DÉCIMA ESTACIÓN V. Adoramus te, Christe, et benedicimus tibi. Del Evangelio según san Lucas 23, 33-38 Llegados al lugar llamado Calvario, le crucificaron allí a él y a los dos malhechores, uno a la derecha y otro a la izquierda. Jesús decía: «Padre, perdónales, porque no saben lo que hacen». Se repartieron sus vestidos, echando a suertes. Estaba el pueblo mirando; los magistrados hacían muecas diciendo: «A otros salvó; que se salve a sí mismo si él es el Cristo de Dios, el Elegido». También los soldados se burlaban de él y, acercándose, le ofrecían vinagre y le decían: «Si tú eres el rey de los judíos, ¡sálvate!». Había encima de él una inscripción: «Este es el rey de los judíos». MEDITACIÓN Era sólo un promontorio rocoso denominado en arameo Gólgota, en latín Calvario, es decir, «Cráneo», tal vez por su configuración física. En aquel pico se alzan tres cruces de condenados a muerte, dos «malhechores», probablemente revolucionarios antirromanos, y Jesús. Comienzan a transcurrir las últimas horas de la vida terrena de Cristo, horas marcadas por el desgarramiento de su carne, por el descoyuntamiento de sus huesos, por la asfixia progresiva, por la desolación interior. Son las horas que atestiguan la plena fraternidad del Hijo de Dios con el hombre que sufre, agoniza y muere. Un poeta cantaba:[33] «El ladrón de la izquierda y el ladrón de la derecha / sólo sentían los clavos en el cuenco de la mano. / Cristo, en cambio, sentía el dolor dado por la salvación / el costado atravesado, el corazón traspasado. / Era su corazón que ardía. / El corazón devorado por el amor». Sí, porque en torno a ese patíbulo parece resonar la voz de Isaías: «Él ha sido herido por nuestras rebeldías, molido por nuestras culpas. Él soportó el castigo que nos trae la paz, y con sus llagas hemos sido curados. Él se da a sí mismo en expiación».[34] Los brazos abiertos de aquel cuerpo martirizado quieren abarcar todo el horizonte, abrazando a la humanidad, casi «como una gallina que recoge a su nidada bajo las alas».[35] En efecto, esta era su misión: «Yo, cuando sea levantado de la tierra, atraeré a todos hacia mí».[36] * * * Bajo aquel cuerpo agonizante desfila la multitud que quiere «ver» un espectáculo macabro. Es el retrato de la superficialidad, de la curiosidad trivial, de la búsqueda de emociones fuertes. Un retrato en el que se puede identificar también a una sociedad como la nuestra, que escoge la provocación y el exceso casi como una droga para excitar a un alma ya entorpecida, a un corazón insensible, a una mente ofuscada. Bajo aquella cruz está también la crueldad pura y dura, la de los jefes y de los soldados que no saben lo que es compasión y logran profanar incluso el sufrimiento y la muerte con el escarnio: «Si tú eres el rey de los judíos, ¡sálvate!». No saben que precisamente sus palabras sarcásticas y la inscripción oficial puesta sobre la cruz –«Este es el rey de los judíos»– encierran una verdad. Ciertamente, Jesús no baja de la cruz con una acción espectacular: no quiere adhesiones serviles y fundadas en lo prodigioso, sino una fe libre y un amor auténtico. Con todo, precisamente a través de la derrota de su humillación y la impotencia de la muerte, él abre la puerta de la gloria y de la vida, revelándose como el verdadero Señor y rey de la historia y del mundo. Todos: Pater noster, qui es in cælis: Fac ut ardeat cor meum [33] Charles Péguy, El misterio de la caridad de santa Juana de Arco (1910). [34] Isaías 53, 5.10 [35] Lucas 13, 34. [36] Juan 12, 32. © Copyright 2007 - Libreria Editrice Vaticana
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