DUODÉCIMA ESTACIÓN Jesús vive su muerte como un don de amor
V/. Adoramus te, Christe, et benedicimus tibi. Lectura del Evangelio según san Juan 19, 28 - 30 Sabiendo Jesús que ya todo estaba cumplido, para que se cumpliera la Escritura, dijo: «Tengo sed». Había allí un jarro lleno de vinagre. Y, sujetando una esponja empapada en vinagre a una caña de hisopo, se la acercaron a la boca. Jesús, cuando tomó el vinagre, dijo: «Está cumplido». E, inclinando la cabeza, entregó el espíritu. «Tengo sed». «Está cumplido». En estas dos palabras, Jesús nos muestra, con una mirada hacia la humanidad y otra hacia el Padre, el ardiente deseo que ha impregnado su persona y su misión: el amor al hombre y la obediencia al Padre. Un amor horizontal y un amor vertical: ¡he aquí el diseño de la cruz! Y desde el punto de encuentro de ese doble amor, allí donde Jesús inclina la cabeza, mana el Espíritu Santo, primer fruto de su retorno al Padre. En este soplo vital del cumplimiento, vibra el recuerdo de la obra de la creación[1] ahora redimida. Pero también la llamada a todos los que creen en él, a «completar en nuestra carne lo que falta a los padecimientos de Cristo»[2]. ¡Hasta que todo esté cumplido! ¡Señor Jesús, muerto por nosotros!
Ven, Espíritu Santo, Todos: Pater noster, qui es in cælis: Vidit suum dulcem Natum [1] Cf. Gn 2, 2.7. [2] Cf. Col 1, 24. [3] Jn 16, 13. [4] Cf. Enarraciones sobre los salmos, Salmo 143, 3.
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