SÉPTIMA ESTACIÓN Jesús no mostró poder,
V/. Adoramus te, Christe, et benedicimus tibi. Lectura de la primera carta del apóstol san Pedro 2, 21b-24 Cristo padeció por vosotros, dejándoos un ejemplo para que sigáis sus huellas. Él no cometió pecado ni encontraron engaño en su boca. Él no devolvía el insulto cuando lo insultaban; sufriendo, no profería amenazas; sino que se entregaba al que juzga rectamente. Él llevó nuestros pecados en su cuerpo hasta el leño, para que, muertos a los pecados, vivamos para la justicia. Con sus heridas fuisteis curados. Jesús cae de nuevo bajo el peso de la cruz. Sobre el madero de nuestra salvación, no sólo pesa la enfermedad de la naturaleza humana, sino también las adversidades de la existencia. Jesús ha llevado el peso de la persecución contra la Iglesia de ayer y de hoy, de esa persecución que mata a los cristianos en el nombre de un dios extraño al amor, y de aquella que ataca la dignidad con «labios embusteros y lengua fanfarrona»[2]. Jesús ha llevado el peso de la persecución contra Pedro, la que se alzó contra la voz limpia de la «verdad que interroga y libera el corazón»[3]. Jesús, con su cruz, ha llevado el peso de la persecución contra sus siervos y discípulos, contra aquellos que responden al odio con el amor, a la violencia con la mansedumbre. Jesús, con su cruz, ha llevado el peso del exasperado «amor a sí mismo hasta el desprecio de Dios»[4] y que pisotea al hermano. Todo lo ha llevado voluntariamente, todo lo ha sufrido «con su paciencia, para enseñarnos la paciencia»[5]. Humilde Jesús, Ven, Espíritu de la Verdad,
Pater noster, qui es in cælis: Pro peccatis suae gentis [1] Cf. Comentarios sobre los salmos, Salmo 40, 13. [2] Sal12 (11), 4. [3] J. Ratzinger, El elogio de la conciencia. La verdad interroga al corazón, Navarra 2010. [4] La Ciudad de Dios14, 28. [5] Sermón 175, 3, 3. [6] Tratados sobre el Evangelio de san Juan, 113, 4.
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