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MS. Vat. Lat. 2639 - Miniado por Nicola da Bologna (1370)
Biblioteca Apostólica Vaticana
 

OCTAVA ESTACIÓN
Jesús es ayudado por el Cireneo a llevar la Cruz
    

V. Adoramus te, Christe, et benedicimus tibi.
R. Quia per sanctam crucem tuam redemisti mundum.

Del Evangelio según san Lucas 23, 26

Cuando llevaban a Jesús, echaron mano de un cierto Simón de Cirene, que venía del campo, y le cargaron la cruz para que la llevara detrás de Jesús.

MEDITACIÓN

Volvía del campo, tal vez después de varias horas de trabajo. En casa lo esperaban los preparativos del día de fiesta: en efecto, al atardecer se abriría la frontera sagrada del sábado, cuando brillaran las primeras estrellas en el cielo. Simón era su nombre; era un judío oriundo de África, de Cirene, ciudad situada junto al litoral libio y en la que vivía una numerosa comunidad de la Diáspora judía.[23] Una orden tajante de la patrulla romana que escolta a Jesús lo detiene y lo obliga a llevar durante un tramo de camino el patíbulo de aquel condenado exhausto.

Simón pasaba por allí por casualidad. No sabía que ese encuentro sería extraordinario. Como se ha escrito[24], «¡cuántos hombres, a lo largo de los siglos, hubieran querido estar allí, en su lugar, haber pasado por allí precisamente en ese momento! Pero ya era demasiado tarde; era él quien pasaba por allí y en el decurso de los siglos él jamás cedería su puesto a otros». Es el misterio del encuentro con Dios, que cambia repentinamente tantas vidas. Pablo, el apóstol, había sido interceptado, «aferrado y conquistado»[25] por Cristo en el camino de Damasco. Por eso, luego tomaría de Isaías aquellas sorprendentes palabras de Dios: «Fui hallado por quienes no me buscaban; me manifesté a quienes no preguntaban por mí».[26]

* * *

Dios está al acecho por las sendas de nuestra existencia diaria. Es él quien a veces llama a nuestra puerta, pidiendo un puesto a nuestra mesa para cenar con nosotros.[27] Incluso un imprevisto, como el que aconteció en la vida de Simón de Cirene, puede transformarse en un don de conversión, hasta el punto de que el evangelista san Marcos citará los nombres de los hijos de ese hombre, ya cristianos, Alejandro y Rufo.[28] De este modo, el Cireneo es el emblema del abrazo misterioso entre la gracia divina y la obra humana. En efecto, al final, el evangelista lo presenta como el discípulo que «lleva la cruz tras Jesús», siguiendo sus huellas.[29]

Su gesto, realizado como acción forzada, se transforma idealmente en un símbolo de todos los actos de solidaridad en favor de los que sufren, de los oprimidos y de los cansados. El Cireneo representa, así, a la inmensa multitud de personas generosas, de misioneros, de samaritanos que no «dan un rodeo»[30], sino que socorren a los desdichados, cargándolos sobre sí para sostenerlos. Sobre la cabeza y sobre los hombros de Simón, inclinados bajo el peso de la cruz, resuenan entonces las palabras de san Pablo: «Ayudaos mutuamente a llevar vuestras cargas y cumplid así la ley de Cristo».[31]

Todos:

Pater noster, qui es in cælis:
sanctificetur nomen tuum;
adveniat regnum tuum;
fiat voluntas tua, sicut in cælo, et in terra.
Panem nostrum cotidianum da nobis hodie;
et dimitte nobis debita nostra,
sicut et nos dimittimus debitoribus nostris;
et ne nos inducas in tentationem;
sed libera nos a malo.

Tui Nati vulnerati,
tam dignati pro me pati,
poenas mecum divide.

 

[23] Cf. Hechos 2, 10; 6, 9; 13, 1.

[24] Charles Péguy, El misterio de la caridad de santa Juan de Arco (1910).

[25] Filipenses 3, 12.

[26] Romanos 10, 20.

[27] Cf. Apocalipsis 3, 20.

[28] Cf. Marcos 15, 21.

[29] Cf. Lucas 9, 23.

[30] Cf. Lucas 10, 30-37.

[31] Gálatas 6, 2.

© Copyright 2007 - Libreria Editrice Vaticana

   

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