DISCURSO DE S.E. MONS PAUL RICHARD GALLAGHER EN LA XV CONFERENCIA MINISTERIAL DE LA UNCTAD “FROM INEQUALITY AND VULNERABILITY TO PROSPERITY FOR ALL” Bridgetown, 5 de octubre de 2021 Señora Presidenta: En primer lugar, la Santa Sede desea dar las gracias al Gobierno de Barbados por haber albergado virtualmente esta Conferencia Ministerial. También deseamos expresar nuestra sincera felicitación a la Sra. Rebecca Grynspan por su nombramiento como Secretaria General de la UNCTAD. Sin duda, los Estados convocados en esta Conferencia Ministerial mantienen la firme convicción de que nuestra histórica colaboración se traducirá en el avance del objetivo central de esta Conferencia: "Prosperidad para todos". La situación mundial de Covid-19 ha provocado la recesión más grave desde la Segunda Guerra Mundial. Aunque la pandemia ha afectado a todo el mundo, sus consecuencias, en términos de salud y medios de vida, han afectado de forma desproporcionada a las personas más vulnerables. Incluso en los países de renta alta, el impacto económico ha sido muy variado. Aquellos con habilidades digitales y activos financieros han obtenido beneficios, mientras que los que carecen de esos recursos se han quedado más atrás, y las mujeres, los jóvenes y los inmigrantes han sido los más afectados. El daño en los países en desarrollo, donde el espacio fiscal es limitado, ha sido aún mayor, con niveles de pobreza e inseguridad alimentaria que han aumentado a pesar de los años de progreso en estos ámbitos. Así pues, la pandemia ha puesto de manifiesto de forma dramática las fisuras y fragilidades existentes en el modelo económico imperante. Como ha señalado el Papa Francisco, se trata de un modelo que "favorece normalmente la identidad de los más fuertes que se protegen a sí mismos, pero procura licuar las identidades de las regiones más débiles y pobres, haciéndolas más vulnerables y dependientes. De este modo la política se vuelve cada vez más frágil frente a los poderes económicos transnacionales que aplican el “divide y reinarás” (Fratelli tutti, n. 12). Además, la desigualdad extrema ha resurgido como característica predominante del mundo contemporáneo. Son muchos los factores que pueden explicar el progresivo deterioro de este escenario, tanto dentro de los países como entre ellos. El cambio tecnológico y la alta velocidad de la (hiper) globalización han contribuido a la disminución de los salarios reales de los trabajadores, así como a la aceleración de la desindustrialización, que ha acabado con muchos centros de producción. Sin embargo, la tecnología por sí sola no puede explicar la magnitud de los cambios de los últimos decenios. Los mercados financieros no regulados y las instituciones con horizontes a corto plazo han sido un factor catalizador de estas tendencias. La emergencia generada por la pandemia ha desafiado, aunque no eliminado, esta actitud. Al disminuir los salarios, millones de personas se han visto sumidas en la pobreza, lo que ha retrasado los objetivos de reducción de la pobreza en casi una década. De hecho, las fisuras de la economía mundial han quedado dramáticamente expuestas. Además, los que ya se encontraban en una situación vulnerable, las personas que se enfrentaban a graves problemas financieros antes de la pandemia, se han visto afectadas de forma desproporcionada por sus efectos negativos. Respuestas a las dimensiones interrelacionadas de las desigualdades Esta crisis ofrece una oportunidad única para un cambio sostenible. En el escenario actual, todavía peor que la propia crisis, sería la tragedia de desaprovechar las posibles lecciones aprendidas al encerrarnos en nosotros mismos. La familia humana tiene la oportunidad de " ir más allá de los enfoques tecnológicos o económicos a corto plazo y tener plenamente en cuenta la dimensión ética en la búsqueda de soluciones a los problemas actuales o en la propuesta de iniciativas para el futuro", con el objetivo de lograr un auténtico desarrollo humano integral que sólo puede alcanzarse " cuando todos los miembros de la familia humana están incluidos en la búsqueda del bien común y contribuyen a él"[1]. como afirma el Papa Francisco. Sin embargo, avanzar en esta dirección y lograr un progreso sustancial en la inclusión económica y social requerirá importantes cambios políticos y normativos en varios ámbitos. En primer lugar, la lucha contra la desigualdad rampante no puede lograrse sin la redistribución fiscal y el aumento de la progresividad de los esquemas impositivos sobre la renta. La aplicación adecuada del impuesto de sociedades, especialmente de las empresas multinacionales (EMN), es igualmente importante. Una mejor fiscalidad puede redistribuir una parte de las rentas que obtienen las grandes empresas y ayudar a crear bases impositivas, especialmente en los países en desarrollo. Sin embargo, esto no resuelve los problemas estructurales, como la persistente brecha de productividad entre las pequeñas y medianas empresas (PYMES) y las grandes empresas, que es un importante motor del aumento observado de la desigualdad, incluida la salarial. La pandemia de COVID-19 no sólo ha aumentado la desigualdad dentro de los países, sino que también ha puesto en jaque los presupuestos públicos de muchas economías en desarrollo, exponiendo sus deudas soberanas a la inestabilidad financiera mundial. Estas economías se han enfrentado a más limitaciones que los países desarrollados en sus esfuerzos por movilizar recursos fiscales nacionales para responder a la pandemia. Un primer paso para superar esta división fue la decisión del G20 y el Club de París de suspender los pagos del servicio de la deuda bilateral para un número determinado de países vulnerables en desarrollo. Se necesita un enfoque multilateral mucho más ambicioso para la reestructuración y el aligeramiento de la deuda. Este enfoque debería tener como objetivo unos calendarios de amortización sustanciales para la deuda externa pública de las economías en desarrollo, junto con la ampliación del uso de los Derechos Especiales de Giro (DEG) y de la Ayuda al Desarrollo (AOD) para apoyar las estrategias nacionales de desarrollo. Como ha afirmado el Papa Francisco, "Es importante que la ética reencuentre su espacio en las finanzas y los mercados se pongan al servicio de los intereses de los pueblos y del bien común de la humanidad"[2] Efectivamente, debemos reafirmar que facilitar la buena gobernanza mundial es un ingrediente esencial para un entorno internacional capaz de promover el desarrollo sostenible. También es necesario un enfoque más ambicioso y un reequilibrio del sistema multilateral para que los países en desarrollo puedan aprovechar el espacio político para la transformación estructural y la convergencia. La desigualdad, de hecho, bloquea aún más su satisfactoria integración en la economía mundial. Reforzar la cooperación internacional y dotar a cada país de los medios adecuados para hacer frente a los retos actuales representaría una inversión en la capacidad de recuperación del sistema. La salud y el acceso a los medicamentos y las vacunas es otro ámbito caracterizado por importantes desigualdades que podrían tener repercusiones significativas en el futuro y riesgos peligrosos para la resiliencia sistémica. En el escenario de la pandemia, que evoluciona rápidamente, una exención de las normas de propiedad intelectual de la Organización Mundial del Comercio (OMC), como la propuesta por Sudáfrica y la India, y apoyada desde el principio por la Santa Sede, sería un paso vital y necesario para acabar con esta pandemia, al permitir un acceso adecuado y rápido a las vacunas, los diagnósticos y los tratamientos para todos los países. En particular, dadas las diferentes tecnologías y los desafíos relacionados con las vacunas contra el COVID-19, dicha exención debería combinarse con la garantía de compartir abiertamente los conocimientos técnicos y la tecnología de las vacunas. Por último, en la búsqueda de la estabilización del clima y la justicia climática, la inversión necesaria en la descarbonización de nuestras economías y la puesta a disposición de fondos suficientes para lograr este fin, representan una oportunidad para canalizar los recursos hacia las áreas más necesitadas de reestructuración industrial. Además, es crucial que encontremos formas de conciliar la política climática, industrial y social dentro de una perspectiva estratégica e integral. A la vista de las tendencias climáticas actuales, la transformación hacia una economía más sostenible requiere mejorar la capacidad de los países y las economías para adaptarse a temperaturas más altas, por lo que es necesario comprender mejor cómo el comercio y el desarrollo se verán afectados por un mundo más cálido. La mitigación y la adaptación son dos caras de la misma moneda en la lucha contra el calentamiento global, y deben complementarse facilitando una aplicación adecuada en los países en desarrollo. Conclusión La extrema desigualdad que ha surgido en las últimas décadas se fundamenta en una ideología individualista que ha abandonado la noción del bien común en una casa común con horizontes comunes. La inversión y la prosperidad se han desvinculado de las nociones de contrato social y de compromiso con una sociedad solidaria; más bien, hoy se perciben simplemente desde la perspectiva de las fuentes de beneficio. El Papa Francisco advirtió que "el individualismo radical es el virus más difícil de vencer. Engaña. Nos hace creer que todo consiste en dar rienda suelta a las propias ambiciones, como si acumulando ambiciones y seguridades individuales pudiéramos construir el bien común" (Fratelli tutti, 105). En este contexto, la deuda mutua se ha convertido en el pegamento que mantiene unidas a nuestras comunidades, cada vez más segmentadas y ansiosas. Sin embargo, a medida que un número cada vez mayor de hogares, empresas y gobiernos se han vuelto dependientes del endeudamiento, en un contexto de lento crecimiento de la productividad, estancamiento de los salarios y precariedad del empleo, la deuda se ha convertido en un disolvente que corroe la confianza y la solidaridad de las que depende una sociedad justa y sana. Es necesaria una nueva ética del bien común. Constituye la base de una formulación de políticas capaz tanto de abordar las desigualdades estructurales que subyacen a nuestro mundo profundamente dividido y cada vez más frágil como de dar rienda suelta al espíritu de ingenio y creatividad humanos, que se necesita urgentemente para reconstruir mejor la devastación de la pandemia de Covid-19. Este enfoque ético del desarrollo tiene que plasmarse en una nueva arquitectura multilateral que nos permita pasar la página de años de egoísmo y pérdida de valores y cultura cívica. Durante las últimas cuatro décadas, la hiperglobalización ha representado la narrativa que guía las relaciones internacionales, en las que el poder territorial de los Estados fuertes se ha entrelazado con el poder extraterritorial de las grandes corporaciones con pies de plomo. Como consecuencia, la comunidad internacional ha sido completamente incapaz (o, peor aún, no ha querido) presentar propuestas integrales para aliviar las dificultades de los países más pobres y, en particular, de las comunidades más pobres. Dado el abrumador impacto de la pandemia de COVID-19, el llamamiento a una asociación mundial para el desarrollo sostenible va mucho más allá del compromiso moral de "no dejar a nadie atrás". En un mundo cada vez más interconectado, también debe basarse en la consideración y la acción a largo plazo relacionadas con los bienes públicos mundiales, los posibles efectos indirectos entre las naciones y, en última instancia, la resiliencia sistémica del mundo. De acuerdo con esto, ha llegado el momento de recuperar la noción de interdependencia y de reconstruir el multilateralismo en torno a los ideales de justicia social y responsabilidad mutua entre las naciones y dentro de ellas. Sólo así podremos esperar calibrar la economía mundial hacia una visión del siglo XXI de estabilidad, prosperidad compartida y sostenibilidad medioambiental, y garantizar un futuro resistente y próspero para todos Señora Presidenta: Hace setenta y seis años, el sentido de la solidaridad internacional, la acción (y el sacrificio) colectivos, así como los esfuerzos locales, proporcionaron la inspiración y la motivación para los encargados de construir un mundo mejor después de los conflictos. En ese contexto, la prosperidad se consideraba tan esencial como la paz, y asegurar una se consideraba necesario para lograr la otra. Guiados por esta visión y estos principios, los Estados participantes en la primera Conferencia de las Naciones Unidas sobre Comercio y Desarrollo, celebrada en Ginebra, expresaron su determinación de "buscar un sistema mejor y más eficaz de cooperación económica internacional que haga desaparecer la división del mundo en zonas de pobreza y zonas de abundancia y que traiga la prosperidad a todos.". Pidieron la abolición de la pobreza en todas partes y consideraron esencial que "la corriente del comercio mundial contribuya a eliminar las hondas diferencias económicas entre las naciones... La obra de desarrollo", añadieron, "ha de hacerse en beneficio de todo el pueblo"[3]. Sin la UNCTAD, el diálogo y la búsqueda de consenso entre los países en desarrollo y los desarrollados habrían sido menos ricos, eficaces y significativos. En un mundo cada vez más interdependiente, como demuestran los efectos de la actual pandemia, el papel de la UNCTAD sigue siendo válido y necesario si queremos maximizar las ventajas de la globalización y minimizar sus consecuencias negativas. La Santa Sede cree, por lo tanto, que esta Conferencia debe seguir comprometida con sus ideales, y por lo tanto centrarse en cómo la comunidad internacional puede garantizar que la UNCTAD desempeñe su papel pleno y significativo en apoyo de la nueva agenda mundial de desarrollo, con una atención particular a las necesidades de los países y de las personas pobres. La crisis que está paralizando la OMC es una prueba fehaciente de que lo que está en juego en esta Conferencia es más importante que nunca. La UNCTAD debería aprovechar esta oportuna ocasión para reafirmar la centralidad del multilateralismo y relanzar el diálogo sobre verdaderas reformas en materia de comercio, finanzas y desarrollo. Esto supondría un cambio de ritmo significativo y necesario. Gracias, señora Presidenta. ____________________ [1] Mensaje del Papa Francisco al Foro Económico Mundial, 21 de enero de 2021. Disponible en hiips://press.vatican.va/content/salastampa/it/bollettino/pubblico/2020/01/21/0038/00083.html [2] Discurso del Papa Francisco a los participantes en la Conferencia sobre la inversión de impacto para los pobres, Roma 16 de junio de 2014. Disponible en: https://w2.vatican.va/content/francesco/en/speeches/2014/june/documents/papa- francesco_20140616_convegno-justpeace.html [3] Acta final de la UNCTAD I, adoptada el 15 de junio de 1964. Preámbulo, §§1, 4. ____________________ Boletín de la Oficina de Prensa de la Santa Sede, 6 de octubre de 2021. |