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BEATIFICACIÓN DE SOR JOSEFINA NICOLI

HOMILÍA DEL CARDENAL JOSÉ SARAIVA MARTINS

Cagliari (Italia)
Domingo 3 de febrero de 2008

La liturgia de este domingo nos presenta un espléndido tríptico bíblico, cuyas tablas se encuentran unidas por un mensaje fundamental. En la primera lectura, tomada del profeta Sofonías, se ve avanzar una antorcha de esperanza para los humildes y los pobres. Se anuncia el surgir de la ciudad de los justos, de los que escogen la palabra de Dios como guía de su vida y de su esperanza. En la segunda hemos escuchado cómo san Pablo reafirma con fuerza a los Corintios una idea que se repite en toda la Biblia. En efecto, las elecciones de Dios son especiales: no escoge a hombres de éxito, sino a los "más pequeños", como Isaac, Jacob, David; a quienes no saben hablar, como Moisés y Jeremías; a campesinos, como Amós; a pescadores, como los Apóstoles. El pobre, la viuda, el huérfano y el forastero son sus protegidos. En su lucha contra el mal no se arma con guerrilleros, con nobles y poderosos, sino que elige a los débiles o a personas despreciadas, a veces pisoteadas, por los demás.

La célebre página de las Bienaventuranzas, recogida en el evangelio de san Mateo que se acaba de proclamar y con la que comienza el Sermón de la montaña, tiene como primeros destinatarios precisamente a los "pobres de espíritu", una expresión bíblica para indicar a quienes tienen el corazón y las manos libres. La categoría evangélica del pobre de espíritu —por decirlo así— no indica simplemente al indigente, porque puede haber personas que no tengan nada y sean egoístas, apegadas incluso a la única moneda que poseen. El pobre de espíritu, por el contrario, es el que se desprende, concreta e interiormente, de las cosas, el que no pone su seguridad y su confianza en los bienes, en el éxito, en el orgullo, en los ídolos fríos del oro y del poder, sino que está abierto a Dios y a sus hermanos.

Aunque a la altanería de la historia humana pueda parecer un fracasado, en realidad sólo en él se fija el corazón de Dios para construir un mundo diverso.

Las Bienaventuranzas son densas de significado teológico, con una dimensión cristológica. En otras palabras, Jesús no es sólo un maestro de moral, que enseña a los hombres los principios de una conducta conforme a su dignidad y a su vocación; es, ante todo, el heraldo de la buena nueva de la salvación dada por Dios. No se limita a proclamar con palabras esta buena nueva; él mismo la manifiesta mediante su comportamiento con los pequeños, los pobres, los desheredados de toda condición. Tanto si se trata de las Bienaventuranzas como de las parábolas, su palabra no se puede separar de sus gestos, pues la palabra explicita su sentido y su alcance. La misión de Jesús no consiste sólo en anunciar la llegada de su reino. Todo el ministerio de Jesús es una primera epifanía del reino de Dios, que ya permite a los hombres vislumbrar la auténtica naturaleza de la soberanía de Dios, una soberanía que no pretende dominar, sino salvar —y salvar ante todo por pura gracia— a los hombres, a las mujeres, a los niños más infelices.

La admirable personalidad de la nueva beata sor Josefina Nicoli está plenamente en armonía con este contexto; más aún, destaca por sus rasgos exquisitamente evangélicos. Partiendo de aquí, como subiendo desde las raíces hasta el árbol, vemos cómo actúa la savia de la gracia divina que animó toda su existencia.

Sor Josefina manifestó su mayor aspiración con estas palabras: «Deseo ser totalmente del Señor».

En este compromiso de sor Josefina Nicoli, manifestado desde su juventud y al que permaneció fiel durante toda su vida, encontramos tal vez la clave de su vida espiritual y de su santidad.

Dejar espacio a Dios en su corazón y, por tanto, considerarse instrumento y manifestación del amor de Dios: así Josefina supo vivir la virtud de la humildad cristiana,que no es un estéril abatirse y rebajarse, sino más bien reconocer que sólo Dios actúa y sólo él es santo, más aún,magnificus in sanctitate, "majestuoso en santidad", como rezamos en el Salterio (cf. Laudes del sábado de la primera semana), y quiere bajar al mundo y a la historia a través de nosotros.

Josefina Nicoli nos demostró que vivir para Dios y en Dios significa ser verdaderamente libres: un mensaje que tal vez resulta más necesario en un mundo que con demasiada frecuencia identifica libertad como auto-afirmación individual y como cerrarse al otro y al necesitado.

Sor Josefina se consagró totalmente al Señor, convencida de que «el amor al prójimo es la medida del amor a Dios», como solía repetir, dando testimonio del amor de Cristo a los pobres, los analfabetos, los indigentes, cuyos sufrimientos aliviaba llevándolos por los caminos del Señor.

En ella impresionan la prontitud de la caridad, con que capta y responde a los nuevos desafíos sociales de su tiempo; la esperanza evangélica, gracias a la cual no vacila en medio de las incomprensiones y las dificultades; la profundidad de la comunión con Cristo Eucaristía, que la sostiene en toda su actividad caritativa; y el celo por evangelizar.

La caridad fue «la regla de todos sus pensamientos, de todas sus palabras y de todas sus acciones», como dijo una religiosa que convivió con ella. Recorrió un camino de humildad, por el cual trataba de huir de los halagos y de las glorias del mundo, para «desaparecer» en el amor de Cristo, y experimentó el misterio de la caridad con los pobres como acto de amor al Señor.

La felicidad de ser totalmente del Señor marcó en la beata Josefina el ejercicio de virtudes como la castidad, la pobreza, la obediencia, que nunca vivió como mera privación o mortificación, sino como gozosa, auténtica, fecunda y completa oblación de sí y como signo de infinito amor a Dios y, por consiguiente, al prójimo.

La vida de sor Josefina no se caracterizó por acontecimientos o hechos clamorosos, sino por una apertura cada vez mayor a la gracia y una fidelidad convencida a la vocación específica de Hija de la Caridad.

El ejemplo que nos da, viviendo su vocación con sencillez y coherencia, puede servir de estímulo para el crecimiento de la «creatividad de la caridad» que el Papa Juan Pablo II definió como esencial para hacer que el anuncio del Evangelio no corra el riesgo «de ser incomprendido o de ahogarse en el mar de palabras al que la actual sociedad de la comunicación nos somete cada día. La caridad de las obras corrobora la caridad de las palabras» (Novo millennio ineunte, 50).

En otras palabras, no nos encontramos sólo ante una persona que realizó una notable labor social o ante una gran benefactora. Sor Josefina, fiel a la enseñanza de los fundadores de su instituto religioso, san Vicente y santa Luisa, supo unificar y dar sentido a su múltiple actividad a través de la experiencia del misterio del amor de Dios. No por casualidad ha sido definida «una mística de la caridad».

A imitación de san Vicente, se puede decir que amó a Dios con el sudor de su frente y con el cansancio de sus brazos, dejando un recuerdo imborrable en todos los lugares por donde pasaba y donde actuaba. Cada vez que se le presentaba la ocasión, se prodigaba con todos. Los testigos refieren unánimemente que a nadie negaba lo que pedían, tanto en las cosas espirituales como en las materiales. Monseñor Ernesto Piovella, arzobispo de Cágliari, a quien los cagliaritanos tienen por santo y muy cercano a sor Josefina en su dinamismo apostólico y caritativo, la recuerda así en una carta: «Yo la admiraba porque nunca se cansaba de hacer el bien».

Muchos afirmaron que el rasgo más significativo de su santidad era la sonrisa: «siempre estaba sonriente». Esta sonrisa en sor Josefina no era algo marginal u ocasional, sino la expresión de un profundo valor interno. Así mostraba el aspecto humano y hermoso de la vida espiritual y de la santidad.

Podemos decir que el amor al prójimo de sor Josefina se expresaba en todas las direcciones y sin limitación alguna. También debemos notar necesariamente que sentía una predilección particular: en ella se realizaba plenamente la «opción preferencial» por los pobres de estilo netamente evangélico.

Sor Josefina Nicoli fue una auténtica maestra de vida. Su lección sigue siendo actual en nuestro tiempo y en nuestra sociedad, en la que la movilidad y el consumismo, el ritmo frenético de la vida, el acoso de los medios de comunicación social y la pérdida de los valores absolutos, amenazan con desorientar o alienar sobre todo a nuestra juventud.

El modelo de vida que propone sor Josefina es importante para los jóvenes de hoy, que con frecuencia buscan sólo lo efímero, sin grandes perspectivas, incapaces de comprometerse en un ideal por el que valga la pena gastar toda la vida con valentía y sin dar marcha atrás.

Sor Josefina parece encarnar el mensaje de ser y hacerse "don" para los demás. «En los santos —dice Benedicto XVI en su encíclica Deus caritas est— es evidente que, quien va hacia Dios, no se aleja de los hombres, sino que se hace realmente cercano a ellos» (n. 42).

Por eso, para la Iglesia que está en Cágliari esta beatificación es un gran don, un don inestimable de la Providencia, especialmente en el contexto de la misión ciudadana con la que, gracias al celo inspirado de vuestro pastor, el arzobispo Giuseppe Mani, el Evangelio vuelve a caminar por vuestras calles y a entrar en vuestras casas. Los santos son el Evangelio vivido, anunciado, más aún, "cantado" a los contemporáneos. La beata Josefina Nicoli dice a los 375 misioneros comprometidos en esta apasionante empresa apostólica, así como a todos los fieles —porque, como sabemos, todo cristiano es de algún modo misionero—, que el tiempo gastado por Cristo es el tiempo mejor gastado. Quiera Dios que sepamos comprenderlo, como lo comprendió ella. Amén.

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