Sala Stampa

www.vatican.va

Sala Stampa Back Top Print Pdf
Sala Stampa


Viaggio Apostolico del Santo Padre Francesco in Cile e Perù (15 – 22 gennaio 2018) – Incontro con i Vescovi del Cile nella Sagrestia della Cattedrale di Santiago e Visita al Santuario di S. Alberto Hurtado, 16.01.2018


Incontro con i Vescovi del Cile nella Sagrestia della Cattedrale di Santiago

Visita al Santuario di S. Alberto Hurtado e Incontro privato con i Sacerdoti della Compagnia di Gesù

Incontro con i Vescovi del Cile nella Sagrestia della Cattedrale di Santiago

Discorso del Santo Padre

Traduzione in lingua italiana

Traduzione in lingua francese

Traduzione in lingua inglese

Traduzione in lingua tedesca

Traduzione in lingua portoghese

Traduzione in lingua polacca

Alle ore 18.15 locali (22.15 ora di Roma), il Santo Padre Francesco ha incontrato i Vescovi del Cile nella Sagrestia della Cattedrale di Santiago. Erano presenti all’incontro circa 50 Vescovi cileni.

Dopo il saluto del Presidente della Conferenza Episcopale del Cile, S.E. Mons. Santiago Silva Retamales, il Papa ha pronunciato un discorso.

Al termine dell’incontro, il Santo Padre era atteso da 10 Delegati di Chiese non cattoliche e religioni non cristiane. Quindi Papa Francesco si è trasferito in auto al Santuario di S. Alberto Hurtado.

Pubblichiamo di seguito il discorso che Papa Francesco ha rivolto ai Vescovi del Cile:

Discorso del Santo Padre

Queridos hermanos:

Agradezco las palabras que el Presidente de la Conferencia Episcopal me dirigió en nombre de todos ustedes.

En primer lugar, quiero saludar a Mons. Bernardino Piñera Carvallo, que este año cumplirá 60 años de obispo (es el obispo más anciano del mundo, tanto en edad como en años de episcopado), y que ha vivido cuatro sesiones del Concilio Vaticano II. Hermosa memoria viviente.

Dentro de poco se cumplirá un año de la visita ad limina, ahora me toca a mí venir a visitarlos y me alegra que este encuentro sea después de haber estado con el «mundo consagrado». Ya que una de nuestras principales tareas consiste precisamente en estar cerca de nuestros consagrados, de nuestros presbíteros. Si el pastor anda disperso, las ovejas también se dispersarán y quedarán al alcance de cualquier lobo. Hermanos, ¡la paternidad del obispo con sus sacerdotes, con su presbiterio! Una paternidad que no es ni paternalismo ni abuso de autoridad. Es un don a pedir. Estén cerca de sus curas al estilo de san José. Una paternidad que ayuda a crecer y a desarrollar los carismas que el Espíritu ha querido derramar en sus respectivos presbiterios.

Sé que habíamos quedado en que iba a ser poco tiempo porque ya con lo que hablamos en las dos sesiones largas de la visita ad limina habíamos tocado muchos temas. Por eso en este «saludo», me gustaría retomar algún punto del encuentro que tuvimos en Roma y lo podría resumir en la siguiente frase: la conciencia de ser pueblo, ser Pueblo de Dios.

Uno de los problemas que enfrentan nuestras sociedades hoy en día es el sentimiento de orfandad, es decir, que no pertenecen a nadie. Este sentir «postmoderno» se puede colar en nosotros y en nuestro clero; entonces empezamos a creer que no pertenecemos a nadie, nos olvidamos de que somos parte del santo Pueblo fiel de Dios y que la Iglesia no es ni será nunca de una élite de consagrados, sacerdotes u obispos. No podemos sostener nuestra vida, nuestra vocación o ministerio sin esta conciencia de ser Pueblo. Olvidarnos de esto —como expresé a la Comisión para América Latina— «acarrea varios riesgos y/o deformaciones en nuestra propia vivencia personal y comunitaria del ministerio que la Iglesia nos ha confiado».[1] La falta de conciencia de pertenecer al Pueblo fiel de Dios como servidores, y no como dueños, nos puede llevar a una de las tentaciones que más daño le hacen al dinamismo misionero que estamos llamados a impulsar: el clericalismo, que resulta una caricatura de la vocación recibida.

La falta de conciencia de que la misión es de toda la Iglesia y no del cura o del obispo limita el horizonte, y lo que es peor, coarta todas las iniciativas que el Espíritu puede estar impulsando en medio nuestro. Digámoslo claro, los laicos no son nuestros peones, ni nuestros empleados. No tienen que repetir como «loros» lo que le decimos. «El clericalismo, lejos de impulsar los distintos aportes y propuestas, poco a poco va apagando el fuego profético que la Iglesia toda está llamada a testimoniar en el corazón de sus pueblos. El clericalismo se olvida de que la visibilidad y la sacramentalidad de la Iglesia pertenece a todo el Pueblo fiel de Dios (cf. Lumen gentium, 9-14) y no sólo a unos pocos elegidos e iluminados».[2]

Velemos, por favor, contra esta tentación, especialmente en los seminarios y en todo el proceso formativo. Yo les confieso, a mí me preocupa la formación de los seminaristas, sean Pastores, servicio del Pueblo de Dios, como tiene que ser un Pastor, con la doctrina, con la disciplina, con los sacramentos, con la cercanía, con las obras de caridad, pero que tengan esa conciencia de Pueblo. Los seminarios deben poner el énfasis en que los futuros sacerdotes sean capaces de servir al santo Pueblo fiel de Dios, reconociendo la diversidad de culturas y renunciando a la tentación de cualquier forma de clericalismo. El sacerdote es ministro de Jesucristo: protagonista que se hace presente en todo el Pueblo de Dios. Los sacerdotes del mañana deben formarse mirando al mañana: su ministerio se desarrollará en un mundo secularizado y, por lo tanto, nos exige a nosotros pastores discernir cómo prepararlos para desarrollar su misión en este escenario concreto y no en nuestros «mundos o estados ideales». Una misión que se da en unidad fraternal con todo el Pueblo de Dios. Codo a codo, impulsando y estimulando al laicado en un clima de discernimiento y sinodalidad, dos características esenciales en el sacerdote del mañana. No al clericalismo y a mundos ideales que sólo entran en nuestros esquemas pero que no tocan la vida de nadie.

Y aquí, pedir al Espíritu Santo el don de soñar, por favor no dejen de soñar, soñar y trabajar por una opción misionera y profética que sea capaz de transformarlo todo, para que las costumbres, los estilos, los horarios, el lenguaje y toda la estructura eclesial se conviertan en un cauce adecuado para la evangelización de Chile más que para una autopreservación eclesiástica. No le tengamos miedo a despojarnos de lo que nos aparte del mandato misionero.[3]

Hermanos, era esto lo que les quería decir como resumen un poco de lo principal que hablamos en las dos visitas ad limina encomendémonos a la protección de María, Madre de Chile. Recemos juntos por nuestros presbiterios, por nuestros consagrados; recemos por el santo Pueblo fiel de Dios del cual somos parte. Muchas gracias.

___________________________

[1] Carta al Cardenal Marc Ouellet, Presidente de la Pontificia Comisión para América Latina (21 marzo 2016).
[2]
Ibíd.
[3]
Cf. Exhort. ap. Evangelii gaudium, 27.

[00056-ES.02] [Texto original: Español]

Traduzione in lingua italiana

Cari fratelli,

ringrazio per le parole che il Presidente della Conferenza Episcopale mi ha rivolto a nome di tutti voi.

Prima di tutto desidero salutare Mons. Bernardino Piñera Carvallo, che quest’anno compirà 60 anni di episcopato (è il Vescovo più anziano del mondo, tanto in età come in anni di episcopato) e che ha vissuto quattro sessioni del Concilio Vaticano II. Bella memoria vivente!

Tra poco si compirà un anno dalla vostra visita ad limina; adesso tocca a me venirvi a visitare e sono contento che questo incontro avvenga dopo quello che ho avuto con il “mondo consacrato”. Poiché uno dei nostri compiti principali consiste proprio nello stare vicini ai nostri consacrati, ai nostri presbiteri. Se il pastore si disperde, anche le pecore si disperderanno e saranno alla portata di qualsiasi lupo. Fratelli, la paternità del vescovo con i suoi sacerdoti, col suo presbiterio! Una paternità che non è né paternalismo né abuso di autorità. E’ un dono da chiedere. State vicini ai vostri sacerdoti nello stile di San Giuseppe. Una paternità che aiuta a crescere e a sviluppare i carismi che lo Spirito ha voluto effondere sui vostri rispettivi presbitèri.

So che eravamo rimasti d’accordo per usare poco tempo perché già nei colloqui delle due lunghe sessioni della visita ad limina abbiamo toccato molti temi. Perciò in questo “saluto” mi piacerebbe riprendere qualche punto dell’incontro che abbiamo avuto a Roma, e lo potrei riassumere nella seguente frase: la coscienza di essere popolo, di essere Popolo di Dio.

Uno dei problemi che affrontano oggigiorno le nostre società è il sentimento di essere orfani, cioè di non appartenere a nessuno. Questo sentire “postmoderno” può penetrare in noi e nel nostro clero; allora incominciamo a pensare che non apparteniamo a nessuno, dimentichiamo che siamo parte del santo Popolo fedele di Dio e che la Chiesa non è e non sarà mai un’élite di consacrati, sacerdoti o vescovi. Non possiamo sostenere la nostra vita, la nostra vocazione o ministero senza questa coscienza di essere Popolo. Dimenticarci di questo – come mi esprimevo rivolgendomi alla Commissione per l’America Latina – «comporta vari rischi e deformazioni nella nostra stessa esperienza, sia personale sia comunitaria, del ministero che la Chiesa ci ha affidato».[1] La mancanza di consapevolezza di appartenere al Popolo fedele di Dio come servitori, e non come padroni, ci può portare a una delle tentazioni che arrecano maggior danno al dinamismo missionario che siamo chiamati a promuovere: il clericalismo, che risulta una caricatura della vocazione ricevuta.

La mancanza di consapevolezza del fatto che la missione è di tutta la Chiesa e non del prete o del vescovo limita l’orizzonte e, quello che è peggio, limita tutte le iniziative che lo Spirito può suscitare in mezzo a noi. Diciamolo chiaramente, i laici non sono i nostri servi, né i nostri impiegati. Non devono ripetere come “pappagalli” quello che diciamo. «Il clericalismo lungi dal dare impulso ai diversi contributi e proposte, va spegnendo a poco a poco il fuoco profetico di cui l’intera Chiesa è chiamata a rendere testimonianza nel cuore dei suoi popoli. Il clericalismo dimentica che la visibilità e la sacramentalità della Chiesa appartengono a tutto il Popolo fedele di Dio (cfr Lumen gentium, 9-14) e non solo a pochi eletti e illuminati».[2]

Vigiliamo, per favore, contro questa tentazione, specialmente nei seminari e in tutto il processo formativo. Vi confesso, mi preoccupa la formazione dei seminaristi: che siano pastori al servizio del Popolo di Dio; come dev’essere un pastore, con la dottrina, con la disciplina, con i Sacramenti, con la vicinanza, con le opere di carità, ma che abbiano questa coscienza di Popolo. I seminari devono porre l’accento sul fatto che i futuri sacerdoti siano capaci di servire il santo Popolo fedele di Dio, riconoscendo la diversità di culture e rinunciando alla tentazione di qualsiasi forma di clericalismo. Il sacerdote è ministro di Cristo, il quale è il protagonista che si rende presente in tutto il Popolo di Dio. I sacerdoti di domani devono formarsi guardando al domani: il loro ministero si svilupperà in un mondo secolarizzato e, pertanto, chiede a noi pastori di discernere come prepararli a svolgere la loro missione in questo scenario concreto e non nei nostri “mondi o stati ideali”. Una missione che avviene in unione fraterna con tutto il Popolo di Dio. Gomito a gomito, dando impulso e stimolando il laicato in un clima di discernimento e sinodalità, due caratteristiche essenziali del sacerdote di domani. No al clericalismo e a mondi ideali che entrano solo nei nostri schemi ma che non toccano la vita di nessuno.

E qui chiedere allo Spirito Santo il dono di sognare; per favore, non smettete di sognare, sognare e lavorare per una opzione missionaria e profetica che sia capace di trasformare tutto, affinché le abitudini, gli stili, gli orari, il linguaggio ed ogni struttura ecclesiale diventino strumenti adatti per l’evangelizzazione del Cile più che per un’autoconservazione ecclesiastica. Non abbiamo paura di spogliarci di ciò che ci allontana dal mandato missionario.[3]

Fratelli, era questo che volevo dirvi come riassunto delle cose principali di cui abbiamo parlato nel corso delle visite ad limina. Affidiamoci alla protezione di Maria, Madre del Cile. Preghiamo insieme per i nostri presbitèri, per i nostri consacrati; preghiamo per il santo Popolo fedele di Dio, del quale facciamo parte. Grazie!

________________________

[1] Lettera al Cardinal Marc Ouellet, Presidente della Pontificia Commissione per l’America Latina (19 marzo 2016).
[2]
Ibid.
[3]
Cfr Esort. ap. Evangelii gaudium, 27.

[00056-IT.02] [Testo originale: Spagnolo]

Traduzione in lingua francese

Chers frères,

Je remercie le Président de la Conférence épiscopale pour les paroles qu’il m’a adressées en votre nom à tous.

En premier lieu je voudrais saluer Mgr Bernardino Piñera Carvallo, qui fêtera cette année 60 ans d’épiscopat (il est l’évêque le plus ancien du monde, tant en âge qu’en années d’épiscopat), et qui a vécu les quatre sessions du Concile Vatican II. Une mémoire vivante précieuse.

Il y aura bientôt un an que vous avez fait la visite ad limina ; maintenant, c’est mon tour de venir vous rendre visite et je me réjouis que cette rencontre ait lieu après celle avec le “monde consacré”. Puisque l’une de nos tâches principales consiste précisément à être proche de nos consacrés, de nos prêtres. Si le pasteur est porté disparu, les brebis aussi se disperseront et seront à la merci de n’importe quel loup. Frères, la paternité de l’évêque envers ses prêtres, envers son clergé ! Une paternité qui n’est pas un paternalisme ni un abus d’autorité. C’est un don à demander. Soyez proches de vos prêtres à la manière de Saint Joseph. Une paternité qui aide à grandir et à développer les charismes que l’Esprit a voulu répandre en chacun de vos prêtres.

Je sais que nous avions convenu que nous prendrions peu de temps, parce qu’avec ce dont nous avions déjà parlé dans les deux longues séances de la visite ad limina, nous avions abordé beaucoup de sujets. C’est pourquoi dans cette “salutation”, j’aimerais reprendre un point de la rencontre que nous avons eue à Rome, et je pourrais le résumer par la phrase suivante : la conscience d’être un peuple, d’être peuple de Dieu.

L’un des problèmes que nos sociétés affrontent aujourd’hui, c’est le sentiment d’être orphelin, c’est-à-dire qu’elles n’appartiennent à personne. Ce sentiment “postmoderne” peut nous gagner et gagner nos prêtres. Alors, nous commençons par croire que nous n’appartenons à personne, nous oublions que nous faisons partie du saint peuple fidèle de Dieu et que l’Eglise n’est pas et ne sera jamais une élite de personnes consacrées, prêtres ou évêques. Nous ne pouvons vivre notre vie, notre vocation ou notre ministère sans cette conscience d’être un peuple. Oublier cela – comme je l’ai exprimé lors d’une réunion de la Commission pour l’Amérique Latine – « comporte plusieurs risques et/ou déformations dans notre expérience, à la fois personnelle et communautaire, du ministère que l’Eglise nous a confié » (Lettre au Cardinal Marc Ouellet, Président de la Commission Pontificale pour l’Amérique Latine (21 mars 2016). Le manque de conscience d’appartenir au peuple fidèle de Dieu comme serviteurs, et non pas comme maîtres, peut nous conduire à l’une des tentations qui porte le plus de préjudice au dynamisme missionnaire que nous sommes appelés à impulser : le cléricalisme qui est une caricature de la vocation reçue.

Le manque de conscience quant au fait que la mission revient à toute l’Eglise et non [uniquement] au prêtre ou à l’évêque, restreint l’horizon et, ce qui est pire, entrave toutes les initiatives que l’Esprit peut insuffler parmi nous. Disons-le clairement, les laïcs ne sont pas nos ouvriers, ni nos employés. Ils ne doivent pas répéter comme des ‘‘perroquets’’ ce que nous leur disons. « Le cléricalisme, loin de donner une impulsion aux différentes contributions et propositions, éteint peu à peu, dans le cœur de vos peuples, le feu prophétique dont l’Eglise tout entière est appelée à témoigner. Le cléricalisme oublie que la visibilité et la sacramentalité de l’Eglise appartiennent à tout le peuple fidèle de Dieu (cf. Lumen gentium, n. 9-14), et pas seulement à quelques personnes élues et éclairées » (Ibid.).

Soyons vigilants, s’il vous plaît, contre cette tentation, surtout dans les séminaires et dans tout le processus de formation. Je vous l’avoue, je suis préoccupé par la formation des séminaristes ; qu’ils soient des Pasteurs, au service du Peuple de Dieu, comme doit l’être un Pasteur, par la doctrine, la discipline, les sacrements, la proximité, par les œuvres de charité, mais en ayant cette conscience du peuple. Les séminaires doivent tout mettre en œuvre pour que les futurs prêtres soient capables de servir le saint peuple fidèle de Dieu, en reconnaissant la diversité des cultures et en renonçant à la tentation de toute forme de cléricalisme. Le Prêtre est ministre de Jésus-Christ : le protagoniste qui se rend présent dans tout le peuple de Dieu. Les prêtres de demain doivent se former en regardant demain : leur ministère se déroulera dans un monde sécularisé et donc, exige de nous, pasteurs, de discerner comment les préparer à exercer leur mission dans cet environnement concret et non dans nos “mondes ou situations idéalisés”. Une mission qui s’accomplit en union fraternelle avec tout le peuple de Dieu. Main dans la main, en impulsant et en stimulant le laïcat dans un climat de discernement et de synodalité, deux caractéristiques essentielles du prêtre de demain. Non au cléricalisme et aux mondes idéalisés qui ne rentrent que dans nos schémas mais qui ne touchent la vie de personne.

Et ici, demander à l’Esprit Saint le don de rêver, s’il vous plaît ne vous lassez pas de rêver, de rêver et de travailler pour une option missionnaire et prophétique qui soit capable de tout transformer, afin que les habitudes, les styles, les horaires, le langage et toute l’organisation ecclésiale deviennent un canal adéquat pour l’évangélisation du Chili plus que pour une auto préservation ecclésiastique. N’ayons pas peur de nous défaire de ce qui nous éloigne du mandat missionnaire (cf. Exhort. ap. Evangelii gaudium, n. 27).

Frères, c’était ce que je voulais vous dire pour résumer un peu l’essentiel de nos échanges lors des deux visites ad limina. Confions-nous à la protection de Marie, Mère du Chili. Prions ensemble pour nos prêtres, pour nos consacrés ; prions pour le saint peuple fidèle de Dieu, dont nous faisons partie. Merci beaucoup.

[00056-FR.02] [Texte original: Espagnol]

Traduzione in lingua inglese

Dear Brothers:

I thank you for the greeting that the President of the Conference has offered to me in the name of all present.

Before all else, I would like to greet Bishop Bernardino Piñero Carvallo, who this year celebrates his sixtieth anniversary of episcopal ordination – he is the oldest bishop in the world, not only in age but also in years of episcopate – who was present for four sessions of the Second Vatican Council. A marvellous living memory.

Soon a year will have passed since your ad limina visit. Now it is my turn to come and visit you. I am pleased that our meeting follows that with our consecrated men and women, for one of our principal tasks is precisely to be close to consecrated life and to our priests. If the shepherd wanders off, the sheep too will stray and fall prey to any wolf that comes along. The fatherhood of the bishop with his priests, with his presbyterate! A fatherhood that neither paternalism nor authoritarianism, but a gift to be sought. Stay close to your priests, like Saint Joseph, with a fatherhood that helps them to grow and to develop the charisms that the Holy Spirit has wished to pour out upon your respective presbyterates.

I know that ours was meant to be a brief meeting, since we already discussed a great deal in the two extensive sessions we had during the ad limina visit. But I would like to reiterate some of the points I made during our meeting in Rome. I can sum them up in the following phrase: the consciousness of being a people, of being the People of God.

One of the problems facing our societies today is the sense of being orphaned, of not belonging to anyone. This “postmodern” feeling can seep into us and into our clergy. We begin to think that we belong to no one; we forget that we are part of God’s holy and faithful people and that the Church is not, nor will it ever be, an élite of consecrated men and women, priests and bishops. Without this consciousness of being a people, we are not able to sustain our life, our vocation and our ministry. To forget this – as I said to the Commission for Latin America – “carries many risks and distortions in our own experience, as individuals and in community, of the ministry that the Church has entrusted to us”.[1] The lack of consciousness of belonging to God’s faithful people as servants, and not masters, can lead us to one of the temptations that is most damaging to the missionary outreach that we are called to promote: clericalism, which ends up as a caricature of the vocation we have received.

A failure to realize that the mission belongs to the entire Church, and not to the individual priest or bishop, limits the horizon, and even worse, stifles all the initiatives that the Spirit may be awakening in our midst. Let us be clear about this. The laypersons are not our peons, or our employees. They don’t have to parrot back whatever we say. “Clericalism, far from giving impetus to various contributions and proposals, gradually extinguishes the prophetic flame to which the entire Church is called to bear witness. Clericalism forgets that the visibility and the sacramentality of the Church belong to all the faithful people of God (cf. Lumen Gentium, 9-14), not only to the few chosen and enlightened”.[2]

Let us be on guard, please, against this temptation, especially in seminaries and throughout the process of formation. I must confess, I am concerned about the formation of seminarians, that they be pastors at the service of the People of God; as a pastor should be, through the means of doctrine, discipline, the sacraments, by being close to the people, through works of charity, but also with the awareness that they are the People of God. Seminaries must stress that future priests be capable of serving God’s holy and faithful people, acknowledging the diversity of cultures and renouncing the temptation to any form of clericalism. The priest is a minister of Jesus Christ: Jesus is the protagonist who makes himself present in the entire people of God. Tomorrow’s priests must be trained with a view to the future, since their ministry will be carried out in a secularized world. This in turn demands that we pastors discern how best to prepare them for carrying out their mission in these concrete circumstances and not in our “ideal worlds or situations”. Their mission is carried out in fraternal unity with the whole People of God. Side by side, supporting and encouraging the laity in a climate of discernment and synodality, two of the essential features of the priest of tomorrow. Let us say no to clericalism and to ideal worlds that are only part of our thinking, but touch the life of no one.

And in this regard, to implore from the Holy Spirit the gift of dreaming. Please do not stop dreaming, dreaming and working for a missionary and prophetic option capable of transforming everything, so that our customs, ways of doing things, times and schedules, language and ecclesial structures can be suitably channelled for the evangelization of Chile rather than for ecclesiastical self-preservation. Let us not be afraid to strip ourselves of everything that separates us from the missionary mandate.[3]

Dear brothers, this is the summary I wanted to offer you from our discussions during the ad limina visit. Let us commend ourselves to the protection of Mary, Mother of Chile. Let us pray together for our presbyterates and for our consecrated men and women. Let us pray for God’s holy and faithful people, of which we are a part. Thank you!

_________________________________

[1] Letter to Cardinal Marc Ouellet, President of the Pontifical Commission for Latin America (21 March 2016).
[2]
Ibid.
[3]
Cf. Apostolic Exhortation Evangelii Gaudium, 27.

[00056-EN.02] [Original text: Spanish]

Traduzione in lingua tedesca

Liebe Brüder,

ich danke für die Grußworte, die der Vorsitzende der Bischofskonferenz in euer aller Namen an mich gerichtet hat.

An erster Stelle möchte ich Bischof Bernardino Piñera Carvallo grüßen, der dieses Jahr seinen sechzigsten Bischofsweihetag begeht. (Er ist der älteste Bischof der Welt, nicht nur dem Lebensalter, sondern auch dem Weihealter nach.) Er hat an vier Sitzungen des Zweiten Vatikanischen Konzils teilgenommen. Eine wunderbare lebende Erinnerung!

Bald wird es ein Jahr seit eurem Ad-limina-Besuch sein. Nun bin ich an der Reihe, euch besuchen zu kommen. Ich freue mich, dass unser Treffen auf die Begegnung mit der „Welt des geweihten Lebens“ folgt, denn eine unserer Hauptaufgaben besteht genau darin, unseren Gottgeweihten und unseren Priestern nahe zu sein. Wenn sich der Hirte verirrt, werden sich auch die Schafe zerstreuen und jedem beliebigen Wolf zur Beute fallen. Brüder, wie wichtig ist die Vaterschaft des Bischofs für seine Priester, für sein Presbyterium! Eine Vaterschaft, die weder Bevormundung noch Missbrauch der Autorität bedeutet. Sie ist ein Geschenk, um das man bitten muss. Seid euren Priestern nahe wie der heilige Josef. Eine Vaterschaft, die hilft, die Charismen, die der Heilige Geist über eure jeweiligen Presbyterien ausgegossen hat, zum Wachsen und zur Entfaltung zu bringen.

Ich weiß, dass wir nur wenig Zeit für dieses Treffen eingeplant haben, weil wir schon bei den Gesprächen in den beiden langen Zusammenkünften des Ad-limina-Besuchs viele Themen behandelt haben. Deswegen möchte ich hier einen Punkt unserer Begegnung in Rom wiederaufgreifen, den ich mit dem folgenden Satz zusammenfassen könnte: das Bewusstsein, Volk zu sein, Volk Gottes zu sein.

Eines unserer Probleme, vor denen unsere Gesellschaften heute stehen, besteht darin, dass man sich als Waise fühlt, d.h. man hat das Gefühl, zu niemandem zu gehören. Dieses „postmoderne“ Gefühl kann in uns und in unseren Klerus eindringen. So meinen wir allmählich, wir würden zu niemandem gehören; dann vergessen wir, dass wir Teil des heiligen gläubigen Gottesvolks sind und dass die Kirche keine Elite von Gottgeweihten, Priestern und Bischöfen ist und nie sein wird. Wenn wir uns nicht bewusst sind, Volk Gottes zu sein, können wir unser Leben, unsere Berufung und unser Amt nicht tragen. Dies zu vergessen, »bringt« – wie ich es der Kommission für Lateinamerika gesagt habe –»viele Gefahren und Verzerrungen mit sich, wie wir – persönlich als auch gemeinschaftlich – unseren Dienst erleben, den uns die Kirche anvertraut hat«[1]. Das fehlende Bewusstsein, als Diener und nicht als Herren zum gläubigen Volk Gottes zu gehören, fügt der missionarischen Dynamik, die wir eigentlich fördern sollen, größeren Schaden zu: Dies äußert sich als Klerikalismus, der sich als eine Karikatur der Berufung, die wir erhalten haben, herausstellt.

Das fehlende Bewusstsein hinsichtlich der Tatsache, dass es die Sendung der ganzen Kirche ist und nicht bloß des Priesters oder Bischofs, schränkt den Horizont ein. Was noch schlimmer ist, es schränkt alle Initiativen ein, die der Heilige Geist in unserer Mitte hervorrufen könnte. Sagen wir es klar und deutlich, die Laien sind weder unsere Hilfsarbeiter noch unsere Angestellten. Sie dürfen nicht bloß als „Papageien“ wiederholen, was wir sagen. »Weit davon entfernt, den verschiedenen Beiträgen und Vorschlägen Impulse zu verleihen, löscht der Klerikalismus allmählich das prophetische Feuer aus, von dem die ganze Kirche in den Herzen ihrer Völker Zeugnis ablegen soll. Der Klerikalismus vergisst, dass die Sichtbarkeit und die Sakramentalität der Kirche zum ganzen gläubigen Gottesvolk gehören (vgl. Lumen gentium, 9-14) und nicht zu einigen wenigen Auserwählten und Erleuchteten.«[2]

Lasst uns bitte über diese Versuchung wachen, besonders in den Seminaren und während des ganzen Ausbildungsweges. Ich gestehe, dass ich mich um die Ausbildung der Seminaristen sorge. Sie sollen Hirten werden, die dem Volk Gottes einem Hirten entsprechend dienen, mit der Lehre, mit der Disziplin, mit den Sakramenten, mit ihrer Nähe, mit Werken der Nächstenliebe – aber immer in dem Bewusstsein, Teil des Volkes zu sein. Die Seminare müssen den Schwerpunkt darauf legen, dass die zukünftigen Priester fähig sind, dem heiligen gläubigen Gottesvolk zu dienen, und zwar dadurch, dass sie die Verschiedenheit der Kulturen anerkennen und die Versuchung zu jeglicher Form des Klerikalismus zurückweisen. Der Priester ist Diener Christi; Christus ist die Hauptfigur, die im ganzen Volk Gottes gegenwärtig wird. Die Priester von morgen müssen ihre Ausbildung mit Blick auf morgen machen, denn ihr Amt wird sich in einer säkularisierten Welt entfalten. Dies verlangt daher von uns Hirten zu entscheiden, wie wir sie vorbereiten, damit sie ihre Sendung in dieser konkreten Lage ausüben und nicht in unseren „idealen Welten oder Situationen“. Und diese Sendung erfolgt in geschwisterlicher Einheit mit dem ganzen Gottesvolk; Seite an Seite bietet sie den Laien in einem Klima der Unterscheidung und Synodalität – zwei wesentliche Eigenschaften für den Priester von morgen – Anregung und Antrieb. Also nein zum Klerikalismus und nein zu Idealwelten, die nur in unserem Denken vorkommen, aber mit niemands Welt zu tun haben.

Hier müssen wir den Heiligen Geist um die Gabe bitten, zu träumen. Bitte hört nicht auf, von einer missionarischen und prophetischen Entscheidung zu träumen und für sie arbeiten, die fähig ist, alles zu verwandeln, damit die Gewohnheiten, die Stile, die Zeitpläne, der Sprachgebrauch und jede kirchliche Struktur ein Kanal werden, der mehr der Evangelisierung Chiles als einer kirchlichen Selbstbewahrung dient. Lasst uns keine Angst haben, auf das zu verzichten, was uns vom missionarischen Auftrag abhält.[3]

Brüder, das war es, was ich euch als Zusammenfassung der wesentlichen Gesprächsinhalte des Ad-limina-Besuch sagen wollte. Vertrauen wir uns dem Schutz Marias an, der Mutter Chiles. Beten wir gemeinsam für unsere Priester und für unsere Gottgeweihten; beten wir für das heilige gläubige Gottesvolk, dem wir angehören. Vielen Dank!

___________________________

[1] Schreiben an den Präsidenten der Päpstlichen Kommission für Lateinamerika Kardinal Marc Ouellet (21. März 2016).
[2]
Ebd.
[3]
Vgl. Apostolisches Schreiben Evangelii gaudium, 27.

[00056-DE.02] [Originalsprache: Spanisch]

Traduzione in lingua portoghese

Queridos irmãos!

Agradeço as palavras que o presidente da Conferência Episcopal me dirigiu em nome de todos vós.

Em primeiro lugar, quero saudar D. Benardino Piñera Carvallo, que celebra, este ano, o seu sexagésimo aniversário de episcopado (é o bispo mais idoso do mundo, tanto na idade como nos anos de episcopado) e viveu quatro sessões do Concílio Vaticano II. Maravilhosa memória vivente!

Em breve, completar-se-á um ano da vossa visita ad limina; agora tocou a mim vir visitar-vos e fico feliz por este encontro acontecer depois de ter estado com o «mundo consagrado»; pois uma de nossas tarefas principais consiste precisamente em estar perto das nossas pessoas consagradas, dos nossos sacerdotes. Se o pastor se dispersa, também as ovelhas se dispersarão e ficarão à mercê de qualquer lobo. Irmãos, a paternidade do bispo com os seus sacerdotes, com o seu presbitério! Uma paternidade que não é paternalismo nem abuso de autoridade. Eis um dom que deveis pedir: estar perto dos vossos padres, com o estilo de São José. Uma paternidade que ajuda a crescer e a desenvolver os carismas que o Espírito quis derramar nos vossos respetivos presbitérios.

Sei que concordamos em demorar pouco tempo, porque, nos nossos colóquios das duas longas sessões da visita ad limina, já tocamos muitos temas. Por isso, nesta «saudação», gostaria de retomar qualquer ponto do encontro que tivemos em Roma e poder-se-ia resumir na frase seguinte: a consciência de ser povo, de ser povo de Deus.

Um dos problemas, que enfrentam atualmente as nossas sociedades, é o sentimento de orfandade, ou seja, sentir que não pertencem a ninguém. Este sentir «pós-moderno» pode penetrar em nós e no nosso clero; então começamos a pensar que não pertencemos a ninguém, esquecemo-nos que somos parte do santo povo fiel de Deus e que a Igreja não é, e nunca será, uma elite de pessoas consagradas, sacerdotes ou bispos. Não podemos sustentar a nossa vida, a nossa vocação ou ministério, sem esta consciência de ser povo. Esquecermo-nos disto – como afirmei à Comissão para a América Latina – «comporta vários riscos e deformações na nossa experiência, quer pessoal quer comunitária, do ministério que a Igreja nos confiou».[1] A falta de consciência de pertencer ao povo fiel de Deus como servidores, e não como patrões, pode-nos levar a uma das tentações que mais dano causa ao dinamismo missionário, que somos chamados a promover: o clericalismo, que é uma caricatura da vocação recebida.

A falta de consciência do facto que a missão é de toda a Igreja, e não do padre ou do bispo, limita o horizonte e – o que é pior – coarta todas as iniciativas que o Espírito pode suscitar no meio de nós. Digamo-lo claramente: os leigos não são os nossos servos, nem os nossos empregados. Não precisam de repetir, como «papagaios», o que dizemos. «O clericalismo longe de dar impulso às diferentes contribuições e propostas, apaga pouco a pouco o fogo profético do qual a Igreja inteira está chamada a dar testemunho no coração dos seus povos. O clericalismo esquece que a visibilidade e a sacramentalidade da Igreja pertencem a todo o povo fiel de Deus (cf. Lumen gentium, 9-14) e não só a poucos eleitos e iluminados».[2]

Por favor, vigiemos contra esta tentação, especialmente nos Seminários e em todo o processo formativo. Confesso-vos que me preocupa a formação dos seminaristas: que sejam pastores ao serviço do povo de Deus; como deve ser um pastor, com a doutrina, com a disciplina, com os Sacramentos, com a proximidade, com as obras de caridade, mas que tenham esta consciência de povo. Os Seminários devem pôr o acento no facto que os futuros sacerdotes sejam capazes de servir o santo povo fiel de Deus, reconhecendo a diversidade de culturas e renunciando à tentação de qualquer forma de clericalismo. O sacerdote é ministro de Jesus Cristo, o protagonista que Se torna presente em todo o povo de Deus. Os sacerdotes de amanhã devem formar-se olhando para o amanhã: o seu ministério desenrolar-se-á num mundo secularizado, pelo que se nos exige, a nós pastores, discernir como prepará-los para realizar a sua missão nesse cenário concreto e não nos nossos «mundos ou situações ideais». Uma missão que se realiza em união fraterna com todo o povo de Deus. Lado a lado, impelindo e incentivando o laicado num clima de discernimento e sinodalidade, duas caraterísticas essenciais do sacerdote de amanhã. Não ao clericalismo e a mundos ideais, que só entram nos nossos esquemas, mas que não tocam a vida de ninguém.

Para isso, pedir ao Espírito Santo o dom de sonhar; por favor, nunca deixeis de sonhar, sonhar e trabalhar por uma opção missionária e profética que seja capaz de transformar tudo, para que os costumes, os estilos, os horários, a linguagem e toda a estrutura eclesial se tornem um instrumento mais adequado para a evangelização do Chile do que para uma auto-preservação eclesiástica. Não tenhamos medo de nos despojar daquilo que nos afasta do mandato missionário.[3]

Irmãos, era isto que vos queria dizer resumindo as coisas principais que abordamos no decurso das visitas ad limina. Encomendemo-nos à proteção de Maria, Mãe do Chile. Rezemos juntos pelos nossos presbitérios, pelas nossas pessoas consagradas; rezemos pelo santo povo fiel de Deus, de que fazemos parte. Obrigado!

__________________________________

[1] Carta ao Cardeal Marc Ouellet, Presidente da Pontifícia Comissão para a América Latina (19/III/2016).
[2]
Ibidem.
[3]
Cf. Francisco, Exort. ap. Evangelii gaudium, 27.

[00056-PO.02] [Texto original: Espanhol]

Traduzione in lingua polacca

Drodzy Bracia,

Dziękuję za słowa przewodniczącego Konferencji Episkopatu, skierowane do mnie w imieniu was wszystkich.

W pierwszej kolejności chcę pozdrowić Jego Ekscelencję Bernardino Piñerę Carvallo, który w tym roku będzie obchodził 60-lecie biskupstwa jako najstarszy biskup na świecie zarówno pod względem wieku, jak i ze względu na staż biskupi. Uczestniczył on w czterech sesjach Soboru Watykańskiego II – piękna żywa pamięć!

Wkrótce minie rok od waszej wizyty ad limina, a teraz przyszła kolej na moje odwiedziny i cieszy mnie, że spotkanie to odbywa się po tym, które miałem ze „światem konsekrowanym”. Jedno bowiem z głównych naszych zadań to właśnie być blisko naszych osób konsekrowanych i naszych prezbiterów. Jeśli pasterz się gubi, owce także się rozproszą i padną łupem jakiegoś wilka. Bracia, utrzymujcie ojcowską więź ze swymi kapłanami! Więź, która nie jest ani paternalizmem ani nadużywaniem swej władzy. Jest to dar, o który trzeba prosić. Bądźcie blisko swych księży na wzór św. Józefa. Jest to ojcostwo, które pomaga wzrastać i rozwijać charyzmaty, jakie Duch zechciał rozlać na poszczególnych waszych kapłanów.

Wiem, że byliśmy zgodni, aby wykorzystać niewiele czasu, bo już podczas rozmów dwóch długich sesji wizyty ad limina poruszyliśmy wiele tematów. Dlatego w tym „pozdrowieniu”, ale chciałbym podjąć kilka punktów spotkania, które odbyliśmy w Rzymie i które mógłbym streścić w następującym wyrażeniu: świadomość bycia ludem, bycia Ludem Bożym.

Jednym z problemów, przed którym stoją nasze dzisiejsze społeczeństwa, jest poczucie osierocenia, to znaczy nieprzynależenia do nikogo. To „postmodernistyczne” uczucie może przenikać do nas i do naszego duchowieństwa, a wówczas zaczynamy wierzyć, że nie należymy do nikogo, zapominając, że jesteśmy częścią świętego wiernego Ludu Bożego, i że Kościół nie jest i nigdy nie będzie jakąś elitą osób konsekrowanych, kapłanów lub biskupów. Nie możemy wspierać swego życia, swego powołania lub posługiwania bez tej świadomości bycia Ludem. Zapominanie o tym – mówiłem o tym na posiedzeniu Komisji dla Ameryki Łacińskiej – „pociąga za sobą różne niebezpieczeństwa i/lub wypaczenia w samym naszym osobistym i wspólnotowym przeżywaniu tej posługi, którą Kościół nam powierzył”[1]. Brak świadomości przynależności do wiernego Ludu Bożego jako sługi, a nie jako szefowie, może nas doprowadzić do jednej z pokus, wyrządzających najwięcej szkód dynamizmowi misyjnemu, do którego pobudzania jesteśmy wzywani: chodzi o klerykalizm, będący karykaturą otrzymanego powołania.

Brak świadomości tego, że misja jest sprawą całego Kościoła, a nie tylko księdza czy biskupa, ogranicza perspektywę i – co gorsza – ogranicza wszystkie inicjatywy, jakie Duch może wzbudzać pośród nas. Powiedzmy to jasno – świeccy nie są naszymi parobkami ani naszymi pracownikami. Nie muszą powtarzać jak „papugi” tego, co mówimy. „Klerykalizm, nie pobudzając różnych wkładów i propozycji, stopniowo gasi ten proroczy ogień, którego świadectwo powinien dawać cały Kościół pośród swoich ludów. Klerykalizm zapomina, że widzialność i sakramentalność Kościoła przynależy do całego Ludu Bożego (por. „Lumen gentium”, 9-14), a nie tylko do nielicznych wybranych i oświeconych”[2].

Wystrzegajmy się, proszę, tej pokusy, zwłaszcza w seminariach i w całym procesie formacyjnym. Wyznam wam, że martwię się o formację seminarzystów: aby byli pasterzami w służbie Ludu Bożego. Takimi, jakim musi być duszpasterz, ze znajomością doktryny, z dyscypliną, sakramentami, poprzez bliskość, uczynki miłosierdzia, ale aby mieli tę świadomość Ludu. Seminaria winny kłaść szczególny nacisk na to, aby przyszli kapłani byli w stanie służyć świętemu wiernemu Ludowi Bożemu, uznając różnorodność kultur i wyrzekając się pokusy klerykalizmu w jakiejkolwiek postaci. Kapłan jest sługą Jezusa Chrystusa, który jest główną postacią uobecniającą się w całym Ludzie Bożym. Kapłani dnia jutrzejszego muszą się formować, patrząc na dzień jutrzejszy, gdyż swą posługę będą sprawowali w świecie zeświecczonym i tym samym wymaga ona od nas, pasterzy, rozeznania, jak przygotować ich do pełnienia swej misji w tym konkretnym scenariuszu, a nie w naszych „idealnych światach lub państwach”. Jest to misja, która ma miejsce w braterskiej jedności z całym Ludem Bożym. Działanie razem oraz pobudzanie i zachęcanie świeckich w klimacie rozeznania i synodalności – oto dwie zasadnicze cechy charakterystyczne w kapłanie jutra. Nie dla klerykalizmu i idealnych światów, które wkraczają jedynie w nasze schematy, ale nie dotykają niczyjego życia.

I tu trzeba prosić, prosić Ducha Świętego o dar marzenia. Proszę was nie przestawajcie marzyć, marzyć i pracować na rzecz opcji misyjnej i proroczej, która byłaby zdolna do przemiany wszystkiego, aby zwyczaje, style, rozkłady zajęć, język i cała struktura kościelna stały się narzędziem dostosowanym bardziej do ewangelizacji Chile niż dla samozachowawczości kościelnej. Nie bójmy się odciąć się od tego, co oddziela nas od nakazu misyjnego[3].

Bracia, to właśnie chciałem wam powiedzieć jako podsumowanie spraw zasadniczych o których mówiliśmy podczas wizyt ad limina. Powierzmy się opiece Maryi, Matki Chile. Módlmy się wspólnie za naszych kapłanów, za nasze osoby konsekrowane; módlmy się za święty wierny Lud Boży, którego jesteśmy częścią. Dziękuję!

________________________

[1] Carta al Cardenal Marc Ouellet, Presidente de la Pontificia Comisión para América Latina (21 marca 2016)
[2] Tamże
[3] Por. Adhort, ap. Evangelii gaudium, 27.

[00056-PL.01] [Testo originale: Spagnolo]

Visita al Santuario di S. Alberto Hurtado e Incontro privato con i Sacerdoti della Compagnia di Gesù

Benedizione del Santo Padre

Traduzione in lingua italiana

Alle ore 19.15 locali (23.15 ora di Roma) il Santo Padre Francesco si è recato in visita privata al Santuario di S. Alberto Hurtado.

Al Suo arrivo è stato accompagnato dal Provinciale dei Gesuiti nella Cappella che conserva le spoglie di S. Alberto Hurtado, S.I., (1901-1952), sacerdote fondatore dell’iniziativa Hogar di Cristo”, case di accoglienza per emarginati. Erano presenti 90 sacerdoti cileni della Compagnia di Gesù.

Il Papa ha quindi salutato all’esterno del Santuario i responsabili, i volontari e gli ospiti dell’Hogar di Cristo e ha benedetto dei “sopaipillas” (piatto tipico cileno). Al termine della visita, dopo lo scambio dei doni, Papa Francesco è rientrato in auto alla Nunziatura Apostolica di Santiago.

Pubblichiamo di seguito la benedizione che il Papa ha pronunciato a braccio:

Benedizione del Santo Padre

El Señor bendiga este alimento que estamos compartiendo y que fue hecho por ustedes mismos.
Bendiga las manos que lo hicieron, las manos que lo reparten y las manos que lo reciben.

Bendiga el Señor el corazón de todos nosotros. Y que este compartir nos enseñe también a compartir el camino, a compartir la vida y a compartir después el Cielo.

¡Y, ojo, que en la bendición no pedí que no cayera mal al hígado! Porque tiene muy buen olor...

[00106-ES.01] [Texto original: Español]

Traduzione in lingua italiana

Il Signore benedica questo cibo che è stato preparato da voi stessi.

Benedica le mani che l’hanno preparato, le mani che lo distribuiscono e le mani che lo ricevono.

Benedica il Signore il cuore di tutti noi, e che questa condivisione ci insegni a condividere il cammino, a condividere la vita e a condividere poi il Cielo. Grazie.

E occhio, perché nella benedizione non ho chiesto che non faccia male al fegato, perché ha un ottimo profumo!

[00106-IT.01] [Testo originale: Spagnolo]

[B0034-XX.02]