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Viaggio Apostolico di Sua Santità Francesco a Cuba, negli Stati Uniti d’America e Visita alla sede dell’ONU, in occasione della partecipazione all’Incontro Mondiale delle Famiglie in Philadelphia (19-28 settembre 2015) – Incontro per la libertà religiosa con la Comunità Ispanica e altri Immigrati, a Philadelphia, 26.09.2015


Incontro per la libertà religiosa con la Comunità Ispanica e altri immigrati, all’Independence National Historical Park di Philadelphia

Discorso del Santo Padre

Traduzione in lingua inglese

Traduzione in lingua italiana

Nel pomeriggio, lasciato il Seminario S. Carlo Borromeo, Papa Francesco si è recato in auto all’Independence National Historical Park di Philadelphia.

Al Suo arrivo, il Santo Padre ha compiuto un lungo giro in papamobile nella piazza tra i fedeli.

Quindi gli Arcivescovi José H. Gomez e John M. Miller insieme a 5 rappresentanti di “Encuentro” presentano al Papa, per la benedizione, la “Biblia Católica para la Familía y para el Joven” e la “Cruz de los Encuentros” che viene portata in pellegrinaggio in tutti gli Stati Uniti nell’ambito dei preparativi per ogni “Encuentro” nazionale della Comunità ispano-latina.

Alle ore 16.30 è iniziato l’incontro per la libertà religiosa, al quale hanno partecipato la Comunità Ispanica e altri immigrati. Dopo il saluto dell’Arcivescovo di Philadelphia, S.E. Mons. Charles Joseph Chaput, OFM Cap., il Papa ha pronunciato il discorso che riportiamo di seguito:

Discorso del Santo Padre

Queridos amigos:

Buenas tardes. Uno de los momentos más destacados de mi visita es la presencia aquí, en el Independence Mall, el lugar de nacimiento de los Estados Unidos de América. Aquí fueron proclamadas por primera vez las libertades que definen este País. La Declaración de Independencia proclamó que todos los hombres y mujeres fueron creados iguales; que están dotados por su Creador de ciertos derechos inalienables, y que los gobiernos existen para proteger y defender esos derechos. Esas palabras siguen resonando e inspirándonos hoy, como lo han hecho con personas de todo el mundo, para luchar por la libertad de vivir de acuerdo con su dignidad.

La historia también muestra que estas y otras verdades deben ser constantemente reafirmadas, nuevamente asimiladas y defendidas. La historia de esta Nación es también la historia de un esfuerzo constante, que dura hasta nuestros días, para encarnar esos elevados principios en la vida social y política. Recordemos las grandes luchas que llevaron a la abolición de la esclavitud, la extensión del derecho de voto, el crecimiento del movimiento obrero y el esfuerzo gradual para eliminar todo tipo de racismo y de prejuicios contra la llegada posterior de nuevos americanos. Esto demuestra que, cuando un país está determinado a permanecer fiel a sus principios, a esos principios fundacionales, basados en el respeto a la dignidad humana, se fortalece y se renueva. Cuando un país guarda la memoria de sus raíces, sigue creciendo, se renueva y sigue asumiendo en su seno nuevos pueblos y nueva gente que viene a él.

Nos ayuda mucho recordar nuestro pasado. Un pueblo que tiene memoria no repite los errores del pasado; en cambio, afronta con confianza los retos del presente y del futuro. La memoria salva el alma de un pueblo de aquello o de aquellos que quieren dominarlo o quieren utilizarlo para sus propios intereses. Cuando los individuos y las comunidades ven garantizado el ejercicio efectivo de sus derechos, no sólo son libres para realizar sus propias capacidades, sino que también, con estas capacidades, con su trabajo, contribuyen al bienestar y al enriquecimiento de toda la sociedad.

En este lugar, que es un símbolo del modelo de los Estados Unidos, me gustaría reflexionar con ustedes sobre el derecho a la libertad religiosa. Es un derecho fundamental que da forma a nuestro modo de interactuar social y personalmente con nuestros vecinos, que tienen creencias religiosas distintas a la nuestra. El ideal del diálogo interreligioso, donde todos los hombres y mujeres de diferentes tradiciones religiosas pueden dialogar sin pelearse. Eso lo da la libertad religiosa.

La libertad religiosa, sin duda, comporta el derecho de adorar a Dios, individualmente y en comunidad, de acuerdo con la propia conciencia. Pero, por otro lado, la libertad religiosa, por su naturaleza, trasciende los lugares de culto y la esfera privada de los individuos y las familias, porque el hecho religioso, la dimensión religiosa, no es una subcultura, es parte de la cultura de cualquier pueblo y de cualquier nación.

Nuestras distintas tradiciones religiosas sirven a la sociedad sobre todo por el mensaje que proclaman. Ellas llaman a los individuos y a las comunidades a adorar a Dios, fuente de la vida, de la libertad y de la felicidad. Nos recuerdan la dimensión trascendente de la existencia humana y de nuestra libertad irreductible frente a la pretensión de cualquier poder absoluto. Necesitamos acercarnos a la historia –nos hace bien acercarnos a la historia-, especialmente a la historia del siglo pasado, para ver las atrocidades perpetradas por los sistemas que pretendían construir algún tipo de «paraíso terrenal», dominando pueblos, sometiéndolos a principios aparentemente indiscutibles y negándoles cualquier tipo de derechos. Nuestras ricas tradiciones religiosas buscan ofrecer sentido y dirección, «tienen una fuerza motivadora que abre siempre nuevos horizontes, estimula el pensamiento, amplía la mente y la sensibilidad» (Evangelii gaudium, 256). Llaman a la conversión, a la reconciliación, a la preocupación por el futuro de la sociedad, a la abnegación en el servicio al bien común y a la compasión por los necesitados. En el corazón de su misión espiritual está la proclamación de la verdad y la dignidad de la persona humana y de todos los derechos humanos.

Nuestras tradiciones religiosas nos recuerdan que, como seres humanos, estamos llamados a reconocer a Otro, que revela nuestra identidad relacional frente a todos los intentos por imponer «una uniformidad a la que el egoísmo de los poderosos, el conformismo de los débiles o la ideología de la utopía quiere imponernos» (M. de Certeau).

En un mundo en el que diversas formas de tiranía moderna tratan de suprimir la libertad religiosa, o, como dije antes, reducirla a una subcultura sin derecho a voz y voto en la plaza pública, o de utilizar la religión como pretexto para el odio y la brutalidad, es necesario que los fieles de las diversas tradiciones religiosas unan sus voces para clamar por la paz, la tolerancia, y el respeto a la dignidad y a los derechos de los demás.

Nosotros vivimos en una época sujeta a la «globalización del paradigma tecnocrático» (Laudato si', 106), que conscientemente apunta a la uniformidad unidimensional y busca eliminar todas las diferencias y tradiciones en una búsqueda superficial de la unidad. Las religiones tienen, pues, el derecho y el deber de dejar claro que es posible construir una sociedad en la que «un sano pluralismo que, de verdad respete a los diferentes y los valore como tales» (Evangelii gaudium, 255), es un aliado valioso «en el empeño por la defensa de la dignidad humana... y un camino de paz para nuestro mundo tan herido» (ibíd., 257) por las guerras.

Los cuáqueros que fundaron Filadelfia estaban inspirados por un profundo sentido evangélico de la dignidad de cada individuo y por el ideal de una comunidad unida por el amor fraterno. Esta convicción los llevó a fundar una colonia que fuera un refugio para la libertad religiosa y la tolerancia. El sentido de preocupación fraterna por la dignidad de todos, especialmente de los más débiles y vulnerables, se convirtió en una parte esencial del espíritu norteamericano. San Juan Pablo II, durante su visita a los Estados Unidos en 1987, rindió un conmovedor homenaje al respecto, recordando a todos los americanos que «la prueba definitiva de su grandeza es la manera en que tratan a todos los seres humanos, pero sobre todo a los más débiles e indefensos» (Ceremonia de despedida, 19 septiembre 1987).

Aprovecho esta oportunidad para agradecer a todos los que, sea cual fuera su religión, han tratado de servir a Dios, al Dios de la paz, construyendo ciudades de amor fraterno, cuidando del prójimo necesitado, defendiendo la dignidad del don divino, del don de la vida en todas sus etapas, defendiendo la causa de los pobres y los inmigrantes. Con demasiada frecuencia los más necesitados, en todas partes, no son escuchados. Ustedes son su voz, y muchos de ustedes –hombres y mujeres religiosos- han hecho que su grito sea escuchado. Con este testimonio, que frecuentemente encuentra una fuerte resistencia, recuerdan a la democracia norteamericana los ideales que la fundaron, y que la sociedad se debilita cada vez que allí y en donde cualquier injusticia prevalece. Hace un momento, hablé de la tendencia a una globalización. La globalización no es mala. Al contrario, la tendencia a globalizarnos es buena, nos une. Lo que puede ser malo es el modo de hacerlo. Si una globalización pretende igualar a todos, como si fuera una esfera, esa globalización destruye la riqueza y la particularidad de cada persona y de cada pueblo. Si una globalización busca unir a todos, pero respetando a cada persona, a su persona, a su riqueza, a su peculiaridad, respetando a cada pueblo, a cada riqueza, a su peculiaridad, esa globalización es buena y nos hace crecer a todos, y lleva a la paz. Me gusta usar un poco la geometría aquí. Si la globalización es una esfera, donde cada punto es igual, equidistante del centro, anula, no es buena. Si la globalización une como un poliedro, donde están todos unidos, pero cada uno conserva su propia identidad, es buena y hace crecer a un pueblo, y da dignidad a todos los hombres y les otorga derechos.

Entre nosotros hoy hay miembros de la gran población hispana de los Estados Unidos, así como representantes de inmigrantes recién llegados a los Estados Unidos. Gracias por abrir las puertas. Muchos de ustedes han emigrado –los saludo con mucho afecto-, y muchos de ustedes han emigrado a este País con un gran costo personal, pero con la esperanza de construir una nueva vida. No se desanimen por las dificultades que tengan que afrontar. Les pido que no olviden que, al igual que los que llegaron aquí antes, ustedes traen muchos dones a esta nación. Por favor, no se avergüencen nunca de sus tradiciones. No olviden las lecciones que aprendieron de sus mayores, y que pueden enriquecer la vida de esta tierra americana. Repito, no se avergüencen de aquello que es parte esencial de ustedes. También están llamados a ser ciudadanos responsables y a contribuir –como lo hicieron con tanta fortaleza los que vinieron antes-, a contribuir provechosamente a la vida de las comunidades en que viven. Pienso, en particular, en la vibrante fe que muchos de ustedes poseen, en el profundo sentido de la vida familiar y los demás valores que han heredado. Al contribuir con sus dones, no solo encontrarán su lugar aquí, sino que ayudarán a renovar la sociedad desde dentro. No perder la memoria de lo que pasó aquí hace más de dos siglos. No perder la memoria de aquella Declaración que proclamó que todos los hombres y mujeres fueron creados iguales, que están dotados por su Creador de ciertos derechos inalienables, y que los gobiernos existen para proteger y defender esos derechos.

Queridos amigos, les doy las gracias por su calurosa bienvenida y por acompañarme hoy aquí. Conservemos la libertad. Cuidemos la libertad. La libertad de conciencia, la libertad religiosa, la libertad de cada persona, de cada familia, de cada pueblo, que es la que da lugar a los derechos. Que este País, y cada uno de ustedes, dé gracias continuamente por las muchas bendiciones y libertades que disfrutan. Que puedan defender estos derechos, especialmente la libertad religiosa, que Dios les ha dado. Que Él los bendiga a todos. Y, por favor, les pido que recen un poquito por mí. Gracias.

[01514-ES.02] [Texto original: Español]

Traduzione in lingua inglese

Dear Friends,

Good afternoon. One of the highlights of my visit is to stand here, before Independence Hall, the birthplace of the United States of America. It was here that the freedoms which define this country were first proclaimed. The Declaration of Independence stated that all men and women are created equal, that they are endowed by their Creator with certain inalienable rights, and that governments exist to protect and defend those rights. Those ringing words continue to inspire us today, even as they have inspired peoples throughout the world to fight for the freedom to live in accordance with their dignity.

History also shows that these or any truths must constantly be reaffirmed, re-appropriated and defended. The history of this nation is also the tale of a constant effort, lasting to our own day, to embody those lofty principles in social and political life. We remember the great struggles which led to the abolition of slavery, the extension of voting rights, the growth of the labor movement, and the gradual effort to eliminate every kind of racism and prejudice directed at further waves of new Americans. This shows that, when a country is determined to remain true to its principles, those founding principles based on respect for human dignity, it is strengthened and renewed. When a country is mindful of its roots, it keeps growing, it is renewed and it continues to embrace newcomers, new individuals and new peoples.

All of us benefit from remembering our past. A people which remembers does not repeat past errors; instead, it looks with confidence to the challenges of the present and the future. Remembrance saves a people’s soul from whatever or whoever would attempt to dominate it or to use it for their own interests. When individuals and communities are guaranteed the effective exercise of their rights, they are not only free to realize their potential, they also, through their talents and their hard work, contribute to the welfare and enrichment of society as a whole.

In this place which is symbolic of the American way, I would like to reflect with you on the right to religious freedom. It is a fundamental right which shapes the way we interact socially and personally with our neighbors whose religious views differ from our own. The ideal of interreligious dialogue, where all men and women, from different religious traditions, can speak to one another without arguing. This is what religious freedom allows.

Religious freedom certainly means the right to worship God, individually and in community, as our consciences dictate. But religious liberty, by its nature, transcends places of worship and the private sphere of individuals and families. Because religion itself, the religious dimension, is not a subculture; it is part of the culture of every people and every nation.

Our various religious traditions serve society primarily by the message they proclaim. They call individuals and communities to worship God, the source of all life, liberty and happiness. They remind us of the transcendent dimension of human existence and our irreducible freedom in the face of any claim to absolute power. We need but look at history – we always benefit from looking at history – especially the history of the last century, to see the atrocities perpetrated by systems which claimed to build one or another “earthly paradise” by dominating peoples, subjecting them to apparently indisputable principles and denying them any kind of rights. Our rich religious traditions seek to offer meaning and direction, “they have an enduring power to open new horizons, to stimulate thought, to expand the mind and heart” (Evangelii Gaudium, 256). They call to conversion, reconciliation, concern for the future of society, self-sacrifice in the service of the common good, and compassion for those in need. At the heart of their spiritual mission is the proclamation of the truth and dignity of the human person and all human rights.

Our religious traditions remind us that, as human beings, we are called to acknowledge an Other, who reveals our relational identity in the face of every effort to impose “a uniformity to which the egotism of the powerful, the conformism of the weak, or the ideology of the utopian would seek to impose on us” (M. de Certeau).

In a world where various forms of modern tyranny seek to suppress religious freedom, or, as I said earlier, to try to reduce it to a subculture without right to a voice in the public square, or to use religion as a pretext for hatred and brutality, it is imperative that the followers of the various religious traditions join their voices in calling for peace, tolerance and respect for the dignity and the rights of others.

We live in an age subject to the “globalization of the technocratic paradigm” (Laudato Si’, 106), which consciously aims at a one-dimensional uniformity and seeks to eliminate all differences and traditions in a superficial quest for unity. The religions thus have the right and the duty to make clear that it is possible to build a society where “a healthy pluralism which respects differences and values them as such” (Evangelii Gaudium, 255) is a “precious ally in the commitment to defending human dignity… and a path to peace in our world”, wounded as it is by wars (ibid., 257).

The Quakers who founded Philadelphia were inspired by a profound evangelical sense of the dignity of each individual and the ideal of a community united by brotherly love. This conviction led them to found a colony which would be a haven of religious freedom and tolerance. That sense of fraternal concern for the dignity of all, especially the weak and the vulnerable, became an essential part of the American spirit. During his visit to the United States in 1987, Saint John Paul II paid moving homage to this, reminding all Americans that: “The ultimate test of your greatness is the way you treat every human being, but especially the weakest and most defenseless ones” (Farewell Address, 19 September 1987, 3).

I take this opportunity to thank all those, of whatever religion, who have sought to serve God, the God of peace, by building cities of brotherly love, by caring for our neighbors in need, by defending the dignity of God’s gift, the gift of life in all its stages, and by defending the cause of the poor and the immigrant. All too often, those most in need of our help, everywhere, are unable to be heard. You are their voice, and many of you – men and women – have faithfully made their cry heard. In this witness, which frequently encounters powerful resistance, you remind American democracy of the ideals for which it was founded, and that society is weakened whenever and wherever injustice prevails.

Just now I spoke of the trend towards globalization. Globalization is not evil. On the contrary, the tendency to become globalized is good; it brings us together. What can be evil is how it happens. If a certain kind of globalization claims to make everyone uniform, to level everyone out, that globalization destroys the rich gifts and uniqueness of each person and each people. But a globalization which attempts to bring everyone together while respecting the uniqueness and gifts of each person or people is a good globalization; it helps all of us to grow, and it brings peace. I like to use a geometrical image for this. If globalization is a sphere, where every point is equidistant from the center, it cancels everything out; it is not good. But if globalization is like a polyhedron, where everything is united but each element keeps its own identity, then it is good; it causes a people to grow, it bestows dignity and it grants rights to all.

Among us today are members of America’s large Hispanic population, as well as representatives of recent immigrants to the United States. Many of you have emigrated (I greet you warmly!) to this country at great personal cost, in the hope of building a new life. Do not be discouraged by whatever hardships you face. I ask you not to forget that, like those who came here before you, you bring many gifts to this nation. Please, you should never be ashamed of your traditions. Do not forget the lessons you learned from your elders, which are something you can bring to enrich the life of this American land. I repeat, do not be ashamed of what is part of you, your life blood. You are also called to be responsible citizens, and to contribute fruitfully – as those who came before you did with such fortitude – to the life of the communities in which you live. I think in particular of the vibrant faith which so many of you possess, the deep sense of family life and all those other values which you have inherited. By contributing your gifts, you will not only find your place here, you will help to renew society from within. Do not forget what took place here over two centuries ago. Do not forget that Declaration which proclaimed that all men and women are created equal, that they are endowed by their Creator with certain inalienable rights and that governments exist in order to protect and defend those rights.

Dear friends, I thank you for your warm welcome and for joining me here today. Let us preserve freedom. Let us cherish freedom. Freedom of conscience, religious freedom, the freedom of each person, each family, each people, which is what gives rise to rights. May this country and each of you be renewed in gratitude for the many blessings and freedoms that you enjoy. And may you defend these rights, especially your religious freedom, for it has been given to you by God himself. May he bless you all. I ask you, please, say a little prayer for me. Thank you.

[01514-EN.01] [Original text: Spanish]

Traduzione in lingua italiana

Cari amici, buonasera!

Uno dei momenti salienti della mia visita è qui, davanti all’Independence Mall, luogo di nascita degli Stati Uniti d’America. E’ in questo luogo che le libertà che definiscono questo Paese sono state proclamate per la prima volta. La Dichiarazione d’Indipendenza ha affermato che tutti gli uomini e tutte le donne sono creati uguali, che sono dotati dal loro Creatore di alcuni diritti inalienabili, e che i governi esistono per proteggere e difendere tali diritti. Queste vibranti parole continuano a risuonare e ad ispirarci oggi, come hanno fatto con persone di tutto il mondo al fine di combattere per la libertà di vivere conformemente alla loro dignità.

La storia mostra anche che questa verità, come del resto ogni verità, va costantemente riaffermata, fatta propria e difesa. La storia di questa nazione è anche quella di uno sforzo costante, fino ai nostri giorni, per dare corpo a questi alti principi nella vita sociale e politica. Ricordiamo le grandi lotte che hanno portato all’abolizione della schiavitù, all’estensione del diritto di voto, alla crescita del movimento dei lavoratori, ed allo sforzo progressivo per eliminare ogni forma di razzismo e di pregiudizio diretti contro le ondate successive di nuovi americani. Questo dimostra che, quando un Paese è determinato a rimanere fedele ai suoi principi fondatori, basati sul rispetto della dignità umana, diventa più forte e si rinnova. Quando un Paese conserva memoria delle proprie radici, cresce, si rinnova e accoglie nel proprio seno nuovi popoli e nuova gente che vengono in esso.

Tutti traiamo beneficio dal fare memoria del nostro passato. Un popolo che ricorda non ripete gli errori del passato; al contrario, guarda fiducioso le sfide del presente e del futuro. La memoria salva l’anima di un popolo da tutto ciò o da tutti coloro che potrebbero tentare di dominarla o di utilizzarla per i loro interessi. Quando l’esercizio effettivo dei rispettivi diritti è garantito agli individui e alle comunità, essi non sono solamente liberi di realizzare le proprie potenzialità, ma, con queste capacità, con il loro lavoro contribuiscono anche al benessere e all’arricchimento di tutta la società.

In questo luogo, che è un simbolo del modello degli Stati Uniti d’America, vorrei riflettere con voi sul diritto alla libertà religiosa. È un diritto fondamentale che plasma il modo in cui noi interagiamo socialmente e personalmente con i nostri vicini, le cui visioni religiose sono diverse dalla nostra. L’ideale del dialogo interreligioso, in cui tutti gli uomini e le donne di diverse tradizioni religiose possono dialogare senza litigare. Questo lo consente la libertà religiosa.

La libertà religiosa implica certamente il diritto di adorare Dio, individualmente e comunitariamente, come la propria coscienza lo detta. Ma la libertà religiosa, per sua natura, trascende i luoghi di culto, come pure la sfera degli individui e delle famiglie. Perché il fatto religioso, la dimensione religiosa, non è una subcultura, è parte della cultura di qualunque popolo e qualunque nazione.

Le nostre diverse tradizioni religiose servono la società anzitutto mediante il messaggio che proclamano. Esse invitano gli individui e le comunità ad adorare Dio, fonte di ogni vita, della libertà e della bontà. Ci richiamano la dimensione trascendente dell’esistenza umana e la nostra irriducibile libertà di fronte ad ogni pretesa di qualsiasi potere assoluto. Dobbiamo accostarci alla storia – ci fa bene accostarci alla storia –, specialmente a quella del secolo scorso, per vedere le atrocità perpetrate dai sistemi che pretendevano di costruire questo o quel ‘‘paradiso terrestre’’ dominando i popoli, asservendoli a principi apparentemente indiscutibili e negando loro qualsiasi tipo di diritto. Le nostre ricche tradizioni religiose cercano di offrire significato e direzione, «posseggono una forza motivante che apre sempre nuovi orizzonti, stimola il pensiero, allarga la mente e la sensibilità» (Esort. ap. Evangelii gaudium, 256). Esse chiamano alla conversione, alla riconciliazione, all’impegno per il futuro della società, al sacrificio di sé nel servizio al bene comune, e alla compassione per coloro che sono nel bisogno. Al cuore della loro missione spirituale, si trova la proclamazione della verità e della dignità della persona umana come pure dei diritti umani.

Le nostre tradizioni religiose ci ricordano che, come esseri umani, noi siamo chiamati a riconoscere l’altro/l’Altro che rivela la nostra identità relazionale di fronte ad ogni tentativo di instaurare una «uniformità che l’egoismo del forte, il conformismo del debole, o l’ideologia dell’utopista potrebbero cercare di imporci» (M. de Certeau).

In un mondo dove le diverse forme di tirannia moderna cercano di sopprimere la libertà religiosa, o – come ho detto prima – cercano di ridurla a una subcultura senza diritto di espressione nella sfera pubblica, o ancora cercano di utilizzare la religione come pretesto per l’odio e la brutalità, è doveroso che i seguaci delle diverse tradizioni religiose uniscano le loro voce per invocare la pace, la tolleranza e il rispetto della dignità e dei diritti degli altri.

Viviamo in un’epoca soggetta «alla globalizzazione del paradigma tecnocratico» (Enc. Laudato si’, 106), che mira consapevolmente a un’uniformità unidimensionale e cerca di eliminare tutte le differenze e le tradizioni in una superficiale ricerca di unità. Le religioni hanno quindi il diritto e il dovere di far comprendere che è possibile costruire una società in cui «un sano pluralismo, che davvero rispetti gli altri ed i valori come tali» (Esort. ap. Evangelii gaudium, 255) è un «prezioso alleato nell’impegno per la difesa della dignità umana […] una via di pace per il nostro mondo ferito» (ibid., 257) dalle guerre.

I Quaccheri che hanno fondato Filadelfia sono stati ispirati da un profondo senso evangelico della dignità di ogni persona e dall’ideale di una comunità unita dall’amore fraterno. Tale convinzione li ha condotti a fondare una colonia che sarebbe stata un paradiso di libertà religiosa e di tolleranza. Questo significato di impegno fraterno per la dignità di tutti, specialmente dei deboli e dei vulnerabili, è diventato parte essenziale dello spirito nordamericano. Durante la sua visita negli Stati Uniti nel 1987, san Giovanni Paolo II vi ha reso un tributo commovente, ricordando a tutti gli americani che «la prova decisiva della vostra grandezza è il modo con cui voi rispettate ogni persona umana, specialmente quelle più deboli e indifese» (Discorso nella cerimonia di congedo all’aeroporto di Detroit, 19 settembre 1987, 3).

Colgo ora l’occasione per ringraziare tutti coloro che, qualunque sia la loro religione, hanno cercato di servire Dio, il Dio della pace, costruendo città animate dall’amore fraterno, prendendosi cura del prossimo bisognoso, difendendo la dignità del dono divino, del dono della vita in ogni sua fase, difendendo la causa dei poveri e dei migranti. Troppo spesso quanti hanno bisogno del nostro aiuto, da tutte le parti, non sono ascoltati. Voi siete la loro voce, e molti tra voi – uomini e donne religiosi –avete permesso che il loro grido sia ascoltato. Con questa testimonianza, che spesso incontra forte resistenza, voi ricordate alla democrazia nordamericana gli ideali per i quali essa è stata fondata, e che la società si indebolisce ogni volta e dovunque l’ingiustizia prevale. Poco fa, ho parlato della tendenza alla globalizzazione. La globalizzazione non è cattiva. Anzi, la tendenza a globalizzarci è buona, ci unisce. Ciò che può essere negativo è il modo di realizzarla. Se una globalizzazione pretende di rendere tutti uguali, come se fosse una sfera, questa globalizzazione distrugge la peculiarità di ciascuna persona e di ciascun popolo. Se una globalizzazione cerca di unire tutti, ma rispettando ogni persona, la sua ricchezza, la sua peculiarità, rispettando ogni popolo, con la sua ricchezza, la sua peculiarità, questa globalizzazione è buona e ci fa crescere tutti, e conduce alla pace. Mi piace a questo proposito usare un po’ la geometria. Se la globalizzazione è una sfera, dove ogni punto è uguale, equidistante dal centro, annulla, non è buona. Se la globalizzazione unisce come un poliedro, in cui tutti sono uniti, ma ognuno conserva la propria identità, è buona e fa crescere un popolo, e dà dignità a tutti gli uomini e concede loro diritti.

In mezzo a noi oggi ci sono membri della grande popolazione ispanica degli Stati Uniti, come pure rappresentanti di recenti immigrati negli Stati Uniti. Grazie per aver aperto le porte. Molti di voi – vi saluto con grande affetto – sono immigrati in questo Paese pagando personalmente un alto prezzo, ma con la speranza di costruire una nuova vita. Non scoraggiatevi per le difficoltà che dovete affrontare, quali che siano. Vi chiedo di non dimenticare che, come quelli che vi hanno preceduto, voi apportate molti talenti a questa nazione. Per favore, non vergognatevi delle vostre tradizioni! Non dimenticate le lezioni apprese, specialmente dai vostri anziani, che sono il contributo col quale potete arricchire la vita di questo Paese americano. Lo ripeto, non vergognatevi di ciò che fa parte di voi, il sangue della vostra vita. Voi siete anche chiamati ad essere cittadini responsabili e a contribuire – come hanno fatto con tanta forza quelli che sono venuti prima – a contribuire in maniera fruttuosa alla vita delle comunità in cui vivete. Penso in particolare alla fervida fede di molti di voi, al senso profondo della vita familiare e a tutti gli altri valori che avete ereditato. Portando i vostri contributi, non troverete soltanto il vostro posto qui, ma aiuterete a rinnovare la società dall’interno. Non perdere la memoria di ciò che è accaduto qui più di due secoli fa. Non perdere la memoria di quella Dichiarazione che ha proclamato che tutti gli uomini e le donne sono stati creati uguali, che sono dotati dal Creatore di diritti inalienabili, e che i governi esistono per tutelare e difendere questi diritti.

Cari amici, vi ringrazio della vostra calorosa accoglienza e per esservi radunati oggi con me. Conserviamo la libertà. Abbiamo cura della libertà. La libertà di coscienza, la libertà religiosa, la libertà di ogni persona, di ogni famiglia, di ogni popolo, che è quella che dà luogo ai diritti. Possano questa nazione e ciascuno di voi essere rinnovati nella gratitudine per le tante benedizioni e libertà di cui godete. E possiate difendere questi diritti, specialmente la vostra libertà religiosa, perché essa vi è stata data da Dio stesso. Che Egli vi benedica tutti. E per favore, vi chiedo di pregare un pochino per me. Grazie!

[01514-IT.02] [Testo originale: Spagnolo]

Al termine dell’incontro, il Santo Padre Francesco rientra in auto al Seminario S. Carlo Borromeo.

[B0724-XX.02]