QUINTA ESTACIÓN Jesús aprende la obediencia del amor
V/. Adoramus te, Christe, et benedicimus tibi. Lectura del Evangelio según san Lucas 23, 26 Mientras lo conducían, echaron mano de un cierto Simón de Cirene, que volvía del campo, y le cargaron la cruz, para que la llevase detrás de Jesús. Simón de Cirene es un hombre retratado por los evangelistas con una particular precisión en el nombre y la proveniencia, la parentela y la actividad; es un hombre fotografiado en un lugar y en un tiempo determinado, obligado de algún modo a llevar una cruz que no es suya. En realidad, Simón de Cirene es cada uno de nosotros. Recibe el madero de la cruz de Jesús, como un día hemos recibido y acogido su signo en el santo bautismo. La vida del discípulo de Jesús es esta obediencia al signo de la cruz, en un gesto cada vez más marcado por la libertad del amor. Es el reflejo de la obediencia del maestro. Es el pleno abandono a dejarse instruir, como él, por la geometría del amor[1], por las mismas dimensiones de la cruz: «la anchura de las buenas obras; la longitud de la perseverancia en la adversidad; la altura de la expectación de los que esperan y miran hacia arriba; la profundidad de la raíz de la gracia divina, que se hunde en la gratuidad»[2]. Humilde Jesús, Ven, Espíritu de la Verdad,
Todos: Pater noster, qui es in cælis: Quis est homo qui non fleret, [1] Cf. Ef 3, 18. [2] Cf. Carta 140; 26, 64. [3] Cf. R. Guardini, Los signos sagrados, Barcelona 1957, p. 14.
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