BEATIFICACIÓN DE PEDRO KIBE KASUI Y 187 COMPAÑEROS MÁRTIRES MENSAJE DEL CARDENAL JOSÉ SARAIVA MARTINS
Al final de esta celebración eucarística, durante la cual he tenido el honor de presidir el solemne rito de beatificación de Pedro Kibe Kasui y de sus 187 compañeros, todos ellos hijos de la amada tierra japonesa, me uno a la alegría de todos los presentes y de quienes desde lejos viven este momento verdaderamente eclesial. Me alegra mucho el encargo que el Santo Padre Benedicto XVI me encomendó de ser su representante en este significativo acontecimiento, y a todos os transmito su paternal bendición apostólica. El siervo de Dios Juan Pablo II, precisamente aquí en Nagasaki, el 26 de febrero de 1981, dijo: "Quiero ser hoy uno de los muchos peregrinos que vienen aquí, a Nagasaki, a la Colina de los mártires, al lugar en que unos cristianos sellaron su fidelidad a Cristo con el sacrificio de su vida. (...) El 5 de febrero de 1597 veintiséis mártires dieron testimonio en Nishizaka del poder de la cruz. Fueron los primeros de una rica falange de mártires, pues muchos más consagrarían después este suelo con sus sufrimientos y su muerte. (...) Vengo hoy —proseguía Juan Pablo II— a este lugar como un peregrino para dar gracias a Dios por la vida y la muerte de los mártires de Nagasaki, por aquellos veintiséis y por los que les siguieron después" (Discurso durante la visita a la Colina de los mártires, en Nagasaki: L'Osservatore Romano, edición en lengua española, 15 de marzo de 1981, p. 10). Con la beatificación de hoy, estas palabras proféticas se han cumplido en gran parte. Después de cuatro siglos, los nombres de 188 cristianos heroicos vuelven a la luz. Todo ellos recibieron el don supremo del martirio por su fe en Cristo. Si hasta ahora estaban escritos secretamente en el "Libro de la vida" (Flp 4, 3), de hoy en adelante han quedado incluidos en el catálogo de los beatos. "Conviene poner siempre de relieve —afirma el Santo Padre Benedicto XVI— esta característica distintiva del martirio cristiano: es exclusivamente un acto de amor a Dios y a los hombres, incluidos los perseguidores" (Ángelus del 26 de diciembre de 2007: L'Osservatore Romano, edición en lengua española, 28 de diciembre de 2007, p. 4). En nuestro mundo, preocupado por su porvenir, el ejemplo de los que "blanquearon su túnica en la sangre del Cordero" (Ap 7, 14) constituye un punto de referencia seguro y confirma el testimonio público de la fe para que con palabras y obras podamos dar prueba de nuestros ideales y promover la fraternidad entre los hijos de Dios. La Iglesia del "Haced esto en conmemoración mía", engendrada cada día por la Eucaristía; la Iglesia del "Id y anunciad", es decir, la Iglesia misionera de Cristo, es también la Iglesia de los mártires, que nunca se ha despojado de la túnica roja del martirio. Por esos motivos, esta asamblea está viviendo hoy una experiencia entusiasmante de fe y comunión eclesial, enriquecidas por la fe de tantos hombres y mujeres, jóvenes, adultos y niños, individuos y familias, en su mayor parte laicos, que han confesado a Cristo, derramando su sangre. Con razón, la Veritatis splendor subraya que "el martirio es un signo preclaro de la santidad de la Iglesia" y "anuncio solemne y compromiso misionero" (n. 93). Así pues, el admirable testimonio de un grupo tan numeroso de mártires del pueblo de Dios japonés, elevado al honor de los altares, es una levadura que actúa a través de los siglos y nos alcanza como fuente de esperanza para el futuro de esta comunidad eclesial nipona y para el futuro de todo el Japón. Que Santa María, Reina de los mártires, con ocasión de la solemne ceremonia de beatificación de Pedro Kibe y compañeros, proteja a todos los que, confiando en su intercesión, piden la gracia de dar testimonio de Cristo, muerto y resucitado, ofreciendo con amor, en todo momento, su vida al servicio del Evangelio. |
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