Sala Stampa

www.vatican.va

Sala Stampa Back Top Print Pdf
Sala Stampa


Viaggio Apostolico di Papa Francesco a Panamá in occasione della XXXIV Giornata Mondiale della Gioventù (23-28 gennaio 2019) – Liturgia penitenziale con i giovani detenuti a Pacora, 25.01.2019


Liturgia Penitenziale con i giovani detenuti a Pacora

Omelia del Santo Padre

Traduzione in lingua italiana

Traduzione in lingua francese

Traduzione in lingua inglese

Traduzione in lingua tedesca

Traduzione in lingua portoghese

Traduzione in lingua polacca

Traduzione in lingua araba

Questa mattina, dopo aver celebrato la Santa Messa in privato nella Nunziatura Apostolica, alla presenza di fedeli e collaboratori dell’Arcidiocesi di Panamá, il Santo Padre Francesco si è recato presso il Collegio “Las Esclavas”, situato nei pressi della Nunziatura, dove ha incontrato in privato un gruppo di 450 giovani cubani pellegrini della GMG. Il Papa, arrivato al Collegio alla fine della Messa, ha impartito la benedizione e ha rivolto un breve saluto ai presenti. All’incontro hanno preso parte, oltre ai giovani, anche due vescovi cubani. Al termine il Papa si è trasferito in auto al Centro de Cumplimiento de Menores Las Garzas de Pacora, Centro di reclusione per giovani detenuti.

Al suo arrivo il Papa è stato accolto dall’Arcivescovo di Panamá, S.E. Mons. José Domingo Ulloa Mendieta, O.S.A., e dalla Direttrice del Centro, Sig.ra Emma Alba Tejada. Quindi alle ore 10.30 locali (16.30 ora di Roma) ha avuto luogo la Liturgia Penitenziale con i giovani detenuti.

Dopo il canto iniziale e la testimonianza di uno dei giovani ospiti della struttura, si è svolta la liturgia penitenziale. Dopo la lettura di un brano evangelico, il Papa ha pronunciato l’omelia.

Al termine hanno avuto luogo le confessioni e le assoluzioni individuali di 12 ragazzi e, dopo la benedizione conclusiva del Santo Padre e il saluto di ringraziamento della Direttrice del Centro, lo scambio dei doni.

Quindi Papa Francesco, dopo aver salutato i 30 giovani detenuti, a bordo di un elicottero militare, è partito alla volta dell’aeroporto Marcos A. Gelabert di Panamá. Al suo arrivo è rientrato alla Nunziatura Apostolica.

Pubblichiamo di seguito l’omelia che il Papa ha pronunciato nel corso della liturgia penitenziale:

Omelia del Santo Padre

«Este recibe a los pecadores y come con ellos» acabamos de escuchar en el evangelio (Lc 15,2). Y eso es lo que murmuraban algunos fariseos, escribas, doctores de la ley, bastante escandalizados, bastante molestos por el modo como se comportaba Jesús.

Con esa expresión pretendían descalificarlo, desvalorizarlo delante de todos, pero lo único que consiguieron fue señalar una de las actitudes de Jesús más comunes, más distintivas, más lindas: «Este recibe a los pecadores y come con ellos». Y todos somos pecadores, todos, y por eso nos recibe Jesús con cariño, a todos los que estamos acá, y si alguno no se siente pecador –de todos los que estamos aquí– sepa que Jesús no lo va a recibir, se pierde lo mejor.

Jesús no tiene miedo de acercarse a aquellos que, por un montón de razones, cargaban sobre sus espaldas con el odio social como eran los publicanos ―recordemos que los publicanos se enriquecían en base a saquear a su mismo pueblo; ellos provocaban mucha pero mucha indignación― o también tenían el odio social porque habían tenido algún error en su vida, errores y equivocaciones, alguna culpa, y así los llamaban pecadores. Jesús lo hace porque sabe que en el cielo hay más fiesta por uno solo de los que se equivocan, de los pecadores convertidos, que por noventa y nueve justos que permanecen bien (cf. Lc 15,7).

Y mientras esta gente se limitaba a murmurar o a indignarse porque Jesús se juntaba con la gente señalada por algún error social, algún pecado, y cerraban las puertas de la conversión, del diálogo con Jesús, Jesús se acerca y se compromete, Jesús pone en juego su reputación e invita siempre a mirar un horizonte capaz de hacer nueva la vida, de hacer nueva la historia. Todos, todos, tenemos un horizonte, todos. “Yo no lo tengo”, puede decir alguno. Abrí la ventana y lo vas a encontrar, abrí la ventana de tu corazón, abrí la ventana del amor que es Jesús y lo vas a encontrar. Todos tenemos un horizonte. Son dos miradas bien diferentes que se contraponen, la de Jesús y la de estos doctores de la ley. Una mirada estéril e infecunda ―la de la murmuración y el chisme, el que siempre está hablando mal de los otros y se siente justo― y otra que invita a la transformación y a la conversión ―que es la del Señor―, a una vida nueva como vos expresaste recién.

La mirada de la murmuración y del chisme

Y esto no es de aquella época, es de hoy también. Muchos no toleran y no les gusta esta opción de Jesús, es más, entre dientes al principio y con gritos al final, manifiestan su disgusto buscando desacreditar este comportamiento de Jesús y de todos los que están con él. No aceptan, rechazan esta opción de estar cerca y ofrecer nuevas oportunidades. Esta gente condena de una vez para siempre, descalifica de una vez para siempre y se olvidan que a los ojos de Dios ellos están descalificados y necesitan ternura, necesitan de amor y de comprensión, pero no lo quieren aceptar. Con la vida de la gente parece más fácil poner rótulos y etiquetas que congelan y estigmatizan no solo el pasado sino también el presente y el futuro de las personas. Les ponemos etiquetas a la gente: “este es así”, “este hizo esto, y ya está”, y tiene que cargar con eso por el resto de sus días. Así son esta gente que murmura –los chismosos–, son así. Y rótulos en definitiva, lo único que logran es dividir: acá están los buenos y allá están los malos; acá están los justos y allá los pecadores. Y eso Jesús no lo acepta, eso es la cultura del adjetivo, nos encanta adjetivar a la gente, nos encanta: “¿Vos cómo te llamas? Me llamo bueno”. No, ese es un adjetivo. ¿Cómo te llamás? ―ir al nombre de la persona―, ¿quién sos?, ¿qué hacés?, ¿qué ilusiones tenés?, ¿cómo siente tú corazón? A los chismosos no le interesa, buscan rápido una etiqueta para sacárselos de encima. La cultura del adjetivo que descalifica a las personas. Piensen en eso para no caer en esto que se nos ofrece tan fácilmente en la sociedad.

Esta actitud contamina todo porque levanta un muro invisible que hace creer que, marginando, separando, aislando, se resolverán mágicamente todos los problemas. Y cuando una sociedad o comunidad se permite esto y lo único que hace es cuchichear, chismear y murmurar, entra en un círculo vicioso de divisiones, reproches y condenas. Curioso, esta gente que no acepta a Jesús así, y lo que nos enseña Jesús, es gente que está peleada siempre entre ellos, se están condenando entre ellos, entre los que se llaman justos. Y además es una actitud de marginación y exclusión, de confrontación que le hace decir irresponsablemente como Caifás: «Mejor que se muera uno por el pueblo, y que no perezca la nación entera» (Jn 11,50). Mejor que estén guardados todos allí, que no vengan a molestar, nosotros queremos vivir tranquilos. Es duro esto y con esto se tuvo que enfrentar Jesús y con esto nos enfrentamos nosotros hoy. Normalmente el hilo se corta por la parte más fina: la de los pobres y la de los indefensos. Y son los que más sufren estas condenas sociales, que no permiten levantarse.

Qué dolor genera ver cuando una sociedad concentra sus energías más en murmurar e indignarse que en luchar y luchar para crear oportunidades y transformación.

La mirada de la conversión, la otra mirada

En cambio, todo el evangelio está marcado por esta otra mirada que no es nada más y nada menos que la que nace del corazón de Dios. Dios nunca te va a echar, Dios no echa a nadie, Dios te dice: “vení”. Dios te espera y te abraza y, si no sabés el camino, te va a buscar, como hizo este pastor con las ovejas. En cambio, la otra mirada rechaza. El Señor quiere hacer fiesta cuando ve a sus hijos que retornan a casa (cf. Lc 15,11-32). Y así lo testimonió Jesús manifestando hasta el extremo el amor misericordioso del Padre. Tenemos Padre –lo dijiste vos, me gustó esa confesión tuya–, tenemos Padre. Yo tengo un Padre que me quiere: cosa linda. Un amor, el de Jesús, que no tiene tiempo para murmurar, sino que busca romper el círculo de la crítica superflua e indiferente, neutra y aséptica. Te doy gracias Señor –decía aquel doctor de la Ley–, porque no soy como ese, no soy como ese. Estos, que creen que tienen el alma purificada diez veces en una ilusión de vida aséptica que no sirve para nada. Una vez le escuché decir a un campesino una cosa que me llegó: ¿El agua más pura cuál es? Sí, el agua destilada –decía él–. Usted sabe padre que cuando la tomo no tiene sabor a nada, así es la vida de los que están criticando y chismeando, y separándose de los demás: se sienten tan puros, tan asépticos, que no tienen sabor a nada; son incapaces de convocar a alguien; viven para cuidarse, para hacerse la cirugía estética en el alma y no para tender la mano a otros y ayudarlos a crecer, que es lo que hace Jesús, que acepta la complejidad de la vida y de cada situación; el amor de Jesús, el amor de Dios, el amor del Padre Dios –que dijiste vos–, es un amor que inaugura una dinámica capaz de inventar caminos, ofrecer oportunidades de integración y de transformación, oportunidades de sanación, perdón, y salvación. Y comiendo con los publicanos y los pecadores, Jesús rompe la lógica que separa, que excluye, que aísla, que divide falsamente entre “buenos y malos”. Y no lo hace por decreto o con buenas intenciones, tampoco con voluntarismos o sentimentalismo. ¿Cómo lo hace Jesús? Creando vínculos, vínculos capaces de posibilitar nuevos procesos; apostando y celebrando cada paso posible. Por eso Jesús cuando Mateo se convierte ―lo van a ver en el Evangelio―, no le dice: “Bueno, está bien, te felicito, vení conmigo”. No, le dice: “Hagamos fiesta en tu casa” e invita a todos sus amigos, que eran como Mateo condenados por la sociedad, a hacer fiesta. El chismoso, el que separa, no sabe hacer fiesta porque tiene el corazón amargado.

Crear vínculos, hacer fiesta, es lo que hace Jesús y de esa manera rompe con otra murmuración nada fácil de detectar y que “taladra los sueños” porque repite como susurro continuo: “No vas a poder, no vas a poder”. Cuántas veces ustedes la han sentido: “No vas a poder”. Cuidado, eso es como la polilla, que te va comiendo por dentro. Cuando vos sentís “no vas a poder”, date un cachetazo: “Sí, voy a poder y te lo voy a demostrar”. Es el cuchicheo interior, el chisme interior que aparece en quien, habiendo llorado su pecado y consciente de su error no cree que pueda cambiar. Y esto sucede cuando se cree interiormente que el que nació “publicano” tiene que morir “publicano”; y esto no es verdad, el Evangelio nos dice todo lo contrario. Once de los doce apóstoles eran pecadores pesados, porque cometieron el peor de los pecados: abandonaron a su Maestro, otros renegaron de él, otros se escaparon lejos. Traicionaron, los apóstoles, y Jesús les fue buscando uno a uno, y son los que cambiaron el universo. A ninguno se le ocurrió decir: “No vas a poder”, porque habiendo visto el amor de Jesús después de esa traición, “voy a poder porque vos me vas a dar la fuerza”. Cuidado con la polilla del “no vas a poder”, mucho cuidado.

Amigos: Cada uno de nosotros es mucho más que los rótulos que nos ponen, es mucho más que los adjetivos que nos quieren poner, es mucho más de la condena que nos impusieron. Y así Jesús nos enseña y nos lo invita a creer. La mirada de Jesús nos desafía a pedir y buscar ayuda para transitar los caminos de la superación. Hay veces que la murmuración parece ganar, pero no la crean, no la escuchen. Busquen y escuchen las voces que impulsan a mirar hacia delante y no las que los tiran abajo. Escuchen las voces que le abren la ventana y le hacen ver el horizonte: “Sí, pero está lejos”. “Pero vas a poder. Míralo bien y vas a poder”. A cada vez que viene la polilla con el “no vas a poder”, vos contestále desde adentro: “Voy a poder”, y miren el horizonte.

La alegría y la esperanza del cristiano ―de todos nosotros, y también del Papa― nace de haber experimentado alguna vez esta mirada de Dios que nos dice: “vos sos parte de mi familia y no te puedo dejar a la intemperie”, eso es lo que nos dice Dios a cada uno, porque Dios es Padre –lo dijiste vos–: “Vos sos parte de mi familia y no te voy a dejar a la intemperie, no te voy a dejar tirado en la cuneta, no, no puedo perderte en el camino ―nos dice Dios, a cada uno, con nombre y apellido―, yo estoy aquí contigo”. ¿Aquí? Sí, Señor. Esto es haber sentido como lo compartiste vos, Luis, que en aquellos momentos que parecía que todo se había acabado algo te dijo: “¡No! Todo no ha terminado”, porque tenés un propósito grande que te permite comprender que el Padre Dios estaba y está con todos nosotros y nos regala personas con las que caminar y ayudarnos a alcanzar nuevas metas.

Y así Jesús transforma la murmuración en fiesta y nos dice: “¡Alegráte conmigo, vamos a hacer fiesta!”. En la parábola del hijo pródigo –me gustó una vez que encontré una traducción–, dice que el padre cuando vio que el hijo ya volvía a la casa, dice: “Vamos a hacer fiesta”, y ahí empezó la fiesta. Y una traducción decía: “Y ahí empezó el baile”. La alegría, la alegría con que somos recibidos por Dios con el abrazo del Padre; empezó el baile.

Hermanos: Ustedes son parte de la familia, ustedes tienen mucho para compartir, ayúdennos a saber cuál es la mejor manera para estar y acompañar el proceso de transformación que, como familia, todos necesitamos.

Una sociedad se enferma cuando no es capaz de hacer fiesta por la transformación de sus hijos, una comunidad se enferma cuando vive de la murmuración aplastante, condenatoria e insensible, el chisme. Una sociedad es fecunda cuando logra generar dinámicas capaces de incluir e integrar, de hacerse cargo y luchar para crear oportunidades y alternativas que den nuevas posibilidades a sus hijos, cuando se ocupa en crear futuro con comunidad, educación y trabajo. Esa comunidad es sana. Y si bien puede experimentar la impotencia de no saber el cómo, no se rinde y lo vuelve a intentar. Y todos tenemos que ayudarnos para aprender, en comunidad, a encontrar estos caminos, a intentarlo de nuevo y a intentarlo de nuevo. Es una alianza que tenemos que animarnos a realizar: ustedes, chicos, chicas, los responsables de la custodia y las autoridades del Centro y el Ministerio, todos y sus familias, así como los agentes de Pastoral. Todos, peleen y peleen, pero no entre ustedes por favor, peleen, ¿para qué? para encontrar y buscar los caminos de inserción y de transformación. Y esto el Señor lo bendice, esto el Señor lo sostiene y esto el Señor lo acompaña.

En breve continuaremos con la celebración penitencial donde todos podremos experimentar la mirada del Señor, que no mira un adjetivo nunca, mira un nombre, mira a los ojos, mira el corazón, no mira un rótulo ni una condena, sino que mira hijos. Mirada de Dios que desmiente las descalificaciones y nos da la fuerza para crear esas alianzas necesarias que nos ayudan a todos a desmentir las murmuraciones, esas alianzas fraternas que permiten que nuestras vidas sean siempre una invitación a la alegría de la salvación, a la alegría de tener un horizonte adelante, a la alegría de la fiesta de hijo. Vayamos por este camino. Gracias.

[00114-ES.02] [Texto original: Español]

Traduzione in lingua italiana

«Costui accoglie i peccatori e mangia con loro» (Lc 15,2), abbiamo appena ascoltato nel Vangelo. È ciò che mormoravano alcuni farisei, scribi, dottori della legge, piuttosto scandalizzati, piuttosto infastiditi dal modo in cui Gesù si comportava.

Con questa espressione cercavano di squalificarlo, screditarlo davanti a tutti, ma non fecero che evidenziare uno degli atteggiamenti di Gesù più comuni, più distintivi, più belli: «Costui accoglie i peccatori e mangia con loro». E tutti siamo peccatori, tutti, e per questo Gesù ci accoglie con affetto, tutti noi che siamo qui; e se qualcuno non si sente peccatore, tra tutti noi che siamo qui, sappia che Gesù non lo riceverà, si perderà il meglio.

Gesù non ha paura di avvicinarsi a coloro che, per mille ragioni, portavano il peso dell’odio sociale, come nel caso dei pubblicani – ricordiamo che i pubblicani si arricchivano derubando il loro stesso popolo; essi suscitavano molta, molta indignazione –, oppure portavano l’odio sociale perché avevano fatto alcuni errori nella loro vita, degli errori e degli sbagli, qualche colpa, e così li chiamavano peccatori. Gesù lo fa perché sa che nel Cielo si fa più festa per un solo di quelli che sbagliano, dei peccatori convertiti, che per novantanove giusti che continuano bene (cfr Lc 15,7).

E mentre queste persone si limitavano a mormorare o a sdegnarsi, perché Gesù si incontrava con le persone segnate da qualche errore sociale, da qualche peccato, e chiudevano le porte della conversione, del dialogo con Gesù, Gesù si avvicina e si compromette, Gesù mette in gioco la sua reputazione e invita sempre a guardare un orizzonte capace di rinnovare la vita, di rinnovare la storia. Tutti, tutti abbiamo un orizzonte. Tutti. Qualcuno può dire: “Io non ce l’ho”. Apri la finestra, e lo troverai. Apri la finestra del tuo cuore, apri la finestra dell’amore che è Gesù, e lo troverai. Tutti abbiamo un orizzonte. Sono due sguardi ben diversi che si contrappongono: quello di Gesù e quello di questi dottori della legge. Uno sguardo sterile e infecondo – quello della mormorazione e del pettegolezzo, che sempre parla male degli altri e si sente giusto –, e un altro – che è quello del Signore – che chiama alla trasformazione e alla conversione, a una vita nuova, come tu hai detto poco fa [rivolto al giovane che ha fatto la testimonianza].

Lo sguardo della mormorazione e del pettegolezzo

E questo non vale solo per quei tempi, vale anche per oggi! Molti non sopportano e non amano questa scelta di Gesù, anzi, prima a mezza voce e alla fine gridando manifestano il loro disappunto cercando di screditare questo comportamento di Gesù e di tutti coloro che stanno con Lui. Non accettano, rifiutano questa scelta di stare vicino e di offrire nuove opportunità. Questa gente condanna una volta per tutte, scredita una volta per tutte e si dimentica che agli occhi di Dio loro stessi sono screditati e hanno bisogno di tenerezza, hanno bisogno di amore e di comprensione, ma non vogliono accettare. Non l’accettano. Con la vita della gente sembra più facile dare titoli e etichette che congelano e stigmatizzano non solo il passato ma anche il presente e il futuro delle persone. Mettiamo etichette alle persone: questo è così, quello ha fatto questo e ormai c’è e deve portarlo per il resto dei suoi giorni. Così è questa gente che mormora, i pettegoli, sono così. Etichette che, alla fine, non fanno altro che dividere: di qua i buoni, di là i cattivi; di qua i giusti, di là i peccatori. E questo, Gesù non lo accetta. Questa è la cultura dell’aggettivo: ci piace tanto “aggettivare” la gente, ci piace tanto. “Tu, come ti chiami?” – “Mi chiamo buono” – “No, questo è un aggettivo. Come ti chiami?”. Andare al nome della persona: chi sei, cosa fai, quali sogni hai, cosa sente il tuo cuore… Ai pettegoli questo non interessa; cercano subito un’etichetta per toglierseli di mezzo. La cultura dell’aggettivo che scredita la persona. Pensateci, per non cadere in questo [atteggiamento] che con tanta facilità ci viene offerto nella società.

Questo atteggiamento inquina tutto perché alza un muro invisibile che fa pensare che emarginando, separando e isolando si risolveranno magicamente tutti i problemi. E quando una società o una comunità si permette questo, e non fa altro che bisbigliare, spettegolare e mormorare, entra in un giro vizioso di divisioni, rimproveri e condanne. È interessante: queste persone che non accettano Gesù e quello che Gesù ci insegna, sono persone che litigano sempre tra loro, si condannano a vicenda, tra quelli che si chiamano giusti. E inoltre è un atteggiamento di emarginazione e di esclusione, di opposizione che fa dire irresponsabilmente come Caifa: «È conveniente che un solo uomo muoia per il popolo, e non vada in rovina la nazione intera» (Gv 11,50). Meglio che stiano custoditi tutti lì, che non vengano a dare fastidio, noi vogliamo vivere in pace. È duro questo, e questo ha dovuto affrontare Gesù, e questo affrontiamo anche noi oggi. Normalmente il filo si spezza nel punto più sottile: quello dei poveri e degli indifesi. E sono quelli che soffrono di più per queste condanne sociali, che non permettono di rialzarsi.

Come fa male vedere una società che concentra le sue energie nel mormorare e nello sdegnarsi piuttosto che nell’impegnarsi, impegnarsi per creare e opportunità e trasformazione!

Lo sguardo della conversione: l’altro sguardo

Invece, tutto il Vangelo è segnato da quest’altro sguardo che nasce né più né meno che dal cuore di Dio. Dio non ti abbandona mai. Dio non abbandona nessuno. Dio ti dice: “Vieni”. Dio ti aspetta e ti abbraccia, e se non sai la strada viene a cercarti, come ha fatto il pastore con le pecore. Invece, l’altro sguardo rifiuta. Il Signore vuole fare festa quando vede i suoi figli che ritornano a casa (cfr Lc 15,11-32). Così ha testimoniato Gesù manifestando fino all’estremo l’amore misericordioso del Padre. Abbiamo un Padre. Lo hai detto tu: mi è piaciuta questa tua confessione: abbiamo un Padre. Io ho un Padre che mi ama. È una cosa bella. Un amore, quello di Gesù, che non ha tempo per mormorare, ma cerca di rompere il cerchio della critica inutile e indifferente, neutra e asettica. “Ti ringrazio, Signore – diceva quel dottore della legge –, perché non sono come quello”. Non sono come quello. Questi che pensano di avere l’anima purificata dieci volte in un’illusione di vita asettica che non serve a niente. Una volta ho sentito un contadino che diceva una cosa che mi ha colpito: “L’acqua più pulita qual è? Sì, l’acqua distillata – diceva –. Lei sa, padre, che quando la bevo non sa di niente”. Così è la vita di quelli che criticano e spettegolano e si separano dagli altri: si sentono tanto puliti, tanto asettici che non sanno di niente, sono incapaci di invitare qualcuno, vivono curandosi di sé stessi, per farsi la chirurgia estetica nell’anima e non per tendere la mano agli altri e aiutarli a crescere. Che è quello che fa Gesù, che accetta la complessità della vita e di ogni situazione; l’amore di Gesù, l’amore di Dio, l’amore di Dio Padre – come hai detto tu – è un amore che inaugura una dinamica capace di inventare strade, offrire opportunità di integrazione e trasformazione, opportunità di guarigione, di perdono, di salvezza. E mangiando con pubblicani e peccatori, Gesù rompe la logica che separa, che esclude, che isola, che divide falsamente tra “buoni e cattivi”. E non lo fa per decreto o solo con buone intenzioni, nemmeno con volontarismi o sentimentalismo. Come lo fa Gesù? Creando legami, legami capaci di permettere nuovi processi; scommettendo e festeggiando ad ogni passo possibile. Per questo Gesù, quando Matteo si converte – lo troverete nel Vangelo – non gli dice: “Bene, d’accordo, complimenti, vieni con me”. No, gli dice: “Andiamo a festeggiare a casa tua”, e invita tutti i suoi amici, che erano, come Matteo, condannati dalla società, a fare festa. Il pettegolo, colui che divide, non sa fare festa perché ha il cuore amaro.

Creare legami, fare festa, è quello che fa Gesù. E in questo modo rompe con un’altra mormorazione non facile da scoprire e che “perfora i sogni” perché ripete come un sussurro continuo: “Non ce la farai, non ce la farai”. Quante volte voi avete sentito questo: “Non ce la farai”. Attenzione, attenzione: questo è come il tarlo che ti si mangia da dentro. Quando tu senti “non ce la farai”, datti uno schiaffone: “sì, ce la farò e te lo dimostrerò”. È la mormorazione interiore, il pettegolezzo interiore, che emerge in chi, avendo pianto il proprio peccato, e consapevole del proprio errore, non crede di poter cambiare. E questo succede quando si è intimamente convinti che chi è nato “pubblicano” deve morire “pubblicano”; e questo non è vero. Il Vangelo ci dice tutto il contrario. Undici dei dodici apostoli erano peccatori gravi, perché hanno commesso il peggiore dei peccati: hanno abbandonato il loro Maestro, altri lo hanno rinnegato, altri sono scappati via. Hanno tradito, gli apostoli, e Gesù è andato a cercarli a uno a uno, e sono quelli che hanno cambiato il mondo. A nessuno è capitato di dire: “non ce la farai”, perché avendo visto l’amore di Gesù dopo il tradimento, [dice]: “Ce la farò, perché Tu mi darai la forza”. Attenzione al tarlo del “non ce la farai”! Ci vuole molta attenzione.

Amici, ognuno di noi è molto di più delle “etichette” che gli mettono; è molto di più degli aggettivi che vogliono darci, è molto di più della condanna che ci hanno imposto. Così Gesù ci insegna e ci chiama a credere. Lo sguardo di Gesù ci provoca a chiedere e cercare aiuto per percorrere le vie del superamento. A volte la mormorazione sembra vincere, ma non credeteci, non ascoltatela. Cercate e ascoltate le voci che spingono a guardare avanti e non quelle che vi tirano verso il basso. Ascoltate le voci che vi aprono la finestra e vi fanno vedere l’orizzonte. “Ma è lontano!” – “Sì, ma ce la farai”. Guardalo bene e ce la farai! Ogni volta che viene il tarlo con il “non ce la farai”, rispondetegli da dentro: “Ce la farò”, e guardate l’orizzonte.

La gioia e la speranza del cristiano – di tutti noi, e anche del Papa – nasce dall’aver sperimentato qualche volta questo sguardo di Dio che ci dice: “tu fai parte della mia famiglia e non posso abbandonarti alle intemperie”. Questo è quello che Dio dice a ciascuno di noi, perché Dio è Padre – l’hai detto tu. “Tu sei parte della mia famiglia e non ti abbandonerò alle intemperie, non ti lascerò a terra sulla strada, no, non posso perderti per strada” – ci dice Dio, ad ognuno di noi, con nome e cognome – “io sono qui con te”. Qui? Sì, qui. Questo è aver sentito, come l’hai condiviso tu, Luis, che in quei momenti in cui sembrava che tutto fosse finito qualcosa ti ha detto: no!, non è tutto finito, perché hai uno scopo grande che ti permette di comprendere che Dio Padre era ed è con tutti noi e ci dona persone con cui camminare e aiutarci a raggiungere nuove mete.

E così Gesù trasforma la mormorazione in festa e ci dice: “Rallegrati con me! (cfr Lc 15,6), andiamo a festeggiare”. Nella parabola del figliol prodigo mi è piaciuto una volta che ho trovato una traduzione che diceva che il padre, quando vide il figlio che tornava a casa, disse: “Andiamo a festeggiare”, e lì è iniziata la festa. E una traduzione diceva: “E lì iniziò il ballo”. La gioia, la gioia con la quale siamo accolti da Dio con l’abbraccio del Padre. “Iniziò il ballo”.

Fratelli, voi fate parte della famiglia, voi avete molto da condividere. Aiutateci a sapere qual è il modo migliore per vivere e accompagnare il processo di trasformazione di cui, come famiglia, tutti abbiamo bisogno. Tutti!

Una società si ammala quando non è capace di far festa per la trasformazione dei suoi figli; una comunità si ammala quando vive la mormorazione che schiaccia e condanna, senza sensibilità, il pettegolezzo. Una società è feconda quando sa generare dinamiche capaci di includere e integrare, di farsi carico e lottare per creare opportunità e alternative che diano nuove possibilità ai suoi figli, quando si impegna a creare futuro con comunità, educazione e lavoro. Questa comunità è sana. E anche se può sperimentare l’impotenza di non sapere come, non si arrende e ritenta di nuovo. E tutti dobbiamo aiutarci per imparare, in comunità, a trovare queste strade, a tentare ritentare ancora. È un patto che dobbiamo avere il coraggio di fare: voi, ragazzi, ragazze, i responsabili della vigilanza e le autorità del Centro e del Ministero, tutti, e le vostre famiglie, come pure gli operatori pastorali. Tutti, lottate, lottate – ma non tra di voi, per favore! –, per che cosa?, per cercare e trovare strade di inserimento e di trasformazione. E questo il Signore lo benedice. Questo il Signore lo sostiene e questo il Signore lo accompagna.

Tra poco proseguiremo con la celebrazione penitenziale, in cui tutti potremo sperimentare lo sguardo del Signore, che non vede un aggettivo, mai: vede un nome, guarda gli occhi, guarda il cuore. Non vede un’etichetta né una condanna, ma vede dei figli. Sguardo di Dio che smentisce le squalifiche e ci dà la forza di creare quei patti necessari per aiutarci tutti a smentire le mormorazioni, quei patti fraterni che permettono alla nostra vita di essere sempre un invito alla gioia della salvezza, alla gioia di avere un orizzonte davanti, alla gioia della festa del figlio. Andiamo su questa strada. Grazie.

[00114-IT.02] [Testo originale: Spagnolo]

Traduzione in lingua francese

« Cet homme fait bon accueil aux pécheurs, et il mange avec eux », venons-nous d’entendre dans l’évangile (Lc 15,2). C’est ce que murmuraient quelques pharisiens, quelques scribes, docteurs de la loi, plutôt scandalisés et très en colère par la façon dont se comportait Jésus.

Avec cette expression, ils cherchaient à le disqualifier et à le dévaloriser devant tous, mais la seule chose qu’ils ont obtenue a été de souligner l’une des attitudes de Jésus les plus communes, les plus distinctives, les plus belles : « cet homme fait bon accueil aux pécheurs, et il mange avec eux ». Et tous, nous sommes des pécheurs, tous, et c’est pourquoi Jésus nous accueille avec tendresse, nous tous qui sommes ici, et si quelqu’un ne se sent pas pécheur – parmi nous tous qui sommes ici – qu’il sache que Jésus ne va pas l’accueillir, et qu’il va rater le meilleur.

Jésus n’a pas peur de s’approcher de ceux qui, pour une infinité de raisons, portaient sur leurs épaules la haine sociale du fait qu’ils étaient publicains – rappelons-nous que les publicains s’enrichissaient en pillant leur propre peuple ; ils provoquaient beaucoup, mais beaucoup de colère – ou également de ceux qui portaient le poids de la haine sociale, parce qu’ils avaient fait certaines erreurs dans leur vie, des fautes et des erreurs, quelques fautes, et qu’on appelait donc des pécheurs. Il le fait parce qu’il sait qu’au ciel il y a plus de joie pour un seul pécheur converti que pour quatre-vingt-dix-neuf justes qui restent bien (cf. Lc 15,7).

Et tandis que ces gens se contentaient de murmurer ou de s’indigner, parce que Jésus se joignait à ces personnes marquées par quelques fautes sociales, par quelques péchés, et qu’ils fermaient les portes de la conversion, du dialogue avec Jésus, Jésus s’approche, et se compromet, Jésus met en jeu sa réputation et il invite toujours à regarder un horizon capable de renouveler la vie, de renouveler l’histoire. Tous, tous, nous avons un horizon, tous. "Moi, je n’en ai pas", pourrait dire quelqu’un. Ouvre la fenêtre et tu le trouveras, ouvre la fenêtre de ton cœur, ouvre la fenêtre à l’amour qu’est Jésus et tu le trouveras. Tous, nous avons un horizon. Ce sont deux regards bien différents qui s’opposent, celui de Jésus et celui de ces docteurs de la loi. Une regard stérile et improductif – celui de la médisance et du commérage, celui qui toujours parle mal des autres et qui se croit juste – et l’autre qui invite à la transformation et à la conversion – c’est celui du Seigneur -, à une vie nouvelle comme vous l’avez exprimé récemment.

Le regard de la médisance et du commérage

Et cela ne vaut pas seulement pour cette époque, mais également pour aujourd’hui. Beaucoup ne tolèrent pas et n’aiment pas ce choix de Jésus, bien plus, entre les dents au début et avec des cris à la fin, ils expriment leur mécontentement en cherchant à discréditer ce comportement de Jésus et de tous ceux qui sont avec lui. Ils n’acceptent pas, ils rejettent ce choix d’être proche et d’offrir de nouvelles opportunités. Ces gens condamnent une fois pour toutes, ils discréditent une fois pour toutes, et ils oublient qu’aux yeux de Dieu, ils sont eux-mêmes disqualifiés, qu’ils ont besoin de tendresse, qu’ils ont besoin d’amour et de compréhension, mais cela ils ne veulent pas l’accepter. Avec la vie des gens, il semble plus facile de mettre des pancartes et des étiquettes qui figent et stigmatisent non seulement le passé mais aussi le présent et l’avenir des personnes. On met des étiquettes aux personnes : "celui-ci est comme ça", "celui-là a fait ça et c’est tout", et il doit le porter pour le restant de ces jours. Ainsi sont les gens qui marmonnent – les commères -, elles sont ainsi. Et les étiquettes, en définitive, ne font que diviser : ici il y a les bons et là-bas les mauvais ; ici les justes et là-bas les pécheurs. Et cela Jésus ne l’accepte pas, ça, c’est la culture de l’adjectif, on aime "qualifier par un adjectif" les personnes, on adore : "Toi, comme t’appelles-tu ? Moi, je m’appelle bon". Non, ça, c’est un adjectif. Comment est-ce que tu t’appelles ? – aller au nom de la personne – Qui es-tu ? Que fais-tu ? Quels sont tes rêves ? Qu’est-ce que tu ressens dans ton cœur ? Cela n’intéresse pas les cancaniers, ils cherchent rapidement une étiquette, pour s’en débarrasser.  La culture de l’adjectif qui discrédite les personnes. Pensez à cela pour ne pas tomber dans ce que la société nous offre si facilement.

Cette attitude pollue tout parce qu’elle élève un mur invisible qui laisse croire qu’en marginalisant, en séparant, ou en isolant, se résoudront magiquement tous les problèmes. Et quand une société ou une communauté se permet cela et que tout ce qu’elle fait, c’est chuchoter, cancaner et murmurer, elle entre dans un cercle vicieux de divisions, de récriminations et de condamnations. C’est curieux, ces gens qui n’acceptent pas Jésus, et ce qu’il nous enseigne, ce sont des gens qui se disputent toujours entre eux, qui se condamnent mutuellement, entre ceux qui s’appellent justes. Et en plus, c’est une attitude de marginalisation et d’exclusion, de confrontation qui leur fait dire, de manière irresponsable, comme Caïphe : « C’est mieux qu’un seul homme meure pour le peuple, et que l’ensemble de la nation ne périsse pas » (Jn 11,50). C’est mieux qu’ils soient tous placés là-bas, qu’ils ne viennent pas nous déranger, nous voulons vivre tranquilles. C’est dur cela, et c’est cela que Jésus a dû affronter, c’est cela que nous affrontons nous aussi aujourd’hui. Normalement le fil se coupe par la partie la plus ténue : celle des pauvres et des sans-défense. Et ce sont ceux qui souffrent le plus de ces condamnations sociales, qui ne permettent pas de se relever.

Quelle douleur on peut voir quand une société concentre ses énergies plus à murmurer et à s’indigner qu’à lutter et lutter pour créer des opportunités et pour transformer.

Le regard de la conversion, l’autre regard

En revanche, tout l’évangile est marqué par cet autre regard qui n’est rien de plus et rien de moins que celui qui naît du cœur de Dieu. Dieu jamais ne va te rejeter, Dieu ne rejette personne, Dieu te dit : "viens". Dieu t’attend et il te prend dans ses bras, et si tu ne connais pas le chemin, il vient te chercher, comme le berger l’a fait avec ses brebis. En revanche, l’autre regard rejette. Le Seigneur veut faire la fête quand il voit ses enfants qui reviennent à la maison (cf. Lc 15,11-32). Et ainsi Jésus a témoigné de cela, en manifestant jusqu’à l’extrême l’amour miséricordieux du Père. Nous avons un Père – tu l’as dit, ta confession m’a plu – nous avons un Père. J’ai un Père qui m’aime : une chose magnifique. Un amour, celui de Jésus, qui n’a pas le temps de murmurer, mais qui cherche à briser le cercle de la critique inutile et indifférente, neutre et aseptisée. "Je te rends grâce Seigneur – disait ce docteur de la loi -, parce que je ne suis pas comme celui-là". Je ne suis pas comme celui-là.  Ceux, qui pensent avoir le cœur purifié dix fois plus dans l’illusion d’une vie aseptisée qui ne sert à rien. Une fois, j’ai entendu dire par un paysan une chose qui m’est restée : "quelle est l’eau la plus pure ? Oui, l’eau distillée – disait-il -. Vous savez, père, quand je la bois, elle n’a goût de rien". Ainsi est la vie de ceux qui critiquent et qui cancanent, en se séparant des autres : ils se sentent tellement purs, tellement aseptisés, qu’ils n’ont plus goût de rien ; ils sont incapables d’inviter quelqu’un ; ils vivent pour prendre soin d’eux, pour faire de la chirurgie esthétique dans leur cœur, et non pas pour tendre la main aux autres et les aider à grandir, ce que fait Jésus, qui accepte la complexité de la vie et de chaque situation ; l’amour de Jésus, l’amour de Dieu, l’amour de Dieu le Père – comme tu l’as dit – est un amour qui inaugure une dynamique capable d’inventer des chemins, d’offrir des opportunités d’intégration et de transformation, des opportunités de guérison, de pardon, et de salut. En mangeant avec les publicains et les pécheurs, Jésus brise la logique qui sépare, qui exclut, qui isole, qui divise faussement entre "bons et mauvais". Et il ne le fait pas par décret ou avec de bonnes intentions, encore moins par volontarisme ou par sentimentalisme. Comment le fait Jésus ? En créant des relations, des relations capables de favoriser de nouveaux processus ; en misant sur chaque pas possible et en le célébrant. C’est pourquoi Jésus, quand Matthieu se convertit- vous le verrez dans l’Evangile – ne lui dit pas : "bien, très bien, je te félicite, viens avec moi". Non, il lui dit : "faisons une fête dans ta maison", et il invite tous ses amis, qui étaient, comme Matthieu, condamnés par la société, à faire la fête. Le cancanier, celui qui divise, ne sait pas faire la fête, parce qu’il a un cœur endurci.

Créer des relations, faire la fête, c’est ce que Jésus fait et de cette manière, il rompt avec une autre médisance tout à fait facile à détecter et qui "détruit les rêves" parce qu’elle répète comme un chuchotement continu : "tu ne vas pas pouvoir, tu ne vas pas pouvoir". Que de fois vous l’avez entendu : "tu ne vas pas pouvoir". Attention, c’est comme le ver qui te ronge de l’intérieur. Quand tu entends "tu ne vas pas pouvoir", donne-toi une gifle : "si, je vais pouvoir et je vais te le prouver".   C’est le murmure intérieur, le cancan intérieur qui surgit en celui qui, ayant pleuré son péché et conscient de son erreur, ne croit pas qu’il puisse changer. Et cela arrive quand on croit intérieurement que celui qui est né "publicain" doit mourir "publicain" ; et ce n’est pas vrai, l’Evangile nous dit tout le contraire. Onze des douze apôtres étaient de graves pécheurs, parce qu’ils ont commis le pire des péchés : ils ont abandonné leur Maitre, d’autres l’ont renié, d’autres se sont enfuis loin. Ils ont trahi, les apôtres, et Jésus est allé les chercher un par un, et ce sont eux qui ont changé le monde. A aucun d’eux, il n’est arrivé de dire : "tu ne vas pas pouvoir", parce que, en ayant vu l’amour de Jésus après cette trahison, ils disent : "je vais pouvoir parce que tu vas me donner la force". Attention au ver du "tu ne vas pas pouvoir". Faites très attention.

Chers amis : chacun de nous est beaucoup plus que les étiquettes qu’on nous met, est beaucoup plus que les adjectifs que l’on veut nous mettre, beaucoup plus que la condamnation qu’on nous a imposée. Et c’est ce que Jésus nous enseigne et nous invite à le croire. Le regard de Jésus nous défie de demander et de chercher de l’aide pour emprunter les chemins du perfectionnement. Il y a des temps où la médisance semble gagner, mais ne la croyez pas, ne l’écoutez pas. Cherchez et écoutez les voix qui encouragent à regarder vers l’avenir et non pas celles qui vous tirent vers le bas. Ecoutez les voix qui vous ouvrent la fenêtre et qui vous font voir l’horizon : "oui, mais il est loin. Mais tu vas pouvoir". Regarde-le bien et tu vas pouvoir. A chaque fois que revient le ver avec le "tu ne vas pas pouvoir", vous, répondez-lui : "je vais y arriver", et regardez l’horizon.

La joie et l’espérance du chrétien – de nous tous et également du Pape – naissent d’avoir fait l’expérience un jour de ce regard de Dieu qui nous dit : "tu fais partie de ma famille et je ne peux pas te laisser à l’extérieur", c’est ce que Dieu nous dit, à chacun de nous, parce que Dieu est Père – comme tu l’as dit - : "tu fais partie de ma famille et je ne peux pas te laisser à l’extérieur, je ne vais pas te laisser, étendu dans le caniveau, nonje ne peux pas te perdre en chemin – nous dit Dieu, à chacun de nous, avec nos prénoms et nos noms -, moi, je suis ici avec toi". Ici ? Oui, Seigneur. C’est d’avoir ressenti comme tu l’as partagé, Luis, que dans ces moments où il semblait que tout était fini, quelque chose t’a dit : Non ! Tout n’est pas fini, parce que tu as un grand objectif qui te permet de comprendre que Dieu le Père était et est avec nous tous et qu’il nous offre des personnes avec lesquelles cheminer et qui nous aident à atteindre de nouveaux objectifs.

Et ainsi Jésus transforme la médisance en fête et il nous dit : "Réjouissez-vous avec moi, nous allons faire la fête ! ". Dans la parabole du fils prodigue – j’ai bien aimé un jour une traduction que j’ai trouvée -, il dit que le père, quand il a vu son fils revenir à la maison a dit : "Nous allons faire une fête", et la fête a commencé. Et une traduction dit : "Et le bal a commencé". La joie, la joie avec laquelle nous sommes accueillis par Dieu avec l’embrassade du Père ; "le bal a commencé".

Frères : vous faites partie de la famille, vous avez beaucoup à partager, aidez-nous à savoir quelle est la meilleure manière de trouver et d’accompagner le processus de conversion dont, en tant que famille, nous avons tous besoin.

Une société tombe malade quand elle n’est plus capable de faire la fête pour la conversion de ses enfants, une communauté tombe malade quand elle vit de la médisance étouffante, condamnatoire et insensible, le cancan. Une société est féconde quand elle réussit à engendrer des dynamiques capables d’inclure et d’intégrer, de prendre en charge et de lutter pour créer des opportunités et des alternatives qui donnent de nouvelles possibilités à ses enfants, quand elle s’emploie à créer un avenir par la communauté, l’éducation et le travail. Cette communauté est en bonne santé. Et si l’on peut éprouver l’impuissance de ne pas savoir comment, on n’abandonne pas et on essaie à nouveau. Et tous nous devons nous entraider, en communauté, pour apprendre à trouver ces chemins, à commencer de nouveau et à recommencer de nouveau. C’est une alliance que nous devons nous encourager à réaliser : vous, les jeunes, les responsables de la prison et les autorités du Centre et du Ministère, tous et vos familles, ainsi que les agents pastoraux. Tous, battez-vous et battez-vous, - mais non pas entre vous, s’il vous plait -, "pour quoi ?", pour chercher et trouver les chemins de l’insertion et de la transformation. Et cela le Seigneur le bénit, cela le Seigneur le soutient et cela le Seigneur l’accompagne.

Dans un instant, nous continuerons avec la célébration pénitentielle où tous nous pourrons faire l’expérience du regard du Seigneur, qui ne voit jamais un adjectif, mais qui voit un nom, regarde dans les yeux, regarde le cœur, et qui ne voit pas une étiquette ni une condamnation, mais qui voit ses enfants. Regard de Dieu qui dément l’exclusion et nous donne la force pour créer ces alliances nécessaires qui nous aident tous à réfuter les médisances, ces alliances fraternelles qui permettent que nos vies soient toujours une invitation à la joie du salut, à la joie d’avoir un horizon devant soi, à la joie de la fête du fils. Allons par ce chemin. Merci.

[00114-FR.02] [Texte original: Espagnol]

Traduzione in lingua inglese

“He receives sinners and eats with them”. We just heard this in the Gospel reading (Lk 15:2). They are the words muttered by some of the Pharisees and scribes, doctors of the law, who were greatly upset and scandalized by the way Jesus was behaving.

With those words, they tried to discredit and dismiss Jesus in the eyes of everyone. But all they managed to do was point out one of his most ordinary, most distinctive, most beautiful ways of relating to others: “He receives sinners and eats with them”. Now we are all sinners, all of us, and for that reason Jesus receives with care all of us who are here, and if anyone does not feel that they are sinners – among all of us who are here – they should know that Jesus is not going to receive them, and they would miss out on the best part.

Jesus is not afraid to approach those who, for countless reasons, were the object of social hatred, like the publicans – we know that tax collectors grew rich by exploiting their own people and they caused great resentment –or those on the receiving end of social hatred because they had made an error in their lives, because of their errors and mistakes, some fault, and now they were called sinners. Jesus does this because he knows that in heaven there is more joy for a single one of those who make mistakes, for a single converted sinner, than for ninety-nine righteous people who remain good (Lk 15:7).

And whereas these people were content to grumble or complain because Jesus was meeting people who were marked by some kind of social error, some sin, and closed the doors on conversion, on dialogue with him – Jesus approaches and engages, Jesus puts his reputation at risk. He asks us, as he always does, to lift our eyes to a horizon that can renew our life, that can renew our history. All of us, all have a horizon. All of us. Someone may say: “I do not have one”. Open the window and you will find it, open the window of love which is Jesus and you will find him. We all have a horizon. They are two very different, contrasting approaches, Jesus’ one, and that of the doctors of the law. A sterile, fruitless approach – that of complaining and gossip, the person who is always speaking badly about others and is self-righteous – and another, one that invites us to change and to conversion, which is the Lord’s approach, a new life as you have just said a short while ago [turning to the young man who gave testimony].

The approach of complaining and of gossip

Now this is not something from a long time ago, it is current. Many people do not tolerate this attitude of Jesus; they don’t like it. First by complaining under their breath and then by shouting, they make known their displeasure, seeking to discredit Jesus’ way of acting and that of all those who are with him. They do not accept and they reject this option of drawing near to others and giving them another chance. These people condemn once and for all, they discredit once and for all and forget that in God’s eyes they are disqualified and need tenderness, need love and understanding, but do not wish to accept it. Where people’s lives are concerned, it seems easier to attach signs and labels that petrify and stigmatize not only people’s past but also their present and future. We put labels on people: “this one is like that”, “this one did that thing, and that’s it”, and he has to bear this for the rest of his days. That’s how people are who mutter – the gossips – they are like this. And labels ultimately serve only to divide: good people over here, and bad ones over there; the righteous over here and sinners over there. And this Jesus does not accept; this is the culture of the adjective; we delight in “adjectivizing” people, it gives us delight: “What is your name? My name is ‘good’”. No, that is an adjective. “What is your name?” Go to the person’s name: Who are you? What do you do? What dreams do you have? What does your heart feel? Gossips are not interested in this; they are quickly looking for a label to knock someone down off their pedestal. The culture of the adjective which discredits people. Think about that so as not to fall into what society so easily offers us.

This attitude spoils everything, because it erects an invisible wall that makes people think that, if we marginalize, separate and isolate others, all our problems will magically be solved. When a society or community allows this, and does nothing more than complain, gossip and backbite, it enters into a vicious circle of division, blame and condemnation. Strange that these people who do not accept Jesus, and what Jesus is teaching us, are people who are always on bad terms with each other, among those who call themselves righteous. And what’s more, it is an attitude of discrimination and exclusion, of confrontation leading people to say irresponsibly, like Caiaphas: “It is better that one man should die for the people, and that the whole nation should not perish” (Jn 11:50). Better that they should all be kept over there, so that they will not give trouble; we want to live in peace. This is hard-hearted, and Jesus had to confront this; and we are also confronted with this today. Normally the thread is cut at the thinnest part: that of the poor and the defenceless. And it is they who suffer the most from this social disapproval that does allow them to raise themselves up.

How painful it is to see a society concentrate its energies more on complaining and backbiting than on fighting tirelessly to create opportunities and change.

The approach of conversion: the other approach

The Gospel, on the other hand, is completely characterized by this other approach, which is nothing more or less than that of God’s own heart. God never chases you away, God never chases anyone away; God says to you: “Come”. God waits for you and embraces you, and if you do not know the way, he is going to show you, as this shepherd did with the sheep. The other approach, however, excludes. The Lord wants to celebrate when he sees his children returning home (Lk 15:11-31). And Jesus testified to this by showing to the very end the merciful love of the Father. We have a Father – you said it yourself – I enjoyed your testimony: we have a Father. I have a Father who loves me, a beautiful thing. A love, Jesus’ love, that has no time for complaining, but seeks to break the circle of useless, needless, cold and sterile criticism. “I give you thanks, Lord – said that doctor of the law – that I am not like that one, I am not like him. The ones who believe they have a soul ten times purified in the illusion of a sterile life that is no good for anything. I once heard a country farmer saying something that struck me: “What is the purest water? Yes, distilled water”, he said; “You know, Father, that when I drink it, it has no flavour at all”. This is how life is for those who criticize and gossip and separate themselves from others: they feel so pure, so sterile, that they have no flavour at all; they are incapable of inviting someone; they live to take care of themselves, to have cosmetic surgery done on their souls and not to hold out their hand to others and help them to grow, which is what Jesus does; he accepts the complexity of life and of every situation. The love of Jesus, the love of God, the love of God our Father – as you said to us – is a love that initiates a process capable of inventing ways, offering means for integration and transformation, healing, forgiveness and salvation. By eating with tax collectors and sinners, Jesus shatters the mentality that separates, that excludes, that isolates, that falsely separates “the good and the bad”. He does not do this by decree, or simply with good intentions, or with slogans or sentimentality. How does Jesus do it? By creating bonds, relationships capable of enabling new processes; investing in and celebrating every possible step forward. That’s why Jesus does not say to Matthew when he converts – you will see it in the Gospel: “Well, this is good, I congratulate you, come with me”. No, he says to him: “Let us celebrate in your home”, and he invites all his friends, who with Matthew had been condemned by the society, to celebrate. The gossipmonger, the one who separates, does not know how to celebrate because he has an embittered heart.

Creating relationships, celebrating. This is what Jesus does, and that way he breaks with another form of complaining, one even harder to detect, one that “stifles dreams” because it keeps whispering: “you can’t do it, you can’t do it”. How many times you have heard this: “you can’t do it”. Watch out! This is like a woodworm that eats you from the inside out. Watch out when you feel “you can’t do it”, give yourself a slap: “Yes, I can and I will show you”. The whisper, the interior whisper that haunts those who repent of their sin and acknowledge their mistakes, but don’t think that they can change. And this happens when they think that those who are born publicans will always die publicans; and that is not true. The Gospel tell us quite the opposite. Eleven of the twelve disciples were bad sinners, because they committed the worst sin: they abandoned their Master, others disowned him, others ran far away. The Apostles betrayed him, and Jesus went to look for them one by one, and they are the ones who changed the whole world. It did not occur to any of them to say: “you can’t do it”, because having seen Jesus’ love after their betrayal, “I am going to be able to do it, because you give me the strength”. Watch out for the “you-can’t-do-it” woodworm, be very careful.

Friends, each of us is much more than our labels which people attach to us; each is much more than the adjectives that they want to give us, each is much more than the condemnation foisted on us. And that is what Jesus teaches us and asks us to believe. Jesus’ approach challenges us to ask and seek help when setting out on the path of improvement. There are times when complaining seems to have the upper hand, but don’t believe it, don’t listen to it. Seek out and listen to the voices that encourage you to look ahead, not those that pull you down. Listen to the voices that open the window for you and let you see the horizon: “Yes, but it’s far off”. “But you can do it. Focus on it carefully and you will be able to do it”. And every time the woodworm comes with “you can’t do it”, answer it from within: “I can do it”, and focus on the horizon.

The joy and hope of every Christian – of all of us, and the Pope too – comes from having experienced this approach of God, who looks at us and says, “You are part of my family and I cannot leave you at the mercy of the elements”; this is what God says to each one of us, because God is Father – you said it yourself: “You are part of my family and I am not going to leave you to the mercy of the elements, I am not going to leave you lying in the ditch, no, I cannot lose you along the way – God says to us, to each of us, by name and surname – I am here at your side”. Here? Yes, Lord. It is that feeling that you, Luis, described at those times when it seemed it was all over, yet something said: “No! It is not all over”, because you have a bigger purpose that lets you see that God our Father is always with us. He gives us people with whom we can walk, people to help us achieve new goals.

So Jesus turns complaining into celebration, and tells us: “Rejoice with me, we are going to celebrate!” In the parable of the prodigal son – I like a translation I found once – it says that the father said, when he saw his son who had returned home: “We are going to celebrate”, and then the feast began. And one translation said: “And then the dance began”. The joy, the joy with which God receives us, with the Father’s embrace; the dance began.

Brothers and sisters: You are part of the family; you have a lot to share with others. Help us to discern how best to live and to accompany one another along the path of change that we, as a family, all need.

A society grows sick when it is unable to celebrate change in its sons and daughters. A community grows sick when it lives off relentless, negative and heartless complaining, gossip. But a society is fruitful when it is able to generate processes of inclusion and integration, of caring and trying to create opportunities and alternatives that can offer new possibilities to the young, to build a future through community, education and employment. Such a community is healthy. Even though it may feel the frustration of not knowing how to do so, it does not give up, it keeps trying. We all have to help each other to learn, as a community, to find these ways, to try again and again. It is a covenant that we have to encourage one another to keep: you, young men and women, those responsible for your custody and the authorities of the Centre and the Ministry, and all your families, as well as your pastoral assistants. Keep fighting, all of you – but not among yourselves, please –fighting for what? – to seek and find the paths of integration and transformation. And this the Lord blesses, this the Lord sustains and this the Lord accompanies.

Shortly we will continue with the penitential service, where we will all be able to experience the Lord’s gaze, which never looks at adjectives, but looks at a name, looks into our eyes, looks at our heart; he does not look at labels and condemnation, but at his sons and daughters. That is God’s approach, his way of seeing things, which rejects exclusion and gives us the strength to build the covenants needed to help us all to reject complaining: those fraternal covenants that enable our lives to be a constant invitation to the joy of salvation, to the joy of keeping a horizon open before us, to the joy of the son’s feast. Let us go this way. Thank you.

[00114-EN.02] [Original text: Spanish]

Traduzione in lingua tedesca

»Dieser nimmt Sünder auf und isst mit ihnen« (Lk 15,2). So hieß es eben im Evangelium. Dieser Satz gibt das Nörgeln einiger Pharisäer, Schriftgelehrter und Gesetzeslehrer wieder, die das Verhalten Jesu als ziemlich ärgerlich und anstößig empfanden.

So versuchten sie, ihn vor allen schlechtzumachen und zu diskreditieren, hoben damit aber nur eine der häufigsten, typischsten und schönsten Verhaltensweisen Jesu besonders hervor: »Dieser nimmt Sünder auf und isst mit ihnen.« Wir alle sind Sünder, alle, und deshalb nimmt uns Jesus mit Zuneigung auf, uns alle, die wir hier sind; und wenn einer von uns allen, die wir hier sind, sich nicht als Sünder fühlt, dann möge er wissen, dass Jesus ihn nicht empfangen wird und er das Beste verpasst.

Jesus hat keine Angst, sich denen zu nähern, die aus einer Menge von Gründen den Hass der Gesellschaft zu spüren bekamen, wie etwa die Zöllner – denken wir daran, dass die Zöllner sich bereicherten, indem sie ihr eigenes Volk beraubten; sie erregten sehr viel Empörung –, oder den Hass der Gesellschaft auf sich zogen, weil sie in ihrem Leben manchen Fehler begangen hatten, Fehler und Vergehen, so manche Schuld, und so nannte man sie Sünder. Jesus tut dies, weil er weiß, dass es im Himmel ein größeres Fest für einen einzigen, der sich verirrt hatte, für einen einzigen bekehrten Sünder gibt als für neunundneunzig Gerechte, die sich nichts zu Schulden kommen lassen (vgl. Lk 15,7).

Und während diese Leute sich darauf beschränkten, zu nörgeln oder sich zu entrüsten, weil Jesus sich mit Menschen traf, denen ein gesellschaftlicher Makel, irgendeine Sünde anhaftete, und dabei jede Tür der Bekehrung, des Dialogs mit Jesus schlossen, geht Jesus auf die Menschen zu und kompromittiert sich. Jesus setzt seinen Ruf aufs Spiel und lenkt den Blick immer auf einen Horizont, der das Leben und die Geschichte erneuern kann. Alle, alle haben wir eine Perspektive. Alle. Jemand sagt vielleicht: „Ich habe keine.“ Öffne das Fenster und du wirst eine finden. Öffne das Fenster deines Herzens, öffne das Fenster der Liebe, die Jesus ist, und du wirst sie finden. Alle haben wir eine Perspektive. Das sind zwei sehr unterschiedliche Sichtweisen, die einander gegenüberstehen: die Sichtweise Jesu und jene dieser Gesetzeslehrer. Ein steriler und unfruchtbarer Blick – der Blick der Nörgelei und des Klatsches, der immer schlecht über die anderen spricht und sich im Recht fühlt – und ein anderer Blick – der des Herrn –, der zu Verwandlung und Bekehrung ruft, zu einem neuen Leben, wie du gerade gesagt hast [an den Jugendlichen gerichtet, der ein Zeugnis gegeben hatte].

Der Blick der Nörgelei und des Klatsches

Und das war nicht nur damals so, das gilt auch für heute! Viele tolerieren und lieben diese Option Jesu nicht, im Gegenteil. Sie zeigen ihren Unmut – zunächst hinter vorgehaltener Hand und schließlich mit lauter Stimme – und versuchen, dieses Verhalten Jesu und all derer, die bei ihm sind, in Verruf zu bringen. Sie akzeptieren diese Option nicht, sie weigern sich, dem anderen nahe zu sein und neue Chancen zu geben. Diese Leute verurteilen jemanden ein für alle Mal, bringen ihn ein für alle Mal in Misskredit und vergessen dabei, dass sie selbst in den Augen Gottes in Misskredit stehen und Zärtlichkeit, Liebe und Verständnis brauchen. Aber das wollen sie nicht akzeptieren. Sie akzeptieren es nicht. Es scheint einfacher zu sein, dem Leben der Menschen Bezeichnungen und Etiketten zu verpassen, die nicht nur die Vergangenheit, sondern auch die Gegenwart und Zukunft der Menschen ein für alle Mal stigmatisieren. Wir verpassen den Menschen Etiketten: der ist so, jener hat dies getan und das ist nun mal so – und das muss er ein Leben lang mit sich herumtragen. So sind diese Leute, die nörgeln, die Klatschmäuler, so sind sie. Bezeichnungen, die letztlich nichts anderes tun als spalten: auf der einen Seite die Guten, auf der anderen die Schlechten; auf der einen Seite die Gerechten, auf der anderen die Sünder. Und das akzeptiert Jesus nicht. Dies ist die Kultur des Adjektivs: Wir lieben es, die Menschen mit Adjektiven zu versehen, das tun wir sehr gerne. „Wie heißt du?“ – „Ich heiße gut.“ – „Nein, das ist ein Adjektiv. Wie heißt du?“ Richten wir unseren Blick auf den Namen der Person: wer bist du, was machst du, welche Träume hast du, was fühlt dein Herz … Die Klatschmäuler interessiert das nicht; sie suchen sofort ein Etikett, um sich den anderen vom Leib zu halten. Die Kultur des Adjektivs ist menschenverachtend. Denkt daran, dass ihr nicht in diese [Haltung] verfallt, die uns die Gesellschaft so einfach nahelegt.

Diese Haltung verdirbt alles, weil sie eine unsichtbare Mauer errichtet, die einen glauben macht, dass durch Ausgrenzung, Trennung und Isolierung alle Probleme auf magische Weise zu lösen sind. Und wenn eine Gesellschaft oder Gemeinschaft dies zulässt und nichts anderes tut als tuscheln, klatschen und nörgeln, gerät sie in einen Teufelskreis aus Spaltung, Vorwürfen und Verurteilungen. Es ist interessant: Diese Menschen, die Jesus und das, was Jesus uns lehrt, nicht akzeptieren, sind Menschen, die sich rechtschaffen nennen, aber untereinander immer streiten und sich gegenseitig verurteilen. Außerdem ist es ein ausgrenzendes und ausschließendes Verhalten, eine Gegnerschaft, dem unverantwortlichen Ausspruch des Kajaphas ähnlich, der sagte, »dass es besser […] ist, wenn ein einziger Mensch für das Volk stirbt, als wenn das ganze Volk zugrunde geht« (Joh 11,50). Es ist besser, sie dort alle unter Kontrolle zu haben, damit sie nicht kommen und Ärger machen, wir wollen in Frieden leben. Das ist hart, und Jesus musste dem begegnen und auch wir müssen dem begegnen. Normalerweise reißt der Faden an der dünnsten Stelle: da, wo die Armen und Wehrlosen sind. Und das sind die, die am meisten unter diesen gesellschaftlichen Verurteilungen leiden, die es ihnen unmöglich machen, sich wieder aufzurichten.

Wie schmerzlich ist es, eine Gesellschaft zu sehen, die ihre Energien darauf verwendet zu nörgeln und zu verachten, anstatt zu kämpfen und sich dafür einzusetzen, neue Möglichkeiten und Veränderungen zu schaffen!

Der Blick der Bekehrung: der andere Blick

Im Gegensatz dazu ist das ganze Evangelium von diesem anderen Blick geprägt, der direkt aus dem Herzen Gottes kommt. Gott verlässt dich nie. Gott verlässt niemanden. Gott sagt zu dir: „Komm!“ Gott erwartet dich und umarmt dich, und wenn du den Weg nicht weißt, kommt er und sucht dich, wie es der Hirte mit den Schafen getan hat. Der andere Blick hingegen ist ablehnend. Der Herr will feiern, wenn er seine Kinder nach Hause zurückkehren sieht (vgl. Lk 15,11-32). So bezeugte es Jesus und offenbarte bis zum Äußersten die barmherzige Liebe des Vaters. Wir haben einen Vater. Das hast du gesagt und dein Bekenntnis hat mir gefallen: Wir haben einen Vater. Ich habe einen Vater, der mich liebt. Das ist etwas Schönes. Eine Liebe, die Liebe Jesu, hat keine Zeit für Nörgelei, sondern versucht, den Kreislauf der nutzlosen und gleichgültigen, neutralen und kühlen Kritik zu durchbrechen. „Ich danke, dir Herr“ – sagte jener Gesetzeslehrer –, „weil ich nicht so bin wie dieser da.“ Ich bin nicht wie dieser da. Diese Leute meinen ihre Seele zehnfach gereinigt zu haben, sie unterliegen der Illusion eines keimfreien Lebens, das zu nichts nütze ist. Einmal sagte ein Bauer etwas zu mir, das mich betroffen gemacht hat: „Welches ist das reinste Wasser? Ja, das destillierte Wasser“, sagte er. „Wissen Sie, Pater, wenn ich es trinke, schmeckt es nach nichts.“ So ist das Leben derer, die herumkritisieren und tratschen und sich von den anderen lossagen: sie fühlen sich so rein, so keimfrei, dass sie nach nichts schmecken; sie sind unfähig jemanden einzuladen, sie verbringen ihr Leben damit, sich um sich selbst zu kümmern, um ihre Seele einer Schönheitsoperation zu unterziehen, aber nicht, um anderen die Hand zu reichen und ihnen weiterzuhelfen. Das aber tut Jesus, der die Komplexität des Lebens und jeder Situation akzeptiert; die Liebe Jesu, die Liebe Gottes, die Liebe Gottes des Vaters – wie du gesagt hast – ist eine Liebe, die zu einer Dynamik führt, die in der Lage ist, neue Wege zu erfinden, Möglichkeiten für Integration und Transformation zu bieten, Möglichkeiten der Heilung, der Vergebung, der Erlösung. Und durch das Mahlhalten mit Zöllnern und Sündern bricht Jesus mit der Logik, die trennt, die ausschließt, die isoliert und die auf falsche Weise zwischen „Guten und Schlechten“ unterscheidet. Und er tut dies nicht per Dekret oder mit Absichtserklärungen, auch nicht, um einfach etwas Gutes zu tun, oder aus Sentimentalität. Wie macht es Jesus? Er schafft Bindungen, Bindungen, die neue Prozesse ermöglichen; er setzt auf jeden möglichen Schritt, und jedes Mal freut er sich, wenn ein solcher Schritt gelingt. Bei der Bekehrung des Matthäus – ihr findet das im Evangelium – sagt Jesus deswegen zu ihm nicht: „Gut, einverstanden, Kompliment, komm mit.“ Nein, er sagt zu ihm: „Lass uns zu dir nach Hause gehen und feiern“, und er lädt zu diesem Fest alle Freunde des Matthäus ein, die wie er von der Gesellschaft verurteilt wurden. Das Klatschmaul, derjenige der spaltet, kann nicht feiern, denn er hat ein verbittertes Herz.

Verbindungen schaffen, feiern – das ist es, was Jesus tut. Und auf diese Weise bricht er mit einer anderen Art von Nörgelei, die man leicht übersehen kann und die „Träume durchlöchert“, weil sie einem immer neu einflüstert: das kannst du nie, das schaffst du nie ... Wie oft habt ihr diesen Satz schon gehört: „Das schaffst du nie.“ Vorsicht, aufgepasst: das ist wie ein Holzwurm, der dich von innen her auffrisst. Wenn du fühlst, dass du etwas „nicht schaffst“, dann verpass dir eine Ohrfeige: „Und ob ich das schaffe und ich werde es dir beweisen.“ Das ist das innere Raunen, ein inneres Gerede, das in denen entsteht, die, nachdem sie ihre Sünde beweint haben und sich ihres Fehlers bewusst sind, nicht glauben, dass sie sich ändern können. Und das passiert, wenn man fest davon überzeugt ist, dass derjenige, der als „Zöllner“ geboren wurde, notwendig auch als „Zöllner“ sterben muss; und das ist nicht wahr. Das Evangelium sagt uns das komplette Gegenteil. Elf der zwölf Apostel waren schwere Sünder, denn sie hatten die schlimmste aller Sünden begangen: sie hatten ihren Meister verlassen, einige verleugneten ihn, andere liefen davon. Sie haben ihn verraten, die Apostel, und Jesus machte sich auf, jeden einzelnen von ihnen zu suchen, und so wurden sie zu denen, die die Welt veränderten. Keinem von ihnen ist es passiert, dass er sagte: „Das schaffst du nicht“, denn als er nach dem Verrat die Liebe Jesu sah, [sagte er]: „Ich werde das schaffen, weil du mir die Kraft dazu geben wirst.“ Gebt acht auf den Holzwurm des „Das schaffst du nicht“! Da muss man sehr aufpassen.

Liebe Freunde, jeder von uns ist viel mehr als die Etiketten, die man ihm verpasst; und viel mehr als die Adjektive, die man uns anheften will, und viel mehr als das Urteil, das man über uns verhängt hat. So lehrt Jesus es uns und ruft uns zum Glauben auf. Der Blick Jesu fordert uns auf, um Hilfe zu bitten und nach Unterstützung zu suchen, um die Wege der Überwindung zu gehen. Manchmal scheint diese Nörgelei zu gewinnen, aber glaubt nicht daran, hört nicht darauf. Sucht und hört auf die Stimmen, die euch anspornen, nach vorne zu schauen, und nicht auf die, die euch nach unten ziehen. Hört auf die Stimmen, die euch das Fenster öffnen und euch den Horizont sehen lassen. „Das ist aber weit weg!“ – „Ja, aber du schaffst das.“ Schau gut auf diesen Horizont und du wirst es schaffen! Jedes Mal, wenn der Holzwurm kommt mit seinem „Das schaffst du nicht“, dann antwortet ihm aus eurem Inneren: „Ich schaffe das“, und blickt auf den Horizont.

Die Freude und Hoffnung des Christen – von uns allen, und auch vom Papst – kommt daher, dass wir so manches Mal diesen Blick Gottes erlebt haben, der uns sagt: „Du gehörst zu meiner Familie, und ich kann dich nicht den Unbilden überlassen.“ Das ist es, was Gott zu einem jeden von uns sagt, weil Gott Vater ist – du hast das gesagt. „Du gehörst zu meiner Familie, und ich werde dich nicht den Unbilden überlassen, ich werde dich nicht am Boden liegen lassen, nein, ich kann dich nicht auf dem Weg verlieren“ – so sagt Gott zu uns, zu einem jeden von uns, mit Vor- und Nachname. „Ich bin hier mit dir.“ Hier? Ja, hier. Das ist so, wie du es uns mitgeteilt hast, Luis, dass in jenen Momenten, in denen es so schien, als wäre alles vorbei, eine Stimme zu dir sagte: Nein, es ist nicht alles vorbei, denn du hast ein großes Ziel, das dich verstehen lässt, dass Gott, der Vater, bei uns allen war und ist und uns Menschen an die Seite stellt, mit denen wir gehen können und die uns helfen, neue Ziele zu erreichen.

Und so verwandelt Jesus die Nörgelei in ein Fest und sagt zu uns: „Freu dich mit mir! (vgl. Lk 15,6), lasst uns feiern.“ Einmal habe ich eine Übersetzung des Gleichnisses vom verlorenen Sohn gefunden, die hat mir gefallen. Der Vater, als er den Sohn nach Hause zurückkommen sah, sagte: „Lasst uns feiern“ und da begann das Fest. Und die Übersetzung lautete: „Und da begann der Tanz.“ Die Freude, die Freude, in der wir von Gott mit einer väterlichen Umarmung willkommen geheißen werden. „Da begann der Tanz.“

Brüder und Schwestern, ihr gehört zur Familie, ihr habt viel beizutragen. Helft uns herauszufinden, auf welche Weise man am besten lebt und den Verwandlungsprozess begleitet, den wir als Familie alle brauchen. Alle!

Eine Gesellschaft erkrankt, wenn sie nicht in der Lage ist, sich über die Verwandlung ihrer Glieder zu freuen; eine Gemeinschaft erkrankt, wenn sie in ein Nörgeln verfällt, das ohne jedes Gespür erdrückt und verurteilt – der Klatsch. Eine Gesellschaft ist fruchtbar, wenn sie eine Dynamik zu erzeugen weiß, die in der Lage ist, aufzunehmen und zu integrieren; wenn sie sich bemüht und dafür kämpft, Chancen und Alternativen zu schaffen, die ihren Gliedern neue Möglichkeiten eröffnen; wenn sie sich dafür einsetzt, eine Zukunft mit Gemeinschaft, Bildung und Arbeit zu schaffen. Und auch wenn sie sich vielleicht hilflos fühlt und nicht weiß, wie das geschehen soll, gibt sie nicht auf und versucht es erneut. Wir alle müssen uns gegenseitig helfen, in der Gemeinschaft zu lernen, wie man diese Wege findet. Das müssen wir versuchen und immer wieder versuchen. Wir sollten den Mut haben, eine solche Abmachung zu treffen: ihr jungen Männer und Frauen, die Leitung des Wachpersonals und die Verantwortlichen dieser Einrichtung und des Ministeriums, alle, und eure Familien wie auch die pastoralen Mitarbeiter. Ihr alle, kämpft, kämpft – aber bitte nicht miteinander! Und wofür kämpfen? Dafür, dass Wege der Eingliederung und der Verwandlung gesucht und gefunden werden. Und solches Bemühen segnet der Herr. Dies unterstützt der Herr und dies begleitet der Herr.

Bald werden wir mit der Bußfeier fortfahren, in der wir alle den Blick des Herrn erleben können, der nicht ein Adjektiv sieht, niemals, sondern einen Namen. Er schaut den Menschen in die Augen, er sieht das Herz. Er schaut nicht auf Etiketten und Urteile, sondern er sieht Söhne und Töchter. Das ist der Blick Gottes, der die Anschuldigungen nicht beachtet und uns die Kraft gibt zu solchen Abmachungen, die uns allen helfen, der Nörgelei zu widersprechen, zu solchen brüderlichen Abmachungen, die es unserem Leben ermöglichen, immer eine Einladung zur Freude über die Erlösung zu sein, zur Freude darüber, dass wir eine Perspektive haben, zur Festfreude des Sohnes. Gehen wir auf diesem Weg. Danke.

[00114-DE.02] [Originalsprache: Spanisch]

Traduzione in lingua portoghese

«Este acolhe os pecadores e come com eles» (Lc 15, 2), acabamos de ouvir no Evangelho. Assim murmuravam alguns fariseus, escribas e doutores da lei, muito escandalizados e incomodados com o modo como Jesus Se comportava.

Pretendiam, com esta afirmação, denegri-Lo, desacreditá-Lo à vista de todos, mas tudo o que conseguiram fazer foi destacar um dos procedimentos de Jesus mais comuns, mais caraterísticos, mais belos: «Este acolhe os pecadores e come com eles». E todos somos pecadores, todos; por isso Jesus acolhe, com carinho, a todos nós que estamos aqui; e se alguém, dentre todos nós que estamos aqui, não se sentir pecador, saiba que Jesus não o receberá, perderá o melhor.

Jesus não tem medo de Se aproximar daqueles que, por inúmeras razões, carregavam o peso do ódio social, como no caso dos publicanos – lembremo-nos que os publicanos se enriqueciam roubando o seu próprio povo, suscitando muita, mas muita indignação – ou carregavam o peso do ódio social porque cometeram alguns erros na sua vida, erros e enganos, qualquer culpa, e daí chamar-lhes pecadores. Jesus fá-lo porque sabe que, no Céu, há mais alegria por um só daqueles que erram, dos pecadores convertidos do que por noventa e nove justos que se sentem bem (cf. Lc 15, 7).

E enquanto estas pessoas se limitavam a murmurar ou a indignar-se porque Jesus Se encontrava com as pessoas assinaladas por algum erro social, por algum pecado, e fechavam as portas da conversão, do diálogo com Jesus, Este aproxima-Se, compromete-Se, Jesus coloca em risco a sua reputação e sempre convida a fixar um horizonte capaz de renovar a vida, de renovar a história. Todos, todos temos um horizonte. Todos. Alguém pode dizer: «Eu não o tenho». Abre a janela e encontrá-lo-ás. Abre a janela do teu coração, abre a janela do amor que é Jesus, e encontrá-lo-ás. Todos temos um horizonte. São dois olhares muito diferentes, que se contrapõem: o de Jesus e o daqueles doutores da lei. Um olhar estéril e infecundo – o da murmuração e bisbilhotice – que fala sempre mal dos outros e sempre se sente justo, e o outro (que é o do Senhor) que convida à transformação e conversão, a uma vida nova, como tu [dirigindo-se ao jovem que deu o testemunho] disseste há pouco.

O olhar da murmuração e da bisbilhotice

Isto não valia só para aqueles tempos, vale também para hoje! Muitos não suportam nem gostam desta opção de Jesus; antes, manifestam o seu descontentamento, inicialmente por entre dentes mas no final aos gritos, procurando desacreditar este comportamento de Jesus e de quantos estão com Ele. Não aceitam, rejeitam esta opção de estar próximo e oferecer novas oportunidades. Tais pessoas condenam duma vez para sempre, desacreditam duma vez para sempre, esquecendo-se de que, aos olhos de Deus, elas próprias estão desacreditadas e precisam de ternura, precisam de amor e compreensão, mas não querem aceitar. Não o aceitam. Sobre a vida do povo, parece-lhes mais fácil colocar etiquetas e rótulos que congelam e estigmatizam não só o passado, mas também o presente e o futuro das pessoas. Colocam rótulos nas pessoas: este é assim, aquele fez isto e agora está feito e deve carregá-lo pelo resto dos seus dias. São assim as pessoas que murmuram, os bisbilhoteiros, são assim. Rótulos que, no fim de contas, nada mais fazem senão dividir: aqui os bons, além os maus; aqui os justos, além os pecadores. E isto, Jesus não o aceita. Esta é a cultura do adjetivo: gostamos tanto de «adjetivar» as pessoas; gostamos muito! «Tu, como te chamas?» - «Chamo-me bom» - «Não! Isto é um adjetivo. Como te chamas?» Temos de ir ao nome da pessoa: quem és, que fazes, que sonhos tens, que sente o teu coração... Isto, aos bisbilhoteiros, não interessa; procuram imediatamente um rótulo para se livrar dele. É a cultura do adjetivo que desacredita a pessoa. Estai atentos para não cair nesta atitude como tão facilmente nos convida a fazer a sociedade.

Este procedimento contamina tudo, porque levanta um muro invisível que faz pensar que marginalizando, separando e isolando resolver-se-ão, magicamente, todos os problemas. E, quando uma sociedade ou comunidade se decide por isso, limitando-se a criticar, bisbilhotar e murmurar, entra num círculo vicioso de divisões, censuras e condenações. É interessante observar: estas pessoas que não aceitam Jesus nem o que Ele nos ensina, são pessoas que estão sempre a lutar entre si, condenam-se mutuamente, entre aqueles que se chamam justos. Além disso, é uma atitude de marginalização e exclusão, de oposição que leva a dizer irresponsavelmente como Caifás: «Convém que morra um só homem pelo povo, e não pereça a nação inteira» (Jo 11, 50). É melhor que todos sejam guardados lá, que não nos venham incomodar; queremos viver em paz. Ouvir isto custa! Mas isto, teve que enfrentar Jesus, e isto enfrentamos também nós hoje. Normalmente, a corda quebra pelo ponto mais fraco: o dos pobres e dos indefesos.

Que pena faz ver uma sociedade que concentra as suas energias mais em murmurar e indignar-se do que em comprometer-se, empenhar-se por criar oportunidades e transformação!

O olhar da conversão: o outro olhar

Ao invés, todo o Evangelho está marcado pelo outro olhar que nasce precisamente do coração de Deus. Deus nunca te abandona. Deus não abandona ninguém. Deus convida-te: «Vem». Deus espera-te e abraça-te! E, se não conheceres a estrada, sai à tua procura, como fez o pastor com as ovelhas. O outro olhar, pelo contrário, rejeita. O Senhor quer fazer festa quando vê os seus filhos que regressam a casa (Lc 15, 11-32). Assim o testemunhou Jesus, levando até ao extremo a manifestação do amor misericordioso do Pai. Temos um Pai. Assim no-lo disseste tu. Gostei desta tua confissão: temos um Pai. Eu tenho um Pai que me ama. É estupendo! Um amor, o de Jesus, que não tem tempo para murmurar, mas procura romper o círculo da crítica inútil e indiferente, neutra e assética. «Dou-Te graças, Senhor – dizia aquele doutor da lei –, porque não sou como aquele». Não sou como aquele. Pensam ter purificado a alma dez vezes numa ilusão de vida assética que não serve para nada. Uma vez ouvi um agricultor dizer algo que me impressionou: «Qual é a água mais limpa? Sim, a água destilada – dizia ele. Sabe, Padre, que, quando a bebo, não sabe a nada». Assim é a vida daqueles que criticam, murmuram e se separam dos outros: sentem-se tão limpos, tão asséticos que não sabem a nada; são incapazes de convidar alguém, vivem para cuidar de si mesmos fazendo-se a cirurgia estética na alma e não para estender a mão aos outros e ajudá-los a crescer, como faz Jesus que aceita a complexidade da vida e de cada situação. O amor de Jesus, o amor de Deus, o amor de Deus Pai – como disseste tu – é um amor que inaugura uma dinâmica capaz de inventar caminhos e oferecer oportunidades de integração e transformação, oportunidades de cura, de perdão, de salvação. E comendo com publicanos e pecadores, Jesus quebra a lógica que separa, que exclui, que isola, que divide falsamente entre «bons e maus». E fá-lo, não por decreto ou só com boas intenções, nem com voluntarismos ou sentimentalismo. Como faz Jesus? Criando vínculos, vínculos capazes de permitir novos processos; apostando e fazendo festa em cada passo possível. Por isso Jesus, quando Mateus se converte – encontrais isso no Evangelho –, não lhe diz: «Combinado! Congratulações; vem comigo». Mas disse-lhe: «Vamos festejar em tua casa» e, para a festa, convida todos os seus amigos que eram, como Mateus, proscritos pela sociedade. O bisbilhoteiro, aquele que divide, não sabe fazer festa porque possui um coração amargo.

Criar vínculos, festejar é o que faz Jesus, E deste modo quebra com outra murmuração difícil de detetar, que «fura os sonhos» pois repete como sussurro contínuo: «Não conseguirás, não conseguirás». Quantas vezes já ouviste isto: «Não conseguirás». Atenção! Cuidado! Isso é como o caruncho que te rói dentro. Quando ouvires «não conseguirás», dá um tabefe em ti mesmo: «Sim que o conseguirei e to demonstrarei». É a murmuração interior, a bisbilhotice interior que brota em quem, tendo chorado o seu pecado e consciente do próprio erro, não crê que possa mudar. Isto acontece quando se está intimamente convencido que aquele que nasceu «publicano» tem que morrer «publicano»; e isto não é verdade! O Evangelho diz-nos o contrário. Onze dos doze apóstolos eram pecadores graves, porque cometeram o pior dos pecados: abandonaram o seu Mestre, uns negaram-No, outros fugiram. Os apóstolos traíram e Jesus foi procurá-los um por um, e foram aqueles que mudaram o mundo. A nenhum veio a vontade de dizer: «Não conseguirei», porque, tendo visto o amor de Jesus depois da traição, exclama para Jesus: «Conseguirei, porque Vós me dareis a força». Cuidado com o caruncho do «não conseguirás» É precisa muita atenção!

Amigos, cada um de nós é muito mais do que os rótulos que nos dão; é muito mais do que os adjetivos que nos querem atribuir, é muito mais do que a condenação que nos impuseram. Assim Jesus no-lo ensina e convida a acreditar. O olhar de Jesus desafia-nos a pedir e procurar ajuda para percorrer os caminhos da superação. Por vezes a murmuração parece vencer, mas não acrediteis, não lhe presteis ouvidos. Procurai e ouvi as vozes que impelem a olhar para diante e não aquelas que vos desencorajam. Ouvi as vozes que vos abrem a janela e fazem ver o horizonte. «Mas é longe!» - «Sim, mas conseguirás!» Fixa-o bem e conseguirás! Sempre que vier o caruncho com o «não conseguirás», retorqui-lhe intimamente: «Conseguirei», e fixai o horizonte.

A alegria e a esperança do cristão – de todos nós, também do Papa – nasce de ter experimentado alguma vez este olhar de Deus que nos diz: tu fazes parte da minha família e não posso abandonar-te às intempéries. Isto é o que Deus diz a cada um de nós, porque Deus é Pai (foste tu que o disseste!): «Tu fazes parte da minha família e não te abandonarei às intempéries, não te deixarei caído por terra no caminho, não posso perder-te pelo caminho – diz Deus a cada um de nós, chamando-nos por nome e cognome – Eu estou contigo aqui». Aqui? Sim, aqui. Isto nasce de ter sentido – como partilhaste tu, Luís – que, naqueles momentos em que tudo parecia ter acabado, algo te disse: Não! Não está tudo acabado, porque tens uma finalidade grande que te permite entender que Deus Pai estava e está com todos nós e nos dá pessoas para caminhar connosco e ajudar-nos a alcançar novas metas.

E, assim, Jesus transforma a murmuração em festa e diz-nos: «Alegrai-vos comigo» (Lc 15, 6), vamos festejar». Uma vez encontrei uma tradução interessante da parábola do filho pródigo, pois dizia que o pai; quando viu que o filho regressava a casa, exclamou: «Vamos festejar» e ali começou a festa. Mas a tradução dizia: «E ali começou a dança». A alegria, a alegria com que somos acolhidos por Deus com o abraço do Pai. «Começou a dança».

Irmãos, vós fazeis parte da família, tendes muito para partilhar. Ajudai-nos a saber qual é a melhor maneira para viver e acompanhar o processo de transformação de que todos, como família, temos necessidade. Todos.

Uma sociedade adoece quando não é capaz de fazer festa pela transformação dos seus filhos, uma comunidade adoece quando vive a murmuração que esmaga e condena, sem sensibilidade. Uma sociedade é fecunda quando consegue gerar dinâmicas capazes de incluir e integrar, assumir e lutar para criar oportunidades e alternativas que deem novas possibilidades aos seus filhos, quando se preocupa por criar futuro com comunidade, instrução e trabalho. E embora possa experimentar a impotência de não saber como, nem por isso se arrende, mas tenta de novo. Todos nos devemos ajudar para aprender, em comunidade, a encontrar estes caminhos, a tentar uma vez e outra. É uma aliança que temos de nos animar a realizar: vós, rapazes, meninas, os responsáveis pela custódia e as autoridades do Centro e do Ministério, todos, e as vossas famílias, bem como os agentes pastorais. Todos juntos, lutai sem cessar – não entre vós, por favor! Então por que coisa? – por procurar e encontrar caminhos de inserção e transformação. E isto, o Senhor o sustenta; isto, o Senhor o acompanha.

Em breve, continuaremos a Celebração Penitencial, na qual todos poderemos experimentar o olhar do Senhor, que nunca vê um adjetivo: vê um nome, fixa os olhos, olha o coração. Vê, não um rótulo ou uma condenação, mas filhos. Olhar de Deus que desmente as desqualificações e nos dá a força para criar as alianças necessárias que nos ajudem a desmentir as murmurações, aquelas alianças fraternas que permitam à nossa vida ser sempre um convite à alegria da salvação, à alegria de ter um horizonte aberto à nossa frente, a alegria da festa do filho. Caminhemos por este caminho. Obrigado!

[00114-PO.02] [Texto original: Espanhol]

Traduzione in lingua polacca

„Ten przyjmuje grzeszników i jada z nimi” (Łk 15,2) usłyszeliśmy przed chwilą w Ewangelii. Tak szemrali niektórzy faryzeusze, uczeni w Piśmie, znawcy Prawa, dość zgorszeni i dość poirytowani sposobem zachowania Jezusa.

Wyrażając się w ten sposób, starali się Go zdyskredytować, zdezawuować w oczach wszystkich, ale jedynym, co osiągnęli, było wskazanie jednej najczęstszych i najbardziej charakterystycznych i najpiękniejszych postaw Jezusa: „Ten przyjmuje grzeszników i jada z nimi”. A wszyscy jesteśmy grzesznikami, wszyscy, i dlatego Jezus przyjmuje nas z uczuciem, wszystkich jak tu jesteśmy; i jeśli ktoś z nas nie czuje się grzesznikiem, pośród nas tu obecnych, niech wie, że Jezus go nie przyjmie i straci to, co najlepsze.

Jezus nie boi się zbliżyć do tych, którzy z niezliczonych powodów nieśli na swoich barkach ciężar nienawiści społecznej, jak w przypadku celników - pamiętamy, że poborcy podatkowi bogacili się łupiąc swoich rodaków; wywoływali oni bardzo wiele oburzenia - lub nieśli na sobie nienawiść społeczną, bo popełnili jakieś błędy w swoim życiu, błędy i pomyłki, jakąś winę, i dlatego nazywano ich grzesznikami. Jezus czyni to, ponieważ wie, że w niebie jest więcej radości z powodu jednego z tych, którzy błądzą, z nawróconych grzeszników, niż dziewięćdziesięciu dziewięciu sprawiedliwych, którzy kontynuują dobrze (por. Łk 15,7).

I podczas gdy ci ludzie ograniczali się do szemrania lub oburzenia, z powodu tego, że Jezus spotykał się z osobami naznaczonymi jakimś błędem społecznym, jakimś grzechem, i zamykali drzwi do nawrócenia, do dialogu z Jezusem, Jezus się przybliża, angażuje się, Jezus naraża na szwank swoją reputację, i zawsze zachęca do poszukiwania perspektywy, która może odnowić życie i odnowić historię. Wszyscy, wszyscy mamy perspektywę. Wszyscy. Ktoś może powiedzieć: „Ja nie mam”. Otwórz okno i ją znajdziesz. Otwórz okno twojego serca, otwórz okno miłości, którą jest Jezus, i ją znajdziesz. Wszyscy mamy perspektywę. Są dwa bardzo różne spojrzenia, które się ścierają: to Jezusowe i to owych uczonych w Prawie. Jedno jest spojrzeniem jałowym i bezowocnym – to szemrania i plotki, które zawsze mówi źle o innych i czuje się sprawiedliwym, oraz drugie – spojrzenie Pana, które wzywa do przemiany i nawrócenia, do nowego życia, jak chwilę temu powiedziałeś [zwraca się do młodego człowieka, który dawał świadectwo].

Spojrzenie szemrania i plotki

Odnosi się to nie tylko do tamtych czasów, ale także do dziś! Wielu nie toleruje i nie lubi tej decyzji Jezusa, a wręcz najpierw półgłosem, a w końcu wołając, okazują swoje niezadowolenie, starając się zdyskredytować to zachowanie Jezusa oraz tych wszystkich, którzy są z Nim. Nie akceptują i odrzucają tę decyzję bycia blisko i oferowania nowych szans. Ci ludzie skazują raz na zawsze, dyskredytują raz na zawsze i zapominają, że w oczach Bożych oni sami są zdyskredytowani i potrzebują czułości, potrzebują miłości i wyrozumiałości, ale nie chcą przyjąć. Nie przyjmują jej. W życiu ludzi łatwiejsze wydaje się nadawanie tytułów i etykietek, które zamrażają i piętnują nie tylko przeszłość, ale także teraźniejszość i przyszłość osób. Nadajemy osobom etykietki: ten jest taki, tamten zrobił to i to już jest, i musi to nieść do końca swoich dni. Tacy są ludzie, którzy szemrzą, plotkarze, tacy są. Etykietki, które w ostatecznym rachunku stwarzają jedynie podziały: z tej strony dobrzy, a z tej źli: z tej sprawiedliwi, a tam grzesznicy. A tego Jezus nie akceptuje. To jest kultura przymiotnika: lubimy „przymiotnikować” ludzi, bardzo lubimy. „Ty, jak się nazywasz?” – „Nazywam się dobry” – „Nie, to jest przymiotnik. Jak się nazywasz?”. Iść ku imieniu osoby: kim jesteś, co robisz, jakie masz marzenia, co czuje twoje serce… Plotkarzy to nie interesuje; poszukują od razu etykiety, żeby się tym nie przejmować. Kultura przymiotnika, która dyskredytuje osobę. Pomyślcie, aby nie popaść w tę postawę, która z taką łatwością jest nam poddawana w społeczeństwie.

Ta postawa zatruwa wszystko, ponieważ wznosi niewidzialny mur, sugerujący, że poprzez usuwanie na margines, rozdzielanie lub izolowanie magicznie zostaną rozwiązane wszystkie problemy. A kiedy społeczeństwo lub wspólnota na to sobie pozwala i ogranicza się jedynie do plotkowania i szemrania, to wkracza w błędne koło podziałów, ostrych słów i potępień. To ciekawe: te osoby, które nie akceptują Jezusa i tego, czego nas uczy Jezus, są osobami, które zawsze kłócą się między sobą, oskarżają się nawzajem, pomiędzy tymi, którzy nazywają siebie sprawiedliwymi. A ponadto jest to postawa marginalizacji, wykluczenia i starcia, która pozwala nieodpowiedzialnie mówić jak Kajfasz: „będzie korzystniej, jeśli jeden człowiek umrze za lud, niż gdyby miał zginąć cały naród” (J 11,50). Lepiej, żebyśmy byli tu bezpieczni, żeby nie przychodzili nam przeszkadzać, chcemy żyć w spokoju. To ciężkie, i z tym musiał zmierzyć się Jezus, i z tym musimy zmierzyć się my dzisiaj. Zwykle nić zrywa się w miejscu najcieńszym: ubogich i bezbronnych. To ci, którzy najbardziej cierpią z powodu tych społecznego potępienia, które nie pozwala się podnieść.

Jakże boli, gdy widzimy społeczeństwo koncentrujące swoje energie bardziej na szemraniu i okazywaniu wzburzenia, niż na zmaganiach i walce o stworzenie szans i transformację!

Spojrzenie nawrócenia: inne spojrzenie

Natomiast cała Ewangelia naznaczona jest tym innym spojrzeniem, które rodzi się nie z czego innego, jak z serca Boga. Bóg nigdy cię nie opuszcza. Bóg nie opuszcza nikogo. Bóg mówi ci: „Chodź”. Bóg na ciebie oczekuje i obejmuje, a jeśli nie znasz drogi, przychodzi i szuka cię, jak zrobił pasterz owiec. Tymczasem inne spojrzenie odrzuca. Pan pragnie świętować, kiedy widzi, jak jego dzieci powracają do domu (por. Łk 15, 11-32). Tak to zaświadczył Jezus, ukazując aż do końca miłosierną miłość Ojca. Mamy Ojca. Ty to powiedziałeś: spodobało mi się twoje wyznanie: mamy Ojca. Ja mam Ojca, który mnie kocha. To piękna rzecz. Miłość, miłość Jezusa, która nie ma czasu na szemranie, ale stara się przełamać krąg zbytecznej i obojętnej, neutralnej i jałowej. „Panie, dziękuję Ci – mówił uczony w Prawie – że nie jestem jak tamten”. Nie jestem jak tamten. Ci, którzy myślą, że mają duszę dziesięć razy oczyszczoną w iluzji jałowego życia, które niczemu nie służy. Pewnego razu słyszałem rolnika, który mówił coś, co mnie uderzyło: „Jaka jest najczystsza woda? Tak, woda destylowana – mówił. Wiesz, ojcze, kiedy ją piję, jest bez smaku”. Takie jest życie tych, którzy krytykują i plotkują i oddzielają się od innych: czują się czyści, tak jałowi, że bez smaku, niezdolni, żeby kogoś zaprosić, żyją zajmując się tylko sobą, żeby stosować sobie chirurgię plastyczną duszy, a nie by podać rękę innym i pomagać im we wzrastaniu. To jest to, co robi Jezus, który przyjmuje, biorąc na siebie złożoność życia i każdej sytuacji; miłość Jezusa, miłość Boga, miłość Boga Ojca – jak powiedziałeś – to miłość, która zapoczątkowuje dynamikę zdolną do odkrycia dróg i zaoferowania szans integracji i transformacji, szans uzdrowienia, przebaczenia, zbawienia. Jedząc z celnikami i grzesznikami, Jezus przełamuje logikę, która oddziela, wyklucza, izoluje i fałszywie dzieli między „dobrymi a złymi”. I nie czyni tego na mocy dekretu lub dobrych intencji, ani też z woluntaryzmem, czy sentymentalizmem. Jak to robi Jezus? Stwarzając więzi, więzi umożliwiające nowe procesy; ryzykując i świętując każdy możliwy krok. Dlatego Jezus, gdy nawraca się Mateusz – znajdziecie to w Ewangelii – nie mówi mu: „Dobrze, zgadzam się, gratuluję, chodź ze mną”. Nie, On mówi: „Chodźmy do twojego domu świętować”, i zaprasza do świętowania wszystkich jego przyjaciół, którzy byli jak Mateusz skazani przez społeczność. Plotkarz, który dzieli, nie potrafi świętować, bo ma zgorzkniałe serce.

Tworzenie więzów, świętowanie, to właśnie robi Jezus. W ten sposób zrywa z kolejnym szemraniem, które nie jest łatwe do wykrycia, a które „przebija marzenia”, ponieważ nieustannie podszeptuje: „Nie dasz rady, nie dasz rady”. Ile razy słyszeliście to: „Nie dasz rady”. Uwaga, uwaga: to jest jak kornik, który cię drąży od środka. Kiedy słyszysz „nie dasz rady” uderz się w policzek: „tak, dam radę i pokażę ci to”. Jest to szemranie wewnętrzne, wewnętrzna plotka, jakie pojawiają się u tych, którzy opłakując swój grzech i świadomi swojego błędu, nie wierzą, że mogą się zmienić. Dzieje się tak, kiedy jesteśmy wewnętrznie przekonani, że ten, który urodził się jako „celnik”, musi umrzeć jako „celnik”; a to nieprawda. Ewangelia mówi nam coś zupełnie przeciwnego. Jedenastu z dwunastu apostołów było ciężkimi grzesznikami, bo popełnili najgorszy grzech: opuścili ich Mistrza, jedni zaparli się, inni uciekli. Apostołowie zdradzili, a Jezus poszedł, aby ich szukać jednego po drugim, i to oni zmienili świat. Żadnemu nie zdarzyło się powiedzieć: „nie dasz rady”, bo widząc miłość Jezusa po zdradzie, mówili: „Dam radę, bo Ty dasz mi siłę”. Uwaga na kornika „nie dasz rady”! Trzeba być bardzo uważnym.

Przyjaciele: każdy z nas to znacznie więcej niż „etykietki”, jakie mu przylepiają; o wiele więcej od przymiotników, jakimi chcą nas określić, i o wiele więcej od potępienia, jakim nas naznaczono. Tak uczy nas Jezus i zachęca do wiary. Wzrok Jezusa prowokuje nas do proszenia i szukania pomocy, by kroczyć drogami poprawy. Czasami zdaje się zwyciężać szemranie, ale nie wierzcie w to, nie słuchajcie tego. Szukajcie i słuchajcie głosów, które pobudzają do patrzenia w przyszłość, a nie tych, które was przygnębiają. Słuchajcie głosów, które otwierają wam okno i pozwalają wam zobaczyć perspektywy. „Ale to daleko!” – „Tak, ale dasz radę”. Popatrz dobrze, a dasz radę! Za każdym razem, gdy przychodzi kornik „nie dam rady”, w wnętrza odpowiadajcie mu: „Dam radę” i patrzcie w stronę perspektywy.

Radość i nadzieja chrześcijanina - nas wszystkich, również papieża - rodzi się z doświadczenia niekiedy tego spojrzenia Boga, które nam mówi: „należysz do mojej rodziny i nie mogę cię zostawić na dworze”. To właśnie mówi Bóg każdemu z nas, bo Bóg jest Ojcem – ty to powiedziałeś. „Jesteś częścią mojej rodziny i nie mogę zostawić cię na dworze, nie zostawię cię leżącego na drodze, nie, nie mogę cię stracić w drodze” – mówi nam Bóg, każdemu z nas, z imieniem i nazwiskiem – „jestem tu z tobą”. Tutaj? Tak, tutaj. To znaczy usłyszeć, jak powiedziałeś Luisie, że w tych chwilach, kiedy wydawało się, że wszystko się skończyło, coś mówiło tobie: nie! Nie wszystko się skończyło, ponieważ masz wielki cel, który pozwala ci zrozumieć, że Ojciec Bóg był i jest z nami wszystkimi i daje nam ludzi, z którymi możemy iść i którzy mogą nam pomagać w osiągnięciu nowych celów.

I w ten sposób Jezus przemienia szemranie w święto i mówi nam: „Cieszcie się ze mną” (Łk 15,6), chodźmy świętować”. W przypowieści o marnotrawnym synu spodobało mi się kiedyś, gdy znalazłem tłumaczenie, które mówiło, że ojciec, kiedy zobaczył syna wracającego do domu, powiedział: „Chodźmy świętować”, i od tego rozpoczęło się święto. Pewne tłumaczenie mówiło: „I zaczął się taniec”. Radość, radość, za jaką zostaliśmy przyjęci przez Boga z uściskiem Ojca. „Zaczął się taniec”.

Bracia: jesteście częścią rodziny, macie wiele do przekazania. Pomóżcie nam dowiedzieć się, jaki jest najlepszy sposób, aby towarzyszyć procesowi transformacji, którego wszyscy potrzebujemy jako rodzina. Wszyscy!

Społeczeństwo zaczyna chorować, gdy nie jest w stanie świętować z powodu przemiany swoich dzieci. Wspólnota zaczyna chorować, gdy żyje w przytłaczającym, potępiającym i nieczułym szemraniu, w plotkach. Społeczeństwo jest płodne, gdy potrafi wytworzyć dynamizmy mogące włączać i integrować, zająć się i walczyć, by stworzyć szanse i alternatywy, które przyniosą nowe możliwości dla jego dzieci, gdy podejmowane są starania, by tworzyć przyszłość ze wspólnotą, edukacją i pracą. Ta wspólnota jest zdrowa. I chociaż może doświadczyć niemocy, że nie wie, jak to uczynić, nie poddaje się i próbuje ponownie. Wszyscy musimy pomagać sobie nawzajem, aby we wspólnocie nauczyć się odnajdywać te drogi. Jest to przymierze, jakie powinniśmy mieć odwagę zawrzeć: wy, chłopcy i dziewczęta, odpowiedzialni za nadzór i władze Ośrodka oraz Ministerstwa, wszyscy, wasze rodziny, jak również pracownicy duszpasterscy. Wszyscy, walczcie, walczcie – ale nie między sobą, proszę! – o co?, aby szukać i odnajdywać drogi integracji i transformacji. Pan to błogosławi. Pan to wspiera i temu Pan towarzyszy.

Wkrótce będziemy kontynuować nabożeństwo pokutne, w którym wszyscy możemy doświadczyć spojrzenia Pana, który nie widzi przymiotnika, nigdy: widzi imię, patrzy w oczy, patrzy w serce. Nie widzi etykietki ani potępienia, ale widzi swoje dzieci. Spojrzenia Boga, który odpiera oskarżenia i daje nam siłę do tworzenia tych przymierzy niezbędnych, by pomóc nam wszystkim w odparciu tych szemrań, tych przymierzy braterskich, które pozwalają naszemu życiu być zawsze zaproszeniem do radości zbawienia, do radości z posiadania przed sobą perspektyw, do radości synowskiego święta. Idźmy tą drogą. Dziękuję.

[00114-PL.02] [Testo originale: Spagnolo]

Traduzione in lingua araba

إن "هذا الرَّجُلُ يَستَقبِلُ الخاطِئينَ ويَأكُلُ مَعَهم!" (لو 15، 2)، لقد سمعناه للتوّ في الإنجيل. هذا ما تذمّر به بعض الفريسيّين والكتبة وعلماء الشريعة الذين كانوا مصدومين ومنزعجين من سلوك يسوع.

كانوا يحاولون عبر هذا التعبير أن يستبعدوه ويشكّكوا بمصداقيته أمام الجميع، لكنّهم لم يفعلوا شيئًا سوى إبراز أحد أكثر مواقف يسوع شيوعًا وتميزًا وجمالًا: "يَستَقبِلُ الخاطِئينَ ويَأكُلُ مَعَهم". وإننا جميعًا خطأة، جميعًا، ولذا يستقبلنا يسوع بمحبّة، كلّنا نحن الموجودين هنا؛ وإن كان أحد لا يشعر أنه خاطئ، من بيننا جميعًا الموجودين هنا، ليعلم أن يسوع لن يستقبله، وسيخسر أفضل نصيب.

لا يخاف يسوع من الاقتراب من أولئك الذين، ولألف سبب، يتحمّلون ثقل كراهية المجتمع، كما هو الحال مع العشّارين -تذكّروا أن العشّارين قد اغتنوا بسرقة شعبهم؛ كانوا يثيرون الكثير من السخط- أو يتحمّلون ثقل كراهية المجتمع لأنهم اقترفوا بعض الأخطاء في حياتهم، ثقل أخطائهم وخطاياهم، بعض الخطايا، وكانوا يسمّونهم خطأة. ويسوع يستقبلهم لأنه يعلم أن هناك فَرَحٌ في السَّماءِ بالذين يخطأون، بِخطأة يَتوبون أَكثَرَ مِنه بِتِسعَةٍ وتِسعينَ مِنَ الأَبرارِ الذين يتابعون مسيرتهم بطريقة صالحة (را. لو 15، 7).

في حين أن هؤلاء الأشخاص كانوا يكتفون بالتذمّر أو بالازدراء، لأن يسوع كان يلتقي بالأشخاص المطبوعة ببعض الأخطاء الاجتماعية، ببعض الخطايا، وكانوا يقطعون الطريق أمام أيّة توبة وأيّ حوار مع يسوع، كان يسوع يقترب، وينحني (يسوع يخاطر بسمعته) ويدعو دومًا إلى النظر إلى أفق قادر على تجديد الحياة، على تجديد التاريخ. جميعنا، جميعنا نملك أفقًا. جميعنا. قد يقول أحدكم: "أنا لا أملك أفقًا". افتح الشبّاك، وسوف تجده. افتح شبّاك قلبك، افتح شبّاك المحبّة التي هي يسوع، وسوف تجده. كلّنا نملك أفقًا. هناك نظرتان مختلفتان للغاية وتتعارضان: نظرة يسوع ونظرة علماء الشريعة. نظرة عقيمة -نظرة الوشوشة والنميمة لدى الشخص الذي يتكلّم بالسوء عن الآخرين ويشعر أنه بار- ونظرة أخرى –نظرة الربّ- التي تدعو إلى التغيّر والتوبة: إلى حياة جديدة، كما قلت منذ قليل [متوجّها للشاب الذي قدّم شهادته].

نظرة الوشوشة والنميمة

لا ينطبق هذا على ذاك الزمان فقط، بل ينطبق أيضًا على يومنا هذا! فكثيرون لا يتحملّون خيار يسوع هذا ولا يحبّونه، لا بل يعبّرون، أوّلاً بصوت منخفض وثمّ يصرخون في النهاية، عن خيبة أملهم محاولين التشكيك في سلوكه وسلوك كلّ من هم معه. لا يقبلون ويرفضون خيار القرب من الناس هذا، ومنحهم فرص جديدة. هؤلاء الأشخاص يدينون بشكل نهائي، ويشوّهون مصداقية الآخرين بشكل نهائي وينسون أنه لا مصداقية لهم بأعين الله، وأنهم بحاجة إلى الحنان، بحاجة إلى المحبّة والتفهّم، ولكنهم لا يريدون قبوله. لا يقبلونه. يبدو من الأسهل، إزاء حياة الناس، إعطاء ألقاب وتسميات توصم، ليس فقط ماضي الأشخاص، بل حاضرهم ومستقبلهم. نضع تسميات على الأشخاص: هذا الشخص هو هكذا، وهذا ما فعله ذاك، وعليه أن يحمله باقي حياته. هكذا هم الذين يثرثرون، أصحاب النميمة، هم هكذا. تسميات لا تنتج شيئًا، في نهاية الأمر، سوى الانقسامات: من هنا الصالحين، ومن هناك الأشرار؛ من هنا الأبرار، ومن هناك الخطأة. ويسوع لا يقبل هذا الأمر. إنها ثقافة النعت: يطيب له "نعت" الأشخاص، يطيب له للغاية. "أنت ما اسمك؟" – "اسمي صالح" – "كلا، هذا نعت، ما اسمك؟". التعرّف على اسم الشخص: من أنت، ماذا تصنع، ما هي احلامك، ماذا تشعر في قلبك... لكن هذا لا يهمّ أصحاب النميمة؛ يبحثون عن تسمية لإبعاده عنهم. ثقافة النعت التي تشوه مصداقية الشخص. فكروا بهذا الأمر، كيلا تتخذوا هذا الموقف الذي يقدّمه لنا المجتمع بسهولة كبيرة.

هذا التصرّف يلوّث كلّ شيء، لأنه يبني جدارًا غير مرئيّ يشير إلى أن التهميش والفصل والعزل سيحّل كلّ المشكلات بطريقة سحريّة. وعندما يسمح لنفسه مجتمعٌ ما أو جماعةٌ ما بذلك، ولا يفعل سوى الهمس والنمنمة والوشوشة، فإنه يدخل في دائرة مفرغة من الانقسامات واللوم والإدانات؛ هذا مثير للاهتمام: هؤلاء الأشخاص الذين لا يقبلون يسوع، وما يعلمنا يسوع، هم أشخاص يتشاجرون دوما فيما بينهم، ويدينون بعضهم البعض، وسط الذين يشعرون بأنهم أبرار. ومن ناحية ثانية إنه عمل تهميش وإقصاء ومعارضة، يجعله يقول بشكل غير مسؤول مثل قيافا: "خَيرٌ لكُم أَن يَموتَ رَجُلٌ واحدٌ عَنِ الشَّعْب ولا تَهلِكَ الأُمَّةُ بِأَسرِها" (يو 11، 50). خير أن نحمي الجميع هنا، وألّا نزعجهم، نحن نريد أن نحيا بسلام. وهذا قاس للغاية، هذا ما اضطر يسوع أن يواجهه، وهذا ما نواجهه اليوم نحن أيضًا. وعادة ما ينكسر الخيط عند النقطة الأضعف: نقطة الفقراء والضعفاء. وهم الذين يعانون الأكثر من ديانة المجتمع لهم التي لا تسمح لهم بالوقوف مجدّدا.

كم يؤلمنا أن نرى مجتمعًا يركّز طاقاته على التذمّر والازدراء، بدلاً من العمل، والسعي إلى خلق الفرص وإلى التغيير!

نظرة التوبة: النظرة الأخرى

لكن الإنجيل بكامله هو مطبوع بهذه النظرة الأخرى التي تنبع من قلب الله، لا أكثر ولا أقل. فالله لا يتخلى عنك ابدا. الله لا يتخلى عن احد أبدا. يقول الله لك: "تعال". الله ينتظرك ويعانقك، وإن كنت لا تعرف الطريق فهو يأتي ليبحث عنك، كما صنع الراعي مع الخراف. لكن النظرة الأخرى تنبذ. الربّ يريد الاحتفال عندما يرى أبناءه يعودون إلى البيت (را. لو 15، 11- 32). وهذا ما شهد له يسوع، مُظهرًا إلى أقصى حدّ، محبّة الآب الرحيمة. لنا أب. لقد قلته أنت: وأعجبني اعترافك: لنا أب. أنا لي أب يحبني. هذا أمر جميل. محبة، محبة يسوع، وهي محبّة ليس لديها الوقت للتذمّر، بل تحاول أن تكسر دائرة النقد العديمة الفائدة واللامبالية، والعقيمة. "أشكرك يا رب –قال عالم الشريعة ذاك- لأنني لست مثل هذا الرجل". لست مثله. هؤلاء الذين يظنون أن روحهم قد تنقت عشر مرات بوهم حياة عقيمة لا تخدم أي غرض. سمعت ذات مرة أحد المزارعين يقول شيئاً أدهشني: "الماء الأنظف ما هي؟ أجل، الماء المقطرة -قال-. أنت تعرف أبتي، أنني عندما أشربها، لا طعم لها". هكذا هي حياة أولئك الذين ينتقدون ويثرثرون وينفصلون عن الآخرين: فهم يشعرون بأنهم أنقياء جدا، معقمين، لذا فلا طعم لهم، وهم غير قادرين على دعوة أي شخص، ويعيشون في رعاية أنفسهم، كي يجملوا أنفسهم، لا كي يمدوا يدهم للآخرين ويساعدوهم على النمو. أي ما يصنعه يسوع، فيقبل تعقيد الحياة وتعقيد أيّ وضع كان؛ محبة يسوع، محبة الله، محبة الله الآب، هي محبّة تفتتح ديناميكيّة قادرة على إبداع طرق وتقديم فرص للاندماج وللتغيير، فرص للشفاء وللغفران، طرق للخلاص. إن يسوع، إذ يأكل مع العشارين والخطأة، يكسر المنطق الذي يفصل، والذي يستبعد، والذي يعزل، والذي يقسم باطلًا بين "الأخيار والأشرار". وهو لا يفعل ذلك بمرسوم أو فقط بمقاصد حسنة، ولا حتى من خلال العمل التطوّعي أو عبر العواطف. كيف يفعل ذلك؟ عبر إنشاء روابط قادرة على قبول مسارات جديدة؛ هو يراهن على كلّ خطوة ممكنة ويفرح بها. هذا هو السبب في أن يسوع، عندما تاب متى-تجدونه في الإنجيل- لا يقول له: "حسنا، حسنا، تهانينا، اتبعني". لا، بل يقول له: "لنذهب ونحتفل في المنزل"، ويدعو جميع أصدقائه، الذين كانوا، مثل متى، يدينهم المجتمع، للاحتفال. صاحب النمنمة، الذي يقسم، لا يعرف كيف يحتفل لأن المرارة تملأ قلبه.

خلق الروابط، والاحتفال، هذا ما يصنعه يسوع. ويضع حدًّا بهذه الطريقة لنميمة أخرى ليس من السهل اكتشافها والتي "تخترق الأحلام" لأنها تتكرّر مثل وشوشة مستمرّة: "لستَ قادرًا على ذلك، لستَ قادرًا على ذلك". كم من مرة سمعتم هذا القول: "لستَ قادرًا على ذلك". انتبه، انتبه: إن هذا يشبه الدودة التي تأكلك من الداخل. عندما تسمع "لستَ قادرًا على ذلك"، إصفع ذاتك: "أجل، أنا قادر وسوف أثبته لك". إنها الثرثرة الداخلية، النمنمة الداخلية، التي تظهر في الشخص الذي، بعد أن يبكي خطيئته، وهو يدرك خطأه، لا يؤمن أنّه يمكنه التغيّر. وهذا يحدث عندما يكون المرء مقتنعاً بشكل وثيق بأن الذي يولد "عشّارًا" يجب أن يموت "عشّارًا"؛ وهذا غير صحيح. لكن الإنجيل يقول لنا العكس. أحد عشر رسول من بين الرسل الاثني عشر كانوا خطأة، لأنهم ارتكبوا أسوأ الخطايا: لقد تخلوا عن معلمهم، وآخرون نكروه، والبعض الآخر هرب. الرسل، قد خانوا، وذهب يسوع للبحث عنهم واحدا تلو الآخر، وهم الذين غيروا العالم. لم يقل أحد منهم: "لست قادرًا على ذلك"،لأنهم قالوا بعد أن رأوا محبة يسوع لهم بعد الخيانة: "أنا قادر على ذلك، لأنك ستعطيني القوة". حذار من دودة الـ "لست قادرًا على ذلك"! يجب الانتباه.

أيّها الأصدقاء، إن قيمة كلّ واحد منّا هي أكبر بكثير من "التسميات" التي يعطونها لنا؛ أكبر بكثير من الصفات التي يريدون إعطاؤها لنا، إنها أكبر بكثير من الإدانة التي فرضوها علينا. هكذا يعلّمنا يسوع ويدعونا إلى الاعتقاد. ونظرته تحثّنا على التماس المساعدة وطلبها كيما نسير في سبل التغلّب عليها. تبدو الوشوشة في بعض الأحيان وكأنها تنتصر، ولكن لا تصدّقوها، لا تصغوا إليها. ابحثوا عن الأصوات التي تدفعكم للتطلّع إلى الأمام واصغوا إليها، لا إلى تلك التي تشدّ بكم للأسفل. اصغوا إلى الأصوات التي تفتح لكم النافذة وتريكم الأفق. "لكنه بعيد!" - "أجل، لكنك قادر على ذلك". انظر جيدا وسوف تحقّقه! في كل مرة تأتي فيها دودة الـ "لست قادرا على ذلك"، أجيبوا من داخلكم: "أنا قادر على ذلك"، وانظروا إلى الأفق.

يأتي فرح المسيحيّين ورجاءهم -نحن جميعًا، حتى البابا- من عيشهم خبرة نظرة الله هذه التي تقول لنا: أنت من أهل بيتي ولا يمكنني أن أتركك للعواصف. إنه صوت الله الذي يقول لكل منا، لأن الله أب –أنت قلته. "أنت من أهل بيتي ولن أتركك للعواصف، لن أدعك أرضا في الطريق، كلا، لا أستطيع أن أضيعك في الطريق"- يقول لنا الله، لكل منا، باسمه واسم عائلته، "أنا هنا معك". هنا؟ نعم هنا. هذا هو عندما نشعر، كما قلتَه لنا لويس، أن أمرًا ما قال لك، في تلك اللحظات عندما بدا كلّ شيء وكأنه أنتهى: لا! لم ينته كلّ شيء، لأنه لديك غاية كبيرة تسمح لك بفهم أن الله الآب كان معنا جميعًا وما زال معنا، ويعطينا أشخاصًا نسيرُ ونتعاونُ معهم للوصول إلى أهداف جديدة.

وهكذا يحوّل يسوع التذمّر إلى عيد ويقول لنا: "افرح معي! (را. لو 15، 6). لنذهب للاحتفال". سررت ذات مرة حين وجدت ترجمة لمثل الابن الضال، تقول إنه عندما رأى الأب ابنه يعود إلى المنزل، قال: "لنذهب ونحتفل"، وحينها بدأ الاحتفال. وقالت ترجمة أخرى: "حينها بدأ الرقص". الفرح، الفرح الذي يستقبلنا به الله مع عناق الآب. "بدأ الرقص".

أيّها الإخوة، أنتم من أهل البيت، ولديكم الكثير لتشاركونا به. ساعدونا لنعرف أفضلَ طريقةٍ لعيش ومرافقة عمليّة التحوّل التي نحتاجها جميعًا كأسرة واحدة. جميعا.

إن المجتمع يمرض عندما لا يستطيع الاحتفال بتغيّر أبنائه؛ وتمرض الجماعة عندما تعيش الثرثرة التي تسحق وتدين، دون حساسيّة، صاحب النميمة. يكون المجتمع مثمرًا عندما يعرف كيف يولد ديناميكيّات قادرة على الإدماج والتكامل، وعلى تولّي مسؤولية خلق الفرص والبدائل والنضال من أجلها؛ فرص تعطي إمكانيّات جديدة لأبنائه؛ وعندما يلتزم بخلق مستقبل فيه مجتمع وتربية وعمل. هذا المجتمع هو سليم. حتى وإن كان قد يختبر عجزه عن معرفة الطريقة، فهو لا يستسلم ويحاول مرّة أخرى. ويجب علينا جميعًا مساعدة بعضنا البعض كي نتعلّم، في المجتمع، كيف نجد هذه الطرق، كيف نحاول ونعيد المحاولة. هو عهد، يجب أن نتحلّى بالشجاعة كي نحقّقه: وأنتم، أيها الشبيبة، والمشرفين، والسلطات المركزيّة والسلطات الوزاريّة، والجميع، وعائلاتكم، وحتّى العمّال الرعويين. جميعكم، جاهدوا، جاهدوا، من أجل إيجاد طرق للإدماج وللتغيّر. فالربّ يبارك هذا العمل، الرب يدعم هذا العمل، والرب يرافقه.

سنستأنف بعد قليل الاحتفال بسرّ التوبة، حيث سنتمكّن جميعًا من اختبار نظرة الربّ، التي لا ترى صفة، أبدا: ترى إسما، وتنظر في الأعين، تنظر إلى القلب. لا ترى تسمية أو إدانة، إنما ترى الأبناء. نظرة الله التي ترفض الاستبعاد وتمنحنا القوّة لإنشاء العهود الضروريّة لمساعدتنا جميعًا على رفض التذمّر، تلك العهود الأخويّة التي تسمح لحياتنا بأن تكون دائمًا دعوة إلى الفرح وإلى الخلاص، إلى فرح وجود أفق امامنا، إلى فرح الاحتفال بالابن. لنتخذ هذه الدرب. شكرًا.

[00114-AR.01] [Testo originale: Spagnolo]

[B0063-XX.02]