OBRA PONTIFICIA PARA LAS VOCACIONES ECLESIASTICAS
NUEVAS VOCACIONES PARA UNA NUEVA EUROPA
(In verbo tuo...)
Documento final del Congreso Europeo sobre las Vocaciones
al Sacerdocio y a la Vida Consagrada en Europa
Roma, 5-10 de mayo de 1997
*
Preparado por las Congregaciones para la Educación Católica,
para las Iglesias Orientales, para los Institutos de Vida
Consagrada y las Sociedades de Vida Apostólica
INTRODUCCION Damos gracias a Dios 1. Bendito sea
Dios Omnipotente que ha bendecido la tierra de Europa con toda clase de
bendiciones espirituales, en Cristo y en el Espíritu (cfr. Ef
1,3). Le damos gracias por haber llamado desde el comienzo de la
era cristiana a este continente a ser centro de irradiación de la buena
nueva de la fe, y a manifestar en el mundo su paternidad universal. Le
damos gracias porque ha bendecido esta tierra con la sangre de los
mártires y el don de innumerables vocaciones al sacerdocio, al
diaconado, a la vida consagrada en sus distintas formas, a la vida
monástica y a los institutos seculares. Le damos gracias porque su Santo
Espíritu no cesa todavía hoy de llamar a los hijos de esta Iglesia a ser
heraldos del mensaje de salvación en cualquier parte del mundo, y a
otros, además, a dar testimonio de la verdad del Evangelio que salva, en
la vida matrimonial y profesional, en la cultura y en la política, en
las artes y en el deporte, en las relaciones humanas y de trabajo, a
cada uno según el don y misión recibidos. Le damos gracias porque El es
la voz que llama y da el valor de responder, el pastor que conduce y
sostiene la fidelidad de cada día, camino, verdad y vida para todos los
llamados a realizar en sí mismos el plan del Padre. El
Congreso Europeo Vocaciona 2. Reunidos en Roma, del 5 al
10 de mayo de 1997, para el Congreso sobre las Vocaciones al Sacerdocio
y a la Vida Consagrada en Europa,(1) pusimos en manos del Dueño de las
mies los trabajos del Congreso, pero sobre todo el ansia de la Iglesia
que está en Europa, en este tiempo difícil y también formidable, junto
al agradecimiento a Dios que es fuente de toda consolación y autor de
cada vocación. Reunidos en Roma confiamos a María, imagen
perfecta de la criatura llamada por el Creador, a quienes Dios, también
hoy, continúa llamando. A los Santos Pedro y Pablo y a todos los santos
y mártires de ésta y de cada ciudad e Iglesias europeas, del pasado y
del presente, confiamos ahora este documento. Que logre expresar y
compartir aquella riqueza que nos fue dada en los días de la asamblea
romana, así como en otro tiempo los mártires y santos dieron testimonio
del amor del Eterno. El Congreso, en efecto, fue un
acontecimiento de gracia: el compartir fraterno, la profundización
doctrinal, el encuentro de los varios carismas, el intercambio de la
diversas experiencias y trabajos llevados a cabo en las Iglesias del
Este y del Oeste enriquecieron a todos y cada uno. Confirmaron en los
participantes la voluntad de continuar trabajando con pasión en el campo
vocacional, a pesar de la precariedad de los resultados en algunas
Iglesias del viejo continente. La fuerza de la esperanza
3. Desde el Documento de trabajo del Congreso a las
Proposiciones finales, desde el Discurso del Santo Padre a
los participantes al Mensaje para las comunidades eclesiales,
desde las intervenciones en el aula a las discusiones en los grupos de
estudio, desde los intercambios informales a los testimonios, hubo como
un hilván que unió entre ellos todos los actos y cada uno de los
momentos de este Congreso: la esperanza. Una esperanza más fuerte que
todo temor y toda duda, esperanza que sostuvo la fe de nuestros hermanos
de las Iglesias del Este en los tiempos en que lo difícil y arriesgado
era creer y esperar, y que ahora se ve premiada con una nueva floración
de vocaciones, como fue atestiguado en el Congreso. A estos
hermanos estamos profundamente agradecidos, como a todos los creyentes
que continúan dando testimonio de que la « esperanza es el secreto de la
vida cristiana y el hálito absolutamente necesario para la misión de la
Iglesia y, en especial, para la pastoral vocacional (...). Se precisa,
pues, hacerla renacer en los sacerdotes, en los educadores, en las
familias cristianas, en las Familias religiosas, en los Institutos
seculares; en suma, en todos aquellos que deben servir la vida cercanos
a las nuevas generaciones ».(2) Os escribimos a vosotros,
niños, adolescentes y jóvenes... 4. Afianzados en esta
esperanza nos dirigimos, ante todo a vosotros, niños, adolescentes y
jóvenes para que en la elección de vuestro futuro acojáis el
proyecto que Dios tiene sobre vosotros: sólo seréis felices y plenamente
realizados si os disponéis a realizar el plan del Creador sobre la
criatura. ¡Cuánto desearíamos que este escrito fuese como una carta
dirigida a cada uno de vosotros, en la que pudieseis sentir, con la
ayuda de vuestros educadores, la solicitud de la madre-Iglesia para cada
uno de sus hijos, esa solicitud tan particular que una madre tiene para
sus hijos más pequeños. Una carta en la que podáis reconocer vuestros
problemas, la preguntas que anidan en vuestro corazón joven y las
respuestas que vienen de Aquél que es el amigo perennemente joven de
vuestras almas, ¡el único que os puede decir la verdad! Sabedlo,
queridos jóvenes, la Iglesia sigue ansiosa vuestros pasos y vuestras
opciones. Y qué hermoso sería si esta carta suscitase en vosotros alguna
respuesta, para un diálogo continuo con quien os guía...
...a vosotros, padres y educadores 5. Llenos de la misma
esperanza nos dirigimos a vosotros padres, llamados por Dios a colaborar
con su voluntad de transmitir la vida, y a vosotros educadores,
docentes, catequistas y animadores, llamados por Dios a colaborar de
varias formas en su designio de educar para la vida. Querríamos deciros
cuánto aprecia la Iglesia vuestra vocación, y cuánto se confía a ella
para promover la vocación de vuestros hijos y alumnos y una verdadera y
auténtica cultura vocacional. Vosotros, padres, sois también los
primeros y naturales educadores vocacionales, mientras que vosotros,
educadores, no sois sólo instructores que orientan en las opciones
existenciales: estáis llamados, también, a transmitir la vida a las
jóvenes existencias que abrís al futuro. Vuestra fidelidad a la llamada
de Dios es mediación preciosa e insustituible para que vuestros hijos y
alumnos puedan descubrir su vocación personal, para que « tengan vida y
la tengan en abundancia » (Jn 10,10). ...a vosotros,
pastores y presbíteros, consagrados y consagradas... 6.
Siempre con la esperanza en el corazón nos dirigimos a vosotros,
sacerdotes, y a vosotros, consagrados y consagradas, en la vida
religiosa y en los institutos seculares. Quienes habéis oído una
particular llamada para seguir al Señor en una vida totalmente dedicada
a El, estáis, también, particularmente llamados, todos sin excepción
alguna, a testimoniar la belleza del seguimiento. Sabemos cuán
difícil es hoy esta propuesta y cuán halagadora la tentación del
desaliento cuando el trabajo parece inútil. « La pastoral vocacional
constituye el ministerio más difícil y más delicado ».(3) Pero también
querríamos recordar que no hay nada más a propósito que un testimonio
apasionado de la propia vocación para hacerla atractiva. Nada es más
lógico y coherente en una vocación que engendrar otras vocaciones, lo
que os convierte, con todo derecho, en « padres » y « madres ». En
particular, querríamos con este documento dirigirnos no sólo a quien
tiene la tarea explícita de la promoción vocacional, sino también a
quien no tiene un empeño directo en ella, o a quien cree no tener
ninguna obligación al respecto. Quisiéramos recordaros que sólo
un testimonio coral hace eficaz la animación vocacional, y que la crisis
vocacional va unida, ante todo, a la falta de responsabilidad de algún
testimonio que hace débil el mensaje. En una Iglesia toda vocacional,
todos son animadores vocacionales. Dichosos vosotros, si sabéis
decir con vuestra vida que servir a Dios es hermoso y satisfactorio, y
descubrir que en El, el Viviente, se esconde la identidad de cada
viviente (cfr. Col 3,3). ...a todo el pueblo de Dios
que está en Europa... 7. En fin, querríamos ser «
samaritanos de la esperanza » para aquellos hermanos y hermanas con los
que compartimos la fatiga del camino. Querríamos dirigir a todo el
pueblo de Dios, en esta vieja y bendita tierra, en las Iglesias del Este
y del Oeste, el mismo mensaje de esperanza. De aquí, hace tiempo, partió
la difusión del anuncio de la buena nueva, gracias al valor de muchos
evangelizadores, que pagaron incluso con la sangre su testimonio.
También hoy, así lo queremos creer, el Espíritu del Padre sigue
llamando. El envía por los derroteros del mundo a los hijos de
esta tierra generosa de profundas raíces cristianas, pero necesitada
ella misma de nueva evangelización y de nuevos evangelizadores. También
nosotros, ahora, nos presentamos al Señor, como un tiempo los Apóstoles,
conscientes de nuestra pobreza y de las necesidades de esta Iglesia: «
Maestro, hemos estado bregando toda la noche y no hemos pescado nada » (Lc
5,5). Pero queremos, sobre todo, « en tu palabra », creer y esperar que,
como entonces, el Señor puede llenar también hoy con una pesca milagrosa
las barcas de sus apóstoles y hacer de cada creyente un pescador de
hombres. Desde el Congreso a la vida 8. El
fin, por tanto, del presente documento es compartir con todos vosotros
el tiempo de gracia que fue el Congreso. Sin pretender hacer una
síntesis exhaustiva del mismo, ni creer haber elaborado un tratado
sistemático sobre la vocación, querríamos fraternalmente poner a
disposición de toda la Iglesia que está en Europa o fuera de Europa, en
sus diferentes denominaciones cristianas, los frutos más significativos
del Congreso mismo. El estilo tratará de expresar lo mejor
posible la voluntad de hacernos entender por todos, puesto que todos
indistintamente están llamados a realizar la propia vocación y a
promover la del que está a su vera. Procurará, sobre todo, unir
entre sí reflexión teológica y práctica pastoral, propuesta teórica y
orientación pedagógica, a fin de ofrecer una ayuda concreta a cuantos
trabajan en la animación vocacional. No pretendemos, en modo
alguno, decirlo todo, no sólo por no repetir lo que otros documentos ya
han dicho al respecto,(4) sino para permanecer abiertos al misterio,
misterio que envuelve la vida y la llamada de cada ser humano, misterio
que es también camino de discernimiento vocacional y que sólo en el
momento de la muerte se completará. O la pastoral vocacional es
mistagógica, y, por tanto, parte una y otra vez del Misterio (de Dios)
para llevar al misterio (del hombre), o no es tal pastoral.
Las partes del documento 9. En concreto, el presente
documento sigue la lógica que orientó los trabajos del Congreso: de lo
concreto de la existencia a la reflexión, para volver otra vez a lo
concreto de la existencia. Es con la realidad de cada día con lo que
debe medirse la pastoral vocacional. Por consiguiente, iniciaremos
presentando la situación, para, después, analizar el temavocacional
desde el punto de vista teológico, y dar, así, un fundamento y una
indispensable estructura de referencia a todo lo dicho. A
continuación, viene la parte más práctica: de tipo pastoral, ante
todo, o de grandes estrategias que poner en práctica; y luego de tipo
más pedagógico. Será útil para trazar al menos algunas pistas
orientadoras sobre el plan del método y de la práctica diaria. Y quizá
sea precisamente este aspecto el más deficiente y, al mismo tiempo, el
más deseado por los agentes pastorales. PRIMERA PARTE
LA SITUACION VOCACIONAL EUROPEA HOY
« La mies es mucha, pero los obreros pocos » (Mt
9,37)
Esta primera parte constituye una mirada sapiencial
sobre Europa, consciente de su complejidad cultural, en la que parece
predominar un modelo antropológico de « hombre sin vocación ». La nueva
evangelización debe reanunciar el sentido fuerte de la vida como «
vocación », en su fundamental llamada a la santidad, recreando una
cultura favorable a las distintas vocaciones y apta para promover un
verdadero salto cualitativo en la pastoral vocacional.
« Nuevas vocaciones para una nueva Europa » 10. El tema
del Congreso (« Nuevas vocaciones para una nueva Europa ») incide
directamente en el meollo del problema: hoy, en una Europa nueva
respecto al pasado, hay necesidad de vocaciones igualmente « nuevas ».
Es necesario explicar esta afirmación para comprender el sentido de esta
novedad, y sacar de ella la relación con la pastoral « tradicional » de
las vocaciones al sacerdocio y a la vida consagrada. No nos limitaremos,
por lo tanto, a exponer la situación y a ofrecer datos, sino que
procuraremos indicar en qué dirección va la novedad y la necesidad de
vocaciones que de ella se derivan. Al mismo tiempo, leeremos la
situación que se limita al presente, partiendo de la exclamación de
Jesús ante la misión que le esperaba: « La mies es mucha, pero los
trabajadores pocos » (Mt 9,37). Estas palabras continúan siendo
válidas y constituyen una preciosa clave para la lectura de la
actualidad. De alguna manera encontramos en ellas la exacta medida de
nuestro trabajo y la justa proporción (o desproporción) entre una mies
que siempre sobreabundará y nuestras pocas fuerzas. Evitando toda
interpretación pesimista del presente, como también toda hipotética
autosuficiencia para el mañana. Nueva Europa
11. Ya el Documento de trabajo presentó un cuadro de la situación
europea sobre la problemática vocacional fuertemente marcado por
elementos novedosos. Aquí los resumimos apenas, según el análisis que
hizo de ellos el Congreso mismo, tratando de recoger los más
significativos, destinados a orientar por largo tiempo la mentalidad y
la sensibilidad juveniles y, por tanto, también la praxis pastoral y las
estrategias vocacionales. a) Una Europa diversificada y
compleja Ante todo un hecho se da por descontado: es
prácticamente imposible reflejar de modo único y permanente la situación
europea, por lo que concierne a la situación juvenil y a las inevitables
repercusiones vocacionales. Estamos ante una Europa diversificada,
resultante de los diversos acontecimientos histórico-políticos (ver la
diferencia entre Este y Oeste), y también de la pluralidad de
tradiciones y culturas (greco-latina, anglosajona y eslava). Todo
ello, sin embargo, constituye también su riqueza y hace significativa,
en contextos diversos, experiencias y opciones. Así, si en los países de
la parte oriental se presenta el problema de cómo administrar la
libertad recuperada, en los de la parte occidental se nos pregunta sobre
cómo vivir la auténtica libertad. Tal heterogeneidad es también
ratificada por el desarrollo de las vocaciones al sacerdocio y a la vida
consagrada, no sólo por la diferencia existente entre el florecimiento
vocacional de la Europa oriental y la crisis generalizada que invade el
occidente, sino porque en lo profundo de tal crisis hay signos de
recuperación vocacional, particularmente en aquellas Iglesias en las que
la labor postconciliar asidua y constante ha abierto un surco profundo y
eficaz.(5) Si, pues, en Oriente es necesario poner en marcha una
verdadera pastoral orgánica al servicio de la promoción vocacional,
desde la animación a la formación, sobre todo, de las vocaciones, en
Occidente es indispensable una atención diferente. Aquí se debe
preguntar sobre la real consistencia teológica y sobre la orientación
aplicativa de ciertos proyectos vocacionales, sobre el concepto de
vocación que está en la base y sobre el tipo de vocaciones que se
derivan de él. En el Congreso se oyó insistentemente la pregunta: « ¿Por
qué determinadas teologías o praxis vocacionales no producen vocaciones,
mientras que otras sí las producen? ».(6) Otro aspecto
caracteriza la actualidad socio-cultural europea: la abundancia de
posibilidades, de ocasiones, de solicitudes, frente a la carencia de
enfoques, de propuestas, de proyectos. Es como un último contraste que
aumenta el grado de complejidad de este tiempo histórico, con recaída
negativa en el plano vocacional. Como la Roma antigua, la Europa moderna
se asemeja a un panteón, a un gran « templo » en el que todas las «
divinidades » tienen cabida, o en los que cada « valor » tiene su puesto
y su hornacina. « Valores » diversos y contrarios están presentes
y coexisten, sin una jerarquización precisa; códigos de lectura y de
valoración, de orientación y de comportamiento totalmente diferentes
unos de otros. Resulta difícil, en tal contexto, tener un
concepto o una visión del mundo unitarios, y llega a ser, por tanto,
débil también la capacidad proyectiva de la vida. Cuando una
cultura, en efecto, no define ya las supremas posibilidades de
significado, o no logra la convergencia en torno a algunos valores como
particularmente capaces para dar sentido a la vida, sino que pone todo
al mismo plano, pierde toda posibilidad de opción proyectiva y todo
llega a ser indiferente y sin importancia. b) Los jóvenes y
Europa Los jóvenes europeos viven en esta cultura pluralista
y ambivalente, « politeísta » y neutra. Por un lado, buscan
apasionadamente autenticidad, afecto, relaciones personales, amplitud de
horizontes; y por otro, se sienten fundamentalmente solos, « heridos »
por el bienestar, engañados por las ideologías, confusos por la
desorientación ética. Y todavía: « de muchos sectores del mundo
juvenil se resalta una clara simpatía por la vida entendida como valor
absoluto, sagrado... »,(7) pero, a menudo y en muchas partes de Europa
tal apertura respecto a la existencia se ve contrarrestada por políticas
no respetuosas del derecho a la vida misma, sobre todo, para los más
débiles. Políticas que arriesgan hacer al « viejo continente » más viejo
todavía. Si, por tanto, por un lado estos jóvenes constituyen un capital
apreciable para la Europa de hoy, que sobre ellos apuesta grandemente
para construir su futuro, por otro no siempre las expectativas juveniles
son acogidas con coherencia por el mundo de los adultos o por los
responsables de la sociedad civil. Como quiera que sea, dos
aspectos nos parecen de capital importancia para comprender la actitud
actual de los jóvenes: la reivindicación de la subjetividad y el
deseo de libertad. Son dos instancias dignas de atención y
típicamente humanas. A menudo, sin embargo, en una cultura débil y
compleja como la actual, dan lugar —al encontrarse— a combinaciones que
deforman el significado de las mismas: la subjetividad se convierte
entonces en subjetivismo, mientras que la libertad degenera en
arbitrariedad. En tal contexto, merece que se preste atención
a la relación que los jóvenes europeos establecen con la Iglesia. El
Congreso dice con valentía y realismo en una de sus Proposiciones
finales: « Los jóvenes con frecuencia no ven en la Iglesia el objeto de
su búsqueda, ni el lugar de respuesta a sus interrogantes y
expectativas. Se resalta que no es Dios el problema, sino la Iglesia. La
Iglesia es consciente de su dificultad en comunicar con los jóvenes, de
la carencia de auténticos planes pastorales..., de la debilidad
teológico-antropológica de ciertas catequesis. En un amplio sector de
jóvenes perdura el temor a que una experiencia en la Iglesia coarte su
libertad »,(8) mientras que para otros muchos la Iglesia permanece o
está llegando a ser el más autorizado punto de referencia. c)
« Hombre sin vocación » Este juego de contrastes se refleja
inevitablemente en el plano de proyectar el futuro, que es visto —por
parte de los jóvenes— en una óptica consecuente, limitada a las propias
ideas, en función de intereses estrictamente personales (la
autorrealización). Es una lógica que reduce el futuro a la
elección de una profesión, a la situación económica o a la satisfacción
sentimental-afectiva, dentro de horizontes que de hecho reducen la
voluntad de libertad y las posibilidades de la persona a proyectos
limitados, con la ilusión de ser libres. Son opciones sin ninguna
apertura al misterio y al trascendente, y quizá también con escasa
responsabilidad respecto a la vida, propia y ajena, de la vida recibida
como don y para transmitir a otros. Es, en otras palabras, una
sensibilidad y mentalidad que corren el peligro de diseñar una especie
de cultura antivocacional. Que es tanto como decir que, en la Europa
culturalmente compleja y privada de precisos puntos de referencia,
semejante a un gran panteón, el modelo antropológico prevalente fuese el
del « hombre sin vocación ». He aquí una posible
descripción de éstos: « Una cultura pluralista y compleja tiende a
producir jóvenes con una identidad imperfecta y frágil con la
consiguiente indecisión crónica frente a la opción vocacional. Muchos
jóvenes ni siquiera conocen la « gramática elemental » de la existencia,
son nómadas: circulan sin pararse a nivel geográfico, afectivo,
cultural, religioso; « ellos lo intentan ». En medio de la gran cantidad
de informaciones, pero faltos de formación, aparecen distraídos, con
pocas referencias y pocos modelos. Por esto tienen miedo de su porvenir,
experimentan desasosiego ante compromisos definitivos y se preguntan
acerca de su existencia. Si por una parte buscan, a toda costa,
autonomía e independencia, por otra, como refugio, tienden a ser
dependientes del ambiente socio-cultural y a conseguir la gratificación
inmediata de los sentidos: de aquello que « me va », de lo que « me hace
sentirme bien » en un mundo afectivo hecho a medida ».(9) Produce
una inmensa pena encontrar jóvenes, incluso inteligentes y dotados, en
los que parece haberse extinguido la voluntad de vivir, de creer en
algo, de tender hacia objetivos grandes, de esperar en un mundo que
puede llegar a ser mejor también gracias a su esfuerzo. Son jóvenes que
parecen sentirse supérfluos en el juego o en el drama de la vida,
como dimisionarios en relación con ella, extraviados a lo largo de
senderos truncados y aplanados en los niveles mínimos de la tensión
vital. Sin vocación, pero también sin futuro, o con un futuro que, todo
lo más, será una fotocopia del presente. d) La vocación de
Europa No obstante, esta Europa de muchas almas y de cultura
tan débil (pero que todavía se impone con fuerza) da señales de poseer
energías insospechadas, está más viva que nunca y llamada a desempeñar
un rol importante en el contexto mundial. Nunca como en este
momento, el viejo continente, no obstante muestre todavía las heridas de
recientes conflictos y de contraposiciones también violentas en su
interior, ha sentido fuerte la llamada a la unidad. Una unidad que
todavía se debe construir, a pesar de que se hayan abatido algunos
muros, y que deberá extenderse a toda Europa y a quien en ella pide
hospitalidad y acogida. Unidad que no podrá ser sólo política o
económica, sino también y, ante todo, espiritual y moral. Unidad,
además, que deberá superar viejos rencores y antiguos recelos, y que
podría encontrar precisamente en las primitivas raíces cristianas un
motivo de convergencia y una garantía de entendimiento. Unidad que
incumbe realizar, consolidar y acabar especialmente a la actual
generación juvenil, del Oeste al Este, del Norte al Sur, defendiéndola
de cualquier tentación contraria de aislamiento y de encerramiento en
sus propios intereses, y proponiéndola al mundo entero como ejemplo de
serena convivencia en la diferencia. ¿Serán capaces estos jóvenes
de asumir una tal responsabilidad? Si es cierto que el joven de
hoy corre el peligro de estar desorientado y de encontrarse sin un
preciso punto de referencia, la « nueva Europa » que está naciendo
podría llegar a ser una meta y ofrecer un adecuado estímulo a los
jóvenes que, en realidad, « tienen nostalgia de libertad y buscan la
verdad, la espiritualidad, la autenticidad, la propia originalidad
personal y la transparecia, que juntos tienen deseos de amistad y de
reciprocidad », que buscan « compañía » y quieren « construir una nueva
sociedad, fundada en valores tales como la paz, la justicia, el respeto
del medio ambiente, la atención a las discrepancias, la solidaridad, el
voluntariado y la igual dignidad de la mujer ».(10) En último
análisis, los más recientes estudios presentan a los jóvenes europeos
como desorientados, mas no desesperados; impregnados de relativismo
ético, pero también deseosos de vivir una « vida buena »; conscientes de
su necesidad de salvación, aunque sin saber dónde buscarla. Su
problema más grave es probablemente la sociedad éticamente neutra en la
que les ha tocado vivir, pero cuyos recursos no se han agotado.
Especialmente en un tiempo de transición hacia nuevas metas como el
nuestro. De ello dan fe tantos jóvenes animados por una sincera búsqueda
de espiritualidad, valientemente comprometidos en lo social, confiados
en sí mismos y en los otros y comunicadores de esperanza y de optimismo.
Nosotros creemos que estos jóvenes, a pesar de las contradicciones y del
« peso » de un cierto ambiente cultural, pueden construir esta nueva
Europa. En la vocación de su madre-tierra se trasluce también su propia
vocación. Nueva Evangelización 12. Todo esto
abre nuevos caminos y requiere nuevo impulso al mismo proceso de
evangelización de la vieja y nueva Europa. Hace tiempo que la Iglesia y
el actual Pontífice vienen pidiendo una profunda renovación de los
contenidos y del método del anuncio del Evangelio, « para hacer a la
Iglesia del siglo XX siempre más idónea para anunciar el Evangelio a la
humanidad del siglo XX ».(11) Y como nos recordó el Congreso, « no hay
que tener miedo de vivir en una época de paso de una orilla a la otra
».(12) a) El « semper » y el « novum » Se trata de
unir el « semper » y el « novum » del Evangelio para ofrecerlo a las
nuevas exigencias y condiciones del hombre y de la mujer de hoy. Es,
pues, urgente proponer de nuevo el núcleo o centro del kerigma como «
noticia perennemente buena », rica de vida y de sentido para el joven
que vive en Europa, como anuncio capaz de dar respuestas a sus
expectativas y guiar su búsqueda. En torno a estos puntos se
concentran especialmente la tensión y el desafío. De esto dependen la
imagen de hombre que se quiere construir y las grandes decisiones de la
vida, el futuro de la persona y de la humanidad; el significado de la
libertad y la relación entre subjetividad y objetividad, el misterio de
la vida y de la muerte, el amar y el sufrir, el trabajo y el descanso.
Es preciso aclarar la conexión entre praxis y verdad, entre momento
histórico personal y futuro definitivo universal o entre bien recibido y
bien dado, entre conocimiento del don y opción de vida. Somos
conscientes de que precisamente en torno a estos puntos gira también una
cierta crisis de significado, de la que derivan, por tanto, una cultura
antivocacional y una imagen de hombre sin vocación. Por consiguiente, de
aquí debe partir o aquí debe arribar el camino de la nueva
evangelización, para evangelizar la vida y el significado de la vida, la
exigencia de libertad y de subjetividad, el sentido del propio ser en el
mundo y del relacionarse con los otros. De aquí podrá emerger una
cultura vocacional y un modelo de hombre abierto a la llamada. Para que
a una Europa, que va cambiando en profundidad su imagen, no le llegue a
faltar la buena noticia de la pascua del Señor, en cuya sangre los
pueblos dispersos se han reunido y los alejados se han aproximado, «
destruyendo el muro de enemistad que los separaba » (Ef 2,14). O
mejor, podemos decir que la vocación es el corazón mismo de la nueva
evangelización en los umbrales del tercer milenio, es la llamada de
Dios al hombre para un tiempo nuevo de verdad y libertad, y para una
nueva construcción ética de la cultura y de la sociedad europeas.
b) Nueva santidad En este proceso de inculturación de la
buena nueva, la Palabra de Dios se hace compañera de viaje del hombre y
le sale al encuentro a lo largo de los caminos para revelarle el
designio del Padre como condición para su felicidad. Y es exactamente la
Palabra extraída de la carta de Pablo a los cristianos de la Iglesia de
Efeso, la que nos guía también hoy a nosotros, pueblo de Dios en Europa,
a descubrir cuanto quizá no es inmediatamente visible a primera vista,
pero que es evento, es donación, es vida nueva: « Así, pues, ya no sois
extraños ni forasteros, antes bien, sois conciudadanos de los santos y
familiares de Dios » (Ef 2,19). No es, evidentemente,
palabra nueva, pero es palabra que hace ver de un modo nuevo la realidad
de la Iglesia del viejo continente, que está lejos de ser « Iglesia
vieja ». Es comunidad de creyentes llamados a la « juventud de la
santidad », a la vocación universal a la santidad, subrayada con
fuerza por el Concilio(13) y reafirmada, en diversas ocasiones, por el
Magisterio subsiguiente. Es tiempo, ahora, de que aquella llamada
adquiera fuerza y llegue a todo creyente, « a fin de que alcancéis a
comprender juntamente con todos los santos cuál sea la anchura y la
longitud, la altura y la profundidad » (Ef 3,18) del misterio de
gracia confiado a la propia vida. Es tiempo, ahora, de que
aquella llamada suscite nuevos modelos de santidad, porque Europa tiene
necesidad, sobre todo, de la santidad que el momento exige, original por
tanto y, en algún modo, sin precedentes. Se necesitan personas,
capaces de « echar puentes » para unir cada vez más a las
Iglesias y a los pueblos de Europa y para reconciliar los espíritus.
Son precisos « padres » y « madres » abiertos a la vida y
al don de la vida; esposos y esposas que testimonien y
celebren la belleza del amor humano bendecido por Dios; personas
capaces de diálogo y de « caridad cultural » para transmitir
el mensaje cristiano mediante los lenguajes de nuestra sociedad;
profesionales y personas sencillas capaces de imprimir al compromiso
en la vida civil y a las relaciones de trabajo y amistad, la
transparecia de la verdad y la fuerza de la caridad cristiana;
mujeres que descubran en la fe cristiana la posibilidad de vivir
plenamente su condición femenina; sacerdotes de corazón grande,
como el del Buen Pastor; diáconos permanentes que anuncien la
Palabra y la libertad del servicio para con los más pobres; apóstoles
consagrados, capaces de sumergirse en el mundo y en la historia con
corazón contemplativo, y místicos tan familiarizados con el
misterio de Dios como para saber celebrar la experiencia de lo divino y
hacer ver a Dios presente en la vorágine de la acción. Europa
necesita nuevos confesores de la fe y del gozo de creer,
testigos que sean creyentes creíbles, valientes hasta la
sangre, vírgenes que no sean tales sólo para sí mismas, sino que sepan
decir a todos que la virginidad reside en el corazón de cada uno y
reenvía inmediatamente al Eterno, manantial de todo amor. Nuestra
tierra está ávida no sólo de personas santas, sino de comunidades
santas, de tal forma enamoradas de la Iglesia y del mundo que sepan
presentar al mundo mismo una Iglesia libre, abierta, dinámica, presente
en la historia diaria de Europa, cercana a los sufrimientos de la gente,
acogedora con todos, promotora de la justicia, solícita para con los
pobres, no preocupada por su minoría numérica ni por las barreras
puestas a su acción, no asustada por el clima de descristianización
social (real pero quizá no tan radical ni generalizado), ni de la
escasez (a menudo sólo aparente) de los resultados. ¡Será ésta la
nueva santidad capaz de reevangelizar a Europa y de construir la nueva
Europa! Nuevas vocaciones 13. Se impone, en
este momento, un razonamiento nuevo sobre la vocación y sobre las
vocaciones, sobre la cultura y sobre la pastoral vocacional. El Congreso
ha creído percibir una cierta sensibilidad, ya largamente extendida
respecto a estos temas, proponiendo, sin embargo, al mismo tiempo, una «
sacudida » adecuada para abrir tiempos nuevos en nuestras Iglesias.(14)
a) Vocación y vocaciones Como la santidad es para todos
los bautizados en Cristo, así también existe una vocación específica
para todo viviente; y así como la primera tiene su fundamento en el
Bautismo, la segunda está vinculada al simple hecho de existir. La
vocación es el pensamiento providente del Creador sobre cada criatura,
es su idea-proyecto, como un sueño que está en el corazón de Dios,
porque ama vivamente la criatura. Dios-Padre lo quiere distinto y
específico para cada viviente. El ser humano, en efecto, es «
llamado » a la vida y al venir a la vida, lleva y encuentra en sí la
imagen de Aquél que le ha llamado. Vocación es propuesta divina a
realizarse según esta imagen, y es única-singular-irrepetible
precisamente porque tal imagen es inagotable. Toda criatura significa y
es llamada a manifestar un aspecto particular del pensamiento de Dios.
Ahí encuentra su nombre y su identidad; afirma y pone a seguro su
libertad y su originalidad. Si, pues, todo ser humano tiene su
propia vocación desde el momento de su nacimiento, existen en la Iglesia
y en el mundo diversas vocaciones que, mientras en el plano teológico
manifiestan la imagen divina impresa en el hombre, a nivel
pastoral-eclesial responden a las varias exigencias de la nueva
evangelización, enriqueciendo la dinámica y la comunión eclesial: « La
Iglesia particular es como un jardín florido, con gran variedad de dones
y carismas, funciones y ministerios. De aquí la importancia del
testimonio de la comunión entre ellos, abandonando todo espíritu de
competencia ».(15) Más aún, se dijo explícitamente al Congreso, «
hay necesidad de apertura a los nuevos carismas y ministerios, sin duda
distintos de los habituales. La valoración y el puesto de los seglares
es un signo de los tiempos que, en parte, está todavía por descubrir y
que se está manifestando cada vez más fructífero ».16 b)
Cultura de la vocación Estos elementos están penetrando
progresivamente la conciencia de los creyentes, pero no todavía hasta el
punto de crear una verdadera y propia cultura vocacional,(17) capaz de
traspasar los confines de la comunidad creyente. Por esto el Santo
Padre, en su Discurso a los participantes al Congreso les desea
que la constante y paciente atención de la comunidad cristiana al
misterio de la llamada divina promueva una « nueva cultura vocacional
en los jóvenes y en las familias ».(18) Ella es una componente de
la nueva evangelización. Es cultura de la vida y de la apertura a la
vida, del significado del existir, pero también del morir. En
especial hace referencia a valores un tanto olvidados por cierta
mentalidad emergente (« cultura de la muerte », según algunos), tales
como, la gratitud, la aceptación del misterio, el sentido de lo
imperfecto del hombre y, a la vez, de su apertura a lo trascendente, la
disponibilidad a dejarse llamar por otro (o por Otro) y preguntar por la
vida, la confianza en sí mismo y en el prójimo, la libertad de turbarse
ante el don recibido, el afecto, la comprensión, el perdón, admitiendo
que aquello que se ha recibido es inmerecido y sobrepasa la propia
capacidad, y fuente de responsabilidad hacia la vida. También
forma parte de esta cultura vocacional la capacidad de soñar y anhelar,
el asombro que permite apreciar la belleza y elegirla por su valor
intrínseco, porque hace bella y auténtica la vida, el altruismo que no
es sólo solidaridad de emergencia, sino que nace del descubrimiento de
la dignidad de cualquier ser humano. A la cultura del ocio, que
corre el peligro de perder de vista y anular los interrogantes serios en
el montón de palabras, y se opone una cultura capaz de encontrar valor y
gusto por las grandes cuestiones, las que atañen al propio futuro:
son las grandes preguntas, en efecto, las que hacen grandes las pequeñas
respuestas. Pero son precisamente las pequeñas y cotidianas
respuestas las que provocan las grandes decisiones, como la de la fe; o
que crean cultura, como la de la vocación. En todo caso, la
cultura vocacional, en cuanto conjunto de valores, debe pasar cada vez
más de la conciencia eclesial a la civil, del conocimiento de lo
particular o de la comunidad a la convicción universal de no poder
construir ningún futuro, para la Europa del 2000, sobre un modelo de
hombre sin vocación. En efecto, dice el Papa: « La crisis que atraviesa
el mundo juvenil revela, incluso en las nuevas generaciones, apremiantes
interrogantes sobre el sentido de la vida, confirmando el hecho de que
nada ni nadie puede ahogar en el hombre la búsqueda de sentido y
el deseo de encontrar la verdad. Para muchos éste es el campo en el que
se plantea la búsqueda de la vocación ».(19) Precisamente esta
pregunta y este deseo hacen nacer una auténtica cultura de la vocación;
y si pregunta y deseo están en el corazón del hombre, también de quien
los rechaza, entonces esta cultura podría llegar a ser una especie de
terreno común donde la conciencia creyente encuentra la conciencia
seglar y se confronta con ella. A ésta dará con generosidad y
transparencia la sabiduría que ha recibido de lo Alto. De esta
forma dicha nueva cultura será verdadero y propio terreno de
evangelización, donde podría nacer un nuevo modelo de hombre y florecer
también una nueva santidad y nuevas vocaciones para la Europa del 2000.
La escasez, en efecto, de vocaciones específicas —las vocaciones en
plural— es, sobre todo, carencia de conciencia vocacional de la vida —la
vocación en particular—, o bien, carencia de cultura de la vocación.
Esta cultura llega a ser hoy, probablemente, el primer objetivo de la
pastoral vocacional(20) o, quizá, de la pastoral en general. ¿Qué
pastoral es, en efecto, aquella que no cultiva la libertad de sentirse
llamados por Dios, ni produce cambio de vida? c) Pastoral de
las vocaciones: el « salto de calidad » Hay otro elemento que
une entre sí la reflexión del pre-congreso con el análisis del congreso.
Es el conocimiento de que el congreso de las vocaciones se encuentra
ante la exigencia de un cambio radical, de un « »impacto » idóneo »,
según el documento de trabajo,(21) o de « un salto de calidad », como el
Papa recomendó en su Discurso al final del Congreso.(22) Todavía
una vez más nos encontramos ante una convergencia evidente que ha de
comprenderse en su significado auténtico, en este análisis de la
situación que estamos proponiendo. No se trata sólo de una
invitación a reaccionar ante una sensación de cansancio o de desaliento
por los escasos resultados; ni con estas palabras se pretende incitar a
renovar simplemente ciertos métodos o a recuperar energía y entusiasmo,
sino que, substancialmente se quiere indicar que la pastoral vocacional
en Europa ha llegado a una articulación histórica, a un paso decisivo.
Existe una historia, con una prehistoria, seguida de fases que se han
sucedido lentamente a los largo de estos años, como estaciones
naturales, y que ahora deben necesariamente avanzar hacia el estado «
adulto » y maduro de la pastoral vocacional. Por tanto, no se
trata ni de subestimar el sentido de este paso, ni de culpar a nadie por
lo que se haya hecho en el pasado; al contrario, nuestro propósito y el
de toda la Iglesia es de sincero reconocimiento a aquellos hermanos y
hermanas que, en condiciones verderamente difíciles, han ayudado con
generosidad a tantos adolescentes a buscar y encontrar la propia
vocación. De todas formas, en cualquier caso, se trata de comprender de
una vez la orientación que Dios, Señor de la historia, está dando a
nuestra historia, también a la rica historia de las vocaciones en
Europa, hoy ante una encrucijada decisiva. — Si la pastoral de
las vocaciones nació como emergencia debida a una situación de crisis e
indigencia vocacional, hoy ya no se puede pensar con la misma
incertidumbre y motivada por una coyuntura negativa; al contrario,
aparece como expresión estable y coherente de la maternidad de la
Iglesia, abierta al designio inescrutable de Dios, que siempre
engendra vida en ella; — si en un tiempo la promoción
vocacional se orientaba exclusiva y principalmente a algunas vocaciones,
ahora se debería dirigir cada vez más a la promoción de todas la
vocaciones, porque en la Iglesia de Dios o se crece juntos o no crece
ninguno; — si en sus comienzos la pastoral vocacional trataba de
circunscribir su campo de acción a algunas categorías de personas (« los
nuestros », los más próximos a los ambientes de Iglesia, o a aquéllos
que parecían manifestar inmediatamente un cierto interés, los más buenos
y estimados, los que habían hecho ya una opción de fe, etc.), ahora se
siente cada vez más la necesidad de extender con valor a todos,
al menos en teoría, el anuncio y la propuesta vocacionales, en nombre de
aquel Dios que no hace acepción de personas, que elige a pecadores en un
pueblo de pecadores, que hace de Amós, que no era hijo de profeta sino
tan solo recogedor de sicómoros, un profeta, que llama a Leví, y entra
en la casa de Zaqueo, que es capaz de hacer nacer incluso de las piedras
hijos de Abraham (cfr. Mt 3,9); — si anteriormente la
actividad vocacional nacía en buena parte del miedo (a la desaparición,
a la disminución) y de la pretensión de mantener determinados niveles de
presencia o de obras, ahora el miedo, siempre pésimo consejero, cede el
puesto a la esperanza cristiana, que nace de la fe y se proyecta
hacia la novedad y el futuro de Dios; — si una cierta animación
vocacional es, o era, perennemente insegura y tímida, casi hasta
aparecer en condiciones de inferioridad respecto a una cultura
antivocacional, hoy hace aunténtica promoción vocacional sólo quien está
animado por la convicción de que toda persona, sin excluir a ninguna, es
un don original de Dios que espera ser descubierto; — si el fin,
un tiempo, parecía ser el reclutamiento, o el método de propaganda, a
menudo con resultados obtenidos forzando la libertad del individuo o con
episodios de « competencia », ahora debe ser cada vez más claro que el
fin es la ayuda a la persona para que sepa discernir el designio
de Dios sobre su vida para la edificación de la Iglesia, y reconozca y
realice en sí misma su propia verdad;(23) — si en época aún no
muy lejana había quien se engañaba creyendo resolver la crisis
vocacional con opciones discutibles, por ejemplo « importando vocaciones
» de allende las fronteras (a menudo desarraigándolas de su ambiente),
hoy nadie debería engañarse con resolver la crisis vocacional vagando de
un lado a otro, porque el Señor continúa llamando en cada Iglesia y
en cada lugar; — e igualmente, en la misma línea, el «
cirineo vocacional », solícito y a menudo improvisador solitario,
debería cada vez más pasar de una animación hecha con iniciativas y
experiencias episódicas a una educación vocacional que se inspire en la
seguridad de un método de acompañamiento comprobado para poder
prestar una ayuda apropiada a quien está en búsqueda; — en
consecuencia, el mismo animador vocacional debería llegar a ser cada vez
más educador en la fe y formador de vocaciones, y la animación
vocacional llegar a ser siempre más acción coral,(24) de toda la
comunidad, religiosa o parroquial, de todo el instituto o de toda la
diócesis, de cada presbítero o consagradoa o creyente, y para todas las
vocaciones en cada fase de la vida; — es tiempo, por fin, de que
se pase decididamente de la « patología del cansancio »(25) y de la
resignación, que se justifica atribuyendo a la actual generación juvenil
la causa única de la crisis vocacional, al valor de hacerse los
interrogantes oportunos y ver los eventuales errores y fallos a fin de
llegar a un ardiente nuevo impulso creativo de testimonio. d)
Pequeño rebaño y misión grande(26) Será la coherencia con la
que se proceda en esta línea la que ayudará cada vez más a descubrir la
dignidad de la pastoral vocacional y su natural posición de centralidad
y síntesis en el ámbito pastoral. También aquí venimos de
experiencias y concepciones que han arriesgado marginar, en algún modo,
en el pasado, la misma pastoral de las vocaciones, considerándola como
menos importante. Ella, tal vez, presenta un rostro no convincente de la
Iglesia actual o es considerada como un sector de la pastoral
teológicamente menos fundamentado que otros, consecuencia reciente de
una situación crítica y contingente. La pastoral vocacional vive,
quizá, todavía en una situación de inferioridad, que, si por un lado
puede dañar su imagen e indirectamente la eficacia de su acción, por
otro puede llegar a ser también un contexto favorable para trazar y
experimentar con creatividad y libertad —libertad incluso para
equivocarse— nuevos caminos pastorales. Sobre todo dicha
situación puede recordar aquella otra « inferioridad » o pobreza de la
que hablaba Jesús mirando al gentío que le seguía: « La mies es mucha,
pero los obreros pocos » (Mt 9,37). Frente a la mies del Reino de
Dios, frente a la mies de la nueva Europa y de la nueva evangelización,
los « obreros » son y serán siempre pocos, « pequeño rebaño y misión
grande », para que resalte siempre más que la vocación es iniciativa de
Dios, don del Padre, Hijo y Espíritu Santo. SEGUNDA PARTE
TEOLOGIA DE LA VOCACION
« Hay diversidad de carismas, pero un solo Espíritu
» (1 Cor 12,4)
La finalidad fundamental de esta segunda parte teológica
es hacer comprender el sentido de la vida humana en relación a Dios
comunión trinitaria. El misterio del Padre, del Hijo y del Espíritu
Santo fundamenta toda la existencia del hombre, como llamada al amor en
la entrega de sí mismo y en la santidad; como don en la Iglesia para el
mundo. Toda antropología separada de Dios es ilusoria. Se
trata de estudiar los elementos estructurales de la vocación cristiana,
su entramado esencial que, evidentemente, no puede ser sino teológico.
Esta realidad, que ha sido ya objeto de muchos análisis, incluso del
Magisterio, posee una rica tradición espiritual, bíblico-teológica, que
ha formado no sólo generaciones de llamados, sino también una
espiritualidad de la llamada. La cuestión del sentido de la
vida 14. En la escuela de la palabra de Dios, la
comunidad cristiana recibe la respuesta más elevada a la cuestión del
significado que surge, más o menos claramente, en el corazón del hombre.
Es una respuesta que no viene de la razón humana, aunque siempre
provocada dramáticamente por el problema del existir y de su destino,
sino de Dios. Es El mismo quien entrega al hombre la clave de lectura
para esclarecer y resolver las grandes cuestiones que hacen del hombre
un sujeto interrogante: « ¿Por qué estamos en el mundo? ¿Qué es la vida?
¿A qué puerto arribamos más allá del misterio de la muerte? ». No
se olvide, sin embargo, que en la cultura del ocio, en la que se
encuentran embarcados sobre todo los jóvenes actuales, las cuestiones
fundamentales corren el peligro de ser sofocadas o de ser eludidas. El
sentido de la vida, hoy, más que buscado viene impuesto: o por aquello
que se vive en lo inmediato, o por cuanto satisface las necesidades,
satisfechas las cuales, la conciencia llega a ser cada vez más obtusa, y
las cuestiones más importantes quedan eludidas.(27) Es, por
tanto, tarea de la teología pastoral y del acompañamiento espiritual
ayudar a los jóvenes a preguntar a la vida, para llegar a formular, en
el diálogo decisivo con Dios, la misma pregunta de María de Nazaret: «
¿Cómo es posible? » (Lc 1,34). La imagen trinitaria
15. En la escucha de la Palabra, no sin asombro, descubrimos que la
categoría bíblico-teológica más comprensiva y más conveniente para
expresar el misterio de la vida, a la luz de Cristo, es aquella de «
vocación ».(28) « Cristo, el nuevo Adán, en la misma revelación del
misterio del Padre y de su amor, manifiesta también plenamente el hombre
al hombre y le descubre la sublimidad de su vocación ».(29) Por
esto la figura bíblica de la comunidad de Corinto presenta los dones del
Espíritu, en la Iglesia, subordinados al reconocimiento de Jesús como el
Señor. Efectivamente, la cristología está en la base de toda
antropología y eclesiología. Cristo es el proyecto del hombre.
Sólo después de que el creyente ha reconocido que Jesús es el Señor «
bajo la acción del Espíritu Santo » (1 Cor 12,3) puede acoger el
estatuto de la nueva comunidad de los creyentes: « Hay diversidad de
dones, pero uno mismo es el Espíritu. Hay diversidad de ministerios,
pero uno mismo es el Señor. Hay diversidad de operaciones, pero uno
mismo es Dios, que obra todas las cosas en todos » (1 Cor
12,4-6). La imagen paulina pone en evidencia, claramente, tres aspectos
fundamentales de los dones vocacionales en la Iglesia, estrechamente
unidos a su origen en el seno de la comunión trinitaria y con específica
referencia a cada Persona. A la luz del Espíritu, los dones son
manifestación de su infinita gratuidad. El mismo es carisma (Hch
2,38), manantial de todo don y expresión de la incontenible creatividad
divina. A la luz de Cristo, los carismas vocacionales son
ministerios, y manifiestan las más variadas formas de servicio que
el Hijo vivió hasta dar la vida. El, en efecto, « no ha venido para ser
servido, sino a servir y dar su vida... » (Mt 20,28). Jesús, por
tanto, es el modelo de todo ministerio. A la luz del Padre, los
carismas son « operaciones », porque por El, origen de la vida,
todo ser libera el propio dinamismo creador. La Iglesia, pues,
refleja como imagen, el misterio de Dios Padre, de Dios Hijo y de Dios
Espíritu Santo; y cada vocación lleva en sí los rasgos característicos
de las tres Personas de la comunión trinitaria. Las Personas Divinas son
origen y modelo de toda llamada: o mejor, la Trinidad es en sí misma un
misterioso entrecruce de llamadas y respuestas. Sólo allí, en el
interior de aquel diálogo ininterrumpido, todo viviente encuentra no
sólo sus raíces, sino también su destino y su futuro, es decir, lo que
está llamado a ser y a llegar a ser, en la verdad y en la libertad, en
la realidad de su historia. Los carismas, en efecto, en el
estatuto eclesiológico de la 1a a los Corintios, tienen una finalidad
histórica y concreta: « A cada uno se le otorga la manifestación para la
común utilidad » (1 Cor 12,7). Hay un bien superior que
normalmente sobrepasa el carisma personal: construir en la unidad el
Cuerpo de Cristo; hacer epifánica su presencia en la historia « para que
el mundo crea » (Jn 17,21). Por tanto, la comunidad
eclesial, por una parte, está asida por el misterio de Dios, del que es
imagen visible, y, por otra, está totalmente comprometida con la
historia del hombre, en situación de éxodo, hacia « los cielos nuevos ».
La Iglesia, y en ella cada vocación, manifiestan un idéntico dinamismo:
ser llamadas para una misión. El Padre llama a la vida
16. La existencia de cada uno es fruto del amor creador del Padre, de su
voluntad eficiente, de su palabra creadora. El acto creador del
Padre tiene la dinámica de una invitación, de una llamada a la vida. El
hombre viene a la vida porque es amado, pensado y querido por una
Voluntad buena que lo ha preferido a la no existencia, que lo ha amado
antes de que fuese, conocido antes de formarlo en el seno materno,
consagrado antes de que saliese a la luz (cfr. Jer 1,5; Is
49,1-5; Gal 1,15). La vocación, por tanto, es lo que
explica, en la raíz, el misterio de la vida del hombre, y ella misma es
misterio de predilección y gratuidad absoluta. a) « ...a su
imagen » En la « llamada creadora » el hombre aparece al
instante en toda la plenitud de su dignidad como sujeto llamado a la
relación con Dios, a estar ante El, con los otros, en el mundo, con un
rostro que sea el reflejo de los mismos semblantes divinos: « Hagamos al
hombre a nuestra imagen y semejanza » (Gen 1,26). Esta triple
relación pertenece al designio originario, porque el Padre « en El —en
Cristo— nos eligió antes de la fundación del mundo, para que fuésemos
santos e irreprensibles en su presencia por la caridad » (Ef
1,4). Reconocer al Padre significa que nosotros existimos a su
manera, habiéndonos creado a su imagen (Sab 2,23). En esto, pues,
se contiene la fundamental vocación del hombre: la vocación a la vida y
a una vida concebida al instante a semejanza de la divina. Si el Padre
es el eterno manantial, la total gratuidad, la fuente perenne de la
existencia y del amor, el hombre está llamado, en la medida corta y
limitada de su existir, a ser como El; y, por tanto, a « dar vida », a
hacerse cargo de la vida de otro. El acto creador del Padre,
pues, es lo que provoca el conocimiento de que la vida es una entrega a
la libertad del hombre, llamado a dar una respuesta personalísima y
original, responsable y llena de gratitud. b) El amor, sentido
pleno de la vida En esta perspectiva de la llamada a la vida
una cosa debe ser excluida: que el hombre pueda considerar la vida como
una cosa obvia, debida, casual. Quizá resulta difícil, en la
cultura actual, experimentar asombro ante el don de la vida.(30)
Mientras que es más fácil percibir el sentido de una vida que se da,
aquella que redunda en beneficio de los otros, se exige, en cambio, una
conciencia más madura, una cierta formación espiritual, para comprender
que la vida de cada uno, siempre y ante cualquier situación, es amor
recibido, y que en dicho amor está ya encerrado, como consecuencia, un
proyecto vocacional. El mero hecho de existir debería llenar a
todos de admiración y de gratitud inmensa hacia Aquél que de manera
totalmente gratuita nos ha sacado de la nada pronunciando nuestro
nombre. Y, en adelante, la conciencia de que la vida es un don,
no debería suscitar solamente una actitud de agradecimiento, sino que, a
la larga, debería sugerir la primera gran respuesta a la cuestión
fundamental sobre el sentido: la vida es la obra maestra del amor
creador de Dios y es en sí misma una llamada a amar. Don recibido que,
por naturaleza, tiende a convertirse en bien dado. c)El amor,
vocación de todo hombre El amor es el sentido pleno de la
vida. Dios ha amado tanto al hombre que le ha dado su propia vida, y le
ha capacitado para vivir y querer a la manera divina. En este exceso de
amor, el amor de los comienzos, el hombre encuentra su radical vocación,
que es « vocación santa » (2 Tim 1,19), y descubre la propia
inconfundible identidad, que lo hace al momento semejante a Dios, a «
imagen del Santo » que lo ha llamado (1 Pt 1,15). « Creándola a
su imagen y conservándola continuamente en el ser —comenta Juan Pablo
II— Dios inscribe en la humanidad del hombre y de la mujer la vocación y
consiguientemente la capacidad y la responsabilidad del amor y de la
comunión. El amor es por tanto la vocación fundamental e innata de todo
ser humano ».(31) d) El Padre educador Gracias a
este amor que lo ha creado nadie puede considerarse « superfluo »,
porque es llamado a responder según un designio de Dios pensado
exclusivamente para él. Y por tanto, el hombre será feliz y
plenamente realizado estando en su puesto, aceptando la propuesta
educativa divina, con todo el temor y temblor que una tal exigencia
suscita en su corazón de carne. Dios creador que da la vida, es también
el Padre que « educa », saca fuera de la nada lo que todavía no es para
hacerlo ser; saca fuera del corazón del hombre aquello que El le ha
puesto dentro, para que sea plenamente sí mismo y aquello que El le ha
llamado a ser, a semejanza suya. De aquí, la añoranza de
infinitud que Dios ha puesto en el mundo interior de cada uno. Como un
sello divino. e)La llamada del Bautismo Esta
vocación a la vida y a la vida divina es celebrada en el Bautismo. En
este sacramento el Padre se inclina con ternura solícita sobre la
criatura, hijo o hija del amor de un hombre y de una mujer, para
bendecir el fruto de aquel amor y hacerlo plenamente hijo suyo. Nada ni
nadie podrá cancelar jamás esta vocación. Con la gracia del
Bautismo, Dios Padre interviene para manifestar que El, y sólo El es el
autor del plan de salvación, dentro del cual todo ser humano encuentra
su rol personal. Su acto es siempre precedente, anterior, no espera la
iniciativa del hombre, no depende de sus méritos, ni se configura a
partir de sus aptitudes o disposiciones. Es el Padre quien conoce,
designa, imprime un impulso, pone un sello, llama aún « antes de la
fundación del mundo » (Ef 1,4). Y luego da fuerza, camina
cercano, sostiene en la fatiga, es Padre y Madre por siempre...
La vida cristiana adquiere, de este modo, el significado de una
experiencia responsable: llega a ser respuesta responsable al hacer
crecer una relación filial con el Padre y una relación fraterna en la
gran familia de los hijos de Dios. El cristiano está llamado a
favorecer, por el amor, aquel proceso de semejanza con el Padre que se
llama vida teologal. Por lo tanto, la fidelidad al Bautismo
impulsa a plantear a la vida y a sí mismo, cuestiones cada vez más
concretas; sobre todo para disponerse a vivir la existencia no sólo
según aptitudes humanas, que también son dones de Dios, sino según su
voluntad; no según perspectivas mundanas, muchas veces de poca altura,
sino según los deseos y designios de Dios. La fidelidad al
Bautismo significa, por tanto, mirar a lo alto, como hijos, para llevar
a cabo el discernimiento de su voluntad sobre la propia vida y el propio
futuro. El Hijo llama al seguimiento 17. «
Señor, muéstranos al Padre, y nos basta » (Jn 14,8). Es la
súplica de Felipe a Jesús, en la tarde de la víspera de la pasión. Es la
angustiosa nostalgia de Dios, presente en el corazón de cada hombre:
conocer las propias raíces, conocer a Dios. El hombre no es infinito,
está inmerso en la finitud; pero su deseo gira en torno a lo infinito.
Y la respuesta de Jesús sorprende a los discípulos: « Felipe, ¿tanto
tiempo ha que estoy con vosotros y tú no me has conocido? El que me ha
visto a mí ha visto al Padre » (Jn 14,9). a) Enviado
por el Padre para llamar al hombre El Padre nos ha creado en
el Hijo, « que es irradiación de su gloria y la impronta de su
substancia » (Heb 1,3), predestinándonos a ser conformes a su
imagen (cfr. Rom 8,29). El Verbo es la imagen perfecta del Padre.
Este es Aquél en quien se ha hecho visible, el Logos por medio de la
cual « nos ha hablado » (Heb 1,2). Todo su ser es de « ser
enviado », para hacer a Dios, en cuanto Padre, cercano al hombre, para
manifestar su rostro y su nombre a los hombres (Jn 17,6).
Si el hombre es llamado a ser hijo de Dios, se deduce que nadie mejor
que el Verbo Encarnado puede « hablar » al hombre y reproducir la imagen
perfecta del hijo. Por esto el Hijo de Dios, viniendo a esta tierra, ha
invitado a seguirle, a ser como El, a compartir su vida, su palabra, su
pascua de muerte y resurrección; hasta sus sentimientos. El
Hijo, el enviado por Dios, se hizo hombre para llamar al hombre: el
enviado por el Padre es el que llama a los hombres.
Por esto no existe un sólo párrafo del Evangelio, o un encuentro o un
diálogo, que no tenga una proyección vocacional, que no exprese, directa
o indirectamente, una llamada por parte de Jesús. Es como si sus
encuentros humanos, provocados por las más diversas circunstancias,
fuesen para El una ocasión para colocar de algún modo a la persona ante
la pregunta estrátegica: « ¿Qué hacer de mi vida? », « ¿Cuál es mi
camino? ». b) El amor más grande: dar la vida ¿A
qué llama Jesús? A seguirle para ser y obrar como El. Más en concreto, a
vivir su misma relación en su trato con el Padre y con los hombres: a
aceptar la vida como don de las manos del Padre para « perder » y verter
este don sobre aquéllos que el Padre les ha confiado.(32) Hay un
aspecto unificador en la identidad de Jesús que constituye el sentido
pleno del amor: la misión. Esta manifiesta la actitud oblativa, que
alcanza su epifanía suprema sobre la cruz: « Nadie tiene un amor más
grande que éste: el de dar la vida por los propios amigos » (Jn
15,13). Por tanto todo discípulo está llamado a reproducir y
revivir los sentimientos del Hijo, que encuentran una síntesis en el
amor, causa decisiva de toda llamada. Pero, ante todo, cada discípulo
está llamado a hacer evidente la misión de Jesús, está llamado para la
misión: « Como me ha enviado a mí el Padre, así también yo os envío a
vosotros » (Jn 20,21). El entramado de cada vocación, o mejor
aún, su madurez, consiste en seguir a Jesús en el mundo, para hacer,
como El, de la vida un don. El envío-misión es, en efecto, el mandato de
la tarde de Pascua (Jn 20,21) y es la última palabra antes de
subir al Padre (Mt 28,16-20). c)Jesús, el formador
Todo llamado es signo de Jesús: en cierto modo su corazón y sus
manos continúan abrazando a los pequeños, curando a los enfermos,
reconciliando a los pecadores y dejándose clavar en la cruz por amor de
todos. Por esto es el Señor Jesús el formador de aquellos que
llama, el único que puede plasmar en ellos sus mismos sentimientos.
Todo discípulo, respondiendo a su llamada y dejándose formar por El,
manifiesta los rasgos más auténticos de la propia opción. Por esto « el
reconocimiento de El como Señor de la vida y de la historia, conlleva el
reconocerse uno mismo como discípulo (...) El acto de fe conjuga
necesariamente el conocimiento cristológico con el auto-reconocimiento
antropológico ».(33) De aquí, la pedagogía de la experiencia
vocacional cristiana traída por la palabra de Dios: « Jesús designó a
doce para que le acompañaran y para enviarlos a predicar » (Mc
3,14). La vida cristiana para ser vivida en plenitud, en la dimensión
del don y de la misión, necesita de motivaciones fuertes, y, sobre todo,
de comunión profunda con el Señor: en la escucha, en el diálogo, en la
oración, en la interiorización de los sentimientos, en el dejarse cada
día formar por El, y, especialmente, en el deseo ardiente de comunicar
al mundo la vida del Padre. d) La Eucaristía: la entrega para
la misión En todas las catequesis de la comunidad cristiana
desde los orígenes es patente la centralidad del misterio pascual:
anunciar a Cristo muerto y resucitado. En el misterio del pan partido y
de la sangre vertida por la vida del mundo, la comunidad creyente
contempla la epifanía suprema del amor, la vida entregada del Hijo de
Dios. Por esto en la celebración de la Eucaristía, « cumbre y
fuente »(34) de la vida cristiana, se celebra la suprema revelación de
la misión de Jesucristo en el mundo; pero, al mismo tiempo, se celebra
también la identidad de la comunidad eclesial convocada para ser
enviada, llamada para la misión. En la comunidad que celebra el
misterio pascual cada cristiano toma parte y entra en el estilo del don
de Jesús, llegando a ser como El pan partido para la oblación al Padre y
para la vida del mundo. La Eucaristía llega a ser, así, origen de
toda vocación cristiana; en ella cada creyente es llamado a conformarse
al Cristo Resucitado totalmente ofrecido y dado. Llega a ser modelo de
toda respuesta vocacional; como en Jesús, en cada vida y en cada
vocación, se da la difícil fidelidad de vivir hasta la medida de la
cruz. Aquél que participa en esto, acepta la invitación-llamada
de Jesús a « hacer memoria » de El, en el sacramento y en la vida, a
vivir « recordando » en la verdad y la libertad de las opciones diarias
el memorial de la cruz, a llenar la existencia de gratitud y gratuidad,
a partir el propio cuerpo y verter la propia sangre. Como el Hijo.
La Eucaristía genera, por fin, el testimonio, prepara la misión: « Id en
paz ». Se pasa del encuentro con Cristo en el signo del Pan al encuentro
con Cristo en el signo de cada hombre. El compromiso del creyente no se
agota al entrar, sino al salir del templo. La respuesta a la llamada
encuentra la historia de la misión. La fidelidad a la propia vocación se
alimenta en las fuentes de la Eucaristía y se mide en la Eucaristía de
la vida. El Espíritu llama al testimonio 18.
Todo creyente, iluminado por el conocimiento de la fe, está llamado a
conocer y a reconocer a Jesús como el Señor; y en El, a reconocerse a sí
mismo. Pero esto no es fruto sólo de un deseo humano o de la buena
voluntad del hombre. Aún después de haber vivido la larga experiencia
con el Señor, los discípulos tienen siempre necesidad de Dios. Incluso,
la víspera de la pasión, ellos sienten una cierta turbación (Jn
14,1), temen la soledad; y Jesús los anima con una promesa inaudita: «
No os dejaré huérfanos » (Jn 14,1). Los primeros llamados del
Evangelio no quedarán solos: Jesús les asegura la solícita compañía del
Espíritu. a)Consolador y amigo, guía y memoria «
El es el 'Consolador', el Espíritu de bondad, que el Padre enviará en el
nombre del Hijo, don del Señor resucitado »,(35) « para que permanezca
siempre con vosotros » (Jn 14,16). El Espíritu llega a ser
el amigo de todo discípulo, el guía de mirada solícita sobre Jesús y
sobre los llamados, para hacer de éstos testigos contracorriente del
acontecimiento más desconcertante del mundo: Cristo muerto y resucitado.
El, en efecto, es « memoria » de Jesús y de su Palabra: « Os lo enseñará
todo y os traerá a la memoria todo lo que yo os he dicho » (Jn
14,26); más todavía, « os guiará hacia la verdad completa » (Jn
16,13). La permanente novedad del Espíritu está en guiar hacia un
conocimiento gradual y profundo de la verdad, verdad que no es concepto
abstracto, sino el designio de Dios en la vida de cada discípulo. Es la
transformación de la Palabra en vida y de la vida según la Palabra.
b)Animador y acompañante vocacional De este modo, el
Espíritu llega a ser el animador de toda vocación, El que acompaña en el
camino para que llegue a la meta, el artista interior que modela con
creatividad infinita el rostro de cada uno según Jesús. Su
presencia está siempre junto a cada hombre y a cada mujer, para guiar a
todos en el discernimiento de la propia identidad de creyentes y de
llamados, para forjar y modelar tal identidad exactamente según el
modelo del amor divino. Este « molde divino », el Espíritu santificador
trata de reproducirlo en cada uno, como paciente artífice de nuestras
almas y « óptimo consolador ». Pero sobre todo el Espíritu
prepara a los llamados, al « testimonio »: « El dará testimonio de mí, y
vosotros daréis también testimonio » (Jn 15,26-27). Este modo de
ser de cada llamado constituye la palabra convincente, el contenido
mismo de la misión. El testimonio no consiste sólo en inspirar las
palabras del anuncio como en el Evangelio de Mateo (Mt 10,20);
sino en guardar a Jesús en el corazón y en anunciarle a El como vida del
mundo. c)La santidad, vocación de todos Y, así, la
cuestión acerca del salto de calidad que imprimir a la pastoral
vocacional hoy, llega a ser interrogante que sin duda empeña a la
escucha del Espíritu: porque es El quien anuncia las « cosas futuras » (Jn
16,13), es El quien da una inteligencia espiritual nueva para comprender
la historia y la vida, a partir de la Pascua del Señor, en cuya victoria
está el futuro de cada hombre. Por consiguiente, resulta legítimo
preguntarse: ¿dónde está la llamada del Espíritu Santo para estos
tiempos nuestros? ¿Qué debemos rectificar en los caminos de la pastoral
vocacional? Pero la respuesta vendrá sólo si acogemos la gran
llamada a la conversión, dirigida a la comunidad eclesial y, en ella, a
cada uno, como un verdadero itinerario de ascética y renovación
interior, para recuperar cada uno la fidelidad a la propia vocación.
Hay una « primacía de la vida en el Espíritu », que está en la
base de toda pastoral vocacional. Esto exige la superación de un
difundido pragmatismo y de aquella superficialidad estéril que conduce a
olvidar la vida teologal de la fe, de la esperanza y de la caridad. La
escucha profunda del Espíritu es el nuevo hálito de toda acción pastoral
de la comunidad eclesial. La primacía de la vida espiritual es la
premisa para responder a la nostalgia de santidad que, como ya
hemos dicho, atraviesa también esta época de la Iglesia de Europa. La
santidad es la vocación universal de cada hombre,(36) es la vía maestra
donde convergen los diferentes senderos de las vocaciones particulares.
Por tanto, la gran cita del Espíritu para estos tiempos de la historia
postconciliar es la santidad de los llamados. d)Las vocaciones
al servicio de la vocación de la Iglesia Pero tender
eficazmente hacia esta meta significa adherirse a la acción misteriosa
del Espíritu en algunas concretas direcciones, que preparan y
constituyen el secreto de una verdadera vitalidad de la Iglesia del
2000. Al Espíritu Santo se atribuye el eterno protagonismo de
la comunión que se refleja en la imagen de la comunidad eclesial,
visible a través de la pluralidad de los dones y de los ministerios.(37)
Es, precisamente, en el Espíritu, en efecto, donde todo cristiano
descubre su completa originalidad, la singularidad de su llamada, y, al
mismo tiempo, su natural e imborrable tendencia a la unidad. Es en el
Espíritu donde las vocaciones en la Iglesia son tantas, siendo todas
ellas una misma única vocación a la unidad del amor y del testimonio. Es
también la acción del Espíritu la que hace posible la pluralidad de las
vocaciones en la unidad de la estructura eclesial: las vocaciones en
la Iglesia son necesarias en su variedad para realizar la vocación de la
Iglesia, y la vocación de la Iglesia —a su vez— es la de hacer posibles
y factibles las vocaciones de y en la Iglesia. Todas las diversas
vocaciones, pues, tienden hacia el testimonio del ágape, hacia el
anuncio de Cristo único salvador del mundo. Precisamente ésta es la
originalidad de la vocación cristiana: hacer coincidir la realización de
la persona con la de la comunidad; esto quiere decir, todavía una vez
más, hacer prevalecer la lógica del amor sobre la de los intereses
privados, la lógica de la copartición sobre la de la apropiación
narcisista de los talentos (cfr. 1 Cor 12-14). La santidad
llega a ser, por tanto, la verdadera epifanía del Espíritu Santo en la
historia. Si cada Persona de la Comunión Trinitaria tiene su rostro, y
si es verdad que los rostros del Padre y del Hijo son bastante
familiares porque Jesús, haciéndose hombre como nosotros ha revelado el
rostro del Padre, los santos llegan a ser el icono que mejor habla del
misterio del Espíritu. Así, también, todo creyente fiel al Evangelio, en
la propia vocación personal y en la llamada universal a la santidad,
esconde y revela el rostro del Espíritu Santo. e) El « sí » al
Espíritu Santo en la Confirmación El sacramento de la
Confirmación es el momento que expresa del modo más evidente y
consciente el don y el encuentro con el Espíritu. El confirmando
ante Dios y su gesto de amor (« Recibe el sello del Espíritu Santo que
te he dado en don »),(38) pero también ante la propia conciencia y la
comunidad cristiana, responde « amén ». Es importante recuperar a nivel
formativo y catequético el denso significado de este « amén ».(39)
Este « amén » quiere significar, ante todo, el « sí » al Espíritu Santo,
y con El a Jesús. He aquí porqué la celebración del sacramento de la
Confirmación prevé la renovación de las promesas bautismales y pide al
confirmando el compromiso de renunciar al pecado y a las obras del
maligno, siempre al quite para desfigurar la imagen cristiana; y pide,
sobre todo, el compromiso de vivir el Evangelio de Jesús y en particular
el gran mandamiento del amor. Se trata de confirmar y renovar la
fidelidad vocacional a la propia identidad de hijos de Dios. Este
« amén » es un « sí » también a la Iglesia. En la Confirmación el joven
declara que se hace cargo de la misión de Jesús continuada por la
comunidad. Comprometiéndose en dos direcciones, para dar realidad a su «
amén »: el testimonio y la misión. El confirmando sabe que
la fe es un talento que hay que negociar; es un mensaje que transmitir a
los otros con la vida, con el testimonio coherente de todo su
ser; y con la palabra, con el valor misionero de difundir la
buena nueva. Y finalmente, este « amén » manifiesta la docilidad
al Espíritu Santo en pensar y decidir el futuro según el designio de
Dios. No sólo según las propias aspiraciones y aptitudes; no sólo en
los tiempos puestos a disposición por el mundo; sino, sobre todo, en
sintonía con el designio, siempre inédito e imprevisible, que Dios tiene
sobre cada uno. Desde la Trinidad a la Iglesia en el mundo
19. Toda vocación cristiana es « peculiar » porque interpela la libertad
de cada hombre y origina una respuesta personalísima en una historia
original e irrepetible. Por esto cada uno en la propia experiencia
vocacional encuentra un acontecimiento irreducible a esquemas generales;
la historia de cada hombre es una pequeña historia, pero siempre parte,
inconfundible y única, de otra grande historia. En la relación entre
estas dos historias, entre la suya pequeña y la grande que le pertenece
y lo supera, el ser humano se juega su libertad. a) En la
Iglesia y en el mundo, para la Iglesia y para el mundo Toda
vocación nace en un lugar preciso, en un contexto concreto y limitado,
pero no vuelve sobre sí misma, ni tiende hacia la perfección individual
o la autorrealización sicológica y espiritual del llamado, sino que
florece en la Iglesia, en la Iglesia que camina en el mundo hacia el
Reino definitivo, hacia el cumplimiento de una historia que es grande
porque es de salvación. La misma comunidad eclesial tiene una
estructura profundamente vocacional: es llamada a la misión; es signo de
Cristo misionero del Padre. Como dice la Lumen gentium: « es en Cristo
como un sacramento, o sea signo e instrumento de la unión íntima con
Dios y de la unidad de todo el género humano ».(40) La Iglesia,
por una parte, es signo que reproduce el misterio de Dios; es icono que
envía a la comunión trinitaria en el signo de la comunidad visible, y al
misterio de Cristo en el dinamismo de la misión universal. Por otra, la
Iglesia está inmersa en el tiempo de los hombres, vive en la historia en
condición de éxodo, está en misión al servicio del Reino para hacer de
la humanidad la comunidad de los hijos de Dios. Por tanto, la
atención a la historia exige a la comunidad eclesial ponerse en actitud
de escuchar las esperanzas de los hombres, de leer los signos de los
tiempos que son código y lenguaje del Espíritu Santo, de establecer un
diálogo crítico y fecundo con el mundo contemporáneo, aceptando con
benevolencia tradiciones y culturas para revelar en ellas el designio
del Reino y meter en ellas la levadura del Evangelio. Con la
historia de la Iglesia en el mundo se entrecruza, así, la pequeña grande
historia de cada vocación. Como nació en la Iglesia y en el mundo,
igualmente cada llamada está al servicio de la Iglesia y del mundo.
b) La Iglesia, comunidad y comunión de vocaciones En la
Iglesia, comunidad de dones para la única misión, se realiza el paso de
la situación en la que se encuentra el creyente injertado en Cristo por
el Bautismo, a su vocación « particular » como respuesta al carisma
específico del Espíritu. En tal comunidad cada vocación es « personal »
y se concreta en un proyecto de vida; no existen vocaciones generales.
Y en su particularidad cada vocación es « necesaria » y « relativa » al
mismo tiempo. « Necesaria », porque Cristo vive y se hace visible en su
cuerpo que es la Iglesia, y en el discípulo que es parte esencial de
ella. « Relativa », porque ninguna vocación agota el signo testimonial
del misterio de Cristo, sino que manifiesta solamente un aspecto del
mismo. Sólo el conjunto de los carismas convierte en epifanía el entero
cuerpo del Señor. En un edificio cada piedra necesita de la otra (1
Pt 2,5); en el cuerpo cada miembro necesita del otro para hacer
crecer todo el organismo y servir para común utilidad (1 Cor
12,7). Esto exige que la vida de cada uno se proyecte a partir de
Dios que es su único origen y todo lo dispone para el bien del todo;
exige que la vida vuelva a ser descubierta como verdaderamente
significativa sólo si está abierta al seguimiento de Jesús. Pero
es también importante que exista una comunidad eclesial que ayude de
hecho a descubrir a todo llamado la propia vocación. El clima de fe, de
oración, de comunión en el amor, de madurez espiritual, de valor del
anuncio, de intensidad de la vida sacramental convierte a la comunidad
creyente en un terreno adecuado no sólo para el brote de vocaciones
particulares, sino para la creación de una cultura vocacional y de una
disponibilidad en cada uno para recibir su llamada personal. Cuando un
joven oye la llamada y emprende en su corazón el santo viaje para
realizarla, allí, normalmente hay una comunidad que ha creado las
premisas para esta disponibilidad obediente.(41) Es como decir:
la fidelidad vocacional de una comunidad creyente es la primera y
fundamental condición para el florecimiento de la vocación en cada
creyente, especialmente en los jóvenes. c) Signo,
ministerio, misión Por tanto, cada vocación, como opción
firme y definitiva de vida, se abre en una triple dimensión: en relación
a Cristo, toda llamada es « signo »; en relación a la Iglesia es
« ministerio »; en relación al mundo es « misión » y
testimonio del Reino. Si la Iglesia es « en Cristo como un
sacramento », toda vocación revela la dinámica profunda de la comunión
trinitaria, la acción del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo, como
acontecimiento que hace ser en Cristo criaturas nuevas y
modeladas sobre él. Cada vocación, entonces, es signo, es
un modo particular de revelar el rostro del Señor Jesús. « El amor de
Cristo nos urge » (2 Cor 5,14). Jesús llega a ser motivo y modelo
decisivos de cada respuesta a las llamadas de Dios. En relación
con la Iglesia, toda vocación es ministerio, radicado en la pura
gratuidad del don. La llamada de Dios es un don para la comunidad, para
la común utilidad, en el dinamismo de los muchos servicios
ministeriales. Esto es posible con docilidad al Espíritu que hace ser a
la Iglesia como « comunidad de los rostros »,(42) y origina en el
corazón del cristiano el ágape, no sólo como ética del amor, sino
también como estructura profunda de la persona, llamada y preparada para
vivir en relación con los otros, en actitud de servicio, según la
libertad del Espíritu. Toda vocación, por fin, en relación al
mundo, es misión. Es vida vivida en plenitud porque es vivida
para los otros, como la de Jesús y, por tanto, generadora de vida: « la
vida engendra vida ».(43) De aquí la intrínseca participación de toda
vocación en el apostolado y en la misión de la Iglesia, semilla del
Reino. Vocación y misión constituyen dos caras del mismo prisma. Definen
el don y la aportación de cada uno al proyecto de Dios, a imagen y
semejanza de Jesús. d)La Iglesia, madre de vocaciones
La Iglesia es madre de vocaciones porque las hace nacer en su seno, por
el poder del Espíritu, las protege, las alimenta y las sostiene. Es
madre, en particular, porque ejerce una preciosa función mediadora y
pedagógica. « La Iglesia, llamada por Dios, constituida en el
mundo como comunidad de llamados, es a su vez instrumento de la llamada
de Dios. La Iglesia es llamada viviente, por voluntad del Padre, por los
méritos del Hijo, por la fuerza del Espíritu Santo (...) La comunidad,
que adquiere conciencia de ser llamada, al mismo tiempo adquiere
conciencia de que debe llamar continuamente ».(44) Por medio y a lo
largo de esta llamada, en sus varias formas, discurre también el
llamamiento de Dios. Esta función mediadora, la Iglesia la
ejercita cuando ayuda y estimula a cada creyente a adquirir conciencia
del don recibido y de la responsabilidad que el don conlleva consigo.
La ejerce, asimismo, cuando se hace intérprete autorizada de la llamada
explícita vocacional y llama ella misma, exponiendo las necesidades
vinculadas a su misión y a las exigencias del pueblo de Dios, y
animandoa responder generosamente. La ejerce, todavía, cuando
pide al Padre el don del Espíritu que suscita el consentimiento en el
corazón de los llamados, y cuando acoge y reconoce en ellos la llamada
misma, dando y confiando, explícitamente con fe y temblor al mismo
tiempo, una misión concreta y siempre difícil entre los hombres.
Podemos, en fin, añadir que la Iglesia manifiesta su maternidad cuando,
además de llamar y reconocer la idoneidad de los llamados, provee para
que éstos reciban una formación adecuada, inicial y permanente, y para
que sean efectivamente acompañados a lo largo de una respuesta siempre
más fiel y radical. La maternidad eclesial no puede agotarse,
ciertamente, en el tiempo de la llamada inicial. Ni puede decirse madre
aquella comunidad de creyentes que simplemente « espera », dejando
totalmente a la acción divina la responsabilidad de la llamada, casi
temerosa de dirigir llamadas: o que da por descontado que los
adolescentes y jóvenes, en particular, sepan recibir inmediatamente la
llamada vocacional; o que no ofrece caminos trazados para la propuesta y
la acogida de la propuesta. La crisis vocacional de los
llamados es también, hoy, crisis de los que llaman, acobardados y
poco valientes a veces. Si no hay nadie que llama, ¿cómo podrá haber
quien responda? La dimensión ecuménica 20.
La Europa actual, tiene necesidad de nuevos santos y de nuevas
vocaciones, de creyentes capaces de « lanzar puentes » para unir siempre
más a las Iglesias. Este es un aspecto típico de novedad, un signo de
los tiempos de la pastoral vocacional del final del milenio. En un
continente marcado por una profunda aspiración unitaria, las Iglesias
deben ser las primeras en dar el ejemplo de una fraternidad más fuerte
que cualquier división, y que habrá que construir y reconstruir una y
otra vez. « La pastoral vocacional hoy en Europa debe tener una
dimensión ecuménica. Todas las vocaciones, existentes en cada Iglesia de
Europa, están empeñadas conjuntamente en asumir el gran reto de la
evangelización en los umbrales del tercer milenio, dando un testimonio
de comunión y de fe en Jesucristo, único salvador del mundo ».(45)
En tal espíritu de unidad eclesial van promovidas y favorecidas la
coparticipación de los bienes que el Espíritu Santo ha sembrado por
todas partes, y la ayuda recíproca entre las Iglesias. Las
Iglesias católicas de Oriente 21. Mayor atención, por
parte de las Iglesias de la Europa occidental, debe prestarse a los
caminos espirituales y formativos de las Iglesias católicas orientales;
esto no puede sino ejercer una benéfica influencia sobre la pastoral
vocacional de todas las Iglesias. Especial importancia tiene la santa
Liturgia en orden a la formación de las vocaciones para las Iglesias de
Oriente. Ella es el momento en el que se hace la proclamación y la
adoración del Misterio de la salvación y donde surge la comunión y se
construye la hermandad entre los creyentes, hasta llegar a ser la
verdadera conformadora de la vida cristiana, la síntesis más completa de
sus diversos aspectos. En la Liturgia la confesión gozosa de pertenecer
a la tradición de las Iglesias de Oriente está unida a la plena comunión
con la Iglesia de Roma. No se puede ser promotor de vocaciones al
sacerdocio y a la vida monástica si no se vuelve a las fuentes de las
propias tradiciones primitivas, en sintonía con los Santos Padres y con
su profundo sentido de la Iglesia. Este proceso de gran alcance requiere
tiempo, paciencia, respeto de la sensibilidad de los fieles, pero
también decisión. Por esto, se insta a los Obispos, a los
Superiores religiosos y a los Agentes de pastoral de las Iglesias
católicas orientales de Europa a que sientan la necesidad apremiante de
recuperar y custodiar íntegro, para todas sus Iglesias, el respectivo
patrimonio litúrgico, pues contribuye de modo insustituible al
nacimiento y al desarrollo de la teología y de la catequesis. Esto,
según el ejemplo del método mistagógico de los Padres, abre a la
experiencia de la llamada y de la vida espiritual, y madura un seguro y
fuerte espíritu ecuménico.(46) En las experiencias eclesiales
diversificadas, y a través de estudios que presentan el patrimonio
histórico, teológico, jurídico y espiritual de las Iglesias a las que
pertenecen, los jóvenes orientales pueden encontrar a punto ambientes
educativos apropiados para madurar el sentido universal de su entrega a
Cristo y a la Iglesia. Es tarea de los Obispos promover,
aproximarse con simpatía y acompañar con solicitud paterna a los jóvenes
que individual o colectivamente piden dedicarse a la vida monástica
valorando el carisma de las comunidades monásticas, ricas en formadores
y en guías espirituales. El ministerio ordenado y las
vocaciones en la reciprocidad de la comunión 22. « En
muchas Iglesias particulares, la pastoral vocacional necesita todavía
hacer luz respecto a la relación entre ministerio ordenado, vocación de
especial consagración y todas las demás vocaciones. La pastoral
vocacional unitaria se funda sobre la vocacionalidad de la Iglesia y de
cada vida humana como llamada y como respuesta. Esta vocacionalidad es
el fundamento del compromiso unitario de toda la Iglesia para todas las
vocaciones y, en particular, para las vocaciones de especial
consagración ».(47) a) El ministerio ordenado
Dentro de esta sensibilidad general, parece que deba darse hoy una
particular atención al ministerio ordenado, que representa la primera
modalidad específica de anuncio del Evangelio. El representa « la
garantía permanente de la presencia sacramental de Cristo Redentor en
los diversos tiempos y lugares »,(48) y manifiesta propiamente la
dependencia directa de la Iglesia de Cristo, que continúa enviando su
Espíritu para que ella no se quede encerrada en sí misma, en su
cenáculo, sino que camine por los senderos del mundo anunciando la buena
noticia. Esta modalidad vocacional se puede expresar según tres
grados: episcopal (al que va unida la garantía de la sucesión
apostólica); presbiteral (que es la « representación de Cristo
como pastor ») (49) y diaconal (signo sacramental de Cristo
siervo).(50) A los obispos está confiado el ministerio de la llamada
respecto a aquellos que aspiran a las Ordenes sagradas, para llegar a
ser sus colaboradores en el oficio apostólico. El ministerio
ordenado hace ser a la Iglesia, sobre todo a través de la celebración de
la Eucaristía « culmen et fons »(51) de la vida cristiana y de la
comunidad llamada a hacer memoria del Resucitado. Como toda otra
vocación, nace en la Iglesia y forma parte de su vida. Por tanto el
ministerio ordenado tiene un servicio de comunión en la comunidad y, en
razón de esto, tiene la intransferible tarea de promover cada
vocación. De aquí la traducción pastoral: el ministerio
ordenado para todas las vocaciones y todas las vocaciones para el
ministerio ordenado en la reciprocidad de la comunión. El obispo, pues,
con su presbiterio, está llamado a discernir y cultivar todos los dones
del Espíritu. Pero de modo particular el cuidado del seminario debe ser
preocupación de toda la Iglesia diocesana a fin de garantizar la
formación de los futuros presbíteros y la creación de comunidades
eucarísticas como plena manifestación de la experiencia cristiana.
b)Atención a todas las vocaciones El discernimiento y el
cuidado de la comunidad cristiana deben extenderse a todas las
vocaciones, tanto a las generadas en las formas tradicionales de la
Iglesia como a los nuevos dones del Espíritu: la consagración religiosa
en la vida monástica y en la vida apostólica, la vocación laical, el
carisma de los Institutos seculares, las Sociedades de vida apostólica,
la vocación al matrimonio, las diversas formas de
agregaciones-asociaciones a Institutos religiosos, las asociaciones
misioneras, las nuevas formas de vida consagrada. Estos
diferentes dones del Espíritu están presentes de diversas formas en las
Iglesias de Europa; pero todas estas Iglesias, en cualquier caso, están
llamadas a dar testimonio de acogida y de ayuda a cada vocación. Una
Iglesia está viva cuanto más abundante y variada es en ella la
manifestación de las diversas vocaciones. En un tiempo, pues,
como el nuestro, necesitado de profecía, es sabio favorecer aquellas
vocaciones que son un signo particular « de aquello que todavía no nos
ha sido revelado que seremos » (1 Jn 3,2), como las vocaciones
de especial consagración; pero es también sabio e indispensable
favorecer el aspecto profético típico de cada vocación cristiana,
incluso la laical, para que la Iglesia sea, ante el mundo, cada vez más,
signo de las cosas futuras, de aquel Reino que es « ya sí, pero todavía
no ». María, madre y modelo de cada vocación
23. Existe una criatura en la que el diálogo entre la libertad de Dios y
la libertad del hombre se realiza de modo perfecto, de manera que las
dos libertades puedan actuar realizando plenamente el proyecto
vocacional; una criatura que nos ha sido dada para que en ella podamos
contemplar un perfecto designio vocacional, el que debería cumplirse en
cada uno de nosotros. ¡Es María, la imagen salida del designio de
Dios sobre la criatura! Es, en efecto, criatura como nosotros, pequeño
fragmento en el que Dios ha podido verter todo su amor divino; esperanza
que nos ha sido dada para que mirándola, podamos también nosotros
aceptar la Palabra a fin de que se cumpla en nosotros. María es
la mujer en la que la Santísima Trinidad puede manifestar plenamente su
libertad electiva. Como dice San Bernardo comentando el mensaje del
ángel Gabriel en la anunciación: « Esta no es una Virgen encontrada en
el último momento, ni por casualidad, sino que fue elegida antes de los
siglos; el Altísimo la predestinó y se la preparó ».(52) Y San Agustín
ya había escrito mucho antes: « Antes que el Verbo naciese de la Virgen,
El ya la había predestinado como su madre ».(53) María es la
imagen de la elección divina de toda criatura, elección hecha desde la
eternidad y totalmente libre, misteriosa y amante. Elección que,
normalmente, va más allá de lo que la criatura puede desear para sí: que
le pide lo imposible y le exige sólo una cosa: el valor de fiarse.
Pero la Virgen María es también modelo de la libertad humana en
la respuesta a esta elección. Ella es la muestra de lo que Dios puede
hacer cuando encuentra una criatura libre de acoger su propuesta. Libre
de pronunciar su « sí », libre de encaminarse por la larga peregrinación
de la fe, que será también la peregrinación de su vocación de mujer
llamada a ser Madre del Salvador y Madre de la Iglesia. Aquel largo
viaje se concluirá a los pies de la cruz, con un « sí » todavía más
misterioso y doloroso que la hará ser plenamente madre; y, después,
también en el cenáculo, donde engendra y sigue todavía hoy engendrando,
con el Espíritu, la Iglesia y cada vocación. María, en fin, es la
imagen perfectamente realizada de la « mujer », perfecta síntesis
del alma femenina y de la creatividad del Espíritu, que en Ella
encuentra y escoge la esposa, virgen madre de Dios y del hombre, hija
del Altísimo y madre de todo viviente. ¡En Ella cada mujer encuentra su
vocación de virgen, de esposa, de madre! TERCERA PARTE
PASTORAL DE LAS VOCACIONES
« ...cada uno los oía hablar en su propia lengua »(Hch
2,6)
Las orientaciones concretas de la pastoral vocacional no
nacen sólo de una correcta teología de la vocación, sino que atraviesan
algunos principios operativos, en los que la perspectiva vocacional es
el alma y el criterio unificador de toda la pastoral. A
continuación se indican los itinerarios de fe y los lugares concretos en
los que la propuesta vocacional debe llegar a ser compromiso de todo
pastor y educador. El análisis de la situación nos ha ofrecido,
en la primera parte, el cuadro de la realidad vocacional europea actual;
la segunda parte, en cambio, ha propuesto una reflexión teológica sobre
el significado y sobre el misterio de la vocación, partiendo de la
realidad de la Trinidad hasta extraer de ella el sentido en la vida de
la Iglesia. Es precisamente, este segundo aspecto el que ahora
quisiéramos profundizar, especialmente desde el punto de vista de la
aplicación pastoral. En la audiencia concedida a los
participantes en el Congreso, Juan Pablo II afirmó: « La actual
situación histórica y cultural, que ha cambiado bastante, exige que la
pastoral de las vocaciones sea considerada uno de los objetivos
primarios de toda la Comunidad cristiana ».(54) La
imagen de la Iglesia primitiva 24. Cambian las
situaciones históricas, pero permanece idéntico el punto de referencia
en la vida del creyente y de la comunidad creyente, el punto de
referencia representado por la palabra de Dios, en especial allí donde
narra los sucesos de la Iglesia de los orígenes. Tales sucesos y el modo
de vivirlos por la comunidad primitiva, constituyen para nosotros el «
exemplum », el modo de ser de la Iglesia. Incluso para cuanto
concierne a la pastoral vocacional. Tomemos algunos elementos esenciales
y particularmente ejemplares, tal como los narra el libro de los
Hechos de los Apóstoles, en el momento en que la Iglesia de los
comienzos era numéricamente pequeña y débil. La pastoral vocacional
tiene los mismos años que la Iglesia; nace entonces, junto a ella, en
aquella pobreza de improviso habitada por el Espíritu. En los
albores de esta historia singular, en efecto, que es, por tanto, la de
todos nosotros, está la promesa del Espíritu Santo, hecha por
Jesús antes de subir al Padre. « No os toca a vosotros conocer los
tiempos ni los momentos que el Padre ha fijado en virtud de su poder
soberano; pero recibiréis la virtud del Espíritu Santo, que descenderá
sobre vosotros, y seréis mis testigos en Jerusalén, en toda la Judea, en
Samaría y hasta los extremos de la tierra » (Hch 1,7-8). Los
Apóstoles están reunidos en el cenáculo, « perseveraban unánimes en
la oración... con María, la madre de Jesús » (1,14), e
inmediatamente se ocupan de llenar el puesto dejado vacío por Judas con
otro elegido entre los que desde el principio habían permanecido con
Jesús: para que « sea testigo con nosotros de su resurrección »
(1,22) Y la promesa se cumple: desciende el Espíritu, con efectos
sorprendentes, y llena la casa y la vida de aquéllos que antes eran
tímidos y miedosos, como un estruendo, un viento, un fuego... « Y
comenzaron a hablar en otras lenguas... y cada uno les oía hablar en
su propia lengua » (2,4-6). Y Pedro pronuncia el discurso en el que
narra la Historia de la salvación: « en pie... y en voz alta » (2,14),
un discurso que « traspasa el corazón » de quien lo escucha y provoca la
pregunta decisiva de la vida: « ¿qué debemos hacer? » (2,37). En
este punto los Hechos describen cómo era la vida de la primera
comunidad, provista de algunos elementos esenciales, como la asiduidad
en escuchar la enseñanza de los Apóstoles, la unión fraterna, la
fracción del pan, la oración, la coparticipación de los bienes
materiales; pero conjuntamente también los dones y bienes del Espíritu
(cfr. 2,42-47). Mientras tanto Pedro y los Apóstoles continúan
haciendo prodigios en el nombre de Jesús y anunciando el kerigma de la
salvación, a menudo con riesgo de la vida, pero siempre sostenidos por
la comunidad, dentro de la que los creyentes forman « un solo corazón y
una sola alma » (4,32). En ella, por otra parte, comienzan también a
aumentar y a diversificarse las exigencias, por lo que se instituyen los
diáconos para hacer frente a las necesidades, incluso materiales, de la
comunidad, en especial de los más necesitados (cfr. 6,1-7). El
testimonio audaz y valiente no puede sino provocar la persecución de las
autoridades, y por ello, he aquí al primer mártir, Esteban, subrayando
que la causa del Evangelio compromete todo del hombre, incluso la vida
(cfr. 6,8; 7,60). A la sentencia que condena a Esteban consiente también
Saulo, el perseguidor de los cristianos, el que, poco después, será
elegido por Dios para anunciar a los paganos el misterio escondido en
los siglos y ahora revelado. Y la historia continúa, siempre como
historia sagrada: historia de Dios que elige y llama a los hombres a la
salvación de maneras, a veces, imprevisibles, e historia de los hombres
que se dejan llamar y elegir por Dios. Estas notas de la
comunidad primitiva nos pueden ser suficientes para trazar las líneas
fundamentales de la pastoral de una Iglesia enteramente vocacional:
sobre métodos y contenidos, principios generales, itinerarios que
recorrer y estrategias concretas que seguir para realizarla.
Aspectos teológicos de la pastoral vocacional 25.¿Pero
qué teología fundamenta, inspira y motiva la pastoral vocacional en
cuanto tal? La respuesta es importante en nuestro contexto,
porque hace de elemento mediador entre la teología de la vocación y una
praxis pastoral coherente con ella, que nazca de aquella teología y
vuelva a ella. Sobre esta cuestión, en efecto, el Congreso manifestó la
necesidad de una reflexión posterior de estudio, a fin de descubrir los
motivos que unen intrísecamente personas y comunidades con la labor
vocacional y para poner de relieve una mejor relación entre teología de
la vocación, teología de la pastoral vocacional y praxis
pedagógico-pastoral. « La pastoral de las vocaciones nace del
misterio de la Iglesia y está a su servicio ».(55) El fundamento
teológico de la pastoral de las vocaciones, por tanto, « puede nacer
sólo de la lectura del misterio de la Iglesia como mysterium
vocationis ».(56) Juan Pablo II recuerda claramente, al
respecto, que la « dimensión vocacional es esencial y connatural a la
pastoral de la Iglesia », es decir, a su vida y a su misión.(57) La
vocación define, en cierto sentido, el ser profundo de la Iglesia,
incluso antes que su actuar. En su mismo nombre, « Ecclesia », se indica
su fisonomía vocacional íntima, porque es verdaderamente « convocatoria
», esto es, asamblea de los llamados.(58) Justamente, por eso, el
Instrumentum laboris del Congreso dice que « la pastoral unitaria se
funda en la vocacionalidad de la Iglesia ».(59) Por consiguiente,
la pastoral de las vocaciones, por su naturaleza, es una actividad
ordenada al anuncio de Cristo y a la evangelización de los creyentes en
Cristo. He aquí, por tanto, la respuesta a nuestra pregunta:
precisamente en la llamada de la Iglesia a comunicar la fe, se
fundamenta la teología de la pastoral vocacional. Esto concierne a
la Iglesia universal, pero se atribuye de modo particular a cada
comunidad cristiana,(60) especialmente en el actual momento histórico
del viejo continente. « Para esta sublime misión de hacer florecer una
nueva era de evangelización en Europa se requieren hoy evangelizadores
especialmente preparados ».(61) A este propósito conviene señalar
algunos puntos firmes, indicados por el actual magisterio pontificio,
para que sean puntos de partida de la praxis pastoral de las Iglesias
particulares. a) Una vez puesta de relieve la dimensión
vocacional de la Iglesia, se comprende cómo la pastoral vocacional no es
un elemento accesorio o secundario, con el solo fin del reclutamiento de
agentes pastorales, ni un aspecto aislado o sectorial, motivado por una
situación eclesial de emergencia, sino más bien una actividad unida al
ser de la Iglesia y, por tanto, también íntimamente inserta en la
pastoral general de cada Iglesia particular.(62) b) Toda
vocación viene de Dios, pero termina en la Iglesia, y pasa, siempre, por
su mediación. La Iglesia (« ecclesia ») que por innata
constitución es vocación, es al mismo tiempo generadora y educadora
de vocaciones.(63) Por consiguiente, « la pastoral vocacional tiene
como sujeto activo, como protagonista, a la comunidad eclesial como tal,
en sus diversas expresiones: desde la Iglesia universal a la Iglesia
particular y, análogamente, desde ésta a la parroquia y a todos los
estamentos del Pueblo de Dios ».(64) c) Todos los miembros de
la Iglesia, sin excluir a ninguno, tienen la gracia y la responsabilidad
de fomentar las vocaciones. Es un deber que entra en el dinamismo de
la Iglesia y en el proceso de su desarrollo. Solamente sobre la base de
esta convicción, la pastoral vocacional podrá manifestar su rostro
verdaderamente eclesial y desarrollar una acción coordinada, sirviéndose
también de organismos específicos y de instrumentos adecuados de
comunión y de corresponsabilidad.(65) d) La Iglesia particular
descubre la propia dimensión existencial y terrena en la vocación de
todos sus miembros a la comunión, al testimonio, al servicio de Dios y
de los hermanos... Por eso, debe respetar y promover la diversidad de
carismas y de ministerios, por tanto, de las diversas vocaciones,
todas manifestaciones del único Espíritu e) Fundamento de toda la
pastoral vocacional es la oración mandada por el Salvador (Mt
9,38). Ella compromete no sólo a cada persona, sino también a todas las
comunidades eclesiales.(66) « Debemos dirigir una constante plegaria al
Dueño de la mies para que envíe obreros a su Iglesia, para hacer frente
a las exigencias de la nueva evangelización ».(67) Pero la
auténtica oración vocacional, es preciso recordar, merece este nombre y
llega a ser eficaz, sólo cuando hace que haya coherencia de vida en el
que ora, ante todo, y se inserta con los demás de la comunidad creyente,
mediante el anuncio explícito y la catequesis adecuada, para favorecer
en los llamados al sacerdocio y a la vida consagrada, así como a
cualquier otra vocación cristiana, la respuesta libre, pronta y
generosa, que hace operante la gracia de la vocación.(68)
Principios generales de la pastoral vocacional 26. En
muchas partes se advierte la necesidad de dar a la pastoral una claro
planteamiento vocacional. Para alcanzar este objetivo programático
trataremos de delinear algunos principios teórico-prácticos, que
extraemos de la pastoral vocacional y, en particular, de los « puntos
finales » a ella unidos. Concentramos estos principios en torno a
algunas afirmaciones temáticas. a) La pastoral vocacional es
la perspectiva originaria de la pastoral general El
Intrumentum laboris del Congreso sobre las vocaciones afirma de modo
explícito. « Toda la pastoral, y en particular la juvenil, es
originariamente vocacional »;(69) en otras palabras, decir vocación es
tanto como decir dimensión constituyente y esencial de la misma pastoral
ordinaria, porque la pastoral está desde los comienzos, por su
naturaleza, orientada al discernimiento vocacional. Es éste un servicio
prestado a cada persona, a fin de que pueda descubrir el camino para la
realización de un proyecto de vida como Dios quiere, según las
necesidades de la Iglesia y del mundo de hoy.(70) Esto ya se dijo
en el Congreso latinoamericano para las vocaciones de 1994. Pero
el concepto se amplía: vocación no es sólo el proyecto existencial, sino
que lo son cada una de las llamadas de Dios, evidentemente siempre
relacionadas entre sí en un plan fundamental de vida, de cualquier modo
diseminadas a lo largo de todo el camino de la existencia. La auténtica
pastoral hace al creyente vigilante, atento a las muchísimas llamadas
del Señor, pronto a captar su voz y a responderle. Es
precisamente la fidelidad a este tipo de llamadas diarias que hace al
joven capaz de reconocer y acoger « la llamada de su vida », y al adulto
del mañana no sólo de serle fiel, sino de descubrir cada vez más su
juventud y belleza. Cada vocación, en efecto, es « mañanera », es la
respuesta de cada mañana a una llamada nueva cada día. Por esto
la pastoral debe estar impregnada de atención vocacional, para
despertarla en cada creyente; partirá del intento de situar al creyente
ante la propuesta de Dios; se ingeniará para provocar en el sujeto la
aceptación de responsabilidad en orden al don recibido o a la Palabra de
Dios escuchada; en concreto, tratará de conducir al creyente a
comprometerse ante este Dios.(71) b) La pastoral vocacional
es, hoy, la vocación de la pastoral En tal sentido se puede
muy bien decir que se debe « vocacionalizar » toda la pastoral o
actuar de modo que toda expresión de la pastoral manifieste de manera
clara e inequívoca un proyecto o un don de Dios hecho a la persona, y
suscite en la misma una voluntad de respuesta y de compromiso personal.
O la pastoral cristiana conduce a esta confrontación con Dios, con todo
lo que ello supone en términos de tensión, de lucha, a veces de fuga o
de rechazo, pero también de paz y gozo unidos a la acogida del don, o no
merece tal nombre. Hoy esto se manifiesta de modo muy particular,
hasta el punto de que se puede afirmar que la pastoral vocacional es la
vocación de la pastoral: constituye, quizá, su objetivo principal, como
un desafío a la fe de las Iglesias de Europa. La vocación es problema
grave de la pastoral actual. Y por tanto, si la pastoral en
general es « llamada » y espera, hoy, ante este desafío, debe ser
probablemente más valiente y leal, más explícita para llegar al interior
y al corazón del mensaje-propuesta, más dirigida a la persona y no sólo
al grupo, más hecha de compromiso concreto y no de vagos reclamos a una
fe abstracta y alejada de la vida. Quizá deberá ser también una
pastoral más provocadora que consoladora; capaz, en todo caso, de
transmitir el sentido dramático de la vida del hombre, llamado a hacer
algo que ningún otro podrá realizar en su lugar. En el párrafo de
los Hechos, citado más arriba, esta atención y tensión vocacional son
evidentes: en la elección de Matías, en el discurso valiente (« en pie y
en alta voz ») de Pedro a la muchedumbre, en el modo en el que el
mensaje cristiano es anunciado y acogido (« se sintieron compungidos de
corazón »). Sobre todo aparece claro en su capacidad para cambiar
la vida de quienes se les unen, como resulta de las conversiones y del
tipo de vida de la comunidad de los Hechos. c)La pastoral
vocacional es gradual y convergente Hemos visto, al menos
implícitamente, que en el hombre durante el transcurso de su vida,
existen varios tipos de llamadas: a la vida, ante todo, y, después, al
amor; a la responsabilidad de la donación, por lo tanto a la fe; al
seguimiento de Jesús; al testimonio personal de la propia fe; a ser
padre o madre; y a un servicio particular en favor de la Iglesia y de la
sociedad. Lleva a cabo animación vocacional quien tiene presente,
en primer lugar, el rico conjunto de valores y significados humanos y
cristianos de los que nace el sentido vocacional de la vida y de todo
viviente. Ellos permiten abrir la vida misma a numerosas posibilidades
vocacionales, tendiendo después hacia la definitiva opción vocacional.
En otras palabras, para una correcta pastoral vocacional, es necesario
respetar una cierta graduación, y partir de los valores
fundamentales y universales (el bien extraordinario de la vida) y de las
verdades que lo son para todos (la vida es un bien recibido que tiende
por su naturaleza a convertirse en bien dado), para pasar después a una
especificación progresiva, siempre más personal y concreta, creyente y
revelada, de la llamada. En el plano propiamente pedagógico es
importante formar antes al sentido de la vida y al agradecimiento
por ella, para después transmitir la fundamental actitud de
responsabilidad en las confrontaciones con la existencia, que
requiere por sí misma una respuesta lógica por parte de cada uno en la
línea de la gratuidad. De aquí se remonta a la transcendencia de Dios,
Creador y Padre. Sólo en este momento es posible y convincente
una propuesta valiente y radical (como lo debería ser siempre la
vocación cristiana), como la de la dedicación a Dios en la vida
sacerdotal o consagrada. d) La pastoral vocacional es general
y específica La pastoral vocacional, en suma, parte
necesariamente de un conceptoamplio de vocación (y de la consiguiente
llamada dirigida a todos), para, después, restringirse y precisarse
según la llamada de cada uno. En tal sentido, la pastoral vocacional es
primero general y después específica, según un orden que no parece
razonable invertir y que desaconseja, en general, la propuesta inmediata
de una vocación particular, sin algún tipo de catequesis gradual.
Por otro lado, siempre según tal orden, la pastoral vocacional no se
limita a subrayar de modo general el significado de la existencia, sino
que estimula a un compromiso personal en una opción concreta. No es
separación, y mucho menos contraste, entre una llamada que resalta los
valores comunes y fundamentales de la existencia y una llamada a servir
al Señor « según la medida de la gracia recibida ». El animador
vocacional, todo educador en la fe, no debe temer proponer opciones
valientes y de entrega total, aunque sean difíciles y no conformes a la
mentalidad del mundo. Por tanto, si todo educador es animador
vocacional, todo animador vocacional es educador, y educador de cada
vocación, respetando de ella lo específico del carisma. Toda llamada, en
efecto, va unida a otra, la presupone y la exige, mientras todas en
conjunto remiten a la misma fuente y al mismo objetivo, que es la
historia de la salvación. Pero cada una tiene su peculiaridad
particular. El verdadero educador vocacional no sólo señala las
diferencias entre una y otra llamada, respetando las diferentes
inclinaciones de cada uno de los llamados, sino que deja entrever y
remite a aquellas « supremas posibilidades » de radicalidad y
dedicación, que están abiertas a la vocación de cada uno e innatas en
ella. Educar en profundidad a los valores de la vida, por
ejemplo, significa proponer (y aprender a proponer) un camino que
naturalmente desemboca en el seguimiento de Cristo y que puede
conducir a la opción del seguimiento típica del apóstol, del sacerdote o
del religioso, del monje que abandona el mundo, o del laico consagrado
en el mundo. Por otra parte, proponer tal seguimiento calificado
como objetivo de vida exige, por su naturaleza, una atención y una
formación previa a los valores fundamentales de la vida, de la fe, del
agradecimiento, de la imitación de Cristo exigidos a todo cristiano.
De ello resulta una estrategia vocacional teológicamente mejor
fundamentada y también más eficaz en el plano pedagógico. Hay quien teme
que la ampliación del concepto de vocación pueda perjudicar a la
específica promoción de las vocaciones al sacerdocio y a la vida
consagrada; en la realidad sucede exactamente lo contrario. La
gradación en el anuncio vocacional, en efecto, permite moverse de lo
objetivo a lo subjetivo, de lo genérico a lo específico, sin anticipar
ni quemar las propuestas, sino haciéndolas converger entre ellas
y hacia la propuesta decisiva para la persona, para indicar el tiempo
apropiado y paracalibrar con prudencia, según un ritmo que tenga en
cuenta al destinatario en su situación concreta. El orden
armónico y gradual hace mucho más provocadora y accesible la propuesta
decisiva a la persona. En concreto, cuanto más formado esté el joven
para pasar con sencillez de la gratitud por el don recibido de la vida a
la gratuidad del bien que se da, tanto más será posible proponerle la
entrega radical de sí mismo a Dios como salida normal y para algunos
ineludible. e)La pastoral de las vocaciones es universal y
permanente Se trata de una doble universalidad: en relación a
las personas a las que se dirige, y respecto a la edad de la vida
en que se hace. Ante todo la pastoral vocacional no conoce
fronteras. Como ya se ha dicho antes, no se dirige a algunas personas
privilegiadas o que ya han hecho una opción de fe, ni únicamente a
aquéllos de los que parece lícito esperar un asentimiento positivo, sino
que va dirigida a todos, precisamente porque se fundamenta en los
valores básicos de la existencia. No es pastoral de élite, sino de todo
el mundo; no es un premio a los mejores, sino una gracia y un don de
Dios a cada persona, porque todo viviente es llamado por Dios. Ni va
entendida como algo que sólo algunos podrían comprender y considerar de
interés para su vida, porque todo ser humano no puede por menos que
desear conocerse y conocer el sentido de la vida y el propio puesto en
la historia. Además, tampoco es propuesta que sea hecha una sola
vez en la vida (bajo el emblema del « tomar o dejar »), y que viene
retirada tras un rechazo por parte del destinatario. Debe ser, por el
contrario, como una continua solicitación, hecha de diferentes modos y
propuesta inteligentemente, que no se rinde ante un inicial desinterés,
que a menudo es sólo aparente o defensivo. Se debe desechar
asimismo la idea de que la pastoral vocacional es exclusivamente
juvenil, porque en toda edad de la vida resuena una invitación del Señor
a seguirle, y sólo en el momento de la muerte una vocación puede decirse
íntegramente realizada. Y aunque la muerte es la llamada por excelencia,
hay una llamada en la vejez, en el paso de una a otra etapa de la vida,
en las situaciones de crisis. Hay una juventud del espíritu que
perdura en el tiempo, en la medida en la que el individuo se siente
continuamente llamado, y busca y encuentra en cada ciclo vital una tarea
diferente que desarrollar, un modo específico de ser, de servir y de
amar, una novedad de vida y de misión que llevar a término.(72) En tal
sentido, la pastoral vocacional está unida a la formación permanente
de la persona, que ella misma es permanente. « Toda la vida y cada
vida es una respuesta ».(73) En los Hechos, Pedro y los Apóstoles
no hacen absolutamente ningunaacepción de personas, hablan a todos,
jóvenes y ancianos, hebreos y extranjeros: partos, medos y elamitas
precisamente prueban la gran muchedumbre sin diferencias ni exclusiones
a la que se dirige el anuncio y la pro-vocación, con el arte de hablar a
cada uno « en su propia lengua », según las necesidades, problemas,
esperanzas, recelos, edad o etapa de la vida. Es el milagro de
Pentecostés y, por tanto, don extraordinario, del Espíritu. Pero el
Espíritu está siempre con nosotros... f) La pastoral
vocacional es personalizada y comunitaria Puede parecer una
paradoja, pero en realidad este principio atestigua la naturaleza
ambivalente, en cierto sentido, de la pastoral vocacional, capaz cuando
es auténtica- de conjuntar los dos polos: sujeto y comunidad. Desde el
punto de vista del animador vocacional es hoy urgente pasar de una
pastoral vocacional llevada a cabo por un solo agente, a una pastoral
concebida siempre más como acción comunitaria, de toda la
comunidad en sus diversas expresiones: grupos, movimientos, parroquias,
diócesis, institutos religiosos y seculares... La Iglesia está
llamada cada vez más a ser hoy toda vocacional: dentro de ella «
cada evangelizador debe adquirir conciencia de llegar a ser una «
lámpara » vocacional, capaz de suscitar una experiencia religiosa que
lleve a los niños, a los adolescentes, a los jóvenes y a los adultos a
la relación personal con Cristo, en cuyo encuentro se descubren las
vocaciones específicas ».(74) Del mismo modo el destinatario de
la pastoral vocacional es, sin embargo, toda la Iglesia. Si es
toda la comunidad eclesial la que llama, es también toda la comunidad
eclesial la que es llamada, sin excepción alguna. Polo emisor y polo
receptor en algún modo se identifican en el interior de las diversas
articulaciones ministeriales del entramado eclesial. Pero el principio
es importante; es el reflejo de aquella misteriosa identificación entre
el que llama y el llamado en el interior de la realidad trinitaria.
En tal sentido la pastoral vocacional es comunitaria. Y es
maravilloso, siempre en tal sentido, que sean todos los Apóstoles los
que se dirijan a la muchedumbre el día de Pentecostés y que, después,
Pedro tome la palabra en nombre de los doce. Incluso, cuando se trata de
elegir a Matías o a Esteban y más tarde a Bernabé y a Saulo, toda la
comunidad toma parte en el discernimiento, con la oración, el ayuno y la
imposición de las manos. Pero, al mismo tiempo, es cada uno
quien debe hacerse intérprete de la propuesta vocacional, es el creyente
quien, en virtud de su fe, debe en cierto modo hacerse cargo de la
vocación del otro. No atañe, pues, sólo a los presbíteros o a los
consagrados el ministerio del llamamiento vocacional, sino a cada
creyente, a los padres, a los catequistas, a los educadores. Si es
cierto que la llamada va dirigida a todos, también es igualmente cierto
que la misma llamada va personalizada, dirigida a una persona
concreta, a su conciencia, dentro de una relación del todo personal.
Hay un momento en la dinámica vocacional en el que la propuesta va de
persona a persona, y necesita de todo aquel clima particular que sólo la
relación individual puede garantizar. Es cierto, por tanto, que Pedro y
Esteban hablan a la muchedumbre; pero Saulo tiene necesidad de Ananías
para discernir lo que Dios quiere de él (Hch 9,13-17), como la
tuvo el eunuco de Felipe (Hch 8,26-39). g) La pastoral
vocacional es la perspectiva unitaria-sintética de la pastoral
Como es el punto de partida, así también es el punto de llegada. En
cuanto tal, la pastoral vocacional se presenta como la categoría
unificadora de la pastoral en general, como el destino natural de
todo trabajo, el punto de llegada de las varias dimensiones, como una
especie de elemento de verificación de la pastoral auténtica.
Repetimos: si la pastoral no llega a « conmover el corazón » y a poner
al oyente ante la pregunta estratégica (« ¿qué debo hacer? »), no es
pastoral cristiana, sino hipótesis inocua de trabajo. Por
consiguiente, la pastoral vocacional está y debe estar en relación con
todas las demás dimensiones, por ejemplo con la familiar y cultural,
litúrgica y sacramental, con la catequesis y el camino de fe en el
catecumenado, con los diversos grupos de animación y formación cristiana
(no sólo con los adolescentes y los jóvenes, sino también con los
padres, con los novios, con los enfermos y con los ancianos) y de
movimientos (del movimiento por la vida a las varias iniciativas de
solidaridad social).(75) Sobre todo la pastoral vocacional es la
perspectiva unificadora de la pastoral juvenil. No se debe
olvidar que esta edad evolutiva es fuertemente la edad de los proyectos;
y una auténtica pastoral juvenil no puede eludir la dimensión
vocacional; al contrario, la debe asumir, porque proponer a Jesucristo
significa proponer un concreto proyecto de vida. De aquí, la
necesidad de una fecunda colaboración pastoral, aunque distinguiendo los
dos ámbitos: sea porque la pastoral juvenil abarca otras problemáticas
además de la vocacional, sea porque la pastoral vocacional no mira sólo
el mundo juvenil, sino que tiene un horizonte mucho más amplio y con
problemáticas concretas. Pensamos, además, en cuán importante
podría ser una pastoral familiar que educase gradualmente a los
padres a ser los primeros animadores-educadores vocacionales; o cuán
valiosa sería una pastoral vocacional entre los enfermos, que no
los invite simplemente a ofrecer los propios sufrimientos por las
vocaciones sacerdotales, sino que les ayude a vivir el hecho de su
enfermedad, con todo el peso de misterio que ella encierra, como
vocación personal, que el enfermo-creyente tiene el « deber » de vivir
por y en la Iglesia, y el « derecho » a ser ayudado a vivir por la
Iglesia. Este nexo facilita el dinamismo pastoral porque de hecho
le es connatural: las vocaciones, como los carismas, se buscan entre
ellas, se iluminan recíprocamente, son complementarias unas de otras.
Llegan a ser incomprensibles, por el contrario, si permanecen aisladas;
no hace pastoral de Iglesia quien permanece encerrado en el propio
sector especializado. Naturalmente el razonamiento es válido en
doble sentido: es la pastoral general la que debe confluir en la
animación vocacional para favorecer la opción vocacional; pero es la
pastoral vocacional la que a su vez debe permanecer abierta a las otras
dimensiones, insertándose y buscando salidas en aquellas direcciones.
Ella es el punto final que sintetiza las varias propuestas pastorales y
permite realizarlas en la vicisitud existencial de cada creyente. En
definitiva, la pastoral de las vocaciones requiere atención, pero en
cambio ofrece una dimensión destinada a hacer verdadera y auténtica la
iniciativa pastoral de cada sector. ¡La vocación es el corazón
palpitante de la pastoral unitaria!(76) Itinerarios
pastorales vocacionales 27. La imagen bíblica en torno a
la que hemos articulado nuestra reflexión nos permite avanzar un paso,
procediendo de los principios teóricos a la identificación de algunos
itinerarios pastorales vocacionales. Estos son caminos
comunitarios de fe, correspondientes a concretas funciones eclesiales y
a dimensiones clásicas del ser creyente, a lo largo de los cuales madura
la fe y se hace siempre más evidente o se afianza gradualmente la
vocación de cada uno, para servicio de la comunidad eclesial. La
reflexión y la tradición de la Iglesia manifiestan que normalmente el
discernimiento vocacional tiene lugar a lo largo de algunos caminos
comunitarios concretos: la liturgia y la oración, la comunión eclesial,
el servicio de la caridad, la experiencia del amor de Dios recibido y
ofrecido en el testimonio. Gracias a ellos, en la comunidad descrita en
los Hechos, « se multiplicaba grandemente el número de los discípulos en
Jerusalén » (Hch 6,7). La pastoral debería, también hoy,
seguir estas vías para estimular y acompañar el camino vocacional de los
creyentes. Una experiencia personal y comunitaria, sistemática y
empeñativa en estas direcciones podría y debería ayudar al creyente a
descubrir la llamada vocacional. Y esto haría a la pastoral
verdaderamente vocacional. a) La liturgia y la oración
La liturgia significa e indica al mismo tiempo la manifestación, el
origen y el alimento de cada vocación y ministerio en la Iglesia. En las
celebraciones litúrgicas se hace memoria de aquel hacer de Dios por
Cristo en el Espíritu al que remiten todas las dinámicas vitales del
cristiano. En la liturgia, que culmina con la Eucaristía, se manifiesta
la vocación-misión de la Iglesia y de cada creyente en toda su plenitud.
De la liturgia parte siempre una llamada vocacional para quien
participa.(77) Cada celebración es un evento vocacional. En el misterio
celebrado el creyente no puede dejar de reconocer la propia vocación
personal, ni puede desoir la voz del Padre que en el Hijo por el poder
del Espíritu lo llama a darse a su vez por la salvación del mundo.
También la oración llega a ser camino para el discernimiento vocacional,
no sólo porque Jesús invita a rogar al dueño de la mies, sino porque es
en la escucha de Dios donde el creyente puede llegar a descubrir el
proyecto que Dios mismo ha diseñado: en el misterio contemplado el
creyente descubre la propia identidad, « escondida con Cristo en Dios »
(Col 3,3). Y, además, es sólo la oración la que puede
avivar las disposiciones de confianza y de abandono indispensables para
pronunciar el propio « sí » y superar temores e incertidumbres. Toda
vocación nace de la in-vocación. Pero, también, la
experiencia personal de la oración, como diálogo con Dios, pertenece a
esta dimensión: incluso si es « celebrada » en la intimidad de la propia
« celda » es relación con la paternidad de la que proviene la vocación.
Tal dimensión es muy evidente en la experiencia de la Iglesia de los
orígenes, cuyos miembros eran perseverantes « en la fracción del pan y
en la oración » (Hch 2,42); cada elección, sobre todo para la
misión, tenía lugar en un contexto litúrgico (Hch 6, 1-7;
13,1-15). Es la lógica orante que la comunidad había aprendido de
Jesús cuando « a la vista de las muchedumbres cansadas y decaídas como
ovejas sin pastor, exclamó: La mies es mucha pero los obreros pocos.
Rogad, pues, al dueño de la mies que envíe obreros a su mies » (Mt
9,37-38; Lc 10,2). Las comunidades cristianas de Europa
han puesto en práctica estos años múltiples iniciativas de oración por
las vocaciones, que encontraron amplio eco en el Congreso. La oración en
las comunidades diocesanas, religiosas y parroquiales, hasta el punto
ser « incesante » en muchos casos, día y noche, es uno de los caminos
principalmente seguidos para crear una nueva sensibilidad y una nueva
cultura vocacional favorable al sacerdocio y a la vida consagrada.
La imagen evangélica del « Dueño de la mies » conduce al corazón de la
pastoral de la vocaciones: la oración. Oración que sabe « mirar » con
sabiduría evangélica al mundo y a cada hombre en la realidad de sus
necesidades de vida y de salvación. Oración que manifiesta la caridad y
la« compasión » (Mt 9,36) de Cristo para con la humanidad, que
también hoy aparece como « un rebaño sin pastor » (Mt 9,36).
Oración que manifiesta la confianza en la voz poderosa del Padre, el
único que puede llamar y mandar a trabajar a su viña. Oración que
manifiesta la esperanza viva en Dios, que no permitirá jamás que falten
a la Iglesia los « obreros » (Mt 9,38) necesarios para llevar a
término su misión. En el Congreso despertaron mucho interés los
testimonios sobre la experiencia de lectio divina en perspectiva
vocacional. En algunas diócesis están muy extendidas las « escuelas de
oración » o las « escuelas de la Palabra ». El principio en el que se
inspiran es el ya clásico, contenido en la Dei Verbum: « Todos
los fieles adquieran la sublime ciencia de Jesucristo por la lectura
frecuente de la Divina Escritura, acompañada de la oración ».(78)
Cuando tal ciencia llega a ser sabiduría que se nutre con asiduidad, los
ojos y los oídos del creyente se abren al reconocer la Palabra que llama
sin descanso. Entonces el corazón y la mente están en grado de acogerla
y vivirla sin temor. b) La comunión eclesial La
primera función vital que brota de la liturgia es la manifestación de la
comunión que se vive en el interior de la Iglesia, como pueblo reunido
en Cristo a través de su cruz, como comunidad en la que toda división se
supera siempre en el Espíritu, que es Espíritu de unidad (Ef
2,11-12; Gal 3, 26-28; Jn 19,9-26). La Iglesia se
propone como el espacio humano de hermandad en el que todo creyente
puede y debe adquirir experiencia de la unión entre los hombres y con
Dios que es don de lo alto. De esta dimensión eclesial son espléndido
ejemplo los Hechos de los Apóstoles, donde se describe una comunidad de
creyentes profundamente marcada por la unión fraterna, por la
coparticipación de los bienes espirituales y materiales, de los afectos
y sentimientos (Hch 2,42-48), hasta el punto de formar « un solo
corazón y una sola alma » (Hch, 4,32). Si toda vocación en
la Iglesia es un don que vivir para los otros, como servicio de
caridad en la libertad, entonces es también un don que vivir con
los otros. Por lo que sólo se descubre viviendo en hermandad. La
hermandad eclesial no es sólo virtud de comportamiento, sino itinerario
vocacional. Sólo viviéndola se la puede elegir como componente
fundamental de un proyecto vocacional, o sólo disfrutándola es posible
abrirse a una vocación que, en todo caso, será siempre vocación a la
hermandad.(79) Por el contrario, no puede sentir ninguna atracción
vocacional quien no experimenta alguna hermandad y se cierra a toda
relación con los otros o considera la vocación sólo como perfección
privada y personal. La vocación es relación; es la manifestación
del hombre que Dios ha creado abierto a la relación; e incluso, en el
caso de una vocación a la intimidad con Dios en la vocación al claustro,
supone una capacidad de apertura y de coparticipación que sólo se puede
adquirir con la experiencia de una hermandad real. « La superación de
una visión individualista del ministerio y de la consagración, de la
vida en cada una de las comunidades cristianas, es una aportación
histórica decisiva ».(80) La vocación es diálogo; es sentirse
llamado por Otro y tener el valor de responderle. ¿Cómo puede madurar
esta capacidad de diálogo en quien no ha aprendido, en la vida de todos
los días y en las relaciones diarias, a dejarse llamar, a responder, a
reconocer el yo en el tú? ¿Cómo puede hacerse llamar por el Padre quien
no se preocupa de responder al hermano? La coparticipación con el
hermano y con la comunidad de los creyentes llega a ser entonces camino,
a lo largo del cual se aprende a hacer partícipes a los otros de los
proyectos propios, para aceptar, en fin, para sí el plan diseñado por
Dios. Que será siempre y en todos los casos un proyecto de hermandad.
Una experiencia de coparticipación en torno a la Palabra, señalada por
algunas Iglesias europeas, son los centros de escucha, esto es,
grupos de creyentes que se reúnen periódicamente en sus casas para
redescubrir el mensaje cristiano e intercambiar las respectivas
experiencias y los dones de interpretar la Palabra misma. Para
los jóvenes, estos centros adquieren una connotación vocacional de la
Palabra que llama, en la catequesis y en la oración vivida de manera más
personal y comprometedora, más espontánea y creativa. El centro de
escucha llega a ser de este modo estímulo a la corresponsabilidad
eclesial, porque aquí se pueden descubrir los diferentes modos de servir
a la comunidad y, a menudo, pueden madurar vocaciones específicas.
Otra experiencia positiva de itinerario vocacional en las Iglesias
particulares y en los diversos Institutos de vida consagrada es la
comunidad de acogida, que pone en práctica la invitación de Jesús: «
Venid y veréis ». Invitación que el Papa Juan Pablo II define como la «
regla de oro de la pastoral vocacional ».(81) En estas comunidades o
centros de orientación vocacional, gracias a una experiencia muy
específica e inmediata, los jóvenes pueden hacer un verdadero y gradual
camino de discernimiento. Se les acompaña, por tanto, para que en el
momento oportuno estén en grado no sólo de identificar el proyecto de
Dios sobre ellos, sino de decidir escogerlo como propia identidad.
c) El servicio de la caridad Es una de las funciones más
típicas de la comunidad eclesial. Consiste en vivir la experiencia de la
libertad en Cristo, en el vértice supremo que es el servicio. « Quien
quiera llegar a ser grande entre vosotros sea vuestro servidor » (Mt
20,26), « quien quiera ser el primero sea el servidor de todos » (Mc
9,35). En la Iglesia primitiva esta lección parece que fue aprendida muy
pronto, dado que el servicio aparece como una de las componentes
estructurales de la misma, hasta el punto de que se instituyen los
diáconos precisamente para « el servicio de las mesas ».
Precisamente porque el creyente vive por don la experiencia de la
libertad en Cristo, está llamado a ser testigo de la libertad y agente
de liberación para los hombres. De la liberación que se logra no con la
violencia o el dominio, sino con el perdón y el amor, con la donación de
sí mismo y el servicio a ejemplo de Cristo Siervo. Es la práctica de la
caridad, cuyas maneras de ejercitarse no tienen límite. Es,
quizá, el camino regio, en un itinerario vocacional, para discernir la
propia vocación, porque la experiencia de servicio, especialmente donde
está bien preparada, orientada y comprendida en su significado más
auténtico, es experiencia de grande humanidad, que lleva a conocerse
mejor a sí mismo y la dignidad de los otros, así como la grandeza de
dedicarse a los otros. El auténtico servidor de la caridad en la
Iglesia es aquél que ha aprendido a tener como un privilegio lavar los
pies de los hermanos más pobres, es aquél que ha conquistado la libertad
de perder el propio tiempo por las necesidades de los otros. La
experiencia del servicio es una experiencia de gran libertad en Cristo.
Quien sirve al hermano, inevitablemente encuentra a Dios y entra en una
particular sintonía con El. No le será difícil descubrir su voluntad
sobre él y, sobre todo, sentirse impulsado a cumplirla. Que, en
cualquier caso, será una vocación de servicio para la Iglesia y para el
mundo. Así ha sido para muchísimas vocaciones en estos últimos
decenios. La animación vocacional del post-Concilio ha pasado
gradualmente de la « pastoral de la propaganda » a la « pastoral del
servicio », en especial para con los más necesitados. Muchos
jóvenes han encontrado a Dios y a sí mismos, la finalidad del vivir y la
felicidad verdadera, entregando tiempo y cuidados a los hermanos, hasta
decidir dedicarles no sólo una parte de su vida, sino toda su
existencia. La vocación cristiana es, en efecto, existir para los otros.
d) El testimonio-anuncio del Evangelio Este es la
proclamación de la cercanía de Dios al hombre a lo largo de la historia
de la salvación, especialmente en Cristo, y, por tanto, también, de las
entrañas misericordiosas del Padre para el hombre, a fin de que tenga la
vida en abundancia. Tal anuncio es el comienzo del camino de fe de todo
creyente. La fe, en efecto, es un don recibido de Dios y atestiguado por
el ejemplo de la comunidad creyente y de tantos hermanos y hermanas
dentro de ella, así como mediante la instrucción catequística sobre las
verdades del Evangelio. Pero la fe debe ser transmitida, y llega
el tiempo en el que todo testimonio llega a ser donación activa: el
don recibido se convierte en don dado a través del testimonio
personal y del personal anuncio. El testimonio de fe compromete
todo el hombre y sólo puede ser dado con la totalidad de la existencia y
de la propia humanidad, con todo el corazón, con toda la mente, con
todas las fuerzas, hasta la entrega, incluso cruenta, de la vida.
Es interesante este aumento de significados del término; aumento que en
el fondo lo encontramos en el párrafo bíblico que nos está orientando:
ved el testimonio-catequesis de Pedro y de los Apóstoles el día de
Pentecostés, así como la valiente catequesis de Esteban que culmina en
su martirio (Hch 6,8; 7,60), y de los mismos Apóstoles «
contentos por haber sido ultrajados por amor del nombre de Jesús » (Hch
5,41). Pero todavía es más interesante descubrir cómo este
testimonio-anuncio evangélico llega a ser específico itinerario
vocacional. El conocimiento agradecido por haber recibido el don
de la fe, debería traducirse normalmente en deseo y voluntad de
transmitir a los otros cuanto se ha recibido, sea por el ejemplo de la
propia vida, sea mediante el ministerio de la catequesis. Esta, pues,
está destinada a iluminar las múltiples situaciones de la vida enseñando
a cada uno a vivir la propia vocación cristiana en el mundo.(82) Y si el
catequista es también ante todo un testimonio, dicha dimensión
vocacional resultará todavía más evidente.(83) El Congreso afirmó
la importancia de la catequesis en perspectiva vocacional y señaló la
celebración de la Confirmación como un extraordinario itinerario
vocacional para adolescentes y jóvenes. La edad de la confirmación
podría ser precisamente « la edad de la vocación », adecuada, en los
planos teológico y pedagogico, para el discernimiento, la puesta en
práctica y el pedagógico testimonio del don recibido. La labor
catequística debería favorecer la capacidad de reconocer y manifestar el
don del Espíritu.(84) El encuentro directo de creyentes que viven
con fidelidad y valor su vocación, de testigos creíbles que ofrecen
experiencias concretas de vocaciones realizadas, puede ser decisivo para
ayudar a los confirmandos a descubrir y acoger la llamada de Dios.
La vocación, en todo caso, tiene siempre su origen en el conocimiento de
un don, y en un conocimiento tan agradecido que encuentra totalmente
lógico poner al servicio de los otros la propia experiencia a fin de
responsabilizarse de su crecimiento en la fe. Quien vive con
cuidado y generosidad el testimonio de la fe, no tardará en aceptar el
designio que Dios tiene sobre él, y emplear todas sus energías en
llevarlo a cabo. De los itinerarios pastorales a la llamada
personal 28. Podríamos decir, en síntesis, que en las
dimensiones de la liturgia, de la comunión eclesial, del servicio de la
caridad y del testimonio del Evangelio se condensa la condición
existencial de cada creyente. Esta es su dignidad y su vocación
fundamental, pero también es la condición para que cada uno descubra su
peculiar identidad. Todo creyente, pues, debe vivir el común
evento de la liturgia, de la comunión fraterna, del servicio caritativo
y del anuncio del Evangelio, porque sólo mediante tal experiencia global
podrá identificar su particular modo de vivir estas mismas
dimensiones del ser cristiano. Por consiguiente estos itinerarios
eclesiales deben ser los preferidos; representan un poco la vía-maestra
de la pastoral vocacional, gracias a la cual puede desvelarse el
misterio de la vocación de cada uno. Por otra parte, son
itinerarios clásicos, que pertenecen a la vida misma de cada comunidad
que quiera decirse cristiana y descubren, al mismo tiempo, la solidez o
precariedad de la misma. Precisamente por esto, no sólo representan un
camino obligado, sino que, sobre todo, ofrecen garantía a la
autenticidad de la búsqueda y del discernimiento. Estas cuatro
dimensiones y funciones, en efecto, por un lado, provocan un compromiso
global del sujeto y, por otro, lo llevan a los umbrales de una
experiencia muy personal, de una confrontación urgente, de una llamada
imposible de ignorar, de una decisión que tomar, que no se puede aplazar
« sine die ». Por esto la pastoral vocacional deberá ayudar expresamente
a hacer obra de relevación mediante una experiencia profunda y
globalmente eclesial, que lleve al creyente « al descubrimiento y
asunción de la propia responsabilidad en la Iglesia ».(85) Las
vocaciones que no nacen de esta experiencia y de esta inserción en la
acción comunitaria eclesial, corren el riesgo de estar viciadas en su
raíz y de ser de dudosa autenticidad. Obviamente tales
dimensiones estarán todas presentes, armónicamente coordinadas por una
experiencia que podrá ser decisiva sólo si es global. A menudo,
en efecto, hay jóvenes que favorecen espontáneamente (una u otra) de
estas funciones (o únicamente comprometidos en el voluntariado, o
demasiado atraídos por la dimensión litúrgica, o grandes teóricos un
tanto idealistas). Será importante, en estos casos, que el educador
vocacional incite en el sentido de un compromiso que no sea a medida de
los gustos del joven, sino según la dimensión objetiva de la
experiencia de fe, la cual, por definición, no puede ser algo
acomodable. Es sólo el respeto a esta dimensión objetiva el que puede
dejar entrever la propia dimensión subjetiva. La
objetividad, en tal sentido, precede a la subjetividad, y el joven debe
aprender a darle la precedencia, si verdaderamente quiere descubrirse a
sí mismo y aquello que está llamado a ser. O sea, debe primeramente
realizarlo que se exige a todos, si quiere ser él mismo. No sólo,
pero lo que es objetivo, regulado sobre la base de una norma y de una
tradición y que mira a un objetivo preciso que trasciende la
subjetividad, tiene una notable fuerza de atracción y arrastre
vocacionales. Naturalmente la experiencia objetiva deberá también llegar
a ser subjetiva, o ser reconocida por el individuo como suya. Siempre,
sin embargo, que se parta de una fuente o de una verdad que no es el
sujeto quien la determina y que se aprovecha de la rica tradición de la
fe cristiana. En definitiva, « la pastoral vocacional tiene las etapas
fundamentales de un itinerario de fe ».(86) Y también esto está
indicando la gradación, así como la convergencia de la pastoral
vocacional. De los itinerarios a las comunidades cristianas
a) La comunidad parroquial 29. El Congreso europeo se
propuso, entre otros, un objetivo: llevar la pastoral vocacional a lo
más vivo de las comunidades cristianas parroquiales, allí donde la gente
vive y donde los jóvenes en particular están comprometidos más o menos
significativamente en una experiencia de fe. Se trata de hacer
salir la pastoral vocacional del ámbito de los dedicados a los trabajos
para alcanzar los muros periféricos de la Iglesia particular.
Pero mientras tanto, es ya urgente superar la etapa experimental, actual
en muchas Iglesias de Europa, para pasar a verdaderos caminos pastorales
insertos en el entramado de las comunidades cristianas, valorando lo que
ya es vocacionalmente significativo. Particular atención ha de
prestarse al año litúrgico, que es una escuela permanente de fe,
en el que cada creyente, ayudado por el Espíritu Santo, es llamado a
crecer en Jesús. Desde el Adviento, tiempo de esperanza, a Pentecostés y
al tiempo ordinario, el camino del año litúrgico recorrido cíclicamente,
celebra y presenta un modelo de hombre llamado a medirse en el misterio
de Jesús, « primogénito entre muchos hermanos » (Rom 8,29).
La antropología que el año litúrgico lleva a indagar es un proyecto
auténticamente vocacional, que apremia al cristiano a responder siempre
más a la llamada, para una precisa y personal misión en la historia. De
aquí la atención que se debe prestar a los itinerarios diarios en los
que toda la comunidad cristiana está comprometida. La prudencia pastoral
pide en especial a los pastores, guías de las comunidades cristianas, un
cuidado diligente y un atento discernimiento para hacer hablar a los
signos litúrgicos, vividos en la experiencia de fe, porque es por la
presencia de Cristo en la vida diaria del hombre, donde tienen lugar las
llamadas vocacionales del Espíritu. No se debe olvidar que el
pastor, sobre todo el presbítero, responsable de una comunidad
cristiana, es el « cultivador directo » de todas las vocaciones.
En verdad, no en todas partes se reconoce la plena titularidad
vocacional de la comunidad parroquial; mientras que son precisamente «
los Consejos Pastorales diocesanos y parroquiales, en relación con los
Centros vocacionales nacionales... los órganos competentes en todas las
comunidades y en todos los sectores de la pastoral ordinaria ».(87)
Se debe, por tanto, favorecer la iniciativa de aquellas parroquias que
han creado grupos propios de responsables de la animación vocacional y
de las varias actividades para resolver « un problema que está en el
corazón mismo de la Iglesia »(88) (grupos de oración, jornadas y semanas
vocacionales, catequesis y testimonios y cuanto pueda mantener viva la
preocupación vocacional).(89) b)Los « lugares-signos » de la
vida-vocación En este delicado y urgente paso, de una
pastoral vocacional de las experiencias a una pastoral vocacional de los
itinerarios, es necesario hacer hablar no sólo a las llamadas vocaciones
provenientes de los itinerarios que atraviesan la vida ordinaria de la
comunidad cristiana, sino que es bueno hacer eficaces los
lugares-signo de la vida como vocación y los lugares pedagógicos
de la fe. Una Iglesia está viva si, con los dones del Espíritu, sabe
comprender y valorar tales lugares. Los lugares-signo de
la vocacionalidad de la existencia en una Iglesia particular son las
comunidades monásticas, testimonio del rostro orante de la comunidad
eclesial, las comunidades religiosas apostólicas, los institutos
seculares y las sociedades de vida consagrada. En un contexto
cultural fuertemente volcado sobre las cosas penúltimas e inmediatas, y
penetrado del viento gélido del individualismo, las comunidades orantes
y apostólicas abren a dimensiones verdaderas de vida auténticamente
cristiana, sobre todo para las últimas generaciones claramente más
atentas a los testimonios que a las palabras. Signo especial de
la vocacionalidad de la vida es la comunidad del seminario
diocesano o interdiocesano. Este vive una singular situación en el
interior de nuestras Iglesias. Por una parte es un signo fuerte,
pues constituye una promesa de futuro. Los jóvenes que viven en él,
hijos de esta generación, serán los sacerdotes del mañana. No sólo, sino
que el seminario está testimoniando concretamente la vocacionalidad de
la vida y la necesidad apremiante del ministerio ordenado para la
existencia de la comunidad cristiana. Por otra parte, el
seminario es un signo débil, pues exige la constante atención de
la Iglesia particular; requiere una seria pastoral vocacional para
recomenzar cada año con candidatos nuevos. También la solidaridad
económica puede ser una circunstancia pedagógica para formar al pueblode
Dios en la oración por todas las vocaciones. c) Lugares
pedagógicos de la fe Además de los lugares-signos son
valiosos los lugares pedagógicos de la pastoral vocacional,
constituidos por los grupos, por los movimientos, por las asociaciones,
y por la escuela misma. Más allá de la diversa configuración
sociólogica de dichas formas de asociación, sobre todo a nivel juvenil
hay que apreciar su valor pedagógico, como lugares en los que las
personas pueden ser sabiamente ayudadas a alcanzar una verdadera madurez
de fe. Esto puede ser eficazmente promovido, si se tienen en
cuenta tres dimensiones de la experiencia cristiana: la vocación de cada
uno, la comunión de la Iglesia y la misión con la Iglesia. d)
Figuras de formadores y de formadoras Otra atención
pedagógica pastoral viene propuesta con particular insistencia en este
preciso momento histórico: la formación de concretas figuras educadoras.
En efecto, es sabido, por doquier, la debilidad y la problématica de los
lugares pedagógicos de la fe, puestos a dura prueba por la cultura del
individualismo, de la asociación espontánea, o por las crisis de las
instituciones. Por otro lado, emerge, sobre todo en los jóvenes,
la necesidad de confrontación, de diálogo, de puntos de referencia. Las
señales al respecto son muchas. Hay, en suma, urgencia de maestros de
vida espiritual, de figuras significativas, capaces de evocar el
misterio de Dios y dispuestos a la escucha para ayudar a las personas a
entablar un serio diálogo con el Señor. Las personalidades
espirituales fuertes no son sólo algunas personas particularmente
dotadas de carisma, sino que son el resultado de una formación
especialmente atenta a la primacía absoluta del espíritu. En el
cuidado de las figuras educadoras de nuestra comunidad hay que tener
presente que, por una parte, se trata de hacer explícita y prudente la
conciencia educadora vocacional en todas aquellas personas que ya
trabajan en la comunidad junto a los adolescentes y a los jóvenes
(sacerdotes, religiososas y laicos). Por otra, se debe formar y animar
cuidadosamente la ministerialidad educadora de la mujer, para que
sea sobre todo junto a las jóvenes, una figura de referencia y una guía
prudente. De hecho la mujer está ampliamente presente en las comunidades
cristianas y son más que sabidas la capacidad intuitiva del « genio
femenino » y la amplia experiencia de la mujer en el campo educativo
(familia, escuela, grupos, comunidades). La aportación de la
mujer ha de considerarse como muy importante, por no decir decisivo,
sobre todo en el ámbito juvenil femenino, no asimilable al masculino,
porque necesita de una reflexión más atenta y específica, especialmente
en el aspecto vocacional. Quizá también esto forma parte de aquel
cambio que caracteriza la pastoral vocacional. Mientras que en el pasado
las vocaciones femeninas surgían de figuras significativas de padres
espirituales, aunténticos guías de personas y comunidades, hoy las
vocaciones « a lo femenino » tienen necesidad de referencias femeninas,
personales y comunitarias, capaces de hacer concreta la propuesta de
modelos y de valores. e) Los organismos de pastoral vocacional
La pastoral vocacional para proponerse como perspectiva unitaria y
síntesis de la pastoral general, debe manifestar, primero en su
interior, la síntesis y la comunión de los carismas y de los
ministerios. Desde tiempo atrás se advertía en la Iglesia la
necesidad de esta coordinación(90) que, gracias a Dios, ha dado ya
apreciables frutos: Organismos parroquiales, Centros vocacionales
diocesanos y nacionales que ya funcionan desde hace tiempo con gran
provecho. No obstante, no sucede así por todas partes. El
Congreso lamentó, en ciertos casos la ausencia, o la escasa incidencia
de estas estructuras en algunas naciones europeas,(91) e hizo votos para
que cuanto antes sean instituidas regularmente o potenciadas
adecuadamente. También se observa en diversas partes que,
mientras los Centros nacionales parecen garantizar una notable
aportación de estímulos constructivos para la pastoral vocacional de
conjunto, no todos los Centros diocesanos parecen animados por la misma
voluntad de trabajar y colaborar verdaderamente por las vocaciones de
todos. Existe un cierto proyecto general de pastoral unitaria que
todavía se resiste en llegar a ser praxis de la Iglesia local, y parece
en algún modo embarazarse cuando de las propuestas generales se pasa a
llevarlas en detalle a la realidad diocesana o parroquial. En ellas, en
efecto, no han desaparecido del todo miras y prácticas particularistas y
poco eclesiales.(92) Por cuanto atañe a los Centros diocesanos y
nacionales, más que reafirmar aquí cuanto ya de manera ejemplar subrayan
varios documentos sobre su función, parece necesario recordar que no se
trata meramente de una cuestión de organización práctica, cuanto de
coherencia con un espíritu nuevo que impregne la pastoral de las
vocaciones en la Iglesia y, en particular, en las Iglesias de Europa. La
crisis vocacional es también crisis de comunión en favorecer y hacer
crecer las vocaciones. No pueden nacer vocaciones allí donde no se vive
un espíritu auténticamente eclesial. Además de recomendar la
reanudación del compromiso en tal campo y una más estrecha coordinación
entre el Centro nacional, Centros diocesanos y organismos parroquiales,
el Congreso y este Documentodesean que tales organismos tomen muy a
pecho dos cuestiones: la promoción de una auténtica cultura vocacional
en la sociedad civil y eclesial, anteriormente indicada, y la formación
de los educadores-formadores vocacionales, verdadero y propio elemento
fundamental y estratégico de la actual pastoral vocacional.(93)
El Congreso, además, pide que se tome seriamente en consideración la
creación de un organismo o Centro unitario de pastoral vocacional
supranacional, como signo y manifestación concreta de comunión y
coparticipación, de coordinación e intercambio de experiencias y
personas entre cada una de las Iglesias nacionales,(94) salvaguardando
la peculiaridad de cada una de ellas. CUARTA PARTE
PEDAGOGIA DE LAS VOCACIONES
« ¿No nos ardía nuestro corazón en el pecho? » (Lc
24,32)
Esta parte pedagógica viene extraída del interior del
evangelio, según el ejemplo de aquel extraordinario animador-educador
vocacional que es Jesús, y en vista de una animación vocacional
destacada por concretas actitudes pedagógicas evangélicas: sembrar,
acompañar, educar, formar, discernir. Estamos en la última
parte, la que, en la lógica del documento, debería presentar la parte
metodólogica-aplicativa. En efecto, se partió del análisis de la
situación concreta, para después definir los elementos teológicos
portadores del tema de la vocación, y, a continuación, se ha tratado de
volver a la vida de nuestras comunidades creyentes para delinear el
sentido y la orientación de la pastoral de las vocaciones. Queda
tan sólo estudiar la dimensión pedagógica de la pastoral vocacional.
Crisis vocacional y crisis educativa 30. Muchas veces, en
nuestras Iglesias, son claros los objetivos así como las estrategias de
fondo, pero quedan un poco difusos los pasos que dar para suscitar en
nuestros jóvenes la disponibilidad vocacional; y esto porque, todavía
hoy, resulta débil una cierta planificación educativa, dentro y fuera de
la Iglesia, la planificación que debería ofrecer después, junto a la
precisión del objetivo que alcanzar, los caminos pedagógicos que
recorrer para conseguirlo. Lo dice también con su acostumbrado realismo
el Instrumentum laboris: « Constatamos, en efecto, la debilidad
de tantos lugares pedagógicos (grupo, comunidad, oratorios, escuela y,
sobre todo, la familia) ».(95) La crisis vocacional, es ciertamente
también crisis de la propuesta pedagógica y del camino educativo.
Se tratará de señalar ahora, partiendo siempre de la Palabra de Dios,
precisamente esta convergencia entre fin y método, con la convicción de
que una buena teología se traduce normalmente en la práctica, llega a
ser pedagogía y hace vislumbrar los recorridos, con el deseo sincero de
ofrecer a los diversos agentes pastorales una ayuda y un instrumento
útil para todos. El Evangelio de la vocación
31. Todo encuentro o diálogo en el Evangelio tiene un significado
vocacional: cuando Jesús recorre los caminos de Galilea es siempre
enviado por el Padre para llamar al hombre a la salvación y revelarle el
designio del Padre mismo. La buena noticia, el Evangelio, es
precisamente éste: el Padre ha llamado al hombre por medio del Hijo en
el Espíritu; lo ha llamado no sólo a la vida, sino a la redención; y no
sólo a una redención merecida por otros, sino a una redención que lo
compromete en primera persona, haciéndolo responsable de la salvación de
otros. En esta salvación pasiva y activa, recibida y compartida,
está encerrado el sentido de cada vocación; está contenido el sentido
mismo de la Iglesia como comunidad de creyentes, santos y pecadores,
todos « llamados » a participar del mismo don y de la misma
responsabilidad. Es el Evangelio de la vocación. La
pedagogía de la vocación 32. En el interior de este
Evangelio buscamos una pedagogía correlativa, que después resulta que es
la de Jesús, auténtica pedagogía de la vocación. Es la pedagogía
que todo animador vocacional o todo evangelizador debería saber poner en
práctica para conducir a los jóvenes a reconocer al Señor que lo llama y
a responderle. Si punto de referencia de la pedagogía vocacional
es el misterio de Cristo, el Hijo de Dios hecho hombre, en su hacer «
vocacional » hay muchos aspectos y dimensiones significativos.
Ante todo, los Evangelios nos presentan a Jesús mucho más como
formador que como animador, precisamente porque obra siempre en
estrechísima unión con el Padre, que esparce la semilla de la Palabra y
educa (sacando de la nada), y con el Espíritu que acompaña en el
camino de la santificación. Tales aspectos abren perspectivas
importantes a quien trabaja en la pastoral de las vocaciones y es
llamado, por esta razón, a ser no sólo animador vocacional, sino,
primero de todo, sembrador de la buena semilla de la vocación, y
después, acompañador en el camino que lleva el corazón a « arder
», educador en la fe y a la escucha de Dios que llama,
formador de las actitudes humanas y cristianas de respuesta a la
llamada de Dios,(96) y, en fin, discernidor de la existencia del
don que viene de lo alto. Las palabras en cursiva del párrafo
anterior, definen las cinco características principales del
ministerio vocacional, o las cinco dimensiones del misterio de la
llamada que de Dios llega al hombre a través de la mediación de un
hermano o hermana o de una comunidad. Sembrar
33. « Salió un sembrador a sembrar, y de la simiente, parte cayó junto
al camino, y viniendo las aves se la comieron. Otra cayó en terreno
pedregoso, donde no había mucha tierra; brotó en seguida porque la
tierra era poco profunda; pero cuando salió el sol se agostó, y se secó
porque no tenía raíz. Parte cayó entre cardos, pero éstos crecieron y la
ahogaron. Finalmente otra parte cayó en tierra buena y dio fruto, una
ciento, otra sesenta, otra treinta » (Mt 13, 3-8). Este
párrafo precisa, en cierta manera, el primer paso de un camino
pedagógico, la primera actitud por parte de quien se pone como
mediadorentre Dios que llama y el hombre que es llamado, y que se
inspira, ciertamente, en el hacer de Dios. Es Dios-Padre el sembrador:
Iglesia y mundo son los campos donde continúa esparciendo abundantemente
su semilla, con absoluta libertad y sin exclusiones de ningún tipo; una
libertad que respeta la del terreno donde cae la semilla. a)
Dos libertades en diálogo La parábola del sembrador
manifiesta que la vocación cristiana es un diálogo entre Dios y la
persona humana. El interlocutor principal es Dios, que llama a quien
quiere, cuando quiere y como quiere « según su propósito y su gracia » (2
Tim 1,9); que llama a todos a la salvación, sin dejarse limitar por
las disposiciones del receptor. Pero la libertad de Dios se encuentra
con la libertad del hombre, en un diálogo misterioso y fascinante, hecho
de palabras y silencios, de mensajes y acciones, de miradas y gestos;
una libertad perfecta, la de Dios, y otra imperfecta, la del hombre. La
vocación es, por tanto, totalmente acción de Dios, pero también real
actividad del hombre: trabajo y penetración de Dios en lo profundo de la
libertad humana, pero también fatiga y lucha del hombre libre de acoger
el don. Quien va junto a un hermano en el camino del
discernimiento vocacional penetra en el misterio de la libertad, y sabe
que podrá ser de ayuda sólo si respeta tal misterio. Incluso cuando ello
debiera suponer, al menos en apariencia, un menor resultado. Como ocurre
con el sembrador de la parábola. b) El valor de sembrar por
doquier Precisamente el respeto de ambas libertades
significa, ante todo, valor para sembrar la buena semilla del Evangelio,
de la Pascua del Señor, de la fe y, en fin, del seguimiento. Esta es la
condición previa; no se hace ninguna pastoral vocacional, si no se tiene
este valor. No sólo esto; sino que es necesario sembrar por doquier,
en el corazón de cualquiera, sin ninguna preferencia o excepción.
Si todo ser humano es criatura de Dios, también es portador de un don,
de una vocación particular que espera ser reconocida. Con
frecuencia, se deplora en la Iglesia la escasez de respuestas
vocacionales; y no se repara en que, con igual frecuencia, la propuesta
es hecha dentro de un limitado círculo de personas, y, tal vez, retirada
inmediatamente tras el primer rechazo. Viene bien recordar aquí, el
reclamo de Pablo VI: « Que ninguno, por nuestra culpa, ignore lo que
debe saber, para orientar, en sentido diverso y mejor, la propia vida
».(97) Y, sin embargo, ¡cuántos jóvenes nunca han oído una propuesta
cristiana acerca de su vida y de su futuro! Es maravilloso
observar al sembrador de la parábola en el gesto amplio de la mano que
siembra « por doquier »; es conmovedor reconocer en tal imagen el
corazón de Dios-Padre. Es la imagen de Dios que siembra en el corazón de
todo viviente un proyecto de salvación; o si queremos, es la imagen
del « derroche » de la generosidad divina, que se desparrama sobre todos
porque quiere salvar a todos y llamarlos a Sí. Es la misma imagen
del Padre que se hace visible en el obrar de Jesús, el cual llama a Sí a
los pecadores, escoge para construir su Iglesia gente aparentemente
inadecuada para esta misión, no conoce límites ni hace acepción de
personas. Es mirándose en esta imagen como el agente de pastoral,
a su vez, anuncia, propone, sacude con idéntica generosidad; y es
precisamente la seguridad de la semilla depositada por el Padre en el
corazón de toda criatura la que le da fuerza para ir a todas partes y
sembrar de cualquier modo la buena semilla vocacional, para no quedarse
encerrado dentro de los espacios habituales y afrontar ambientes nuevos
y para intentar aproximaciones insólitas y dirigirse a cada persona.
c) La siembra en el tiempo propicio Forma parte de la
sabiduría del sembrador esparcir la buena semilla de la vocación en el
momento propicio. Lo que de ningún modo significa adelantar los tiempos
de la opción o pretender que el adolescente tenga la misma capacidad de
decisión que un joven, sino comprender y respetar el sentido vocacional
de la vida humana. Cada etapa de la existencia tiene un
significado vocacional, comenzando del momento en el que el
muchachoa se abre a la vida y tiene necesidad de comprender su sentido,
e intenta preguntarse sobre cuál es su papel en ella. No dar respuesta a
tal pregunta en el momento adecuado, podría perjudicar el germinar de la
semilla: « la experiencia pastoral demuestra que la primera señal de la
vocación aparece, en la mayor parte de los casos, en la infancia y en la
adolescencia. Por esto parece importante recuperar o proponer fórmulas
que puedan suscitar, sostener y acompañar esta primera manifestación
vocacional ».(98) Sin limitarse exclusivamente a ellas. Cada persona
tiene sus ritmos y sus tiempos de maduración. Lo importante es que junto
a sí tenga un buen sembrador. d) La más pequeña de todas las
semillas No es ciertamente labor fácil, hoy, « la del
sembrador vocacional ». Por los motivos que sabemos: no existe,
propiamente hablando, una cultura vocacional; el modelo antropológico
prevalente parece ser el del « hombre sin vocación »; el contexto social
es éticamente neutro y carente de esperanza y de modelos prospectivos.
Todos los elementos parecenconcurrir para debilitar la propuesta
vocacional y, quizá, nos permiten aplicarle cuanto Jesús dice a
propósito del Reino de Dios (cfr. Mt 13,31 ss.): la semilla de la
vocación es como un granito de mostaza que cuando se lo siembra, o
cuando viene propuesta o indicada como presente, es la más pequeña de
todas las semillas; muy a menudo no suscita consenso inmediato alguno;
al contrario, es negada y desmentida, es como sofocada por otras
expectativas y proyectos, ni tomada en serio; o, más bien, se la mira
con recelo y desconfianza, como si fuese una semilla de infelicidad.
Y, entonces, el joven, rechaza, dice no interesarle, ha hipotecado ya su
futuro (u otros ya lo han hecho por él); o quizá dice que le agradaría y
le interesa, pero que no está seguro y, además, es muy difícil y le da
miedo... Nada de extraño y absurdo en esta reacción medrosa y
negativa; en el fondo lo había dicho ya el Señor. La semilla de la
vocación es la más pequeña de todas las semillas, es débil y no se
impone, precisamente porque es manifestación de la libertad de Dios que
quiere respetar hasta el extremo la libertad del hombre. Y, por
lo tanto, también es necesaria la libertad de quien orienta el camino
del hombre: una libertad de espíritu que permita continuar y no echarse
atrás ante el rechazo y desinterés iniciales. Jesús dice, en la
breve parábola del grano de mostaza, que « una vez crecida, es la más
grande de las hortalizas » (Mt 13,32); por tanto, es una semilla
que posee su fuerza, aunque no es evidente y eclosiva de inmediato,
antes bien, necesita muchos cuidados para madurar. Hay una especie de
secreto elemental que forma parte de la sabiduría campesina: para
asegurar cualquier cosecha en la estación justa, es preciso cuidar todo,
desde el terreno hasta la simiente; prestar atención a todo, desde lo
que la hace crecer hasta lo que obstaculiza su desarrollo. Incluso a las
imprevisibles intemperies de las estaciones. En el campo vocacional
sucede algo parecido. La siembra es sólo el primer paso, al que deben
seguir otras atenciones bien precisas para que las dos libertades entren
en el misterio del diálogo vocacional. Acompañar
34. « El mismo día, dos de ellos iban a una aldea, que dista de
Jerusalén sesenta estadios, llamada Emaús, y hablaban entre sí de todos
estos acontecimientos. Mientras iban hablando y razonando, el mismo
Jesús se les acercó e iba con ellos, pero sus ojos no podían reconocerle
» (Lc 24, 1316). Elegimos, para describir las
articulaciones de acompañar, educar y formar, el episodio de los dos
discípulos de Emaús. Es un pasaje significativo porque, además de la
sabiduría del contenido y del método pedagógico seguido por Jesús, nos
parece ver en los discípulos la imagen de tantos jóvenes de hoy, un
tanto tristes y desanimados, que parecen haber perdido toda ilusión por
buscar su vocación. El primer paso, o el primer cuidado en este
camino, es ponerse al lado: el sembrador o quien ha despertado en
el joven la conciencia de la semilla sembrada en el terreno de su
corazón, se convierte ahora en acompañante. En la teología
de la presente reflexión, se indicó como propio del Espíritu el
ministerio del acompañamiento. En efecto, es el Espíritu del Padre y del
Hijo quien permanece junto al hombre para recordarle la Palabra del
Maestro; es también el Espíritu quien habita en el hombre para suscitar
en él la conciencia de ser hijo del Padre. Es, por tanto, el Espíritu el
modelo en el que se debe inspirar aquel hermano o hermana mayor que
acompaña al hermano o hermana menor en búsqueda. a) Itinerario
vocacional Definido el itinerario vocacional pastoral, nos
preguntamos ahora: ¿qué es un itinerario vocacional en el plano
pedagógico? El itinerario pedagógico vocacional es un viaje
orientado hacia la madurez de la fe, como una peregrinación hacia
el estado adulto del creyente, llamado a disponer de sí mismo y
de la propia vida con libertad y responsabilidad, según la verdad
del misterioso proyecto pensado por Dios para él. Tal viaje se
realiza por etapas en compañía de un hermano o hermana mayor en
la fe y en el discipulado, que conoce el camino, la voz y los
pasos de Dios, que ayuda a reconocer al Señor que llama y a discernir el
camino que recorrer para llegar a El y responderle. Un itinerario
vocacional es, por tanto, y ante todo, camino con El, el Señor de la
vida, aquel « Jesús en persona », como anota con precisión Lucas, que se
aproxima al camino del hombre, hace el mismo recorrido y entra en su
historia. Pero los ojos de carne, a menudo, no lo saben reconocer; y,
entonces, el caminar humano permanece solitario, y el conversar inútil,
mientras que la búsqueda arriesga perpetuarse en un interminable y a
veces narcisista « hacer experiencias », incluso vocacionales, sin
ningún resultado definitivo. Quizá la primera tarea del acompañante
vocacional es la de indicar la presencia de Otro, o de admitir la
naturaleza relativa de la propia vecindad o del propio
acompañamiento, para ser mediación de tal presencia, o itinerario hacia
el descubrimiento del Dios que llama y se avecina a cada hombre.
Como los discípulos de Emaús, o como Samuel durante la noche, con
frecuencia nuestros jóvenes no tienen ojos para ver ni oídos para oir a
Quien camina junto a cada uno y, con insistencia y delicadeza a la vez,
pronuncia su nombre. El hermano que acompaña es el signo de esa
insistencia y delicadeza; su tarea es la de ayudar a reconocer la
procedencia de la voz misteriosa; no habla de sí, sino que anuncia a
Otro que, sin embargo, está ya presente; como Juan Bautista. El
ministerio del acompañamiento vocacional es ministerio humilde, de la
clase de humildad serena e inteligente que proviene de la libertad en el
Espíritu, y que se manifiesta « con el valor de la escucha, del amor y
del diálogo ». Gracias a esta libertad resuena con mayor claridad y
fuerza incisiva la voz de Aquél que llama. Y el joven se encuentra ante
Dios, descubre con sorpresa que es el Eterno quien camina en el tiempo
junto a él, y lo llama a una opción definitiva. b) Los pozos
de agua « Jesús cansado del viaje, se sentó junto al pozo...
» (Jn 4,6): es el arranque de lo que podemos considerar un
inédito coloquio vocacional: el encuentro de Jesús con la samaritana. La
mujer, en efecto, a través de este encuentro, recorre un itinerario
hacia el descubrimiento de sí misma y del Mesías, convirtiéndose
inmediatamente en su anunciadora. También este pasaje trasluce la
soberana libertad de Jesús en buscar dondequiera y en quienquiera
a sus mensajeros; pero, también es llamativo el cuidado, por parte de
Aquél que es el camino del hombre hacia el Padre, de cruzarse con la
criatura a lo largo de sus caminos, o de esperarla donde más evidente y
viva es su espera. Es cuanto se puede deducir de la imagen simbólica del
« pozo ». Los pozos, en la antigua sociedad judaica, eran fuentes de
vida, condición básica de supervivencia de un pueblo siempre preocupado
por la penuria de agua; y es precisamente en torno a este símbolo, el
agua para y de la vida, donde Jesús construye con
delicadísima pedagogía su aproximación a la mujer. Acompañar a un
joven quiere decir identificar « los pozos » de hoy: todos los lugares y
momentos, los desafíos y expectativas, por donde antes o después todos
los jóvenes deben pasar con sus ánforas vacías, con sus interrogantes no
expresados, con su suficiencia arrogante pero a menudo sólo aparente,
con su deseo profundo e indeleble de autenticidad y de futuro. La
pastoral vocacional no puede ser « de espera », sino actuación de quien
busca y no se da por vencido hasta que no haya encontrado, y se hace
encontrar en el lugar y en el « pozo » justo, allí donde el joven da
cita a la vida y al futuro. El acompañante vocacional debe ser «
inteligente », desde este punto de vista, uno que no impone
necesariamente sus preguntas, sino que parte de las del joven mismo, de
cualquier tipo que sean; o es capaz -si fuera preciso- de « suscitar y
estimular la cuestión vocacional, que vive en el corazón de cada joven,
pero que espera ser sacada a la luz por verdaderos formadores
vocacionales ».(99) c) Coparticipación y con-vocación
Realizar acompañamiento vocacional significa ante todo compartir:
el pan de la fe, de la esperanza en Dios, de la fatiga en la búsqueda,
hasta compartir también la vocación: no para imponerla, evidentemente,
sino para atestiguar la grandeza de una vida que se realiza según un
designio de Dios. El rol comunicativo típico del acompañamiento
vocacional no es ni el didáctico o exhortativo, ni tampoco el de
amistad, por un lado, o, por el otro, el del director espiritual
(entendido éste como quien imprime inmediatamente una dirección precisa
a la vida de otro), sino que es el papel de la confessio fidei.
Quien realiza acompañamiento vocacional testimonia la propia
opción o, mejor, su particular elección por Dios, da a conocer —no
necesariamente con palabras— su camino vocacional, y, por tanto, da a
conocer también o deja traslucir, la fatiga, la novedad, el riesgo, la
sorpresa, la grandeza. De esto deriva una catequesis vocacional
de persona a persona, de corazón a corazón, rica de humanidad y
originalidad, de ardor y fuerza convincentes; una animación vocacional
sapiencial y experiencial. Un poco como la experiencia de los primeros
discípulos de Jesús que « fueron y vieron dónde moraba, y permanecieron
con El aquel día » (Jn 1,39); y tanto les debió impresionar
aquella experiencia que Juan, después de muchos años, recuerda que «
eran cerca de las cuatro de la tarde ». Se hace animación
vocacional sólo por contagio, es decir, por contacto directo,
porque el corazón está lleno y la experiencia de la grandeza continúa
cautivando. « Los jóvenes están muy interesados en el testimonio de vida
de las personas que están ya en un camino espiritual. Sacerdotes y
religiosos deben tener el valor de ofrecer signos concretos en su camino
espiritual. Por esto es importante dedicar tiempo a los jóvenes, caminar
a su paso, buscarlos allí donde se hallan, escucharlos y responder a las
preguntas que surgen en el encuentro ». (100) Precisamente por
esto el acompañante vocacional es también un entusiasta de su vocación y
de la posibilidad de transmitirla a otros; es testigo, no sólo
convencido, sino feliz, y por tanto, convincente y creíble. Sólo
así el mensaje abarca la totalidad espiritual de la persona,
corazónmente-voluntad, proponiendo algo que es verdadero-grande-bueno.
Es el significado de la con-vocación: nadie puede pasar junto al
anunciante de una tan « buena noticia » sin sentirse atraído, «
totalmente » llamado, en cada nivel de su personalidad, y continuamente
llamado, por Dios, ciertamente, pero también por tantas personas,
ideales, situaciones inéditas, retos diversos, mediaciones humanas de la
llamada divina. Entonces el signo vocacional puede ser percibido
mejor. Educar 35. « Y les dijo: « ¿Qué
discursos son éstos que vais haciendo entre vosotros mientras camináis?
« Ellos se detuvieron entristecidos, y tomando la palabra uno de ellos,
por nombre Cleofás, le dijo: « ¿Eres tú el único forastero en Jerusalén
que no conoce los sucesos en ella ocurridos estosdías? ». El les dijo: «
¿Cuáles? ». Contestáronle: « Lo de Jesús Nazareno, varón profeta,
poderoso en obras y palabras ante Dios y ante todo el pueblo... ». Y El
les dijo: « ¡Oh hombres sin inteligencia y tardos de corazón para creer
todo lo que vaticinaron los profetas! ¿No era preciso que el Mesías
padeciese esto y entrase en su gloria? ». Y comenzando por Moisés y por
todos los profetas, les fue declarando cuanto a El se refería en todas
las Escrituras. Se acercaron a la aldea adonde iban, y El fingió seguir
adelante. Obligáronle diciendo: « Quédate con nosotros, porque se hace
tarde y el día ya declina ». Y entró para quedarse con ellos » (Lc
24,17-29). Tras la siembra, a lo largo del camino del
acompañamiento, se trata de educar al joven. Educar en el sentido
etimológico del verbo, es como un sacar fuera (e-ducere) de él su
verdad, la que tiene en su corazón, incluso lo que no sabe ni conoce de
sí mismo: debilidades y aspiraciones, para favorecer la libertad de la
respuesta vocacional. a) Educar al conocimiento de sí mismo
Jesús se aproxima a los dos y les pregunta de qué hablan. El lo sabe,
pero quiere que ambos se manifiesten a sí mismos, y, señalando su
tristeza y sus esperanzas perdidas, les ayuda a adquirir conciencia de
su problema y del motivo real de su turbación. Así ambos se ven
virtualmente obligados a releer la reciente historia haciendo vislumbrar
el verdadero motivo de su tristeza. « Nosotros esperábamos... »;
pero la historia parece haber andado en sentido contrario a sus
esperanzas. En realidad, primero, ellos han vivido todas las
experiencias significativas con Jesús, « poderoso en obras y en palabras
»; pero es como si este camino de fe, de repente, se hubiese
interrumpido ante un acontecimiento incomprensible como el de la pasión
y muerte de Aquél que habría debido liberar a Israel. « Nosotros
esperábamos, pero... »: ¿cómo no reconocer en esta frase incompleta la
historia de tantos jóvenes que parecen interesados en el tema
vocacional, se dejan provocar y muestran una buena predisposición, pero
que, después, se detienen ante una decisión que tomar? Jesús, en algún
modo, estimula a los dos a admitir la diferencia entre sus esperanzas y
el plan de Dios como se realizó en Jesús; entre su modo de entender el
Mesías y su muerte de cruz, entre sus esperanzas tan humanas e
interesadas y el significado de una salvación que viene de lo alto.
De igual modo, es importante y decisivo ayudar a los jóvenes a que echen
fuera el equívoco de fondo: una interpretación de la vida demasiado
terrena y centrada en torno al yo que hace difícil o francamente
imposible la opción vocacional, o hace sentir excesivas las exigencias
de la llamada, como si el plan de Dios fuese enemigo de la necesidad de
felicidad del hombre. Cuántos jóvenes no han acogido la llamada
vocacional no por no ser generosos e indiferentes, sino simplemente
porque no se les ha ayudado a conocerse, a descubrir la raíz
ambivalente y pagana de ciertos esquemas mentales y afectivos; y porque
no se les ha ayudado a liberarse de sus miedos y seguridades,
conocidos o ignorados, respecto a la vocación misma. ¡Cuántos abortos
vocacionales a causa de este vacío educativo! Educar significa,
ante todo, sacar fuera la realidad del yo, tal como es, si depués se
quiere llevarlo a ser como debe ser: la sinceridad es un paso
fundamental para llegar a la verdad, pero en cada caso es necesaria una
ayuda exterior para ver bien el interior. El educador vocacional, por
tanto, debe conocer los entresijos del corazón humano, para acompañar al
joven en la construcción de su verdadero yo. b) Educar al
misterio Aquí nace la paradoja. Cuando el joven es conducido
a las fuentes de sí mismo, y puede ver cara a cara también sus
debilidades y temores, tiene la impresión de que comprende mejor el
motivo de ciertas actitudes y reacciones suyas y, al mismo tiempo, capta
cada vez mejor la realidad del misterio como clave de la lectura de
la vida y de su persona. Es indispensable que el joven
acepte no saber, no poder conocerse hasta el fondo. La vida
no está enteramente en sus manos, porque la vida es misterio y,
por otra parte, el misterio es vida; o de otra manera, el
misterio es aquella parte del yo que todavía no ha sido descubierta, ni
todavía vivida y que espera ser descifrada y realizada; misterio es
aquella realidad personal que aún debe crecer, rica de vida y de
posibilidades existenciales todavía intactas, es la parte germinativa
del yo. Y por consiguiente aceptar el misterio es signo de
inteligencia, de libertad interior, de voluntad de futuro y de cambio,
de rechazo de una concepción repetitiva y pasiva, aburrida y trivial de
la vida. He aquí por qué dijimos al inicio de este documento, que la
pastoral vocacional debe ser mistagógica, y, por consiguiente, partir
una y otra vez del misterio de Dios para reconducir al misterio del
hombre. La pérdida del significado del misterio es una de las
causas más importantes de la crisis vocacional. Al mismo tiempo
la categoría del misterio llega a ser categoría propedéutica a la fe. Es
posible y, para ciertos aspectos natural, que llegados a este punto el
joven sienta brotar dentro de sí como una necesidad de revelación;
esto es, el deseo de que el Autor mismo de la vida le revele su
significado y el puesto que en ella ha de ocupar. ¿Qué otros, además del
Padre, pueden realizar tal revelación? Por otra parte, no es
importante que el joven descubra de repente (o que el guía intuya
inmediatamente) el camino que ha de seguir: lo que importa es que
descubra y decida en cada caso situar fuera de sí, en DiosPadre,
la búsqueda del fundamento de su existencia. ¡Un auténtico camino
vocacional lleva siempre y de cualquier modo al descubrimiento de la
paternidad y maternidad de Dios!. c) Educar a leer la vida
En el Evangelio Jesús invita a los dos de Emaús, en cierto modo, a
volver a la vida, a los sucesos que habían causado su tristeza, mediante
un sabio método de lectura, capaz no sólo de recomponer entre ellos los
acontecimientos en torno a un significado central, sino de descubrir, en
el entramado misterioso de la vida humana, la hebra de un proyecto
divino. Es el método que podríamos llamar genético-histórico, el
cual hace buscar y encontrar en la propia biografía las actuaciones y
las huellas del paso de Dios y, por tanto, también, su voz que llama.
Tal método: — es a la vez tiempo deductivo e inductivo, o
histórico-bíblico: parte, en efecto, de la verdad revelada y al
mismo tiempo de la realidad histórica, y así favorece el diálogo
ininterrumpido entre el vivir subjetivo (los datos citados por los dos
discípulos) y referencia a la Palabra (« Y comenzando por Moisés y por
todos los profetas, les fue declarando cuanto a El se refería en todas
las Escrituras », Lc 24,27). — indica en la
normatividad de la palabra y en la centralidad del misterio de Cristo
muerto y resucitado, un preciso punto de interpretación de los
acontecimientos existenciales, sin rechazar suceso alguno, en especial
los más difíciles y dolorosos. (« ¿No era preciso que el Mesías
padeciese esto y entrase en su gloria? », Lc 24,26). La
lectura de la vida llega a ser así una acción altamente espiritual, y no
sólo sicológica, porque lleva a reconocer en ella la presencia luminosa
y misteriosa de Dios y de su Palabra. (101) Y, en el interior de este
misterio, permite descubrir poco a poco, la semilla de la vocación que
el mismo Padre-sembrador ha depositado en los surcos de la vida. Aquella
semilla que, aunque pequeña, ahora comienza a brotar y a crecer.
d) Educar a in-vocar Si la lectura de la vida es acción
espiritual, ella obliga necesariamente a la persona no sólo a reconocer
su necesidad de revelación, sino a celebrarla, con la oración de
in-vocación. Educar quiere decir e-vocar la verdad del yo. Dicha
evocación nace precisamente de la in-vocación orante, de una oración que
es más oración de confianza que de petición, oración como admiración y
gratitud; pero también como lucha y tensión, como « vaciado » de las
propias ambiciones para acoger esperanzas, peticiones, deseos del Otro:
del Padre que en el Hijo puede indicar al que busca el camino a seguir.
Pero, entonces, la oración se convierte en lugar del discernimiento
vocacional, de la educación a la escucha de Dios que llama,
porque cualquier vocación tiene su origen en los momentos de una oración
suplicante, paciente y confiada; sostenida no por la exigencia de una
respuesta inmediata, sino por la certeza o por la confianza de que la
invocación será escuchada, y permitirá descubrir, a su tiempo, a quien
invoca, su vocación. En el episodio de Emaús todo esto es puesto
en evidencia en una frase esencial, quizá la más bella oración jamás
salida de corazón humano: « Quédate con nosotros porque se hace tarde y
el día ya declina » (Lc 24,29). Es la súplica de quien sabe que
sin el Señor se hace rápidamente noche en la vida, que sin su palabra
brota la obscuridad de la incomprensión o de la confusión de identidad;
la vida aparece sin sentido y sin vocación. Es el ruego de quien, quizá,
todavía no ha descubierto su camino, pero intuye que estando con El se
encuentra a sí mismo, porque sólo El tiene « palabras de vida eterna » (Jn
6,68). Este tipo de oración in-vocante no se aprende
espontáneamente, sino que tiene necesidad de un largo aprendizaje; y no
se aprende solo, sino con la ayuda de quien ha aprendido a escuchar los
silencios de Dios. Ni cualquiera puede enseñar tal oración, sino sólo
aquél que es fiel a su vocación. Y, por consiguiente, si la
oración es el camino natural de la búsqueda vocacional, hoy como ayer, o
mejor, como siempre, son necesarios educadores vocacionales los que
recen, enseñen a rezar, eduquen a la invocación. Formar
36. « Sentado con ellos a la mesa, tomó el pan, lo bendijo, lo partió y
se lo dio. Se les abrieron los ojos y le reconocieron, y desapareció de
su presencia. Se dijeron uno a otro: « ¿No ardían nuestros corazones
dentro de nosotros mientras en el camino nos hablaba y nos declaraba las
Escrituras? » (Lc 24,30-32). La formación es, en algún
modo, el momento culminante del proceso pedagógico, ya que es el momento
en que se propone al joven una forma, un modo de ser, en la que
él mismo reconoce su identidad, su vocación, su norma. Es
el Hijo, impronta del Padre, el formador de los hombres, pues es el
modelo según el cual el Padre creó al hombre. Por esto El invita a los
que llama a tener sus mismos sentimientos y a compartir su vida, a tener
su « forma ». El es, al mismo tiempo, el formador y la forma. El
formador vocacional es tal en cuanto es mediador de esta acción divina,
y se coloca junto al joven para ayudarlo a « reconocer » en ella su
llamada y a dejarse formar por ella. a) Reconocimiento de
Jesús El momento decisivo del episodio de Emaús es, sin duda,
aquél en el que Jesús toma el pan, lo parte y lo da a cada uno de ellos:
« Entonces se abrieron sus ojos y lo reconocieron ». Se dan aquí una
serie de « reconocimientos » que se relacionan entre sí. Ante
todo, los dos reconocen a Jesús, descubren la verdadera identidad
del caminante que se les ha juntado, precisamente porque aquel gesto lo
podía hacer sólo El, como bien sabían los dos. En perspectiva
vocacional esto quiere decir la importancia que tiene llevar a cabo
gestos fuertes, signos inconfundibles, propuestas grandes, proyectos de
seguimiento radical. (102) El joven necesita ser estimulado por
ideales grandes, por algo que le supera y que está por encima de sus
posibilidades, por algo por lo que vale la pena dar la propia vida. Lo
dice, incluso, el análisis sicológico: pedir a un joven algo que esté
por debajo de sus posibilidades, significa ofender su dignidad e impedir
su plena realización; dicho de manera positiva, al joven hay que
proponerle el máximo de lo que puede dar para que llegue a ser y sea él
mismo. Y si Jesús es reconocido « en el partir del pan », la
dimensión eucarística debería estar en el fondo de todo camino
vocacional: como « lugar » típico del apremio vocacional, como misterio
que explica el sentido general de la vida humana, como objetivo final de
cualquier pastoral vocacional que quiera ser cristiana. b)
Reconocimiento de la verdad de la vida Pero en este momento,
en un auténtico proceso de formación a la opción vocacional, surge otro
« reconocimiento »: el reconocimiento- descubrimiento, dentro del
misterio eucarístico, del significado de la vida. Si la Eucaristía
es el sacrificio de Cristo que salva a la humanidad, y si dicho
sacrificio es cuerpo roto y sangre derramada por la salvación de la
humanidad, también la vida del creyente está llamada a modelarse sobre
la misma correlación de significados: también la vida es bien
recibido que tiende, por su naturaleza, a convertirse en bien dado,
como la vida del Verbo. Es la verdad de la vida, de toda vida.
Las consecuencias en plano vocacional son evidentes. Si hay un don al
comienzo de la vida del hombre, que lo constituye en ser, entonces la
vida tiene el camino trazado: si es don, será plenamente él mismo sólo
si se realiza en la perspectiva del darse; será feliz a condición de
respetar esta naturaleza suya. Podrá hacer la opción que quiera, pero
siempre en la lógica del don, de otra manera se convertirá en un ser en
contraste consigo mismo, una realidad « monstruosa »; será libre de
elegir la orientación específica que quiera, pero no será libre de
pensarse fuera de la lógica del don. Toda la pastoral
vocacional está construida sobre esta catequesis fundamental del
significado de la vida. Si se admite esta verdad antropológica, entonces
se puede hacer cualquier propuesta vocacional. También, entonces, la
vocación al ministerio ordenado o a la consagración religiosa o secular,
con toda su carga de misterio y mortificación, llega a ser la plena
realización de lo humano y del don que cada hombre tiene y es
en lo más profundo de su ser. c) La vocación como
reconocimiento-gratitud Pero si es en el gesto eucarístico en
el que los dos de Emaús « reconocen » al Señor, y cada creyente el
sentido de la vida, entonces la vocación nace del « reconocimiento
». Nace sobre el terreno de la gratitud, porque la vocación es
respuesta, no iniciativa personal de cada uno: es ser escogido,
no escoger. Precisamente a esta disposición interior de gratitud
debería llevar la lectura de toda la vida pasada. El descubrimiento de
haber recibido de modo inmerecido y con abundancia, debería « impulsar »
sicológicamente al joven a concebir el ofrecimiento de sí, en la opción
vocacional, como una consecuencia inevitable, como un acto
verdaderamente libre, porque está determinado por el amor; pero
en cierto sentido también debido, porque frente al amor recibido
de Dios, él siente no poder hacer otra cosa que darse. Es bello y del
todo lógico que sea así; de por sí tampoco es cosa extraordinaria.
La pastoral vocacional busca formar en esta lógica del
reconocimiento-gratitud, mucho más recta y convincente, en el plano
humano, y más teológicamente fundamentada que la llamada « lógica del
héroe », de quien no ha madurado bastante el conocimiento de haber
recibido, y se siente a sí mismo autor del don y de la elección. Tal
lógica tiene muy poco arraigo en la sensibilidad juvenil actual, porque
subvierte la verdad de la vida como bien recibido que tiende
naturalmente a convertirse en bien dado. Es la sabiduría
evangélica del « gratuitamente habéis recibido, gratuitamente dad » (Mt
10,8), (103) enseñada por Jesús a los discípulos-anunciadores de su
palabra, que dice la verdad de todo ser humano: nadie podría no
reconocerse en ella. Es de esta verdad de donde la vida toma la
forma que después es llamada a asumir, o es de esta figura única de
la fe desde la que nacen después las diversas figuras vocacionales de
la fe misma. Entonces llega a ser posible también pedir
opciones tan fuertes y radicales, como una llamada de especial
consagración, al sacerdocio y a la vida consagrada. Por esto la
propuesta de Dios, por difícil y rara que pueda parecer (lo es en
realidad), se convierte también en una promoción imprevista de las
auténticas aspiraciones humanas y garantiza el máximo de felicidad. La
felicidad, llena de gratitud, que María canta en el « Magnificat ».
d) Reconocimiento de Jesús y auto-reconocimiento del discípulo
Los ojos de los discípulos de Emaús se abren ante el gesto eucarístico
de Jesús. Es ante este gesto ante el que Cleofás y su compañero
comprenden también el significado de su camino como un viaje, no sólo al
reconocimiento de Jesús, sino también al del propio reconocimiento:
« ¿No ardían nuestros corazones dentro de nosotros mientras en el camino
hablaba con nosotros y nos explicaba las Escrituras? » (Lc
24,32). No es simplemente una mera conmoción en los dos
peregrinos que escuchan las explicaciones del Maestro, sino la sensación
de que la vida, la Eucaristía, la Pascua, el misterio de El, serán cada
vez más su misma vida, eucaristía, pascua y misterio. En el
corazón que arde está el descubrimiento de la vocación y la historia de
cada vocación. Unida siempre a una experiencia de Dios, en quien la
persona se descubre también a sí misma y su propia identidad.
Formar a la opción vocacional quiere decir mostrar siempre más el nexo
entre experiencia de Dios y descubrimiento del yo, entre teofanía y
autoidentidad. Es muy cierto cuanto afirma el Instrumentum laboris:
« El reconocimiento de El como Señor de la vida y de la historia
conlleva el reconocerse uno a sí mismo como discípulo ». (104) Y cuando
el acto de fe logra conjugar el « reconocimiento cristológico » con el «
auto-reconocimiento antropológico », la semilla de la vocación está ya
madura, mejor todavía, está ya floreciendo. Discernir
37. « En el mismo instante se levantaron, y volvieron a Jerusalén y
encontraron reunidos a los once y a sus compañeros, que les dijeron: El
Señor en verdad ha resucitado y se ha aparecido a Pedro. Y ellos
contaron lo que les había pasado en el camino y cómo le reconocieron en
la fracción del pan » (Lc 24,33.35). Para que el camino de
Emaús llegue a ser itinerario vocacional se requiere un paso decisivo
tras la serie de « reconocimientos » y « autoreconocimientos »: la
opción efectiva por parte del joven, a la que corresponde, por
parte de quien lo ha acompañado a lo largo del camino vocacional, el
proceso de discernimiento. Un discernimiento que ciertamente no
concluirá con el tiempo de orientación vocacional, sino que deberá
proseguir después hasta la maduración de una decisión definitiva, « para
toda la vida ». (105) a) La opción efectiva del llamado
Capacidad de decisión En el relato evangélico que ha trazado
el camino de nuestra reflexión, la opción viene claramente manifestada
en el versículo 33: « Y al instante se volvieron... ». La
anotación temporal (« al instante ») proclama con fuerza la decisión de
los dos, provocada por la palabra y por la persona de Jesús, por el
encuentro con El, y se pone valientemente en práctica por una opción que
supone ruptura con lo que eran o hacían anteriormente, e indica cambio
de vida. Es precisamente esta decisión la que falta a menudo en
los jóvenes de hoy. Por tal motivo, y con el fin de « ayudar a
los jóvenes a superar la indecisión ante los compromisos definitivos,
parece útil prepararlos gradualmente a asumir responsabilidades
personales, (...), confiarles tareas adecuadas a sus posibilidades y a
su edad, (...), favorecer una educación progresiva a las pequeñas
opciones de cada día ante los valores (gratuidad, constancia, sobriedad,
honradez...) ». (106) Por otro lado, se recuerda que con mucha
frecuencia estos y otros miedos e indecisiones denotan una débil
planificación no sólo sicológica de la persona, sino también de la
experiencia espiritual y, en particular, de la experiencia de la
vocación como elección que viene de Dios. Cuando es pobre esta
certeza, el sujeto confía inevitablemente en sí mismo y en sus propios
recursos; y cuando constata su precariedad, no es nada extraño que se
deje dominar por el miedo ante una opción definitiva que tomar.
La incapacidad de decisión no es necesariamente característica de la
actual generación juvenil; no es raro que sea consecuencia de un
acompañamiento vocacional que no ha subrayado bastante la primacía de
Dios en la elección, o que no ha sido formado a dejarse a elegir por El.
(107) « Vuelta a casa » La opción vocacional indica
cambio de vida, pero en realidad también es signo de una recuperación de
la propia identidad, como una « vuelta a casa », a las raíces del yo. En
el pasaje de Emaús, dicha « vuelta » la simboliza la expresión: « ...y
volvieron a Jerusalén ». Es muy importante, en la formación a la
opción vocacional, afirmar la idea de que ella representa la condición
para ser uno mismo y para realizarse según el único proyecto que puede
dar felicidad. Muchos jóvenes piensan todavía lo contrario sobre la
vocación cristiana, la miran con desconfianza y temen que no pueda
hacerles felices; pero terminan después siendo infelices, como el joven
del Evangelio (cfr. Mc 10,22). ¡Cuántas veces las mismas
actitudes de los adultos, incluidos los padres, han contribuido a crear
una imagen negativa de la vocación, en particular al sacerdocio y a la
vida consagrada, poniendo toda clase de obstáculos a su seguimiento y
desanimando a quien se sentía llamado a ellas! (108) Por otra
parte, no se resuelve este problema con una banal propaganda a favor de
la vocación que acentuase los aspectos positivos y gratificantes de la
vocación misma, sino subrayando, sobre todo, la idea de que la vocación
es el proyecto de Dios sobre la criatura, es el nombre dado por El a la
persona. Descubrir y responder a la vocación como creyentes
quiere decir encontrar aquella piedra sobre la que está escrito el
propio nombre (cfr. Ap 2,17-18), o volver a las fuentes del yo.
Testimonio personal En Jerusalén los dos « encontraron
reunidos a los once y a sus compañeros, que les dijeron: « El Señor en
verdad ha resucitado y se ha aparecido a Simón ». Y ellos contaron lo
que les había pasado en el camino y cómo le reconocieron en la fracción
del pan » (Lc 24,33-35). El dato más significativo de este
fragmento, respecto a la opción vocacional, es el testimonio de los dos,
un testimonio particular, porque sucede en un contexto comunitario y
tiene un preciso sentido vocacional. En efecto, cuando llegan los
dos, la asamblea está proclamando su fe con una fórmula (« En verdad el
Señor ha resucitado y se ha aparecido a Simón ») que sabemos figura
entre los testimonios más antiguos de fe objetiva. Cleofás y el
compañero añaden, en algún modo, su experiencia subjetiva, que confirma
cuanto la comunidad estaba proclamando, y ratifica también su particular
camino creyente y vocacional. Es como si aquel testimonio fuese
el primer fruto de la vocación descubierta y reencontrada, que viene
puesta prontamente, como es propio de la vocación cristiana, al servicio
de la comunidad eclesial. Viene a la mente, por tanto, cuanto ya
se ha dicho acerca de la relación entre itinerarios eclesiales objetivos
e itinerario personal subjetivo, en una relación de sinergia y
complementaridad: el testimonio individual ayuda y hace crecer la fe de
la Iglesia, la fe y el testimonio de la Iglesia estimula y anima la
opción vocacional de cada persona. b) El discernimiento por
parte del guía En la Exhortación Apostólica postsinodal
Pastores dabo vobis Juan Pablo II afirma: « El conocimiento de la
naturaleza y misión del sacerdocio ministerial es el presupuesto
irrenunciable, y al mismo tiempo la guía más segura y el estímulo más
incisivo, para desarrollar en la Iglesia la acción pastoral de promoción
y discernimiento de las vocaciones sacerdotales, y la de formación de
los llamados al ministerio ordenado ». (109) Y por analogía se
podría decir lo mismo cuando se trata del discernimiento de cualquier
vocación a la vida consagrada. Presupuesto irrenunciable para discernir
tales vocaciones es, ante todo, tener presente la naturaleza y misión de
ese estado de vida en la Iglesia. (110) Dicho presupuesto deriva
directamente de la certeza de que Dios es quien llama, y por tanto de la
búsqueda de aquellas señales que certifican la llamada divina. Se
indican ahora algunos criterios de discernimiento, divididos en cuatro
epígrafes: La apertura al misterio Si cerrarse al
misterio, característica de cierta mentalidad moderna, inhibe cualquier
disponibilidad vocacional, su contrario, o sea la apertura al
misterio, es no sólo condición positiva para el descubrimiento de la
propia vocación, sino que es indicador de una recta opción vocacional.
a) La auténtica certeza subjetiva vocacional es la que deja
espacio al misterio y a la sensación de que la propia decisión,
aunque firme, deberá permanecer abierta a una continua investigación del
misterio. Por el contrario, la certeza no auténtica es no sólo la
débil e incapaz de hacer tomar una decisión, sino también su contraria,
que es, la pretensión de haber comprendido todo, de haber agotado todas
las profundidades del misterio personal, pretensión que no puede sino
crear intransigencias, y una certeza no pocas veces desmentida por el
devenir de la vida. b) La actitud típicamente vocacional
es manifestación de la virtud de la prudencia, más que ostentosa
capacidad personal. Precisamente por esto, la seguridad de esta lectura
del propio futuro es la de la esperanza y la confianza que nace
de la fe depositada en Otro, de quien uno se puede fiar; no es deducida
de la garantía que dan los propios talentos entendidos como algo exigido
por el rol que se ha elegido. c) Son, también, buen
indicador vocacional las capacidades de acoger e integrar
aquellas polaridades contrapuestas que constituyen la dialéctica natural
del yo y de la vida humana. Por ejemplo: posee tal capacidad el joven
que es suficientemente consciente de sus inclinaciones positivas y
negativas, de sus ideales y sus contradicciones, de la parte sana y de
la no tanto de su mismo proyecto vocacional, y que no presume ni
desespera ante lo negativo que hay en él. d) Está bien
familiarizado con el misterio de la vida como lugar en el que percibir
una presencia y una llamada, el joven que descubre las señales de una
llamada por parte de Dios, no sólo en los sucesos extraordinarios, sino
en su historia; en los sucesos que ha aprendido a leer como
creyente en sus interrogantes, ansias y aspiraciones. e)
Pertenece a esta categoría de la apertura al misterio otra
característica fundamental del verdaderamente llamado: la de la
gratitud. La vocación nace en el terreno fecundo de la gratitud, y
se manifiesta con impulsos de generosidad y radicalidad, precisamente
porque nace del conocimiento del amor recibido. La identidad
en la vocación El segundo orden de criterios gira en torno al
concepto de « identidad ». En efecto, la opción vocacional muestra y
contiene verdaderamente la definición de la propia identidad; es opción
y realización del yo ideal, más que del yo real, y debería llevar a la
persona a tener un sentido substancialmente positivo y estable del
propio yo. a) La primera condición es que la persona
manifieste estar en grado de separarse de la lógica de la identificación
a los niveles corporal (=el cuerpo es fuente de identidad
positiva) y síquico (=las propias dotes como única y preeminente
garantía de autoestima), y descubra, en cambio, la propia positividad
radical unida firmemente al ser, recibido como don de Dios (es el nivel
ontológico), y no a la precariedad del tener o del parecer. La
vocación cristiana es la que lleva a término tal positividad realizando
al máximo grado las posibilidades del sujeto, pero según un proyecto que
normalmente lo supera, porque es pensado por Dios. b) «
Vocación » quiere decir fundamentalmente « llamada »: es, por tanto, un
sujeto externo, una llamada objetiva, y una disponibilidad
interior a dejarse llamar, a reconocerse en un modelo no diseñado
por el llamado. c) Sobre la motivación o la modalidad de
la opción vocacional, el criterio fundamental es el de la totalidad
(o ley de la totalidad); esto es, que la decisión sea manifestación de
una implicación total de las funciones síquicas
(corazón-mente-voluntad), y sea al mismo tiempo decisión
mentalética-emotiva. d) Más en concreto, hay madurez
vocacional, cuando la vocación se vive e interpreta como un don, pero
también como una llamada exigente: a vivir para los otros y no sólo para
la propia perfección, y con los otros, en la Iglesia madre de todas las
vocaciones, en un específico « seguimiento de Cristo ». Un
proyecto vocacional rico de recuerdo creyente La tercera área
sobre la que iría centrada la atención de quien discierne una vocación,
es la referente a la relación entre pasado y presente, entre recuerdo y
proyecto. a) Ante todo es importante que el joven esté
substancialmente reconciliado con su pasado, con lo inevitable
negativo, de todo género, que forma parte de él, y también, con lo
positivo, que debería estar en grado de reconocer con gratitud;
reconciliado, además, con los modelos significativos de su pasado, con
sus cualidades y debilidades. b) Se considera ahora, con
atención, el tipo de recuerdo que el joven tiene de su propia
historia, qué interpretación hace de su propia vida: ¿en clave de gracia
o de queja? ¿Se siente consciente o inconscientemente como acreedor, y
por consiguiente, todavía en espera de recibir, o abierto a dar?
c) Particularmente significativa es la actitud del joven frente a
los traumas de la vida pasada, más o menos graves. Proyectar consagrarse
a Dios quiere decir siempre re-apropiarse de la vida que se
quiere dar, en todos sus aspectos; tender a integrar las componentes
menos positivas, reconociéndolas con realismo y adoptando una actitud
responsable, y no simplemente auto-conmiserativa, ante ellas. Joven «
responsable » es aquél que se empeña en adoptar una actitud activa y
creativa en la constatación del suceso negativo, o trata de
aprovechar de modo inteligente su experiencia personal negativa.
Es preciso prestar mucha atención a las vocaciones que nacen como
consecuencia de enfermedades, desilusiones o accidentes varios todavía
no bien curados. En tal caso se requiere un más atento discernimiento,
incluso recurriendo a consultas especializadas para no cargar pesos
imposibles sobre hombros débiles. La « docibilitas »
vocacional La última fase del itinerario vocacional es la de
la decisión. En referencia a tal fase los criterios de madurez
vocacional parecen ser estos: a) el requisito fundamental
es el grado de « docibilitas » de la persona, o sea, la libertad
interior de dejarse guiar por un hermano o hermana mayor; en especial en
las fases estratégicas de la reelaboración y reapropiación del propio
pasado, en particular el más problemático, y la consiguiente libertad de
aprender y de saber cambiar. b) En la base del requisito
de la « docibilitas » está la condición de ser joven, no tanto
como cualidad anagráfica, cuanto como actitud global existencial. Es
importante que quien solicita entrar en el seminario o en la vida
consagrada sea verdaderamente « joven », con las virtudes y
vulnerabilidad típicas de esta etapa de la vida, con la voluntad de dar
el máximo de sí, capaz de socializar y de apreciar la belleza de la
vida, consciente de las propias limitaciones y de las propias aptitudes,
consciente del don de haber sido elegido. c) Una área
particularmente digna de atención, hoy más que ayer, es la
afectivo-sexual. (111) Es importante que el joven demuestre que
puede adquirir dos certezas que hacen a la persona libre
afectivamente, o sea, la certeza que viene de la experiencia de
haber sido ya amado y la certeza, siempre por la experiencia, de
saber amar. En concreto, el joven debería mostrar el equilibrio humano
que le permite saber estar en pie por sí mismo, debería poseer la
seguridad y autonomía que le facilitan la relación social y la amistad
cordial, y el sentido de responsabilidad que le permite vivir como
adulto la misma relación social, libre de dar y de recibir. d)
Por cuanto atañe a las inconsistencias, siempre en el área
afectivo-sexual, un prudente discernimiento debería tener en cuenta la
centralidad de esta área en la evolución general del joven y en la
cultura (o subcultura) actual. No es, pues, extraño o raro que el joven
muestre específicas debilidades en este sector. ¿Con qué
condiciones se puede prudentemente acoger la solicitud vocacional de
jóvenes con este tipo de problemas? La condición es, que se den juntos
estos tres requisitos: 1° Que el joven sea consciente de la
raíz de su problema, que muy a menudo no es sexual en su origen.
2° La segunda condición es que el joven sienta su debilidad como un
cuerpo extraño a la propia personalidad, algo que no querría y que choca
con su ideal, y contra el que lucha con todas sus fuerzas. 3° En
fin, es importante comprobar si el sujeto está en grado de controlar
estas debilidades, con vistas a una superación, sea porque, de hecho,
cada vez cae menos, sea porque tales inclinaciones turban siempre menos
su vida (incluso la síquica) y le permiten desarrollar sus deberes
normales sin crearle tensión excesiva ni distraer indebidamente su
atención. (112) Estos tres criterios deber ser tenidos en cuenta para
realizar un discernimiento positivo. e) La madurez
vocacional, en fin, es decidida por un elemento esencial que da
verdaderamente sentido a todo: el acto de fe. La auténtica opción
vocacional es a todos los efectos manifestación de la adhesión creyente,
y es tanto más genuina cuanto más es parte y epílogo de un camino de
formación a la madurez de la fe. El acto de fe, en el interior de una
lógica que deja espacio al misterio, es precisamente el punto central
que permite mantener juntos los extremos, contrapuestos a veces, de la
vida, perennemente tendido entre la certeza de la llamada y la
conciencia de la propia ineptitud, entre la sensación del perderse y del
encontrarse, entre la grandeza de las aspiraciones y la pesantez de los
propios límites, entre la gracia y la naturaleza, entre Dios que llama y
el hombre que responde. El joven auténticamente llamado debería
demostrar la solidez del acto creyente, manteniendo juntos estos
extremos.
CONCLUSION
Hacia el Jubileo 38. Este documento se
dirige a todas la Iglesias de Europa en el momento en el que el pueblo
de Dios se está preparando a celebrar un tiempo de gracia y
misericordia, de conversión y renovación en el Jubileo del año 2000.
También el Congreso vocacional es parte de este camino de preparación y,
en algún modo, contribuye a orientarlo. En dos direcciones. La
primera es una invitación a la conversión. La crisis vocacional
que hemos vivido, y estamos viviendo todavía, no puede sino hacernos
reflexionar también sobre nuestras responsabilidades, en cuanto
creyentes y llamados a difundir el don de la fe y a favorecer en cada
hermano la disponibilidad a la llamada. Todos, en modo diverso,
debemos admitir el no haber respondido plenamente a esta llamada, el
haber hecho a la Iglesia, las Iglesias de nuestras familias y de los
ambientes de trabajo, de nuestras parroquias y diócesis, de nuestras
congregaciones religiosas e institutos seculares, menos fieles al deber
de mediar la voz de Dios que llama a seguir al Hijo en el Espíritu.
Saldremos de la crisis vocacional en la medida en que este proceso de
conversión sea sincero y dé frutos de cambios de vida. La segunda
dirección que este documento querría contribuir a imprimir en la
peregrinación de la Iglesia hacia el Jubileo, es una invitación a la
esperanza. Invitación que emerge de todo el Congreso y que quisiéramos
ahora afirmar con toda la fuerza de nuestra fe. Quizá no exista sector
en la vida de la Iglesia que tenga tanta necesidad de abrirse a la
esperanza como la pastoral vocacional, especialmente allí donde más
hiriente se hace sentir la crisis. Por esto nosotros reafirmamos,
al término de esta reflexión, nuestra confianza en que el Señor de la
mies no dejará que falten a la Iglesia trabajadores para su mies. Antes
bien, si la esperanza está fundada no sobre nuestras previsiones y
nuestros cálculos, que a menudo la historia pasada no se ha preocupado
en desmentir, sino « sobre tu palabra », entonces podemos y queremos
creer en una renovada floración vocacional para las Iglesias de Europa.
Este documento quiere ser como un himno al optimismo de la fe llena de
esperanza, para despertarlo en los niños, adolescentes y jóvenes, en los
padres y en los educadores, en los pastores y en los sacerdotes, en los
consagrados y consagradas, en todos aquellos que dan la vida junto a las
nuevas generaciones, en todo el pueblo de Dios que está en Europa.
Rogamos al dueño de la mies 39. Nuestro documento, que se
abrió con la acción de gracias al SeñorDios, no puede cerrarse sin una
oración a la Santísima Trinidad, fuente y fin de toda vocación. «
Dios Padre, fuente de amor, que desde toda la eternidad llamas a la
vida y la das en abundancia, vuelve tu mirada sobre esta tierra de
Europa. Sigue llamándola todavía, como la has llamado en todo tiempo;
pero haz, sobre todo, que sea consciente de tu llamada, de sus raíces
cristianas, de su responsabilidad derivada de ello. Hazla consciente de
su vocación a promover una cultura de la vida, el respeto por la
existencia de todo hombre en todas sus formas y en cada instante de
ella, la unidad entre los pueblos, la acogida al extranjero, la
promoción civil y democrática de la vida civil, para que siempre sea más
una Europa unida en la paz y en la fraternidad. Verbo Eterno,
que desde toda la eternidad acoges el amor del Padre y respondes a su
llamada, abre el corazón y la mente de los jóvenes de esta tierra para
que aprendan a dejarse amar por Aquél que los ha pensado a imagen de su
Hijo y, dejándose amar, tengan el valor de realizar esta imagen, que es
la tuya. Hazles fuertes y generosos, capaces de arriesgar sobre tu
palabra, libres de volar alto, fascinados por la grandeza de tu
seguimiento. Suscita entre ellos anunciadores de tu Evangelio:
presbíteros, consagrados y consagradas, religiosos y laicos, misioneros
y misioneras, monjes y monjas, que con su vida sepan a su vez llamar y
proponer el seguimiento de Cristo Salvador. Espíritu Santo,
amor siempre joven de Dios, voz del Eterno que no cesa de resonar y
llamar, libra al viejo continente de todo espíritu de suficiencia, de la
cultura del « hombre sin vocación », del temor que impide arriesgar y
hace la vida anodina y sin gusto, del minimalismo que crea hábito a la
mediocridad y mata cualquier impulso interior y el auténtico espíritu
juvenil en la Iglesia. Haz descubrir a nuestros jóvenes el sentido pleno
del seguimiento como llamada a ser plenamente ellos mismos, plenamente y
por siempre jóvenes, cada uno según un proyecto pensado exclusivamente
para él, único-singular-irrepetible. En una Europa que corre el peligro
de ser siempre más vieja esparce el don de nuevas vocaciones que sepan
testimoniar la « juventud » de Dios y de la Iglesia, universal y local,
del Este y del Oeste, y sepan promover proyectos de nueva santidad, para
el nacimiento de una nueva Europa. Virgen santa, joven
hija de Israel, que el Padre escogió como esposa del Espíritu para
engendrar al Hijo en la tierra, engendra en los jóvenes de Europa tu
mismo valor denodado; el valor que un día te hizo libre para creer en un
proyecto más grande que tú, libre para esperar que Dios lograría
realizarlo en ti. A ti que eres la madre del Sacerdote Eterno confiamos
los jóvenes llamados al sacerdocio; a ti que eres la primera
consagrada del Padre, confiamos a los jóvenes y a las jóvenes que eligen
pertenecer totalmente al Señor, único tesoro y bien sumamente amado, en
la vida religiosa y consagrada; a ti que viviste como ninguna
otra criatura la soledad de la intimidad más plena con el Señor Jesús,
confiamos a quien deja el mundo para dedicar toda su vida a la oración
en la vida monástica; a ti que engendraste y asististe con
maternal amor a la Iglesia naciente, confiamos todas las vocaciones
de esta Iglesia, para que anuncien, hoy como entonces, a todas las
gentes que Cristo Jesús es el Señor, en el Espíritu Santo, para gloria
de Dios Padre. Amén ». Roma, 6 de enero de 1998, Solemnidad de
la Epifanía del Señor.
Pío Card. Laghi
Prefecto
José Saraiva Martins
Arzobispo tit. de Tubúrnica
Vicepresidente
(1) Al Congreso asistieron 253 delegados provenientes de 37
naciones europeas y representantes de los diversos sectores vocacionales
(laicos, consagrados, sacerdotes, obispos), con la presencia también de
algunos representantes de las Iglesias hermanas (Protestantes, Ortodoxos
y Anglicanos). (2) Obra Pontificia para las Vocaciones
Eclesiásticas, La pastoral de las vocaciones en las Iglesias
particulares de Europa. Documento de trabajo del Congreso sobre las
vocaciones al Sacerdocio y a la Vida Consagrada en Europa, Roma
1996, n. 88. Dicho documento se citará con las siglas IL
(Instrumentum laboris). (3) Ibidem, 15. (4)
Consultar, entre otros, Desarrollo del cuidado pastoral de las
vocaciones en las Iglesias particulares, experiencias del pasado y
programas para el futuro. Documento conclusivo del II Congreso
Internacional de Obispos y otros responsables de las vocaciones
eclesiásticas (preparado por las Congregaciones para las Iglesias
Orientales, para los Religiosos y los Institutos Seculares, para la
Evangelización de los Pueblos, para la Educación Católica), Roma,
10-16V1981; Obra Pontificia para las Vocaciones Eclesiásticas,
Desarrollo de la pastoral de las vocaciones en las Iglesias particulares
(preparado por las Congregaciones para la Educación Católica y para los
Institutos de Vida Consagrada y las Sociedades de Vida Apostólica), Roma
1992; Declaración final del I Congreso Continental latinoamericano
sobre las Vocaciones, Itaicí 1994 (publicada en « Seminarium
», 19943, pp. 643-645). (5) Cfr. IL, 18. (6) Cfr.
Proposiciones conclusivas del Congreso Europeo sobre las vocaciones al
sacerdocio y a la Vida Consagrada, n. 8. Dicho texto será citada
como Proposiciones. (7) IL, 32. (8)
Proposiciones, 7. (9) Proposiciones, 3. (10)
Proposiciones, 4. (11) Pablo VI, Evangelii nuntiandi,
2. También, Juan Pablo II, Christifideles laici, 33-34, y
Redemptoris missio, 33-34. (12) Proposiciones, 19.
(13) Lumen gentium, 32; 39-42 (cap. V). (14) IL, 6.
(15) Proposiciones, 16. (16) Proposiciones, 19.
(17) La « cultura vocacional » fue el tema del Mensaje Pontificio
para la XXX Jornada Mundial de Oración por las vocaciones, celebrada
el 2V1993 (cfr. « L'Osservatore Romano », 18XII1992; cfr. también,
Congregación para la Educación Católica P.O.V.E., Messaggi Pontifici
per la Giornata mondiale di preghiera per le vocazioni, Roma 1994,
pp. 241-245). (18) Juan Pablo II, Discurso a los participantes
al Congreso sobre las vocaciones en Europa, en « L'Osservatore
Romano », 11V1997, 4. (19) Ibidem. (20)
Proposiciones, 12. (21) IL, 6. (22) Discurso
del Santo Padre, en « L'Osservatore Romano », 11V1997. (23)
Cfr. Proposiciones, 20. (24) Cfr. Juan Pablo II, Vita
consecrata, 64. (25) IL, 85. (26) Una expresión
análoga usa el Documento conclusivo del II Congreso Internacional de
Obispos y otros responsables de las vocaciones eclesiásticas, cfr.
Desarrollo, 3. Será citado con las siglas DC (documento conclusivo).
(27) Proposiciones, 3. (28) Pablo VI, Populorum
progressio, 15. (29) Gaudium et spes, 22. (30)
Al respecto se expresa así una tesis final del Congreso: « En el
contexto europeo es importante hacer emerger el primer momento
vocacional, el del nacimiento. La aceptación de la vida demuestra que se
cree en aquel Dios que "ve" y "llama" desde el seno materno »
(Proposiciones, 34). (31) Juan Pablo II, Familiaris consortio,
11. (32) Por esto, como recuerda una tesis del Congreso, « sólo
en el contacto vivo con Jesucristo Salvador, los jóvenes pueden
desarrollar la capacidad de comunión, madurar la propia personalidad y
decidirse por El » (Proposiciones, 13). (33) IL, 55.
(34) Sacrosanctum Concilium, 10. (35) Cfr. Veritatis
splendor, 23-24. (36) Cfr. Lumen gentium, cap. V.
(37) Cfr. Proposiciones, 16. (38) Rito de la Confirmación.
(39) Cfr. Proposiciones, 35. (40) Lumen gentium, 1.
(41) Cfr. Proposiciones, 21. (42) II Epiclesi.
(43) DC, 18. (44) DC, 13. (45)
Proposiciones, 28. (46) Esto forma parte de la enseñanza
insistentemente reclamada por Juan Pablo II en las Cartas Encíclicas,
Slavorum Apostoli (1995), y Ut unum sint (1995), así como en
la Exhortación Apostólica Orientale lumen (1995). (47)
IL, 58. (48) Juan Pablo II, Christifideles laici, 55.
(49) Juan Pablo II, Pastores dabo vobis, 15. (50) « En la
pastoral específica de las vocaciones se debe reservar un puesto a la
vocación al diaconado permanente. Los diáconos permanentes son ya una
realidad valiosa en diversas parroquias y no sería bueno que no se les
incluyese como nuevas vocaciones de la nueva Europa » (Proposiciones,
18). (51) Sacrosanctum Concilium, 10. (52) « In
laudibus Virginis Matris », Homilia II, 4: Sancti Bernardi opera,
Romæ, Editiones Cistercenses, 1966, p. 23. (53) « In Iohannis
Evangelium Tractatus VIII, 9: CCL, 36, p. 87. (54) Discurso de
Juan Pablo II a los participantes al Congreso sobre el tema « Nuevas
vocaciones para una nueva Europa », en « L'Osservatore Romano »,
11V1997, n. 107. (55) DC, 5. (56) La expresión está
en la Exhortación Apostólica de Juan Pablo II Pastores dabo vobis,
n. 34. El mismo documento delinea claramente los motivos fundamentales
que unen intrínsecamente la pastoral vocacional a la Iglesia.
(57) Ibidem. (58) Ibidem. (59) IL,
58. (60) La expresión « comunidad cristiana » designa, por
sí misma, tanto una Iglesia particular o local, como una parroquia. La
forma un grupo de cristianos que viven en un lugar y representa a la
Iglesia de manera actual, cuando se reúne para rezar y servir, para dar
testimonio del amor de Cristo en medio de ellos. La expresión «
comunidad eclesial », en cambio, tiene un significado más concreto,
porque manifiesta los elementos que constituyen la Iglesia, a partir de
la centralidad del misterio eucarístico; propiamente se aplica a la
diócesis y a las parroquias que son comunidades eclesiales eucarísticas
gracias a la presencia del ministerio ordenado; las otras son por
extensión del significado. cfr. al respecto DC, 13-16. (61) Juan
Pablo II, Discorso al VI Simposio delle Conferenze Episcopali Europee,
11X1985. (62) Pastores dabo vobis, 34. (63)
Ibidem, 35. (64) Ibidem, 41. (65) Cfr.
Ibidem, 41. (66) Ibidem, 64. (67) Vita
consecrata, 64. (68) Ibidem. (69) IL,
59. (70) Cfr. Declaración, 26. (71) Cfr.
Proposiciones, 25. (72) Vita consecrata, 70.
(73) Proposiciones, 4. (74) Proposiciones, 13.
(75) Proposiciones, 10. (76) Cfr. Proposiciones,
10. (77) « La liturgia es por sí misma una llamada. Ella es el
momento privilegiado donde todo el pueblo de Dios se encuentra y se
realiza el misterio de la fe » (Proposiciones, 13). (78)
Dei Verbum, 25. (79) « El primer lugar de testimonio es la
vida de una Iglesia que se descubre « comunión » y donde las parroquias
y las diversas asociaciones son vividas como comunión de comunidad » (Proposiciones,
14). (80) Proposiciones, 21. (81) Vita
consecrata, 64. (82) Cfr. Lumen gentium, 12; 35;
40-42. (83) Catechesi tradendæ, 186. (84)
Proposiciones, 35, donde se recuerda una vez más a los Obispos la
gran oportunidad que les ofrece la celebración de la Confirmación para «
llamar » a los jóvenes que reciben dicho sacramento. (85)
Proposiciones, 10. (86) Proposiciones, 11. (87)
Proposiciones, 10. (88) Pastores dabo vobis, 41.
(89) Cfr. indicaciones sobre el tema en el Documento conclusivo
del II Congreso Internacional de 1981, DC, 40. (90)
Optatam totius, 2; DC, 57-59; cfr. también en Desarrollo de la
pastoral, 89-91. (91) Cfr. Proposiciones, 10.
(92) « A veces, —se dijo en el Congreso— se observa cierta dificultad en
la relación entre Iglesia y vida religiosa. Es importante salir de una
lectura funcional de la vida religiosa misma, aunque ya se vislumbran
signos de nuevas orientaciones tras el Sínodo sobre la vida consagrada.
Lo mismo vale para los Institutos Seculares » (Proposiciones,
16). (93) « En una situación religiosa que cambia rápidamente,
llega a ser indispensable formar a los animadores de base: catequistas,
párrocos, diáconos, consagrados, obispos..., y cuidar su formación
permanente » (Proposiciones, 17). (94) Cfr.
Proposiciones, 29, donde, hablando de este Centro vocacional europeo
se expresa el deseo de que el mismo, como gesto de caridad y de
intercambio de dones, « constituya incluso un "banco" de personas
cualificadas para colaborar en la formación de los formadores ». Sobre
la creación de tal organismo hay una petición en el Instrumentum
laboris, 83 y 90h. Una experiencia positiva ya es realidad desde
hace algunos años en América Latina. En Bogotá (Colombia), en la sede
del Consejo Episcopal Latinoamericano (CELAM), trabaja de manera
permanente el « Departamento de Vocaciones y Ministerios »
(DEVYM). Este organismo fue el punto de referencia para la preparación y
celebración del I Congreso Continental, celebrado para la América Latina
en Itaicí (San Pablo del Brasil) del 23-27V1994. (95) IL,
86. (96) Cfr. Proposiciones, 9. (97) Pablo VI,
Guardate a Cristo e alla Chiesa, Mensaje para la XV Jornada mundial
de oración por las vocaciones (16IV1978), en Insegnamenti di Paolo VI,
XVI 1978, pp. 256-260 (cfr. también, Congregación para la Educación
Católica, P.O.V.E., Messaggi Pontifici, 127). (98)
Proposiciones, 15. (99) Proposiciones, 9. (100)
Proposiciones, 22. Y también, « el renacer del interés por el
Evangelio y por una vida entregada radicalmente a él en la consagración,
depende en gran parte del testimonio personal de los sacerdotes y
religiosos contentos de su vocación. La mayoría de los candidatos a la
vida consagrada y al sacerdocio atribuye su propia vocación a un
encuentro con un sacerdote o consagrado » (ibidem, 11).
(101) Proposiciones, 12. (102) Así, la Proposición
23: « Es importante subrayar que los jóvenes están abiertos a los retos
y a las propuestas fuertes (que sean "superiores a la media", esto es,
que sean algo "de más" ». (103) Que vuelve bajo forma de
provocación en las palabras de Pablo a los corintios: « ¿Qué tienes tú
que no hayas recibido? » (1 Cor 4,7). (104) IL, 55.
(105) Proposiciones, 27. (106) Proposiciones, 25.
(107) Cfr. Proposiciones, 25. (108) Cfr. Proposiciones,
14. (109) Pastores dabo vobis, 11. (110) Cfr.
Jurado, Il discernimento, p. 262; Cfr. también L.R. Moran, «
Orientaciones doctrinales para una pastoral eclesial de las vocaciones
», en Seminarium, 19914, pp. 697-725. (111) Hablamos de
una madurez afectiva-sexual fundamental, como condición previa para la
admisión a los votos religiosos y al ministerio ordenado, según las dos
vías de las Iglesias católicas de Europa: al ministerio como célibe
(Iglesia occidental) y al ministerio como casados (Iglesias orientales).
Es importante que desde la pastoral vocacional a la formación verdadera
y propia, los programas pedagógicos sean coherentes y cuidados, para que
la preparación al ministerio ordenado sea adecuada en ambos casos,
especialmente en el plano de la madurez afectiva, y el ejercicio del
ministerio mismo pueda así alcanzar el objetivo del anuncio del amor de
Dios como origen y fin del amor humano. (112) Ver en tal sentido
la recomendación del Potissimum Institutioni, sobre la
homosexualidad, a descartar no a quienes tienen tales tendencias, sino «
a quienes no lograrán dominarlas » (39), también si tal « dominio » se
entiende —creemos— en sentido pleno, no sólo como un esfuerzo de la
voluntad, sino como libertad gradual en las confrontaciones de las
tendencias mismas, en el corazón y en la mente, en la voluntad y en los
deseos.
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