Sala Stampa

www.vatican.va

Sala Stampa Back Top Print Pdf
Sala Stampa


Viaggio Apostolico del Santo Padre Francesco in Cile e Perù (15 – 22 gennaio 2018) – Incontro con le Autorità, con la Società Civile e con il Corpo Diplomatico del Cile nel Palacio de La Moneda a Santiago e Visita di cortesia al Presidente della Repubblica del Cile, 16.01.2018


Incontro con le Autorità, con la Società Civile e con il Corpo Diplomatico del Cile nel Palacio de La Moneda a Santiago

Visita di cortesia alla Presidente della Repubblica del Cile

Incontro con le Autorità, con la Società Civile e con il Corpo Diplomatico del Cile nel Palacio de La Moneda a Santiago

Discorso del Santo Padre

Traduzione in lingua italiana

Traduzione in lingua francese

Traduzione in lingua inglese

Traduzione in lingua tedesca

Traduzione in lingua portoghese

Traduzione in lingua polacca

Questa mattina, lasciata la Nunziatura Apostolica di Santiago, il Santo Padre Francesco si è trasferito in auto al Palacio de La Moneda dove, alle ore 8.20 locali (12.20 ora di Roma), ha incontrato le Autorità, i rappresentanti della Società Civile e della Cultura e i Membri del Corpo Diplomatico.

Al Suo arrivo Papa Francesco è stato accolto dalla Presidente della Repubblica del Cile Sig.ra Michelle Bachelet Jeria. Dopo l’esecuzione degli inni il Santo Padre e la Presidente, hanno sfilato davanti alla Guardia d’Onore. Quindi sono entrati nel Patio de los Cañones e hanno proseguito fino al Patio de los Naranjos.

Dopo il discorso introduttivo della Presidente, il Papa ha pronunciato il Suo discorso. Al termine la Presidente ha accompagnato il Santo Padre al Salón Azul per l’incontro privato.

Pubblichiamo di seguito il discorso che il Santo Padre ha pronunciato nel corso dell’incontro con le Autorità, la Società Civile e con i membri del Corpo Diplomatico:

Discorso del Santo Padre

Señora Presidenta,
miembros del Gobierno de la República y del Cuerpo Diplomático,
representantes de la sociedad civil,
distinguidas autoridades,
señoras y señores:

Es para mí una alegría poder estar nuevamente en suelo latinoamericano y comenzar esta visita por esta querida tierra chilena que ha sabido hospedarme y formarme en mi juventud; quisiera que este tiempo con ustedes fuera también un tiempo de gratitud por tanto bien recibido. Me viene a la memoria esa estrofa - que recién escuché - del himno nacional: «Puro, Chile, es tu cielo azulado, / puras brisas te cruzan también, / y tu campo de flores bordado/ es la copia feliz del Edén», un verdadero canto de alabanza por la tierra que habitan, llena de promesas y desafíos; pero especialmente preñada de futuro. Como de alguna manera dijo la señora Presidenta.

Gracias señora Presidenta por las palabras de bienvenida que me ha dirigido. En usted quiero saludar y abrazar al pueblo chileno desde el extremo norte de la región de Arica y Parinacota hasta el archipiélago sur «y a su desenfreno de penínsulas y canales».[1] La diversidad y riqueza geográfica que poseen nos permite vislumbrar la riqueza de esa polifonía cultural que los caracteriza.

Agradezco la presencia de los miembros del gobierno; los Presidentes del Senado, de la Cámara de Diputados y de la Corte Suprema, así como las demás autoridades del Estado y sus colaboradores. Saludo al Presidente electo aquí presente, señor Sebastián Piñera Echenique, que ha recibido recientemente el mandato del pueblo chileno de gobernar los destinos del País los próximos cuatro años.

Chile se ha destacado en las últimas décadas por el desarrollo de una democracia que le ha permitido un sostenido progreso. Las recientes elecciones políticas fueron una manifestación de la solidez y madurez cívica que han alcanzado, lo cual adquiere un relieve particular este año en el que se conmemoran los 200 años de la declaración de la independencia. Momento particularmente importante, ya que marcó su destino como pueblo, fundamentado en la libertad y en el derecho, que ha debido también enfrentar diversos períodos turbulentos pero que logró —no sin dolor— superar. De esta forma supieron ustedes consolidar y robustecer el sueño de sus padres fundadores.

En este sentido, recuerdo las emblemáticas palabras del Card. Silva Henríquez cuando en un Te Deum afirmaba: «Nosotros —todos— somos constructores de la obra más bella: la patria. La patria terrena que prefigura y prepara la patria sin fronteras. Esa patria no comienza hoy, con nosotros; pero no puede crecer y fructificar sin nosotros. Por eso la recibimos con respeto, con gratitud, como una tarea que hace muchos años comenzaba, como un legado que nos enorgullece y compromete a la vez».[2]

Cada generación ha de hacer suyas las luchas y los logros de las generaciones pasadas y llevarlas a metas más altas aún. Es el camino. El bien, como también el amor, la justicia y la solidaridad, no se alcanzan de una vez para siempre; han de ser conquistados cada día. No es posible conformarse con lo que ya se ha conseguido en el pasado e instalarse, y disfrutarlo como si esa situación nos llevara a desconocer que todavía muchos hermanos nuestros sufren situaciones de injusticia que nos reclaman a todos.

Tienen ustedes, por tanto, un reto grande y apasionante: seguir trabajando para que la democracia y el sueño de sus mayores, más allá de sus aspectos formales, sea de verdad lugar de encuentro para todos. Que sea un lugar en el que todos, sin excepción, se sientan convocados a construir casa, familia y nación. Un lugar, una casa, una familia, llamada Chile: generoso, acogedor, que ama su historia, que trabaja por su presente de convivencia y mira con esperanza al futuro. Nos hace bien recordar aquí las palabras de san Alberto Hurtado: «Una Nación, más que por sus fronteras, más que su tierra, sus cordilleras, sus mares, más que su lengua o sus tradiciones, es una misión a cumplir».[3] Es futuro. Y ese futuro se juega, en gran parte, en la capacidad de escuchar que tengan su pueblo y sus autoridades.

Tal capacidad de escucha adquiere gran valor en esta nación donde su pluralidad étnica, cultural e histórica exige ser custodiada de todo intento de parcialización o supremacía y que pone en juego la capacidad que tengamos para deponer dogmatismos exclusivistas en una sana apertura al bien común —que si no tiene un carácter comunitario nunca será un bien—. Es preciso escuchar: escuchar a los parados, que no pueden sustentar el presente y menos el futuro de sus familias; a los pueblos originarios, frecuentemente olvidados y cuyos derechos necesitan ser atendidos y su cultura cuidada, para que no se pierda parte de la identidad y riqueza de esta nación. Escuchar a los migrantes, que llaman a las puertas de este país en busca de mejora y, a su vez, con la fuerza y la esperanza de querer construir un futuro mejor para todos. Escuchar a los jóvenes, en su afán de tener más oportunidades, especialmente en el plano educativo y, así, sentirse protagonistas del Chile que sueñan, protegiéndolos activamente del flagelo de la droga que les cobra lo mejor de sus vidas. Escuchar a los ancianos, con su sabiduría tan necesaria y su fragilidad a cuestas. No los podemos abandonar. Escuchar a los niños, que se asoman al mundo con sus ojos llenos de asombro e inocencia y esperan de nosotros respuestas reales para un futuro de dignidad. Y aquí no puedo dejar de manifestar el dolor y la vergüenza, vergüenza que siento ante el daño irreparable causado a niños por parte de ministros de la Iglesia. Me quiero unir a mis hermanos en el episcopado, ya que es justo pedir perdón y apoyar con todas las fuerzas a las víctimas, al mismo tiempo que hemos de empeñarnos para que no se vuelva a repetir.

Con esta capacidad de escucha somos invitados —hoy de manera especial— a prestar una preferencial atención a nuestra casa común. Escuchar nuestra casa común: fomentar una cultura que sepa cuidar la tierra y para ello no conformarnos solamente con ofrecer respuestas puntuales a los graves problemas ecológicos y ambientales que se presentan; en esto se requiere la audacia de ofrecer «una mirada distinta, un pensamiento, una política, un programa educativo, un estilo de vida y una espiritualidad que conformen una resistencia ante el avance del paradigma tecnocrático»[4] que privilegia la irrupción del poder económico en contra de los ecosistemas naturales y, por lo tanto, del bien común de nuestros pueblos. La sabiduría de los pueblos originarios puede ser un gran aporte. De ellos podemos aprender que no hay verdadero desarrollo en un pueblo que dé la espalda a la tierra y a todo y a todos los que la rodean. Chile tiene en sus raíces una sabiduría capaz de ayudar a trascender la concepción meramente consumista de la existencia para adquirir una actitud sapiencial frente al futuro.

El alma de la chilenía – la Presidenta dijo que era desconfiada – el alma de la chilenía es vocación a ser, esa terca voluntad de existir.[5] Vocación a la que todos están convocados y en la que nadie puede sentirse excluido o prescindible. Vocación que reclama una opción radical por la vida, especialmente en todas las formas en la que ésta se vea amenazada.

Agradezco una vez más la invitación de poder venir a encontrarme con ustedes, encontrarme con el alma de este pueblo; y ruego para que la Virgen del Carmen, Madre y Reina de Chile, siga acompañando y gestando los sueños de esta bendita nación. Muchas gracias.

________________________
1] Gabriela Mistral, Elogios de la tierra de Chile.
[2]
Homilía en el Te Deum Ecuménico (4 noviembre 1970).
[3]
Te Deum (septiembre 1948).
[4]
Carta enc. Laudato si’, 111.
[5]
Cf. Gabriela Mistral, Breve descripción de Chile, en Anales de la Universidad de Chile (14), 1934.

[00052-ES.02] [Texto original: Español]

Traduzione in lingua italiana

Signora Presidente,
Membri del Governo della Repubblica e del Corpo Diplomatico,
Rappresentanti della società civile,
Distinte Autorità,
Signore e Signori,

E’ una gioia per me potermi trovare nuovamente sul suolo latino-americano e iniziare la visita a questa amata terra cilena, che mi ha ospitato e formato durante la mia gioventù; vorrei che questo tempo con voi fosse anche un tempo di gratitudine per tanto bene ricevuto. Mi torna alla mente quella strofa, che ho ascoltato poco fa, del vostro inno nazionale: “Puro, o Cile, è il tuo cielo azzurro / e pure brezze ti attraversano / e la tua campagna ricamata di fiori / è la copia felice dell’Eden”: un vero canto di lode per la terra che abitate, colma di promesse e di sfide, ma specialmente carica di futuro. In un certo senso quello che ha detto la Signora Presidente.

Grazie, Signora Presidente, per le parole di benvenuto che mi ha rivolto. Nella Sua persona desidero salutare e abbracciare il popolo cileno, dall’estremo nord della regione di Arica e Parinacota fino all’arcipelago sud «e al suo dissolversi in penisole e canali»[1]. La vostra diversità e ricchezza geografica ci permette di cogliere la ricchezza della polifonia culturale che vi caratterizza.

Ringrazio per la loro presenza i membri del Governo, i Presidenti del Senato, della Camera dei Deputati e della Corte Suprema, come pure le altre Autorità dello Stato e i loro collaboratori. Saluto il Presidente eletto qui presente, Signor Sebastián Piñera Echenique, che ha ricevuto recentemente il mandato del popolo cileno di governare i destini del Paese nei prossimi quattro anni.

Il Cile si è distinto negli ultimi decenni per lo sviluppo di una democrazia che gli ha consentito un notevole progresso. Le recenti elezioni politiche sono state una manifestazione della solidità e maturità civica raggiunta, e ciò acquista un particolare rilievo quest’anno nel quale si commemorano i 200 anni della dichiarazione di indipendenza. Momento particolarmente importante, poiché segnò il vostro destino come popolo, fondato sulla libertà e sul diritto, chiamato anche ad affrontare diversi periodi turbolenti riuscendo tuttavia – non senza dolore – a superarli. In questo modo voi avete saputo consolidare e irrobustire il sogno dei vostri padri fondatori.

In questo senso, ricordo le emblematiche parole del Card. Silva Henríquez quando in un Te Deum affermò: «Noi – tutti – siamo costruttori dell’opera più bella: la patria. La patria terrena che prefigura e prepara la patria senza frontiere. Tale patria non comincia oggi, con noi; e tuttavia non può crescere e fruttificare senza di noi. Perciò la riceviamo con rispetto, con gratitudine, come un compito iniziato da molti anni, come un’eredità che ci inorgoglisce e al tempo stesso ci impegna».[2]

Ogni generazione deve far proprie le lotte e le conquiste delle generazioni precedenti e condurle a mete ancora più alte. E’ il cammino. Il bene, come anche l’amore, la giustizia e la solidarietà, non si raggiungono una volta per sempre; vanno conquistati ogni giorno. Non è possibile accontentarsi di quello che si è già ottenuto nel passato e fermarsi a goderlo in modo che tale situazione ci porti a disconoscere che molti nostri fratelli soffrono ancora situazioni di ingiustizia che ci interpellano tutti.

Voi, pertanto, avete davanti una sfida grande e appassionante: continuare a lavorare perché la democrazia, il sogno dei vostri padri, ben al di là degli aspetti formali, sia veramente un luogo d’incontro per tutti. Che sia un luogo nel quale tutti, senza eccezioni, si sentano chiamati a costruire casa, famiglia e nazione. Un luogo, una casa, una famiglia, chiamata Cile: generoso, accogliente, che ama la sua storia, che lavora per il presente della sua convivenza e guarda con speranza al futuro. Ci fa bene ricordare qui le parole di San Alberto Hurtado: «Una Nazione, più che per le sue frontiere, più che la sua terra, le sue catene montuose, i suoi mari, più che la sua lingua o le sue tradizioni, è una missione da compiere».[3] È futuro. E quel futuro si gioca, in gran parte, nella capacità di ascolto che hanno il suo popolo e le sue autorità.

Tale capacità di ascolto acquista un grande valore in questa Nazione, dove la pluralità etnica, culturale e storica esige di essere custodita da ogni tentativo di parzialità o supremazia e che mette in gioco la capacità di lasciar cadere dogmatismi esclusivisti in una sana apertura al bene comune (che se non presenta un carattere comunitario non sarà mai un bene). È indispensabile ascoltare: ascoltare i disoccupati, che non possono sostenere il presente e ancor meno il futuro delle loro famiglie; ascoltare i popoli autoctoni, spesso dimenticati, i cui diritti devono ricevere attenzione e la cui cultura protetta, perché non si perda una parte dell’identità e della ricchezza di questa Nazione. Ascoltare i migranti, che bussano alle porte di questo Paese in cerca di una vita migliore e, a loro volta, con la forza e la speranza di voler costruire un futuro migliore per tutti. Ascoltare i giovani, nella loro ansia di avere maggiori opportunità, specialmente sul piano educativo e, così, sentirsi protagonisti del Cile che sognano, proteggendoli attivamente dal flagello della droga che si prende il meglio delle loro vite. Ascoltare gli anziani, con la loro saggezza tanto necessaria e il carico della loro fragilità. Non li possiamo abbandonare. Ascoltare i bambini, che si affacciano al mondo con i loro occhi pieni di meraviglia e innocenza e attendono da noi risposte reali per un futuro di dignità. E qui non posso fare a meno di esprimere il dolore e la vergogna, vergogna che sento davanti al danno irreparabile causato a bambini da parte di ministri della Chiesa. Desidero unirmi ai miei fratelli nell’episcopato, perché è giusto chiedere perdono e appoggiare con tutte le forze le vittime, mentre dobbiamo impegnarci perché ciò non si ripeta.

Con questa capacità di ascolto siamo invitati – oggi in modo speciale – a prestare un’attenzione preferenziale alla nostra casa comune. Ascoltare la nostra casa comune: far crescere una cultura che sappia prendersi cura della terra e a tale scopo non accontentarci solo di offrire risposte specifiche ai gravi problemi ecologici e ambientali che si presentano; in questo si richiede l’audacia di offrire «uno sguardo diverso, un pensiero, una politica, un programma educativo, uno stile di vita e una spiritualità che diano forma ad una resistenza di fronte all’avanzare del paradigma tecnocratico»[4] che privilegia l’irruzione del potere economico nei confronti degli ecosistemi naturali e, di conseguenza, del bene comune dei nostri popoli. La saggezza dei popoli autoctoni può offrire un grande contributo. Da loro possiamo imparare che non c’è vero sviluppo in un popolo che volta le spalle alla terra e a tutto quello e tutti quelli che la circondano. Il Cile possiede nelle proprie radici una saggezza capace di aiutare ad andare oltre la concezione meramente consumistica dell’esistenza per acquisire un atteggiamento sapienziale di fronte al futuro.

L’anima del carattere cileno – la Presidente ha detto che era diffidente – l’anima del carattere cileno è vocazione ad essere, quella caparbia volontà di esistere.[5] Vocazione alla quale tutti sono chiamati e rispetto alla quale nessuno può sentirsi escluso o dispensabile. Vocazione che richiede un’opzione radicale per la vita, specialmente in tutte le forme nelle quali essa si vede minacciata.

Ringrazio nuovamente per l’invito a poter venire ad incontrarmi con voi, con l’anima di questo popolo; e prego affinché la Vergine del Carmelo, Madre e Regina del Cile, continui ad accompagnare e a far crescere i sogni di questa benedetta Nazione. Grazie!

_________________________
[1]
Gabriela Mistral, Elogios de la tierra de Chile.
[2]
Omelia nel Te Deum Ecumenico (4 novembre 1970).
[3]
Te Deum (settembre 1948).
[4]
Lett. enc. Laudato si’, 111.
[5]
Cfr Gabriela Mistral, Breve descripción de Chile, in Anales de la Universidad de Chile (14), 1934.

[00052-IT.02] [Testo originale: Spagnolo]

Traduzione in lingua francese

Madame la Présidente,
Membres du Gouvernement de la République
et du Corps diplomatique,
Représentants de la société civile,
Distinguées autorités
Mesdames et Messieurs,

C’est pour moi une joie de pouvoir me retrouver sur le sol latino-américain et de commencer cette visite par cette terre chilienne bien-aimée qui a su m’accueillir et me former dans ma jeunesse; je voudrais que ce temps avec vous soit aussi un moment de gratitude pour tant de bien reçu. Je me souviens de cette strophe - que je viens d’entendre - de l’hymne national: «Chili, pur est ton ciel bleu/, de pures brises te traversent aussi, / et ton champ bordé de fleurs/ est la copie réussie de l’Éden», un authentique chant de louange à la terre, riche de promesse et de défis, que vous habitez; mais surtout pleine d’avenir. Comme d’une certaine manière a dit Madame la Présidente.

Merci Madame la Présidente pour les paroles de bienvenue que vous m’avez adressées. En vous, je voudrais saluer et embrasser le peuple chilien depuis l’extrême nord de la région d’Arica et du Parinacota jusqu’à l’archipel sud «et à son déchaînement de péninsules et de canaux» (Gabriela Mistral, Elogios de la tierra de Chile). La diversité et la richesse géographiques que vous possédez nous permettent d’entrevoir la richesse de cette polyphonie culturelle qui vous caractérisent.

J’apprécie la présence des membres du Gouvernement; celle des Présidents du Sénat, de la Chambre des Députés et de la Cour Suprême, ainsi que des autres Autorités de l’État et de leurs collaborateurs. Je salue le Président élu ici présent, Monsieur Sebastián Piñera Echenique, qui a récemment reçu le mandant du peuple chilien pour prendre les rênes du pays pour les quatre prochaines années.

Le Chili a été caractérisé, ces dernières décennies, par le développement d’une démocratie qui lui a permis un progrès soutenu. Les récentes élections politiques ont été une manifestation de la solidité et de la maturité civique que vous avez atteintes, ce qui revêt un cachet particulier cette année où se commémorent les 200 ans de la déclaration de l’indépendance. Moment particulièrement important, car il a marqué votre destin en tant que peuple, fondé sur la liberté et sur le droit, qui a dû également affronter diverses périodes turbulentes mais qu’il a réussi – non sans mal – à surmonter. Ainsi, vous avez su consolider et renforcer le rêve de vos pères fondateurs.

En ce sens, je me rappelle les paroles emblématiques du Cardinal Silva Henríquez quand, lors d’un Te Deum, il affirmait: «Nous sommes – tous – des constructeurs de la belle œuvre: la patrie. La patrie terrestre qui préfigure et prépare la patrie sans frontières. Cette patrie ne commence pas aujourd’hui, avec nous; mais elle ne peut grandir et porter des fruits sans nous. C’est pourquoi, nous la recevons avec respect, comme une tâche qui commençait il y a de nombreuses années, comme un héritage dont nous sommes fiers et en même temps qui nous engage» (Homélie lors du Te Deum œcuménique, 4 novembre 1970).

Chaque génération doit faire siens les luttes et les acquis des générations passées et les conduire à des sommets plus hauts encore. C’est là le chemin. Le bien, comme l’amour également, la justice et la solidarité ne s’obtiennent pas une fois pour toutes; il faut les conquérir chaque jour. Il n’est pas possible de se contenter de ce qui a été réalisé dans le passé et de s’installer pour en jouir comme si cette condition nous conduisait à ignorer que beaucoup de nos frères subissent des situations d’injustice qui nous interpellent tous.

Vous avez tous, par conséquent, un défi grand et passionnant: continuer à travailler pour que la démocratie et le rêve de vos aînés, au-delà de leurs aspects formels, soient vraiment un lieu de rencontre pour tous. Qu’ils soient un lieu où tous, sans exception, se sentent appelés à construire une maison, une famille et une nation. Un lieu, une maison, une famille, appelée Chili: généreux, accueillant, qui aime son histoire, qui travaille pour son présent de convivialité et regarde avec espérance vers l’avenir. Il convient de rappeler ici les paroles de saint Albert Hurtado: «Une nation, plus que par ses frontières, plus que par sa terre et ses chaînes de montagne, ses mers, plus que par sa langue ou ses traditions, est une mission à accomplir» (Te Deum, septembre 1948). C’est l’avenir. Et cet avenir se joue, en grande partie, dans la capacité de votre peuple et de vos autorités à écouter.

Cette capacité d’écoute revêt une grande importance dans cette nation où la pluralité ethnique, culturelle et historique demande à être préservée de toute tentative de division ou de suprématie et qui requiert de nous la capacité de nous défaire des dogmatismes qui excluent, pour une saine ouverture au bien commun (qui, s’il n’a pas un caractère communautaire, ne sera jamais un bien). Il faut écouter: écouter les chômeurs, qui ne peuvent pas subvenir dans le présent et encore moins dans l’avenir aux besoins de leurs familles ; les peuples autochtones, souvent oubliés et dont les droits ont besoin d’être pris en compte et la culture protégée, pour que ne se perde pas une partie de l’identité et de la richesse de cette nation. Écouter les migrants, qui frappent à la porte de ce pays à la recherche d’un mieux-être et, en même temps, avec la force et l’espérance de vouloir construire un avenir meilleur pour tous. Écouter les jeunes, dans leur désir d’avoir plus d’opportunités, surtout sur le plan éducatif et, ainsi se sentir des protagonistes du Chili dont ils rêvent, en les préservant activement du fléau de la drogue qui les prive du meilleur de leurs vies. Écouter les personnes âgées, avec leur sagesse si nécessaire et leur fragilité croissante. Nous ne pouvons pas les abandonner. Écouter les enfants, qui se présentent au monde les yeux remplis d’étonnement et d’innocence et attendent de nous des réponses réelles pour un avenir de dignité. Et ici, je ne peux m’empêcher de manifester la douleur et la honte, honte que je ressens face au mal irréparable fait à des enfants par des ministres de l’Église. Je voudrais m’unir à mes frères dans l’épiscopat, car s’il est juste de demander pardon et de soutenir avec force les victimes, il nous faut en même temps nous engager pour que cela ne se reproduise pas.

Par cette capacité d’écoute, nous sommes invités – aujourd’hui, de façon spéciale – à prêter une attention préférentielle à notre maison commune. Écouter notre maison commune: promouvoir une culture qui sache protéger la terre et ainsi ne pas nous contenter juste d’offrir des réponses ponctuelles aux graves problèmes écologiques et environnementaux qui se posent; à cet effet, il faut l’audace d’offrir «un regard différent, une pensée, une politique, un programme éducatif, un style de vie et une spiritualité qui constitueraient une résistance face à l’avancée du paradigme technocratique» (Lettre encyclique Laudato si’, n. 111), qui privilégie l’agression du pouvoir économique contre les écosystèmes naturels et, par conséquent, contre le bien commun de nos peuples. La sagesse des peuples autochtones peut constituer une grande contribution. De ceux-ci, nous pouvons apprendre qu’il n’y a pas de développement authentique pour un peuple qui tourne le dos à la terre et à tous ceux qui l’entourent. Le Chili a dans ses racines une sagesse capable d’aider à transcender la conception purement consumériste de l’existence pour adopter une attitude de sagesse face à l’avenir.

Ce qui caractérise l’âme chilienne – la Présidente a dit qu’elle était méfiante -, ce qui caractérise l’âme chilienne, c’est la vocation à être, cette volonté tenace d’exister (Cf. Gabriela MISTRAL, Breve descripción de Chile, en Anales de la Universidad de Chile [14], 1934). Vocation à laquelle vous êtes tous appelés et par rapport à laquelle personne ne peut se sentir exclu ou superflu. Vocation qui exige une option radicale pour la vie, surtout sous toutes les formes où celle-ci se voit menacée.

Je remercie, une fois encore, pour l’invitation qui m’a permis de venir vous rencontrer, de me retrouver avec l’âme de ce peuple; et je prie pour que la Vierge du Carmel, Mère et Reine du Chili, continue d’accompagner et de prendre soin des rêves de cette nation bien-aimée. Merci beaucoup.

[00052-FR.02] [Texte original: Espagnol]

Traduzione in lingua inglese

Madam President,
Members of the Government of the Republic and of the Diplomatic Corps,
Representatives of Civil Society,
Distinguished Authorities,
Ladies and Gentlemen,

It is a joy for me to stand once again on Latin American soil and begin this visit to Chile, this land so close to my heart, which welcomed and schooled me in my younger years. I would like my time with you also to be a moment of gratitude for that welcome. I think of a stanza of your national anthem, which I just heard: “How pure, Chile, are your blue skies / How pure the breezes that sweep across you / And your countryside embroidered with flowers / Is the very image of Eden”. It is a true song of praise for this land, so full of promises and challenges, but especially of hope for the future. In a certain sense, this is what President Bachelet said.

Thank you, Madam President, for your words of welcome. Through you, I would like to greet and embrace all the Chilean people, from the extreme northern region of Arica and Parinacota to the southern archipelago with its “riot of peninsulas and canals”.[1] Their rich geographical diversity gives us a glimpse of the rich cultural polyphony that is also their characteristic feature.

I am grateful for the presence of the members of the Government, the Presidents of the Senate, the Chamber of Deputies and the Supreme Court, as well as the other state authorities and their officials. I greet the President-elect, Mr Sebastián Piñera Echenique, who recently received the mandate of the Chilean people to govern the country for the next four years.

Chile has distinguished itself in recent decades by the growth of a democracy that has enabled steady progress. The recent political elections were a demonstration of the solidity and civic maturity that you have achieved, which takes on particular significance in this year marking the two-hundredth anniversary of the declaration of independence. That was a particularly important moment, for it shaped your destiny as a people founded on freedom and law, one that has faced moments of turmoil, at times painful, yet succeeded in surmounting them. In this way, you have been able to consolidate and confirm the dream of your founding fathers.

In this regard, I remember the emblematic words of Cardinal Silva Henríquez’s in a Te Deum homily: “We – all of us – are builders of the most beautiful work: our homeland. The earthly homeland that prefigures and prepares the (heavenly) homeland that has no borders. That homeland does not begin today, with us; but it cannot grow and bear fruit without us. That is why we received it with respect, with gratitude, as a task begun many years ago, as a legacy that inspires in us both pride and commitment”.[2]

Each new generation must take up the struggles and attainments of past generations, while setting its own sights even higher. This is the path. Goodness, together with love, justice and solidarity, are not achieved once and for all; they have to be realized each day. It is not possible to settle for what was achieved in the past and complacently enjoy it, as if we could somehow ignore the fact that many of our brothers and sisters still endure situations of injustice that none of us can ignore.

Yours is a great and exciting challenge: to continue working to make this democracy, as your forebears dreamed, beyond its formal aspects, a true place of encounter for all. To make it a place where everyone, without exception, feels called to join in building a house, a family and a nation. A place, a house and a family called Chile: generous and welcoming, enamoured of her history, committed to social harmony in the present, and looking forward with hope to the future. Here we do well to recall the words of Saint Alberto Hurtado: “A nation, more than its borders, more than its land, its mountain ranges, its seas, more than its language or its traditions, is a mission to be fulfilled”.[3] It is a future. And that future depends in large part on the ability of its people and leaders to listen.

The ability to listen proves most important in this nation, whose ethnic, cultural and historical diversity must be preserved from all partisan spirit or attempts at domination, and inspire instead our innate ability to replace narrow ideologies with a healthy concern for the common good (which without being communitarian will never be a good). It is necessary to listen: to listen to the unemployed, who cannot support the present, much less the future of their families. To listen to the native peoples, often forgotten, whose rights and culture need to be protected lest that part of this nation’s identity and richness be lost. To listen to the migrants who knock on the doors of this country in search of a better life, but also with the strength and the hope of helping to build a better future for all. To listen to young people and their desire for greater opportunities, especially in education, so that they can take active part in building the Chile they dream of, while at the same time shielding them from the scourge of drugs that rob the best part of their lives. To listen to the elderly with their much-needed wisdom and their particular needs. We cannot abandon them. To listen to children who look out on the world with eyes full of amazement and innocence, and expect from us concrete answers for a dignified future. Here I feel bound to express my pain and shame, shame at the irreparable damage caused to children by some ministers of the Church. I am one with my brother bishops, for it is right to ask for forgiveness and make every effort to support the victims, even as we commit ourselves to ensuring that such things do not happen again.

With this ability to listen, we are invited – especially today – to give preferential attention to our common home. To listen to our common home: to foster a culture that can care for the earth, and thus is not content with merely responding to grave ecological and environmental problems as they arise. This calls for boldly adopting “a distinctive way of looking at things, a way of thinking, policies, an educational programme, a lifestyle and a spirituality which together generate resistance to the assault of the technocratic paradigm”[4] that allows powerful economic interests to prevail over natural ecosystems and, as a result, the common good of our peoples. The wisdom of the native peoples can contribute greatly to this. From them we can learn that a people that turns its back on the land, and everything and everyone on it, will never experience real development. Chile’s possesses a deep-rooted wisdom capable of helping to transcend a merely consumerist view of life and to adopt a sage attitude to the future.

The Chilean soul – the President said that it is a little distrusting – the Chilean soul is a vocation to being, a stubborn will to exist.[5] It is a vocation to which all are summoned, and from which no one should feel excluded or unneeded. A vocation that demands a radical option for life, especially in all those forms in which it is threatened.

I thank you once more for the invitation to come among you and to encounter the soul of this people. I pray that Our Lady of Mount Carmel, Mother and Queen of Chile, will continue to accompany and bring to birth the dreams of this blessed nation. Thank you!

________________________
[1]
GABRIELA MISTRAL, Elegios de la tierra de Chile.
[2]
Cf. Homily at an Ecumenical Te Deum (4 November 1970).
[3]
Cf. Te Deum (September 1948).
[4]
Cf. Encyclical Letter Laudato Si’, 111.
[5]
Cf. GABRIELA MISTRAL, Breve descripción de Chile, Anales de la Universidad de Chile 14, 1934.

[00052-EN.02] [Original text: Spanish]

Traduzione in lingua tedesca

Frau Präsidentin,
verehrte Mitglieder der Regierung der Republik und des Diplomatischen Corps,
sehr geehrte Verantwortungsträger und Vertreter des öffentlichen Lebens,
meine Damen und Herren,

es ist mir eine Freude, erneut auf lateinamerikanischen Boden zu weilen und den Besuch in diesem geliebten Land Chile zu beginnen, das mich in meiner Jugend beheimatet und geformt hat. Ich möchte, dass dieser Aufenthalt bei Ihnen auch eine Gelegenheit sei, für so viel Gutes zu danken, das ich hier erhalten habe. Mir kommt wieder jene Strophe Ihrer Nationalhymne in den Sinn, die ich vorhin gehört habe: »Rein ist, Chile, dein Himmel, der blaue, / sanfte Lüfte durchweh’n dein Gefild’. Deine Äcker und blumigen Aue / sind fürwahr Edens glückliches Bild.« Es ist ein wahrer Lobgesang auf das Land, das Sie bewohnen. Es ist randvoll mit Hoffnungen und Herausforderungen, aber insbesondere erfüllt von Zukunft. In gewissem Sinn ist es das, was Frau Präsidentin gesagt hat.

Danke, Frau Präsidentin, für die Begrüßungsworte, die Sie an mich gerichtet haben. In Ihrer Person möchte ich das chilenische Volk begrüßen und umarmen, von der Region Arica und Parinacota im äußersten Norden bis zum südlichen Archipel »und seiner Zersplitterung in Halbinseln und Kanälen«[1]. Die geographische Verschiedenheit und der Reichtum Ihres Landes lässt uns die Vielfalt der kulturellen Polyphonie erahnen, die Sie auszeichnet.

Ich danke den Mitgliedern der Regierung, den Präsidenten des Senats, der Abgeordnetenkammer und des Obersten Gerichtshofs für ihre Anwesenheit, ebenso den anderen staatlichen Verantwortungsträgern und ihren Mitarbeitern. Ich grüße hier den neu gewählten Präsidenten, Herrn Sebastián Piñera Echenique, der kürzlich vom chilenischen Volk den Auftrag erhalten hat, die Geschicke des Landes für die nächsten vier Jahre zu leiten.

Chile hat sich in den letzten Jahrzehnten durch die Entwicklung einer Demokratie hervorgetan, die ihm einen nachhaltigen Fortschritt beschert hat. Die jüngsten politischen Wahlen haben die Festigkeit und die gesellschaftliche Reife gezeigt, die das Land erreicht hat. Das erhält eine besondere Bedeutung in diesem Jahr, in dem der 200. Jahrestag der Unabhängigkeitserklärung begangen wird. Es war ein sehr wichtiger Moment, weil er Ihr Geschick als ein auf Freiheit und Recht gegründetes Volk kennzeichnete. Es sollte jedoch verschiedene turbulente Phasen durchmachen, die es – nicht ohne Schmerzen – zu überstehen vermochte. Auf diese Weise konnten Sie den Traum Ihrer Gründerväter festigen und bestärken.

Diesbezüglich erinnere ich an die bedeutungsvollen Worte von Kardinal Silva Henríquez, der bei einem Te Deum sagte: »Wir alle sind Erbauer des schönsten Werkes, des Vaterlands. Das irdische Vaterland kündigt das Vaterland ohne Grenzen an und bereitet es vor. Jenes Vaterland beginnt nicht im Heute mit uns. Aber es kann nicht ohne uns wachsen und Frucht bringen. Daher wollen wir es mit Achtung und Dankbarkeit empfangen, wie eine Aufgabe, die vor vielen Jahren begonnen hat, wie eine Erbschaft, die uns stolz macht und zugleich verpflichtet«.[2]

Jede Generation muss sich die Kämpfe und die Errungenschaften der früheren Generationen zu eigen machen und sie zu noch höheren Zielen führen. Das ist der Weg. Das Gute, ebenso wie die Liebe, die Gerechtigkeit und die Solidarität erlangt man nicht ein für alle Male; sie müssen jeden Tag neu errungen werden. Unmöglich kann man sich mit dem zufrieden geben, was man in der Vergangenheit erreicht hat, und dabei verweilen, es zu genießen, als würden wir nicht merken, dass viele unserer Brüder und Schwestern unter Situationen der Ungerechtigkeit leiden, die uns alle angehen.

Sie haben demnach eine große und spannende Aufgabe vor sich: weiter dafür zu arbeiten, dass die Demokratie, der Traum Ihrer Vorfahren, über die formalen Aspekte hinaus wirklich ein Ort der Begegnung für alle ist. Dass sie ein Ort ist, in dem sich alle – ohne Ausnahme – aufgerufen fühlen, ein Haus, eine Familie und eine Nation zu errichten. Ein Ort, ein Haus, eine Familie, genannt Chile: großherzig, gastfreundlich – ein Land, das mit Liebe auf seine Geschichte schaut, sich für das Zusammenleben in der Gegenwart einsetzt und mit Hoffnung in die Zukunft blickt. Es tut uns gut, hier die Worte des heiligen Alberto Hurtado zu bedenken: »Mehr als durch ihre Grenzen, mehr als ihre Landschaften, Gebirgsketten und Meere, mehr als ihre Sprache und ihre Traditionen ist eine Nation eine Sendung, die es zu erfüllen gilt«[3]. Sie ist Zukunft. Und diese Zukunft liegt großenteils in der Fähigkeit des Zuhörens, über die das Volk und seine Verantwortungsträger verfügen.

Einer solchen Fähigkeit des Zuhörens kommt in dieser Nation eine hohe Bedeutung zu. Denn hier muss die ethnische, kulturelle und historische Pluralität vor jedem Versuch einer Parteinahme oder Vormachtstellung geschützt werden und vielmehr unsere Fähigkeit zur Geltung bringen, ausschließende Dogmatismen abzulegen und sich dem Gemeinwohl unvoreingenommen zu öffnen (das nie ein Gut wird, wenn es nicht einen gemeinschaftlichen Charakter hat). Man muss zuhören: den Arbeitslosen zuhören, die ihre Familien nicht in der Gegenwart und noch weniger in der Zukunft versorgen können; den autochthonen Völkern zuhören, die oft vernachlässigt wurden. Ihre Rechte müssen beachtet und ihre Kultur geschützt werden, damit nicht ein Teil der Identität und des Reichtums dieser Nation verloren geht. Man muss den Migranten zuhören, die an die Türen diese Landes klopfen auf der Suche nach einem besseren Leben, doch ebenso mit der Kraft und der Hoffnung, eine bessere Zukunft für alle zu schaffen. Man muss den jungen Menschen zuhören in ihrem Streben, bessere Chancen zu erhalten – besonders auf dem Gebiet der Bildung – und sich so als Hauptakteure des Chile, von dem sie träumen, zu fühlen. Sie sind unbedingt vor der Geißel der Droge zu schützen, die ihnen das Beste ihres Lebens wegnimmt. Auch den älteren Menschen ist Gehör zu schenken mit ihrer so notwendigen Weisheit und der Last ihrer Gebrechlichkeit. Wir dürfen sie nicht allein lassen. Wir müssen den Kindern zuhören, die sich mit ihren Augen voll von unschuldigem Staunen der Welt zuwenden und von uns echte Antworten für eine Zukunft in Würde erwarten. Und hier kann ich nicht umhin, den Schmerz und die Scham – die Scham! – zum Ausdruck zu bringen, die ich angesichts des nicht wieder gutzumachenden Schadens empfinde, der Kindern von Geistlichen der Kirche zugefügt worden ist. Ich möchte mich mit den Mitbrüdern im Bischofsamt vereinen; denn es ist recht, um Verzeihung zu bitten und mit allen Kräften die Opfer zu unterstützen. Zugleich müssen wir uns dafür einsetzen, dass sich dies nicht wiederholt.

Mit dieser Fähigkeit des Zuhörens sind wir eingeladen – heute in besonderer Weise –, eine vorrangige Aufmerksamkeit unserem gemeinsamen Haus zu widmen. Unser gemeinsames Haus hören: eine Kultur wachsen zu lassen, die sich der Sorge um die Erde anzunehmen weiß und die sich diesbezüglich nicht zufrieden gibt, nur spezifische Antworten auf die auftretenden schweren Öko- und Umweltprobleme zu geben. Hier ist eine Kühnheit gefordert, die »einen anderen Blick« schenkt, »ein Denken, eine Politik, ein Erziehungsprogramm, einen Lebensstil und eine Spiritualität, die einen Widerstand gegen den Vormarsch des technokratischen Paradigmas bilden«[4], eines Paradigmas, das das Eindringen mächtiger wirtschaftlicher Interessen in unsere natürlichen Ökosysteme und folglich in das Gemeinwohl unserer Völker privilegiert. Die Weisheit der autochthonen Völker kann hier einen großen Beitrag liefern. Von ihnen können wir lernen, das es keine Entwicklung für ein Volk gibt, das der Erde den Rücken kehrt und allem und allen, die sie umgeben. Chile besitzt in seinen eigenen Wurzeln eine Weisheit, die dazu beitragen kann, über eine rein konsumistische Lebensauffassung hinauszugehen und eine weisheitliche Haltung gegenüber der Zukunft anzunehmen.

Die chilenische Seele – Frau Präsidentin hat gesagt, der chilenische Charakter wäre ein wenig argwöhnisch – die Seele des chilenischen Charakters äußert sich als Berufung zum Sein, als jener störrische Wille zum Leben.[5] Eine Berufung, zu der alle aufgefordert sind und der gegenüber sich keiner ausgeschlossen oder entbehrlich fühlen kann. Eine Berufung, die eine radikale Option für das Leben verlangt, besonders in allen Formen, wo es bedroht wird.

Nochmals danke ich für die Einladung, hierherzukommen und Ihnen zu begegnen, der Seele dieses Volkes. Ich bete darum, dass Unsere Liebe Frau vom Berge Karmel, die Mutter und Königin Chiles, diese gesegnete Nation weiter begleite und ihre Träume Wirklichkeit werden lässt. Danke!

________________________
[1]
Gabriela Mistral, Elogios de la tierra de Chile.
[2]
Predigt bei der ökumenischen Feier des Te Deum (4. November 1970).
[3]
Te Deum (September 1948).
[4]
Enzyklika Laudato siʼ, 111.
[5]
Vgl. Gabriela Mistral, Breve descripción de Chile, in: Anales de la Universidad de Chile (14), 1934.

[00052-DE.02] [Originalsprache: Spanisch]

Traduzione in lingua portoghese

Senhora Presidente,
Membros do Governo da República e do Corpo Diplomático,
Representantes da sociedade civil,
Distintas Autoridades,
Senhoras e senhores!

Estou feliz por poder encontrar-me de novo em solo latino-americano e começar a visita a esta amada terra chilena, que me hospedou e formou na minha juventude; gostaria que os dias passados convosco fossem também um tempo de agradecimento por tanto bem recebido. Volta-me à mente esta estrofe, que ouvi há pouco, do vosso Hino Nacional: «Puro, ó Chile, é o teu céu azulado, / brisas puras te cruzam também, / e o teu campo de flores bordado / é a cópia feliz do Éden». É um verdadeiro canto de louvor à terra que habitais, cheia de promessas e desafios mas sobretudo grávida de futuro. De certo modo foi o que disse a Senhora Presidente.

Obrigado, Senhora Presidente, pelas palavras de boas-vindas que me dirigiu. Na sua pessoa, quero saudar e abraçar o povo chileno do extremo norte da região de Arica e Parinacota até ao arquipélago do sul «dissolvendo-se em penínsulas e canais».[1] A vossa diversidade e riqueza geográfica permitem-nos vislumbrar a riqueza da polifonia cultural que vos carateriza.

Agradeço a presença dos membros do Governo, dos Presidentes do Senado, da Câmara dos Deputados e do Supremo Tribunal, bem como das demais Autoridades do Estado e seus colaboradores. Saúdo o Presidente eleito aqui presente, Senhor Sebastián Piñera Echenique, que recebeu recentemente o mandato do povo chileno para governar os destinos do país nos próximos quatro anos.

O Chile salientou-se, nos últimos decénios, pelo desenvolvimento duma democracia que lhe consentiu um notável progresso. As recentes eleições políticas foram uma manifestação da solidez e maturidade cívica alcançada, e isto adquire um relevo particular neste ano em que se comemora o bicentenário da declaração de independência. Momento particularmente importante, pois marcou o vosso destino como povo, baseado na liberdade e no direito, que teve também de enfrentar vários períodos turbulentos, conseguindo todavia – não sem dor – superá-los. Desta forma, soubestes consolidar e robustecer o sonho dos vossos pais fundadores.

Neste sentido, recordo as palavras emblemáticas do Cardeal Silva Henríquez, quando afirmava num Te Deum: «Nós – todos – somos construtores da obra mais bela: a pátria. A pátria terrena que prefigura e prepara a pátria sem fronteiras. Esta pátria não começa hoje, connosco; mas não pode crescer nem frutificar sem nós. Por isso a recebemos com respeito, com gratidão, como uma tarefa iniciada há muitos anos, como uma herança que nos orgulha e simultaneamente nos compromete».[2]

Cada geração deve fazer suas as lutas e as conquistas das gerações anteriores e levá-las a metas ainda mais altas. É o caminho. O bem como, aliás, o amor, a justiça e a solidariedade não se alcançam duma vez para sempre; hão de ser conquistados cada dia. Não é possível contentar-se com o que já se obteve no passado nem instalar-se a gozá-lo como se esta situação nos levasse a ignorar que muitos dos nossos irmãos ainda sofrem situações de injustiça que nos interpelam a todos.

Na verdade, tendes pela frente um desafio grande e apaixonante: continuar a trabalhar para que a democracia, o sonho dos vossos pais, não se limite aos aspetos formais mas seja verdadeiramente um lugar de encontro para todos. Seja um lugar onde todos, sem exceção, se sintam chamados a construir casa, família e nação. Um lugar, uma casa, uma família chamada Chile: generoso, acolhedor, que ama a sua história, que trabalha pelo presente da sua convivência e olha com esperança para o futuro. Faz-nos bem lembrar aqui as palavras de Santo Alberto Hurtado: «Uma nação, mais do que suas fronteiras, mais do que suas terras, suas cordilheiras, seus mares, mais do que a sua língua ou suas tradições, é uma missão a cumprir».[3] É futuro. E este futuro decide-se, em grande parte, pela capacidade de escuta que têm o seu povo e as suas autoridades.

Esta capacidade de escuta adquire um grande valor nesta nação, onde a pluralidade étnica, cultural e histórica exige ser protegida de qualquer tentativa feita de parcialidade ou supremacia e que coloca em jogo a capacidade de deixar cair dogmatismos exclusivistas numa sã abertura ao bem comum (que, se não apresentar um caráter comunitário, nunca será um bem). É indispensável escutar: ouvir os desempregados, que não podem sustentar o presente e menos ainda o futuro das suas famílias; ouvir os povos nativos, muitas vezes esquecidos e cujos direitos necessitam de ser atendidos e a sua cultura protegida, para que não se perca uma parte da identidade e riqueza desta nação. Ouvir os migrantes, que batem às portas deste país à procura duma vida melhor e, por sua vez, com a força e a esperança de querer construir um futuro melhor para todos. Ouvir os jovens, na sua ânsia de ter maiores oportunidades, especialmente no plano educativo, e assim sentir-se protagonistas do Chile que sonham, protegendo-os ativamente do flagelo da droga que lhes rouba o melhor das suas vidas. Ouvir os idosos, com a sua sabedoria tão necessária e a carga da sua fragilidade. Não podemos abandoná-los. Ouvir as crianças, que assomam ao mundo com os seus olhos cheios de deslumbramento e inocência e esperam de nós respostas reais para um futuro de dignidade. E aqui não posso deixar de exprimir o pesar e a vergonha, vergonha que sinto perante o dano irreparável causado às crianças por ministros da Igreja. Desejo unir-me aos meus irmãos no episcopado, porque é justo pedir perdão e apoiar, com todas as forças, as vítimas, ao mesmo tempo que nos devemos empenhar para que isso não volte a repetir-se.

Com esta capacidade de escuta, somos convidados – hoje de forma especial – a prestar uma atenção preferencial à nossa Casa Comum. Ouvir a nossa Casa Comum: promover uma cultura que saiba cuidar da terra, não nos contentando com oferecer respostas pontuais aos graves problemas ecológicos e ambientais que se apresentem; requer-se aqui a ousadia de oferecer «um olhar diferente, um pensamento, uma política, um programa educativo, um estilo de vida e uma espiritualidade que oponham resistência ao avanço do paradigma tecnocrático»,[4] que privilegia a irrupção do poder económico em prejuízo dos ecossistemas naturais e, consequentemente, do bem comum dos nossos povos. A sabedoria dos povos nativos pode oferecer um grande contributo. Deles, podemos aprender que não existe verdadeiro desenvolvimento num povo que volta as costas à terra com tudo e todos os que nela se movem. O Chile possui, nas suas raízes, uma sabedoria capaz de ajudar a transcender a conceção meramente consumista da existência para adquirir uma atitude sapiencial em relação ao futuro.

A alma do caráter chileno – a Presidente dizia dele que era um pouco desconfiado – a alma do caráter chileno é vocação a ser, essa teimosa vontade de existir.[5] Vocação, para que todos são convocados e de que ninguém se pode sentir excluído ou dispensado. Vocação que requer uma opção radical pela vida, especialmente em todas as formas em que a mesma se vê ameaçada.

Agradeço mais uma vez o convite que me possibilitou vir encontrar-me convosco, com a alma deste povo; e rezo para que a Virgem do Carmo, Mãe e Rainha do Chile, continue a acompanhar e fazer crescer os sonhos desta abençoada nação. Obrigado!

_________________________
[1]
Gabriela Mistral, Elogios de la tierra de Chile.
[2]
Homilia no Te Deum Ecuménico (4/XI/1970).
[3]
Te Deum (setembro de 1948).
[4]
Francisco, Carta enc. Laudato si’, 111.
[5]
Cf. Gabriela Mistral, «Breve descripción de Chile», in: Anales de la Universidad de Chile (14), 1934.

[00052-PO.02] [Texto original: Espanhol]

Traduzione in lingua polacca

Pani Prezydent,
Członkowie rządu republiki i korpusu dyplomatycznego,
Przedstawiciele społeczeństwa obywatelskiego,
Panie i Panowie,

Wielką radość sprawia mi możność ponownego stanięcia na ziemi latynoamerykańskiej i rozpoczęcia obecnej wizyty od tej umiłowanej ziemi chilijskiej, która potrafiła ugościć i uformować mnie w okresie mej młodości; chciałbym, aby ten czas z wami był także czasem wdzięczności za tak wiele otrzymanego dobra. Przychodzi mi na myśl ta zwrotka waszego hymnu narodowego, którego przed chwilą wysłuchałem: „Jakże czyste jest, Chile, twe błękitne niebo, / Tak jak czyste są wiatry, które cię przemierzają, / A twe ukwiecone łąki / Są szczęśliwą kopią Raju” – prawdziwa pieśń uwielbienia ziemi, którą zamieszkujecie, pełnej obietnic i wyzwań, szczególnie jednak brzemiennej przyszłością. To w pewnym sensie powiedziała Pani Prezydent.

Dziękuję Pani Prezydent za skierowane do mnie słowa powitania. W Pani osobie pragnę pozdrowić i objąć cały naród chilijski od położonego najdalej na północy regionu Ariki i Parinacota aż po archipelag południowy „oraz po jego bezmiar półwyspów i kanałów”[1]. Wasza różnorodność i bogactwo geograficzne, pozwala nam domyślać się bogactwa cechującej was polifonii kulturowej.

Dziękuję za obecność członkom rządu, przewodniczącym Senatu, Izby Deputowanych i Sądu Najwyższego, jak również pozostałych władz państwa i ich współpracownikom. Pozdrawiam obecnego tu prezydenta elekta, pana Sebastiana Piñerę Echenique, który otrzymał niedawno mandat narodu chilijskiego do kierowania losami kraju na najbliższe cztery lata.

Chile odznaczało się w ostatnich dziesięcioleciach rozwojem demokracji, który umożliwił mu zrównoważony postęp. Ostatnie wybory polityczne były przejawem siły i dojrzałości obywatelskiej, jakie osiągnęliście, co wymaga szczególnego podkreślenia w tym roku, gdy obchodzona jest 200 rocznica deklaracji niepodległości. Jest to chwila szczególnie ważna, ponieważ naznaczyła losy narodu powstałego na fundamencie wolności i prawa, zmuszonego również do stawiania czoła różnym okresom pełnym wstrząsów, które jednak potrafił, nie bez bólu, przezwyciężyć. Wychodząc od tej formy potrafiliście skonsolidować i umocnić marzenia waszych ojców założycieli.

W tym sensie przypominam znamienne słowa kard. Silvy Henriqueza, który w czasie uroczystego Te Deum stwierdził: „My wszyscy jesteśmy budowniczymi najpiękniejszego dzieła: ojczyzny. Ojczyzny ziemskiej, która zapowiada i przygotowuje ojczyznę bez granic. Ojczyzna ta nie zaczyna się dzisiaj, od nas, nie może jednak wzrastać i przynosić owoców bez nas. Dlatego przyjmujemy ją z szacunkiem, wdzięcznością jako zadanie rozpoczęte wiele lat temu, jako testament, który napawa nas dumą a zarazem zobowiązuje”[2].

Każde pokolenie musi utożsamiać się ze zmaganiami i osiągnięciami poprzednich pokoleń oraz wznosić je ku jeszcze wznioślejszym celom. To jest droga. Dobra, podobnie jak miłości, sprawiedliwości i solidarności nie osiąga się raz na zawsze, trzeba je zdobywać każdego dnia. Nie można zadowalać się tym, co już osiągnięto w przeszłości, spocząć na laurach i korzystać z tego, co może prowadzić do ignorowania faktu, iż jeszcze wielu naszych braci przeżywa sytuacje niesprawiedliwości, które od nas wszystkich wymagają działania.

Dlatego macie przed sobą wielkie i pasjonujące wyzwanie: nadal pracować nad tym, aby demokracja będąca marzeniem waszych ojców, wykraczając poza swe aspekty formalne, była rzeczywiście miejscem spotkania dla wszystkich. Aby była miejscem, w którym wszyscy, bez wyjątku, czują się wezwani do budowania domu, rodziny i narodu – miejsca, domu i rodziny zwanej Chile: szczodrego, gościnnego, kochającego swą historię, które pracuje nad swoją teraźniejszością współżycia i spogląda z nadzieją w przyszłość. Dobrze jest przypomnieć tutaj słowa św. Alberta Hurtado: „Naród, bardziej niż przez swoje granice, bardziej niż przez swoją ziemię, swe łańcuchy górskie, swe morza, bardziej niż przez swój język lub swe tradycje, jest misją, którą trzeba wypełnić”[3]. Jest przyszłością. A przyszłość ta rozgrywa się w znacznym stopniu w zdolności słuchania tego, co mają do powiedzenia jego lud i jego władze.

Owa zdolność słuchania nabiera wielkiej wartości w tym narodzie, w którym należy strzec jego pluralizmu etnicznego, kulturowego i historycznego od wszelkich zakusów stronniczości lub dominacji, a który wiąże się z kolei z naszą zdolnością do porzucenia wykluczających dogmatyzmów w zdrowym otwarciu na dobro wspólne (które jeśli nie ma charakteru wspólnotowego, nigdy nie będzie dobrem). Trzeba słuchać: słuchać bezrobotnych, którzy nie mogą utrzymać swych rodzin obecnie a tym bardziej w przyszłości; ludów pierwotnych, często zapomnianych, a których prawom należy poświęcać uwagę i strzec ich kultury, aby nie utracić części tożsamości i bogactwa tego narodu. Słuchać migrantów, stukających do bram tego kraju w poszukiwaniu lepszego życia i ze swej strony pragnących z mocą i nadzieją budować lepszą przyszłość dla wszystkich. Słuchać młodych w ich gorącym dążeniu do posiadania większych możliwości, szczególnie na płaszczyźnie edukacyjnej i czucia się w ten sposób współgospodarzami Chile, o którym marzą, strzegąc ich aktywnie od plagi narkotyków, które zabierają im to, co najlepsze w ich życiu. Słuchać osób starszych z ich mądrością jakże potrzebną i z ich kruchością na barkach; nie możemy ich porzucać. Słuchać dzieci, które pojawiają się na świecie ze wzrokiem pełnym zdumienia i niewinnością, oczekując od nas realnych perspektyw na godną przyszłość. I nie mogę tutaj nie wyrazić bólu i wstydu, wstydu, jaki odczuwam w obliczu nienaprawialnych szkód wyrządzonych dzieciom przez sługi Kościoła. Chcę dołączyć do moich braci w biskupstwie, gdyż słusznie jest prosić o wybaczenie i wspierać ze wszystkich sił ofiary, a zarazem musimy zobowiązać się do tego, aby to się nigdy nie powtórzyło.

Z tą zdolnością do słuchania jesteśmy wezwani – dziś w sposób szczególny – do zwrócenia specjalnej uwagi na nasz wspólny dom. Słuchać naszego wspólnego domu: tworzyć taką kulturę, która potrafi troszczyć się o ziemię i w tym celu nie godzić się jedynie na proponowanie specjalistycznych odpowiedzi na pojawiające się poważne problemy ekologiczne i dotyczące środowiska naturalnego. Pod tym względem potrzebna jest odwaga zaproponowania „innego spojrzenia, myśli, polityki, programu edukacyjnego, stylu życia i duchowości, które nadawałyby kształt sprzeciwowi wobec ekspansji paradygmatu technokratycznego”[4], sprzyjającemu niepożądanemu wtargnięciu władzy ekonomicznej sprzecznej z ekosystemami naturalnymi i tym samym wspólnemu dobru naszych ludów. Mądrość ludów tubylczych może wnieść wielki wkład. Możemy się od nich uczyć, że nie ma prawdziwego rozwoju w narodzie, który odwraca się od ziemi oraz tego wszystkiego i tych wszystkich, którzy ją otaczają. Chile ma u swych korzeni mądrość zdolną do pomagania w wykraczaniu poza czysto konsumpcyjną koncepcję istnienia, aby nabyć mądrościową postawę wobec przyszłości.

Duszą chilijskości – Pani Prezydent powiedziała, że jest nieco nieufna – duszą chilijskości jest powołanie do bycia, ta uporczywa chęć istnienia[5]. Powołanie, do którego wszyscy są wezwani i z którego nikt nie może czuć się wyłączony lub zbędny. Jest to powołanie, które wymaga radykalnej postawy za życiem, zwłaszcza w tych wszystkich formach, w których zdaje się ono być zagrożone.

Jeszcze raz dziękuję za zaproszenie do przybycia, aby móc spotkać się z wami, z duszą tego ludu; i modlę się, aby Maryja Panna z Góry Karmel, Matka i Królowa Chile, nadal towarzyszyła i spełniała marzenia tego błogosławionego narodu. Dziękuję!

_______________________
[1]
Gabriela MISTRAL, Elogios de la tierra de Chile [Pochwały ziemi chilijskiej]
[2]
Kazanie w czasie Ekumenicznego Te Deum (4 listopada 1970)
[3]
Te Deum (wrzesień 1948)
[4]
Enc. Laudato si’, 111.
[5]
Por. GABRIELA MISTRAL: Breve descripción de Chile [Krótki opis Chile], w: Anales de la Universidad de Chile (14), 1934.

[00052-PL.02] [Testo originale: Spagnolo]

Visita di cortesia alla Presidente della Repubblica del Cile

Alle 9.00 locali (13.00 ora di Roma), il Santo Padre Francesco si è recato in visita di cortesia alla Presidente della Repubblica del Cile, Michelle Bachelet Jeria.

Al termine dell’incontro privato, che si è svolto presso il Salón Azul del Palacio de La Moneda, hanno avuto luogo la presentazione della famiglia e lo scambio dei doni. Il Santo Padre ha regalato alla Presidente un Quadro raffigurante la formella del Viaggio Apostolico in Cile. Quindi il Papa si è congedato dalla Presidente e si è recato in auto al Parque O’Higgins per la Santa Messa.

[00087-IT.01]

[B0029-XX.02]