Sala Stampa

www.vatican.va

Sala Stampa Back Top Print Pdf
Sala Stampa


Viaggio Apostolico del Santo Padre Francesco in Cile e Perù (15 – 22 gennaio 2018) – Santa Messa nella spianata di Huanchaco, 20.01.2018


Santa Messa nella spianata di Huanchaco

Breve Visita nella Cattedrale di Santa María di Trujillo

Santa Messa nella spianata di Huanchaco

Omelia del Santo Padre

Traduzione in lingua italiana

Traduzione in lingua francese

Traduzione in lingua inglese

Traduzione in lingua tedesca

Traduzione in lingua portoghese

Traduzione in lingua polacca

Questa mattina, lasciata la Nunziatura Apostolica, il Santo Padre Francesco si è trasferito in auto all’Aeroporto Internazionale di Lima da dove, alle ore 7.40 locali (13.40 ora di Roma) è decollato - a bordo di un A319 della LATAM - diretto a Trujillo.

Al Suo arrivo all’Aeroporto “Capt. FAS Carlos Martínez de Pinillos”, Papa Francesco è stato accolto da S.E. Mons. Héctor Miguel Cabrejos Vidarte, O.F.M., Arcivescovo di Trujillo, dal Governatore e dai Sindaci di Trujillo, di Huanchaco e di Víctor Larco. Erano inoltre presenti alcune centinaia di fedeli e un gruppo folkloristico che ha eseguito danze tradizionali. Due bambini hanno offerto un cappello di palma e un omaggio floreale al Papa che subito dopo si è recato in auto nella spianata di Huanchaco.

Dopo un giro in papamobile tra i fedeli, alle ore 09.30 locali (15.30 ora di Roma) il Santo Padre ha presieduto la Celebrazione Eucaristica in onore di Santa Maria Porta del Cielo.

Al termine della Santa Messa, dopo l’indirizzo di saluto dell’Arcivescovo di Trujillo, S.E. Mons. Héctor Miguel Cabrejos Vidarte, e la benedizione finale, il Papa si è trasferito in auto al quartiere “Buenos Aires”. Lungo il percorso erano schierati in parata 60 cavalli di razza paso peruviana. Dopo aver effettuato alcuni giri in papamobile nella piazza del quartiere “Buenos Aires”, Papa Francesco si è recato in auto all’Arcivescovado di Trujillo.

Pubblichiamo di seguito l’omelia che il Papa ha pronunciato nel corso della Celebrazione Eucaristica:

Omelia del Santo Padre

Estas tierras tienen sabor a Evangelio. Todo el entorno que nos rodea, con este inmenso mar de fondo, nos ayuda a comprender mejor la vivencia que los apóstoles tuvieron con Jesús; y hoy, también nosotros, estamos invitados a vivirla. Me alegra saber que han venido desde distintos lugares del norte peruano para celebrar esta alegría del Evangelio.

Los discípulos de ayer, como tantos de ustedes hoy, se ganaban la vida con la pesca. Salían en barcas, como algunos de ustedes siguen saliendo en los «caballitos de totora», y tanto ellos como ustedes con el mismo fin: ganarse el pan de cada día. En eso se juegan muchos de nuestros cansancios cotidianos: poder sacar adelante a nuestras familias y darles lo que las ayudará a construir un futuro mejor.

Esta «laguna con peces dorados», como la han querido llamar, ha sido fuente de vida y bendición para muchas generaciones. Supo nutrir los sueños y las esperanzas a lo largo del tiempo.

Ustedes, al igual que los apóstoles, conocen la bravura de la naturaleza y han experimentado sus golpes. Así como ellos enfrentaron la tempestad sobre el mar, a ustedes les tocó enfrentar el duro golpe del «Niño costero», cuyas consecuencias dolorosas todavía están presentes en tantas familias, especialmente aquellas que todavía no pudieron reconstruir sus hogares. También por esto quise estar y rezar aquí con ustedes.

A esta eucaristía traemos también ese momento tan difícil que cuestiona y pone muchas veces en duda nuestra fe. Queremos unirnos a Jesús. Él conoce el dolor y las pruebas; Él atravesó todos los dolores para poder acompañarnos en los nuestros. Jesús en la cruz quiere estar cerca de cada situación dolorosa para darnos su mano y ayudar a levantarnos. Porque Él entró en nuestra historia, quiso compartir nuestro camino y tocar nuestras heridas. No tenemos un Dios ajeno a lo que sentimos y sufrimos, al contrario, en medio del dolor nos entrega su mano.

Estos sacudones cuestionan y ponen en juego el valor de nuestro espíritu y de nuestras actitudes más elementales. Entonces nos damos cuenta de lo importante que es no estar solos sino unidos, estar llenos de esa unión que es fruto del Espíritu Santo.

¿Qué les pasó a las muchachas del Evangelio que hemos escuchado? De repente, sienten un grito que las despierta y las pone en movimiento. Algunas se dieron cuenta que no tenían el aceite necesario para iluminar el camino en la oscuridad, otras en cambio, llenaron sus lámparas y pudieron encontrar e iluminar el camino que las llevaba hacia el esposo. En el momento indicado cada una mostró de qué había llenado su vida.

Lo mismo nos pasa a nosotros. En determinadas circunstancias nos damos cuenta con qué hemos llenado nuestra vida. ¡Qué importante es llenar nuestras vidas con ese aceite que permite encender nuestras lámparas en las múltiples situaciones de oscuridad y encontrar los caminos para salir adelante!

Sé que, en el momento de oscuridad, cuando sintieron el golpe del Niño, estas tierras supieron ponerse en movimiento y estas tierras tenían el aceite para ir corriendo y ayudarse como verdaderos hermanos. Estaba el aceite de la solidaridad, de la generosidad que los puso en movimiento y fueron al encuentro del Señor con innumerables gestos concretos de ayuda. En medio de la oscuridad junto a tantos otros fueron cirios vivos que iluminaron el camino con manos abiertas y disponibles para paliar el dolor y compartir lo que tenían desde su pobreza.

En la lectura del Evangelio, podemos observar cómo las muchachas que no tenían aceite se fueron al pueblo a comprarlo. En el momento crucial de su vida, se dieron cuenta de que sus lámparas estaban vacías, de que les faltaba lo esencial para encontrar el camino de la auténtica alegría. Estaban solas y así quedaron, solas, fuera de la fiesta. Hay cosas, como bien saben, que no se improvisan y mucho menos se compran. El alma de una comunidad se mide en cómo logra unirse para enfrentar los momentos difíciles, de adversidad, para mantener viva la esperanza. Con esa actitud dan el mayor testimonio evangélico. El Señor nos dice: «En esto todos reconocerán que ustedes son mis discípulos: en el amor que se tengan los unos a los otros» (Jn 13,35). Porque la fe nos abre a tener un amor concreto, no de ideas, concreto, de obras, de manos tendidas, de compasión; que sabe construir y reconstruir la esperanza cuando parece que todo se pierde. Así nos volvemos partícipes de la acción divina, esa que nos describe el apóstol Juan cuando nos muestra a Dios que enjuga las lágrimas de sus hijos. Y esta tarea divina Dios la hace con la misma ternura que una madre busca secar las lágrimas de sus hijos. Qué linda pregunta la que nos puede hacer el Señor a cada uno de nosotros al final del día: ¿cuántas lágrimas has secado hoy?

Otras tormentas pueden estar azotando estas costas y, en la vida de los hijos de estas tierras, tienen efectos devastadores. Tormentas que también nos cuestionan como comunidad y ponen en juego el valor de nuestro espíritu. Se llaman violencia organizada como el «sicariato» y la inseguridad que esto genera; se llaman falta de oportunidades educativas y laborales, especialmente en los más jóvenes, que les impide construir un futuro con dignidad; o falta de techo seguro para tantas familias forzadas a vivir en zonas de alta inestabilidad y sin accesos seguros; así como tantas otras situaciones que ustedes conocen y sufren, que como los peores huaicos destruyen la confianza mutua tan necesaria para construir una red de contención y esperanza. Huaicos que afectan el alma y nos preguntan por el aceite que tenemos para hacerles frente. ¿Cuánto aceite tienes?

Muchas veces nos interrogamos sobre cómo enfrentar estas tormentas, o cómo ayudar a nuestros hijos a salir adelante frente a estas situaciones. Quiero decirles: no hay otra salida mejor que la del Evangelio: se llama Jesucristo. Llenen siempre sus vidas de Evangelio. Quiero estimularlos a que sean comunidad que se deje ungir por su Señor con el aceite del Espíritu. Él lo transforma todo, lo renueva todo, lo conforta todo. En Jesús, tenemos la fuerza del Espíritu para no naturalizar lo que nos hace daño, no hacerlo una cosa natural, no naturalizar lo que nos seca el espíritu y lo que es peor, nos roba la esperanza. ¡Los peruanos, en este momento de su historia, no tienen derecho a dejarse robar la esperanza! En Jesús, tenemos el Espíritu que nos mantiene unidos para sostenernos unos a otros y hacerle frente a aquello que quiere llevarse lo mejor de nuestras familias. En Jesús, Dios nos hace comunidad creyente que sabe sostenerse; comunidad que espera y por lo tanto lucha para revertir y transformar las múltiples adversidades; comunidad amante porque no permite que nos crucemos de brazos. Con Jesús, el alma de este pueblo de Trujillo podrá seguir llamándose «la ciudad de la eterna primavera», porque con Él todo es una oportunidad para la esperanza.

Sé del amor que esta tierra tiene a la Virgen, y sé cómo la devoción a María los sostiene siempre llevándolos a Jesucristo. Y dándonos el único consejo que siempre repite: «Hagan lo que él les diga» (cf. Jn 2,5). Pidámosle a ella que nos ponga bajo su manto y que nos lleve siempre a su Hijo; pero digámoselo cantando con esa hermosa marinera: «Virgencita de la puerta, échame tu bendición. Virgencita de la puerta, danos paz y mucho amor». ¿Se animan a cantarla? ¿La cantamos juntos? ¿Quién empieza a cantar? «Virgencita de la Puerta…» ¿Nadie canta? ¿El coro tampoco? Entonces se lo decimos, si no lo cantamos. Juntos: «Virgencita de la puerta, échame tu bendición. Virgencita de la puerta, danos paz y mucho amor».

[00066-ES.02] [Texto original: Español]

Traduzione in lingua italiana

Queste terre hanno sapore di Vangelo. Tutto l’ambiente che ci circonda e questo immenso mare sullo sfondo ci aiutano a comprendere meglio l’esperienza che gli apostoli hanno vissuto con Gesù e che oggi anche noi siamo chiamati a vivere. Mi fa piacere sapere che siete arrivati da diversi luoghi del nord peruviano per celebrare questa gioia del Vangelo.

I discepoli di ieri, come tanti di voi oggi, si guadagnavano da vivere con la pesca. Uscivano sulle barche come alcuni di voi continuano a fare sui “cavallini di totora” [piccole imbarcazioni monoposto costruite con la pianta chiamata totora] e tanto loro quanto voi con lo stesso fine: guadagnarsi il pane quotidiano. In questo si giocano molte delle nostre fatiche di ogni giorno: poter portare avanti le nostre famiglie e procurare ad esse quanto le aiuterà a costruire un futuro migliore.

Questa «laguna con pesci dorati», come hanno voluto chiamarla, è stata fonte di vita e benedizione per molte generazioni. Nel corso del tempo ha saputo nutrire sogni e speranze.

Voi, come gli apostoli, conoscete la forza della natura e avete sperimentato i suoi colpi. Come essi affrontarono la tempesta sul lago, a voi è toccato affrontare il duro colpo del “Niño costiero”, le cui conseguenze dolorose sono tuttora presenti in tante famiglie, specialmente quelle che non hanno ancora potuto ricostruire le loro case. Anche per questo ho voluto venire e pregare qui con voi.

Portiamo a questa Eucaristia anche quel momento tanto difficile che interpella e pone molte volte in dubbio la nostra fede. Vogliamo unirci a Gesù. Lui conosce il dolore e le prove; Lui ha attraversato tutti i dolori per poterci accompagnare nei nostri. Gesù sulla croce vuole essere vicino ad ogni situazione dolorosa per darci la mano e aiutarci ad alzarci. Perché Egli è entrato nella nostra storia, ha voluto condividere il nostro cammino e toccare le nostre ferite. Non abbiamo un Dio estraneo a quello che sentiamo e soffriamo, al contrario, in mezzo al dolore ci offre la sua mano.

Questi scossoni mettono in discussione e in gioco il valore del nostro spirito e dei nostri atteggiamenti più elementari. Allora ci rendiamo conto di quanto sia importante non essere soli ma uniti, pieni di quella unità che è frutto dello Spirito Santo.

Che cosa è successo alle fanciulle del Vangelo che abbiamo ascoltato [cfr Mt 25,1-13]? Improvvisamente sentono un grido che le sveglia e le mette in movimento. Alcune si resero conto di non avere l’olio necessario per illuminare la strada nell’oscurità, altre invece riempirono le loro lampade e poterono trovare e illuminare la strada che le portava allo sposo. Nel momento indicato ognuna mostrò di che cosa aveva riempito la sua vita.

Lo stesso succede a noi. In determinate circostanze comprendiamo con che cosa abbiamo riempito la nostra vita. Com’è importante riempire la nostra vita con quell’olio che permette di accendere le nostre lampade nelle molteplici situazioni di oscurità e trovare le strade per andare avanti!

So che, nel momento di oscurità, quando avete sentito il colpo del Niño, queste terre hanno saputo mettersi in movimento e queste terre avevano l’olio per correre e aiutarsi come veri fratelli. C’era l’olio della solidarietà, della generosità che vi ha messi in movimento e siete andati incontro al Signore con innumerevoli gesti concreti di aiuto. In mezzo all’oscurità, insieme a tanti altri, siete stati torce vive e avete illuminato la strada con mani aperte e disponibili per alleviare il dolore e condividere quello che avevate nella vostra povertà.

Nella Lettura evangelica, possiamo notare come le fanciulle che non avevano l’olio andarono al villaggio a comprarlo. Nel momento cruciale della loro vita, si accorsero che le loro lampade erano vuote, che mancava loro l’essenziale per trovare la strada della gioia autentica. Erano sole e così restarono, sole, fuori dalla festa. Ci sono cose, come ben sapete, che non si improvvisano e tanto meno si comprano. L’anima di una comunità si misura da come riesce ad unirsi per affrontare i momenti difficili, di avversità, per mantenere viva la speranza. Con questo atteggiamento, date la più grande testimonianza evangelica. Il Signore ci dice: «Da questo tutti sapranno che siete miei discepoli: se avete amore gli uni per gli altri» (Gv 13,35). Perché la fede ci apre ad avere un amore concreto, non di idee, concreto, fatto di opere, di mani tese, di compassione; che sa costruire e ricostruire la speranza quando tutto sembra perduto. Così diventiamo partecipi dell’azione divina, quella che ci descrive l’apostolo Giovanni quando ci mostra Dio che asciuga le lacrime dei suoi figli. E quest’opera divina Dio lo compie con la stessa tenerezza di una madre che cerca di asciugare le lacrime dei suoi figli. Com’è bella la domanda che può fare a ognuno di noi il Signore alla fine della giornata: quante lacrime hai asciugato oggi?

Altre tempeste possono sferzare queste coste e, nella vita dei figli di queste terre, hanno effetti devastanti. Tempeste che ci interpellano anche come comunità e mettono in gioco il valore del nostro spirito. Si chiamano violenza organizzata, come il “sicariato” e l’insicurezza che esso crea; si chiamano mancanza di opportunità educative e di lavoro, specialmente tra i più giovani, che impedisce loro di costruire un futuro con dignità; mancanza di un alloggio sicuro per tante famiglie costrette a vivere in zone ad alta instabilità e senza accessi sicuri; come pure tante altre situazioni che voi conoscete e soffrite, che come le peggiori inondazioni abbattono la mutua fiducia, tanto necessaria per costruire una rete di sostegno e di speranza. Inondazioni che investono l’anima e reclamano da noi l’olio che abbiamo per farvi fronte. Quanto olio hai?

Molte volte ci interroghiamo su come affrontare queste tempeste, o su come aiutare i nostri figli e superare queste situazioni. Voglio dirvi: non c’è altra via d’uscita migliore di quella del Vangelo, e si chiama Gesù Cristo. Riempite sempre la vostra vita di Vangelo. Voglio esortarvi ad essere comunità che si lasci ungere dal suo Signore con l’olio dello Spirito. Lui trasforma tutto, rinnova tutto, consola tutto. In Gesù abbiamo la forza dello Spirito per non accettare come normale ciò che ci fa male, non renderlo una cosa naturale, non “naturalizzare” ciò che ci inaridisce lo spirito e, quel che è peggio, ci ruba la speranza. I peruviani, in questo momento della loro storia, non hanno diritto a lasciarsi rubare la speranza! In Gesù abbiamo lo Spirito che ci mantiene uniti per sostenerci a vicenda e far fronte a ciò che vuole prendersi il meglio delle nostre famiglie. In Gesù Dio ci rende comunità credente capace di sostenersi; comunità che spera e perciò lotta per respingere e trasformare le molteplici avversità; comunità che ama perché non permette che stiamo con la mani in mano. Con Gesù l’anima di questo popolo di Trujillo potrà continuare a chiamarsi “la città dell’eterna primavera”, perché con Lui tutto diventa occasione di speranza.

Conosco l’amore che questa terra prova verso la Madonna, e so quanto la devozione a Maria vi sostiene portandovi sempre a Gesù. E dandoci l’unico consiglio che sempre ripete: “Fate quello che Lui vi dirà” (cfr Gv 2,5). Chiediamo a lei che ci ponga sotto il suo manto e che ci porti sempre a suo Figlio; ma diciamolo cantando con questa bella canzone marinara: «Madonnina della porta, dammi la tua benedizione. Madonnina della porta, dacci pace e tanto amore». Siete capaci di cantarla? La cantiamo insieme? Chi comincia a cantare? «Madonnina della porta…”. Nessuno canta? Il coro nemmeno? Allora recitiamola, se non la cantiamo. Insieme: «Madonnina della porta, dammi la tua benedizione. Madonnina della porta, dacci pace e tanto amore». Un’altra volta! «Madonnina della porta, dammi la tua benedizione. Madonnina della porta, dacci pace e tanto amore».

[00066-IT.02] [Testo originale: Spagnolo]

Traduzione in lingua francese

Cette terre a un goût d’Évangile. Tout l’environnement avec cette immense mer en arrière-fond nous aide à mieux comprendre l’expérience que les apôtres ont eue avec Jésus et que nous aussi, aujourd’hui, nous sommes invités à vivre. Je me réjouis de savoir que vous êtes venus de différents endroits du nord Pérou pour célébrer cette joie de l’Évangile.

Les disciples d’hier, comme beaucoup parmi vous aujourd’hui, gagnaient leur vie par la pêche. Ils utilisaient des barques comme certains d’entre vous continuent à le faire, avec les “embarcations de roseaux” [petits chevaux de roseaux] et, dans le même but, aussi bien poureux que pour vous : gagner le pain de chaque jour. Voilà l’enjeu de la plupart de nos fatigues quotidiennes: pouvoir faire progresser nos familles et leur donner ce qui les aidera à construire un avenir meilleur.

Cette ‘‘lagune aux poissons dorés’’, comme on a voulu l’appeler, a été une source de vie et de bénédiction pour de nombreuses générations. Elle a su nourrir les rêves et les espérances au fil du temps.

Vous, comme les apôtres, vous connaissez la violence de la nature et vous avez subi ses coups. Tout comme eux ont affronté la tempête sur la mer, vous avez été frappés par le terrible coup du phénomène ‘‘El Niño de la côte’’, dont les conséquences douloureuses durent encore dans de nombreuses familles, en particulier dans les familles qui n’ont toujours pas pu reconstruire leurs maisons. C’est également pour cette raison que j’ai voulu être ici et prier avec vous.

En cette Eucharistie, nous nous souvenons également de ce moment si difficile qui interpelle et bien des fois fait douter notre foi. Nous voulons nous unir à Jésus. Il connaît la souffrance et les épreuves; il a traversé toutes les souffrances pour pouvoir nous accompagner dans les nôtres. Jésus sur la croix veut être proche de chaque situation douloureuse pour nous donner la main et nous aider à nous relever. Car il est entré dans notre histoire, il a voulu partager notre chemin et toucher nos plaies. Nous n’avons pas un Dieu insensible à ce que nous éprouvons et à ce que nous souffrons, au contraire, au cœur de la souffrance il nous donne la main.

Ces chocs interpellent et mettent en jeu la valeur de notre esprit et de nos attitudes les plus élémentaires. Ainsi nous voyons combien il est important de ne pas être seuls mais unis, d’être riches de cette union qui est le fruit de l’Esprit Saint.

Qu’est-ce qui est arrivé aux jeunes filles de l’Évangile que nous venons d’entendre? Soudain, elles entendent un cri qui les réveille et les met en mouvement. Certaines se sont rendu compte qu’elles n’avaient pas l’huile nécessaire pour éclairer le chemin dans l’obscurité; les autres, en revanche, ont rempli leurs lampes et ont pu trouver et éclairer le chemin qui les conduisait vers l’époux. Au moment opportun, chacune a montré avec quoi elle avait rempli sa vie.

Il en va de même pour nous. Dans des circonstances déterminées, nous prenons conscience de ce avec quoi nous avons rempli notre vie. Comme il est important de remplir nos vies avec cette huile qui permet d’alimenter nos lampes dans les divers moments d’obscurité et de trouver les chemins pour aller de l’avant!

Je sais que, dans l’obscurité, quand elles ont subi le choc du ‘‘Niño’’, ces populations ont su se mettre en mouvement et elles avaient l’huile pour accourir et s’entraider comme de vrais frères. Il y avait l’huile de la solidarité, de la générosité qui vous a mis en mouvement et vous êtes allés à la rencontre du Seigneur par d’innombrables gestes concrets d’aide. En pleine obscurité, avec beaucoup d’autres, vous avez été des cierges vivants qui ont éclairé le chemin grâce à des mains ouvertes et disponibles pour atténuer la souffrance et partager ce que vous aviez dans leur pauvreté.

Dans la lecture de l’Évangile, nous pouvons observer comment les jeunes filles qui n’ont pas d’huile sont parties au village pour en acheter. A ce moment crucial de leur vie, elles se sont rendu compte que leurs lampes étaient vides, qu’il leur manquait l’essentiel pour trouver le chemin de la joie authentique. Elles étaient seules et elles sont restées ainsi, seules, privées de la fête. Il y a des choses, comme vous le savez, qui ne s’improvisent pas et qui, encore moins, ne s’achètent pas. L’âme d’une communauté se juge à la manière dont elle parvient à s’unir pour faire face aux moments difficiles, à l’adversité, pour maintenir vivante l’espérance. Par cette attitude, vous donnez le meilleur témoignage évangélique. Le Seigneur nous dit: «À ceci tous reconnaîtront que vous êtes mes disciples: si vous avez de l’amour les uns pour les autres» (Jn 13, 35). Parce que la foi nous ouvre à un amour concret, non d’idées, concret, fait d’œuvres, de mains tendues, de compassion; un amour qui sache construire et reconstruire l’espérance quand tout semble perdu. Ainsi, nous devenons participants de l’action divine, telle que nous la présente l’apôtre Jean quand il nous montre que Dieu essuie les larmes de ses enfants. Et cette mission divine, Dieu l’accomplit avec la même tendresse que celle d’une mère qui cherche à faire sécher les larmes de ses enfants. Quelle est belle, la question que le Seigneurpourra poser à chacun d’entre nous à la fin de la journée : combien de larmes as-tu essuyées aujourd’hui?

D’autres tempêtes peuvent s’abattre sur ces côtes et avoir des effets dévastateurs sur la vie des enfants de ce pays. Des tempêtes qui nous interpellent également comme communauté et mettent en jeu la valeur de notre esprit. Ces tempêtes s’appellent la violence organisée telle que l’assassinat et l’insécurité qu’il provoque ; elles s’appellent manque de perspectives éducatives et professionnelles, en particulier dans les rangs des plus jeunes, ce qui les empêche de construire un avenir avec dignité; ou manque d’un toit sûr pour de nombreuses familles forcées de vivre dans des zones de grande instabilité et sans accès sûrs; ainsi que tant d’autres situations que vous connaissez et que vous subissez, qui comme les pires glissements de terrain détruisent la confiance mutuelle si nécessaire pour construire un réseau de soutien et d’espérance. Des glissements de terrain qui affectent l’âme et nous interpellent concernant l’huile dont nous disposons pour y faire face. Quelle quantité d’huile as-tu?

Bien des fois, nous nous interrogeons sur la manière d’affronter ces tempêtes, ou sur la façon d’aider nos enfants à aller de l’avant face à ces situations. Je voudrais vous le dire: il n’y a pas de meilleure solution que celle de l’Évangile. Elle s’appelle Jésus Christ. Remplissez toujours vos vies de l’Évangile. Je voudrais vous encourager à être une communauté qui se laisse oindre par son Seigneur avec l’huile de l’Esprit. Il transforme tout, renouvelle tout, consolide tout. En Jésus, nous avons la force de l’Esprit pour ne pas rendre naturel ce qui nous fait du mal, - ne pas en faire quelque chose de naturel - pour ne pas rendre naturel ce qui assèche notre cœur, et pire, ce qui nous vole l’espérance. Les Péruviens, en ce moment de leur histoire, n’ont pas le droit de se faire voler l’espérance! En Jésus, nous avons l’Esprit qui nous tient unis pour nous soutenir les uns les autres et pour affronter ce qui veut nous prendre le meilleur de nos familles. En Jésus, Dieu fait de nous une communauté croyante qui sait se soutenir; une communauté qui espère et par conséquent lutte pour faire reculer et transformer les nombreuses adversités; une communauté qui aime, car elle ne permet pas que nous croisions les bras. Avec Jésus, l’âme de ce peuple de Trujillo pourra continuer à s’appeler ‘‘la ville de l’éternel printemps’’, parce qu’avec le Seigneur tout est une opportunité pour l’espérance.

Je connais l’amour que ce pays a pour la Vierge, et je sais combien la dévotion à Marie vous soutient toujours en vous conduisant jusqu’à Jésus et en nous donnant le même conseil qu’elle répètetoujours : ‘‘Tout ce qu’il vous dira, faites-le’’ (cf. Jn 2, 35). Demandons-lui de nous couvrir de son manteau et de nous conduire toujours à son Fils; mais disons-le-lui par ce beau cantique populaire: ‘‘Petite Vierge de la porte, accorde-moi ta bénédiction. Petite Vierge de la porte, donne-nous la paix et beaucoup d’amour’’. Voulez-vous le chanter? Le chantons-nous ensemble? Qui va commencer à chanter? ‘‘Petite Vierge de la porte…’’. Personne ne chante? Le chœurnon plus ? Nous allons donc le réciter, si nous ne le chantons. Ensemble: ‘‘Petite Vierge de la porte, accorde-moi ta bénédiction. Petite Vierge de la porte, donne-nous la paix et beaucoup d’amour’’.

[00066-FR.02] [Texte original: Espagnol]

Traduzione in lingua inglese

These lands have the flavour of the Gospel. Everything around us, against the backdrop of this immense sea, helps us better to understand the experience that the apostles had with Jesus and that today we too are invited to relive. I am happy to know that you have come from different parts of northern Peru to celebrate this joy of the Gospel.

Those disciples, like so many of you today, made their living from fishing. They went out in boats, just like some of you who continue to go out in your caballitos de totora (traditional reed boats), for the same reason that you do: to earn your daily bread. Much of our daily fatigue has to do with just this: trying to support our families and to provide them with what will help them to build a better future.

This “lake of golden fish”, as you call it, has been a source of life and blessing for many generations. It has nurtured dreams and hopes over the years.

Like the apostles, you know the power of nature, you have experienced its force. Just as the apostles faced the storm on the sea, you had to face the brunt of the “Niño costero” whose painful consequences are still present in so many families, especially those who are not yet able to rebuild their homes. This is also why I wanted to be here and to pray with you.

We also bring to this Eucharistic celebration that difficult moment that questions our faith and often causes it to waver. We want to unite ourselves to Jesus. He knows our pain and our trials; he endured the greatest of sufferings in order to accompany us in our own trials. The crucified Jesus wants to be close to us in every painful situation, to give us a hand and to help lift us up. Because he entered into our history, he wanted to share in our journey and touch our wounds. Ours is a God who is not unfamiliar with what we feel and suffer; on the contrary, in the midst of our pain, he stretches out his hand to us.

These times of being “buffeted” call into question and challenge our strength of spirit and our deepest convictions. They make us realize how important it is to stand united, not alone, and to be filled with that unity which is a fruit of the Holy Spirit.

What happened to the virgins in the Gospel passage that we just listened to? Suddenly they heard a loud cry that woke them up and made them scurry. Some of them realized that they did not have sufficient oil to make their way in the darkness, while others filled their lamps and could see and follow the path that led to the bridegroom. At the appointed time, each of them showed what they had filled their life with.

The same thing happens to us. There are times when we realize what we have filled our lives with. How important it is to fill our lives with the oil that lets us light our lamps in situations of darkness and to find the paths to move forward!

I know that, in the time of darkness, when you felt the brunt of the Niño, these lands kept moving forward; these lands had the oil needed to go out to help one another like true brothers and sisters. You had the oil of solidarity and generosity that stirred you to action, and you went out to meet the Lord with countless concrete gestures of support. In the midst of darkness, you, together with so many others, were like living candles that lighted up the path with open hands, ready to help soothe the pain and share what you had, from your poverty, with others.

In the Gospel account, we see how the virgins who did not have oil went to the town to buy some. At the crucial moment of their lives, they realized that their lamps were empty and that they lacked what was essential to find the path of authentic joy. They went off by themselves, alone, and so they missed out on the party. There are things, as you well know, that cannot be improvised, much less be bought. The soul of a community is measured by how it manages to come together to face times of difficulty and adversity, in order to keep hope alive. By doing so, they give the greatest witness to the Gospel. The Lord tells us: “By this everyone will know that you are my disciples, if you have love for one another” (Jn 13:35). For faith opens us to a love that is concrete, not of ideas, but concrete, practical, generous and compassionate, a love that can build and rebuild hope when it seems that all is lost. In this way, we share in God’s own work, which the apostle John describes in showing us a God who wipes the tears of his children. God carries out this divine work with the same tender love that a mother has when she dries the tears of her children. What a beautiful question the Lord can ask each one of us at the end of the day: how many tears did you dry today?

Other “storms” can hit these coasts, with devastating effects on the lives of the children of these lands. These storms too make us question ourselves as a community and test the strength of our spirit. Among these are organized violence, like “contract killings”, and the insecurity that they breed. Or the lack of educational and employment opportunities, especially among young people, which prevents them from building a future with dignity. Or the lack of secure housing for so many families forced to live in highly unstable areas without safe access. Or the many other situations that you have to experience, which, like terrible earthquakes, destroy the mutual trust so necessary to build a network of support and hope; earthquakes that shake the soul and require all the oil we have, if we are respond to them. How much oil do you have?

We often wonder about how to face these storms, or how to help our children pull through in these situations. I want to tell you that no better way exists than that of the Gospel: it is called Jesus Christ. Fill your lives always with the Gospel. I want to encourage you to be a community that lets itself be anointed by the Lord with the oil of the Spirit. He transforms, renews and strengthens everything. In Jesus, we have the strength of the Spirit not to treat as natural the things that hurt us, not to make them natural, not to “normalize” what dries up our spirit and, what is worse, robs us of hope. Peruvians, in this moment of their history, do not have the right to let themselves be robbed of hope! In Jesus, we have the Spirit who keeps us united so that we can support one another and take a stand against whatever would take away all that is best in our families. In Jesus, God makes us a believing community able to sustain itself; a community that hopes and therefore struggles to reverse and transform every adversity; a community that loves, because it will not let us fold our arms. With Jesus, the soul of this town of Trujillo can continue to be called “the city of eternal spring”, because with him, everything is an opportunity for hope.

I know of the love that this land has for the Virgin, and I know how devotion to Mary sustains you, always leading you to Jesus, and giving us that one piece of advice which she always repeats: “Do whatever he tells you” (Jn 2:5). Let us ask Our Lady to cover us with her mantle and always bring us to her Son. But let us do so by singing along to that lovely Andean marinera [folk dance]: “Our Lady of the Gate, grant me your blessing. Our Lady of the Gate, give us peace and much love”. Do you want to sing this? Shall we sing it together? Who will begin to sing? “Our Lady of the Gate…”. No one will sing? Not even the choir? Then let us recite it, if we will not sing it. Together: “Our Lady of the Gate, grant me your blessing. Our Lady of the Gate, give us peace and much love”. Once more! “Our Lady of the Gate, grant me your blessing. Our Lady of the Gate, give us peace and much love”.

[00066-EN.02] [Original text: Spanish]

Traduzione in lingua tedesca

Dieses Land lässt uns etwas von der Atmosphäre des Evangeliums erahnen. Die ganze Umgebung mit dem weiten Meer im Hintergrund hilft uns besser zu verstehen, was die Apostel damals mit Jesus erlebten. Auch wir sind heute eingeladen, eben diese Erfahrungen zu machen. Ich freue mich, dass ihr aus den verschiedenen Orten Nordperus hierhergekommen seid, um diese Freude des Evangeliums zu feiern.

            Die Jünger damals verdienten, wie viele von euch heute, ihren Lebensunterhalt mit dem Fischfang. Sie fuhren hinaus mit ihren Booten, wie es auch einige von euch in ihren „caballitos de totora“ [wörtl. „Totora-Pferdchen“, ortstypische, kleine Einsitzer-Boote aus Totora-Schilf] tun und sie verfolgten damit den gleichen Zweck wie ihr: sich das tägliche Brot zu verdienen. Und auch sie hatten dabei wohl die gleichen alltäglichen Sorgen, wie wir sie haben: nämlich unsere Familien voranbringen und ihnen zu einer besseren Zukunft verhelfen zu können.

            Diese „Lagune mit goldenen Fischen“, wie man sie gerne genannt hat, ist für viele Generationen eine segensreiche Quelle des Lebens gewesen. Lange Zeit nährte sie Träume und Hoffnungen.

            Ihr kennt, wie die Apostel, die Kräfte der Natur und habt auch ihre Schrecken erfahren. So wie jene mit dem Seesturm zu kämpfen hatten, so hat euch der „Küsten-El-Niño“ hart getroffen, dessen leidvolle Konsequenzen immer noch in vielen Familien gegenwärtig sind, besonders in jenen, die ihre Häuser bis heute noch nicht wiederaufbauen konnten. Auch deswegen wollte ich hier sein und mit euch beten.

            Wir nehmen diesen so schwierigen Moment, der unseren Glauben anfragt und uns oft zweifeln lässt, in diese Eucharistiefeier mit hinein. Wir wollen uns mit Jesus vereinen. Er kennt den Schmerz und die Prüfungen. Er erlitt all das Leid, um uns in unseren Nöten begleiten zu können. Jesus will am Kreuz jeder schmerzvollen Situation nahe sein, um uns seine Hand zu reichen und uns wieder aufzuhelfen. Denn er ist in unsere Geschichte eingetreten, er wollte unseren Weg mitgehen und unsere Wunden berühren. Wir haben keinen Gott, dem unsere Gefühle und Leiden fremd sind, im Gegenteil, mitten im Leid reicht er uns seine Hand.

 

            Diese erschütternden Ereignisse stellen unseren Geist und unsere Grundeinstellung auf die Probe. Dann wird uns nämlich bewusst, wie wichtig es ist, nicht allein, sondern vereint und erfüllt zu sein in dieser Gemeinschaft, die eine Frucht des Heiligen Geistes ist.

            Was passierte den Jungfrauen im Evangelium, das wir gerade gehört haben? Auf einmal hören sie einen Ruf, der sie aufweckt und in Bewegung versetzt. Einigen wurde bewusst, dass sie nicht das notwendige Öl hatten, um den Weg in der Dunkelheit zu erleuchten, die anderen hingegen füllten ihre Lampen und konnten so den Weg erkennen, der sie zum Bräutigam führte. In dem beschriebenen Moment wurde offenbar, wovon das Leben jeder einzelnen erfüllt war.

            Dasselbe gilt auch für uns. Unter bestimmten Umständen wird uns bewusst, womit wir unser Leben gefüllt haben. Wie wichtig ist es, unser Leben mit jenem Öl zu füllen, das es uns ermöglicht, unsere Lampen in den vielfältigen Situationen der Dunkelheit anzuzünden und den Weg zu erkennen, damit wir vorankommen!

            Ich weiß, dass in jenem dunklen Moment, als euch der Niño traf, diese Gegend sich in Bewegung setzte und diese Gegend das nötige Öl hatte, so dass ihr einander wahrhaft brüderlich beistehen konntet. Das war das Öl der Solidarität, der Großzügigkeit, das euch in Gang gebracht hat, so dass ihr dem Herrn in unzähligen konkreten Gesten der Hilfeleistung entgegengegangen seid. Inmitten der Dunkelheit wart ihr zusammen mit vielen anderen lebendige Leuchten und habt den Weg erhellt mit euren offenen Händen und mit eurer Bereitschaft, Schmerzen zu lindern und das zu teilen, was ihr in eurer Armut hattet.

            Im Evangelium sehen wir dann, wie die Frauen, die kein Öl hatten, ins Dorf gingen, um welches zu kaufen. Im entscheidenden Moment ihres Lebens wurde ihnen bewusst, dass ihre Lampen leer waren und dass ihnen das Entscheidende fehlte, um den Weg zur wahren Freude finden zu können. Sie waren allein und blieben so, allein, ausgeschlossen vom Fest. Es gibt Dinge, wie ihr gut wisst, die man nicht improvisieren und schon gar nicht kaufen kann. Die Seele einer Gemeinschaft wird daran gemessen, inwieweit sie in der Lage ist, in schwierigen und widrigen Momenten zusammenzustehen, um die Hoffnung lebendig zu halten. Mit dieser Haltung gebt ihr das größte Zeugnis für das Evangelium: Der Herr sagt uns: »Daran werden alle erkennen, dass ihr meine Jünger seid: wenn ihr einander liebt« (Joh 13,35). Denn der Glaube öffnet uns für eine konkrete, – nicht ideelle, sondern konkrete – Liebe, eine tätige Liebe der ausgestreckten Hände und des Mitleids, welche in der Lage ist, die Hoffnung zu nähren und wiederherzustellen, wenn alles verloren scheint. So nehmen wir teil am göttlichen Wirken, das uns der Apostel Johannes beschreibt, wenn er uns Gott als den offenbart, der die Tränen seiner Kinder trocknet. Und dieses göttliche Werk vollbringt er mit der gleichen Zärtlichkeit, mit der eine Mutter versucht, die Tränen ihrer Kinder zu trocknen. Welch schöne Frage, die der Herr einem jeden von uns am Ende des Tages stellen kann: Wie viele Tränen hast du heute getrocknet?

            Auch andere Unwetter können diese Küste heimsuchen und für die Söhne und Töchter dieses Landes verheerende Folgen haben. Unwetter, die uns ebenso als Gemeinschaft angehen und unseren Geist auf die Probe stellen. Zu nennen wäre hier das organisierte Verbrechen mit seinen Auftragsmorden und der Unsicherheit, die es hervorruft. Dann ist da der Mangel an Bildungs- und Arbeitsplätzen, der besonders die jungen Menschen betrifft, denen so eine menschenwürdige Zukunft verwehrt bleibt. Und das Fehlen sicherer Unterkünfte zwingt viele Familien dazu, in Zonen großer Instabilität ohne sichere Zugangswege zu leben. Und so gibt es noch viele andere Situationen, die ihr kennt und unter denen ihr leidet, die wie die schlimmsten Erdrutsche das gegenseitige Vertrauen zerstören, das so wichtig ist, um Netzwerke der Hilfe und der Hoffnung zu errichten; Erdrutsche, die die Seele erschüttern und von uns all das Öl verlangen, das wir haben, um dem entgegenzutreten. Wie viel Öl hast du?

            Oft machen wir uns Gedanken darüber, wie wir diesen Widrigkeiten begegnen können oder wie wir unseren Kindern aus solchen Situationen heraushelfen können. Dazu möchte ich euch sagen, dass es keinen besseren Ausweg gibt als den des Evangeliums, und der heißt: Jesus Christus. Schöpft aus dem Evangelium Kraft für euer Leben. Ich möchte euch einladen eine Gemeinschaft zu sein, die sich vom Herrn mit dem Öl des Heiligen Geistes salben lässt. Er verwandelt alles, er erneuert alles, er macht alles leichter. In Jesus haben wir die Kraft des Heiligen Geistes, damit wir das nicht einfach als normal akzeptieren, was uns schadet, es nicht als etwas Natürliches erachten, nicht „normalisieren“, was uns den Geist austrocknet und was uns, schlimmer noch, die Hoffnung raubt. Die Peruaner dürfen sich in diesem Augenblick ihrer Geschichte nicht die Hoffnung rauben lassen. In Jesus haben wir den Geist, der uns in der Einheit bewahrt, damit wir einander beistehen und all dem widerstehen können, was uns das beste unserer Familien nehmen möchte. In Jesus schenkt Gott uns eine gläubige Gemeinschaft, die fähig ist sich zu behaupten, eine Gemeinschaft, die hofft und deshalb dafür kämpft, die vielfältigen Widrigkeiten abzuwehren und zu verwandeln. Es ist eine liebende Gemeinschaft, die es nicht erlaubt, dass wir die Arme verschränken. Mit Jesus kann sich die Seele dieses Volkes von Trujillo auch weiterhin „Stadt des ewigen Frühlings“ nennen, weil mit ihm alles Anlass zur Hoffnung wird.

            Ich kenne die Liebe, die dieses Land der Jungfrau Maria entgegenbringt, und ich weiß, wie sehr die Marienverehrung euch dabei hilft, Jesus nahezukommen. Und sie gibt uns den einzigen Rat, den sie immer wiederholt: „Tut das, was er euch sagt“ (vgl. Joh 2,5). Bitten wir sie, dass sie uns unter ihrem Mantel birgt und dass sie uns immer zu ihrem Sohn führt; aber lasst es uns sagen, indem wir dieses schöne Volkslied anstimmen: »„Kleine Jungfrau“ von der Pforte, gib mir deinen Segen. „Kleine Jungfrau“ von der Pforte, schenke uns Frieden und viel Liebe.« Könnt ihr es singen? Singen wir es gemeinsam? Wer fängt zu singen an? »„Kleine Jungfrau“ von der Pforte…« Keiner singt? Nicht einmal der Chor? Dann sprechen wir es, wenn wir es nicht singen. Gemeinsam: »„Kleine Jungfrau“ von der Pforte, gib mir deinen Segen. „Kleine Jungfrau“ von der Pforte gib uns Frieden und viel Liebe.« Und noch einmal! »„Kleine Jungfrau“ von der Pforte, gib mir deinen Segen. „Kleine Jungfrau“ von der Pforte gib uns Frieden und viel Liebe.«

[00066-DE.02] [Originalsprache: Spanisch]  

Traduzione in lingua portoghese

Estas terras têm sabor a Evangelho. Todo o ambiente que nos rodeia, tendo como pano de fundo este mar imenso, ajuda-nos a compreender melhor a experiência que os apóstolos viveram com Jesus e que também nós, hoje, somos chamados a viver. Gostei de saber que viestes de diferentes lugares do norte peruano para celebrar esta alegria do Evangelho.

Os discípulos de ontem, como muitos de vós hoje, ganhavam a vida com a pesca. Saíam em barcos, como alguns de vós continuam a fazer nos «cavalinhos de totora» [pequenas embarcações monoposto construídas com uma planta chamada totora]; e tanto eles como vós com o mesmo fim: ganhar o pão de cada dia. A isto se destinam muitas das nossas canseiras diárias: poder levar por diante as nossas famílias e dar-lhes aquilo que as ajudará a construir um futuro melhor.

Esta «lagoa com peixes dourados», como a quiseram chamar, tem sido fonte de vida e bênção para muitas gerações. Ao longo do tempo soube nutrir sonhos e esperanças.

Vós, como os apóstolos, conheceis a força da natureza e tendes experimentado as suas estocadas. Como eles enfrentaram a tempestade no mar, assim a vós coube enfrentar a dura estocada do «Niño costiero», cujas dolorosas consequências ainda se fazem sentir em tantas famílias, especialmente naquelas que ainda não puderam reconstruir as suas casas. Foi por isso também que quis vir e rezar aqui convosco.

Trazemos para esta Eucaristia, também aquele momento tão difícil que interpela e muitas vezes põe em dúvida a nossa fé. Queremos unir-nos a Jesus. Ele conhece o sofrimento e as provações; passou por todos os sofrimentos para nos poder acompanhar nos nossos. Na cruz, Jesus quer estar perto de cada situação dolorosa para nos dar a mão e ajudar a levantar. Porque Ele entrou na nossa história, quis compartilhar o nosso caminho e tocar as nossas feridas. Não temos um Deus alheio àquilo que sentimos e sofremos; pelo contrário, no meio da dor, dá-nos a sua mão.

Estas sacudidelas põem em discussão e em jogo o valor do nosso espírito e das nossas atitudes mais elementares. Então damo-nos conta de quanto é importante não estar sozinhos, mas unidos, cheios daquela unidade que é fruto do Espírito Santo.

Que aconteceu às virgens do Evangelho (cf. Mt 25, 1-13), que ouvimos? De repente, ouvem um grito que as acorda e põe em movimento. Algumas deram-se conta de não ter o azeite necessário para iluminar a estrada na escuridão, enquanto outras encheram as suas lâmpadas e puderam encontrar e iluminar a estrada que as levava ao esposo. No momento indicado, cada uma mostrou de que enchera a sua vida.

O mesmo acontece connosco. Em certas circunstâncias, compreendemos com que enchemos a nossa vida. Como é importante encher as nossas vidas com aquele azeite que permite acender as nossas lâmpadas nas múltiplas situações de escuridão e encontrar a estrada para avançar!

Sei que, no momento da escuridão quando sentistes a estocada do «Niño», estas terras souberam pôr-se em movimento e estas terras tinham o azeite para correr e ajudar-se como verdadeiros irmãos. Havia o azeite da solidariedade, da generosidade que vos pôs em movimento e fostes ao encontro do Senhor com inumeráveis gestos concretos de ajuda. No meio da escuridão fostes, juntamente com tantos outros, tochas vivas que iluminastes a estrada com mãos abertas e disponíveis para aliviar o sofrimento e partilhar o que tínheis na vossa pobreza.

Na leitura do Evangelho, faz-se notar que as virgens que não tinham azeite foram à povoação comprá-lo. No momento crucial da sua vida, deram-se conta de que as suas lâmpadas estavam vazias, que lhes faltava o essencial para encontrar a estrada da autêntica alegria. Estavam sozinhas e assim ficaram, sozinhas, fora da festa. Com bem sabem, há coisas que não se improvisam nem se compram. A alma duma comunidade mede-se pelo modo como consegue unir-se para enfrentar os momentos difíceis, de adversidade, para manter viva a esperança. Com esta atitude, dais o maior testemunho evangélico. Diz-nos o Senhor: «Por isto é que todos conhecerão que sois meus discípulos: se vos amardes uns aos outros» (Jo 13, 35). Porque a fé abre-nos para termos um amor concreto: não de ideias, mas concreto, feito de obras, de mãos estendidas, de compaixão; um amor que sabe construir e reconstruir a esperança, quando tudo parece perdido. Assim nos tornamos participantes da ação divina, que nos apresenta o apóstolo João no Apocalipse, quando nos mostra Deus a enxugar as lágrimas dos seus filhos. E esta obra divina, Deus fá-la com a mesma ternura duma mãe que procura enxugar as lágrimas dos seus filhos. Que bela pergunta pode fazer a cada um de nós o Senhor no fim do dia: quantas lágrimas enxugaste hoje?

Mas pode haver outras tormentas açoitando estas costas e que têm efeitos devastadores na vida dos filhos destas terras; tormentas que também nos interpelam como comunidade e põem em jogo o valor do nosso espírito. Chamam-se violência organizada como o sicariato e a insegurança que isso cria; chamam-se falta de oportunidades educativas e laborais, especialmente para os mais jovens, que os impede de construir um futuro com dignidade; falta dum teto seguro para tantas famílias, forçadas a viver em áreas de alta instabilidade e sem acessos seguros; e ainda tantas outras situações, que conheceis e suportais: como as piores inundações, destroem a confiança mútua, tão necessária para construir uma rede de apoio e esperança. São inundações que investem contra a alma e nos interpelam sobre o azeite que temos para as enfrentar. Quanto azeite tens?

Muitas vezes nos interrogamos sobre o modo como enfrentar estas tormentas ou como ajudar os nossos filhos a superar estas situações. Quero dizer-vos que não existe solução melhor que a do Evangelho: chama-se Jesus Cristo. Enchei sempre a vossa vida de Evangelho. Quero exortar-vos a ser comunidade que se deixa ungir pelo seu Senhor com o azeite do Espírito. Ele transforma tudo, renova tudo, consola tudo. Em Jesus, temos a força do Espírito para não aceitar como normal o que nos prejudica, não fazer disso uma coisa natural, não «naturalizar» o que nos definha o espírito e – o que é pior – nos rouba a esperança. Os peruanos, neste momento da sua história, não têm direito a deixar-se roubar a esperança! Em Jesus, temos o Espírito que nos mantém unidos para nos apoiarmos uns aos outros e enfrentar o que quer roubar o melhor das nossas famílias. Em Jesus, Deus torna-nos comunidade crente capaz de se apoiar; comunidade que espera e, por conseguinte, luta para afastar e transformar as múltiplas adversidades; comunidade que ama, porque não nos permite cruzar os braços. Com Jesus, a alma deste povo de Trujillo poderá continuar a chamar-se «a cidade da eterna primavera», porque, com Ele, tudo se torna ocasião de esperança.

Conheço o amor que esta terra tem pela Virgem, e sei como a devoção a Maria vos sustenta levando-vos sempre a Jesus. E dando-nos o único conselho que sempre repete: «Fazei o que Ele vos disser» (cf. Jo 2, 5). Peçamos-Lhe, a Ela, que nos coloque sob o seu manto e sempre nos leve ao seu Filho; mas digamos-Lho cantando este lindo cântico marino: «Virgenzinha da porta, dá-me a tua bênção. Virgenzinha da porta, dá-nos paz e muito amor». Sois capazes de o cantar? Cantamo-lo juntos? Quem começa a cantar? «Virgenzinha da porta…» Ninguém canta? Nem sequer o coro? Então, se não o cantamos, rezemo-lo! Juntos: «Virgenzinha da porta, dá-me a tua bênção. Virgenzinha da porta, dá-nos paz e muito amor». Outra vez! «Virgenzinha da porta, dá-me a tua bênção. Virgenzinha da porta, dá-nos paz e muito amor».

[00066-PO.02] [Texto original: Espanhol]

Traduzione in lingua polacca

Te ziemie mają smak Ewangelii. Całe otaczające nas środowisko i to ogromne morze w tle, pomagają nam lepiej zrozumieć doświadczenie, jakie apostołowie przeżyli z Jezusem, i do którego przeżywania także i my jesteśmy dzisiaj zaproszeni. Cieszę się, że przybyliście z różnych części północnego Peru, aby świętować tę radość Ewangelii.

Wczorajsi uczniowie, podobnie jak wielu z was dzisiaj, żyli z rybołówstwa. Wypływali na łodziach, podobnie jak niektórzy z was dalej wypływają na „caballitos de totora” [„trzcinowe koniki” – małe łódki używane w Peru co najmniej od 3 tys. lat] i zarówno oni, jak i wy, w tym samym celu: by zarabiać na chleb powszedni. W ten sposób rozgrywa się wiele naszych codziennych zmagań: aby móc wychować nasze rodziny i dać im to, co pomoże im budować lepszą przyszłość.

Ta „laguna ze złotymi rybami”, jak ją nazwano, była źródłem życia i błogosławieństwem dla wielu pokoleń. Na przestrzeni dziejów umiała podsycać marzenia i nadzieje.

Wy, podobnie jak apostołowie, znacie siłę przyrody i doświadczyliście jej ciosów. Tak jak oni mierzyli się z burzą na jeziorze, podobnie i wy musieliście stawić czoło ciężkiemu uderzeniu „Niño costero”, którego bolesne konsekwencje wciąż są obecne w wielu rodzinach, zwłaszcza tych, które wciąż nie mogły odbudować swoich domów. Właśnie dlatego chciałem tu być i modlić się z wami.

Przynosimy na tę Eucharystię także ten trudny moment, który stawia pytania i często kwestionuje naszą wiarę. Chcemy zjednoczyć się z Jezusem. On zna cierpienia i próby. Przeszedł wszystkie cierpienia, aby móc nam towarzyszyć w naszych cierpieniach. Jezus na krzyżu chce być blisko każdej bolesnej sytuacji, aby podać nam rękę i pomóc nam wstać. Ponieważ wszedł do naszej historii, chciał dzielić naszą drogę i dotknąć naszych ran. Nie mamy Boga obcego temu, co odczuwamy i znosimy, wręcz przeciwnie, pośród bólu podaje On nam swoją rękę.

Te wielkie wstrząsy podważają i kwestionują wartość naszego ducha i naszych najbardziej elementarnych postaw. Wtedy zdajemy sobie sprawę, jak ważne jest, byśmy nie byli samotni, lecz zjednoczeni, pełni tej jedności, która jest owocem Ducha Świętego.

Co się przydarzyło ewangelicznym pannom, o których słyszeliśmy? (por. Mt 25,1-13). Nagle usłyszały wołanie, które je budzi i porusza. Niektóre zdały sobie sprawę, że nie mają oliwy, koniecznej by oświecić drogę w ciemności, inne zaś napełniły swoje lampy i mogły znaleźć i oświecić drogę, która prowadziła je do oblubieńca. We wskazanym czasie każda ukazała, czym napełniła swoje życie.

To samo dzieje się z nami. W pewnych okolicznościach zdajemy sobie sprawę, czym wypełniliśmy nasze życie. Jakże jest ważne wypełnienie naszego życia tą oliwą, która pozwala nam rozpalić nasze lampy w wielu sytuacjach ciemności i znaleźć drogi, by iść naprzód!

Wiem, że w chwilach ciemności, kiedy poczuliście uderzenie Niño, te ziemie potrafiły się ruszyć i te ziemie miały oliwę, by pobiec i pomagać sobie nawzajem, jak prawdziwi bracia. Była oliwa solidarności, hojności, która wprawiła was w ruch i poszliście na spotkanie Pana z niezliczonymi konkretnymi gestami pomocy. Pośród ciemności, podobnie jak wielu innych, byliście żywymi pochodniami i oświeciliście drogę otwartymi i gotowymi do pomocy rękoma, aby złagodzić ból i dzielić się tym, co mieliście w waszym ubóstwie.

W czytaniu ewangelijnym możemy zauważyć, jak panny, które nie miały oliwy, pojechały do ​​miasta, aby ją kupić. W decydującym momencie swojego życia zdały sobie sprawę, że ich lampy są puste, że brakuje im podstaw do znalezienia drogi autentycznej radości. Były same i tak pozostały, same, poza ucztą weselną. Jak dobrze wiecie, są rzeczy, których nie można improwizować, nie mówiąc już o ich kupnie. Miarą duszy wspólnoty jest to, jak udaje jej się zjednoczyć, aby stawić czoło chwilom trudnym, przeciwnościom, aby podtrzymywać nadzieję. Tą postawą dajecie najwspanialsze ewangeliczne świadectwo. Pan mówi nam: „Po tym wszyscy poznają, żeście uczniami moimi, jeśli będziecie się wzajemnie miłowali” (J 13, 35). Wiara otwiera nas bowiem na konkretną miłość, nie wyidealizowaną, konkretną, wyrażającą się w uczynkach, w wyciągniętych rękach, współczuciu, która potrafi budować i odbudowywać nadzieję, gdy wydaje się, że wszystko jest stracone. W ten sposób stajemy się uczestnikami Boskiego działania, tego które opisuje apostoł Jan, pokazując nam Boga, który ociera łzy swoich dzieci. A to boskie dzieło Bóg wypełnia z taką samą czułością, jak matka, która stara się osuszyć łzy swoich dzieci. Jakże jest piękne pytanie, jakie na końcu dnia może zadać Pan każdemu z nas: ile łez otarłeś dzisiaj?

Inne sztormy, które mogą uderzać w te wybrzeża i w życie dzieci tych ziem, mają niszczycielskie skutki. Burze, które stanowią wyzwanie również dla nas jako wspólnot i zagrażają wartości naszego ducha. Chodzi o zorganizowaną przemoc, jak „mordercy do wynajęcia” i stwarzany przez to brak bezpieczeństwa; chodzi o brak możliwości kształcenia i zatrudnienia, szczególnie pośród najmłodszych, co uniemożliwia im budowanie godnej przyszłości; brak bezpieczeństwa mieszkaniowego dla wielu rodzin zmuszonych do życia w obszarach o dużej niestabilności i bez bezpiecznego dostępu; jak również wiele innych sytuacji, które znacie i znosicie, które jak najgorsze powodzie niszczą wzajemne zaufanie, tak konieczne, aby zbudować sieć wsparcia i nadziei. Powodzie obejmujące duszę i domagające się od nas oliwy, którą mamy, aby stawić im czoło. Ile masz oliwy?

Wiele razy zadajemy sobie pytanie, jak stawić czoło tym burzom, lub jak pomóc naszym dzieciom przejść przez takie sytuacje. Chcę wam powiedzieć: nie ma innego, lepszego wyjścia niż droga Ewangelii i ma imię Jezus Chrystus. Zawsze napełniajcie swoje życie Ewangelią. Pragnę was zachęcić, abyście byli wspólnotą, która pozwala namaścić się swemu Panu olejem Ducha. On wszystko przemienia, wszystko odnawia, wszystko pociesza. W Jezusie mamy moc Ducha, aby nie przyjmować za normalne tego, co nam szkodzi, nie uznawać za rzecz naturalną, nie „naturalizować” tego, co wyjaławia naszego ducha, a co gorsze, kradnie nam nadzieję. Peruwiańczycy, w tym momencie ich historii, nie mają prawa pozwolić, aby skradziono im nadzieję! W Jezusie mamy Ducha, który utrzymuje nas w jedności, abyśmy się nawzajem podtrzymywali i przeciwstawili się wszystkiemu, co chce wziąć to, co najlepsze z naszych rodzin. W Jezusie Bóg czyni nas wspólnotą wierzącą, która potrafi się wspierać nawzajem; wspólnotą, która żywi nadzieję i dlatego walczy, aby odrzucić i przekształcić wiele przeciwności; wspólnotą która miłuje, bo nie pozwala nam stać z założonymi rękami. Z Jezusem dusza mieszkańców tego miasta, Trujillo może nadal być nazywana „miastem wiecznej wiosny”, ponieważ z Nim wszystko staje się okazją do nadziei.

Wiem o miłości, jaką ta ziemia żywi dla Matki Bożej, i wiem, jak bardzo nabożeństwo do Maryi wspiera was, prowadząc zawsze do Jezusa. I daje nam jedyną radę, którą zawsze powtarza: „Zróbcie wszystko, co On wam powie” (por. J 2,5). Prośmy Ją, aby wzięła nas pod swój płaszcz i aby zawsze prowadziła nas do swego Syna; ale powiedzmy to śpiewając tę piękną pieśń marynarzy: „Panienko de la Puerta, daj mi swoje błogosławieństwo. Panienko de la Puerta, udziel nam pokoju i wiele miłości”. Potraficie ją zaśpiewać? Zaśpiewamy ją razem? Kto zacznie śpiewać? „Panienko de la Puerta…” Nikt nie śpiewa? Nawet chór? Zatem recytujmy ją, jeśli nie śpiewamy. Razem: „Panienko de la Puerta, daj mi Twe błogosławieństwo. Panienko de la Puerta, daj nam pokój i wiele miłości”. Jeszcze raz! „Panienko de la Puerta, daj mi Twe błogosławieństwo. Panienko de la Puerta, daj nam pokój i wiele miłości”.

[00066-PL.02] [Testo originale: Spagnolo]

Breve Visita nella Cattedrale di Santa María di Trujillo

Alle 12.40 locali (18.40 ora di Roma), il Santo Padre Francesco è giunto all’Arcivescovado di Trujillo e, dopo il pranzo in privato, compie una breve Visita nella Cattedrale di Santa María, dove lo attendono circa 300 fedeli. Al Suo arrivo, il Papa è accolto dal Capitolo della Cattedrale, si è avvicinato all’Altare dove depone dei fiori ai piedi della Vergine e infine esce dall’ingresso principale per recarsi in papamobile al Colegio Seminario SS. Carlos y Marcelo per l’Incontro con i religiosi.

[00109-IT.01]

[B0048-XX.02]