DECIMOTERCERA ESTACIÓN El cuerpo de Jesús es acogido en el abrazo de la Madre
V/. Adoramus te, Christe, et benedicimus tibi. Lectura del Evangelio según san Juan 19, 32-35.38 Fueron los soldados, le quebraron las piernas al primero y luego al otro que habían crucificado con él; pero al llegar a Jesús, viendo que ya había muerto, no le quebraron las piernas, sino que uno de los soldados, con la lanza, le traspasó el costado, y al punto salió sangre y agua. El que lo vio da testimonio, y su testimonio es verdadero, y él sabe que dice la verdad, para que también vosotros creáis. Después de esto, José de Arimatea, que era discípulo de Jesús aunque oculto por miedo a los judíos, pidió a Pilato que le dejara llevarse el cuerpo de Jesús. Y Pilato lo autorizó. Él fue entonces y se llevó el cuerpo. La lanzada en el costado de Jesús, de herida se convierte en abertura, en una puerta abierta que nos deja ver el corazón de Dios. Aquí, su infinito amor por nosotros nos deja sacar agua que vivifica y bebida que invisiblemente sacia y nos hace renacer. También nosotros nos acercamos al cuerpo de Jesús bajado de la cruz y puesto en brazos de la madre. Nos acercamos «no caminando, sino creyendo, no con los pasos del cuerpo, sino con la libre decisión del corazón»[1]. En este cuerpo exánime nos reconocemos como sus miembros heridos y sufrientes, pero protegidos por el abrazo amoroso de la madre. Pero nos reconocemos también en estos brazos maternales, fuertes y tiernos a la vez. Los brazos abiertos de la Iglesia-Madre son como el altar que nos ofrece el Cuerpo de Cristo y, allí, nosotros llegamos a ser Cuerpo místico de Cristo. Señor Jesús, Ven, Espíritu Santo, en la gratuidad irradiante del amor
Pater noster, qui es in cælis: Fac me tecum pie flere, [1] Tratados sobre el Evangelio de san Juan, 26, 3. [2] Cf. Rm 5, 5.
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