Sala Stampa

www.vatican.va

Sala Stampa Back Top Print Pdf
Sala Stampa


Viaggio Apostolico di Sua Santità Francesco in Messico (12-18 febbraio 2016) – Santa Messa con sacerdoti, religiose, religiosi, consacrati e seminaristi a Morelia, 16.02.2016


Santa Messa con sacerdoti, religiose, religiosi, consacrati e seminaristi nello Stadio “Venustiano Carranza”di Morelia

Omelia del Santo Padre

Traduzione in lingua italiana

Traduzione in lingua inglese

Questa mattina il Santo Padre Francesco, lasciata la Nunziatura Apostolica, si è recato in auto all’aeroporto internazionale “Benito Juárez” di Città del Messico da dove è decollato alla volta di Morelia. Al Suo arrivo all’aeroporto “General Francisco J. Mújica”, il Papa è stato accolto dall’Arcivescovo di Morelia, Card. Alberto Suárez Inda, e da alcune Autorità locali.

Quindi, per 20 chilometri in elicottero e per gli ultimi 9 in papamobile, il Santo Padre ha raggiunto lo Stadio “Venustiano Carranza” di Morelia dove, alle ore 10, ha presieduto la Celebrazione Eucaristica con i sacerdoti, le religiose, i religiosi, i consacrati e i seminaristi.

Nel corso della Santa Messa, dopo la proclamazione del Vangelo, Papa Francesco ha pronunciato l’omelia che riportiamo di seguito:

Omelia del Santo Padre

Hay un dicho entre nosotros que dice así: «Dime cómo rezas y te diré cómo vives, dime cómo vives y te diré cómo rezas», porque mostrándome cómo rezas, aprenderé a descubrir el Dios que vives y, mostrándome cómo vives, aprenderé a creer en el Dios al que rezas»; porque nuestra vida habla de la oración y la oración habla de nuestra vida. A rezar se aprende, como aprendemos a caminar, a hablar, a escuchar. La escuela de la oración es la escuela de la vida y en la escuela de la vida es donde vamos haciendo la escuela de la oración.

Y Pablo, a su discípulo predilecto Timoteo, cuando le enseñaba o lo exhortaba a vivir la fe le decía: «Acordáte de tu madre y de tu abuela». Y a los seminaristas, cuando entraban al seminario, muchas veces me preguntaban: «Padre, pero yo quisiera tener una oración más profunda, más mental». «Mirá, seguí rezando como te enseñaron en tu casa y después, poco a poco, tu oración irá creciendo, como tu vida fue creciendo». A rezar se aprende, como en la vida.

Jesús quiso introducir a los suyos en el misterio de la Vida, en el misterio de su vida. Les mostró –comiendo, durmiendo, curando, predicando, rezando– qué significa ser Hijo de Dios. Los invitó a compartir su vida, su intimidad y estando con Él, los hizo tocar en su carne la vida del Padre. Los hace experimentar en su mirada, en su andar la fuerza, la novedad de decir: «Padre nuestro». En Jesús, esta expresión, «Padre Nuestro», no tiene el «gustillo» de la rutina o de la repetición, al contrario, tiene sabor a vida, a experiencia, a autenticidad. Él supo vivir rezando y rezar viviendo, diciendo: «Padre nuestro».

Y nos ha invitado a nosotros a lo mismo. Nuestra primera llamada es a hacer experiencia de ese amor misericordioso del Padre en nuestra vida, en nuestra historia. Su primera llamada es a introducirnos en esa nueva dinámica de amor, de filiación. Nuestra primera llamada es aprender a decir «Padre nuestro», como Pablo insiste: «Abba».

¡Ay de mí sino evangelizara!, dice Pablo. ¡Ay de mí!, porque evangelizar —prosigue— no es motivo de gloria sino de necesidad (cf. 1 Co 9,16).

Nos ha invitado a participar de su vida, de la vida divina. Ay de nosotros –consagrados, consagradas, seminaristas, sacerdotes, obispos–, ay de nosotros si no la compartimos, ay de nosotros si no somos testigos de lo que hemos visto y oído, ay de nosotros… No queremos ser funcionarios de lo divino, no somos ni queremos ser nunca empleados de la empresa de Dios, porque somos invitados a participar de su vida, somos invitados a introducirnos en su corazón, un corazón que reza y vive diciendo: «Padre nuestro». ¿Y qué es la misión sino decir con nuestra vida –desde el principio hasta el final, como nuestro hermano Obispo que murió anoche–, qué es la misión sino decir con nuestra vida «Padre nuestro»?

A este Padre nuestro es a quien rezamos con insistencia todos los días:. Y, ¿qué le decimos en una de esas cosas?, No nos dejes caer en la tentación. El mismo Jesús lo hizo. Él rezó para que sus discípulos —de ayer y de hoy— no cayéramos en la tentación. ¿Cuál puede ser una de las tentaciones que nos pueden asediar? ¿Cuál puede ser una de las tentaciones que brota no sólo de contemplar la realidad sino de caminarla? ¿Qué tentación nos puede venir de ambientes muchas veces dominados por la violencia, la corrupción, el tráfico de drogas, el desprecio por la dignidad de la persona, la indiferencia ante el sufrimiento y la precariedad? ¿Qué tentación podemos tener nosotros, una y otra vez, –nosotros llamados a la vida consagrada, al presbiterado al episcopado–, qué tentación podemos tener frente a todo esto, frente a esta realidad que parece haberse convertido en un sistema inamovible?

Creo que la podríamos resumir con una sola palabra: resignación. Y Frente a esta realidad nos puede ganar una de las armas preferidas del demonio, la resignación. «¿Y qué le vas a hacer? La vida es así». Una resignación que nos paraliza, una resignación que nos impide no sólo caminar, sino también hacer camino; una resignación que no sólo nos atemoriza, sino que nos atrinchera en nuestras «sacristías» y aparentes seguridades; una resignación que no sólo nos impide anunciar, sino que nos impide alabar, nos quita la alegría, el gozo de la alabanza. Una resignación que no sólo nos impide proyectar, sino que nos frena para arriesgar y transformar.

Por eso, Padre nuestro, no nos dejes caer en la tentación.

Qué bien nos hace apelar en los momentos de tentación a nuestra memoria. Cuánto nos ayuda el mirar la «madera» de la que fuimos hechos. No todo ha comenzado con nosotros, y tampoco todo terminará con nosotros, por eso, cuánto bien nos hace recuperar la historia que nos ha traído hasta aquí.

Y, en este hacer memoria, no podemos saltearnos a alguien que amó tanto este lugar que se hizo hijo de esta tierra. A alguien que supo decir de sí mismo: «Me arrancaron de la magistratura y me pusieron en el timón del sacerdocio, por mérito de mis pecados. A mí, inútil y enteramente inhábil para la ejecución de tan grande empresa; a mí, que no sabía manejar el remo, me eligieron primer Obispo de Michoacán» (Vasco Vázquez de Quiroga, Carta pastoral, 1554).

Agradezco –paréntesis– al Señor Cardenal Arzobispo que haya querido que se celebrase esta Eucaristía con el báculo de este hombre y el cáliz de él.

Con ustedes quiero hacer memoria de este evangelizador, conocido también como Tata Vasco, como «el español que se hizo indio». La realidad que vivían los indios Purhépechas descritos por él como «vendidos, vejados y vagabundos por los mercados, recogiendo las arrebañaduras tiradas por los suelos», lejos de llevarlo a la tentación y de la acedia de la resignación, movió su fe, movió su vida, movió su compasión y lo impulsó a realizar diversas propuestas que fuesen de «respiro» ante esta realidad tan paralizante e injusta. El dolor del sufrimiento de sus hermanos se hizo oración y la oración se hizo respuesta. Y eso le ganó el nombre entre los indios del «Tata Vasco», que en lengua purhépecha significa: Papá.

Padre, papá, Tata, abba.

Esa es la oración, esa es la expresión a la que Jesús nos invitó.

Padre, papá, abba, no nos dejes caer en la tentación de la resignación, no nos dejes caer en la tentación de la acedia, no nos dejes caer en la tentación de la pérdida de la memoria, no nos dejes caer en la tentación de olvidarnos de nuestros mayores, que nos enseñaron con su vida a decir: Padre Nuestro.

[00238-ES.02] [Texto original: Español]

Traduzione in lingua italiana

C’è un detto tra di noi che dice così: “Dimmi come preghi e ti dirò come vivi, dimmi come vivi e ti dirò come preghi”; perché, mostrandomi come preghi, imparerò a scoprire il Dio vivente, e mostrandomi come vivi, imparerò a credere nel Dio che preghi, perché la nostra vita parla della preghiera e la preghiera parla della nostra vita. A pregare si impara, come impariamo a camminare, a parlare, ad ascoltare. La scuola della preghiera è la scuola della vita e la scuola della vita è il luogo in cui facciamo scuola di preghiera.

San Paolo, al suo discepolo prediletto Timoteo, quando gli insegnava o lo esortava a vivere la fede, diceva: “Ricordati di tua madre e di tua nonna”. E i seminaristi, quando entravano nel Seminario, molte volte mi chiedevano: “Padre, io però vorrei fare una preghiera più profonda, più mentale…”. “Guarda – rispondevo - continua a pregare come ti hanno insegnato a casa tua. E poi, a poco a poco, la tua preghiera crescerà, così come la tua vita è cresciuta”. A pregare si impara, come nella vita.

Gesù ha voluto introdurre i suoi nel mistero della Vita, nel mistero della Sua vita. Mostrò loro mangiando, dormendo, sanando, predicando, pregando che cosa significa essere Figlio di Dio. Li invitò a condividere la sua vita, la sua intimità e, mentre stavano con Lui, fece loro toccare nella sua carne la vita del Padre. Fa loro sperimentare nel suo sguardo, nel suo camminare, la forza, la novità di dire: “Padre nostro”. In Gesù questa espressione - “Padre nostro” - non ha il “retrogusto” della routine o della ripetizione. Al contrario ha il sapore della vita, dell’esperienza dell’autenticità. Egli ha saputo vivere pregando e pregare vivendo, dicendo: Padre nostro.

E ci ha invitato a fare lo stesso. La nostra prima chiamata è quella a fare esperienza di questo amore misericordioso del Padre nella nostra vita, nella nostra storia. La sua prima chiamata è a introdurci in questa nuova dinamica dell’amore, della filiazione. La nostra prima chiamata è quella ad imparare a dire “Padre nostro”, come Paolo insiste: “Abbà”.

“Guai a me se non evangelizzassi!”, dice Paolo, guai a me! Perché evangelizzare – prosegue – non è una gloria ma una necessità (1 Cor 9,16).

Ci ha invitato a partecipare alla Sua vita, alla vita divina: guai a noi, consacrati, consacrate, sacerdoti, seminaristi, vescovi, guai a noi se non la condividiamo, guai a noi se non siamo testimoni di quello che abbiamo visto e udito, guai a noi. Non siamo né vogliamo essere dei funzionari del divino, non siamo né desideriamo mai essere impiegati dell’impresa di Dio, perché siamo invitati a partecipare alla sua vita, siamo invitati a introdurci nel suo cuore, un cuore che prega e vive dicendo: Padre nostro. E cos’è la missione se non dire con la nostra vita - dal principio alla fine, come il nostro fratello Vescovo che è morto questa notte - cos’è la missione se non dire con la nostra vita: Padre nostro?

A questo Padre nostro noi ci rivolgiamo tutti i giorni pregando, e a Lui diciamo in alcune di queste situazioni: non lasciarci cadere in tentazione. Gesù stesso lo fece. Egli pregò perché noi suoi discepoli – di ieri e di oggi – non cadessimo in tentazione. Quale può essere una delle tentazioni che ci possono assalire? Quale può essere una delle tentazioni che sorge non solo dal contemplare la realtà ma nel viverla? Che tentazione ci può venire da ambienti dominati molte volte dalla violenza, dalla corruzione, dal traffico di droghe, dal disprezzo per la dignità della persona, dall’indifferenza davanti alla sofferenza e alla precarietà? Che tentazione potremmo avere noi sempre nuovamente, noi chiamati alla vita consacrata, al presbiterato, all’episcopato, che tentazione potremmo avere di fronte a tutto questo, di fronte a questa realtà che sembra essere diventata un sistema inamovibile?

Credo che potremmo riassumerla con una sola parola: rassegnazione. E di fronte a questa realtà ci può vincere una delle armi preferite del demonio: la rassegnazione. “E che ci possiamo fare? La vita è così!”. Una rassegnazione che ci paralizza, una rassegnazione che ci impedisce non solo di camminare, ma anche di tracciare una via; una rassegnazione che non soltanto ci spaventa, ma che ci trincera nelle nostre “sacrestie” e apparenti sicurezze; una rassegnazione che non soltanto ci impedisce di annunciare, ma che ci impedisce di lodare: ci toglie l’allegria, la gioia della lode. Una rassegnazione che non solo ci impedisce di progettare, ma che ci frena nel rischiare e trasformare le cose.

Per questo, Padre Nostro, non lasciarci cadere nella tentazione.

Che bene ci fa fare appello alla nostra memoria nei momenti della tentazione! Quanto ci aiuta osservare il “legno” con cui siamo stati fatti. Non tutto ha avuto inizio con noi, non tutto terminerà con noi; per questo, quanto bene ci fa recuperare la storia che ci ha portato fin qui.

E in questo fare memoria non possiamo tralasciare qualcuno che amò tanto questo luogo da farsi figlio di questa terra. Qualcuno che seppe dire di sé stesso: “Mi strapparono dalla magistratura e mi posero alla pienezza del sacerdozio per merito dei miei peccati. Me, inutile e interamente inabile per l’esecuzione di una tanto grande impresa; me, che non sapevo remare, elessero primo Vescovo di Michoacán" (Vasco Vásquez de Quiroga, Carta pastoral, 1554). Ringrazio il Signor Cardinale Arcivescovo, perché ha voluto che si celebrasse questa Eucaristia con il pastorale e il calice di quest’uomo.

Con voi desidero fare memoria di questo evangelizzatore, conosciuto anche come “Tata Vasco”, come “lo spagnolo che si fece indio”. La realtà vissuta dagli indios Purhépechas descritta da lui come “venduti, vessati e vagabondi per i mercati a raccogliere i rifiuti gettati a terra”, lungi dal condurlo alla tentazione dell’accidia e della rassegnazione, mosse la sua fede, mosse la sua vita, mosse la sua compassione e lo stimolò a realizzare diverse iniziative che fossero di “respiro” di fronte a tale realtà tanto paralizzante e ingiusta. Il dolore della sofferenza dei suoi fratelli divenne preghiera e la preghiera si fece risposta concreta. E questo gli guadagnò tra gli indios il nome di “Tata Vasco”, che in lingua purépechas significa: papà.

Padre, papà, tata, abbà…

Questa è la preghiera, questa l’espressione alla quale Gesù ci ha invitati. Padre, papà, abbà, non lasciarci cadere nella tentazione della rassegnazione, non lasciarci cadere nella tentazione dell’accidia, non lasciarci cadere nella tentazione della perdita della memoria, non lasciarci cadere nella tentazione di dimenticarci dei nostri predecessori che ci hanno insegnato con la loro vita a dire: Padre Nostro.

[00238-IT.02] [Testo originale: Spagnolo]

Traduzione in lingua inglese

There is a saying among us which goes “tell me how you pray, and I will tell you how you live; tell me how you live and I will tell you how you pray. Because showing me how you pray, I will learn to find the God for whom you live, and showing me how you live, I will learn to believe in the God to whom you pray”. For our life speaks of prayer and prayer speaks of our life; Praying is something learned, just as we learn to walk, to speak, to listen. The school of prayer is the school of life and in the school of life we progress in the school of prayer.

Paul said to his favourite disciple Timothy, while teaching or encouraging him to live the faith: “Remember your mother and your grandmother”. And seminarians, when entering seminary often used to tell me: “Father, I would like to have deeper mental prayer”. “Look, you carry on praying as they taught you to at home and then later, little by little, your prayer will mature, just as you grew up”. Praying is something learned, just like life.

Jesus wished to introduce his companions into the mystery of Life, into the mystery of His life. He showed them by eating, sleeping, curing, preaching and praying, what it means to be Son of God. He invited them to share his life, his interiority, and in his presence among them he allowed them to touch, in his flesh, the life of the Father. He helped them to experience, in his gaze, in his going out in power, the newness of saying “Our Father”. In Jesus this expression “Our Father” has no trace of routine or mere repetition. On the contrary, it contains a sense of life, of experience, of authenticity. With these two words, “Our Father”, he knew how to live praying and to pray living.

Jesus invites us to do the same. Our first call is to experience this merciful love of the Father in our lives, in our experiences. His first call is to introduce us into the new dynamic of love, of sonship. Our first calling is to learn to say, “Our Father”, as Paul insists: Abba.

“Woe to me if I do not preach the Gospel!”, says Saint Paul, “Woe to me!”. For to evangelize, he continues, is not a cause for glory but rather a need (1 Cor 9:16).

He has invited us to share in his life, his divine life, and woe to us consecrated men and women, seminarians, priests, bishops, woe to us if we do not share it, woe to us if we are not witnesses to what we have seen and heard, woe to us. We do not want to be “administrators of the divine”, we are not and do not want to be employees in God’s firm, for we are invited to share in his life, we are invited to enter into his heart, a heart that prays and lives, saying, “Our Father”. What is our mission if not to say with our lives – from the beginning to the end, as our brother bishop who died last night – what is our mission if not to say with our entire lives, “Our Father”?

He who is Our Father, it is he to whom we pray every day with insistence. And what do we tell him in one of the petitions of that prayer? Lead us not into temptation. Jesus himself did the same thing. He prayed that his disciples – yesterday’s and today’s – would not fall into temptation. What could be one of the sins which besets us? What could be one of the temptations which springs up not only in contemplating reality but also in living it? What temptation can come to us from places often dominated by violence, corruption, drug trafficking, disregard for human dignity, and indifference in the face of suffering and vulnerability? What temptation might we suffer over and over again – we who are called to the consecrated life, to the presbyterate, to the episcopate – what temptation could might we endure in the face of all this, in the face of this reality which seems to have become a permanent system?

I think that we could sum it up in a single word: “resignation”. And faced with this reality, the devil can overcome us with one of his favourite weapons: resignation. “And what are you going to do about it? Life is like that”. A resignation which paralyzes us and prevents us not only from walking, but also from making the journey; a resignation which not only terrifies us, but which also entrenches us in our “sacristies” and false securities; a resignation which not only prevents us from proclaiming, but also inhibits our giving praise and takes away the joy, the joy of giving praise. A resignation which not only hinders our looking to the future, but also stifles our desire to take risks and to change. And so, “Our Father, lead us not into temptation”.

How good it is for us to tap into our memories when we are tempted. How much it helps us to look at the “stuff” of which we are made. It did not all begin with us, nor will it all end with us, and so it does us good to look back at our past experiences which have brought us to the present.

And in this remembering, we cannot overlook someone who loved this place so much, who made himself a son of this land. We cannot overlook that person who could say of himself: “They took me from the tribunal and put me in charge of the priesthood for my sins. Me, useless and quite unable to carry out such a great undertaking; me, who didn’t know how to use an oar, they chose me to be the first Bishop of Michoacán” (Vasco Vázquez de Quiroga, Pastoral Letter, 1554). I wish to add here my thanks to Cardinal Archbishop who had the idea of me celebrating this Mass with the pastoral staff and the chalice that belonged to the Bishop.

With you, I would like to recall this evangelizer, first known as “the Spaniard who became an Indian”.

The situation of the Purhépechas Indians, whom he described as being “sold, humiliated, and homeless in marketplaces, picking up scraps of bread from the ground”, far from tempting him to listless resignation, succeeded in kindling his faith, strengthening his compassion and inspiring him to carry out plans that were a “breath of fresh air” in the midst of so much paralyzing injustice. The pain and suffering of his brothers and sisters became his prayer, and his prayer led to his response. And among the Indians, he was known as “Tata Vasco”, which in the Purhépechan language means, Father, dad, Tata, daddy…

It is to this prayer, to this expression, that Jesus calls us.

Father, dad, daddy... lead us not into the temptation of resignation, lead us not into the temptation of falling into sloth, lead us not into the temptation of losing our memory, lead us not into the temptation of forgetting our elders who taught us by their lives to say, “Our Father”.

[00238-EN.02] [Original text: Spanish]

 

Al termine della Celebrazione Eucaristica, dopo il saluto di S.E. Mons. Salvador Rangel Mendoza, ofm, Vescovo di Chilpancingo-Chilapa e incaricato per la Vita Consacrata, Papa Francesco si è recato in auto all’Arcivescovado di Morelia.

[B0125-XX.02]