OFICINA DE LAS CELEBRACIONES LITÚRGICAS VÍA CRUCIS PRESIDIDO POR EL SANTO PADRE VIERNES SANTO 2007
MEDITACIONES DE PRESENTACIÓN Al final de una mañana primaveral de un año entre el 30 y el 33 de nuestra era, por una calle de Jerusalén —que en los siglos sucesivos llevaría el emblemático nombre de «Vía dolorosa»— avanzaba un pequeño cortejo: un condenado a muerte, escoltado por una patrulla del ejército romano, caminaba sosteniendo el patibulum, es decir, el brazo transversal de la cruz cuyo palo vertical ya estaba plantado allá arriba, entre las piedras de un pequeño promontorio rocoso llamado en arameo Gólgota y en latín Calvario, o sea, «Cráneo». Esta era la última etapa de una historia conocida por todos, en cuyo centro destaca la figura de Jesucristo, el hombre crucificado y humillado y el Señor resucitado y glorioso. Era una historia que había comenzado en la tenebrosa oscuridad de la noche anterior, bajo las ramas de los olivos de un campo denominado Getsemaní, es decir, «molino de aceitunas». Una historia que se había desarrollado de modo acelerado también en los palacios del poder religioso y político, y que había desembocado en una condena a muerte. Sin embargo, la tumba, ofrecida generosamente por un hombre rico llamado José de Arimatea, no sería el último capítulo de la historia de ese condenado, como había sucedido en los casos de muchos otros cuerpos martirizados en el cruel suplicio de la crucifixión, destinado por los Romanos al castigo de los revolucionarios y de los esclavos. En efecto, habría una etapa ulterior, sorprendente e inesperada: aquel condenado, Jesús de Nazaret, revelaría de modo fulgurante otra naturaleza suya oculta bajo el perfil concreto de su rostro y de su cuerpo de hombre, la de ser el Hijo de Dios. La cruz y el sepulcro no fueron el último capítulo de aquella historia, sino que lo fue la luz de su resurrección y de su gloria. Como cantaría pocos años después el apóstol Pablo, Aquel que se había despojado de su poder, volviéndose impotente y débil como los hombres y humillándose hasta esa muerte infame por crucifixión, había sido exaltado por el Padre divino que lo había constituido Señor de la tierra y del cielo, de la historia y de la eternidad (cf. Filipenses 2, 6-11). Durante siglos los cristianos han querido recorrer de nuevo las etapas de este Vía Crucis, un itinerario orientado hacia la colina de la crucifixión, pero con la mirada puesta en la última meta, la luz pascual. Lo han hecho como peregrinos en ese misma calle de Jerusalén, pero también en sus ciudades, en sus iglesias, en sus casas. Durante siglos escritores y artistas, grandes o desconocidos, se han esforzado por hacer revivir ante los ojos asombrados y conmovidos de los fieles aquellas etapas o «estaciones», auténticas paradas para meditar a lo largo del camino hacia el Gólgota. Así han surgido imágenes poderosas y sencillas, elevadas y populares, dramáticas e ingenuas. También en Roma bajo la guía de su Obispo, el Papa Benedicto XVI, con toda la cristiandad esparcida por el mundo unida a su Pastor universal, en cada Viernes Santo se vuelve a realizar ese viaje del espíritu tras las huellas de Jesucristo. Este año las reflexiones —mezcla de narración y meditación— destinadas a nuestra consideración y oración durante las estaciones, siguiendo la trama del relato de la Pasión según el evangelista san Lucas, nos las propone un biblista, Mons. Gianfranco Ravasi, Prefecto de la Biblioteca-Pinacoteca Ambrosiana de Milán, una institución cultural fundada hace cuatro siglos por el Cardenal Federico Borromeo, Arzobispo de esa ciudad y primo de san Carlos, una institución que hace un siglo tuvo entre sus Prefectos a Achille Ratti, el futuro Papa Pío XI. Así pues, avancemos juntos a lo largo de este itinerario de oración, no para hacer simplemente memoria histórica de un suceso pasado y de un difunto, sino para vivir la realidad de un acontecimiento áspero y duro, pero abierto a la esperanza, a la alegría, a la salvación. Tal vez a nuestro lado caminarán también personas que aún están en fase de búsqueda, avanzando con la inquietud de sus interrogantes. Y mientras caminamos, etapa tras etapa, a lo largo de esta senda de dolor y de luz, resonarán nuevamente las vibrantes palabras del apóstol san Pablo: «La muerte ha sido devorada en la victoria. ¿Dónde está, oh muerte, tu victoria? ... ¡Gracias sean dadas a Dios, que nos da la victoria por nuestro Señor Jesucristo!» (1 Corintios 15, 54-55.57). ORACIÓN INICIAL El Santo Padre: R. Amén. Hermanos y hermanas, Será un viaje en el dolor, en la soledad, en la crueldad Oremos ahora Señor Jesús, Señor Jesús, [1] Nil Sorskij (1433-1508), Oración penitencial.
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