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PONTIFICIA COMISIÓN PARA LOS BIENES CULTURALES DE LA IGLESIA

MENSAJE DE MONS. MAURO PIACENZA
A LOS PARTICIPANTES EN EL XVIII CICLO DE CONFERENCIAS
DE LA “CÁTEDRA DE ARTE SACRO” DE MONTERREY (MÉXICO)

(13 – 15 de febrero de 2007)

 

Me llena de satisfacción poder dirigir un saludo a los participantes de la XVIII Cátedra de Arte Sacro, que se imparte en la Universidad de Monterrey (México), del 13 al 15 del presente mes de febrero.

El argumento elegido en la presente edición: “El arte al servicio de la liturgia: los objetos litúrgicos”, que será dictada por Mons. José Manuel del Río Carrasco, Oficial de nuestro Dicasterio, ofrecerá una estupenda oportunidad para contemplar cómo la belleza y el ingenio artístico se han puesto siempre al servicio de la gloria de Dios, realmente presente en las especies consagradas.

El año 2005-2006 fue proclamado por la Iglesia “Año de la Eucaristía”. El tema de reflexión propuesto era: “La Eucaristía: manantial y cumbre de la vida y la misión de la Iglesia”. Sería hermoso, lo creería providencial, que los artistas se arriesgaran, también en nuestros días, con el tema de la Eucaristía, misterio central de la vida de la Iglesia, ya que resume en sí mismo los Misterios de la Salvación.

Los artistas, si son creyentes, con su sensibilidad y su amor, como ya lo han hecho espléndidamente a lo largo de los siglos, podrían concebir, también hoy, obras capaces de trasmitir el conocimiento bíblico y teológico de este Misterio de la presencia real del Señor y, por lo tanto, impulsar a la adoración pública y privada, a la visita al Santísimo Sacramento, a aquel diálogo silencioso e íntimo, corazón a corazón, con el Salvador.

Este diálogo de amor constituye un factor de incomparable eficacia para la propia realización en la santidad, para la comprensión de las cosas de allá arriba, para la promoción de las obras de caridad, para la paz verdadera, para la unidad de los cristianos, para la dilatación misionera del Reino de Cristo hasta los confines de la tierra y hasta los confines de cada corazón.

En lo que concierne a los temas representados, la tradición de la Iglesia ha elaborado un amplio repertorio iconográfico de carácter narrativo y simbólico. El primero, con una intención evidentemente catequética, toma muchos episodios tanto del Antiguo Testamento, a modo de profecías de la Eucaristía, (Abraham y Melquisedec, el maná del éxodo, etc.), como del Nuevo Testamento, donde las profecías se realizan, (la última Cena, la crucifixión, la multiplicación de los panes, los discípulos de Emaús etc.), prefiriendo cuanto se refiere a la transustanciación y a la adoración. Las fuentes de tal repertorio se pueden encontrar en el Misal, en el Leccionario de la misa del Corpus Domini o de la misa votiva de la Santa Eucaristía, o bien en el Ritual para el culto eucarístico fuera de la Misa.

Los símbolos eucarísticos son suficientemente conocidos, algunos de ellos pertenecen a la primitiva simbología cristiana, como el pez, el buen pastor, la paloma, los panes con la señal de la cruz incisa, el cordero, el pelícano, etc. No podemos tampoco dejar de considerar las potencialidades del arte no figurativo que, representado en vidrieras o en otras técnicas, a través de los juegos de luz y color, puede crear una atmósfera particularmente propicia a la meditación y, deseablemente, a la contemplación del Santo Sacramento.

El empeño de quien construye y decora la casa del Señor recibe su estatuto de la Sagrada Escritura. Dando inicio a los trabajos para la Tienda del Encuentro, Moisés les dijo a los israelitas: «Mirad, Yahveh ha designado a Besalel, hijo de Urí, [...] y le ha llenado del espíritu de Dios, confiriéndole habilidad, pericia y experiencia en toda clase de trabajos, para concebir y realizar proyectos en oro, plata y bronce, para labrar piedras de engaste, tallar la madera y ejecutar cualquier otra labor de artesanía; a él y a Oholiab [...] les ha llenado de habilidad para toda clase de labores en talla y bordado, en recamado de púrpura violeta y escarlata, de carmesí y lino fino, y en labores de tejidos. Son capaces de ejecutar toda clase de trabajos y de idear proyectos» (Ex 35, 30-33).

Ciertamente la del artista no es una actividad común, sino una vocación particular: «Así, pues, Besalel, Oholiab y todos los hombres hábiles en quienes Yahveh había infundido habilidad y pericia para saber realizar todos los trabajos en servicio del Santuario, ejecutaron todo conforme había mandado Yahveh» (Ex 36,1), es decir según una imagen bien precisa concebida por Dios y comunicada a Moisés. No obstante, el artista y el artesano cristiano no solo realiza objetos predefinidos renunciando a su propia creatividad, sino que intenta concebir su obra como un servicio a algo más grande que la simple expresión de sí mismo, cual es el culto a Dios, que prevé también reglas. Sentirse integrados en una tradición, no cierto museificada, sino palpitante, que a lo largo de más de dos milenos ha podido integrar la creatividad de los artistas al servicio de la liturgia de la Iglesia, llegando a ser un cauce de transmisión de un patrimonio de fe inconmensurable.

Esperando grandes frutos para la XVIII Cátedra de Arte Sacro, en la certeza de que pueden contar con mi oración sincera ante el Señor, realmente presente en la Eucaristía, les envío mi bendición y les invito a seguir profundizando en el conocimiento del arte sacro, expresión de la vida de fe de la Iglesia a lo largo de su peregrinación terrena hacia la Casa del Padre.

9 de febrero de 2007

MauroPiacenza
Presidente de la Comisión Pontificia para los Bienes Culturales de la Iglesia
Presidente de la Comisión Pontificia de Arqueología Sagrada

 
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