OCTAVA ESTACIÓN Jesús nos mira y suscita el llanto de la conversión
V/. Adoramus te, Christe, et benedicimus tibi. Lectura del Evangelio según san Lucas 23, 27 – 31 Lo seguía un gran gentío del pueblo, y de mujeres que se golpeaban el pecho y lanzaban lamentos por él. Jesús se volvió hacia ellas y les dijo: «Hijas de Jerusalén, no lloréis por mí, llorad por vosotras y por vuestros hijos, porque mirad que vienen días en los que dirán: “Bienaventuradas las estériles y los vientres que no han dado a luz y los pechos que no han criado”. Entonces empezarán a decirles a los montes: “Caed sobre nosotros”, y a las colinas: “Cubridnos”; porque, si esto hacen con el leño verde, ¿qué harán con el seco?». Jesús, el Maestro, sigue formando nuestra humanidad a lo largo del Camino del Calvario. Encontrando a las mujeres de Jerusalén acoge con su mirada de verdad y misericordia las lágrimas de compasión derramadas sobre él. Dios, que ha llorado sobre Jerusalén[1], educa ahora el llanto de esas mujeres para que no se quede en una estéril conmiseración externa. Las invita a reconocer en él la suerte del inocente injustamente condenado y quemado, como leño verde, como «castigo saludable»[2]. Les ayuda a que examinen el leño seco del propio corazón y experimenten, así, el dolor benéfico de la compunción. Brota aquí el llanto auténtico, cuando los ojos confiesan con las lágrimas no sólo el pecado, sino también el dolor del corazón. Son lágrimas benditas, como las de Pedro, signo de arrepentimiento y prenda de conversión, que renuevan en nosotros la gracia del Bautismo. Humilde Jesús, Ven, Espíritu de la Verdad,
Pater noster, qui es in cælis: Eia mater, fons amoris, [1] Cf. Lc 19, 41. [2] Is53, 5. [3] Cf. S. Ambrosio, Exposición sobre el Evangelio de san Lucas X, 90.
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