Sala Stampa

www.vatican.va

Sala Stampa Back Top Print Pdf
Sala Stampa


Viaggio Apostolico del Santo Padre Francesco in Cile e Perù (15 – 22 gennaio 2018) – Santa Messa e saluto finale al Campus Lobito di Iquique, 18.01.2018


 

Santa Messa e Celebrazione Fraterna per l’integrazione dei popoli al Campus Lobito di Iquique

Saluto del Santo Padre al termine della Celebrazione Eucaristica

Santa Messa e Celebrazione Fraterna per l’integrazione dei popoli al Campus Lobito di Iquique

Omelia del Santo Padre

Traduzione in lingua italiana

Traduzione in lingua francese

Traduzione in lingua inglese

Traduzione in lingua tedesca

Traduzione in lingua portoghese

Traduzione in lingua polacca

Questa mattina il Santo Padre Francesco, dopo essersi congedato dalla Nunziatura Apostolica di Santiago, si è trasferito in auto alla Base Aerea “Grupo 8 della FACH” da dove, alle ore 8.05 locali (12.05 ora di Roma) è decollato verso Iquique a bordo di un A321 della LATAM, dopo aver salutato individualmente 20 persone del Comitato Organizzatore.

Al Suo arrivo all’Aeroporto Internazionale “Diego Aracena” di Iquique, il Papa è stato accolto da S.E. Mons. Guillermo Patricio Vera Soto, Vescovo della Città, dal Presidente della Regione e dal Sindaco. Erano inoltre presenti un gruppo di fedeli, alcuni bambini e un coro. Quindi il Santo Padre Francesco si è trasferito in auto al Campus Lobito. Dopo un giro in papamobile tra i fedeli, alle ore 11.30 locali (15.30 ora di Roma), il Papa ha presieduto la Santa Messa per l’integrazione dei popoli in onore di “Nuestra Señora del Carmen”, Madre e Regina del Cile. Per l’occasione la statua della “Virgen de la Tirana” è stata trasportata dal Santuario al luogo della Messa.

Nel corso del rito ha avuto luogo l’Incoronazione dell’Immagine de la Virgen de la Tirana. Quindi, a conclusione della Celebrazione Eucaristica, il Vescovo di Iquique, S.E. Mons. Guillermo Patricio Vera Soto, ha rivolto il suo saluto al Papa.

Pubblichiamo di seguito l’omelia che il Papa ha pronunciato dopo la proclamazione del Vangelo:

Omelia del Santo Padre

«Éste fue el primero de los signos de Jesús, y lo hizo en la ciudad de Caná de Galilea» (Jn 2,11).

Así termina el Evangelio que hemos escuchado, y que nos muestra la aparición pública de Jesús: nada más y nada menos que en una fiesta. No podría ser de otra forma, ya que el Evangelio es una constante invitación a la alegría. Desde el inicio el Ángel le dice a María: «Alégrate» (Lc 1,28). Alégrense, le dijo a los pastores; alégrate, le dijo a Isabel, mujer anciana y estéril...; alégrate, le hizo sentir Jesús al ladrón, porque hoy estarás conmigo en el paraíso (cf. Lc 23,43).

El mensaje del Evangelio es fuente de gozo: «Les he dicho estas cosas para que mi alegría esté en ustedes, y esa alegría sea plena» (Jn 15,11). Una alegría que se contagia de generación en generación y de la cual somos herederos. Porque somos cristianos.

¡Cómo saben ustedes de esto, queridos hermanos del norte chileno! ¡Cómo saben vivir la fe y la vida en clima de fiesta! Vengo como peregrino a celebrar con ustedes esta manera hermosa de vivir la fe. Sus fiestas patronales, sus bailes religiosos —que se prolongan hasta por una semana—, su música, sus vestidos hacen de esta zona un santuario de piedad y espiritualidad popular. Porque no es una fiesta que queda encerrada dentro del templo, sino que ustedes logran vestir a todo el poblado de fiesta. Ustedes saben celebrar cantando y danzando «la paternidad, la providencia, la presencia amorosa y constante de Dios. Así llegan a engendrar actitudes interiores que raramente pueden observarse en el mismo grado en quienes no poseen esa religiosidad: paciencia, sentido de la cruz en la vida cotidiana, desapego, aceptación de los demás, devoción».[1] Cobran vida las palabras del profeta Isaías: «Entonces el desierto será un vergel y el vergel parecerá un bosque» (32,15). Esta tierra, abrazada por el desierto más seco del mundo, logra vestirse de fiesta.

En este clima de fiesta, el Evangelio nos presenta la acción de María para que la alegría prevalezca. Ella está atenta a todo lo que pasa a su alrededor y, como buena Madre, no se queda quieta y así logra darse cuenta de que en la fiesta, en la alegría compartida, algo estaba pasando: había algo que estaba por «aguar» la fiesta. Y acercándose a su Hijo, las únicas palabras que le escuchamos decir son: «no tienen vino» (Jn 2,3).

Y así María anda por nuestros poblados, calles, plazas, casas, hospitales. María es la Virgen de la Tirana; la Virgen Ayquina en Calama; la Virgen de las Peñas en Arica, que anda por todos nuestros entuertos familiares, esos que parecen ahogarnos el corazón para acercarse al oído de Jesús y decirle: mira, «no tienen vino».

Y luego no se queda callada, se acerca a los que servían en la fiesta y les dice: «Hagan todo lo que Él les diga» (Jn 2,5). María, mujer de pocas palabras, pero bien concretas, también se acerca a cada uno de nosotros a decirnos tan sólo: «Hagan todo lo que Él les diga». Y de este modo se desata el primer milagro de Jesús: hacer sentir a sus amigos que ellos también son parte del milagro. Porque Cristo «vino a este mundo no para hacer una obra solo, sino con nosotros –el milagro lo hace con nosotros–, con todos nosotros, para ser la cabeza de un cuerpo cuyas células vivas somos nosotros, libres y activas».[2] Así hace el milagro Jesús. Con nosotros.

El milagro comienza cuando los servidores acercan los barriles con agua que estaban destinados a la purificación. Así también cada uno de nosotros puede comenzar el milagro, es más, cada uno de nosotros está invitado a ser parte del milagro para otros.

Hermanos, Iquique es tierra de sueños —eso significa el nombre en aymara—; tierra que ha sabido albergar a gente de distintos pueblos y culturas. Gente que han tenido que dejar a los suyos, marcharse. Una marcha siempre basada en la esperanza por obtener una vida mejor, pero sabemos que va siempre acompañada de mochilas cargadas con miedo e incertidumbre por lo que vendrá. Iquique es una zona de inmigrantes que nos recuerda la grandeza de hombres y mujeres; de familias enteras que, ante la adversidad, no se dan por vencidas y se abren paso buscando vida. Ellos —especialmente los que tienen que dejar su tierra porque no encuentran lo mínimo necesario para vivir— son imagen de la Sagrada Familia que tuvo que atravesar desiertos para poder seguir con vida.

Esta tierra es tierra de sueños, pero busquemos que siga siendo también tierra de hospitalidad. Hospitalidad festiva, porque sabemos bien que no hay alegría cristiana cuando se cierran puertas; no hay alegría cristiana cuando se les hace sentir a los demás que sobran o que entre nosotros no tienen lugar (cf. Lc 16,19-31).

Como María en Caná, busquemos aprender a estar atentos en nuestras plazas y poblados, y reconocer a aquellos que tienen la vida «aguada»; que han perdido —o les han robado— las razones para celebrar; Los tristes de corazón. Y no tengamos miedo de alzar nuestras voces para decir: «no tienen vino». El clamor del pueblo de Dios, el clamor del pobre, que tiene forma de oración y ensancha el corazón y nos enseña a estar atentos. Estemos atentos a todas las situaciones de injusticia y a las nuevas formas de explotación que exponen a tantos hermanos a perder la alegría de la fiesta. Estemos atentos frente a la precarización del trabajo que destruye vidas y hogares. Estemos atentos a los que se aprovechan de la irregularidad de muchos inmigrantes porque no conocen el idioma o no tienen los papeles en «regla». Estemos atentos a la falta de techo, tierra y trabajo de tantas familias. Y como María digamos con fe: no tienen vino, Señor.

Como los servidores de la fiesta aportemos lo que tengamos, por poco que parezca. Al igual que ellos, no tengamos miedo a «dar una mano», y que nuestra solidaridad y nuestro compromiso con la justicia sean parte del baile o la canción que podamos entonarle a nuestro Señor. Aprovechemos también a aprender y a dejarnos impregnar por los valores, la sabiduría y la fe que los inmigrantes traen consigo. Sin cerrarnos a esas «tinajas» llenas de sabiduría e historia que traen quienes siguen arribando a estas tierras. No nos privemos de todo lo bueno que tienen para aportar.

Y después dejemos a Jesús que termine el milagro, transformando nuestras comunidades y nuestros corazones en signo vivo de su presencia, que es alegre y festiva porque hemos experimentado que Dios-está-con-nosotros, porque hemos aprendido a hospedarlo en medio de nuestro corazón. Alegría y fiesta contagiosa que nos lleva a no dejar a nadie fuera del anuncio de esta Buena Nueva; y a trasmitirle todo lo que hay de nuestra cultura originaria, para enriquecerlo también con lo nuestro, con nuestras tradiciones, con nuestra sabiduría ancestral, para que el que viene encuentre sabiduría y dé sabiduría. Eso es fiesta. Eso es agua convertida en vino. Eso es el milagro que hace Jesús.

Que María, bajo las distintas advocaciones de esta bendecida tierra del norte, siga susurrando al oído de su Hijo Jesús: «no tienen vino», y en nosotros sigan haciéndose carne sus palabras: «hagan

____________________________

[1] Pablo VI, Exhort. ap. Evangelii nuntiandi, 48.
[2]
San Alberto Hurtado, Meditación Semana Santa para jóvenes (1946).


[00060-ES.02] [Texto original: Español]

Traduzione in lingua italiana

«Questo, a Cana di Galilea, fu l’inizio dei segni compiuti da Gesù» (Gv 2,11).

Così termina il Vangelo che abbiamo ascoltato, e che ci mostra la apparizione pubblica di Gesù: né più né meno che in una festa. Non potrebbe essere altrimenti, dal momento che il Vangelo è una costante invito alla gioia. Fin dall’inizio l’Angelo dice a Maria: «Rallegrati» (Lc 1,28). Rallegratevi, disse ai pastori; rallegrati, disse a Elisabetta, donna anziana e sterile…; rallegrati, fece sentire Gesù al ladrone, perché oggi sarai con me in paradiso (cfr Lc 23,43).

Il messaggio del Vangelo è fonte di gioia: «Vi ho detto queste cose perché la mia gioia sia in voi e la vostra gioia sia piena» (Gv 15,11). Una gioia che si propaga di generazione in generazione e della quale siamo eredi. Perché siamo cristiani.

Come sapete bene questo, voi, cari fratelli del nord cileno! Come sapete vivere la fede e la vita in un clima di festa! Vengo come pellegrino a celebrare con voi questo modo bello di vivere la fede. Le vostre feste patronali, i vostri balli religiosi – che si prolungano anche per una settimana –, la vostra musica, i vostri vestiti fanno di questa zona un santuario di pietà e di spiritualità popolare. Perché non è una festa che rimane chiusa all’interno del tempio, ma voi riesce riuscite a rivestire a festa tutto il villaggio. Voi sapete celebrare cantando e danzando la paternità, la provvidenza, la presenza amorosa e costante di Dio; e in questo modo generate atteggiamenti interiori raramente osservati altrove al medesimo grado in chi non possiede questa religiosità: pazienza, senso della croce nella vita quotidiana, distacco, apertura agli altri, devozione.[1] Prendono vita le parole del profeta Isaia: «Allora il deserto diventerà un giardino e il giardino sarà considerato una selva» (32,15). Questa terra, abbracciata dal deserto più arido del mondo, sa vestirsi a festa.

In questo clima di festa, il Vangelo ci presenta l’azione di Maria affinché la gioia prevalga. Lei è attenta a tutto quello che succede intorno e, come buona madre, non sta tranquilla e così si accorge che nella festa, nella gioia condivisa, stava accadendo qualcosa: c’era qualcosa che stava per “annacquare” la festa. E accostandosi a suo Figlio, le uniche parole che le sentiamo dire sono: «Non hanno vino» (Gv 2,3).

E così Maria va per i nostri villaggi, per le vie, le piazze, le case, gli ospedali. Maria è la Virgen de la Tirana; la Virgen Ayquina a Calama; la Virgen de las Peñas ad Arica, che passa per tutti i nostri problemi familiari, quelli che sembrano soffocarci il cuore, per accostarsi all’orecchio di Gesù e dirgli: vedi, «non hanno vino».

E poi non rimane zitta, si avvicina agli inservienti della festa e dice loro: «Qualsiasi cosa vi dica, fatela» (Gv 2,5). Maria, donna di poche parole, ma molto concreta, si avvicina anche ad ognuno di noi per dirci solamente: «Qualsiasi cosa vi dica, fatela». E in questo modo si apre la strada al primo miracolo di Gesù: far sentire ai suoi amici che anch’essi partecipano al miracolo. Perché Cristo «è venuto in questo mondo non per fare la sua opera da solo, ma con noi; il miracolo lo fa con noi, con tutti noi, per essere il capo di un corpo le cui cellule vive siamo noi: libere e attive, siamo noi».[2] Così Gesù fa il miracolo: con noi.

Il miracolo comincia quando gli inservienti avvicinano le anfore dell’acqua che erano destinate alla purificazione. Così anche ognuno di noi può cominciare il miracolo, di più, ognuno di noi è invitato a partecipare al miracolo per gli altri.

Fratelli, Iquique è una “terra di sogni” (questo significa il nome in lingua aymara); una terra che ha saputo ospitare gente di diversi popoli e culture, gente che hanno dovuto lasciare i loro propri cari e partire. Una partenza marcia sempre basata sulla speranza di ottenere una vita migliore, ma sappiamo che è sempre accompagnata da bagagli carichi di paura e di incertezza per quello che verrà. Iquique è una zona di immigrati che ci ricorda la grandezza di uomini e donne; di famiglie intere che, davanti alle avversità, non si danno per vinte e si fanno strada in cerca di vita. Essi – specialmente quelli che devono lasciare la loro terra perché non hanno il minimo necessario per vivere – sono immagini della Santa Famiglia, che dovette attraversare deserti per poter continuare a vivere.

Questa terra è terra di sogni, ma facciamo in modo che continui a essere anche terra di ospitalità. Ospitalità festosa, perché sappiamo bene che non c’è gioia cristiana quando si chiudono le porte; non c’è gioia cristiana quando si fa sentire agli altri che sono di troppo o che tra di noi non c’è posto per loro (cfr Lc 16,31).

Come Maria a Cana, cerchiamo di imparare ad essere attenti nelle nostre piazze e nei nostri villaggi e riconoscere coloro che hanno una vita “annacquata”; che hanno perso – o ne sono stati derubati – le ragioni per celebrare. E non abbiamo paura di alzare le nostre voci per dire: «Non hanno vino». Il grido del popolo di Dio, il grido del povero, che ha forma di preghiera e allarga il cuore e ci insegna ad essere attenti. Siamo attenti a tutte le situazioni di ingiustizia e alle nuove forme di sfruttamento che espongono tanti fratelli a perdere la gioia della festa. Siamo attenti di fronte alla precarizzazione del lavoro che distrugge vite e famiglie. Siamo attenti a quelli che approfittano dell’irregolarità di molti migranti, perché non conoscono la lingua o non hanno i documenti in regola. Siamo attenti alla mancanza di casa, terra e lavoro di tante famiglie. E come Maria diciamo con fede: non hanno vino.

Come i servi della festa, portiamo quello che abbiamo, per quanto sembri poco. Come loro, non abbiamo paura a “dare una mano”, e che la nostra solidarietà e il mostro impegno per la giustizia facciano parte del ballo e del canto che oggi possiamo intonare a nostro Signore. Approfittiamo anche per imparare e lasciarci impregnare dai valori, dalla sapienza e dalla fede che i migranti portano con sé. Senza chiuderci a quelle “anfore” piene di sapienza e di storia che portano quanti continuano ad arrivare in queste terre. Non priviamoci di tutto il bene che hanno da offrire.

E poi, lasciamo che Gesù possa completare il miracolo, trasformando le nostre comunità e i nostri cuori in segno vivo della sua presenza, che è gioiosa e festosa perché abbiamo sperimentato che Dio-è-con-noi, perché abbiamo imparato a ospitarlo in mezzo a noi, nel nostro cuore. Gioia e festa contagiosa che ci porta a non escludere nessuno dall’annuncio di questa Buona Notizia, e a trasmetterla. Tutto quello che è della nostra cultura originaria, dobbiamo condividerlo con la nostra tradizione, con la nostra sapienza ancestrale perché colui che venga incontri sapienza. Questa è la festa. Questa è acqua trasformata in vino. Questo è il miracolo che fa Gesù.

Maria, coi diversi titoli con cui è invocata in questa benedetta terra del nord, continui a sussurrare all’orecchio del suo Figlio Gesù: «Non hanno vino», e in noi continuino a farsi carne le sue parole: «Qualsiasi cosa vi dica, fatela».

______________________

[1] Paolo VI, Esort. ap. Evangelii nuntiandi, 48.
[2] Sant’Alberto Hurtado, Meditación Semana Santa para jóvenes (1946).

[00060-IT.02] [Testo originale: Spagnolo]

Traduzione in lingua francese

«Tel fut le commencement des signes que Jésus accomplit. C’était à Cana de Galilée” (Jn 2, 11).

Ainsi s’achève l’Évangile que nous avons écouté, et qui fait le récit de l’apparition publique de Jésus: ni plus ni moins lors d’une fête. Il ne pouvait en être autrement, puisque l’Évangile est une constante invitation à la joie. Dès le début, l’Ange dit à Marie: «Réjouis-toi» (Lc 1, 28). Réjouissez-vous, dit-il aux pasteurs; réjouis-toi, dit-il à Élisabeth, femme âgée et stérile…; réjouis-toi, fit entendre Jésus au bon larron, car aujourd’hui tu seras avec moi au paradis (cf. Lc 23, 43).

Le message de l’Évangile est source de joie: «Je vous ai dit cela pour que ma joie soit en vous, et que votre joie soit complète» (Jn 15, 11). Une joie qui se transmet de génération en génération et dont nous sommes les héritiers. Parce que nous sommes chrétiens.

Comme vous savez le faire, chers frères du nord du Chili! Comme vous savez vivre la foi et la vie dans un climat de fête! Je viens en pèlerin célébrer avec vous cette belle manière de vivre la foi. Vos fêtes patronales, vos danses religieuses – qui durent jusqu’à une semaine -, votre musique, vos vêtements font de cet endroit un sanctuaire de piété et de spiritualité populaires. Car ce n’est pas une fête qui peut être enfermée dans le temple, mais plutôt vous arrivez à parer toute la population d’habits de fête. Vous savez célébrer en chantant et en dansant « la paternité, la providence, la présence amoureuse et constante de Dieu. Elle engendre des attitudes intérieures rarement observées ailleurs au même degré : patience, sens de la croix dans la vie quotidienne, détachement, ouverture aux autres, dévotion»(Paul VI, Exhort. ap. Evangelii nuntiandi, n. 48). Les paroles du prophète Isaïe prennent vie: «Alors le désert deviendra un verger, et le verger sera pareil à une forêt» (32, 15). Cette terre, gagnée par le désert le plus sec du monde, parvient à se parer pour la fête.

Dans ce climat de fête, l’Évangile nous présente l’intervention de Marie pour que la joie prévale. Elle fait attention à tout ce qui se passe autour d’elle et, en tant que bonne mère, elle ne reste pas tranquille et ainsi elle arrive à se rendre compte que pendant la fête, dans la joie partagée, quelque chose était en train de se passer: il y avait quelque chose qui était sur le point de faire ‘‘prendre eau’’ à la fête. Et lorsqu’elle s’approche de son Fils, les seules paroles que nous l’entendons prononcer sont: «ils n’ont pas de vin» (Jn 2, 3).

Et c’est ainsi que Marie marche dans nos villages, dans nos rues, sur nos places, dans nos maisons, dans nos hôpitaux. Marie est la Vierge de Tirana; la Vierge Ayquina à Calama; la Vierge de Las Peñas à Arica, qui [nous] accompagne dans nos ennuis de famille inextricables, ceux-là mêmes qui semblent nous étouffer le cœur, afin de s’approcher des oreilles de Jésus et de lui dire: regarde, «ils n’ont pas de vin».

Et ensuite, elle ne se tait pas, elle s’approche de ceux qui servent pour la fête et elle leur dit: «Tout ce qu’il vous dira, faites-le » (Jn 2, 5). Marie, femme de peu de mots, mais bien concrets, s’approche également de chacun de nous rien que pour nous dire: «Ce qu’il vous dira, faites-le». Et ainsi débute le premier miracle de Jésus: faire sentir à ses amis qu’eux aussi prennent part au miracle. Car le Christ «est venu dans ce monde non pas pour agir seul, mais avec nous – le miracle il le fait avec nous -, avec nous tous, pour être la tête d’un corps dont nous sommes, nous, les cellules vivantes, libres et actives» (San Alberto Hurtado, Meditación Semana Santa para jóvenes (1946). C’est ainsi que Jésus fait le miracle. Avec nous.

Le miracle commence quand les serviteurs s’approchent des jarres remplies qui étaient destinées aux ablutions. De même chacun d’entre nous peut aussi commencer le miracle, mieux, chacun d’entre nous est invité à prendre part au miracle pour les autres.

Chers frères, Iquique est une terre de rêves (c’est ce que signifie le nom en aymara); une terre ayant su héberger des gens de divers peuples et cultures qui ont dû quitter leurs proches, s’en aller. Une démarche toujours fondée sur l’espérance d’obtenir une vie meilleure, mais nous savons qu’elle est toujours accompagnée de sacs à dos chargés de peur et d’incertitude quant à l’avenir. Iquique est une zone de migrants qui nous rappelle la grandeur d’hommes et de femmes; de familles entières qui, face à l’adversité, ne se résignent pas et se fraient une voie en quête de vie. Ils – surtout ceux qui ont dû quitter leur terre parce qu’ils ne disposaient pas du minimum nécessaire pour vivre – sont une image de la Sainte Famille qui a dû traverser des déserts pour pouvoir survivre.

Cette terre est une terre de rêves, cependant faisons de sorte qu’elle continue d’être également une terre d’hospitalité. Hospitalité festive, car nous savons bien qu’il n’y a pas de joie chrétienne lorsque des portes se ferment; il n’y a pas de joie chrétienne lorsqu’on fait sentir aux autres qu’ils sont de trop ou que parmi nous ils n’ont pas leur place (cf. Lc 16, 19-31).

Comme Marie à Cana, efforçons-nous d’apprendre à être attentifs sur nos places et dans nos villages et à reconnaître ceux dont la vie ‘‘prend de l’eau’’; qui ont perdu – ou on leur a volé – les raisons de célébrer. Ceux qui ont le cœur triste. Et n’ayons pas peur d’élever la voix pour dire: «ils n’ont pas de vin». Le cri du peuple de Dieu, le cri du pauvre, sous forme de prière et qui élargit le cœur et nous enseigne à être attentifs. Soyons attentifs à toutes les situations d’injustice et aux nouvelles formes d’exploitation qui conduisent beaucoup de nos frères à perdre la joie de la fête. Soyons attentifs à la précarisation du travail qui détruit des vies et des foyers. Soyons attentifs à ceux qui tirent profit de la situation irrégulière de beaucoup de migrants, parce qu’ils ne connaissent pas la langue ou n’ont pas les papiers en ‘‘règle’’. Soyons attentifs au manque de toit, de terre et de travail pour de nombreuses familles. Et comme Marie, disons : Seigneur, ils n’ont pas de vin.

Comme les servants de la fête,apportons ce que nous avons, aussi insignifiant semble-t-il. Comme eux, n’ayons pas peur de ‘‘donner un coup de main’’, et que notre solidarité ainsi que notre engagement pour la justice fassent partie de la danse ou du chant que nous pouvons entonner pour notre Seigneur. Profitons-en aussi afin d’apprendre et de nous laisser imprégner par les valeurs, la sagesse et la foi que les migrants portent avec eux. Sans nous fermer à ces ‘‘jarres’’ remplies de sagesse et d’histoire que portent ceux qui continuent d’arriver en ces contrées. Ne nous privons pas de tout le bien qu’ils ont à offrir.

Et ensuite laissons Jésus achever le miracle, en transformant nos communautés et nos cœurs en signe vivant de sa présence, qui est joyeuse et festive, car nous avons fait l’expérience que Dieu-est-avec-nous, parce que nous avons appris à l’héberger dans notre cœur. Joie et fête contagieuses qui nous conduisent à ne laisser aucune personne hors de l’annonce de cette Bonne Nouvelle; et à lui transmettre tout ce qu’il y a dans notre culture d’origine, pour l’enrichir aussi de tout ce qui est nôtre, de nos traditions, de notre sagesse ancestrale, pour que celui qui vient trouve la sagesse et donne la sagesse. C’est cela la fête. C’est cela l’eau changée en vin. C’est cela le miracle que fait Jésus.

Que Marie, sous les différentes évocations de cette terre bénie du nord, continue de susurrer à l’oreille de son Fils Jésus: «ils n’ont pas de vin», et qu’en nous continuent de se faire chair ses paroles: «Tout ce qu’il vous dira, faites-le».

[00060-FR.01] [Texte original: Espagnol]

Traduzione in lingua inglese

“Jesus did this, the first of his signs, in Cana of Galilee” (Jn 2:11).

These are the final words of the Gospel we just heard, which describes Jesus’ public appearance: at a party, no more or less. It could not be otherwise, since the Gospel is a constant invitation to joy. From the outset, the angel says to Mary: “Rejoice!” (Lk 1:28). Rejoice, he says to the shepherds; rejoice, he says to Elizabeth, an elderly and barren woman…; rejoice, Jesus says to the thief, for this day you will be with me in paradise (cf. Lk 23:43).

The Gospel message is a wellspring of joy: “I have said these things to you so that my joy may be in you, and that your joy may be complete” (Jn 15:11). A joy that is contagious, passing from generation to generation, a joy that we have inherited. Because we are Christians.

How much you know about this, dear brothers and sisters of northern Chile! How much you know about living your faith and your lives in a festive spirit! I have come as a pilgrim to join you in celebrating this beautiful way of living the faith. Your patronal feasts, your religious dances – which at times even go on for a week – your music, your dress, all make this region a shrine of popular piety and spirituality. Because the party does not remain inside the Church, but you turn the whole town into a party. You know how to celebrate by singing and dancing God’s “fatherhood, providence, constant and loving presence”, and this engenders “interior attitudes rarely observed to the same degree in those who do not have this religious sense: namely, patience, the sign of the cross in daily life, detachment, openness to others, devotion”.[1] The words of the prophet Isaiah come to life: “The wilderness shall become a fruitful field, and the fruitful field will be deemed a forest” (Is 32:15). This land, surrounded by the driest desert of the world, manages to put on party clothes.

In this festive atmosphere, the Gospel shows us how Mary acts to make that joy continue. She is attentive to everything going on around her; like a good mother, she doesn’t sit still. So she notices, amid in the party and the shared joy, that something is about to happen that might “water it down”. She approaches her Son and tells him simply: “They have no wine” (Jn 2:3).

In the same way, Mary passes through our towns, our streets, our squares, our homes and our hospitals. Mary is the Virgin of la Tirana; the Virgin Ayquina in Calama; the Virgin of the Rocks in Arica. She notices all those problems that burden our hearts, then whispers into Jesus’ ear and says: Look, “they have no wine”.

Mary does not remain quiet. She goes up to the servants and says to them: “Do whatever he tells you” (Jn 2:5). Mary, a woman of few but very pointed words, also comes up to each of us and says simply: “Do whatever he tells you”. In this way, she elicits the first miracle of Jesus: to make his friends feel that they too are part of the miracle. Because Christ “came to this world not to perform a task by himself, but with us” – he performs miracles with us – “with all of us, so as to be the head of a great body, of which we are the living, free and active cells”.[2] This is how Jesus performs miracles: with us.

The miracle begins once the servants approach the jars with water for purification. So too, each of us can begin the miracle; what is more, each one of us is invited to be part of the miracle for others.

Brothers and sisters, Iquique is a land of dreams (for so its name means in the Aymara language). It is a land that has given shelter to men and women of different peoples and cultures who had to leave everything behind and set out. Setting out always with the hope of obtaining a better life, yet, as we know, always with their bags packed with fear and uncertainty about the future. Iquique is a region of immigrants, which reminds us of the greatness of men and women, entire families, who, in the face of adversity, refused to give up and set out in search of life. In search of life. They – especially those who had to leave their land for lack of life’s bare necessities – are an image of the Holy Family, which had to cross deserts to keep on living.

This land is a land of dreams, but let us work to ensure that it also continues to be a land of hospitality. A festive hospitality, for we know very well that there is no Christian joy when doors are closed; there is no Christian joy when others are made to feel unwanted, when there is no room for them in our midst (cf. Lk 16:19-31).

Like Mary at Cana, let us make an effort to be more attentive in our squares and towns, to notice those whose lives have been “watered down”, who have lost – or have been robbed of – reasons for celebrating; those whose hearts are saddened. And let us not be afraid to raise our voices and say: “They have no wine”. The cry of the people of God, the cry of the poor, is a kind of prayer; it opens our hearts and teaches us to be attentive. Let us be attentive, then, to all situations of injustice and to new forms of exploitation that risk making so many of our brothers and sisters miss the joy of the party. Let us be attentive to the lack of steady employment, which destroys lives and homes. Let us be attentive to those who profit from the irregular status of many migrants who don’t know the language or who don’t have their papers “in order”. Let us be attentive to the lack of shelter, land and employment experienced by so many families. And, like Mary, let us say: They have no wine, Lord.

Like the servants at the party, let us offer what have, little as it may seem. Like them, let us not be afraid to “lend a hand”. May our solidarity in the commitment for justice be part of the dance or song that we can offer to our Lord. Let us also make the most of the opportunity to learn and make our own the values, the wisdom and the faith that migrants bring with them. Without being closed to those “jars” so full of wisdom and history brought by those who continue to come to these lands. Let us not deprive ourselves of all the good that they have to contribute.

And let us allow Jesus to complete the miracle by turning our communities and our hearts into living signs of his presence, which is joyful and festive because we have experienced that God is with us, because we have learned to make room for him within our hearts. A contagious joy and festivity that lead us to exclude no one from the proclamation of this Good News, and to share all that belongs to our original culture, in order to enrich it also with what is truly ours, with our own traditions, with our ancestral wisdom, so that those who come may encounter wisdom and share their own. This is the celebration. This is the water transformed into wine. This is the miracle that Jesus performs.

May Mary, under her different titles in this blessed land of the north, continue to whisper in the ear of Jesus, her Son: “They have no wine”, and may her words continue to find a place in us: “Do whatever he tells you”.

_________________________

[1] PAUL VI, Apostolic Exhortation Evangelii Nuntiandi, 48.
[2]
SAINT ALBERTO HURTADO, Meditación Semana Santa para jóvenes (1946).

[00060-EN.02] [Original text: Spanish]

Traduzione in lingua tedesca

»So tat Jesus sein ersten Zeichen, in Kana in Galiläa« (Joh 2,11).

Damit endet das eben gehörte Evangelium, welches uns das Auftreten Jesu in der Öffentlichkeit vor Augen führt – und das bezeichnenderweise im Rahmen eines Festes stattfindet. Das kann auch gar nicht anders sein, da doch das Evangelium eine dauerhafte Einladung zur Freude ist. Schon ganz am Anfang sagt der Engel zu Maria: »Chaire – Freue dich!« (Lk 1,28). Freut euch, sagte er zu den Hirten; freue dich, sagte er zu Elisabeth, einer alten und unfruchtbaren Frau ...; freue dich, sprach Jesus zu dem Verbrecher, denn heute noch wirst du mit mir im Paradies sein (vgl. Lk 23,43).

Die Botschaft des Evangeliums ist ein Quell der Freude: »Dies habe ich euch gesagt, damit meine Freude in euch ist und damit eure Freude vollkommen wird« (Joh 15,11). Eine Freude, die sich ausbreitet von Generation zu Generation und deren Erben wir sind. Weil wir Christen sind.

Wie gut ihr das wisst, liebe Brüder und Schwestern in Nordchile! Wie gut ihr es doch versteht, den Glauben und das Leben in einer Atmosphäre des Festes zu leben! Ich komme als Pilger, um mit euch diese schöne Weise des Glaubenslebens zu feiern. Eure Patronatsfeste, eure religiösen Tänze – die sich manchmal über eine Woche erstrecken –, eure Musik und eure Kleidung machen diese Gegend zu einem Heiligtum der Volksfrömmigkeit und -spiritualität. Denn eure Feste bleiben nicht im Inneren des Gotteshauses, sondern ihr schafft es, das ganze Dorf in Feststimmung zu versetzen. Ihr versteht es, singend und tanzend »seine Vaterschaft, seine Vorsehung, seine ständige, liebende Gegenwart« zu feiern. Diese Volksfrömmigkeit »führt zu inneren Haltungen, die man sonst kaum in diesem Maße findet: Geduld, das Wissen um die Notwendigkeit, das Kreuz im täglichen Leben zu tragen, Entsagung, Wohlwollen für andere, Respekt.«[1]

Die Worte des Propheten Jesaja erwachen zum Leben: »Dann wird die Wüste zum Garten und der Garten wird zum Wald« (32,15). Dieses Land, umgeben von der trockensten Wüste der Welt, versteht es zu feiern.

In dieser Feststimmung führt uns das Evangelium Marias Handeln vor Augen, damit die Freude überwiegt. Aufmerksam nimmt sie als gute Mutter alles wahr, was um sie herum geschieht, sie ist nicht untätig, und so bemerkt sie, dass bei dem Fest, in der gemeinsam geteilten Freude, etwas passierte: etwas, das das Fest „verwässerte“. Und an ihren Sohn gewandt, spricht sie nur diese Worte: »Sie haben keinen Wein mehr« (Joh 2,3).

Genauso geht Maria durch unsere Dörfer, Straßen, Plätze, Häuser und Krankenhäuser. Maria ist die Jungfrau von La Tirana; die Jungfrau von Ayquina in Calama; die Jungfrau von Las Peñas in Arica, die all unsere gewohnten Probleme wahrnimmt, die uns im Herzen bedrücken, um sich dann an Jesus zu wenden und ihm zu sagen: Schau, »sie haben keinen Wein mehr«.

Aber dann bleibt sie nicht still, sie geht zu den Dienern und sagt ihnen: »Was er euch sagt, das tut!« (Joh 2,5). Maria, eine Frau weniger aber konkreter Worte, kommt auch zu einem jeden von uns und sagt nur: »Was er euch sagt, das tut!« Und auf diese Weise kommt es zum ersten Wunder Jesu: als seinen Freunden gesagt wird, dass sie an diesem Wunder teilhaben. Denn Christus »ist nicht in diese Welt gekommen, um sein Werk allein zu vollbringen, sondern zusammen mit uns« – das Wunder vollbringt er mit uns –, »mit uns allen, um das Haupt eines Leibes zu sein, dessen lebendige, freie und aktive Zellen wir sind«.[2] So vollbringt Jesus das Wunder: mit uns.

Das Wunder beginnt, als sich die Diener zu den für das Reinigungsritual bestimmten Wasserbehältern begeben. So kann auch ein jeder von uns das Wunder initiieren, mehr noch, ein jeder von uns ist eingeladen, sich zu beteiligen am Wunder für die anderen.

Brüder und Schwestern, Iquique ist ein „Land der Träume“ (dies bedeutet der Name auf Aymara); ein Land, das Menschen verschiedener Völker und Kulturen beherbergte, die ihre Lieben verlassen und von zu Hause weggehen mussten. Ein solcher Weggang gründet immer in der Hoffnung auf ein besseres Leben, aber wir wissen, dass er immer auch begleitet ist von Angst und Unsicherheit im Blick auf die Zukunft. Iquique ist ein Einwanderungsgebiet, das uns an die Größe von Männern und Frauen erinnert, ganzer Familien, die sich trotz aller Hindernisse nicht geschlagen geben und ihren Weg gehen auf der Suche nach Leben. Diese – besonders jene, die ihr Land verlassen müssen, weil sie unterhalb des Existenzminimums leben – sind Bilder der Heiligen Familie, die Wüsten durchziehen musste, um überleben zu können.

Dieses Land ist ein Land der Träume. Sorgen wir dafür, dass es auch ein Land der Gastfreundschaft bleibt – einer feierlichen Gastfreundschaft, weil wir gut wissen, dass es keine christliche Freude gibt, wenn man die Türen verschließt; es gibt keine christliche Freude, wenn man den anderen das Gefühl gibt, sie seien überzählig oder es gäbe keinen Platz für sie (vgl. Lk 16,31).

Lernen wir von Maria in Kana, und versuchen wir aufmerksam zu sein, damit wir auf unseren Plätzen und in unseren Dörfern die Menschen erkennen, denen das Leben „verwässert“ ist, diejenigen, die keinen Grund zum Feiern mehr sehen oder die dieser Gründe beraubt worden sind; die von Herzen traurig sind. Und haben wir keine Angst davor, unsere Stimmen zu erheben und zu sagen: »Sie haben keinen Wein mehr«. Das ist der Schrei des Volkes Gottes, der Hilferuf des Armen, der die Form eines Gebetes annimmt und das Herz weitet und uns lehrt, achtsam zu sein. Seien wir aufmerksam auf alle Situationen der Ungerechtigkeit und die neuen Formen der Ausbeutung, die vielen Brüdern und Schwestern die Freude des Festes verderben. Seien wir aufmerksam angesichts der Prekarisierung der Arbeitsverhältnisse, die viele Leben und Familien zerstört. Seien wir aufmerksam auf jene, die die Irregularität vieler Migranten ausnutzen, weil sie die Sprache nicht kennen oder keine ordnungsgemäßen Papiere besitzen. Seien wir aufmerksam auf den Mangel an Unterkünften, Grundstücken und Arbeitsplätzen, die so viele Familien dringend bräuchten. Und sagen wir wie Maria: Herr, sie haben keinen Wein mehr.

Bringen wir wie die Diener auf dem Fest das, was wir haben, auch wenn es wenig erscheinen mag. Und haben auch wir, wie diese, keine Angst davor „mitanzupacken“, so dass unsere Solidarität und unser Einsatz für die Gerechtigkeit zu einem Teil des Tanzes und Gesanges werden, den wir unserem Herrn anstimmen. Nutzen wir diese Chance, etwas zu lernen und uns von den Werten, der Weisheit und dem Glauben, die die Migranten mitbringen, erfüllen zu lassen. Verschließen wir uns nicht vor den „Wasserkrügen“ voller Weisheit und Geschichte, die jene mitbringen, die auch weiterhin in diesem Land ankommen. Berauben wir uns nicht all des Guten, das sie uns anzubieten haben.

Und lassen wir dann zu, dass Jesus dann das Wunder vollenden kann, indem er unsere Gemeinschaften und unsere Herzen in ein lebendiges Zeichen seiner Gegenwart verwandelt, die freudig und festlich ist, weil wir erfahren haben, dass Gott-mit-uns ist, weil wir gelernt haben, ihn in unserer Mitte, in unserem Herzen aufzunehmen. Eine ansteckende Festfreude, die uns dazu bringt, niemand von der Verkündigung dieser Guten Nachricht auszuschließen, und die uns alles, was zu unserer einheimischen Kultur gehört, mitteilen lässt, um die Verkündigung auch mit dem Unsrigen zu vertiefen, mit unseren Traditionen, mit unserer uralten Weisheit, damit er, der kommt, auf Weisheit trifft und Weisheit schenkt. Das heißt Fest. Das ist in Wein verwandeltes Wasser. Das ist das Wunder, das Jesus wirkt.

Maria, die in diesem gesegneten Land des Nordens mit verschiedenen Titeln angerufen wird, möge ihrem Sohn Jesus auch weiterhin zuflüstern: »Sie haben keinen Wein mehr«; und uns ihre Worte mögen immer mehr in Fleisch und Blut übergehen: »Was er euch sagt, das tut«.

_________________________

[1] Paul VI., Apostolisches Schreiben Evangelii nuntiandi, 48.
[2]
Sant’Alberto Hurtado, Meditation für Jugendliche in der Karwoche (1946).

[00060-DE.02] [Originalsprache: Spanisch]

Traduzione in lingua portoghese

«Em Caná da Galileia, Jesus realizou o primeiro dos seus sinais miraculosos» (Jo 2, 11).

Assim, termina o Evangelho que ouvimos e que nos mostra a primeira aparição pública de Jesus: nada mais, nada menos que numa festa. Não poderia ser doutra forma, pois o Evangelho é um convite constante à alegria. Logo no início, o anjo diz a Maria: «Alegra-te» (Lc 1, 28). Anuncio-vos uma grande alegria: foi dito aos pastores (cf. Lc 2, 10). O menino saltou de alegria no seio de Isabel, mulher idosa e estéril (cf. Lc 1, 41). Alegra-te – fez Jesus sentir ao ladrão –, porque hoje estarás comigo no paraíso (cf. Lc 23, 43).

A mensagem do Evangelho é fonte de alegria: «Manifestei-vos estas coisas, para que esteja em vós a minha alegria, e a vossa alegria seja completa» (Jo 15, 11). Uma alegria que se propaga de geração em geração, e da qual somos herdeiros. Porque somos cristãos.

Disto, bem vos entendeis vós, queridos irmãos do norte chileno. Sabeis viver a fé e a vida em clima de festa! Venho, como peregrino, celebrar convosco esta maneira linda de viver a fé. As vossas festas patronais, as vossas danças religiosas (que chegam a durar uma semana), a vossa música, os vossos vestidos fazem desta região um santuário de piedade e de espiritualidade popular. De facto, não é uma festa que fica fechada dentro do templo, mas conseguis vestir de festa toda a aldeia. Sabeis celebrar cantando e dançando «a paternidade, a providência, a presença amorosa e constante de Deus; e deste modo gerais atitudes interiores que raramente se observam no mesmo grau em quem não possui esta religiosidade: paciência, sentido da cruz na vida quotidiana, desapego, aceitação dos outros, dedicação, devoção.[1] Ganham vida as palavras do profeta Isaías: «Então o deserto se converterá em pomar, e o pomar será como uma floresta» (32, 15). Esta terra, abraçada pelo deserto mais seco do mundo, sabe vestir-se de festa.

Neste clima de festa, o Evangelho apresenta-nos a ação de Maria, para que a alegria prevaleça. Está atenta a tudo o que acontece ao redor d’Ela e, como boa mãe, não fica parada e assim consegue dar-se conta de que na festa, na alegria geral, acontecera algo: algo que estava para arruinar a festa. E, aproximando-Se do seu Filho, as únicas palavras que Lhe ouvimos dizer são: «Não têm vinho» (Jo 2, 3).

E de igual modo vai Maria pelas nossas aldeias, ruas, praças, casas, hospitais. Maria é a Virgem da Tirana, a Virgem Ayquina em Calama, a Virgem das Penhas em Arica, que passa por todos os nossos problemas familiares, aqueles que parecem sufocar-nos o coração, para Se aproximar de Jesus e dizer-Lhe ao ouvido: «Olha! Não têm vinho».

E não Se fica calada, mas logo Se aproxima dos que serviam na festa e disse-lhes: «Fazei o que Ele vos disser» (Jo 2, 5). Maria, mulher de poucas palavras mas muito concreta, também Se aproxima de cada um de nós para nos dizer apenas isto: «Fazei o que Ele vos disser». E assim se abre o caminho ao primeiro milagre de Jesus: fazer sentir aos seus amigos que eles também participam do milagre. Porque Cristo «veio a este mundo, não para fazer a sua obra sozinho mas connosco; o milagre fá-lo connosco, com todos nós, por ser a cabeça dum grande corpo cujas células vivas somos nós, células livres e ativas».[2] É assim que Jesus faz o milagre: connosco.

O milagre começa quando os serventes aproximam as vasilhas de pedra com água que se destinavam à purificação. Do mesmo modo também cada um de nós pode começar o milagre; mais ainda, cada um de nós é convidado a participar do milagre para os outros.

Irmãos, Iquique é uma «terra de sonhos» (tal é o significado do nome, em língua aymara); uma terra que soube albergar pessoas de diferentes povos e culturas, pessoas que tiveram de deixar os seus queridos e partir. Uma marcha sempre baseada na esperança de obter uma vida melhor, mas sabemos que sempre se faz acompanhar por bagagens carregadas de medo e incerteza pelo que virá. Iquique é uma região de imigrantes que nos lembra a grandeza de homens e mulheres; de famílias inteiras que, perante a adversidade, não se dão por vencidas mas mexem-se à procura de vida. Eles – sobretudo quantos têm que deixar a sua terra, porque não encontram o mínimo necessário para viver – são ícones da Sagrada Família, que teve de atravessar desertos para poder continuar a viver.

Esta é terra de sonhos, mas procuremos que continue a ser também terra de hospitalidade. Hospitalidade festiva, porque sabemos bem que não há alegria cristã, quando se fecham as portas; não há alegria cristã, quando se faz sentir aos outros que estão a mais ou que não têm lugar no nosso meio (cf. Lc 16, 19-31).

Como Maria em Caná, procuremos aprender a estar atentos nas nossas praças e aldeias e reconhecer aqueles que têm a vida «arruinada»; que perderam – ou lhes roubaram – as razões para fazer festa. E não tenhamos medo de levantar as nossas vozes para dizer: «Não têm vinho». O grito do povo de Deus, o grito do pobre, que tem forma de oração e alarga o coração, e nos ensina a estar atentos. Estejamos atentos a todas as situações de injustiça e às novas formas de exploração que fazem tantos irmãos perder a alegria da festa. Estejamos atentos à situação de precariedade do trabalho que destrói vidas e famílias. Estejamos atentos a quem se aproveita da irregularidade de muitos migrantes porque não conhecem a língua ou não têm os documentos em «regra». Estejamos atentos à falta de teto, terra e trabalho de tantas famílias. E, como Maria, digamos: Não têm vinho.

Como os serventes da festa, tragamos o que temos, por pouco que pareça. Como eles, não tenhamos medo de «dar uma mão», e que a nossa solidariedade e o nosso compromisso em prol da justiça sejam parte da dança ou do cântico que hoje podemos entoar a nosso Senhor. Aproveitemos também para aprender e deixar-nos impregnar pelos valores, a sabedoria e a fé que os migrantes trazem consigo; sem nos fecharmos a essas «vasilhas» cheias de sabedoria e história que trazem quantos continuam a chegar a estas terras. Não nos privemos de todo o bem que eles têm para oferecer.

E depois, deixemos que Jesus possa completar o milagre, transformando as nossas comunidades e os nossos corações em sinal vivo da sua presença, que é jubilosa e festiva porque experimentamos que Deus está connosco, porque aprendemos a hospedá-Lo no meio de nós, no nosso coração. Júbilo e festa contagiosa que nos leva a não excluir ninguém do anúncio desta Boa Nova. Tudo aquilo que é da nossa cultura originária, devemos compartilhá-lo, juntamente com a nossa tradição, com a nossa sabedoria ancestral, para que a pessoa recém-chegada encontre sabedoria. Esta é a festa. Esta é água transformada em vinho. Este é o milagre que Jesus faz.

Que Maria, sob os diferentes títulos com que é invocada nestas abençoadas terras do norte, continue a sussurrar aos ouvidos de seu Filho Jesus: «Não têm vinho»; e, em nós, continuem a fazer-se carne as suas palavras: «Fazei o que Ele vos disser».

_____________________________

[1] Paulo VI, Exort. ap. Evangelii nuntiandi, 48.
[2]
Santo Alberto Hurtado, Meditação da Semana Santa para jovens (1946).

[00060-PO.02] [Texto original: Espanhol]

Traduzione in lingua polacca

 

„Taki to początek znaków uczynił Jezus w Kanie Galilejskiej” (J 2, 11).

W ten sposób kończy się Ewangelia, którą usłyszeliśmy, i która ukazuje nam pierwsze publiczne objawienie się Jezusa: ni mniej ni więcej – podczas święta. Nie mogło być inaczej, ponieważ Ewangelia jest nieustannym zaproszeniem do radości. Od początku Anioł mówi do Maryi: „Raduj się” (Łk 1, 28). Radujcie się, powiedział pasterzom; Raduj się, powiedział do Elżbiety, starej i bezpłodnej kobiety...; Raduj się, powiedział Jezus do łotra, bo dziś będziesz ze mną w raju (por. Łk 23, 43).

Orędzie Ewangelii jest źródłem radości: „To wam powiedziałem, aby radość moja w was była i aby radość wasza była pełna” (J 15,11). Radość, która rozprzestrzenia się z pokolenia na pokolenie i której jesteśmy dziedzicami. Jesteśmy bowiem chrześcijanami.

Jak dobrze to znacie, drodzy bracia z północy Chile! Jak potraficie przeżywać wiarę i życie w atmosferze święta! Przybywam jako pielgrzym, aby świętować z wami ten piękny sposób życia wiarą. Wasze święta patronalne, wasze tańce religijne – które przeciągają się nawet na cały tydzień – wasza muzyka, wasze szaty czynią z tego obszaru sanktuarium pobożności i duchowości ludowej. Nie jest to bowiem święto, które pozostaje zamknięte we wnętrzu świątyni, ale potraficie przyoblec świętem całą wioskę. Potraficie celebrować wyśpiewując i tańcząc „ojcostwo, opatrzność, obecność stałą i dobroczynną miłość Boga. W te sposób rodzicie w wewnętrznym człowieku takie sprawności, jakie gdzie indziej rzadko w takim stopniu można spotkać: cierpliwość, świadomość niesienia krzyża w codziennym życiu, wyrzeczenie się, życzliwość dla innych, szacunek”[1]. Nabierają życia słowa proroka Izajasza: „Wtedy pustynia stanie się sadem, a sad za las uważany będzie” (32,15). Ta kraina, otoczona najsuchszą pustynią na świecie potrafi przyodziać się na święto.

W tej atmosferze święta Ewangelia przedstawia nam działanie Maryi, aby zwyciężyła radość. Zwraca uwagę na wszystko, co dzieje się wokół Niej i jako dobra matka martwi się. W ten sposób zauważa, że w święcie, we wspólnie dzielonej radości coś się dzieje: coś zaczynało „rozwadniać” święto. I gdy podchodzi do swego Syna, słyszymy tylko, jak mówi: „Nie mają już wina” (J 2, 3).

I w ten sposób Maryja idzie przez nasze wioski, drogi, place, domy, szpitale. Maryja jest Matką Bożą z Tirana; Matką Bożą Ayquina w pobliżu Calama; Matką Bożą de las Peñas w Arica, która przemierza wszystkie nasze problemy rodzinne te, które zdają się dusić nasze serca, by podejść do Jezusa i powiedzieć Mu: „Nie mają już wina”.

A potem nie pozostaje w milczeniu, podchodzi do sług weselnych i mówi im: „Zróbcie wszystko, cokolwiek wam powie” (J 2, 5). Maryja, kobieta niewielu, ale bardzo konkretnych słów, podchodzi także do każdego z nas, aby powiedzieć nam tylko: „Zróbcie wszystko, cokolwiek wam powie”. I w ten sposób otwiera się droga do pierwszego cudu Jezusa: aby jego przyjaciele poczuli, że także oni uczestniczą w cudzie. Ponieważ Chrystus „przyszedł na ten świat, nie po to, aby wypełniać swoje dzieło samotnie, cudu dokonuje wraz z nami, z nami wszystkimi, aby być głową wielkiego ciała, którego żywymi, wolnymi i aktywnymi komórkami, my jesteśmy”[2]. W ten sposób Jezus czyni cud: z nami.

Cud zaczyna się, gdy słudzy przynoszą stągwie z wodą, które były przeznaczone do oczyszczenia. Podobnie każdy z nas może rozpocząć cud, więcej, każdy z nas jest zaproszony do udziału w cudzie dla innych.

Bracia, Iquique to „kraina marzeń” (to znaczy ta nazwa w języku ajmara); to ziemia, która potrafiła ugościć ludzi różnych narodów i kultur, ludzi którzy musieli opuścić swoich bliskich i wyjechać. Droga zawsze mająca swe podstawy w nadziei na lepsze życie, ale wiemy, że stale towarzyszy mu bagaż pełen strachu i niepewności odnośnie do tego, co ma nadejść. Iquique to obszar imigrantów, który przypomina nam o wielkości mężczyzn i kobiet; całych rodzin, które w obliczu przeciwności losu nie poddają się i szukają drogi w poszukiwaniu życia. Oni – szczególnie ci, którzy muszą opuścić swoją ziemię, ponieważ nie mają minimum niezbędnego do życia – są ikonami Świętej Rodziny, która musiała przemierzyć pustynie, aby nadal żyć.

Ta kraina jest ziemią marzeń, ale sprawmy, aby nadal była krainą gościnności. Gościnności świątecznej, ponieważ dobrze wiemy, że nie ma chrześcijańskiej radości, gdy zamykają się drzwi; nie ma chrześcijańskiej radości, gdy mówimy innym, że jest ich za wiele, albo, że wśród nas nie ma dla nich miejsca (por. Łk 16, 31).

Podobnie jak Maryja w Kanie, starajmy się nauczyć być wrażliwymi na naszych placach i w naszych wioskach oraz rozpoznawać tych, którzy mają życie „rozwodnione”; którzy stracili – lub zostali okradzeni – z motywów do świętowania. I nie bójmy się podnosić głosu, by powiedzieć: „Nie mają już wina”. Wołanie ludu Bożego, wołanie ubogich, które ma formę modlitwy, poszerza serce i uczy nas wrażliwości. Zwracajmy uwagę na wszelkie sytuacje niesprawiedliwości i nowe formy wyzysku, które narażają wielu braci na utratę świątecznej radości. Bądźmy wrażliwi w obliczu niepewności pracy, która niszczy życie i rodziny. Zwracajmy uwagę na tych, którzy wyzyskują nieuregulowany status wielu imigrantów, bo nie znają języka lub nie mają uporządkowanych dokumentów. Zwracajmy uwagę na brak domu, ziemi i pracy wielu rodzin. I jak Maryja mówmy: Nie mają już wina.

Podobnie jak słudzy weselni przynośmy to, co mamy, bez względu na to, jak mało to się wydaje. Podobnie jak oni, nie bójmy się „podać rękę”, a nasza solidarność i zaangażowanie na rzecz sprawiedliwości niech będą częścią tańca i pieśni, jaką możemy dziś wznosić naszemu Panu. Skorzystajmy także, aby nauczyć się i dać się nasycić wartościami, mądrością i wiarą, jakie migranci przynoszą ze sobą. Nie zamykajmy się na te „stągwie” pełne mądrości i historii, które przynoszą ci, którzy nadal przybywają na te ziemie. Nie pozbawiajmy się całego dobra, które mają do zaoferowania.

I dalej pozwólmy, aby Jezus dopełnił cudu, przekształcając nasze wspólnoty i serca w żywy znak swojej obecności, która jest radosna i świąteczna, ponieważ doświadczyliśmy, że Bóg-jest-z- nami, ponieważ nauczyliśmy się gościć Go pośród nas, w naszym sercu. Radość to zaraźliwe święto, które prowadzi nas do tego, aby nie wykluczać nikogo z głoszenia i przekazywania tej Dobrej Nowiny. To wszystko, co jest z naszej pierwotnej kultury, musimy dzielić z naszą tradycją, z naszą mądrością przodków, aby ten kto przybywa spotkał mądrość. To jest święto weselne. To jest woda przemieniona w wino. To jest ten cud, który czyni Jezus.

Niech Maryja, która pod różnymi tytułami jest przyzywana w tej błogosławionej ziemi na północy, nadal szepcze do ucha swego Syna Jezusa: „Nie mają już wina” , a w nas niech nadal stają się ciałem Jego słowa: „Zróbcie wszystko, cokolwiek wam powie”.

_________________________

[1] PAWEŁ VI, Adhort. ap. Evangelii nuntiandi, 48.
[2]
Święty Alberto Hurtado, Meditación Semana Santa para jóvenes (1946).

[00060-PL.02] [Testo originale: Spagnolo]

Saluto del Santo Padre al termine della Celebrazione Eucaristica

Testo in lingua originale

Traduzione in lingua italiana

Traduzione in lingua francese

Traduzione in lingua inglese

Traduzione in lingua tedesca

Traduzione in lingua portoghese

Traduzione in lingua polacca

Al termine della Celebrazione Eucaristica, il Santo Padre Francesco ha rivolto ai fedeli e pellegrini presenti alcune parole di saluto.

Dopo la benedizione finale e dopo il saluto al Presidente della Repubblica, il Papa si è trasferito in auto alla “Casa de retiros” del Santuario “Nuestra Señora de Lourdes” dei Padri Oblati.

Pubblichiamo di seguito le parole di saluto del Santo Padre:

Testo in lingua originale

Al terminar esta celebración, quiero agradecer a Mons. Guillermo Vera Soto, Obispo de Iquique, las amables palabras que me ha dirigido en nombre de sus hermanos obispos y de todo el pueblo de Dios Esto tiene algo de despedida.

Agradezco, una vez más, a la señora Presidenta Michelle Bachelet su invitación a visitar el país. Doy gracias de manera especial a todos los que han hecho posible esta visita; a las autoridades civiles y, en ellos, a cada funcionario que con profesionalidad ayudaron a que todos pudiéramos disfrutar de este tiempo de encuentro.

Gracias también por el trabajo abnegado y silencioso de miles de voluntarios. Más de 20 mil. sin su empeño y colaboración hubiesen faltado las tinajas con agua para que el Señor hiciera posible el milagro del vino de la alegría. Gracias, a los que de muchas formas y maneras acompañaron este peregrinar especialmente con la oración. Sé del sacrificio que han tenido que realizar para participar en nuestras celebraciones y encuentros. Lo valoro y lo agradezco de corazón. Gracias a los miembros de la comisión organizadora. Todos han trabajado, muchas gracias.

Y ahora sigo mi peregrinación hacia Perú. Pueblo amigo y hermano de esta Patria Grande que estamos invitados a cuidar y a defender. Una Patria que encuentra su belleza en el rostro pluriforme de sus pueblos.

Queridos hermanos, en cada Eucaristía decimos: «Mira, Señor, la fe de tu Iglesia y, conforme a tu palabra, concédele la paz y la unidad». Qué más puedo desearles que terminar mi visita diciéndole al Señor: mira la fe de este pueblo, y regálales unidad y paz.

Muchas gracias y pido que no se olviden de rezar por mí. Y quiero agradecer la presencia de tantos peregrinos de los pueblos hermanos, de Bolivia, Perú, y no se pongan celosos, especialmente de los argentinos, porque Argentina es mi patria. Gracias a mis hermanos argentinos que me acompañaron en Santiago, en Temuco y acá en Iquique. Muchas gracias.

[00061-ES.02] [Texto original: Español]

Traduzione in lingua italiana

Al termine di questa celebrazione, desidero ringraziare Mons. Guillermo Vera Soto, Vescovo di Iquique, per le gentili parole che mi ha rivolto a nome dei fratelli Vescovi e di tutto il popolo di Dio. Ed ecco che ci salutiamo.

Ringrazio, ancora una volta, la Signora Presidente Michelle Bachelet per l’invito a visitare il Paese. Esprimo in modo speciale la mia gratitudine a tutti coloro che hanno reso possibile questa visita; alle autorità civili e, tra loro, ad ogni funzionario che con professionalità ha contribuito affinché tutti potessimo godere di questo tempo di incontro.

Grazie anche per il lavoro sacrificato e silenzioso di migliaia di volontari: più di 20 mila volontari!; Senza il loro impegno e la loro collaborazione sarebbero mancate le anfore d’acqua perché il Signore potesse fare il miracolo del vino della gioia. Grazie a coloro che in molti modi e forme hanno accompagnato questo pellegrinaggio specialmente con la preghiera. Conosco il sacrificio che hanno dovuto fare per partecipare alle celebrazioni e agli incontri. Lo apprezzo e ne ringrazio di cuore. Grazie ai membri della commissione organizzatrice. Tutti hanno lavorato, mille grazie!

E proseguo il mio pellegrinaggio in Perù. Popolo amico e fratello di questa Patria Grande, di cui siamo invitati ad avere cura e che dobbiamo difendere. Una Patria che trova la sua bellezza nel volto multiforme dei suoi popoli.

Cari fratelli, in ogni Eucaristia diciamo: «Guarda [Signore] la fede della tua Chiesa e donale unità e pace secondo la tua volontà». Che cosa posso augurarvi di più che terminare la mia visita dicendo al Signore: Guarda la fede di questo popolo e donagli unità e pace.

Vi ringrazio, e vi chiedo di non dimenticarvi di pregare per me. E voglio ringraziare per la presenza di tanti pellegrini dei popoli fratelli della Bolivia, del Perù e – non siate gelosi – specialmente per la presenza degli argentini, perché l’Argentina è la mia patria! Grazie ai miei fratelli argentini che mi hanno accompagnato a Santiago, a Temuco e qui a Iquique. Grazie tante!

[00061-IT.02] [Testo originale: Spagnolo]

Traduzione in lingua francese

Au terme de cette célébration, je voudrais remercier Monseigneur Guillermo Vera Soto, évêque d’Iquique, pour les aimables paroles qu’il m’a adressées au nom de ses frères évêques et de tout le peuple de Dieu. Cela ressemble à un au revoir.

Je remercie, une fois encore, Madame la Présidente Michelle Bachelet pour son invitation à visiter le pays. De manière spéciale, j’exprime ma gratitude à tous ceux qui ont rendu possible cette visite; aux Autorités civiles et, à travers elles, à tous les fonctionnaires qui, de façon professionnelle, ont aidé à ce que nous puissions tous jouir de ce temps de rencontre.

Merci également pour le travail dévoué et silencieux de milliers de volontaires. Plus de 20 000. Sans leur engagement et leur collaboration, les jarres d’eau auraient manqué pour que le Seigneur fasse le miracle du vin de la joie. Merci à ceux qui, sous de nombreuses formes et de différentes manières, ont accompagné ce pèlerinage surtout par leur prière. Je connais le sacrifice que vous avez dû faire pour participer à nos célébrations et rencontres. Je l’apprécie et je vous en remercie de tout cœur. Merci aux membres du comité d’organisation. Vous avez tous travaillé, merci beaucoup.

Je continue mon pèlerinage vers le Pérou. Peuple ami et frère de cette grande patrie dont nous sommes invités à prendre soin et à défendre. Une patrie qui trouve sa beauté dans le visage multiforme de ses peuples.

Chers frères, dans chaque Eucharistie, nous disons: «Regarde … la foi de ton Église: pour que ta volonté s’accomplisse, donne-lui toujours cette paix, et conduis-la vers l’unité parfaite». Que puis-je vous souhaiter de plus au terme de ma visite, en disant au Seigneur: regarde la foi de ce peuple, et donne-lui l’unité et la paix.

Merci beaucoup et je vous demande de ne pas oublier de prier pour moi. Et je voudrais remercier pour la présence de beaucoup de pèlerins des peuples frères de Bolivie, du Pérou et particulièrement - ne soyez pas jaloux – pour la présence des Argentins, car l’Argentine est ma patrie. Merci à mes frères argentins qui m’ont accompagné à Santiago, à Temuco et ici à Iquique. Merci beaucoup.

[00061-FR.02] [Texte original: Espagnol]

Traduzione in lingua inglese

At the conclusion of this celebration, I thank Bishop Guillermo Vera Soto of Iquique for his gracious words on behalf of his brother bishops and all God’s people. This feels like a farewell.

I renew my gratitude to President Michelle Bachelet for her invitation to visit the country. In a special way, I thank everyone who helped make this visit possible: the civil authorities and all those whose professionalism enabled us to enjoy this time of encounter.

I also thank the thousands of volunteers for their selfless and silent work. Over twenty thousand. Without their commitment and hard work the jars of water would have not been here for the Lord to perform the miracle of bringing us the wine of joy. Thanks too, to all those who in so many ways accompanied this pilgrimage, especially with their prayers. I know the sacrifices you have had to make in order to take part in our celebrations and gatherings. I appreciate this and I thank you from my heart. I also thank the members of the planning commission. All of you have worked hard, so many thanks.

I now continue my pilgrimage towards Peru, a country that is a friend and brother to this great nation of Chile, which we are called to cherish and uphold. It is a nation that finds its beauty in the many and varied faces of her people.

Dear brothers and sisters, at every Eucharist we pray: “Look, Lord, on the faith of your Church, and graciously grant her peace and unity in accordance with your will”. What more can I ask for you at the end of my visit than to say to the Lord: Look at the faith of this people and grant them unity and peace!

Thank you, and I ask you, please, to remember to pray for me. I am grateful for the presence of so many pilgrims from the brother nations, Bolivia, Peru, and please don’t be jealous, but especially Argentineans, because Argentina is my homeland. Thank you to my Argentinean brothers and sisters who have accompanied me in Santiago, Temuco and here in Iquique. Many thanks.

[00061-EN.02] [Original text: Spanish]

Traduzione in lingua tedesca

Am Ende dieser Feier möchte ich dem Bischof von Iquique Guillermo Vera Soto für die freundlichen Worte danken, die er im Namen seiner Mitbrüder im Bischofsamt und des gesamten Volkes Gottes an mich gerichtet hat. Es kommt der Abschied.

Ich danke noch einmal der Frau Präsidentin Michelle Bachelet für ihre Einladung, dieses Land zu besuchen. Mein besonderer Dank gilt allen, die diesen Besuch möglich gemacht haben: den staatlichen Behörden und damit allen Mitarbeitern, die mit Professionalität dazu beigetragen hat, dass wir alle diese Zeit der Begegnung genießen konnten.

Ebenso danke ich für die aufopferungsvolle und stille Arbeit von Tausenden von Freiwilligen, über zwanzigtausend; ohne ihren Einsatz und ihre Mitarbeit hätten die Wasserkrüge gefehlt, damit der Herr das Wunder für den Wein der Freude vollbringen könnte. Danke denjenigen, die auf vielerlei Art und Weise, vor allem mit dem Gebet, diese Pilgerreise begleitet haben. Ich weiß um das Opfer, das sie bringen mussten, um an den Feierlichkeiten und Begegnungen teilzunehmen. Ich schätze das sehr und danke dafür von Herzen. Danke den Mitgliedern des Organisationskomitees. Alle haben gearbeitet, vielen Dank!

Ich setze meine Pilgerreise nach Peru fort. Ein befreundetes Brudervolk dieses „Großen Vaterlandes“ Chile, für das wir Sorge tragen und das wir beschützen sollen. Ein Vaterland, das im vielgestaltigen Antlitz seiner Völker seine Schönheit findet.

Liebe Brüder und Schwestern, in jeder Eucharistiefeier beten wir: »Herr, schau auf den Glauben deiner Kirche und schenke ihr nach deinem Willen Einheit und Frieden.« Was kann ich euch mehr wünschen, als meinen Besuch mit einem Gebet zum Herrn zu beenden: Schau auf den Glauben dieses Volkes und schenke ihm Einheit und Frieden.

Ich danke euch und bitte euch, nicht zu vergessen, für mich zu beten.

Und ich möchte für die Anwesenheit so vieler Pilger aus den Brudervölkern, aus Bolivien, Peru danken und – keiner soll eifersüchtig werden – besonders für die Anwesenheit der Argentinier, da ja Argentinien meine Heimat ist. Ich danke meinen argentinischen Brüdern und Schwestern, die mich nach Santiago, nach Temuco und hierher nach Iquique begleitet haben. Vielen Dank.

[00061-DE.02] [Originalsprache: Spanisch]

 

Traduzione in lingua portoghese

No final desta celebração, quero agradecer a D. Guillermo Vera Soto, Bispo de Iquique, as amáveis palavras que me dirigiu em nome dos irmãos bispos e de todo o povo de Deus. E chegou a hora de nos despedirmos.

Agradeço mais uma vez à senhora Presidente Michelle Bachelet o seu convite para visitar o país. Expresso de modo especial a minha gratidão a todos aqueles que tornaram possível esta visita; às autoridades civis e, na pessoa delas, a cada funcionário que, com profissionalismo, contribuiu para que todos pudéssemos gozar deste tempo de encontro.

Obrigado também pelo trabalho sacrificado e silencioso de milhares de voluntários: mais de vinte mil voluntários! Sem o seu empenhamento e colaboração, teriam faltado as vasilhas com água para que o Senhor pudesse fazer o milagre do vinho da alegria. Obrigado a quantos, de muitas maneiras e formas, acompanharam esta peregrinação, especialmente com a oração. Sei do sacrifício que tiveram de fazer para participar nas celebrações e encontros. Aprecio-o e agradeço-o de coração. Obrigado aos membros da comissão organizadora. Todos trabalharam! Muito obrigado.

Continuo a minha peregrinação no Perú. Povo amigo e irmão desta Pátria Grande que estamos convidados a cuidar e devemos defender. Uma Pátria que encontra a sua beleza no rosto pluriforme dos seus povos.

Queridos irmãos, em cada Eucaristia, dizemos: Olhai, Senhor, para a «fé da vossa Igreja e dai-lhe a união e a paz, segundo a vossa vontade». Que mais posso desejar-vos do que terminar a minha visita dizendo ao Senhor: Olhai a fé deste povo e dai-lhe a união e a paz.

Muito obrigado! Peço que não vos esqueçais de rezar por mim.

E quero agradecer a presença de tantos peregrinos dos povos irmãos da Bolívia, do Perú e – não fiqueis com ciúmes – especialmente a presença dos argentinos, porque a Argentina é a minha pátria! Obrigado aos meus irmãos argentinos, que me acompanharam em Santiago, em Temuco e aqui em Iquique. Muito obrigado!

[00061-PO.02] [Texto original: Espanhol]

Traduzione in lingua polacca

Na zakończenie tej celebracji pragnę podziękować biskupowi Iquique Guillermo Vera Soto za uprzejme słowa, które skierował do mnie w imieniu braci biskupów i całego Ludu Bożego. A teraz pora na pożegnanie.

Jeszcze raz dziękuję pani prezydent Michelle Bachelet za zaproszenie do odwiedzenia tego kraju. Wyrażam szczególną wdzięczność wszystkim, którzy umożliwili tę wizytę; władzom cywilnym, a wśród nich wszystkim funkcjonariuszom, którzy swoim profesjonalizmem przyczynili się do tego, abyśmy wszyscy mogli się cieszyć tym czasem spotkania.

Dziękuję także za ofiarną i cichą pracę tysięcy wolontariuszy, ponad dwadzieścia tysięcy wolontariuszy! Bez ich zaangażowania i współdziałania zabrakłoby stągwi z wodą, żeby Pan mógł uczynić cud wina radości. Dziękuję tym, którzy na wiele sposobów i w wielu formach towarzyszyli tej pielgrzymce, szczególnie przez modlitwę. Znam poświęcenie, na jakie musieli się zdobyć, aby uczestniczyć w celebracjach i spotkaniach. Doceniam je i serdecznie dziękuję. Dziękuję członkom komitetu organizacyjnego. Wszyscy ciężko pracowali, wielkie dzięki!

Moja pielgrzymka zmierza teraz do Peru. Jest to lud zaprzyjaźniony i braterski tej Wielkiej Ojczyzny [Patria Grande], o którą mamy się zatroszczyć i którą musimy bronić. Ojczyzny, która znajduje piękno w wielopostaciowym obliczu jej narodów.

Drodzy bracia, w każdej Eucharystii mówimy: „Spójrz [Panie] na wiarę swojego Kościoła i zgodnie z Twoją wolą napełniaj go pokojem i doprowadź do pełnej jedności”. Czego więcej mogę wam życzyć na zakończenie mojej wizyty, jak powiedzieć Panu: Spójrz na wiarę tego ludu i obdarz go jednością i pokojem.

Dziękuję wam i proszę was, abyście nie zapominali modlić się za mnie.

I chcę podziękować za obecność tak wielu pielgrzymów z bratnich narodów Boliwii, Peru i - nie bądźcie zazdrośni - zwłaszcza za obecność Argentyńczyków, ponieważ Argentyna jest moją ojczyzną! Dzięki moim argentyńskim braciom, którzy towarzyszyli mi w Santiago, Temuco i tutaj w Iquique. Dziękuję bardzo!

[00061-PL.02] [Testo originale: Spagnolo]

[B0041-XX.02]