Excelentísimo Señor Embajador Patricio Zuquilanda
Ministro de Relaciones Exteriores de la República del Ecuador
Con ocasión de la 34a Asamblea General de la OEA, Su Santidad Pablo II me ha encargado hacer llegar un cordial saludo a Vuestra Excelencia, a los Excelentísimos Señores Ministros de Relaciones Exteriores de los Estados Americanos y del Caribe, al Excelentísimo Señor Secretario General de la Organización de los Estados Americanos, Doctor César Gaviria, y a los Representantes de los Países Observadores.
Han pasado ya casi 25 años, desde el 6 de octubre de 1979, cuando el Santo Padre visitó la sede de la OEA en Washington, siendo ésta la primera entre las muchas organizaciones e instituciones internacionales -después de su visita a las Naciones Unidas- donde ha tenido la oportunidad de dirigir su mensaje de paz y de amistad.
En aquella circunstancia, el Papa, "con absoluto respeto" y en "espíritu de servicio", expuso algunas reflexiones sobre la realidad internacional, comenzando con una observación que sigue teniendo actualidad. "La paz es un don precioso que vosotros tratáis de preservar para vuestros pueblos. Estáis de acuerdo conmigo en que no es acumulando armas cómo se logra asegurar esta paz duradera de forma estable. Aparte de que tal acumulación aumenta en la práctica el peligro de hacer recurso a las armas para solucionar las disputas que pueden surgir, resta considerables recursos materiales y humanos a los grandes cometidos pacíficos del desarrollo, que son tan urgentes" (Discurso a la OEA, n. 2, 6.X.1979).
En estos últimos años, la atención mundial se ha concentrado, por tristes y obvias razones, en el problema de la seguridad. La OEA, al final de la Conferencia Especial sobre la Seguridad, que tuvo lugar el 28 de octubre pasado en la Ciudad de México, aprobó también una Declaración al respecto. En ella se afirma, entre otras cosas, que la paz es un valor en sí mismo, basado "en la democracia, la justicia, el respeto a los derechos humanos, la solidaridad, la seguridad y el respeto al derecho internacional" (cf. Declaración sobre Seguridad en las Américas, art. 3).
Estos ‘pilares de la paz’ tienen un fundamento común: el derecho a la vida. Es un derecho que, para ser ejercido plenamente, exige que se den unas condiciones de vida dignas: alimentación, vivienda, educación, asistencia sanitaria, trabajo, libertad, etc. Para garantizar dichas condiciones se necesitan ingentes recursos económicos que, por desgracia, escasean a menudo. Sin embargo, cuántas riquezas, incluso hoy, se siguen dilapidando cuando se acumulan instrumentos de guerra cada vez más sofisticados, mientras, por otra parte, falta lo necesario para el desarrollo integral del hombre.
En muchas naciones del mundo siguen circulando todavía demasiados armamentos, cuando es mucho más necesario disponer de viviendas, escuelas, carreteras, luz, agua potable y medicinas.
Se debe reconocer que la OEA ha sido también una organización pionera en este campo. En efecto, es la primera institución regional que ha adoptado la "Convención Interamericana contra la Fabricación y el Tráfico Ilícitos de Armas de Fuego, Municiones, Explosivos y Otros Materiales Relacionados" (10.VI.1998), la cual ha celebrado recientemente su primera Conferencia para examinar su aplicación (Bogotá, 8-9.III.2004). El fenómeno del tráfico de armas, relacionado con frecuencia con otros comercios ilícitos, representa un grave problema para el desarrollo integral del mundo.
Aunque sea un primer paso importante, sin embargo no es suficiente dotarse de instrumentos técnico-jurídicos adecuados si no se insiste en la consideración ética de la dignidad humana. Esta consideración debe basarse en un proceso de construcción de la paz que vaya a la raíz del flagelo de la violencia, que hoy se encuentra en el corazón del hombre.
Como afirmaba el Santo Padre en el mencionado discurso a la OEA: "Cuando hablamos del derecho a la vida, a la integridad física y moral, al alimento, a la vivienda, a la educación, a la salud, al trabajo, a la responsabilidad compartida en la vida de la nación, hablamos de la persona humana (...). Todo lo que vosotros hacéis por la persona humana detendrá la violencia y las amenazas de subversión y desestabilización" (nn. 5 y 6, 6.X.1979).
Por tanto, sólo la conciencia de la sacralidad de la vida y su pleno respeto en cada etapa de su evolución, desde su concepción hasta la muerte natural, puede poner las bases para la construcción de una auténtica "ciudad de la paz". A su vez, el pleno respeto del derecho a la vida comporta también el ingente e indispensable trabajo de erradicar todo lo que impide que ésta sea vivida de manera digna, es decir, la pobreza, con sus múltiples causas y sus numerosas víctimas.
Algunos Países de la región tienen urgente necesidad de ayudas internacionales para superar momentos difíciles y poder financiar proyectos de desarrollo que constituirán la base de una paz duradera. Con frecuencia se pide a la Santa Sede que recomiende tales proyectos. Aprovecho, pues, esta ocasión para invitar a los Países con más recursos y a las instituciones financieras a hacer un esfuerzo generoso al respecto, concientes de que una ayuda incondicionada inmediata, a la vez que contribuye a la construcción de la paz y de la seguridad, es siempre una gran inversión para el futuro.
Hago llegar a todos y a cada uno de los participantes en esta Asamblea General mis votos por un fructífero y sereno trabajo, mientras me complace renovar a Usted, Señor Ministro de Relaciones Exteriores, los sentimientos de mi mas alta y distinguida consideración.
ANGELO CARD. SODANO
SECRETARIO DE ESTADO DE SU SANTIDAD
*L'Osservatore Romano 7/8.6.2004 p.6.
L'Osservatore Romano. Edición semanal en lengua española n.25 p.8.