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#ViaggioApostolico di Sua Santità Francesco in Thailandia e Giappone (19-26 novembre 2019) – Santa Messa nel Tokyo Dome, 25.11.2019


Santa Messa nel Tokyo Dome

Omelia del Santo Padre

Traduzione in lingua italiana

Traduzione in lingua francese

Traduzione in lingua inglese

Traduzione in lingua tedesca

Traduzione in lingua portoghese

Traduzione in lingua polacca

Traduzione in lingua araba

Questo pomeriggio, alle ore 15.20 locali (7.20 ora di Roma), il Santo Padre Francesco ha lasciato la Nunziatura Apostolica e si è trasferito in auto al Tokyo Dome.

Al Suo arrivo allo Stadio, dopo aver effettuato il cambio di vettura, ha compiuto alcuni giri in papamobile tra i fedeli.

Alle ore 16.00 locali (8.00 ora di Roma), il Santo Padre ha celebrato la Santa Messa per il Dono della Vita Umana alla presenza di 50.000 fedeli. Dopo la proclamazione del Vangelo, il Papa ha pronunciato l’omelia.

Al termine della Santa Messa, l’Arcivescovo di Tokyo, S.E. Mons. Tarcisius Isao Kikuchi, SV.D., ha rivolto a Papa Francesco il suo saluto. Quindi, il Santo Padre si è trasferito in auto a Kantei per l’incontro con il Primo Ministro.

Pubblichiamo di seguito l’omelia che il Santo Padre ha pronunciato nel corso della Celebrazione Eucaristica:

Omelia del Santo Padre

El evangelio que hemos escuchado es parte del primer gran sermón de Jesús; lo conocemos como el “Sermón de la montaña” y nos describe la belleza del camino que estamos invitados a transitar. Según la Biblia, la montaña es el lugar donde Dios se manifiesta y se da a conocer: «Sube hacia mí», le dijo a Moisés (cf. Ex 24,1). Una montaña donde la cima no se alcanza con voluntarismo ni “carrerismo” sino tan sólo con la atenta, paciente y delicada escucha del Maestro en medio de las encrucijadas del camino. La cima se hace llanura para regalarnos una perspectiva siempre nueva de todo lo que nos rodea, centrada en la compasión del Padre. En Jesús encontramos la cima de lo que significa ser humanos y nos muestra el camino que nos conduce a la plenitud capaz de desbordar todos los cálculos conocidos; en Él encontramos una vida nueva donde experimentar la libertad de sabernos hijos amados.

Pero somos conscientes de que, en el camino, esa libertad de hijos puede verse asfixiada y debilitada cuando quedamos encerrados en el círculo vicioso de la ansiedad y la competitividad, o cuando concentramos toda nuestra atención y mejores energías en la búsqueda sofocante y frenética de productividad y consumismo como único criterio para medir y convalidar nuestras opciones o definir quiénes somos y cuánto valemos. Una medida que poco a poco nos vuelve impermeables o insensibles a lo importante impulsando el corazón a latir con lo superfluo o pasajero. ¡Cuánto oprime y encadena al alma el afán de creer que todo puede ser producido, todo conquistado y todo controlado!

Aquí en Japón, en una sociedad con la economía altamente desarrollada, me hacían notar los jóvenes esta mañana en el encuentro que tuve con ellos, que no son pocas las personas que están socialmente aisladas, que permanecen al margen, incapaces de comprender el significado de la vida y de su propia existencia. El hogar, la escuela y la comunidad, destinados a ser lugares donde cada uno apoya y ayuda a los demás, están siendo cada vez más deteriorados por la competición excesiva en la búsqueda de la ganancia y la eficiencia. Muchas personas se sienten confundidas e intranquilas, están abrumadas por demasiadas exigencias y preocupaciones que les quitan la paz y el equilibrio.

Como bálsamo reparador suenan las palabras del Señor a no inquietarnos, a confiar. Tres veces con insistencia nos dice: No se inquieten por su vida… por el día de mañana (cf. Mt 6,25.31.34). Esto no significa una invitación a desentendernos de lo que pasa a nuestro alrededor o volvernos irresponsables de nuestras ocupaciones y responsabilidades diarias; sino, por lo contrario, es una provocación a abrir nuestras prioridades a un horizonte más amplio de sentido y generar así espacio para mirar en su misma dirección: «Busquen primero el Reino de los cielos y su justicia, y todo lo demás se les dará por añadidura» (Mt 6,33).

El Señor no nos dice que las necesidades básicas, como la comida y la ropa, no sean importantes; nos invita, más bien, a reconsiderar nuestras opciones cotidianas para no quedar atrapados o aislados en la búsqueda del éxito a cualquier costo, incluso de la propia vida. Las actitudes mundanas que buscan y persiguen sólo el propio rédito o beneficio en este mundo, y el egoísmo que pretende la felicidad individual, en realidad sólo nos hacen sutilmente infelices y esclavos, además de obstaculizar el desarrollo de una sociedad verdaderamente armoniosa y humana.

Lo contrario al yo aislado, encerrado y hasta sofocado sólo puede ser un nosotros compartido, celebrado y comunicado (cf. Audiencia general, 13 febrero 2019). Esta invitación del Señor nos recuerda que «necesitamos “consentir jubilosamente que nuestra realidad sea dádiva, y aceptar aun nuestra libertad como gracia. Esto es lo difícil hoy en un mundo que cree tener algo por sí mismo, fruto de su propia originalidad o de su libertad”» (Exhort. ap. Gaudete et exsultate, 55). De ahí que, en la primera lectura, la Biblia nos recuerda cómo nuestro mundo, lleno de vida y belleza, es ante todo un regalo maravilloso del Creador que nos precede: «Vio Dios todo lo que había hecho, y era muy bueno» (Gn 1,31); belleza y bondad ofrecida para que también podamos compartirla y ofrecérsela a los demás, no como dueños o propietarios sino como partícipes de un mismo sueño creador. «El auténtico cuidado de nuestra propia vida y de nuestras relaciones con la naturaleza es inseparable de la fraternidad, la justicia y la fidelidad a los demás» (Carta enc. Laudato si’, 70).

Frente a esta realidad, como comunidad cristiana somos invitados a proteger toda vida y testimoniar con sabiduría y coraje un estilo marcado por la gratuidad y la compasión, la generosidad y la escucha simple, un estilo capaz de abrazar y recibir la vida como se presenta «con toda su fragilidad y pequeñez, y hasta muchas veces con toda sus contradicciones e insignificancias» (Jornada Mundial de la Juventud, Panamá, Vigilia, 26 enero 2019). Se nos invita a ser una comunidad que pueda desarrollar esa pedagogía capaz de darle la «bienvenida a todo lo que no es perfecto, puro o destilado, pero no por eso menos digno de amor. ¿Acaso alguien por ser discapacitado o frágil no es digno de amor?, ¿alguien, por ser extranjero, por haberse equivocado, por estar enfermo o en una prisión, no es digno de amor? Así lo hizo Jesús: abrazó al leproso, al ciego, al paralítico, abrazó al fariseo y al pecador. Abrazó al ladrón en la cruz e inclusive abrazó y perdonó a quienes lo estaban crucificando» (ibíd.).

El anuncio del Evangelio de la Vida nos impulsa y exige, como comunidad, que nos convirtamos en un hospital de campaña, preparado para curar las heridas y ofrecer siempre un camino de reconciliación y de perdón. Porque para el cristiano la única medida posible con la cual juzgar cada persona y situación es la de la compasión del Padre por todos sus hijos.

Unidos al Señor, cooperando y dialogando siempre con todos los hombres y mujeres de buena voluntad, y también con los de convicciones religiosas diferentes, podemos transformarnos en levadura profética de una sociedad que proteja y se haga cargo cada vez más de toda vida.

[01863-ES.02] [Texto original: Español]

Traduzione in lingua italiana

Il Vangelo che abbiamo ascoltato fa parte del primo grande discorso di Gesù: lo conosciamo come il “Discorso della montagna” e ci descrive la bellezza della via che siamo invitati a percorrere. Secondo la Bibbia, la montagna è il luogo dove Dio si manifesta e si fa conoscere: “Sali verso di me”, disse a Mosè (cfr Es 24,1). Una montagna la cui cima non si raggiunge col volontarismo o il carrierismo, ma solo con l’attento, paziente e delicato ascolto del Maestro in mezzo ai crocevia del cammino. La cima si trasforma in pianura per regalarci una prospettiva sempre nuova su tutto quello che ci circonda, centrata sulla compassione del Padre. In Gesù troviamo il culmine di ciò che significa l’umano e ci indica la via che ci conduce alla pienezza capace di sorpassare tutti i calcoli conosciuti; in Lui troviamo una vita nuova, nella quale sperimentare la libertà di saperci figli amati.

Tuttavia siamo consapevoli del fatto che, lungo il cammino, questa libertà filiale potrebbe vedersi soffocata e indebolita quando restiamo prigionieri del circolo vizioso dell’ansietà e della competitività, o quando concentriamo tutta la nostra attenzione e le nostre migliori energie nella ricerca assillante e frenetica della produttività e del consumismo come unico criterio per misurare e convalidare le nostre scelte o definire chi siamo e quanto valiamo. Una misura che a poco a poco ci rende impermeabili e insensibili alle cose importanti, spingendo il cuore a battere per le cose superflue o effimere. Quanto opprime e incatena l’anima l’affanno di credere che tutto possa essere prodotto, tutto conquistato e tutto controllato!

Qui in Giappone, in una società con un’economia molto sviluppata, mi facevano notare i giovani questa mattina, nell’incontro che ho avuto con loro, che non sono poche le persone socialmente isolate, che restano ai margini, incapaci di comprendere il significato della vita e della propria esistenza. Casa, scuola e comunità, destinate ad essere luoghi dove ognuno sostiene e aiuta gli altri, si stanno sempre più deteriorando a causa dell’eccesiva competizione nella ricerca del guadagno e dell’efficienza. Molte persone si sentono confuse e inquiete, sono oppresse dalle troppe esigenze e preoccupazioni che tolgono loro la pace e l’equilibrio.

Come balsamo risanatore suonano le parole di Gesù che ci invitano a non agitarci e ad avere fiducia. Tre volte con insistenza ci dice: Non angustiatevi per la vostra vita… per il domani (cfr Mt 6,25.31.34). Questo non è un invito a ignorare quanto succede intorno a noi o a diventare sconsiderati verso le nostre occupazioni e responsabilità quotidiane; anzi, al contrario, è una provocazione ad aprire le nostre priorità a un orizzonte di senso più ampio e così a creare spazio per guardare nella sua stessa direzione: «Cercate invece, anzitutto, il regno di Dio e la sua giustizia, e tutte queste cose vi saranno date in aggiunta» (Mt 6,33).

Il Signore non ci dice che le necessità di base, come il cibo e i vestiti, non siano importanti; ci invita, piuttosto, a riconsiderare le nostre scelte quotidiane per non restare intrappolati o isolati nella ricerca del successo ad ogni costo, anche a costo della vita. Gli atteggiamenti mondani, che cercano e perseguono solo il proprio tornaconto o beneficio in questo mondo, e l’egoismo che pretende la felicità individuale, in realtà ci rendono solo sottilmente infelici e schiavi, oltre ad ostacolare lo sviluppo di una società veramente armoniosa e umana.

L’opposto di un “io” isolato, segregato e persino soffocato può solo essere un “noi” condiviso, celebrato e comunicato (cfr Catechesi, 13 febbraio 2019). Questo invito del Signore ci ricorda che «abbiamo bisogno di riconoscere gioiosamente che la nostra realtà è frutto di un dono, e accettare anche la nostra libertà come grazia. Questa è la cosa difficile oggi, in un mondo che crede di possedere qualcosa da sé stesso, frutto della propria originalità e libertà» (Esort. ap. Gaudete et exsultate, 55). Per questo, nella prima Lettura, la Bibbia ci ricorda come il nostro mondo, pieno di vita e di bellezza, è prima di tutto un dono meraviglioso del Creatore che ci precede: «Dio vide quanto aveva fatto, ed ecco, era cosa molto buona» (Gen 1,31); bellezza-bontà offerta perché possiamo anche condividerla e offrirla agli altri, non come padroni o proprietari, ma come partecipi di uno stesso sogno creatore. «La cura autentica della nostra stessa vita e delle nostre relazioni con la natura è inseparabile dalla fraternità, dalla giustizia e dalla fedeltà nei confronti degli altri» (Enc. Laudato si’, 70).

Di fronte a questa realtà, siamo invitati come comunità cristiana a proteggere ogni vita e a testimoniare con sapienza e coraggio uno stile segnato dalla gratuità e dalla compassione, dalla generosità e dall’ascolto semplice, uno stile capace di abbracciare e di ricevere la vita così come si presenta «con tutta la sua fragilità e piccolezza e molte volte persino con tutte le sue contraddizioni e mancanze di senso» (Discorso nella Veglia della GMG, Panama, 26 gennaio 2019). Siamo chiamati ad essere una comunità che sviluppi una pedagogia capace di dare il «benvenuto a tutto ciò che non è perfetto, a tutto quello che non è puro né distillato, ma non per questo è meno degno di amore. Forse che qualcuno per il fatto di essere disabile o fragile non è degno d’amore? [...] Qualcuno, per il fatto di essere straniero, di aver sbagliato, di essere malato o in una prigione, non è degno di amore? Così ha fatto Gesù: ha abbracciato il lebbroso, il cieco e il paralitico, ha abbracciato il fariseo e il peccatore. Ha abbracciato il ladro sulla croce e ha abbracciato e perdonato persino quelli che lo stavano mettendo in croce» (ibid.).

L’annuncio del Vangelo della Vita ci spinge ed esige da noi, come comunità, che diventiamo un ospedale da campo, preparato per curare le ferite e offrire sempre un cammino di riconciliazione e di perdono. Perché per il cristiano l’unica misura possibile con cui giudicare ogni persona e ogni situazione è quella della compassione del Padre per tutti i suoi figli.

Uniti al Signore, cooperando e dialogando sempre con tutti gli uomini e le donne di buona volontà e anche con quelli di diverse convinzioni religiose, possiamo trasformarci in lievito profetico di una società che sempre più protegga e si prenda cura di ogni vita.

[01863-IT.02] [Testo originale: Spagnolo]

Traduzione in lingua francese

L’Evangile que nous avons entendu fait partie du premier grand sermon de Jésus; nous le connaissons sous le nom de “Sermon sur la montagne” et il nous décrit la beauté du chemin que nous sommes invités à parcourir. Selon la Bible, la montagne, c’est le lieu où Dieu se manifeste et se fait connaître: « Monte vers le Seigneur» dit Dieu à Moïse (cf. Ex 24, 1). C’est une montagne dont la cime ne peut être atteinte par volontarisme ni par ‘‘carriérisme’’, mais seulement par l’écoute attentive, patiente et subtile du Maître aux croisées des chemins. La cime devient une plaine pour nous offrir une perspective toujours nouvelle de tout ce qui nous entoure, avec, au centre, la compassion du Père. Nous trouvons en Jésus le sommet de ce que signifie être humain, et il nous montre le chemin qui nous conduit à la plénitude capable de surpasser tous les calculs connus; en lui, nous trouvons une vie nouvelle où nous faisons l’expérience de la liberté de nous savoir des fils bien-aimés.

Mais nous savons qu’en chemin cette liberté de fils peut se trouver asphyxiée et affaiblie lorsque nous nous enfermons dans le cercle vicieux de l’anxiété et de la compétition; ou bien lorsque nous focalisons toute notre attention et nos meilleures énergies sur la recherche, étouffante et frénétique, de la productivité et sur le consumérisme comme l’unique critère pour mesurer et valider nos options ou pour bien définir qui nous sommes et ce que nous valons. Une mesure qui, peu à peu, nous rend imperméables ou insensibles à ce qui est important, conduisant notre cœur à battre pour ce qui est superflu et passager. Comme l’obsession de croire que tout peut se fabriquer, s’acquérir et se contrôler, opprime et enchaîne l’âme!

Ici, au Japon, dans une société dont l’économie est très développée, les jeunes me faisaient remarquer ce matin, lors de ma rencontre avec eux, que sont nombreuses les personnes isolées socialement, qui restent en marge, incapables de comprendre le sens de la vie et de leur propre existence. Le foyer, l’école et la communauté, destinés à être des lieux où chacun soutient et aide les autres, sont de plus en plus affectés par la compétition excessive dans la recherche du profit et de l’efficacité. Beaucoup de personnes se sentent perdues et inquiètes, sont accablées par trop d’exigences et de préoccupations qui leur ôtent la paix et l’équilibre.

Comme baume réparateur, les paroles du Seigneur qui nous disent de ne pas nous inquiéter et d’avoir confiance. Il nous dit trois fois avec insistance: «Ne vous souciez pas pour votre vie… pour demain» (cf. Mt 6, 25.31.34). Cela ne veut pas dire que nous sommes invités à nous désintéresser de ce qui se passe autour de nous ou à négliger nos occupations et nos responsabilités quotidiennes. Tout au contraire, c’est une incitation à ouvrir nos priorités à un horizon de sens plus large et à créer ainsi de l’espace pour regarder dans la même direction que lui: «Cherchez d’abord le royaume de Dieu et sa justice, et tout cela vous sera donné par surcroît » (Mt 6, 33).

Le Seigneur ne nous dit pas que les besoins primaires, comme la nourriture et le vêtement, ne sont pas importants; il nous invite plutôt à reconsidérer nos choix quotidiens pour ne pas rester englués ou nous isoler dans la recherche du succès à tout prix, y compris de notre propre vie. Les attitudes mondaines conduisant à ne viser et poursuivre que l’intérêt ou le bénéfice personnel ici-bas, de même que l’égoïsme qui prétend au bonheur individuel, ne font en réalité que nous rendre subtilement malheureux et esclaves, en entravant en outre le développement d’une société véritablement harmonieuse et humaine.

Le contraire du moi isolé, enfermé jusqu’à l’étouffement, ne peut être qu’un nous partagé, célébré et communiqué (cf. Catéchèse de l’Audience générale, 13 février 2019). Cette invitation du Seigneur nous rappelle qu’ «il nous faut “accepter joyeusement que notre être soit un don, et accepter même notre liberté comme une grâce. C’est ce qui est difficile aujourd’hui dans un monde qui croit avoir quelque chose par lui-même, fruit de sa propre originalité ou de sa liberté” » (Gaudete et exsultate, n. 55). C’est pourquoi, dans la première lecture, la Bible nous rappelle comment notre monde, rempli de vie et de beautés, est avant tout un don merveilleux du Créateur, qui nous précède: «Et Dieu vit tout ce qu’il avait fait; et voici: cela était très bon » (Gn 1, 31). Une beauté et une bonté offertes pour que nous puissions nous aussi les partager et les offrir aux autres, non comme des souverains ou des propriétaires mais comme faisant partie d’un même rêve créateur. «La protection authentique de notre propre vie comme de nos relations avec la nature est inséparable de la fraternité, de la justice ainsi que de la fidélité aux autres » (Laudato si’, n. 70).

Face à cette réalité, nous sommes, comme communauté chrétienne, invités à protéger toute vie et à témoigner avec sagesse et courage d’une attitude marquée par la gratitude et la compassion, la générosité et l’écoute simple, en mesure d’embrasser et de recevoir la vie comme elle se présente «avec toute sa fragilité, sa petitesse et, souvent, avec toutes ses contradictions et ses insignifiances» (Journées Mondiales de la Jeunesse, Panama, Veillée, 26 janvier 2019). Nous sommes invités à former une communauté en mesure de développer cette pédagogie capable d’accueillir «tout ce qui n’est pas parfait, tout ce qui n’est pas pur ni distillé, mais non pas moins digne d’amour. Peut-être qu’une personne, n’est-elle pas digne d’amourparce qu’elle est handicapée ou fragile ? Quelqu’un, du fait d’être étranger, de s’être trompé, d’être malade ou en prison, n’est-il pas digne d’amour ? Jésus a fait ainsi: il a embrassé le lépreux, l’aveugle et le paralytique, il a embrassé le pharisien et le pécheur. Il a embrassé le larron sur la croix et il a même embrassé et pardonné ceux qui le crucifiaient » (Ibid).

L’annonce de l’Evangile de la vie nous pousse et exige que, comme communauté, nous devenions un hôpital de campagne, destiné à soigner les blessures et à toujours indiquer un chemin de réconciliation et de pardon. Car, pour le chrétien, l’unique manière convenable de juger toute personne et toute situation, c’est la compassion du Père pour tous ses enfants.

Unis au Seigneur, en collaborant et en dialoguant toujours avec les hommes et les femmes de bonne volonté, et aussi avec ceux qui ont des convictions religieuses différentes, nous pouvons devenir le levain prophétique dans une société en mesure de protéger et de prendre soin, toujours davantage, de toute vie.

[01863-FR.01] [Texte original: Espagnol]

Traduzione in lingua inglese

The Gospel we have heard is part of Jesus’ first great sermon. We know it as the Sermon on the Mount, and it describes for us the beauty of the path we are called to take. In the Bible, the mountain is the place where God reveals himself and makes himself known. “Come up to me”, God says to Moses (cf. Ex 24:1). A mountain whose summit is not reached by willpower or social climbing, but only by attentive, patient and sensitive listening to the Master at every crossroads of life’s journey. The summit presents us with an ever new perspective on all around us, centered on the compassion of the Father. In Jesus, we encounter the summit of what it means to be human; he shows us the way that leads to a fulfillment exceeding all our hopes and expectations. In him, we encounter a new life, where we come to know the freedom of knowing that we are God’s beloved children.

Yet all of us know that along the way, the freedom of being God’s children can be repressed and weakened if we are enclosed in a vicious circle of anxiety and competition. Or if we focus all our attention and energy on the frenetic pursuit of productivity and consumerism as the sole criterion for measuring and validating our choices, or defining who we are or what we are worth. This way of measuring things slowly makes us grow impervious or insensible to the really important things, making us instead pant after things that are superfluous or ephemeral. How greatly does the eagerness to believe that everything can be produced, acquired or controlled oppress and shackle the soul!

Here in Japan, in a society with a highly developed economy, the young people I met this morning spoke to me about the many people who are socially isolated. They remain on the margins, unable to grasp the meaning of life and their own existence. Increasingly, the home, school and community, which are meant to be places where we support and help one another, are being eroded by excessive competition in the pursuit of profit and efficiency. Many people feel confused and anxious; they are overwhelmed by so many demands and worries that take away their peace and stability.

The Lord’s words act as a refreshing balm, when he tells us not to be troubled but to trust. Three times he insists: “Do not be anxious about your life… about tomorrow” (cf. Mt 6:25.31.34). This is not an encouragement to ignore what happens around us or to be irresponsible about our daily duties and responsibilities. Instead, it is an invitation to set our priorities against a broader horizon of meaning and thus find the freedom to see things his way: “Seek first the kingdom of God and his righteousness, and all these things shall be yours as well” (Mt 6:33).

The Lord is not telling us that basic necessities like food and clothing are unimportant. Rather, he invites us to re-evaluate our daily decisions and not to become trapped or isolated in the pursuit of success at any cost, including the cost of our very lives. Worldly attitudes that look only to one’s own profit or gain in this world, and a selfishness that pursues only individual happiness, in reality leave us profoundly unhappy and enslaved, and hinder the authentic development of a truly harmonious and humane society.

The opposite of an isolated, enclosed and even asphyxiated “I” can only be a “we” that is shared, celebrated and communicated (cf. General Audience, 13 February 2019). The Lord’s call reminds us that “we need to acknowledge jubilantly that our life is essentially a gift, and recognize that our freedom is a grace. This is not easy today, in a world that thinks it can keep something for itself, the fruits of its own creativity or freedom” (Gaudete et Exsultate, 55). In today’s first reading, the Bible tells us how our world, teeming with life and beauty, is above all a precious gift of the Creator: “God saw everything that he had made, and indeed, it was very good” (Gen 1:31). God offers us this beauty and goodness so that we can share it and offer it to others, not as masters or owners, but as sharers in God’s same creative dream. “Genuine care for our own lives and our relationships with nature is inseparable from fraternity, justice and faithfulness to others” (Laudato Si’, 70).

Given this reality, we are invited as a Christian community to protect all life and testify with wisdom and courage to a way of living marked by gratitude and compassion, generosity and simple listening. One capable of embracing and accepting life as it is, “with all its fragility, its simplicity, and often enough too, with its conflicts and annoyances” (Address at the Vigil of World Youth Day, Panama, 26 January 2019). We are called to be a community that can learn and teach the importance of accepting “things that are not perfect, pure or ‘distilled’, yet no less worthy of love. Is a disabled or frail person not worthy of love? Someone who happens to be a foreigner, someone who made a mistake, someone ill or in prison: is that person not worthy of love? We know what Jesus did: he embraced the leper, the blind man, the paralytic, the Pharisee and the sinner. He embraced the thief on the cross and even embraced and forgave those who crucified him” (ibid.).

The proclamation of the Gospel of Life urgently requires that we as a community become a field hospital, ready to heal wounds and to offer always a path of reconciliation and forgiveness. For the Christian, the only possible measure by which we can judge each person and situation is that of the Father’s compassion for all his children.

United to the Lord, in constant cooperation and dialogue with men and women of good will, including those of other religious convictions, we can become the prophetic leaven of a society that increasingly protects and cares for all life.

[01863-EN.01] [Original text: Spanish]

Traduzione in lingua tedesca

Das Evangelium, das wir gehört haben, ist der ersten großen Rede Jesu entnommen: Sie ist uns unter dem Namen „Bergpredigt“ bekannt und beschreibt uns die Schönheit des Weges, den wir eingeladen sind zu beschreiten. Gemäß der Bibel ist der Berg der Ort, wo Gott sich offenbart und sich zu erkennen gibt: »Steig zum mir hinauf« sagte der Herr zu Moses (vgl. Ex 24,1). Ein Berg, dessen Gipfel man nicht aus Ehrgeiz oder Karrierismus erklimmt, sondern nur mit dem aufmerksamen, geduldigen und feinfühligen Hören auf den Meister inmitten der Wegkreuzungen. Der Gipfel ebnet sich, um uns eine immer neue auf dem Erbarmen des Vaters gegründete Perspektive auf all das zu schenken, was uns umgibt. In Jesus finden wir den Höhepunkt dessen, was Menschsein bedeutet. Er weist uns den Weg, der uns zur Fülle führt, der alle bekannten Berechnungen zu übersteigen vermag; in ihm finden wir ein neues Leben, in der wir die Freiheit erfahren können, darum zu wissen, dass wir geliebte Kinder sind.

Wir sind uns jedoch der Tatsache bewusst, dass entlang des Weges diese kindliche Freiheit erstickt und geschwächt werden kann, wenn wir Gefangene des Teufelskreises der Angst und des Leistungsdrucks werden oder wenn wir unsere ganze Aufmerksamkeit und unsere besten Energien in der bedrängenden und hektischen Suche nach Produktivität und Konsum als einzigem Kriterium konzentrieren, um unsere Entscheidungen abzuwägen und zur Geltung zu bringen oder um zu definieren, wer wir sind oder wie viel wir wert sind. Ein Maß, das uns allmählich für die wichtigen Dinge undurchlässig und unempfindlich macht und das Herz antreibt, für Überflüssiges oder Nebensächliches zu schlagen. Wie sehr bedrückt und fesselt die Seele die zwanghafte Vorstellung, dass alles produziert, errungen und kontrolliert werden kann!

Hier in Japan, in einer Gesellschaft mit einer weitentwickelten Wirtschaft, haben mich die jungen Menschen heute Morgen bei der Begegnung mit ihnen darauf aufmerksam gemacht, dass es nicht wenige Personen gibt, die sozial isoliert sind und an den Rändern bleiben, die unfähig sind, die Bedeutung des Lebens und ihrer Existenz zu begreifen. Haus, Schule und Gemeinschaft, die dazu bestimmt sind, Orte zu sein, an denen jeder die anderen unterstützt und ihnen hilft, verfallen immer mehr aufgrund des übermäßigen Wettbewerbs bei der Suche nach Gewinn und Effizienz. Viele Personen fühlen sich verwirrt und unruhig, sie werden von zu vielen Anforderungen und Sorgen erdrückt, die ihnen den Frieden und das Gleichgewicht nehmen.

Wie heilender Balsam klingen die Worte Jesu, die uns dazu einladen, uns nicht zu beunruhigen und Vertrauen zu haben. Dreimal sagt er uns mit Nachdruck: Seid nicht besorgt um euer Leben … um das Morgen (vgl. Mt 6,25.31.34). Dies heißt aber nicht, alles Geschehen um uns herum zu ignorieren oder in unseren Beschäftigungen und täglichen Verantwortungen leichtfertig zu werden; im Gegenteil, es ist eine Provokation, unsere Prioritäten einem weiteren Sinnhorizont zu öffnen und so Raum zu schaffen, um in die gleiche Richtung zu schauen: »Sucht aber zuerst sein Reich und seine Gerechtigkeit; dann wird euch alles andere dazugegeben« (Mt 6,33).

Der Herr sagt uns nicht, dass die Grundbedürfnisse wie Nahrung und Kleidung unwichtig sind; er lädt uns vielmehr ein, unsere alltäglichen Entscheidungen neu zu erwägen, um nicht in der Suche nach Erfolg auf alle Kosten, auch des eigenen Lebens, gefangen und isoliert zu bleiben. Die weltlichen Haltungen, die nur den eigenen Gewinn und Vorteil in dieser Welt verfolgen, und der Egoismus, der sich das individuelle Glück einfordert, machen uns in Wirklichkeit nur unterschwellig unglücklich, sie versklaven uns und behindern überdies die Entwicklung einer wahrhaft harmonischen und menschlichen Gesellschaft.

Das Gegenteil zu einem isolierten, abgeschotteten und sogar erstickten „Ich“ kann nur ein „Wir“ sein, das gemeinsam gefeiert und mitgeteilt wird (vgl. Katechese, 13. Februar 2019). Diese Einladung des Herrn erinnert uns daran, dass es uns nottut, »jubelnd einzuwilligen, dass unsere Wirklichkeit Gabe ist und dass wir auch unsere Freiheit als Gnade annehmen. Dies ist heutzutage die Schwierigkeit in einer Welt, die glaubt, etwas als Frucht der eigenen Originalität oder der Freiheit für sich selbst zu besitzen (Apostolisches Schreiben Gaudete et exsultate, 55). Daher erinnert uns die Bibel in der ersten Lesung daran, wie unsere von Leben und Schönheit erfüllte Welt vor allem eine wunderbare Gabe des Schöpfers ist, der uns vorausgeht: »Gott sah alles an, was er gemacht hatte: Und siehe, es war sehr gut« (Gen 1,31); Schönheit und Gutheit, die uns gegeben wird, damit wir sie auch mit den anderen teilen und ihnen anbieten können, nicht als Herren oder Eigentümer, sondern als Teilhaber des gleichen schöpferischen Traums. »Die echte Sorge für unser eigenes Leben und unsere Beziehungen zur Natur sind nicht zu trennen von der Brüderlichkeit, der Gerechtigkeit und der Treue gegenüber den anderen« (vgl. Enzyklika Laudato si’, 70).

Angesichts dieser Wirklichkeit sind wir als christliche Gemeinschaft eingeladen, jedes Leben zu schützen und mit Weisheit und Mut einen Stil zu bezeugen, der von der Unentgeltlichkeit und dem Erbarmen gekennzeichnet ist, von der Großzügigkeit und dem einfachen Zuhören, der das Leben umfassen und annehmen kann, so wie es sich uns darstellt, »mit all seiner Zerbrechlichkeit und Begrenztheit und oft sogar mit all seinen Widersprüchen und Sinnlosigkeiten« (Ansprache bei der Gebetsvigil des Weltjugendtages, Panama, 26. Januar 2019). Wir sind gerufen, eine Gemeinschaft zu sein, die eine Pädagogik entwickelt, die fähig ist, »all das willkommen zu heißen, was nicht vollkommen ist, was nicht rein oder gefiltert, aber deswegen nicht weniger liebenswert ist. Ist jemand, nur, weil er behindert oder fragil ist, nicht der Liebe würdig? […] Ist jemand, nur, weil er ein Fremder ist, weil er Fehler gemacht hat, weil er krank ist oder weil er in einem Gefängnis sitzt, der Liebe nicht würdig? Und so handelte Jesus: Er nahm sich des Aussätzigen, des Blinden und des Lahmen, des Pharisäers und des Sünders liebevoll an. Er nahm den Verbrecher am Kreuz an und sogar diejenigen, die ihn ans Kreuz lieferten, und verzieh ihnen« (ebd.).

Die Verkündigung des Evangeliums des Lebens treibt uns an und verlangt von uns als Gemeinschaft, dass wir ein Feldlazarett werden, das dazu hergerichtet ist, die Wunden zu heilen und immer einen Weg der Versöhnung und der Vergebung anzubieten. Denn für den Christen ist das einzig mögliche Maß, mit dem er jede Person und jede Situation beurteilen muss, das des Erbarmens des Vaters mit all seinen Kindern.

Vereint mit dem Herrn und in Zusammenarbeit und Dialog mit allen Männern und Frauen guten Willens wie auch mit denen anderer religiöser Überzeugungen können wir uns in den prophetischen Sauerteig einer Gesellschaft verwandeln, die jedes Leben immer mehr schützen und umsorgen möge.

[01863-DE.01] [Originalsprache: Spanisch]

Traduzione in lingua portoghese

O Evangelho que ouvimos faz parte do primeiro grande discurso de Jesus; é conhecido como o «Sermão da Montanha» e descreve-nos a beleza do caminho que somos convidados a percorrer. Segundo a Bíblia, a montanha é o lugar onde Deus Se manifesta e dá a conhecer: «sobe ao encontro do Senhor» (Ex 24, 1), disse Deus a Moisés. Uma montanha cujo cimo se alcança, não com a força de vontade nem com o carreirismo, mas apenas com a escuta atenta, paciente e delicada do Mestre no meio das encruzilhadas do caminho. O cimo transforma-se em planura para nos dar uma perspetiva sempre nova de tudo o que nos rodeia, centrada na compaixão do Pai. Em Jesus, encontramos o cimo do que significa ser humano e indica-nos o caminho que nos leva à plenitude capaz de ultrapassar todos os cálculos conhecidos; n’Ele encontramos uma vida nova, onde se experimenta a liberdade de nos sentirmos filhos amados.

Mas estamos cientes de que, ao longo do caminho, esta liberdade filial pode ver-se sufocada e enfraquecida, quando ficamos prisioneiros do círculo vicioso da ansiedade e da competição, ou quando concentramos toda a nossa atenção e as nossas melhores energias na busca obstinada e frenética de produtividade e consumismo como único critério para medir e avaliar as nossas opções ou definir quem somos e quanto valemos. Medida essa, que pouco a pouco nos torna impermeáveis ou insensíveis às coisas importantes, levando o coração a palpitar pelas coisas supérfluas ou efémeras. Como oprime e enreda a alma a ânsia gerada por pensar que tudo pode ser produzido, conquistado e controlado!

Os jovens fizeram-me notar esta manhã (no encontro que tive com eles) que, numa sociedade como o Japão com uma economia altamente desenvolvida, não são poucas as pessoas socialmente isoladas que permanecem à margem, incapazes de entender o significado da vida e da sua própria existência. A casa, a escola e a comunidade, destinadas a ser lugares onde cada um apoia e ajuda os outros, estão a deteriorar-se cada vez mais pela excessiva competição na busca do lucro e da eficiência. Muitas pessoas sentem-se confusas e inquietas, ficam sobrecarregadas pelas demasiadas exigências e preocupações que lhes tiram a paz e o equilíbrio.

Ressoam, como bálsamo reparador, as palavras do Senhor que convidam a não nos inquietarmos, mas a termos confiança. Insiste nisso três vezes: Não vos inquieteis quanto à vossa vida, com o dia de amanhã (cf. Mt 6, 25.31.34). Não se trata de nos desinteressarmos do que sucede ao nosso redor nem de nos desleixarmos relativamente às nossas ocupações e responsabilidades diárias; antes pelo contrário, é um desafio a abrirmos as nossas prioridades para um horizonte de sentido mais amplo e, assim, criar espaço para olhar na mesma direção: «Procurai primeiro o Reino de Deus e a sua justiça, e tudo o mais se vos dará por acréscimo» (Mt 6, 33).

O Senhor não nos diz que as necessidades básicas, como alimento e roupa, não sejam importantes; mas convida-nos a repensar as nossas opções diárias para não acabarmos entalados ou fechados na busca do êxito a todo o custo, incluindo a custo da própria vida. As atitudes mundanas que buscam e perseguem apenas o próprio lucro ou benefício neste mundo, e o egoísmo que pretende a felicidade individual, subtil mas realmente conseguem apenas tornar-nos infelizes e escravos, para além de dificultar o desenvolvimento duma sociedade verdadeiramente harmoniosa e humana.

O oposto de um «eu» isolado, fechado e até sufocado só pode ser um «nós» partilhado, celebrado e comunicado (cf. Papa Francisco, Catequese, Audiência Geral de 13/II/2019). Este convite do Senhor lembra-nos que «precisamos de reconhecer alegremente que a nossa realidade é fruto dum dom, e aceitar também a nossa liberdade como graça. Isto é difícil hoje, num mundo que julga possuir algo por si mesmo, fruto da sua própria originalidade e liberdade» (Gaudete et exsultate, 55). Por isso, na primeira Leitura, a Bíblia lembra-nos como o nosso mundo, cheio de vida e beleza, seja antes de tudo um dom maravilhoso do Criador que nos precede: «Deus, vendo toda a sua obra, considerou-a muito boa» (Gn 1, 31); beleza e bondade oferecidas para podermos também compartilhá-las e oferecê-las aos outros, não como senhores ou proprietários, mas como participantes dum mesmo sonho criador. «O cuidado autêntico da nossa própria vida e das nossas relações com a natureza é inseparável da fraternidade, da justiça e da fidelidade aos outros» (Laudato si’, 70).

Perante isto, como comunidade cristã somos convidados a proteger toda a vida e testemunhar, com sabedoria e coragem, um estilo marcado pela gratuidade e compaixão, pela generosidade e a escuta simples, um estilo capaz de abraçar e receber a vida como se apresenta «com toda a sua fragilidade e pequenez e, muitas vezes, até com todas as suas contradições e insignificâncias» (XXXIV Jornada Mundial da Juventude, Panamá, Vigília, 26/I/2019). Somos convidados a ser comunidade que desenvolva uma pedagogia capaz de acolher «tudo o que não é perfeito, tudo o que não é puro nem destilado, mas lá por isso não menos digno de amor. Por acaso uma pessoa portadora de deficiência, uma pessoa frágil não é digna de amor? (…) Uma pessoa, mesmo que seja estrangeira, tenha errado, se encontre doente ou numa prisão, não é digna de amor? Assim fez Jesus: abraçou o leproso, o cego e o paralítico, abraçou o fariseu e o pecador. Abraçou o ladrão na cruz, abraçou e perdoou até àqueles que O estavam a crucificar» (Ibidem).

O anúncio do Evangelho da Vida impele-nos e exige de nós, como comunidade, que nos tornemos um hospital de campanha preparado para curar as feridas e sempre oferecer um caminho de reconciliação e perdão. Com efeito, para o cristão, a única medida possível com que julgar cada pessoa e situação é a da compaixão do Pai por todos os seus filhos.

Unidos ao Senhor, cooperando e dialogando sempre com todos os homens e mulheres de boa vontade, e também com as pessoas de convicções religiosas diferentes, podemos tornar-nos fermento profético duma sociedade que protege e cuida cada vez mais de toda a vida.

[01863-PO.01] [Texto original: Espanhol]

Traduzione in lingua polacca

Ewangelia, którą usłyszeliśmy, jest częścią pierwszej wielkiej mowy Jezusa. Znamy ją jako „Kazanie na górze”, i opisuje ona piękno drogi, do której przemierzania jesteśmy zaproszeni. Według Biblii, góra jest miejscem, gdzie Bóg się objawia i daje się poznać: „wejdź do mnie” - powiedział Bóg do Mojżesza (por. Wj 24, 3). Jest to góra, której szczytu nie da się osiągnąć silną wolą czy karierowiczostwem, ale jedynie poprzez uważne, cierpliwe i delikatne słuchanie Nauczyciela pośród skrzyżowań drogi. Szczyt przekształca się w równinę, aby obdarzyć nas nieustannie nową perspektywą wszystkiego wokół nas, skoncentrowaną na współczuciu Ojca. W Jezusie znajdujemy szczyt tego, co oznacza być człowiekiem. Wskazuje On drogę, która prowadzi nas do pełni zdolnej, by przekroczyć wszystkie znane obliczenia. W Nim znajdujemy nowe życie, w którym można doświadczyć wolności, wiedząc, że jesteśmy umiłowanymi dziećmi.

Ale wiemy, że po drodze wolność dzieci może zostać przytłumiona i osłabiona, gdy jesteśmy więźniami błędnego kręgu niepokoju i rywalizacji, lub gdy skupiamy całą naszą uwagę i nasze najlepsze energie na natarczywym i gorączkowym poszukiwaniu wydajności i konsumpcji, jako jedynego kryterium miary i potwierdzenia naszych wyborów, lub określenia, kim jesteśmy i ile jesteśmy warci. Jest to środek, który stopniowo czyni nas nieczułymi lub niewrażliwymi na rzeczy ważne, zmuszając serce, by biło się o rzeczy zbędne lub ulotne. Jakże uciska i więzi duszę niepokój przekonania, że wszystko można wytworzyć, zdobyć lub kontrolować!

Dziś rano, podczas spotkania, młodzi ludzie zwrócili mi uwagę, że tutaj, w Japonii, w społeczeństwie o wysoko rozwiniętej gospodarce, sporo osób jest odizolowanych społecznie, pozostających na uboczu, niezdolnych do zrozumienia znaczenia życia i swego istnienia. Dom, szkoła i wspólnota, które powinny być miejscami, w których każdy wspiera innych i pomaga innym, ulegają coraz bardziej destrukcji przez nadmierną konkurencję w dążeniu do zysku i wydajności. Wiele osób czuje się zdezorientowanych i niespokojnych, przytłoczonych zbyt wieloma wymaganiami i obawami, które odbierają spokój i równowagę.

Jak uzdrawiający balsam rozbrzmiewają słowa Jezusa zachęcające nas, byśmy się nie trapili i mieli ufność. Trzy razy usilnie nam mówi: „Nie troszczcie się zbytnio o swoje życie... o jutro” (por. Mt 6, 25.31.34). Nie oznacza to zachęty do zaniedbywania tego, co się dzieje wokół nas lub do nieodpowiedzialności za codzienne zajęcia i obowiązki. Wręcz przeciwnie, jest to wyzwanie do otwarcia naszych priorytetów na szerszą perspektywę sensu, a tym samym stworzenia przestrzeni do spojrzenia w tym samym kierunku co On: „starajcie się naprzód o królestwo i o Jego sprawiedliwość, a to wszystko będzie wam dodane” (Mt 6, 33).

Pan nie mówi nam, że nie są ważne potrzeby podstawowe, takie jak pożywienie i odzież. Zachęca nas raczej do ponownego przemyślenia naszych codziennych wyborów, aby nie wpaść w pułapkę lub odizolować się w dążeniu do sukcesu za wszelką cenę, w tym cenę własnego życia. Postawy światowe, które szukają i dążą jedynie do własnego zysku lub korzyści na tym świecie, i egoizm, udający szczęście indywidualne, czynią nas w istocie przenikliwie nieszczęśliwymi i niewolnikami, a także utrudniają rozwój prawdziwie harmonijnego i ludzkiego społeczeństwa.

Przeciwieństwem izolowanego, samotnego, a nawet tłumionego „ja” może być tylko wspólne, celebrowane i komunikowane „my” (por. Katecheza, 13 lutego 2019). To zaproszenie Pana przypomina nam, że „musimy uznać z radością, że nasza rzeczywistość jest owocem daru i zaakceptować także naszą wolność jako łaskę. Jest to dziś trudne w świecie, który wierzy, że ma coś sam z siebie, owoc swojej oryginalności i wolności” (Adhort. apost. Gaudete et exsultate, 55). Dlatego w pierwszym czytaniu Biblia przypomina nam, że nasz świat pełen życia i piękna jest przede wszystkim wspaniałym darem Stwórcy, który nas poprzedza: „Bóg widział, że wszystko, co uczynił, było bardzo dobre” (Rdz 1,31); piękno i dobro ofiarowane, abyśmy mogli się nim dzielić i ofiarować innym, nie jako panowie lub właściciele, ale jako uczestnicy tego samego stwórczego marzenia. „Autentyczna troska o nasze życie i naszą relację z naturą jest nierozerwalnie związana z wymiarem sprawiedliwości i braterstwa oraz wierności wobec innych” (Enc. Laudato si’, 70).

W obliczu tej rzeczywistości, jesteśmy zaproszeni jako wspólnota chrześcijańska do ochrony każdego życia oraz mądrego i mężnego świadczenia stylu nacechowanego bezinteresownością i współczuciem, wielkodusznością i zwyczajnym słuchaniem, zdolnym, by docenić i przyjmować życie, takim jakim jest, „z całą jego kruchością i małością, a często nawet ze wszystkimi jego sprzecznościami i brakiem sensu” (Przemówienie podczas czuwania ŚDM, Panama, 26 stycznia 2019). Jesteśmy powołani do bycia wspólnotą, która rozwinęłaby pedagogikę, która jest w stanie „zaakceptować to wszystko, co nie jest doskonałe, to wszystko, co nie jest czyste ani przefiltrowane, ale tym niemniej warte jest miłości […] Czy ktoś, kto jest cudzoziemcem, jest chory czy w więzieniu, nie jest godny miłości? Tak czynił Jezus: wziął w ramiona trędowatego, ślepca i paralityka, objął faryzeusza i grzesznika. Objął łotra na krzyżu, a nawet uściskał i przebaczył nawet tym, którzy Go krzyżowali” (tamże).

Głoszenie Ewangelii życia nas pobudza i wymaga od nas jako wspólnoty, abyśmy się stali szpitalem polowym, gotowym do leczenia ran i oferowania zawsze drogi pojednania i przebaczenia. Dla chrześcijanina bowiem jedyną możliwą miarą, którą można osądzać każdą osobę i każdą sytuację jest współczucie Ojca dla wszystkich swoich dzieci.

Zjednoczeni z Panem, zawsze współpracując i prowadząc dialog ze wszystkimi mężczyznami i kobietami dobrej woli, a także z wyznawcami różnych przekonań religijnych, możemy przekształcić się w proroczy zaczyn społeczeństwa, które coraz bardziej chroni i troszczy się o życie.

[01863-PL.01] [Testo originale: Spagnolo]

Traduzione in lingua araba

الزيارة الرسولية إلى اليابان

عظة قداسة البابا فرنسيس

في كاتدرائية

طوكيو، 25 نوفمبر/تشرين الثاني 2019

إن الإنجيل الذي سمعناه هو جزء من موعظة يسوع الأولى الرائعة التي نعرفها باسم "موعظة الجبل" والتي تصف لنا جمال الطريق الذي نحن مدعوّون لأن نسلكه. وفقًا للكتاب المقدّس، الجبل هو المكان الذي يَظهر فيه اللهُ ويكشف عن نفسه للإنسان: "اصعد إليَّ"، قال الربّ لموسى (را. خر 24، 1). لا يمكن الوصول إلى قمّة هذا الجبل عن طريق عمل تطوّعي مؤقّت، ولا عن طريق البحث عن مناصب، بل عبر إصغاءٍ متنبّه وصبور ومرهف للمعلّم وسط تشعّبات المسيرة. وتتحوّل القمّة أحيانًا إلى سهل فتمنحنا منظورًا متجدّدًا لكلّ ما يحيط بنا، يقوم على شفقة الله الآب. ففي يسوع نجد قمّة ما تعنيه الإنسانية، ويرشدنا على الطريق التي تقودنا إلى الملء القادر على تخطّي جميع الحسابات المعروفة. فيه نجد حياة جديدة، نختبر من خلالها الحرّية النابعة من أدراكنا بأننا أبناء الله المحبوبين.

ولكننا نعلم أن حرّية الأبناء هذه معرّضة على طول الطريق للاختناق والضعف عندما تأسرنا حلقة القلق والتنافس المفرغة أو عندما نركّز كلّ اهتمامنا وأفضل طاقاتنا على البحث المُلِحّ والمُرهِق عن الإنتاج والاستهلاك، ونعتبرهما المعيار الوحيد للقياس والتحقّق من صحّة خياراتنا أو لتحديد هويّتنا: مَن نحن وما هي قيمتنا؟ إن هذا القياس يفقدنا شيئًا فشيئًا التنبّه للأمور المهمّة، ويدفع القلب للتعلّق بالأمور الزائدة أو الزائلة. كم أن الاعتقاد أننا نقدر أن ننتج كلّ شيء ونستملك كلّ شيء ونسيطر على كلّ شيء، يقيّد النفس ويخنقها!

قال لي الشبيبة هذا الصباح، في لقائي معهم، أن عددًا غير قليل من الناس، هنا في اليابان، في مجتمع يتمتّع باقتصاد متطوّر للغاية، هم معزولون اجتماعيًّا ومهمّشون، وغير قادرين على فهم معنى حياتهم ووجودهم. فالبيت والمدرسة والمجتمع، بدل أن تكون أماكن يساندُ كلّ شخص فيها الآخرين ويساعدهم، هي في تدهور مستمرّ بسبب المنافسة المفرطة في السعي لتحقيق الربح والبحث عن الكفاءة. كثير من الأشخاص يشعرون بالارتباك والقلق، يرزحون تحت وطأة المتطلّبات والهموم الكثيرة التي تسلبهم السلام والاتزان.

تدعونا كلمات يسوع، التي تتردّد كالبلسم الشافي، إلى عدم الاضطراب وإلى الثقة. فقد قال لنا ثلاث مرّات بإلحاح: لا تهتمّوا بشأن حياتكم ... لا تهتمّوا بالغد (را. متى 6، 25. 31. 34). هذه ليست دعوة لنتجاهل ما يحدث من حولنا أو لأن نصبح غير مبالين بأشغالنا ومسؤوليّاتنا اليوميّة، بل على العكس، إنها تحثّنا على إعطاء معنى أوسع لأولوياتنا، وإلى خلق مساحة ننظر منها في نفس اتّجاهه: "اطلُبوا أَوَّلاً مَلَكوتَه وبِرَّه تُزادوا هذا كُلَّه" (متى 6، 33).

لا يقول لنا الربّ إن الضروريات الأساسيّة للحياة، مثل الطعام والملابس، ليست مهمّة؛ إنما يدعونا إلى إعادة النظر في خياراتنا اليومية حتى لا يأسرنا أو يعزلنا البحث عن النجاح بأيّ ثمن، حتى على حساب حياتنا. فالتصرّفات الدنيوية، التي تسعى فقط لتحقيقِ وطَلَبِ مصلحتها أو فائدتها في هذا العالم، والأنانيّة التي تبحث عن السعادة الفرديّة، تجعلنا في الواقع تعساءَ وعبيدًا، فضلًا عن أنها تعرقل تطوّر مجتمع متناغم وإنسانيّ حقًّا.

لا يمكن أن يواجه الـ "أنا" المنعزل والمنفصل وحتى المختنق، إلّا الـ "نحن" المشارِك والمكرِّم والمتواصل (را. التعليم المسيحي، 13 فبراير/شباط 2019). تذكّرنا دعوة الربّ هنا أننا "بحاجة لأن نعترف بفرح أنَّ واقعنا هو ثمرة عطيّة، وأن نقبل أيضًا حريّتنا كنعمة. هذا هو الأمر الصعب في يومنا هذا، في عالم يعتقد أنّه يملك شيئًا من تلقاء ذاته، كثمرة لإبداعه أو لحريّته" (الارشاد الرسولي، اِفَرحوا وابتَهِجوا، 55). لهذا السبب يذكّرنا الكتاب المقدّس، في القراءة الأولى، كيف أن عالمنا، المليء بالحياة والروعة، هو في المقام الأوّل عطيّة رائعة من الخالق الذي يسبقنا: "ورأَى اللهُ جَميعَ ما صَنَعَه فاذا هو حَسَنٌ جِدًّا" (تك 1، 31)؛ منحنا اللهُ هذا الصلاح والجمال كي نتقاسمه ونقدّمه للآخرين، ليس كأسياد أو مالكين، بل كشركاء في نفس الحلم الخلّاق. "إن العناية الحقيقية بحياتنا نفسها وبعلاقاتنا مع الطبيعة هي جزء لا يتجزأ من الأخوّة والعدالة والإخلاص تجاه الآخرين" (الرسالة العامة كُنْ مُسَبَّحًا، 70).

إننا مدعوّون كجماعة مسيحيّة، إزاء هذا الواقع، إلى حماية كلّ حياة ولأن نشهد بحكمةٍ وشجاعةٍ لأسلوبِ حياةٍ يتّسم بالمجانيّة والشفقة، والسخاء والاصغاء البسيط؛ لأسلوبٍ قادر على معانقة الحياة وقبولها كما هي "مع كلّ هشاشتها، وصَغارها، وحتى غالبًا مع كلّ ما تحمله من تناقضات وما ينقصها من معنى" (را. كلمة قداسة البابا خلال السهرة مع الشبيبة، بنما 26 يناير/كانون الثاني 2019). نحن مدعوّون لأن نكون جماعةً تطوِّر نهجًا تربويًّا قادرًا على الترحيب "بكلّ ما هو غير كامل، أو كلّ ما هو غير نقي أو غير مُصَفّى: لأنه مع ذلك كله يستحقّ حبّنا. أيجوز ألا نحب إنسانًا لأنه معوَّق أو ضعيف؟ […] أيجوز ألا نحب إنسانًا لأنه غريب، أو لأنه أخطأ أو لأنه مريض أو مسجون؟ هذا ما فعله يسوع: لقد عانق الأبرص والأعمى والمقعد، وعانق الفريسي والخاطئ. عانق اللصّ على الصليب وعانق حتى أولئك الذين كانوا يصلبونه وصفح عنهم" (را. نفس المرجع).

يحثّنا إعلان إنجيل الحياة ويطالبنا، كجماعة، بأن نصبح "مستشفى ميداني"، مستعدّين لمعالجة الجروح ولأن تكون مسيرتنا دائمًا مسيرة مصالحة وتسامح. لأن المقياس الوحيد بالنسبة إلى المسيحي في تقييمه كلّ إنسان وكلّ حالة هو رحمة الآب لجميع أبنائه.

عسانا، من خلال اتّحادنا بالرب، وعبر تعاوننا وتحاورنا دائمًا مع جميع الرجال والنساء ذوي الإرادة الصالحة وأيضًا مع ذوي المعتقدات الدينية المختلفة، أن نصبح خميرة نبويّة في مجتمعٍ يريد أن يحمي ويرعى كلّ حياة.

[01863-AR.01] [Original text: Spanish]

[B0923-XX.02]