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Sor Marie Claire Naidu - Segunda mitad del siglo XX Iglesia de la Asunción de la Santísima Virgen María Bangalore (India) DÉCIMA ESTACIÓN Jesús es crucificado V. Adoramus te, Christe, et benedicimus tibi. R. Quia per sanctam crucem tuam redemisti mundum. Del Evangelio según san Lucas 23, 33-37 y según san Mateo 27, 46 Llegados al lugar llamado Calvario, le crucificaron allí a él y a los malhechores, uno a la derecha y otro a la izquierda. Jesús decía: «Padre, perdónales, porque no saben lo que hacen». Se repartieron sus vestidos, echando a suertes. Estaba el pueblo mirando; los magistrados hacían muecas diciendo: «A otros salvó; que se salve a sí mismo si él es el Cristo de Dios, el Elegido». También los soldados se burlaban de él y, acercándose, le ofrecían vinagre y le decían: «Si tú eres el rey de los judíos, ¡sálvate!». Y alrededor de la hora nona clamó Jesús con fuerte voz: «¡Elí, Elí! ¿lemá sabactaní?», esto es, «¡Dios mío, Dios mío! ¿por qué me has abandonado?». MEDITACIÓN Los sufrimientos de Jesús llegan a su culmen. Ante Pilato no tuvo miedo. Había soportado los malos tratos de los soldados romanos. Había mantenido el control de sí mismo durante la flagelación y la coronación de espinas. Incluso en la cruz parecía que no le afectaba la tempestad de insultos. No se lamentaba ni sentía deseos de venganza. Pero, al final, llega el momento en el que desfallece. No le quedan fuerzas para resistir. Se siente abandonado incluso por el Padre. La experiencia nos dice que incluso el hombre más fuerte puede descender a los abismos de la desesperación. Las frustraciones se acumulan; la ira y el resentimiento hacen sentir su peso. Enfermedades, malas noticias, desgracias, malos tratos..., todo puede llegar al mismo tiempo. Puede habernos sucedido también a nosotros. En estos momentos tenemos necesidad de recordar que Jesús nunca nos abandona. Él se dirigió al Padre con un grito. Que también nuestro grito se dirija al Padre, quien constantemente sale a nuestro encuentro para ayudarnos en toda nuestra angustia cada vez que lo invocamos (cf. Sal 107, 6, 13, 19, 20). ORACIÓN Señor, cuando las nubes se hacen densas en el horizonte y todo parece perdido, cuando no encontramos amigos que estén a nuestro lado y la esperanza se nos escapa de las manos, enséñanos a confiar en ti, pues tenemos la certeza de que vendrás en nuestra ayuda (cf. Sal 25, 15). Que la experiencia del dolor y de la oscuridad interior nos enseñe la gran verdad de que contigo nada queda perdido, de que incluso nuestros pecados —una vez reconocidos en el arrepentimiento— sirven para una finalidad, como leña seca en el frío del invierno (cf. Hermano Roger de Taizé). Señor, tú has concebido un plan universal detrás de los mecanismos del universo y el progreso de la historia. Abre nuestro corazón a los ritmos y a los modelos de los movimientos de las estrellas, al equilibrio y la proporción de la estructura interna de los elementos, a la interdependencia y la complementariedad de la naturaleza, al progreso y a la finalidad en el curso de la historia, a la corrección y a la enmienda en nuestras historias personales. Tú no dejas de recrear esta armonía, a pesar de los dolorosos desequilibrios que nosotros causamos. En ti incluso la pérdida más grande es una ganancia. En efecto, la muerte de Cristo lleva a la resurrección. Todos: Pater noster, qui es in cælis: sanctificetur nomen tuum; adveniat regnum tuum; fiat voluntas tua, sicut in cælo, et in terra. Panem nostrum cotidianum da nobis hodie; et dimitte nobis debita nostra, sicut et nos dimittimus debitoribus nostris; et ne nos inducas in tentationem; sed libera nos a malo. Fac ut ardeat cor meum in amando Christum Deum, ut sibi complaceam. © Copyright 2009 - Libreria Editrice Vaticana |