LA EUCARISTÍA : EL DON DE DIOS POR EXCELENCIA
Señor Jean Vanier
Fundador de las comunidades del Arche
Nuestro mundo es un mundo profundamente herido en el cual el abismo entre los ricos y los pobres continúa de ahondarse. No solamente el abismo entre los países ricos y los países pobres, pero también el abismo entre ricos y pobres en nuestros propios países. Un muro parece separarles. Es un escándalo que hoy día millones de hombres y de mujeres sobre nuestra tierra no tengan acceso al agua potable ni lo suficiente para comer, cuando otros tienen demasiado, despilfarran y viven en el lujo. El grito del pobre molesta y llama a más justicia y a compartir.
Hay también esos muros que separan las diferentes culturas y las diferentes religiones y hay esos muros de miedo alrededor de nuestros propios corazones que hacen que pongamos de lado y despreciemos a los otros y que nos encerremos sobre nosotros mismos, en actitudes de comodidad y a veces, de superioridad.
Ahora bien, Jesús ha venido para hacer bajar esos muros alrededor de nuestros corazones y hacer de nosotros, sus discípulos, artesanos de paz. La gran sed de Jesús es la unidad : « Que sean uno como el Padre y yo somos uno ».
Nuestras comunidades del Arca, que reunen a personas fragilizadas por un handicap mental y las personas que han escogido de vivir con ellas, quieren ser el signo que el amor es posible, quieren ser comunidades de paz y de unidad. Tengo el privilegio de vivir así desde hace cerca de 44 años la misión de Jesús : anunciar una Buena Noticia a los pobres y a los despreciados y liberarlos de la opresión del rechazo y del desprecio, ayudándoles a descubrir que ellos son amados como son, que son preciosos, que tienen su lugar en la sociedad y en la Iglesia.
Nuestras sociedades, están marcadas por una cultura de competición donde algunos ganan, muchos pierden y mas aún son víctimas. Una cultura que magnifica a los fuertes, los hermosos y los capaces tiende a rechazar a los más débiles y a los más vulnerables. ¿Cómo crear una cultura de acogida donde cada uno sea acogido y respetado y encuentre un lugar de pertenencia donde él pueda desarrollar sus capacidades y sus dones y crecer hacia una libertad y una autonomía mas grandes? ¿No es verdad que allí está nuestro desafío – nosotros que somos discípulos de Jesús?
Me gustaría hablarles de Eric. Lo hemos encontrado en el hospital siquiátrico a 40 Km de nuestra comunidad. Era sordo, mudo, incapaz de caminar, sufría un fuerte handicap mental. Nunca jamás había encontrado un joven con tanta angustia. Había sido abandonado por sus padres, que estaban desamparados delante de un hijo cuyo cuerpo y cuya inteligencia estaban tan profundamente heridas . Pero Eric, como cada uno de nosotros, tenía un corazón y un corazón herido por el rechazo. No sintiéndose amado, no se sentía amable. Se comprende el sufrimiento de los padres, pero hay que comprender también el sufrimiento de aquellos y aquellas que sienten que son una decepción y una carga para sus padres y para la sociedad y que no se sienten acogidos ni amados como son.
Eric no tenía solamente necesidad de profesionales capaces y generosos que le ayuden. Él tenía sed de una relación auténtica, de una comunión de corazones que le revelen su valor, su importancia, su amabilidad y su belleza profunda. La amistad y la comunión de corazones no son la misma cosa que la generosidad. En la generosidad, yo guardo la iniciativa, yo decido lo que yo doy. La amistad, ella, implica una cierta igualdad ; llegamos a ser hermanos y hermanas, presentes y vulnerables los unos a los otros.
Esta vida de relación transforma los que son como Eric, que descubren que son amados, respetados y apreciados tal y como son. Pueden entonces avanzar en la vida y desarrollarse en el plano humano y espiritual. Pero aquellos que viven con ellos y llegan a ser sus amigos son ellos también transformados. Descubren la cultura de la acogida y del respeto de cada persona, cualesquiera sean sus capacidades o incapacidades, cualquiera sea su religión o su cultura. Ellos que vienen a menudo de una cultura de competición, donde cada uno tiende a encerrarse sobre sí mismos, preocupado de su propio éxito, descubren su vulnerabilidad y los lazos de humanidad que unen a todos los hombres y las mujeres de la tierra. Ellos descubren que el amor y la paz son posibles a través de esta apertura a los otros ; no estamos todos condenados a los conflictos, al rechazo y al desprecio de las personas más débiles y diferentes.
Después de una conferencia sobre las personas con un handicap que yo había dado en Siria, el gran mufti de Alep se levantó para agradecerme. Dijo : « Si he comprendido bien, las personas con un handicap nos conducen hacia Dios. » Estas palabras están en el corazón del Evangelio.
Hace algunos años, un muchachito con un handicap hacía su primera comunión en una iglesia de París. Después de la Eucaristía, había una fiesta de familia. El tío, quien también era el padrino del niño, dijo a la mamá : « Qué hermosa estuvo esta liturgia, qué triste es que él no haya comprendido nada ». El niño escuchó estas palabras y los ojos llenos de lágrimas, dijo a su mamá :
« No te preocupes mamá, Jesús me ama como yo soy.» Este niño tenía una sabiduría que el tío no tenía todavía : que la Eucaristía es el don de Dios por excelencia. Este joven es el testigo que la persona con un handicap – a veces profundo – encuentra vida, fuerza y consuelo en y a través de la comunión eucarística. ¿No hay allí un llamado que toda la Iglesia debe escuchar? En el Arche y en Foi et Lumière tenemos la experiencia que si estamos atentos a las necesidades más profundas de las personas con un handicap, podemos discernir su deseo de comunión en el momento de la Eucaristía. ¿No está escondido en su grito por la comunión de los corazones un otro por la comunión con Jesús en la Eucaristía?
En el Evangelio, Jesús dice que el reino de Dios es como un banquete de bodas. Él cuenta una parábola donde las personas bien integradas en la sociedad rechazan la invitación a este banquete. El anfitrión, herido por este rechazo, dice a sus servidores de ir a buscar a « los pobres, los estropiados, los lisiados y los ciegos » (Lc 14), es decir todos los marginados. Él les convida a todos al banquete del amor. San Pablo dice que Dios ha escogido lo que hay de loco y de débil en el mundo, los más despreciados para confundir a los poderosos y a los sabios. Nosotros descubrimos aquello todos los días en el Arche. La sencillez de los débiles es sorprendente, su grito por la relación toca profundamente a nuestros corazones. Cierto, Dios nos ama a todos, a los ricos y a los poderosos, como a los pobres y a los débiles ; pero las personas débiles y vulnerables que tienen sed de relaciones y de una comunión de corazones son más abiertas a nuestro Dios de la relación y del amor. Aquellos y aquellas que buscan antes que todo el poder y el éxito humanos pueden facilmente descuidar este llamado al amor.
En el sexto capítulo del evangelio de san Juan, Jesús se revela no solamente como Cristo generoso y poderoso, pero como el Hijo de Dios vulnerable y amante, que nos ofrece el don de su amistad. Él tiene sed de vivir una comunión de corazón con nosotros. Este capítulo comienza con Jesús que es seguido por una gran muchedumbre de aquellos que han sido testigos de curaciones que él hizo. Jesús, lleno de bondad y de compasión, es tocado por esta muchedumbre de pobres gentes cansadas y hambrientas. Él les hace sentar y multiplica los panes y los pescados. Todos están encantados, saciados y reposados. Ellos quieren hacer de Jesús un rey y se les comprende. Pero Jesús se escapa, pues él no quiere ser simplemente el Mesías que hace el bien. Él quiere arrastrar a sus discípulos más lejos. Él quiere hacerles descubrir el sentido profundo, no solamente de su vida y del misterio de la encarnación, pero también de sus vidas, de nuestras vidas.
Después de esta multiplicación de los panes, Él revela que no vino solamente para dar un pan de la tierra, pero para dar un pan del cielo, un pan que da la Vida eterna. Este pan no es solamente el Pan de la Palabra de Dios, es su persona misma, su cuerpo y su sangre : el don de Dios por excelencia. Jesús revela que aquellos que « comen su cuerpo y beben su sangre permanecen en él y él permanece en ellos ».
La muchedumbre de discípulos está molesta. Ellos quieren mucho a un Jesús generoso que hace milagros, pero no están listos a acoger a un Jesús que desea permanecer en ellos y a quien es necesario de dar un lugar más y más grande en sus corazones. Santo Tomás define la amistad diciendo que dos amigos permanecen el uno en el otro. La palabra clave de la amistad es « permanecer ». Los dos amigos tienen entonces los mismos deseos, los mismos pensamientos, la misma esperanza, ellos son uno, el uno en el otro. Comer el cuerpo de Jesús, beber su sangre en la Eucaristía, no es solamente una gracia para el momento de la comunión. Es el signo que Jesús desea llamarnos a una comunión de corazones, que él desea ser el amigo de cada uno, vivir en cada uno. Esta amistad está ofrecida a todos, a los más pequeños como a los más grandes, los niños y las personas con profundos handicaps.
Llegando así, a ser poco a poco el amigo de Jesús, comenzamos entonces a entrever el misterio. Un misterio no puede nunca ser conocido perfectamente – se le vislumbra, se le presiente, nos acercamos, lo tocamos con un cierto temor. El cuerpo y la sangre eucarísticas de Jesús son una presencia real de Jesús; nosotros lo comemos y lo bebemos para llegar a ser nosotros mismos el templo de Dios, la morada de Dios, el amigo de Dios. Jesús dice : « Aquel que me ama y guarda mi Palabra, el Padre lo amará y los dos vendremos en él para hacer nuestra morada. »
Es por ello que la comunión eucarística – signo de la comunión de nuestros corazones con el corazón de Jesús – es el don de Dios por excelencia. Ella encuentra su prolongación y su cumplimiento en nuestro deseo de vivir una real presencia junto a todos nuestros hermanos y hermanas y especialmente los más pobres y los más rechazados. La misión de Jesús de anunciar una Buena Nueva a los pobres y de vivir en comunión con ellos es la misión de todos los amigos de Jesús. Y Jesús nos revela en Mt 25 que lo encontramos realmente cuando abrimos nuestros corazones a aquellos, aquellas que tienen hambre y sed, que son extranjeros, están en prisión o enfermos, que están desnudos. Jesús nos conduce hacia ellos y ellos nos conducen a Él.
Las personas vulnerables llegan entonces a ser fuentes de unidad. Ellas nos llaman a obrar juntos. Permítanme de citar una carta escrita por los hermanos de Taizé que han organizado un peregrinaje interreligioso destinado sobretodo a las personas con un handicap : « Aquellos que son rechazados por la sociedad por causa de su debilidad y de su aparente inutilidad son una presencia de Dios. Si los acogemos, ellos nos conducen progresivamente fuera de un mundo de competencia y de la necesidad de hacer grandes cosas, hacia un mundo de comunión de corazones, una vida simple y alegre, donde se hace pequeñas cosas con amor. El servicio de nuestros hermanos y hermanas débiles y vulnerables significa abrir un camino de paz y de unidad. Acogernos los unos a los otros en la rica diversidad de religiones y de culturas, servir juntos a los pobres, prepara un futuro de paz.»
¿Podemos atrevernos de esperar, que uno de los frutos de este Congreso eucarístico será que nosotros descubramos todo el sentido profundo de este don de la amistad de Jesús en su presencia real en la Eucaristía y que buscamos todos de vivir una presencia real junto a las personas débiles y rechazadas?
Paulo escribe (1 Cor 12) que las personas las más débiles en la Iglesia, aquellas que son las menos presentables y que escondemos, son indispensables a la Iglesia y deben ser respetadas. Llegar a ser el amigo de los pobres no es más una opción, aunque sea preferencial ; es el sentido mismo de la Iglesia. Los pobres, con su grito por la relación, nos incomodan, y nos sacuden. Si les escuchamos, ellos despiertan nuestros corazones y nuestras inteligencias para que juntos formemos la Iglesia, el cuerpo de Cristo, fuente de compasión, de bondad y de perdón por todos los seres humanos.
Y me atrevo a evocar una otra esperanza : que el cuerpo y la sangre de Jesús realmente presente en la Eucaristía pueda ser fuente, no de división entre todos los bautizados, pero de unidad entre ellos, a fin de que el mundo crea en el amor liberador de Jesús.