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BEATIFICACIÓN DE MARGARITA Mª LÓPEZ DE MATURANA

HOMILÍA DEl CARDENAL JOSÉ SARAIVA MARTINS

Bilbao, domingo 22 de octubre de 2006

 

Eminentísimos Señores Cardenales,
Señor Obispo de esta diócesis de Bilbao,
hermanos en el episcopado y en el sacerdocio,
distinguidas Autoridades,
hermanas Mercedarias Misioneras de Bérriz,
queridos participantes en esta gozosa celebración
:

1. En esta jornada del DOMUND, en la que la Iglesia recuerda y celebra la universalidad de su misión, asistimos con alegría a la beatificación de Margarita María López de Maturana, una mujer que se dejó conducir por los caminos de Dios, amando y tratando por encima de todo a Jesucristo, sintiéndose en consecuencia instrumento de su amor apasionado por toda la humanidad. Como se dijo al comunicar la noticia de su fallecimiento, “tenía el corazón en el cielo, la mirada en el tiempo y los pies en la tierra”. Queremos mostrar nuestro más profundo agradecimiento a Dios en esta catedral, en el Casco Viejo de Bilbao que vio nacer y crecer a Pilar ―nombre de Margarita María hasta su profesión religiosa―, y a su hermana gemela Leonor, también reconocida por la Iglesia como venerable. En palabras de la primera, eran como dos cuerpos en una sola alma, con un increíble nivel de comunicación y compenetración, gemelas también en su búsqueda de Dios, en la fidelidad a su llamada, comprometiendo su vida en un apostolado constante entre las personas que se encontraban a su alrededor.

2. “Jaunaren aintza zure gain ageri da” (“La gloria de Dios amanece sobre ti”). Las palabras del profeta Isaías, que hemos escuchado en la primera lectura, cobran hoy especial actualidad. Pueden aplicarse a Margarita María, en esta fiesta en la que la Iglesia declara la calidad evangélica de su vida. Pueden ser pronunciadas también como reconocimiento de la fecunda labor del Instituto Misionero fundado e impulsado por ella. Y pueden ser proclamadas sobre todos nosotros, sobre todo el pueblo de Dios y, en definitiva, sobre toda la familia humana. Estas palabras son para nosotros motivo de gozo y a la vez llamada a dar un paso adelante en el camino de nuestro acercamiento a Jesucristo, buscando una intimidad cada vez mayor con Él en la Santísima Eucaristía, en la confesión sacramental y en la conversación diaria con Él en la oración. Hemos de sabernos llamados a la santidad personal, cada uno de nosotros, pues sólo así participaremos activamente en la tarea evangelizadora. La gloria de Dios despunta como la aurora y se pueden contemplar sus destellos en todo gesto y detalle de cariño, amor, solidaridad, compasión o reconciliación. Pero la proclamación del profeta invita al mismo tiempo a hacer palpables los efectos de ese amanecer. Existen numerosas zonas de penumbra y de oscuridad en nuestro mundo, cerca y lejos de nosotros: la gloria de Dios apenas es perceptible en tantas y tantas personas que viven prescindiendo del Señor. Todo ello oscurece la experiencia de Dios y retarda el amanecer. “La gloria del Señor amanece sobre ti”. ¡Qué próximo al profeta resulta el deseo de la Madre Margarita, cuando quiere “día tras día glorificar a Cristo, clarificarlo y estampar en todos los pueblos y en todas las razas, hasta en los últimos confines de la tierra, la imagen de este Redentor divino oscurecida en la cruz”!

¿Cómo invocarán a aquel en quien no han creído? ¿Cómo creerán en aquel a quien no han oído? ¿Cómo oirán sin que se les predique? ¿Cómo predicarán si no son enviados? S. Pablo, el apóstol misionero, ha presentado dimensiones complementarias de la evangelización. A través de los verbos invocar, creer, escuchar, predicar, ser enviado, se abordan elementos centrales de la misión evangelizadora. La Iglesia entera, cada Iglesia local, toda comunidad y persona creyente se constituye y crece en la medida en que busca el rostro de Jesucristo, le trata con intimidad y lo da a conocer. Quienes han tratado de localizar el punto de apoyo que movió interiormente a la Madre Margarita lo han encontrado en su pasión por vivir unida a Dios y por dar a conocer su amor revelado en Jesucristo. En su búsqueda, Margarita miraba, oía y discernía las llamadas del Espíritu. La transformación del monasterio de clausura en Instituto misionero sólo puede entenderse desde esta perspectiva de búsqueda y discernimiento de la llamada de Dios en cada momento. “¡Ven! ¡Ven a nosotros, socórrenos!”: este clamor que atraviesa el carisma mercedario se dirige no sólo a quienes participan de él, sino a cada uno de nosotros personalmente y a nuestras comunidades cristianas. Para quien vive en Dios, como enseña el Santo Padre Benedicto XVI (Discurso a los miembros del Sínodo armenio, 20 del marzo de 2006) [1] ,  ese grito es llamada acuciante a poner activamente los medios para que se tutele siempre la vida desde su concepción, se respete la dignidad de la familia y del matrimonio, y se reconozcan en todo momento los derechos inalienables de los padres en la educación de sus hijos; se percibe también ese grito en las personas más desvalidas; en las que reclaman justicia y reconocimiento de su dignidad; en las víctimas de la violencia; en quienes son discriminados a causa de sus creencias; en quienes sufren enfermedad, soledad o marginación; en los corazones aletargados por vivir encerrados en sí mismos y no querer abrirse a Dios, que es quien da sentido a toda nuestra existencia; en una sociedad que quiere constituirse en norma y medida de su propia conducta y busca así una libertad quimérica, ya que la libertad auténtica nunca puede encontrarse separada de la verdad impresa por Dios Creador y Redentor en cada una de nuestras almas y en la creación entera. La fiesta que hoy celebramos nos invita a reconocer ante el Señor, con sencillez y con agradecimiento, nuestras resistencias personales a la conversión y a la renovación del corazón. Ahí y en otros lugares late hoy el Espíritu que llama, que invita a escuchar y a fortalecer la fe, a convertirnos sinceramente, y nos envía a difundir ese mensaje con obras y palabras, en primer lugar entre las personas con las que convivimos

“Id”. El imperativo de la misión pone punto final al Evangelio y puede resumir el texto que hoy se ha proclamado: “Salid a todos los caminos, haced discípulos, bautizad”. En palabras de la Madre Margarita, haced que “todos conozcan que hay un Dios que nos ama maternalmente y nos lleva como en las palmas de sus manos”, porque “cuando las almas piden a gritos el pan de la Palabra divina, hay que ir a dárselo saltando por encima de dificultades, peligros, temores y hasta fracasos”.   Así se explica el 4º Voto, mercedario, que habla de arriesgar la propia vida, si la misión y el bien de los hermanos así lo exigen. De todas formas, lo que Dios espera de nosotros y es el fruto que hoy pedimos en esta meditación de los textos de la Santa Misa es ante todo que nos decidamos a salir de nosotros mismos en nuestra vida de cada día.

Se trata de la audacia evangélica presente en toda actividad misionera y en toda vida cristianamente entendida. Este envío se actualiza y renueva hoy, en unas circunstancias en las que la sensación de debilitamiento personal y comunitario puede hacernos caer en la tentación del repliegue. La garantía no reside en nuestras fuerzas, sino en el Espíritu del Señor Resucitado: “Yo estoy con vosotros todos los días”. Día a día. Ayer, hoy y mañana.

3. Se acaban de cumplir 80 años de la salida del primer grupo de monjas de Bérriz a tierras de China. El 19 de septiembre de 1926, la comunidad despedía a sus seis primeras misioneras. Previamente, en mayo, cada una de las monjas de la comunidad había recibido el crucifijo misionero. No era la aventura de seis, sino la empresa de toda la comunidad. A partir de entonces, las mercedarias de Bérriz han contribuido a la misión de la Iglesia en los cinco continentes. Han alentado y alientan las misiones diocesanas de Bilbao, San Sebastián y Vitoria. Actualmente son 72 las comunidades esparcidas por el mundo, que con generosidad y audacia, con realismo confiado y con visión de futuro, tratan de recrear el carisma recibido, siendo signos de la ternura y de la Merced de Dios, dando la vida para que otros y otras tengan vida.

Esta Iglesia local de Bilbao, cada uno de nosotros, quiere hoy no sólo avanzar en el camino de nuestra respuesta a la llamada a la santidad, en el camino de la vida interior y del trato personal con Jesucristo, sin el cual todo lo demás se desmorona, sino también renovar su compromiso misionero y su cooperación con otras Iglesias locales. En sintonía con las diócesis de San Sebastián y Vitoria, trata de actualizar la opción realizada y mantenida conjuntamente desde 1948, recordando las palabras del Concilio Vaticano II: “La gracia de la renovación en las comunidades no puede crecer si no dilata cada una los espacios de la caridad hasta los últimos confines de la tierra, y no siente por los que están lejos una preocupación similar a la que siente por sus propios miembros” (Ad Gentes, 37).

Id y escuchad las alegrías y las esperanzas, las tristezas y las angustias de las gentes de nuestro tiempo (cf Gaudium et spes, 1). Id y anunciad la buena noticia de un Dios puro amor, que se desvive por nosotros y, de modo especial, por los más necesitados. Id y anunciad el Evangelio de Jesucristo. Id y luchad por la dignidad y por la libertad de todo ser humano, imagen y semejanza de Dios. Id y cuidad la creación encomendada a vosotros. Id y sed instrumentos de paz y de reconciliación. Id y renovad la Iglesia y el mundo.

Queridos hermanos: en Margarita María López de Maturana, mujer que se dejó conducir por el Espíritu en el tiempo que le tocó vivir, reconocemos y recogemos agradecidos el don de Dios, su amor sin medida. Que el ejemplo de la beata Margarita Mª nos ayude a abrir nuevos horizontes a la evangelización y adentrarnos por caminos de santidad, y de fidelidad, a lo que Dios quiere y espera de la Iglesia y de cada uno de nosotros.

En las manos de nuestra Madre Santísima de Begoña, estrella del mar en el que navegamos y sol que nos ilumina desde el cielo (Agur Jesusen Ama), dejamos los propósitos que hemos ido formulando a lo largo de esta meditación de la palabra de Dios. En Ella confiamos para que se hagan realidad en nuestra vida de cada día.


[1]  AAS 98 (2006), p 343-345

   

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