NOVENA ESTACIÓN Jesús, con su debilidad, fortalece nuestra fragilidad
V/. Adoramus te, Christe, et benedicimus tibi. Lectura del Evangelio según san Lucas 22, 28-30a. 31-32. «Vosotros sois los que habéis perseverado conmigo en mis pruebas, y yo preparo para vosotros el reino como me lo preparó mi Padre a mí, de forma que comáis y bebáis a mi mesa en mi reino… Simón, Simón, mira que Satanás os ha reclamado para cribaros como trigo. Pero yo he pedido por ti, para que tu fe no se apague. Y tú, cuando te hayas convertido, confirma a tus hermanos». Con su tercera caída, Jesús confiesa el amor con el que ha abrazado por nosotros el peso de la prueba y renueva la llamada a seguirle hasta el final, en fidelidad. Pero nos concede también echar una mirada más allá del velo de la promesa: «Si perseveramos, también reinaremos con él»[1]. Sus caídas pertenecen al misterio de su encarnación. Nos ha buscado en nuestra debilidad, bajando hasta lo más hondo de ella, para levantarnos hacía él. «Nos ha mostrado en sí mismo la vía de la humildad, para abrirnos la vía del regreso»[2]. «Nos ha enseñado la paciencia como arma con la que se vence el mundo»[3]. Ahora, caído en tierra por tercera vez, mientras «com-padece nuestras debilidades»[4], nos indica la manera de no sucumbir en la prueba: perseverar, permanecer firmes y constantes. Simplemente: «Permanecer en él»[5].
Humilde Jesús, ¡Ven, Espíritu de la Verdad,
Pater noster, qui es in cælis: Fac ut ardeat cor meum [1] 2 Tm 2, 12a. [2] Cf. Sermón 50, 11. [3] Cf. Tratados sobre el Evangelio de san Juan 113, 4. [4] Hb 4, 15. [5] Cf. Jn 15, 7.
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