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Viaggio Apostolico di Sua Santità Francesco a Cuba, negli Stati Uniti d’America e Visita alla sede dell’ONU, in occasione della partecipazione all’Incontro Mondiale delle Famiglie in Philadelphia (19-28 settembre 2015) – Saluto ai giovani a La Habana, 20.09.2015


Saluto ai giovani del “Centro Cultural Padre Félix Varela” a La Habana

Discorso pronunciato dal Papa

Discorso preparato dal Santo Padre

Terminata la celebrazione dei Vespri, il Santo Padre è uscito dalla Cattedrale di La Habana e ha raggiunto l’antico edificio ad essa collegato che ospita il Centro Culturale Padre Félix Varela.

Accolto dal Rettore - che gli ha presentato il Centro Culturale - e dal saluto di uno studente, il Papa ha rivolto alle migliaia di giovani riuniti nella piazza antistante il Centro un discorso a braccio, dando per letto quello preparato.

Di seguito riportiamo la trascrizione del discorso pronunciato dal Papa e il testo di quello da lui scritto in precedenza:

Discorso pronunciato dal Papa

Testo in lingua spagnola

Traduzione in lingua inglese

Traduzione in lingua italiana

Testo in lingua spagnola

Ustedes están parados y yo estoy sentado. Qué vergüenza. Pero, saben por qué me siento, porque tomé notas de algunas cosas que dijo nuestro compañero y sobre estas les quiero hablar. Una palabra que cayó fuerte: soñar. Un escritor latinoamericano decía que las personas tenemos dos ojos, uno de carne y otro de vidrio. Con el ojo de carne vemos lo que miramos. Con el ojo de vidrio vemos lo que soñamos. Está lindo, ¿eh?

En la objetividad de la vida tiene que entrar la capacidad de soñar. Y un joven que no es capaz de soñar, está clausurado en sí mismo, está cerrado en sí mismo. Cada uno a veces sueña cosas que nunca van a suceder, pero soñalas, desealas, busca horizontes, abrite, abrite a cosas grandes. No sé si en Cuba se usa la palabra, pero los argentinos decimos “no te arrugues”, ¿eh? No te arrugues, abrite. Abrite y soñá. Soñá que el mundo con vos puede ser distinto. Soñá que si vos ponés lo mejor de vos, vas a ayudar a que ese mundo sea distinto. No se olviden, sueñen. Por ahí se les va la mano y sueñan demasiado, y la vida les corta el camino. No importa, sueñen. Y cuenten sus sueños. Cuenten, hablen de las cosas grandes que desean, porque cuanto más grande es la capacidad de soñar, y la vida te deja a mitad camino, más camino has recorrido. Así que, primero, soñar.

Vos dijiste ahí una frasecita que yo tenía acá escrita en la intervención de él, pero la subrayé y tomé alguna nota: que sepamos acoger y aceptar al que piensa diferente. Realmente, nosotros, a veces, somos cerrados. Nos metemos en nuestro mundito: “o este es como yo quiero que sea, o no”. Y fuiste más allá todavía: que no nos encerremos en los conventillos de las ideologías o en los conventillos de las religiones. Que podamos crecer ante los individualismos. Cuando una religión se vuelve conventillo, pierde lo mejor que tiene, pierde su realidad de adorar a Dios, de creer en Dios. Es un conventillo. Es un conventillo de palabras, de oraciones, de “yo soy bueno, vos sos malo”, de prescripciones morales. Y cuando yo tengo mi ideología, mi modo de pensar y vos tenés el tuyo, me encierro en ese conventillo de la ideología.

Corazones abiertos, mentes abiertas. Si vos pensás distinto que yo, ¿por qué no vamos a hablar? ¿Por qué siempre nos tiramos la piedra sobre aquello que nos separa, sobre aquello en lo que somos distintos? ¿Por qué no nos damos la mano en aquello que tenemos en común? Animarnos a hablar de lo que tenemos en común. Y después podemos hablar de las cosas que tenemos diferentes o que pensamos. Pero digo hablar. No digo pelearnos. No digo encerrarnos. No digo “conventillar”, como usaste vos la palabra. Pero solamente es posible cuando uno tiene la capacidad de hablar de aquello que tengo en común con el otro, de aquello para lo cual somos capaces de trabajar juntos. En Buenos Aires, estaban –en una parroquia nueva, en una zona muy, muy pobre– estaban construyendo unos salones parroquiales un grupo de jóvenes de la universidad. Y el párroco me dijo: “¿por qué no te venís un sábado y así te los presento?”. Trabajaban los sábados y los domingos en la construcción. Eran chicos y chicas de la universidad. Yo llegué y los vi, y me los fue presentando: “este es el arquitecto –es judío–, este es comunista, este es católico práctico, este es…”. Todos eran distintos, pero todos estaban trabajando en común por el bien común. Eso se llama amistad social, buscar el bien común. La enemistad social destruye. Y una familia se destruye por la enemistad. Un país se destruye por la enemistad. El mundo se destruye por la enemistad. Y la enemistad más grande es la guerra. Y hoy día vemos que el mundo se está destruyendo por la guerra. Porque son incapaces de sentarse y hablar: “bueno, negociemos. ¿Qué podemos hacer en común? ¿En qué cosas no vamos a ceder? Pero no matemos más gente”. Cuando hay división, hay muerte. Hay muerte en el alma, porque estamos matando la capacidad de unir. Estamos matando la amistad social. Y eso es lo que yo les pido a ustedes hoy: sean capaces de crear la amistad social.

Después salió otra palabra que vos dijiste. La palabra esperanza. Los jóvenes son la esperanza de un pueblo. Eso lo oímos de todos lados. Pero, ¿qué es la esperanza? ¿Es ser optimistas? No. El optimismo es un estado de ánimo. Mañana te levantás con dolor de hígado y no sos optimista, ves todo negro. La esperanza es algo más. La esperanza es sufrida. La esperanza sabe sufrir para llevar adelante un proyecto, sabe sacrificarse. ¿Vos sos capaz de sacrificarte por un futuro o solamente querés vivir el presente y que se arreglen los que vengan? La esperanza es fecunda. La esperanza da vida. ¿Vos sos capaz de dar vida o vas a ser un chico o una chica espiritualmente estéril, sin capacidad de crear vida a los demás, sin capacidad de crear amistad social, sin capacidad de crear patria, sin capacidad de crear grandeza? La esperanza es fecunda. La esperanza se da en el trabajo. Yo aquí me quiero referir a un problema muy grave que se está viviendo en Europa, la cantidad de jóvenes que no tienen trabajo. Hay países en Europa, que jóvenes de veinticinco años hacia abajo viven desocupados en un porcentaje del 40%. Pienso en un país. Otro país, el 47%. Otro país, el 50%. Evidentemente, que un pueblo que no se preocupa por dar trabajo a los jóvenes, un pueblo –y cuando digo pueblo, no digo gobiernos– todo el pueblo, la preocupación de la gente, de que ¿estos jóvenes trabajan?, ese pueblo no tiene futuro. Los jóvenes entran a formar parte de la cultura del descarte. Y todos sabemos que hoy, en este imperio del dios dinero, se descartan las cosas y se descartan las personas. Se descartan los chicos porque no se los quiere o porque se los mata antes de nacer. Se descartan los ancianos –estoy hablando del mundo, en general–, se descartan los ancianos porque ya no producen. En algunos países hay ley de eutanasia, pero en tantos otros hay una eutanasia escondida, encubierta. Se descartan los jóvenes porque no les dan trabajo. Entonces, ¿qué le queda a un joven sin trabajo? Un país que no inventa, un pueblo que no inventa posibilidades laborales para sus jóvenes, a ese joven le queda o las adicciones, o el suicidio, o irse por ahí buscando ejércitos de destrucción para crear guerras. Esta cultura del descarte nos está haciendo mal a todos, nos quita la esperanza. Y es lo que vos pediste para los jóvenes: queremos esperanza. Esperanza que es sufrida, es trabajadora, es fecunda. Nos da trabajo y nos salva de la cultura del descarte. Y esta esperanza que es convocadora, convocadora de todos, porque un pueblo que sabe autoconvocarse para mirar el futuro y construir la amistad social –como dije, aunque piense diferente–, ese pueblo tiene esperanza.

Y si yo me encuentro con un joven sin esperanza, por ahí una vez dije, un joven es jubilado. Hay jóvenes que parece que se jubilan a los veintidós años. Son jóvenes con tristeza existencial. Son jóvenes que han apostado su vida al derrotismo básico. Son jóvenes que se lamentan. Son jóvenes que se fugan de la vida. El camino de la esperanza no es fácil y no se puede recorrer solo. Hay un proverbio africano que dice: “si querés ir de prisa, andá solo, pero si querés llegar lejos, andá acompañado”. Y yo a ustedes, jóvenes cubanos, aunque piensen diferente, aunque tengan su punto de vista diferente, quiero que vayan acompañados, juntos, buscando la esperanza, buscando el futuro y la nobleza de la patria.

Y así, empezamos con la palabra “soñar” y quiero terminar con otra palabra que vos dijiste y que yo la suelo usar bastante: “la cultura del encuentro”. Por favor, no nos desencontremos entre nosotros mismos. Vayamos acompañados, uno. Encontrados, aunque pensemos distinto, aunque sintamos distinto. Pero hay algo que es superior a nosotros, es la grandeza de nuestro pueblo, es la grandeza de nuestra patria, es esa belleza, esa dulce esperanza de la patria, a la que tenemos que llegar. Muchas gracias.

Bueno, me despido deseándoles lo mejor. Deseándoles… todo esto que les dije, se los deseo. Voy a rezar por ustedes. Y les pido que recen por mí. Y si alguno de ustedes no es creyente –y no puede rezar porque no es creyente–, que al menos me desee cosas buenas. Que Dios los bendiga, los haga caminar en este camino de esperanza hacia la cultura del encuentro, evitando esos conventillos de los cuales habló nuestro compañero. Y que Dios los bendiga a todos.

[01548-ES.01] [Texto original: Español]

Traduzione in lingua inglese

You are standing up and I am sitting. How rude! But you know why I am sitting; it is because I was taking notes on some of the things which our companion here was saying. Those are the things I want to talk about.

One really striking word he used was “dream”. A Latin American writer once said that we all have two eyes: one of flesh and another of glass. With the eye of flesh, we see what is in front of us. With the eye of glass, we see what we dream of. Beautiful, isn’t it?

In the daily reality of life, there has to be room for dreaming. A young person incapable of dreaming is cut off, self-enclosed. Everyone sometimes dreams of things which are never going to happen. But dream them anyway, desire them, seek new horizons, be open to great things.

I’m not sure if you use this word in Cuba, but in Argentina we say: “Don’t be a pushover!” Don’t bend or yield; open up. Open up and dream! Dream that with you the world can be different. Dream that if you give your best, you are going to help make this world a different place. Don’t forget to dream! If you get carried away and dream too much, life will cut you short. It makes no difference; dream anyway, and share your dreams. Talk about the great things you wish for, because the greater your ability to dream, the farther you will have gone; even if life cuts you short half way, you will still have gone a great distance. So, first of all, dream!

You said something which I had wrote down and underlined. You said that we have to know how to welcome and accept those who think differently than we do. Honestly, sometimes we are very closed. We shut ourselves up in our little world: “Either things go my way or not at all”. And you went even further. You said that we must not become enclosed in our little ideological or religious “worlds”... that we need to outgrow forms of individualism.

When a religion becomes a “little world”, it loses the best that it has, it stops worshiping God, believing in God. It becomes a little world of words, of prayers, of “I am good and you are bad”, of moral rules and regulations. When I have my ideology, my way of thinking, and you have yours, I lock myself up in this little world of ideology.

Open hearts and open minds. If you are different than I am, then why don’t we talk? Why do we always throw stones at one another over what separates us, what makes us different? Why don’t we extend a hand where we have common ground? Why not try to speak about what we have in common, and then we can talk about where we differ. But I’m saying “talk”; I’m not saying “fight”. I am not saying retreat into our “little worlds”, to use your word. But this can only happen when I am able to speak about what I have in common with the other person, about things we can work on together.

In Buenos Aires, in a new parish in an extremely poor area, a group of university students were building some rooms for the parish. So the parish priest said to me: “Why don’t you come one Saturday and I’ll introduce them to you”. They were building on Saturdays and Sundays. They were young men and women from the university. So I arrived, I saw them and they were introduced to me: “This is the architect. He’s Jewish. This one is Communist. This one is a practicing Catholic”. They were all different, yet they were all working for the common good.

This is called social friendship, where everyone works for the common good. Social enmity instead destroys. A family is destroyed by enmity. A country is destroyed by enmity. The world is destroyed by enmity. And the greatest enmity is war. Today we see that the world is being destroyed by war, because people are incapable of sitting down and talking. “Good, let’s negotiate. What can we do together? Where are we going to draw the line? But let’s not kill any more people”. Where there is division, there is death: the death of the soul, since we are killing our ability to come together. We are killing social friendship. And this is what I’m asking you today: to find ways of building social friendship”.

Then there was another word you said: “hope”. The young are the hope of every people; we hear this all the time. But what is hope? Does it mean being optimistic? No. Optimism is a state of mind. Tomorrow, you wake up in a bad mood and you’re not optimistic at all; you see everything in a bad light. Hope is something more. Hope involves suffering. Hope can accept suffering as part of building something; it is able to sacrifice. Are you able to sacrifice for the future, or do you simply want to live for the day and let those yet to come fend for themselves? Hope is fruitful. Hope gives life. Are you able to be life-giving? Or are you going to be young people who are spiritually barren, incapable of giving life to others, incapable of building social friendship, incapable of building a nation, incapable of doing great things?

Hope is fruitful. Hope comes from working, from having a job. Here I would mention a very grave problem in Europe: the number of young people who are unemployed. There are countries in Europe where 40% of young people twenty-five years and younger are unemployed. I am thinking of one country. In another country, it is 47% and in another still, 50%.

Clearly, when a people is not concerned with providing work to its young – and when I say “a people”, I don’t mean governments; I mean the entire people who ought to be concerned whether these young people have jobs or not – that people has no future. Young people become part of the throwaway culture and all of us know that today, under the rule of mammon, things get thrown away and people get thrown away. Children are thrown away because they are not wanted, or killed before they are born. The elderly are thrown away – I’m speaking about the world in general – because they are no longer productive. In some countries, euthanasia is legal, but in so many others there is a hidden, covert euthanasia. Young people are thrown away because they are not given work. So then, what is left for a young person who has no work? When a country – a people – does not create employment opportunities for its young, what is left for these young people if not forms of addiction, or suicide, or going off in search of armies of destruction in order to make war.

This throwaway culture is harming us all; it is taking away our hope. And this is what you asked for in the name of young people: “We want hope”. A hope which requires effort, hard work, and which bears fruit; a hope which gives us work and saves us from the throwaway culture. A hope which unites people, all people, because a people can join in looking to the future and in building social friendship – for all their differences – such a people has hope.

For me, meeting a young person without hope is, as I once said, like meeting a young retiree. There are young people who seem to have retired at the age of twenty-two. They are young people filled with existential dreariness, young people who have surrendered to defeatism, young people who whine and run away from life. The path of hope is not an easy one. And it can’t be taken alone. There is an African proverb which says: “If you want to go quickly, walk alone, but if you want to go far, walk with another”.

So this is what I have to say to you, the young people of Cuba. For all your different ways of thinking and seeing things, I would like you to walk with others, together, looking for hope, seeking the future and the nobility of your homeland.

We began with the word “dream”, and I would like to conclude with another word that you said and which I myself often use: “the culture of encounter”. Please, let us not “dis-encounter” one another. Let us go side by side with one other, as one. Encountering one another, even though we may think differently, even though we may feel differently. There is something bigger than us, it is the grandeur of our people, the grandeur of our homeland, that beauty, that sweet hope for our homeland, which we must reach.

Thank you very much. I now leave you with my best wishes. For you I wish… everything I told you; that is what I wish for you. I am going to pray for you. And I ask you to pray for me. And if any of you are not believers – and you can’t pray because you don’t believe – at least wish me well. May God bless you and bring you to tread this path of hope which leads to the culture of encounter, while avoiding those “little worlds” that our companion spoke about. May God bless all of you.

[01548-EN.01] [Original text: Spanish]

Traduzione in lingua italiana

Voi siete in piedi e io sto seduto. Che vergogna! Ma, sapete perché sto seduto? Perché ho preso appunti di alcune cose che ha detto il nostro compagno e delle quale voglio parlarvi. Una parola si è imposta con forza: sognare. Uno scrittore latinoamericano diceva che noi uomini abbiamo due occhi, uno di carne e uno di vetro. Con l’occhio di carne vediamo ciò che guardiamo. Con l’occhio di vetro vediamo ciò che sogniamo. Bello, vero?

Nell’obiettività della vita deve entrare la capacità di sognare. E un giovane che non è capace di sognare è recintato in sé stesso, è chiuso in sé stesso. Tutti sognano cose che non accadranno mai… Ma sognale, desiderale, cerca orizzonti, apriti, apriti a cose grandi. Non so se a Cuba si usa la parola, ma noi argentini diciamo “no te arrugues”, non tirarti indietro, apriti. Apriti e sogna. Sogna che il mondo con te può essere diverso. Sogna che se darai il meglio di te, aiuterai a far sì che questo mondo sia diverso. Non lo dimenticate, sognate. A volte vi lasciate trasportare e sognate troppo, e la vita vi taglia la strada. Non importa, sognate. E raccontate i vostri sogni. Raccontate, parlate delle cose grandi che desiderate, perché più grande è la capacità di sognare – e la vita ti lascia a metà strada –, più cammino hai percorso. Perciò, prima di tutto sognare.

Hai detto una piccola frase che avevo scritto qui durante l’intervento, ma l’ho sottolineata e ho preso qualche appunto: che sappiamo accogliere e accettare chi la pensa diversamente. In realtà noi, a volte, siamo chiusi. Ci mettiamo nel nostro piccolo mondo: “O è così, o niente”. E sei andato oltre: che non ci chiudiamo nelle conventicole delle ideologie o delle religioni. Che possiamo crescere di fronte agli individualismi. Quando una religione diventa conventicola, perde il meglio che ha, perde la sua realtà di adorare Dio, di credere in Dio. È una conventicola. È una conventicola di parole, di preghiere, di “io sono buono, tu sei cattivo”, di prescrizioni morali. E quando io ho la mia ideologia, il mio modo di pensare e tu hai il tuo, mi chiudo in questa conventicola dell’ideologia.

Cuori aperti, menti aperte. Se la pensi in modo diverso da me, perché non ne parliamo? Perché stiamo sempre a litigare su ciò che si separa, su ciò in cui siamo diversi? Perché non ci diamo la mano in ciò che abbiamo in comune? Dobbiamo avere il coraggio di parlare di quello che abbiamo in comune. E dopo possiamo parlare di quello che di diverso abbiamo o pensiamo. Ma dico parlare. Non dico litigare. Non dico chiuderci. Non dico “spettegolare”, come hai detto tu. Ma ciò è possibile solo quando ho la capacità di parlare di ciò che ho in comune con l’altro, di ciò per cui siamo capaci di lavorare insieme. A Buenos Aires – in una parrocchia nuova, in una zona molto, molto povera – un gruppo di giovani universitari stava costruendo alcuni locali parrocchiali. E il parroco mi ha detto: “Perché non vieni un sabato e così te li presento?”. Si dedicavano a costruire il sabato e la domenica. Erano ragazzi e ragazze dell’università. Sono andato e li ho visti, e me li hanno presentati: “Questo è l’architetto, è ebreo, questo è comunista, questo è cattolico praticante, questo è…”. Erano tutti diversi, ma tutti stavano lavorando insieme per il bene comune. Questa si chiama amicizia sociale, cercare il bene comune. L’inimicizia sociale distrugge. E una famiglia si distrugge per l’inimicizia. Un paese si distrugge per l’inimicizia. Il mondo si distrugge per l’inimicizia. E l’inimicizia più grande è la guerra. Oggigiorno vediamo che il mondo si sta distruggendo per la guerra. Perché sono incapaci di sedersi e parlare: “Bene, negoziamo. Che cosa possiamo fare in comune? In quali cose cederemo? Ma non uccidiamo altra gente”. Quando c’è divisione, c’è morte. C’è morte nell’anima, perché stiamo uccidendo la capacità di unire. Stiamo uccidendo l’amicizia sociale. Questo vi chiedo oggi: siate capaci di creare l’amicizia sociale.

Poi c’è un’altra parola che hai detto. La parola speranza. I giovani sono la speranza di un popolo. Questo lo sentiamo dire dappertutto. Ma che cos’è la speranza? È essere ottimisti? No. L’ottimismo è uno stato d’animo. Domani ti alzi col mal di fegato e non sei ottimista, vedi tutto nero. La speranza è qualcosa di più. La speranza è sofferta. La speranza sa soffrire per portare avanti un progetto, sa sacrificarsi. Tu sei capace di sacrificarti per un futuro o vuoi solo vivere il presente e che quelli che verranno si arrangino? La speranza è feconda. La speranza dà vita. Tu sei capace di dare vita, o diventerai un ragazzo o una ragazza spiritualmente sterile, incapace di creare vita per gli altri, incapace di creare amicizia sociale, incapace di creare patria, incapace di creare grandezza? La speranza è feconda. La speranza si dà nel lavoro. Voglio ricordare qui un problema molto grave che si sta vivendo in Europa, cioè il gran numero di giovani che non ha lavoro. Ci sono Paesi in cui la percentuale dei giovani dai 25 anni in giù disoccupati è del 40%. Penso a un Paese. In un altro paese del 47 %, e in un altro ancora del 50%. È chiaro che un popolo che non si preoccupa di dare lavoro ai giovani, un popolo – e quando dico popolo non dico governi –, un intero popolo che non si preoccupa della gente, che questi giovani lavorino, questo popolo non ha futuro.

I giovani entrano a far parte della cultura dello scarto. E tutti sappiamo che oggi, in questo impero del dio denaro, si scartano le cose e si scartano le persone. Si scartano i bambini perché non li si vuole o perché li si uccide prima che nascano. Si scartano gli anziani – sto parlando del mondo, in generale –, si scartano gli anziani perché non producono più. In alcuni Paesi, c’è la legge sull’eutanasia, ma in tanti altri c’è un’eutanasia nascosta, occulta. Si scartano i giovani perché non si dà loro lavoro. Allora, che cosa resta a un giovane senza lavoro? Se un Paese non inventa, se un popolo non inventa possibilità di lavoro per i suoi giovani, a quel giovane restano solo o le dipendenze o il suicidio, o andare in giro a cercare eserciti di distruzione per creare guerre. Questa cultura dello scarto sta facendo del male a tutti noi, ci toglie la speranza. Ed è quello che hai chiesto per i giovani: vogliamo speranza. Speranza che è sofferta, è laboriosa, è feconda. Ci dà lavoro e ci salva dalla cultura dello scarto. E questa speranza convoca, convoca tutti, perché un popolo che sa autoconvocarsi per guardare al futuro e costruire l’amicizia sociale – come ho già detto, anche se si pensa in modi diversi –, questo popolo ha speranza.

E se io incontro un giovane senza speranza – l’ho già detto una volta – quel giovane è un “pensionato”. Ci sono giovani che sembrano andare in pensione a 22 anni. Sono giovani con una tristezza esistenziale. Sono giovani che hanno puntato la loro vita sul disfattismo di base. Sono giovani che si lamentano. Sono giovani che fuggono dalla vita. Il cammino della speranza non è facile e non si può percorrere da soli. C’è un proverbio africano che dice: “Se vuoi andare in fretta, vai solo, ma se vuoi arrivare lontano, vai accompagnato”. E io voglio che voi, giovani cubani, anche se la pensate in modo diverso, anche se avete punti di vista diversi, andiate in compagnia, insieme, cercando la speranza, cercando il futuro e la nobiltà della patria.

Abbiamo iniziato con la parola “sognare”, e voglio concludere con un’altra espressione che mi hai detto e che io uso spesso: la cultura dell’incontro. Per favore, non dividiamoci tra noi. Andiamo insieme, uniti, anche se la pensiamo diversamente, anche se sentiamo diversamente. Ma c’è qualcosa che è superiore a noi, è la grandezza del nostro popolo, è la grandezza della nostra patria, ed è a questa bellezza, a questa dolce speranza della patria, che dobbiamo arrivare. Grazie.

Bene, vi saluto augurandovi ogni bene, augurandovi… tutto quello che vi ho detto. Ve lo auguro. Pregherò per voi. E vi chiedo di pregare per me. E se qualcuno di voi non è credente – e non può pregare perché non è credente – che almeno mi auguri cose buone. Che Dio vi benedica, vi faccia procedere lungo questo cammino di speranza verso la cultura dell’incontro, evitando quelle conventicole di cui ha parlato il nostro compagno. E che Dio vi benedica tutti.

[01548-IT.01] [Testo originale: Spagnolo]

Discorso preparato dal Santo Padre

Testo in lingua spagnola

Testo in lingua inglese

Testo in lingua italiana

Testo in lingua spagnola

Queridos amigos:

Siento una gran alegría de poder estar con ustedes precisamente aquí en este Centro cultural, tan significativo para la historia de Cuba. Doy gracias a Dios por haberme concedido la oportunidad de tener este encuentro con tantos jóvenes que, con su trabajo, estudio y preparación, están soñando y también haciendo ya realidad el mañana de Cuba.

Agradezco a Leonardo sus palabras de saludo, y especialmente porque, pudiendo haber hablado de muchas otras cosas, ciertamente importantes y concretas, como las dificultades, los miedos, las dudas –tan reales y humanas–, nos ha hablado de esperanza, de esos sueños e ilusiones que anidan con fuerza en el corazón de los jóvenes cubanos, más allá de sus diferencias de formación, de cultura, de creencias o de ideas. Gracias, Leonardo, porque yo también, cuando los miro a ustedes, la primera cosa que me viene a la mente y al corazón es la palabra esperanza. No puedo concebir a un joven que no se mueva, que esté paralizado, que no tenga sueños ni ideales, que no aspire a algo más.

Pero, ¿cuál es la esperanza de un joven cubano en esta época de la historia? Ni más ni menos que la de cualquier otro joven de cualquier parte del mundo. Porque la esperanza nos habla de una realidad que está enraizada en lo profundo del ser humano, independientemente de las circunstancias concretas y los condicionamientos históricos en que vive. Nos habla de una sed, de una aspiración, de un anhelo de plenitud, de vida lograda, de un querer tocar lo grande, lo que llena el corazón y eleva el espíritu hacia cosas grandes, como la verdad, la bondad y la belleza, la justicia y el amor. Sin embargo, eso comporta un riesgo. Requiere estar dispuestos a no dejarse seducir por lo pasajero y caduco, por falsas promesas de felicidad vacía, de placer inmediato y egoísta, de una vida mediocre, centrada en uno mismo, y que sólo deja tras de sí tristeza y amargura en el corazón. No, la esperanza es audaz, sabe mirar más allá de la comodidad personal, de las pequeñas seguridades y compensaciones que estrechan el horizonte, para abrirse a grandes ideales que hacen la vida más bella y digna. Yo le preguntaría a cada uno de ustedes: ¿Qué es lo que mueve tu vida? ¿Qué hay en tu corazón, dónde están tus aspiraciones? ¿Estás dispuesto a arriesgarte siempre por algo más grande?

Tal vez me pueden decir: «Sí, Padre, la atracción de esos ideales es grande. Yo siento su llamado, su belleza, el brillo de su luz en mi alma. Pero, al mismo tiempo, la realidad de mi debilidad y de mis pocas fuerzas es muy fuerte para decidirme a recorrer el camino de la esperanza. La meta es muy alta y mis fuerzas son pocas. Mejor conformarse con poco, con cosas tal vez menos grandes pero más realistas, más al alcance de mis posibilidades». Yo comprendo esta reacción, es normal sentir el peso de lo arduo y difícil, sin embargo, cuidado con caer en la tentación de la desilusión, que paraliza la inteligencia y la voluntad, ni dejarnos llevar por la resignación, que es un pesimismo radical frente a toda posibilidad de alcanzar lo soñado. Estas actitudes al final acaban o en una huida de la realidad hacia paraísos artificiales o en un encerrarse en el egoísmo personal, en una especie de cinismo, que no quiere escuchar el grito de justicia, de verdad y de humanidad que se alza a nuestro alrededor y en nuestro interior.

Pero, ¿qué hacer? ¿Cómo hallar caminos de esperanza en la situación en que vivimos? ¿Cómo hacer para que esos sueños de plenitud, de vida auténtica, de justicia y verdad, sean una realidad en nuestra vida personal, en nuestro país y en el mundo? Pienso que hay tres ideas que pueden ser útiles para mantener viva la esperanza.

La esperanza, un camino hecho de memoria y discernimiento. La esperanza es la virtud del que está en camino y se dirige a alguna parte. No es, por tanto, un simple caminar por el gusto de caminar, sino que tiene un fin, una meta, que es la que da sentido e ilumina el sendero. Al mismo tiempo, la esperanza se alimenta de la memoria, abarca con su mirada no sólo el futuro sino el pasado y el presente. Para caminar en la vida, además de saber a dónde queremos ir es importante saber también quiénes somos y de dónde venimos. Una persona o un pueblo que no tiene memoria y borra su pasado corre el riesgo de perder su identidad y arruinar su futuro. Se necesita por tanto la memoria de lo que somos, de lo que forma nuestro patrimonio espiritual y moral. Creo que esa es la experiencia y la enseñanza de ese gran cubano que fue el Padre Félix Varela. Y se necesita también el discernimiento, porque es esencial abrirse a la realidad y saber leerla sin miedos ni prejuicios. No sirven las lecturas parciales o ideológicas, que deforman la realidad para que entre en nuestros pequeños esquemas preconcebidos, provocando siempre desilusión y desesperanza. Discernimiento y memoria, porque el discernimiento no es ciego, sino que se realiza sobre la base de sólidos criterios éticos, morales, que ayudan a discernir lo que es bueno y justo.

La esperanza, un camino acompañado. Dice un proverbio africano: «Si quieres ir deprisa, ve solo; si quieres ir lejos, ve acompañado». El aislamiento o la clausura en uno mismo nunca generan esperanza, en cambio, la cercanía y el encuentro con el otro, sí. Solos no llegamos a ninguna parte. Tampoco con la exclusión se construye un futuro para nadie, ni siquiera para uno mismo. Un camino de esperanza requiere una cultura del encuentro, del diálogo, que supere los contrastes y el enfrentamiento estéril. Para ello, es fundamental considerar las diferencias en el modo de pensar no como un riesgo, sino como una riqueza y un factor de crecimiento. El mundo necesita esta cultura del encuentro, necesita de jóvenes que quieran conocerse, que quieran amarse, que quieran caminar juntos y construir un país como lo soñaba José Martí: «Con todos y para el bien de todos».

La esperanza, un camino solidario. La cultura del encuentro debe conducir naturalmente a una cultura de la solidaridad. Aprecio mucho lo que ha dicho Leonardo al comienzo cuando ha hablado de la solidaridad como fuerza que ayuda a superar cualquier obstáculo. Efectivamente, si no hay solidaridad no hay futuro para ningún país. Por encima de cualquier otra consideración o interés, tiene que estar la preocupación concreta y real por el ser humano, que puede ser mi amigo, mi compañero, o también alguien que piensa distinto, que tiene sus ideas, pero que es tan ser humano y tan cubano como yo mismo. No basta la simple tolerancia, hay que ir más allá y pasar de una actitud recelosa y defensiva a otra de acogida, de colaboración, de servicio concreto y ayuda eficaz. No tengan miedo a la solidaridad, al servicio, al dar la mano al otro para que nadie se quede fuera del camino.

Este camino de la vida está iluminado por una esperanza más alta: la que nos viene de la fe en Cristo. Él se ha hecho nuestro compañero de viaje, y no sólo nos alienta sino que nos acompaña, está a nuestro lado y nos tiende su mano de amigo. Él, el Hijo de Dios, ha querido hacerse uno como nosotros, para recorrer también nuestro camino. La fe en su presencia, su amor y su amistad, encienden e iluminan todas nuestras esperanzas e ilusiones. Con Él, aprendemos a discernir la realidad, a vivir el encuentro, a servir a los demás y a caminar en la solidaridad.

Queridos jóvenes cubanos, si Dios mismo ha entrado en nuestra historia y se ha hecho hombre en Jesús, si ha cargado en sus hombros con nuestra debilidad y pecado, no tengan miedo a la esperanza, no tengan miedo al futuro, porque Dios apuesta por ustedes, cree en ustedes, espera en ustedes.

Queridos amigos, gracias por este encuentro. Que la esperanza en Cristo su amigo les guíe siempre en su vida. Y, por favor, no se olviden de rezar por mí. Que el Señor los bendiga.

[01498-ES.01] [Texto original: Español]

Traduzione in lingua inglese

Dear Friends,

I am very happy to be with you here in this Cultural Center which is so important for Cuban history. I thank God for this opportunity to meet so many young people who, by their work, studies and training, are dreaming of, and already making real, the future of Cuba.

I thank Leonardo for his words of welcome, and particularly because, although he could have spoken about so many other important and concrete things such as our difficulties, fears, and doubts – as real and human as they are – he spoke to us about hope. He talked to us about those dreams and aspirations so firmly planted in the heart of young Cubans, transcending all their differences in education, culture, beliefs or ideas. Thank you, Leonardo, because, when I look at all of you, the first thing that comes into my mind and heart, too, is the word “hope”. I cannot imagine a young person who is listless, without dreams or ideals, without a longing for something greater.

But what kind of hope does a young Cuban have at this moment of history? Nothing more or less than that of any other young person in any other part of the world. Because hope speaks to us of something deeply rooted in every human heart, independently of our concrete circumstances and historical conditioning. Hope speaks to us of a thirst, an aspiration, a longing for a life of fulfillment, a desire to achieve great things, things which fill our heart and lift our spirit to lofty realities like truth, goodness and beauty, justice and love. But it also involves taking risks. It means being ready not to be seduced by what is fleeting, by false promises of happiness, by immediate and selfish pleasures, by a life of mediocrity and self-centeredness, which only fills the heart with sadness and bitterness. No, hope is bold; it can look beyond personal convenience, the petty securities and compensations which limit our horizon, and can open us up to grand ideals which make life more beautiful and worthwhile. I would ask each one of you: What is it that shapes your life? What lies deep in your heart? Where do your hopes and aspirations lie? Are you ready to put yourself on the line for the sake of something even greater?

Perhaps you may say: “Yes, Father, I am strongly attracted to those ideals. I feel their call, their beauty, their light shining in my heart. But I feel too weak, I am not ready to decide to take the path of hope. The goal is lofty and my strength is all too little. It is better to be content with small things, less grand but more realistic, more within my reach”. I can understand that reaction; it is normal to feel weighed down by difficult and demanding things. But take care not to yield to the temptation of a disenchantment which paralyzes the intellect and the will, or that apathy which is a radical form of pessimism about the future. These attitudes end either in a flight from reality towards vain utopias, or else in selfish isolation and a cynicism deaf to the cry for justice, truth and humanity which rises up around us and within us.

But what are we to do? How do we find paths of hope in the situations in which we live? How do we make those hopes for fulfillment, authenticity, justice and truth, become a reality in our personal lives, in our country and our world? I think that there are three ideas which can help to keep our hope alive:

Hope is a path made of memory and discernment. Hope is the virtue which goes places. It isn’t simply a path we take for the pleasure of it, but it has an end, a goal which is practical and lights up our way. Hope is also nourished by memory; it looks not only to the future but also to the past and present. To keep moving forward in life, in addition to knowing where we want to go, we also need to know who we are and where we come from. Individuals or peoples who have no memory and erase their past risk losing their identity and destroying their future. So we need to remember who we are, and in what our spiritual and moral heritage consists. This, I believe, was the experience and the insight of that great Cuban, Father Félix Varela. Discernment is also needed, because it is essential to be open to reality and to be able to interpret it without fear or prejudice. Partial and ideological interpretations are useless; they only disfigure reality by trying to fit it into our preconceived schemas, and they always cause disappointment and despair. We need discernment and memory, because discernment is not blind; it is built on solid ethical and moral criteria which help us to see what is good and just.

Hope is a path taken with others. An African proverb says: “If you want to go fast, go alone; if you want to go far, go with others”. Isolation and aloofness never generate hope; but closeness to others and encounter do. Left to ourselves, we will go nowhere. Nor by exclusion will we be able to build a future for anyone, even ourselves. A path of hope calls for a culture of encounter, dialogue, which can overcome conflict and sterile confrontation. To create that culture, it is vital to see different ways of thinking not in terms of risk, but of richness and growth. The world needs this culture of encounter. It needs young people who seek to know and love one another, to journey together in building a country like that which José Martí dreamed of: “With all, and for the good of all”.

Hope is a path of solidarity. The culture of encounter should naturally lead to a culture of solidarity. I was struck by what Leonardo said at the beginning, when he spoke of solidarity as a source of strength for overcoming all obstacles. Without solidarity, no country has a future. Beyond all other considerations or interests, there has to be concern for that person who may be my friend, my companion, but also someone who may think differently than I do, someone with his own ideas yet just as human and just as Cuban as I am. Simple tolerance is not enough; we have to go well beyond that, passing from a suspicious and defensive attitude to one of acceptance, cooperation, concrete service and effective assistance. Do not be afraid of solidarity, service and offering a helping hand, so that no one is excluded from the path.

This path of life is lit up by a higher hope: the hope born of our faith in Christ. He made himself our companion along the way. Not only does he encourage us, he also accompanies us; he is at our side and he extends a friendly hand to us. The Son of God, he wanted to become someone like us, to accompany us on our way. Faith in his presence, in his friendship and love, lights up all our hopes and dreams. With him at our side, we learn to discern what is real, to encounter and serve others, and to walk the path of solidarity.

Dear young people of Cuba, if God himself entered our history and became flesh in Jesus, if he shouldered our weakness and sin, then you need not be afraid of hope, or of the future, because God is on your side. He believes in you, and he hopes in you.

Dear friends, thank you for this meeting. May hope in Christ, your friend, always guide you along your path in life. And, please, remember to pray for me. May the Lord bless all of you.

[01498-EN.02] [Original text: Spanish]

Traduzione in lingua italiana

Cari amici,

Provo una grande gioia nel poter stare con voi proprio qui in questo Centro Culturale, così significativo per la storia di Cuba. Rendo grazie a Dio per avermi concesso l’opportunità di avere quest’incontro con tanti giovani che, col proprio lavoro, studio e preparazione, stanno sognando e anche già realizzando il domani di Cuba.

Ringrazio Leonardo per le sue parole di saluto, e specialmente perché, pur potendo parlare di molte altre cose, certamente importanti e concrete, come le difficoltà, le paure, i dubbi – tanto reali e umani -, ci ha parlato di speranza, di quei sogni e aspirazioni che sono fortemente impressi nel cuore dei giovani cubani, al di là delle loro differenze di formazione, di cultura, di fede e di idee. Grazie, Leonardo, perché io stesso, quando guardo voi, la prima cosa che mi viene nella mente e nel cuore è la parola speranza. Non posso concepire un giovane che non si muova, che rimanga bloccato, che non abbia sogni né ideali, che non aspiri a qualcosa di più.

Ma qual è la speranza di un giovane cubano in quest’epoca della storia? Né più né meno che quella di qualsiasi altro giovane di qualsiasi parte del mondo. Perché la speranza ci parla di una realtà che è radicata nel profondo dell’essere umano, indipendentemente dalle circostanze concrete e dai condizionamenti storici in cui vive. Ci parla di una sete, di un’aspirazione, di un anelito di pienezza, di vita realizzata, di un misurarsi con ciò che è grande, con ciò che riempie il cuore ed eleva lo spirito verso cose grandi, come la verità, la bontà e la bellezza, la giustizia e l’amore. Senza dubbio, questo comporta un rischio. Chiede di essere disposti a non lasciarsi sedurre da ciò che è passeggero e caduco, da false promesse di felicità vuota, di piacere immediato ed egoista, di una vita mediocre, centrata su se stessi, e che lascia nel cuore solo tanta tristezza e amarezza. No, la speranza è audace, sa guardare oltre la comodità personale, le piccole sicurezze e compensazioni che restringono l’orizzonte, per aprirsi a grandi ideali che rendono la vita più bella e dignitosa. Io chiederei a ciascuno di voi: Cos’è che muove la tua vita? Cosa c’è nel tuo cuore, in cui abitano le tue aspirazioni? Sei disposto a rischiare sempre per qualcosa di più grande?

Qualcuno di voi potrebbe dirmi: “Sì, Padre, l’attrazione per questi ideali è grande. Sento il loro richiamo, la loro bellezza, lo splendore della loro luce nella mia anima. Ma, nello stesso tempo, la realtà della mia debolezza e delle mie poche forze è molto pesante perché io riesca a decidermi a percorrere il cammino della speranza. La meta è molto alta e le mie forze sono poche. Meglio accontentarsi di poco, di cose forse meno grandi però più realiste, più alla portata delle mie possibilità”. Comprendo questa reazione, è normale sentire il peso di quanto è arduo e difficile, tuttavia, attenti a non cadere nella tentazione della delusione, che paralizza l’intelligenza e la volontà, e a non lasciarci prendere dalla rassegnazione, che è un pessimismo radicale di fronte ad ogni possibilità di raggiungere i nostri sogni. Questi atteggiamenti alla fine sfociano o in una fuga dalla realtà verso paradisi artificiali o in un trincerarsi nell’egoismo personale, in una specie di cinismo, che non vuole ascoltare il grido di giustizia, di verità e di umanità che si leva intorno a noi e dentro di noi.

Ma che fare? Come trovare vie di speranza nella situazione in cui viviamo? Come fare perché questi sogni di pienezza, di vita autentica, di giustizia e verità, siano una realtà nella nostra vita personale, nel nostro paese e nel mondo? Penso che ci sono tre idee che possono essere utili per tenere viva la speranza.

La speranza, un cammino fatto di memoria e discernimento. La speranza è la virtù di colui che è in cammino e si dirige da qualche parte. Non è dunque un semplice camminare per il gusto di camminare, bensì ha un fine, una meta, che è quella che dà senso e illumina la strada. Nello stesso tempo, la speranza si nutre della memoria, comprende con il suo sguardo non solo il futuro ma anche il passato e il presente. Per camminare nella vita, oltre a sapere dove vogliamo andare, è importante sapere anche chi siamo e da dove veniamo. Una persona o un popolo che non ha memoria e cancella il suo passato, corre il rischio di perdere la sua identità e rovinare il suo futuro. È necessaria pertanto la memoria di ciò che siamo, di ciò che costituisce il nostro patrimonio spirituale e morale. Credo che questa sia l’esperienza e l’insegnamento di quel grande cubano che è stato Padre Félix Varela. Ed è necessario anche il discernimento, perché è essenziale aprirsi alla realtà e saperla leggere senza timori e pregiudizi. Non servono le letture parziali o ideologiche, che deformano la realtà affinché entri nei nostri piccoli schemi prestabiliti, provocando sempre delusione e disperazione. Discernimento e memoria, perché il discernimento non è cieco, ma si realizza sulla base di solidi criteri etici, morali, che aiutano a discernere ciò che è buono e giusto.

La speranza, un cammino accompagnato. Dice un proverbio africano: «Se vuoi andare in fretta, vai da solo; se vuoi andare lontano, vai in compagnia». L’isolamento o la chiusura in sé stessi non generano mai speranza, invece la vicinanza e l’incontro con l’altro sì. Da soli non arriviamo da nessuna parte. E con la esclusione non si costruisce un futuro per nessuno, neanche per sé stessi. Un cammino di speranza esige una cultura dell’incontro, del dialogo, che superi i contrasti e il confronto sterile. Perciò è fondamentale considerare le differenze nel modo di pensare non come un rischio, ma come una ricchezza e un fattore di crescita. Il mondo ha bisogno di questa cultura dell’incontro, ha bisogno di giovani che vogliano conoscersi, che vogliano amarsi, che vogliano camminare uniti e costruire un paese come lo sognava José Martí: «Con tutti e per il bene di tutti».

La speranza, un cammino solidale. La cultura dell’incontro deve condurre naturalmente a una cultura della solidarietà. Apprezzo molto quanto ha detto Leonardo all’inizio quando ha parlato della solidarietà come forza che aiuta a superare ogni ostacolo. Effettivamente, se non c’è solidarietà non c’è futuro per nessun Paese. In cima a qualsiasi altra considerazione o interesse, ci dev’essere la preoccupazione concreta e reale per l’essere umano, che può essere mio amico, mio compagno, o anche qualcuno che la pensa in modo diversa, che ha le sue idee, ma che è un essere umano e un cubano tanto quanto me. Non basta la semplice tolleranza, occorre andare oltre e passare da un atteggiamento diffidente e difensivo a uno di accoglienza, di collaborazione, di servizio concreto e di aiuto effettivo. Non abbiate paura della solidarietà, del servizio, del dare la mano all’altro in modo che nessuno sia lasciato fuori dalla strada.

Questa strada della vita è illuminata da una speranza più alta: quella che ci viene dalla fede in Cristo. Egli si è fatto nostro compagno di viaggio, e non solo ci incoraggia ma ci accompagna, sta al nostro fianco e ci tende la sua mano di amico. Egli, il Figlio di Dio, ha voluto farsi uno come noi, per percorrere anche la nostra strada. La fede nella sua presenza, il suo amore e la sua amicizia, accendono e illuminano tutte le nostre speranze e illusioni. Con Lui, impariamo a discernere la realtà, a vivere l’incontro, a servire gli altri e a camminare nella solidarietà.

Cari giovani cubani, se Dio stesso è entrato nella nostra storia e si è fatto uomo in Gesù, si è caricato sulle spalle la nostra debolezza e il nostro peccato, non abbiate paura della speranza, non abbiate paura del futuro, perché Dio scommette su di voi, crede in voi, spera in voi.

Cari amici, grazie per questo incontro. La speranza in Cristo vostro amico vi guidi sempre nella vostra vita. E, per favore, non dimenticatevi di pregare per me. Il Signore vi benedica!

[01498-IT.01] [Testo originale: Spagnolo]

Concluso l’incontro con i giovani, il Papa è rientrato in auto alla Nunziatura Apostolica.

[B0698-XX.02]