PRIMERA ESTACIÓN
V. Adoramus te, Christe, et benedicimus tibi. Del Evangelio según san Marcos 14, 32-36 Fueron a una finca, que llaman Getsemaní, y dijo a sus discípulos: «Sentaos aquí mientras voy a orar». Se llevó a Pedro, a Santiago y a Juan, empezó a sentir terror y angustia, y les dijo: «Me muero de tristeza: quedaos aquí velando». Y, adelantándose un poco, se postró en tierra pidiendo que, si era posible, se alejase de él aquella hora; y dijo: «¡Abbá! (Padre): tú lo puedes todo, aparta de mí ese cáliz. Pero no lo que yo quiero, sino lo que tú quieres». MEDITACIÓN Jesús sentía miedo, angustia y tristeza hasta el punto de morir. Eligió a tres compañeros, pero que muy pronto se durmieron, y comenzó a rezar él solo: «Pase de mí esta hora; aparta de mí este cáliz... Pero, Padre, que se haga tu voluntad». Había venido al mundo para hacer la voluntad del Padre, pero nunca como en aquel momento comprobó lo profundo de la amargura del pecado, y se sintió perdido. En la Carta a los católicos de China, Benedicto XVI recuerda la visión de san Juan en el Apocalipsis que llora ante el libro sellado de la historia humana, del mysterium iniquitatis. Sólo el Cordero inmolado es capaz de abrir ese sello. En muchas partes del mundo la Esposa de Cristo está atravesando la hora tenebrosa de la persecución, como en otro tiempo Ester, amenazada por Amán, como la «Mujer» del Apocalipsis amenazada por el dragón. Velemos y acompañemos a la Esposa de Cristo en la oración. ORACIÓN Jesús, Dios Omnipotente, que te hiciste débil a causa de nuestros pecados, te resultan familiares los gritos de los perseguidos, que son eco de tu agonía. Ellos preguntan: ¿Por qué esta opresión? ¿Por qué esta humillación? ¿Por qué esta prolongada esclavitud? Vuelven a la mente las palabras del Salmo: «Despierta, Señor; ¿por qué duermes? Levántate, no nos rechaces más. ¿Por qué nos escondes tu rostro y olvidas nuestra desgracia y opresión? Nuestro aliento se hunde en el polvo, nuestro vientre está pegado al suelo. Levántate a socorrernos» (Sal 43, 24-27). No, Señor. Tú no usaste este Salmo en Getsemaní, sino que dijiste: «Hágase tu voluntad». Podrías haber convocado doce legiones de ángeles, pero no lo hiciste. Señor, el sufrimiento nos da miedo. Se nos presenta de nuevo la tentación de aferrarnos a los medios fáciles del éxito. Haz que no tengamos miedo del miedo, sino que confiemos en ti. Todos: Pater noster, qui es in cælis: Stabat mater dolorosa,
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