SÉPTIMA ESTACIÓN V. Adoramus te, Christe, et benedicimus tibi. Del Evangelio según san Marcos 15, 20 Cuando se hubieron burlado de él, le quitaron la púrpura, le pusieron sus ropas y le sacaron fuera para crucificarle.MEDITACIÓN En los patios del palacio imperial ha concluido la fiesta macabra; caen los harapos de aquel ridículo vestido real, y se abre de par en par el portal. Jesús camina, con sus vestidos habituales, con su túnica «sin costura, tejida de una pieza de arriba abajo»[19]. Sobre sus hombros lleva el madero horizontal, destinado a acoger sus brazos cuando sea fijado sobre el palo de la crucifixión. Avanza en silencio; sus huellas sangran sobre aquella calle que aún hoy en Jerusalén lleva el nombre de «Vía dolorosa». Ahora comienza en sentido estricto el Vía Crucis, el recorrido que también esta tarde se repite y que se dirige hacia la colina de las ejecuciones capitales, fuera de las murallas de la ciudad santa. Jesús avanza y vacila bajo ese peso y por la debilidad de su cuerpo herido. La tradición ha querido marcar simbólicamente ese itinerario con tres caídas. En ellas está la historia infinita de tantas mujeres y hombres postrados en la miseria o en el hambre: son niños endebles, ancianos extenuados, pobres debilitados, de cuyas venas ha sido chupada toda energía. En esas caídas está también la historia de todas las personas desoladas en el alma e infelices, ignoradas por el frenesí y por la distracción de quienes pasan a su lado. En Cristo, inclinado bajo el peso de la cruz, está la humanidad enferma y débil que, como afirmaba el profeta Isaías,[20] «postrada, habla desde la tierra; desde el polvo surge ahogada su palabra; su voz sale de la tierra como la de un fantasma, y desde el polvo su palabra suena como un murmullo». * * * También hoy, como entonces, en torno a Jesús que se levanta y avanza sosteniendo el madero de la cruz, se desarrolla la vida diaria de la calle, marcada por los negocios, por los escaparates rutilantes, por la búsqueda del placer. Y, sin embargo, en torno a él no sólo hay hostilidad o indiferencia. Tras sus pasos avanzan hoy también quienes han elegido seguirlo. Han escuchado la llamada que un día él hizo al pasar por los campos de Galilea: «Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz cada día, y sígame».[21] «Así pues, salgamos donde él fuera del campamento, cargando con su oprobio».[22] Al final de la Vía dolorosa no sólo está la colina de la muerte o el abismo del sepulcro, sino también el monte de la Ascensión gloriosa y de la luz. Todos: Pater noster, qui es in cælis: Quis non posset contristari [19] Juan 19, 23. [20] Isaías 29, 4. [21] Lucas 9, 23. [22] Hebreos 13, 13. © Copyright 2007 - Libreria Editrice Vaticana
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