SIMPOSIO TEOLÓGICO-PASTORAL RELACIONES SOBRE LUZ Y SOMBRAS EN ASIA
El 48º Congreso Eucarístico Internacional una vez más nos lleva a contemplar la presencia de Jesús en la Eucaristía como la luz y la vida en el nuevo milenio. Nos fijaremos, específicamente, en cómo este sacramento llena la laguna en la situación asiática y que da luz en medio de las aparentes sombras espesas. El continente asiático es el más grande, tanto en territorio como en población. Es el origen de cinco (5) grandes religiones del mundo, incluyendo el Cristianismo. Los Cristianos forman una muy pequeña minoría de 2-3% de las masas crecientes de Asia. En Asia contamos más o menos con 85% de los no Cristianos del mundo (FABC V:1, 7) (Federación Asiática de Obispos Católicos) Un fe minoritaria
De los más de seis billones (6,091,351.000) de población del mundo al comienzo del milenio, sólo 33.2% son Cristianos, con un billón de Católicos (1,085,622.000), incluyendo el ínfimo de 17.8% de la población mundial. La población de Asia que representa el 57.5% de los habitantes del mundo, sólo 101,210.000 son Católicos (2.89%). Abrumadas por pueblos de otras creencias, las Iglesias locales de Asia están llamadas a proclamar a Jesucristo por medio del diálogo (DP 70e). Nuestro diálogo se enfrenta con el nuevo desafío del fundamentalismo que va surgiendo y no tolera la fe en algunas regiones de Asia. El diálogo exige una espiritualidad profunda, por medio de la cual imitamos a Cristo que se anonadó a sí mismo para que, guiados por el Espíritu, podamos ser instrumentos más eficaces para la construcción del Reino de DiosÂÂ (FABC 84, 3.3d).
Para la mayoría de Asia, el rostro de Cristo sólo se puede contemplar en el testimonio de vida de la comunidad cristiana. El Cristo que les presentemos es el Cristo que ven. Más y más la llamada a testimoniar la fe se está expresando por medio de las Comunidades Eclesiales de Base, y el crecimiento de movimientos espirituales y movimientos de laicos.
Un mundo globalizado
Asia es la región del mundo donde la economía crece más rápidamente. En términos de tecnología y exportación, consistentemente hemos sido un desafío para los gigantes económicos tradicionales. Este proceso de desarrollo está marcado por elitismo de expertos insensibles a las necesidades de los pobres, cauteloso y sospechoso del movimiento del pueblo y su derecho, para participar en el proceso de desarrollo. Al mismo tiempo, debido a ÂÂsistemas económicos feroces que no toman en cuenta a los seres humanosÂÂ (48º CEI, 27) nosotros también hemos sentido la gran carga de la migración económica, la globalización y la distancia, siempre creciente entre los ricos y los pobres. El inmenso mercado asiático se ha convertido en un basurero para los desechos del Primer Mundo, al mismo tiempo que lo suplimos con una cantidad ilimitada de productos baratos de las fábricas donde se explota al obrero y productos del trabajo de los niños. La migración económica forzada separa a las familias, agota los recursos humanos del Tercer Mundo y es una ÂÂesclavitud modernaÂÂ. El desequilibrio en la distribución de la riqueza del mundo y oportunidades para el desarrollo propio han causado oleadas y oleadas de migración. Esto se ha convertido en una fuente de numerosos problemas, tanto para la gente de los países que reciben como para aquellos que quedan en sus hogares. Al mismo tiempo, la migración ha llevado la fe a lugares o que la han perdido o que nunca han oído hablar del Evangelio. A cualquier lugar a donde llegan los inmigrantes cristianos, la fe los ha acompañado. En muchas partes del mundo, nuestros inmigrantes se han convertido en evangelizadores. Por esta razón, la Iglesia asiática ha tomado sobre sí, de manera responsable y seria, el apostolado entre los obreros inmigrantes. ÂÂEste camino de la Iglesia junto con el obrero inmigrante es un signo de solidaridad dentro de la Iglesia universal... y un nuevo signo de unidadÂÂ (FACB 84, 2.10-2.11). En lo lugares donde la Iglesia ha perdido fuerza, las comunidades de inmigrantes han llevado esperanza en cuanto miembros y para el trabajo apostólico.
Una sociedad secularizada
Nuestro mundo hoy no está en tanto peligro de perder a Dios como en sustituirlo. La urbanización (más del 45% de los asiáticos viven en las ciudades) y la pérdida de la tradición los ha llevado a una sociedad secularizada. Las sociedades asiáticas están pasando de la tradición a la opción.
Una Iglesia de los pobres
El modelo eclesial asiático, inicial y dominante, es la Iglesia de los pobres. La Iglesia asiática se considera a sí misma pobre de muchas maneras. En primer lugar, es pobre en lo referente a número. Ha permanecido una minoría muy pequeña, muchos de sus miembros son marginados y pobres. En segundo lugar, hemos de reconocer que, como Iglesia, tenemos muchos fallos, tanto históricamente como en el momento actual. En muchos casos, el Cristianismo se implantó por medio de la fuerza colonial. En tercer lugar, en muchas partes de Asia, el Cristianismo se identifica con lo extranjero.
La Iglesia asiática en su pobreza es capaz de identificarse con Jesús, pobre y humillado. Al contemplar el rostro de Cristo, en la adoración eucarística, el Cristiano asiático puede identificarse con su Maestro, quien sufriendo y muriendo venció el poder de la muerte. Por último, en su pobreza, la Iglesia asiática puede experimentar lo que Juan Pablo II llama ÂÂla tensión EucarísticaÂÂ (Ecc de Euch. 19; 25).
Nuestra Señora de Guadalupe y Juan Diego En el acontecimiento de Guadalupe, Dios eligió dar la imagen milagrosa de su Madre a un viudo humilde y pobre. Las Iglesias en Asia desean identificarse con Juan Diego en su pobreza, y en la sencillez de su fe. A María, Estrella de la Evangelización, Señora de Guadalupe, le pedimos nos conceda la fecundidad de nuestro apostolado en las Iglesias asiáticas. En nuestro apuro y dificultad, nos volvemos a ella y oramos, llamándola como hizo Juan Diego xocoyata, la más pequeña de mis hijas, nuestra Señora, nuestra niña, para que nosotros también podamos escuchar las palabras tiernas de la Virgen de Guadalupe, xoxoyte, mi hijo preferido, el último de sus hijos.
Monseñor CARMELO MORELOS, D.D.
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