DECIMOCUARTA ESTACIÓN V. Adoramus te, Christe, et benedicimus tibi. Del Evangelio según san Marcos 15, 46 José de Arimatea, comprando una sábana, lo descolgó de la cruz, lo envolvió en la sábana y lo puso en un sepulcro que estaba excavado en roca; luego, hizo rodar una piedra sobre la entrada del sepulcro. MEDITACIÓN Las tragedias nos hacen reflexionar. Un tsunami nos dice que la vida se ha de tomar en serio. Hiroshima y Nagasaki son lugares de peregrinación. Cuando la muerte golpea de cerca nos asomamos a otro mundo. Entonces nos liberamos de los espejismos y tenemos la percepción de una realidad más profunda. Antiguamente la gente en India rezaba así: «Condúceme de lo irreal a lo real, de la oscuridad a la luz, de la muerte a la inmortalidad» (Brihadaranyaka Upanishads, 1 de marzo de 1928). Cuando Jesús dejó esta tierra, los cristianos comenzaron a mirar atrás y a comprender su vida y su misión. Llevaron su mensaje a los confines de la tierra. Este mensaje es el mismo Jesucristo, que es «fuerza y sabiduría de Dios» (1 Co 1, 24). Dice que la realidad es Cristo (cf. Col 2, 17) y que nuestro destino definitivo es estar con él (cf. Flp 1, 23). ORACIÓN Señor Jesús, mientras caminamos con pena por el fatigoso camino de la vida, ayúdanos a tener una idea de nuestro destino definitivo. Y cuando finalmente atravesemos el último umbral, sepamos que «no habrá ya muerte ni pena ni queja ni dolor» (Ap 21, 4), y que Dios enjugará las lágrimas de nuestros ojos. Esta es la buena nueva que deseamos anunciar «de una u otra manera» (Flp 1, 18), también en los lugares donde Cristo no ha sido conocido nunca (cf. Rm 15, 20). Por esto nos comprometemos a fondo (cf. Hch 20, 35; Rm 12, 8), «trabajando día y noche» (1 Ts 2, 9) hasta el agotamiento (cf. 1 Co 4, 12). Señor, haznos mensajeros eficaces de la buena nueva. «Yo sé que mi Redentor está vivo, y que él, el último, se levantará sobre el polvo. Tras mi despertar me alzará junto a él, y con mi propia carne veré a Dios» (Jb 19, 25-26). Todos: Pater noster, qui es in cælis: Quando corpus morietur,
El Santo Padre dirige su palabra a los presentes. Al final del discurso, el Santo Padre imparte la Bendición Apostólica: BENDICIÓN V. Dominus vobiscum. V. Sit nomen Domini benedictum. V. Adiutorium nostrum nomine Domini. V. Benedicat vos omnipotens Deus, R. Amen.
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