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INTERVENCIÓN DEL ARZOBISPO JAVIER LOZANO BARRAGÁN ANTE LA COMISIÓN DE ESTUPEFACIENTES DE LA ONU*
Viena, 16-17 de abril de 2003 Sr. Presidente: Permítame expresarle mis felicitaciones por su nombramiento y augurar que nuestro estudio sea muy fructuoso al evaluar el progreso, ver las dificultades y sugerir nuevos recursos para alcanzar las metas y objetivos trazados en la Declaración política adoptada en la Asamblea General de Naciones Unidas, en su XX Sesión. En la Santa Sede, en cuanto al progreso, nos referimos a la labor educativa para evitar el abuso de los estupefacientes. En efecto, entre otras realizaciones, hemos publicado un Manual titulado "Iglesia, Droga y Toxicomanía", como guía práctica para educar y responder a las preguntas más comunes que se suelen hacer en el campo de la prevención y acompañamiento en el fenómeno de la droga. Este Manual, editado en 7 lenguas, lo ponemos a disposición de esta Comisión. Hemos dirigido y realizado Congresos, Conferencias y sesiones de estudio, e impulsado centros de rehabilitación en varios países del mundo, acompañando y animando a las comunidades terapéuticas. Como dificultad constatamos la deficiencia de una educación íntegra y global de las nuevas generaciones, que, centrada en la dignidad de la persona humana y sus valores, sea la prevención radical que podamos ofrecer. Para responder a esta dificultad sugiero que resaltemos más fuertemente el papel que juega la educación global en la lucha contra el abuso de la droga. En efecto, en la demanda de la droga el drogadicto busca nuevas sensaciones que le causen experiencias inéditas de placer; pero al hacerlo rompe totalmente su armonía, destruye su persona, el tejido social y el mismo ambiente. En la oferta de la droga, el productor y el traficante buscan el dinero, el poder y el bienestar; pero su bienestar es sólo ilusión, pues se arruinan a sí mismos y dejan a su paso un vacío total social, ambiental y espiritual. Hay crisis de interioridad en las generaciones contemporáneas. Buscan colmar su vacío con toda clase de sensaciones. Su eslogan sería, "siento, luego existo". Muchos programas de televisión y los juegos vídeo la propician presentando un mundo virtual imaginario de placer, violencia y poder. La droga sería una llave fácil y a la mano para entrar en él. Habrá que cambiar esta perspectiva con una visión global del hombre, física, psíquica, social, ambiental y espiritual; fruto de una educación global que parta de una Ética global objetiva radicada en la construcción de la persona. Su principio básico es: "lo que construye al hombre es bueno, lo que lo destruye es malo". Indicamos algunos pasos importantes de esta educación global: Aprender a reflexionar sobre sí mismo, a distinguir entre bienestar y felicidad, a descubrir el valor de la vida, a afrontar la vida y sus dificultades. Comprender el auténtico sentido de la vida, del placer y de la sexualidad. Cultivar actitudes responsables frente a la vida, saber desarrollarse por etapas. Practicar la virtud de la templanza, controlarse y conocer los límites de la propia conducta, saber elegir y saber decir "no" cuando sea necesario, aprender a respetar las leyes. Saber esperar, ejercitar correctamente la voluntad, la razón, la libertad y la responsabilidad, respetar el propio derecho de no perjudicarse a sí mismo. Aprender a vivir para los demás. Se trata de un esfuerzo educativo bastante complejo, que como tal debe ser resultado de un esfuerzo conjunto. Es una tarea insustituible de parte de los padres de familia, a la que se deben sumar las demás agencias educativas: familia, escuela, Iglesia, Estado, comunidad internacional, ambiente social sano, medios de comunicación, etc. Se exigen planes nacionales de reeducación en los que toda la sociedad se sienta implicada. En este esfuerzo colectivo las comunidades terapéuticas juegan un papel muy importante y constituyen un invaluable apoyo, del que no se debe prescindir. Es necesario que los educadores acojan al drogadicto y lo acompañen en su lucha contra su adicción, que lo escuchen, que escojan la manera apropiada de hablar a quienes se encuentren inmersos en este problema, que les ayuden a restituirse a sí mismos su propia dignidad frente a la vida y que apoyen especialmente a las familias de los mismos en esta difícil reeducación.
*L’Osservatore Romano, 2-3.5.2003 p.2. |