SEXTA ESTACIÓN V. Adoramus te, Christe, et benedicimus tibi. Del Evangelio según san Lucas 22, 63-65 Los hombres que le tenían preso se burlaban de él y le golpeaban; y cubriéndole con un velo le preguntaban: «¡Adivina! ¿Quién es el que te ha pegado?». Y le insultaban diciéndole otras muchas cosas.Del Evangelio según san Juan 19, 2-3 Los soldados trenzaron una corona de espinas, se la pusieron en la cabeza y le vistieron un manto de púrpura; y, acercándose a él, le decían: «Salve, rey de los judíos». Y le daban bofetadas. MEDITACIÓN Un día, mientras caminaba por el valle del Jordán, no lejos de Jericó, Jesús se había detenido y había dirigido a los Doce unas palabras duras e indescifrables para ellos: «Mirad que subimos a Jerusalén, y se cumplirá todo lo que los profetas escribieron para el Hijo del hombre; pues será entregado a los gentiles, y será objeto de burlas, insultado y escupido; y después de azotarle le matarán...»[14]. Ahora esas palabras dejan de ser enigmáticas: en el patio del pretorio, la sede jerosolimitana del gobernador romano, comienza el lúgubre ritual de la tortura, acompañado fuera del palacio por el bullicio de la muchedumbre que espera el espectáculo del cortejo de la ejecución capital. En ese espacio prohibido al público se realiza un gesto que se repetirá a lo largo de los siglos con mil formas sádicas y perversas, en la oscuridad de tantas celdas. Jesús no sólo es golpeado, sino también humillado. Más aún, el evangelista san Lucas, para definir esos insultos, usa el verbo «blasfemar», revelando de modo alusivo el significado profundo de ese desahogo de los guardias que se ensañan con su víctima. Pero, además de desgarrar la carne de Cristo, ultrajan su dignidad personal con una farsa macabra. * * * Es el evangelista san Juan quien relata ese acto sarcástico, marcado por el ritmo de un juego popular, el del rey de burla. En efecto, ahí está una corona hecha de ramitas espinosas; la púrpura real, sustituida por un manto rojo; y el saludo imperial «Ave, César». Y, sin embargo, en esa burla se puede vislumbrar un signo glorioso: sí, Jesús es humillado como rey de escarnio; pero, en realidad, él es el verdadero soberano de la historia. Cuando, al final, se ponga de manifiesto su realeza –como nos recuerda otro evangelista, san Mateo[15]– él condenará a todos los torturadores y opresores, e introducirá en la gloria no sólo a las víctimas, sino también a los que hayan visitado a los que estaban en la cárcel, curado a los heridos y a los que sufren, sostenido a los hambrientos, a los sedientos y a los perseguidos. Sin embargo, el rostro que se manifestó transfigurado en el Tabor[16], ahora está desfigurado; el que es «el resplandor de la gloria divina»[17] está oscurecido y humillado; como había anunciado Isaías, el Siervo mesiánico del Señor tiene la espalda surcada por los azotes, la barba arrancada de las mejillas, el rostro lleno de salivazos[18]. En él, que es el Dios de la gloria, está presente también nuestra humanidad doliente; en él, que es el Señor de la historia, se revela la vulnerabilidad de las criaturas; en él, que es el Creador del mundo, se condensan los suspiros de dolor de todos los seres vivos. Todos: Pater noster, qui es in cælis: Pro peccatis suae gentis [14] Lucas 18, 31-32. [15] Cf. Mateo 25, 31-46. [16] Cf. Lucas 9, 29. [17] Hebreos 1, 3. [18] Isaías 50, 6. © Copyright 2007 - Libreria Editrice Vaticana
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