DECIMOCUARTA ESTACIÓN V. Adoramus te, Christe, et benedicimus tibi. Del Evangelio según san Lucas 23, 50-54 Había un hombre llamado José, miembro del Sanedrín, hombre bueno y justo, que no había asentido al consejo y proceder de los demás. Era de Arimatea, ciudad de Judea, y esperaba el Reino de Dios. Se presentó a Pilato y le pidió el cuerpo de Jesús y, después de descolgarlo, lo envolvió en una sábana y lo puso en un sepulcro excavado en la roca, en el que nadie había sido puesto todavía. Era el día de la Preparación, y ya brillaban las luces del sábado. MEDITACIÓN Envuelto en la sábana funeraria, el «santo sudario», el cuerpo crucificado y martirizado de Jesús se desliza lentamente de las manos compasivas y amorosas de José de Arimatea hasta el sepulcro excavado en la roca. En las horas de silencio que seguirán, Cristo será verdaderamente como todos los hombres que entran en el seno oscuro de la muerte, de la rigidez cadavérica, del fin. Y, sin embargo, en aquel crepúsculo del Viernes Santo, ya se produce un estremecimiento. El evangelista san Lucas nota que «ya brillaban las luces del sábado» en las ventanas de las casas de Jerusalén. La vigilia de los judíos en sus habitaciones se convierte casi en el símbolo de la espera de aquellas mujeres y de aquel discípulo secreto de Jesús, José de Arimatea, y de los demás discípulos. Una espera que ahora invade con una tonalidad nueva el corazón de todos los creyentes cuando se encuentran ante un sepulcro o incluso cuando sienten que en su interior se posa la mano fría de la enfermedad o de la muerte. Es la espera de un alba diversa, el alba que dentro de pocas horas, pasado el sábado, despuntará ante nuestros ojos de discípulos de Cristo. * * * En aquella aurora, a lo largo del camino que lleva a las tumbas, saldrá a nuestro encuentro el ángel y nos dirá: «¿Por qué buscáis entre los muertos al que está vivo? No está aquí, ha resucitado».[42] Y al volver a nuestras casas, será el Resucitado quien se situará a nuestro lado, caminando con nosotros, cruzando nuestros umbrales para ser huésped a nuestra mesa y partir con nosotros el pan.[43] Entonces oraremos también nosotros con las palabras de fe de un pasaje de la admirable Pasión según san Mateo que convirtió en música y en canto uno de los más grandes músicos de la humanidad:[44] «A pesar de que mi corazón se deshace en lágrimas cuando Jesús se aleja de mí, su testamento me llena de gozo: Su Carne y su Sangre, ¡oh preciado tesoro!, llegan a mis manos... Quiero entregarte mi corazón, sumérgete en él, Salvador mío. Quiero abandonarme en tus brazos. Si el mundo es pequeño para ti, sé tú sólo para mí más que el cielo y el mundo». Todos: Pater noster, qui es in cælis: Quando corpus morietur, [42] Lucas 24, 5-6 [43] Cf. Lucas 24, 13-32. [44] Johan Sebastian Bach, Pasión según san Mateo, BWV 244, nn. 18-19.
El Santo Padre dirige su palabra a los presentes. Al final del discurso, el Santo Padre imparte la Bendición Apostólica: BENDICIÓN V. Dominus vobiscum. V. Sit nomen Domini benedictum. V. Adiutorium nostrum nomine Domini. V. Benedicat vos omnipotens Deus, R. Amen.
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