultural, nos exhorta con el Papa a abrirnos en diálogo fraternal con aquellos que sinceramente buscan los auténticos valores humanos, vale decir, una verdadera política cultural en la que la Iglesia siempre tendrá, como en el pasado, una actitud de servicio por la promoción integral de todo hombre y de todos los hombres. *L'Osservatore Romano. Edición semanal en lengua española n.6 p.8.
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