Santa Messa nella Plaza de la Revolución “Calixto García Iñíguez” di Holguín
Omelia del Santo Padre
Traduzione in lingua inglese
Traduzione in lingua italiana
Questa mattina, preso congedo dalla Nunziatura Apostolica di La Habana, il Santo Padre Francesco si è trasferito in auto all’aeroporto internazionale “José Martí” da dove, alle ore 8, è decollato - a bordo di un A330 dell’Alitalia- alla volta di Holguín.
Al Suo arrivo all’aeroporto internazionale “Frank País” di Holguín, Papa Francesco è stato accolto dal Vescovo della città, S.E. Mons. Emilio Aranguren Etcheverría. Quindi si è recato in auto alla Plaza de la Revolución “Calixto García Iñíguez” di Holguín dove - compiuto un largo giro con la papamobile attraverso i vari settori della piazza per salutare i fedeli - alle ore 10.30 ha presieduto la Celebrazione Eucaristica nella festa liturgica di San Matteo.
Nel corso della Santa Messa, dopo la proclamazione del Vangelo, il Papa ha pronunciato l’omelia che riportiamo di seguito:
Omelia del Santo Padre
Celebramos la fiesta del apóstol y evangelista san Mateo. Celebramos la historia de una conversión. Él mismo, en su evangelio, nos cuenta cómo fue el encuentro que marcó su vida, él nos introduce en un «juego de miradas» que es capaz de transformar la historia.
Un día, como otro cualquiera, mientras estaba sentado en la mesa de recaudación de los impuestos, Jesús pasaba, lo vio, se acercó y le dijo: «“Sígueme”. Y él, levantándose, lo siguió».
Jesús lo miró. Qué fuerza de amor tuvo la mirada de Jesús para movilizar a Mateo como lo hizo; qué fuerza han de haber tenido esos ojos para levantarlo. Sabemos que Mateo era un publicano, es decir, recaudaba impuestos de los judíos para dárselos a los romanos. Los publicanos eran mal vistos, incluso considerados pecadores, y por eso apartados y despreciados de los demás. Con ellos no se podía comer, ni hablar, ni orar. Eran traidores para el pueblo: le sacaban a su gente para dárselo a otros. Los publicanos pertenecían a esta categoría social.
Y Jesús se detuvo, no pasó de largo precipitadamente, lo miró sin prisa, lo miró con paz. Lo miró con ojos de misericordia; lo miró como nadie lo había mirado antes. Y esa mirada abrió su corazón, lo hizo libre, lo sanó, le dio una esperanza, una nueva vida como a Zaqueo, a Bartimeo, a María Magdalena, a Pedro y también a cada uno de nosotros. Aunque no nos atrevemos a levantar los ojos al Señor, él siempre nos mira primero. Es nuestra historia personal; al igual que muchos otros, cada uno de nosotros puede decir: yo también soy un pecador en el que Jesús puso su mirada. Los invito a que hoy en sus casas, o en la iglesia, cuando estén tranquilos, solos, hagan un momento de silencio para recordar con gratitud y alegría aquellas circunstancias, aquel momento en que la mirada misericordiosa de Dios se posó en nuestra vida.
Su amor nos precede, su mirada se adelanta a nuestra necesidad. Él sabe ver más allá de las apariencias, más allá del pecado, más allá del fracaso o de la indignidad. Sabe ver más allá de la categoría social a la que podemos pertenecer. Él ve más allá de todo eso. Él ve esa dignidad de hijo, que todos tenemos, tal vez ensuciada por el pecado, pero siempre presente en el fondo de nuestra alma. Es nuestra dignidad de hijo. Él ha venido precisamente a buscar a todos aquellos que se sienten indignos de Dios, indignos de los demás. Dejémonos mirar por Jesús, dejemos que su mirada recorra nuestras calles, dejemos que su mirada nos devuelva la alegría, la esperanza, el gozo de la vida.
Después de mirarlo con misericordia, el Señor le dijo a Mateo: «Sígueme». Y Mateo se levantó y lo siguió. Después de la mirada, la palabra. Tras el amor, la misión. Mateo ya no es el mismo; interiormente ha cambiado. El encuentro con Jesús, con su amor misericordioso, lo transformó. Y allá atrás quedó el banco de los impuestos, el dinero, su exclusión. Antes él esperaba sentado para recaudar, para sacarle a los otros, ahora con Jesús tiene que levantarse para dar, para entregar, para entregarse a los demás. Jesús lo miró y Mateo encontró la alegría en el servicio. Para Mateo, y para todo el que sintió la mirada de Jesús, sus conciudadanos no son aquellos a los que «se vive», se usa, se abusa. La mirada de Jesús genera una actividad misionera, de servicio, de entrega. Sus conciudadanos son aquellos a quien él sirve. Su amor cura nuestras miopías y nos estimula a mirar más allá, a no quedarnos en las apariencias o en lo políticamente correcto.
Jesús va delante, nos precede, abre el camino y nos invita a seguirlo. Nos invita a ir lentamente superando nuestros preconceptos, nuestras resistencias al cambio de los demás e incluso de nosotros mismos. Nos desafía día a día con una pregunta: ¿Crees? ¿Crees que es posible que un recaudador se transforme en servidor? ¿Crees que es posible que un traidor se vuelva un amigo? ¿Crees que es posible que el hijo de un carpintero sea el Hijo de Dios? Su mirada transforma nuestras miradas, su corazón transforma nuestro corazón. Dios es Padre que busca la salvación de todos sus hijos.
Dejémonos mirar por el Señor en la oración, en la Eucaristía, en la Confesión, en nuestros hermanos, especialmente en aquellos que se sienten dejados, más solos. Y aprendamos a mirar como él nos mira. Compartamos su ternura y su misericordia con los enfermos, los presos, los ancianos, las familias en dificultad. Una y otra vez somos llamados a aprender de Jesús que mira siempre lo más auténtico que vive en cada persona, que es precisamente la imagen de su Padre.
Sé con qué esfuerzo y sacrificio la Iglesia en Cuba trabaja para llevar a todos, aun en los sitios más apartados, la palabra y la presencia de Cristo. Una mención especial merecen las llamadas «casas de misión» que, ante la escasez de templos y de sacerdotes, permiten a tantas personas poder tener un espacio de oración, de escucha de la Palabra, de catequesis, de vida de comunidad. Son pequeños signos de la presencia de Dios en nuestros barrios y una ayuda cotidiana para hacer vivas las palabras del apóstol Pablo: «Les ruego que anden como pide la vocación a la que han sido convocados. Sean siempre humildes y amables, sean comprensivos, sobrellevándose mutuamente con amor; esfuércense en mantener la unidad del Espíritu con el vínculo de la paz» (Ef 4,2).
Deseo dirigir ahora la mirada a la Virgen María, Virgen de la Caridad del Cobre, a quien Cuba acogió en sus brazos y le abrió sus puertas para siempre, y a ella le pido que mantenga sobre todos y cada uno de los hijos de esta noble Nación su mirada maternal y que esos «sus ojos misericordiosos» estén siempre atentos a cada uno de ustedes, sus hogares, sus familias, a las personas que pueden estar sintiendo que para ellos no hay lugar. Que ella nos guarde a todos como cuidó a Jesús en su amor. Y que ella nos enseñe a mirar a los demás como Jesús nos miró a cada uno de nosotros.
[01499-ES.02] [Texto original: Español]
Traduzione in lingua inglese
We are celebrating the feast of the apostle and evangelist Saint Matthew. We are celebrating the story of a conversion. Matthew himself, in his Gospel, tell us what it was like, this encounter which changed his life. He shows us an “exchange of glances” capable of changing history.
On a day like any other, as Matthew, the tax collector, was seated at his table, Jesus passed by, saw him, came up to him and said: “Follow me”. Matthew got up and followed him.
Jesus looked at him. How strong was the love in that look of Jesus, which moved Matthew to do what he did! What power must have been in his eyes to make Matthew get up from his table! We know that Matthew was a publican: he collected taxes from the Jews to give to the Romans. Publicans were looked down upon and considered sinners; for that reason they lived apart and were despised by others. One could hardly eat, speak or pray with the likes of these. For the people, they were traitors: they extorted from their own to give to others. Publicans belonged to this social class.
Jesus stopped; he did not quickly turn away. He looked at Matthew calmly, peacefully. He looked at him with eyes of mercy; he looked at him as no one had ever looked at him before. And that look unlocked Matthew’s heart; it set him free, it healed him, it gave him hope, a new life, as it did to Zacchaeus, to Bartimaeus, to Mary Magdalen, to Peter, and to each of us. Even if we dare not raise our eyes to the Lord, he always looks at us first. This is our story, and it is like that of so many others. Each of us can say: “I, too, am a sinner, whom Jesus has looked upon”. I ask you today, in your homes or at church, when you are alone and at peace, to take a moment to recall with gratitude and happiness those situations, that moment, when the merciful gaze of God was felt in our lives.
Jesus’ love goes before us, his look anticipates our needs. He can see beyond appearances, beyond sin, beyond failures and unworthiness. He sees beyond our rank in society. He sees beyond all of this. He sees our dignity as sons and daughters, a dignity at times sullied by sin, but one which endures in the depth of our soul. It is our dignity as sons and daughters. He came precisely to seek out all those who feel unworthy of God, unworthy of others. Let us allow Jesus to look at us. Let us allow his gaze to run over our streets. Let us allow that look to become our joy, our hope, our happiness in life.
After the Lord looked upon him with mercy, he said to Matthew: “Follow me.” Matthew got up and followed him. After the look, a word. After love, the mission. Matthew is no longer the same; he is changed inside. The encounter with Jesus and his loving mercy transformed him. His table, his money, his exclusion, were all left behind. Before, he had sat waiting to collect his taxes, to take from others; now, with Jesus he must get up and give, give himself to others. Jesus looks at him and Matthew encounters the joy of service. For Matthew and for all who have felt the gaze of Jesus, other people are no longer to be “lived off”, used and abused. The gaze of Jesus gives rise to missionary activity, service, self-giving. Other people are those whom Jesus serves. His love heals our short-sightedness and pushes us to look beyond, not to be satisfied with appearances or with what is politically correct.
Jesus goes before us, he precedes us; he opens the way and invites us to follow him. He invites us slowly to overcome our preconceptions and our reluctance to think that others, much less ourselves, can change. He challenges us daily with a question: “Do you believe? Do you believe it is possible that a tax collector can become a servant? Do you believe it is possible that a traitor can become a friend? Do you believe is possible that the son of a carpenter can be the Son of God?” His gaze transforms our way of seeing things, his heart transforms our hearts. God is a Father who seeks the salvation of each of his sons and daughters.
Let us gaze upon the Lord in prayer, in the Eucharist, in Confession, in our brothers and sisters, especially those who feel excluded or abandoned. May we learn to see them as Jesus sees us. Let us share his tenderness and mercy with the sick, prisoners, the elderly and families in difficulty. Again and again we are called to learn from Jesus, who always sees what is most authentic in every person, which is the image of his Father.
I know the efforts and the sacrifices being made by the Church in Cuba to bring Christ’s word and presence to all, even in the most remote areas. Here I would mention especially the “mission houses” which, given the shortage of churches and priests, provide for many people a place for prayer, for listening to the word of God, for catechesis and for community life. They are small signs of God’s presence in our neighborhoods and a daily aid in our effort to respond to the plea of the apostle Paul: “I beg you to lead a life worthy of the calling to which you have been called, with all lowliness and meekness, forbearing one another in love, eager to maintain the unity of the Spirit in the bond of peace” (cf. Eph 4:1-3).
I now turn my eyes to the Virgin Mary, Our Lady of Charity of El Cobre, whom Cuba embraced and to whom it opened its doors forever. I ask her to look with maternal love on all her children in this noble country. May her “eyes of mercy” ever keep watch over each of you, your homes, your families, and all those who feel that they have no place. In her love, may she protect us all as she once cared for Jesus. And may she teach us to look upon others in the same way that Jesus looked upon each one of us.
[01499-EN.02] [Original text: Spanish]
Traduzione in lingua italiana
Celebriamo la festa dell’Apostolo ed Evangelista san Matteo. Celebriamo la storia di una conversione. Egli stesso, nel suo Vangelo, ci racconta come è stato l’incontro che ha segnato la sua vita, ci introduce in un “gioco di sguardi” che è in grado di trasformare la storia.
Un giorno come qualunque altro, mentre era seduto al banco della riscossione delle imposte, Gesù passò, lo vide, si avvicinò e gli disse: «Seguimi». Ed egli si alzò, lo seguì.
Gesù lo guardò. Che forza di amore ha avuto lo sguardo di Gesù per smuovere Matteo come ha fatto! Che forza devono avere avuto quegli occhi per farlo alzare! Sappiamo che Matteo era un pubblicano, cioè riscuoteva le tasse dagli ebrei per darle ai romani. I pubblicani erano malvisti, considerati anche peccatori, e per questo vivevano isolati e disprezzati dagli altri. Con loro non si poteva mangiare, né parlare e né pregare. Per il popolo erano dei traditori, che prendevano dalla loro gente per dare ad altri. I pubblicani appartenevano a questa categoria sociale.
E Gesù si fermò, non passò oltre frettolosamente, lo guardò senza fretta, lo guardò in pace. Lo guardò con occhi di misericordia; lo guardò come nessuno lo aveva guardato prima. E quello sguardo aprì il suo cuore, lo rese libero, lo guarì, gli diede una speranza, una nuova vita, come a Zaccheo, a Bartimeo, a Maria Maddalena, a Pietro e anche a ciascuno di noi. Anche se noi non osiamo alzare gli occhi al Signore, Lui sempre ci guarda per primo.
E’ la nostra storia personale; come tanti altri, ognuno di noi può dire: anch’io sono un peccatore su cui Gesù ha pone il suo sguardo. Vi invito oggi, a casa o in chiesa, quando siete tranquilli, soli, a fare un momento di silenzio per ricordare con gratitudine e gioia quella circostanza, quel momento in cui lo sguardo misericordioso di Dio si è posato sulla nostra vita.
Il suo amore ci precede, il suo sguardo anticipa le nostre necessità. Egli sa vedere oltre le apparenze, al di là del peccato, al di là del fallimento o dell’indegnità. Sa vedere oltre la categoria sociale a cui apparteniamo. Egli va al di là di tutto ciò. Egli vede quella dignità di figli, che tutti abbiamo, a volte sporcata dal peccato, ma sempre presente nel profondo della nostra anima. E’ la nostra dignità di figli. Egli è venuto proprio a cercare tutti coloro che si sentono indegni di Dio, indegni degli altri. Lasciamoci guardare da Gesù, lasciamo che il suo sguardo percorra le nostre strade, lasciamo che il suo sguardo ci riporti la gioia, la speranza, la gioia della vita.
Dopo averlo guardato con misericordia, il Signore disse a Matteo: “Seguimi”. E Matteo si alzò e lo seguì. Dopo lo sguardo, la parola. Dopo l’amore, la missione. Matteo non è più lo stesso; è cambiato interiormente. L'incontro con Gesù, con il suo amore misericordioso, lo ha trasformato. E in quel momento si lasciò alle spalle il banco delle imposte, il denaro, la sua esclusione. Prima aspettava seduto per riscuotere, per prendere dagli altri; ora con Gesù deve alzarsi per dare, per offrire, per offrirsi agli altri. Gesù lo ha guardato e Matteo ha trovato la gioia nel servizio. Per Matteo e per tutti coloro che hanno percepito lo sguardo di Gesù, i concittadini non sono quelli di cui si approfitta, si usa, si abusa. Lo sguardo di Gesù genera un’attività missionaria, di servizio, di dedizione. I suoi concittadini sono quelli che lui serve. Il suo amore guarisce le nostre miopie e ci stimola a guardare oltre, a non fermarci alle apparenze o al politicamente corretto.
Gesù va avanti, ci precede, apre la strada e ci invita a seguirlo. Ci invita ad andare lentamente superando i nostri pregiudizi, le nostre resistenze al cambiamento degli altri e anche di noi stessi. Ci sfida giorno per giorno con una domanda: credi? Credi che sia possibile che un esattore si trasformi in un servitore? Pensi che sia possibile che un traditore diventi un amico? Pensi che sia possibile che il figlio di un falegname sia il Figlio di Dio? Il suo sguardo trasforma il nostro sguardo, il suo cuore trasforma il nostro cuore. Dio è Padre che vuole la salvezza di tutti i suoi figli.
Lasciamoci guardare dal Signore nella preghiera, nell’Eucaristia, nella Confessione, nei nostri fratelli, soprattutto quelli che si sentono abbandonati, più soli. E impariamo a guardare come Lui guarda noi. Condividiamo la sua tenerezza e la sua misericordia con i malati, i carcerati, gli anziani e le famiglie in difficoltà. Ancora una volta siamo chiamati ad imparare da Gesù, che vede sempre quello che c’è di più autentico in ogni persona, che è appunto l’immagine del Padre.
So con quale sforzo e sacrificio la Chiesa a Cuba sta lavorando per portare a tutti, anche nei luoghi più remoti, la parola e la presenza di Cristo. Una menzione speciale meritano le cosiddette “case di missione”, che, data la scarsità di chiese e sacerdoti, consentono a molte persone di avere un luogo per la preghiera, l’ascolto della Parola, la catechesi e la vita comunitaria. Sono piccoli segni della presenza di Dio nei nostri quartieri e un aiuto quotidiano per rendere vive le parole dell’apostolo Paolo: «Vi esorto: comportatevi in maniera degna della chiamata che avete ricevuto, con ogni umiltà, dolcezza e magnanimità, sopportandovi a vicenda nell’amore, avendo a cuore di conservare l’unità dello spirito per mezzo del vincolo della pace» (Ef 4,1-3).
Desidero ora rivolgere lo sguardo alla Vergine Maria, Nostra Signora della Carità del Cobre, che Cuba ha accolto tra le sue braccia aprendole le sue porte per sempre, e a Lei chiedo di mantenere su ciascuno dei figli di questa nobile nazione il suo sguardo materno, e che “quei suoi occhi misericordiosi” siano sempre attenti a ciascuno di voi, alle vostre case, alle vostre famiglie e alle persone che possono avere l’impressione che per loro non c’è posto. Che lei ci custodisca tutti come ha custodito Gesù nel suo amore. E che Lei ci insegni a guardare gli altri come Gesù ha guardato ognuno di noi.
[01499-IT.02] [Testo originale: Spagnolo]
Al termine della Celebrazione Eucaristica, dopo il ringraziamento del Vescovo, S.E. Mons. Emilio Aranguren Etcheverría, e la benedizione finale, il Santo Padre si è trasferito al Vescovado di Holguín.
Nel pomeriggio, prima di partire alla volta di Santiago de Cuba, Papa Francesco ha raggiunto in auto la “Loma de la Cruz”, un promontorio dal quale si ammira tutta l’isola di Cuba, dove si è soffermato in preghiera davanti alla croce e ha benedetto la città di Holguín.
[B0700-XX.02]