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HOMILÍA DEL CARDENAL ANGELO SODANO
EN LA MISA DE LA FIESTA NACIONAL ARGENTINA

Iglesia nacional argentina en Roma
Lunes 25 de mayo de 1998

 

Señor embajador;
queridos hermanos y hermanas en el Señor:

El 25 de mayo de cada año, en coincidencia con su fiesta nacional, nos invita a rezar por la República Argentina, y así en esta celebración, pedimos a Dios que acompañe y bendiga el caminar de esta nación. La historia de los últimos cinco siglos de esas tierras nos ofrece el testimonio de la presencia permanente de Cristo en medio de sus habitantes, pues el Evangelio fue sembrado en esa «terra argentea» a los pocos años del descubrimiento de América, con las expediciones de Magallanes, Caboto, Mendoza, Almagro, Núñez del Prado y otros. Por medio de la acción de los numerosos misioneros y evangelizadores, la palabra y los sacramentos de Cristo no han cesado de edificar la Iglesia en Argentina, en cuyas costas patagónicas se celebraron en 1519, durante el viaje de Magallanes, las primeras misas.

En los años de la presencia española, la religión católica fue consolidándose como parte sustancial del alma de los argentinos y así, a las puertas de la revolución de mayo de 1810, leemos en un Memorial del Comisionado de la Junta Suprema de Sevilla en Buenos Aires, don Joaquín de Molina: «La religión católica domina los corazones de estos habitantes» (Carta a S.M., Santiago de Chile, 19 de marzo de 1809, AGI, Aud. de Bs. As., 155). En los casi dos siglos de vida nacional independiente, la evangelización se ha afianzado en el país, abarcándolo todo, desde el extremo norte hasta la Patagonia. Las grandes corrientes migratorias, provenientes de España, Italia, Alemania, Francia, Suiza, Polonia, Ucrania, la antigua Yugoslavia, Armenia, el Líbano, Siria, Turquía, sin olvidar algunos miembros de comunidades hebreas del Este y del Centro de Europa, sumándose a los «criollos», no sólo han aportado su riqueza cultural y su trabajo, sino que han dado una fisonomía cosmopolita a la nación, confirmando su identidad cristiana, nacida de la fe bautismal de la mayoría de los que han venido a habitar en el suelo argentino.

En consonancia con su espíritu católico, Argentina ha mantenido siempre relaciones muy cordiales con la Santa Sede. Sería muy prolijo recordar tantos hechos significativos que han demostrado la permanente y cálida relación de los argentinos con el Papa. No puedo, sin embargo, dejar de evocar el entusiasmo y la adhesión con que las autoridades y la nación entera acogieron al Santo Padre Juan Pablo II en sus dos memorables visitas al país en 1982 y 1987.

Hoy el futuro de la evangelización en Argentina exige, como en todos los lugares, una conversión continua a Cristo de los hijos de Dios que forman parte de esta nación. Para afrontar los grandes retos de la hora presente están llamados a participar cada vez más hondamente en los misterios de Cristo, muerto y resucitado por la salvación de los hombres.

En las postrimerías del tiempo pascual, la Iglesia, que nos transmite fielmente la buena nueva de Jesucristo, nos recuerda hoy, en el evangelio que hemos escuchado hace unos momentos, la condición para participar en el misterio de Cristo. Son sus mismas palabras las que nos lo presentan: «permanezcan en mi amor. Si cumplen mis mandamientos, permanecerán en mi amor» (Jn 15, 10). Y el mandamiento del Señor, necesario para permanecer en él, no es otro que el del amor, que Jesús mismo, al inicio del discurso (cf. Jn 13, 34) califica como «nuevo». «Ámense los unos a los otros como yo los he amado» (Jn 15, 12). ¿En dónde está la novedad de este mandamiento? En la antigüedad las personas se amaban porque había un vínculo entre ellas, que podía ser de sangre, de amistad, de clase. Con Jesús el término «otros» se alarga hasta comprender no sólo al cercano, aquel con quien hay un vínculo, sino a todos, incluso al enemigo o al que nos causa el mal. Es, pues, un mandamiento nuevo porque es nuevo su contenido.

Pero es también nuevo porque Jesús posibilita, con su gracia y con su ejemplo, el que lo podamos cumplir. Es posible amarnos porque Jesús nos ha amado primero y nos ha enseñado cómo hay que amar. Jesús, habiendo amado a cada hombre y mujer de todos los tiempos los ha hecho amables, es decir, dignos de ser amados. De ahí nace el deber de amar y el derecho a ser amado. Para los cristianos, unidos a Jesús por medio de la observancia de su mandamiento, el amor es una regla de vida en la que está en juego el propio destino.

En tercer lugar diría que el mandamiento de Jesús es nuevo porque renueva, es decir, cambia la faz de la tierra, modifica las relaciones entre los hombres, crea una nueva civilización, la civilización del amor y de la vida, de la paz y la justicia, de la vida y de la verdad. (...)

El amor al que Cristo nos llama tiene una de sus manifestaciones, aunque no sea única ni exclusiva, en el amor a la propia patria. (...). El amor al prójimo, a todo prójimo, que junto con el amor a Dios sobre todas las cosas, constituye el núcleo de los mandamientos divinos, lleva así a ser solidarios con todos los hombres, a comprometerse con las justas causas de la humanidad, a empeñarse para que la patria sea cada vez más una tierra donde se viva la fraternidad y la acogida. Por eso, quiero repetir hoy las palabras del Papa en Tucumán: «¡Creced en Cristo! ¡Amad a vuestra patria! Cumplid con vuestros deberes profesionales, familiares y ciudadanos con competencia y movidos por vuestra condición de hijos adoptivos de Dios... Argentina, que quiere abrirse a un futuro luminoso, cuenta con la promesa de sus jóvenes, con el trabajo de sus hombres y mujeres, con las virtudes de sus familias, alegría en sus hogares, el ferviente deseo de paz, solidaridad y concordia entre todos los componentes de la gran familia argentina » (Homilía, 8 de abril de 1987).

Vuestra bandera, que se alzó por vez primera en 1812 en la ciudad de Rosario por el general Belgrano, se distingue por los colores azul y blanco, los de la Inmaculada Concepción, los de la Santísima Virgen de Luján. A ella, Madre de todos los argentinos, presento los nobles anhelos y las legítimas aspiraciones de todos los que trabajan por una nación mejor, más próspera, más solidaria, empeñada en defender la paz, la concordia entre los ciudadanos, el progreso y el bienestar integral de todos los argentinos.

 

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