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Viaggio Apostolico di Sua Santità Francesco in Ecuador, Bolivia e Paraguay (5-13 luglio 2015) – Incontro con la società civile dell’Ecuador nella chiesa di San Francisco a Quito, 07.07.2015


Incontro con la società civile dell’Ecuador nella chiesa di San Francisco a Quito

Visita privata alla “Iglesia de la Compañía” a Quito

Incontro con la società civile dell’Ecuador nella chiesa di San Francisco a Quito

 

Discorso del Santo Padre

Traduzione in lingua italiana

Traduzione in lingua inglese

Dopo l’incontro alla Pontificia Università Cattolica dell’Ecuador, nel tardo pomeriggio il Santo Padre ha raggiunto in auto la chiesa di San Francisco. Al Suo arrivo ha ricevuto dal Sindaco le Chiavi della Città ed è stato accolto dal Padre Guardiano della comunità francescana.

All’interno della chiesa, Papa Francesco ha incontrato la società civile dell’Ecuador. Hanno partecipato all’incontro rappresentanti della società nei diversi ambiti della cultura, dell’economia, dell’imprenditoria industriale e rurale, del volontariato e dello sport, oltre a una rappresentanza delle popolazioni indigene amazzoniche.

Dopo il saluto dell’Arcivescovo di Cuenca e Presidente della Commissione per i Laici della Conferenza Episcopale dell’Ecuador, S.E. Mons. Luis Gerardo Cabrera Herrera, OFM, e alcune testimonianze, il Papa ha pronunciato il discorso che riportiamo di seguito:

Discorso del Santo Padre

Queridos amigos:

Buenas tardes. Y perdonen si me pongo de costado, pero necesito la luz sobre el papel. No veo bien. Me alegra poder estar con ustedes, hombres y mujeres que representan y dinamizan la vida social, política y económica del País.

Justo antes de entrar en la Iglesia, el Señor Alcalde me ha entregado las llaves de la ciudad. Así puedo decir que aquí, en San Francisco de Quito, soy de casa. Ese símbolo, que es muestra de confianza y cariño, al abrirme las puertas, me permite presentarles algunas claves de la convivencia ciudadana a partir de este ser de casa, es decir, a partir de la experiencia de la vida familiar.

Nuestra sociedad gana cuando cada persona, cada grupo social, se siente verdaderamente de casa. En una familia, los padres, los abuelos, los hijos son de casa; ninguno está excluido. Si uno tiene una dificultad, incluso grave, aunque se la haya buscado él, los demás acuden en su ayuda, lo apoyan; su dolor es de todos. Me viene a la mente la imagen de esas madres o esposas. Las he visto en Buenos Aires haciendo colas los días de visita para entrar a la cárcel, para ver a su hijo o a su esposo que no se portó bien, por decirlo en lenguaje sencillo, pero no los dejan porque siguen siendo de casa. Cómo nos enseñan esas mujeres. En la sociedad, ¿no debería suceder también lo mismo? Y, sin embargo, nuestras relaciones sociales o el juego político en el sentido más amplio de la palabra –no olvidemos que la política, decía el beato Pablo VI, es una de las formas más altas de la caridad–, muchas veces este actuar nuestro se basa en la confrontación, que produce descarte. Mi posición, mi idea, mi proyecto se consolidan si soy capaz de vencer al otro, de imponerme, de descartarlo. Así vamos construyendo una cultura del descarte que hoy día ha tomado dimensiones mundiales, de amplitud. ¿Eso es ser familia? En las familias todos contribuyen al proyecto común, todos trabajan por el bien común, pero sin anular al individuo; al contrario, lo sostienen, lo promueven. Se pelean, pero hay algo que no se mueve: ese lazo familiar. Las peleas de familia son reconciliaciones después. Las alegrías y las penas de cada uno son asumidas por todos. ¡Eso sí es ser familia! Si pudiéramos lograr ver al oponente político o al vecino de casa con los mismos ojos que a los hijos, esposas, o esposos, padres o madres, qué bueno sería. ¿Amamos nuestra sociedad o sigue siendo algo lejano, algo anónimo, que no nos involucra, no nos mete, no nos compromete? ¿Amamos nuestro país, la comunidad que estamos intentando construir? ¿La amamos sólo en los conceptos disertados, en el mundo de las ideas? San Ignacio –permítanme el aviso publicitario-, san Ignacio nos decía en los Ejercicios que el amor se muestra más en las obras que en las palabras. ¡Amémosla a la sociedad en las obras más que en las palabras! En cada persona, en lo concreto, en la vida que compartimos. Y además nos decía que el amor siempre se comunica, tiende a la comunicación, nunca al aislamiento. Dos criterios que nos pueden ayudar a mirar la sociedad con otros ojos. No solo a mirarla, sino a sentirla, a pensarla, a tocarla, a amasarla.

A partir de este afecto, irán surgiendo gestos sencillos que refuercen los vínculos personales. En varias ocasiones me he referido a la importancia de la familia como célula de la sociedad. En el ámbito familiar, las personas reciben los valores fundamentales del amor, la fraternidad y el respeto mutuo, que se traducen en valores sociales esenciales, y son la gratuidad, la solidaridad y la subsidiariedad. Entonces, partiendo de este ser de casa, mirando la familia, pensemos en la sociedad a través de estos valores sociales que mamamos en casa, en la familia: la gratuidad, la solidaridad y la subsidiariedad.

La gratuidad: para los padres, todos sus hijos, aunque cada uno tenga su propia índole, son igual de queribles. En cambio, el niño, cuando se niega a compartir lo que recibe gratuitamente de ellos, de los padres, rompe esta relación o entra en crisis, fenómeno más común. Las primeras reacciones, que a veces suelen ser anteriores a la autoconciencia de la madre, empiezan cuando la madre está embarazada: el chico empieza con actitudes raras, empieza a querer romper, porque su psiquis le prende el semáforo rojo: cuidado que hay competencia, cuidado que ya no sos el único. Curioso. El amor de los padres lo ayuda a salir de su egoísmo para que aprenda a convivir con el que viene y con los demás, que aprenda a ceder, para abrirse al otro. A mí me gusta preguntarle a los chicos: “Si tenés dos caramelos y viene un amigo, ¿qué hacés?” Generalmente, me dicen: “Le doy uno”. Generalmente. “Y si tenés un caramelo y viene tu amigo, ¿qué hacés?” Ahí dudan. Y van desde el “se lo doy”, “lo partimos”, al “me lo meto en el bolsillo”. Ese chico que aprende a abrirse al otro. En el ámbito social, esto supone asumir que la gratuidad no es complemento sino requisito necesario para la justicia. La gratuidad es requisito necesario para la justicia. Lo que somos y tenemos nos ha sido confiado para ponerlo al servicio de los demás –gratis lo recibimos, gratis lo damos–. Nuestra tarea consiste en que fructifique en obras de bien. Los bienes están destinados a todos, y aunque uno ostente su propiedad, que es lícito, pesa sobre ellos una hipoteca social. Siempre. Se supera así el concepto económico de justicia, basado en el principio de compraventa, con el concepto de justicia social, que defiende el derecho fundamental de la persona a una vida digna. Y, siguiendo con la justicia, la explotación de los recursos naturales, tan abundantes en el Ecuador, no debe buscar beneficio inmediato. Ser administradores de esta riqueza que hemos recibido nos compromete con la sociedad en su conjunto y con las futuras generaciones, a las que no podremos legar este patrimonio sin un adecuado cuidado del medio ambiente, sin una conciencia de gratuidad que brota de la contemplación del mundo creado. Nos acompañan aquí hoy hermanos de pueblos originarios provenientes de la amazonía ecuatoriana. Esa zona es de las “más ricas en variedad de especies, en especies endémicas, poco frecuentes o con menor grado de protección efectiva… Requiere un cuidado particular por su enorme importancia para el ecosistema mundial, pues tiene una biodiversidad con una enorme complejidad, casi imposible de reconocer integralmente. Pero, cuando es quemada, cuando es arrasada para desarrollar cultivos, en pocos años se pierden innumerables especies, cuando no se convierten en áridos desiertos (cf. LS 37-38). Y ahí Ecuador –junto a los otros países con franjas amazónicas– tiene una oportunidad para ejercer la pedagogía de una ecología integral. ¡Nosotros hemos recibido como herencia de nuestros padres el mundo, pero también recordemos que lo hemos recibido como un préstamo de nuestros hijos y de las generaciones futuras a las cuales lo tenemos que devolver! Y mejorado. ¡Y esto es gratuidad!

De la fraternidad vivida en la familia, nace ese segundo valor, la solidaridad en la sociedad, que no consiste únicamente en dar al necesitado, sino en ser responsables los unos a los otros. Si vemos en el otro a un hermano, nadie puede quedar excluido, nadie puede quedar apartado.

El Ecuador, como muchos pueblos latinoamericanos, experimenta hoy profundos cambios sociales y culturales, nuevos retos que requieren la participación de todos los actores sociales. La migración, la concentración urbana, el consumismo, la crisis de la familia, la falta de trabajo, las bolsas de pobreza producen incertidumbre y tensiones que constituyen una amenaza a la convivencia social. Las normas y las leyes, así como los proyectos de la comunidad civil, han de procurar la inclusión, abrir espacios de diálogo, espacios de encuentro y así dejar en el doloroso recuerdo cualquier tipo de represión, el control desmedido y la merma de libertades. La esperanza de un futuro mejor pasa por ofrecer oportunidades reales a los ciudadanos, especialmente a los jóvenes, creando empleo, con un crecimiento económico que llegue a todos, y no se quede en las estadísticas macroeconómicas., crear un desarrollo sostenible que genere un tejido social firme y bien cohesionado. Si no hay solidaridad esto es imposible. Me referí a los jóvenes y me referí a la falta de trabajo. Mundialmente es alarmante. Países europeos, que estaban en primera línea hace décadas, hoy están sufriendo en la población juvenil –de veinticinco años hacia abajo– un cuarenta, un cincuenta por ciento de desocupación. Si no hay solidaridad eso no se soluciona. Les decía a los salesianos: “¡Ustedes que Don Bosco los creó para educar, hoy educación de emergencia para esos jóvenes que no tienen trabajo!”. ¿Por qué? Emergencia para prepararlos a pequeños trabajos que le otorguen la dignidad de poder llevar el pan a casa. A estos jóvenes desocupados que son los que llamamos los “ni ni” –ni estudian ni trabajan–, ¿qué horizontes les queda? ¿Las adicciones, la tristeza, la depresión, el suicidio –no se publican íntegramente las estadísticas de suicidio juvenil– o enrolarse en proyectos de locura social, que al menos le presenten un ideal? Hoy se nos pide cuidar, de manera especial, con solidaridad, este tercer sector de exclusión de la cultura del descarte. Primero son los chicos, porque o no se los quiere –hay países desarrollados que tienen natalidad casi cero por cien–, o no se los quiere o se los asesina antes de que nazcan. Después los ancianos, que se los abandona y se los va dejando y se olvida que son la sabiduría y la memoria de su pueblo. Se los descarta. Ahora le tocó el turno a los jóvenes. ¿A quién le queda lugar? A los servidores del egoísmo, del dios dinero que está al centro de un sistema que nos aplasta a todos.

Por último, el respeto del otro que se aprende en la familia se traduce en el ámbito social en la subsidiariedad. O sea, gratuidad, solidaridad, subsidiariedad. Asumir que nuestra opción no es necesariamente la única legítima es un sano ejercicio de humildad. Al reconocer lo bueno que hay en los demás, incluso con sus limitaciones, vemos la riqueza que entraña la diversidad y el valor de la complementariedad. Los hombres, los grupos tienen derecho a recorrer su camino, aunque esto a veces suponga cometer errores. En el respeto de la libertad, la sociedad civil está llamada a promover a cada persona y agente social para que pueda asumir su propio papel y contribuir desde su especificidad al bien común. El diálogo es necesario, es fundamental para llegar a la verdad, que no puede ser impuesta, sino buscada con sinceridad y espíritu crítico. En una democracia participativa, cada una de las fuerzas sociales, los grupos indígenas, los afroecuatorianos, las mujeres, las agrupaciones ciudadanas y cuantos trabajan por la comunidad en los servicios públicos son protagonistas, son protagonistas imprescindibles en ese diálogo, no son espectadores. Las paredes, patios y claustros de este lugar lo dicen con mayor elocuencia: asentado sobre elementos de la cultura incaica y caranqui, la belleza de sus proporciones y formas, el arrojo de sus diferentes estilos combinados de modo notable, las obras de arte que reciben el nombre de “escuela quiteña”, condensan un extenso diálogo, con aciertos y errores, de la historia ecuatoriana. El hoy está lleno de belleza y, si bien es cierto que en el pasado ha habido torpezas y atropellos –¿cómo negarlo? incluso en nuestras historias personales, ¿cómo negarlo?–, podemos afirmar que la amalgama irradia tanta exuberancia que nos permite mirar el futuro con mucha esperanza.

También la Iglesia quiere colaborar en la búsqueda del bien común, desde sus actividades sociales, educativas, promoviendo los valores éticos y espirituales, siendo un signo profético que lleve un rayo de luz y esperanza a todos, especialmente a los más necesitados. Muchos me preguntarán: “Padre, ¿por qué habla tanto de los necesitados, de las personas necesitadas, de las personas excluidas, de las personas al margen del camino?”. Simplemente porque esta realidad y la respuesta a esta realidad está en el corazón del Evangelio. Y precisamente porque la actitud que tomemos frente a esta realidad está inscrita en el protocolo sobre el cual seremos juzgados, en Mateo 25.

Muchas gracias por estar aquí, por escucharme,; les pido, por favor, que lleven mis palabras de aliento a los grupos que ustedes representan en las diversas esferas sociales. Que el Señor conceda a la sociedad civil que ustedes representan ser siempre ese ámbito adecuado donde se viva en casa, donde se vivan estos valores de la gratuidad, de la solidaridad y de la subsidiariedad. Muchas gracias.

[01169-ES.02] [Texto original: Español]

Traduzione in lingua italiana

Cari amici,

Buona sera, e scusate se mi metto di fianco, ma ho bisogno della luce sul foglio, non vedo bene. Sono lieto di essere con voi, uomini e donne che rappresentate e dinamizzate la vita sociale, politica ed economica del paese.

Appena prima di entrare in chiesa, il Signor Sindaco mi ha consegnato le chiavi della città. Quindi posso dire che qui, a San Francisco de Quito, sono di casa. La vostra dimostrazione di fiducia e di affetto, nell’aprirmi le porte, mi permette di introdurre alcune chiavi del vivere insieme come cittadini a partire da questo essere di casa, cioè a partire dall’esperienza della vita familiare.

La nostra società vince quando ogni persona, ogni gruppo sociale, si sente veramente a casa. In una famiglia, i genitori, i nonni, i bambini sono di casa; nessuno è escluso. Se uno ha una difficoltà, anche grave, anche quando “se l’è cercata”, gli altri vengono in suo aiuto, lo sostengono; il suo dolore è di tutti. Mi viene in mente l’immagine di quelle donne, mogli, le ho viste a Buenos Aires nei giorni di visita fare la coda per entrare nel carcere, per vedere loro figlio, o loro marito, che non si era comportato bene, per dirlo in linguaggio semplice, ma non li abbandonano perché rimangono sempre di casa. Come ci insegnano queste donne! Nella società, non dovrebbe succedere lo stesso? E, tuttavia, le nostre relazioni sociali o il gioco politico, nel senso più ampio della parola – non dimentichiamo che la politica, diceva Paolo VI, è una delle forme più alte di carità – spesso questo nostro agire si basa sulla competizione, che produce lo scarto. La mia posizione, la mia idea, il mio progetto sono rafforzati se sono in grado di battere l'altro, di impormi, di scartarlo. E così costruiamo una cultura dello scarto che oggi ha assunto dimensioni mondiali, di ampiezza... È essere famiglia questo? Nelle famiglie, tutti contribuiscono al progetto comune, tutti lavorano per il bene comune, ma senza annullare l’individuo; al contrario, lo sostengono, lo promuovono. Litigano, ma c’è qualcosa che non si smuove: quel legame familiare. I litigi di famiglia dopo sono riconciliazioni. Le gioie e i dolori di ciascuno sono fatti propri da tutti. Questo sì è essere famiglia! Se potessimo riuscire a vedere l'avversario politico o il vicino di casa con gli stessi occhi con cui vediamo i bambini, le mogli, i mariti, i padri e le madri. Che bello sarebbe! Amiamo la nostra società, o rimane qualcosa di lontano, qualcosa di anonimo, che non ci coinvolge, non ci tocca, non ci impegna? Amiamo il nostro Paese, la comunità che stiamo cercando di costruire? La amiamo solo nei concetti discussi nel mondo delle idee? Sant’Ignacio – permettetemi l’annuncio pubblicitario – sant’Ignazio ci diceva negli Esercizi che l’amore si dimostra più nelle opere che nelle parole. Amiamola, la società, più con le opere che con le parole! In ogni persona, nel concreto, nella vita che condividiamo. E inoltre ci diceva che l’amore sempre si comunica, tende alla comunicazione, mai all’isolamento. Due criteri che ci possono aiutare a guardare la società con altri occhi. Non solo a guardarla: a sentirla, a sentirla, a pensarla, a toccarla, a progettarla.

A partire da questo affetto, scaturiranno gesti semplici che rafforzano i legami personali. In diverse occasioni ho fatto riferimento all’importanza della famiglia come cellula della società. In famiglia, le persone ricevono i valori fondamentali dell’amore, della fraternità e del reciproco rispetto, che si traducono in valori sociali essenziali, e sono la gratuità, la solidarietà e la sussidiarietà. Dunque, partendo da questo essere di casa, guardando la famiglia, pensiamo alla società attraverso questi valori sociali che assorbiamo a casa, in famiglia: la gratuità, la solidarietà, la sussidiarietà.

La gratuità. Per i genitori tutti i figli, anche se ciascuno ha la sua indole, sono ugualmente degni d’amore. Invece, quando il bambino si rifiuta di condividere quello che riceve gratuitamente da loro, dai genitori, rompe questa relazione, o entra in crisi, fenomeno più comune. Le prime reazioni, che a volte sono precedenti alla consapevolezza stessa della madre, incominciano quando la madre è in gravidanza: il bimbo incomincia ad avere comportamenti strani, incomincia a voler rompere, perché nella sua psiche si accende una spia rossa: attenzione che c’è competizione, attenzione che non sei più l’unico. E’ curioso. L'amore dei genitori lo aiuta ad uscire dal suo egoismo per imparare a vivere insieme con colui o colei che arriva e con gli altri, per imparare a rinunciare per aprirsi all’altro. A me piace chiedere ai bambini: “Se hai due caramelle e viene un amico, che fai?” Generalmente mi dicono: “Gliene do una”. Generalmente. “E se hai una caramella e viene il tuo amico, che fai?” Lì sono incerti, e vanno dal “gliela do”, al “la dividiamo”, al “ma la metto in tasca”. Il bambino che impara ad aprirsi all’altro. Nell’ambito sociale questo significa che la gratuità non è un complemento ma un requisito necessario per la giustizia. La gratuità è requisito necessario per la giustizia. Quello che siamo e abbiamo ci è stato donato per metterlo al servizio degli altri - gratis lo abbiamo ricevuto, gratis lo diamo -; il nostro compito consiste nel farlo fruttificare in opere buone. I beni sono destinati a tutti, e per quanto uno ostenti la sua proprietà – che è legittimo – pesa su di essi un’ipoteca sociale. Sempre. Così si supera il concetto economico di giustizia, basato sul principio di compravendita, con il concetto di giustizia sociale, che difende il diritto fondamentale dell’individuo a una vita degna.

E, sempre a proposito della giustizia, lo sfruttamento delle risorse naturali, così abbondanti in Ecuador, non deve ricercare il guadagno immediato. Essere custodi di questa ricchezza che abbiamo ricevuto ci impegna con la società nel suo insieme e con le generazioni future, alle quali non potremo lasciare in eredità questo patrimonio senza una cura adeguata dell’ambiente, senza una coscienza di gratuità che scaturisce dalla contemplazione del creato. Ci accompagnano oggi qui fratelli di popoli indigeni provenienti dall’Amazzonia ecuadoriana. Quella zona è una delle «più ricche di varietà di specie, di specie endemiche, poco frequenti o con minor grado di protezione efficace. Ci sono luoghi che richiedono una cura particolare a motivo della loro enorme importanza per l’ecosistema mondiale [poiché ha] una biodiversità di grande complessità, quasi impossibile da conoscere completamente, ma quando quella zona viene bruciata o distrutta per aumentare le coltivazioni, in pochi anni si perdono innumerevoli specie, o tali aree si trasformano in aridi deserti» (Enc. Laudato si’, 37-38). E là l’Ecuador – insieme ad altri Paesi della fascia amazzonica – ha l'opportunità di praticare la pedagogia di una ecologia integrale. Noi abbiamo ricevuto il mondo in eredità dai nostri genitori, ma ricordiamo anche che lo abbiamo ricevuto come un prestito dai nostri figli e dalle generazioni future alle quali lo dobbiamo consegnare. E migliorato! E questo è gratuità!

Dalla fraternità vissuta in famiglia, nasce il secondo valore: la solidarietà nella società, che non consiste solo nel dare ai bisognosi, ma nell’essere responsabili l’uno dell'altro. Se vediamo nell'altro un fratello, nessuno può rimanere escluso, nessuno può rimanere separato.

L’Ecuador, come molte nazioni latinoamericane, sperimenta oggi profondi cambiamenti sociali e culturali, nuove sfide che richiedono la partecipazione di tutti i soggetti interessati. La migrazione, la concentrazione urbana, il consumismo, la crisi della famiglia, la disoccupazione, le sacche di povertà producono incertezze e tensioni che costituiscono una minaccia per la convivenza sociale. Le norme e le leggi, così come i progetti della comunità civile, devono cercare l’inclusione, per favorire spazi di dialogo, spazi di incontro e quindi lasciare al ricordo doloroso qualunque tipo di repressione, il controllo illimitato e la sottrazione di libertà. La speranza di un futuro migliore richiede di offrire reali opportunità ai cittadini, soprattutto ai giovani, creando occupazione, con una crescita economica che arrivi a tutti, e non rimanga nelle statistiche macroeconomiche, creando uno sviluppo sostenibile che generi un tessuto sociale forte e ben coeso. Se non c’è solidarietà questo è impossibile. Ho accennato ai giovani e alla mancanza di lavoro. A livello mondiale è allarmante. Paesi europei che erano ad alto livello alcuni decenni fa, adesso stanno subendo nella popolazione giovanile – dai 25 anni in giù – un 40/50% di disoccupazione. Se non c’è solidarietà questo non si risolve. Dicevo ai Salesiani [a Torino]: “Voi, che Don Bosco ha fondato per educare, oggi, educazione di emergenza per quei giovani che non hanno lavoro!”. Perché? Emergenza per prepararli a piccoli lavori che diano loro la dignità di poter portare il pane a casa. A questi giovani disoccupati, che sono quelli che chiamiamo i “né né”: né studiano né lavorano, che prospettiva rimane? Le dipendenze, la tristezza, la depressione, il suicidio – non si pubblicano integralmente le statistiche sui suicidi giovanili – o arruolarsi in progetti di follia sociale, che almeno presentino loro un ideale? Oggi ci è chiesto di curare, in modo speciale, con solidarietà, questo terzo settore di esclusione della cultura dello scarto. Il primo sono i bambini, perché o non li si vuole – ci sono paesi sviluppati che hanno una natalità quasi dello zero per cento –, o li si uccide prima che nascano. Poi gli anziani, che si abbandonano e li si lascia e si dimentica che sono la saggezza e la memoria del loro popolo. Li si scarta. E adesso è venuto il turno dei giovani. A chi hanno lasciato il posto? Ai servitori dell’egoismo, del dio denaro che sta al centro di un sistema che ci schiaccia tutti.

Infine, il rispetto per l’altro che si apprende in famiglia, si traduce in ambito sociale nella sussidiarietà. Dunque: gratuità, solidarietà, sussidiarietà. Accettare che la nostra scelta non è necessariamente l'unica legittima è un sano esercizio di umiltà. Riconoscendo ciò che c’è di buono negli altri, anche con i loro limiti, vediamo la ricchezza che caratterizza la diversità e il valore di complementarietà. Gli uomini, i gruppi hanno il diritto di compiere il loro cammino, anche se questo a volte porta a commettere errori. Nel rispetto della libertà, la società civile è chiamata a promuovere ogni persona e agente sociale così che possa assumere il proprio ruolo e contribuire con la propria specificità al bene comune. Il dialogo è necessario, essenziale per arrivare alla verità, che non può essere imposta, ma cercata con sincerità e spirito critico. In una democrazia partecipativa, ciascuna delle forze sociali, i gruppi indigeni, gli afro-ecuadoriani, le donne, le aggregazioni civili e quanti lavorano per la collettività nei servizi pubblici, sono protagonisti essenziali in tale dialogo, non sono spettatori. Le pareti, i cortili e i chiostri di questo luogo lo dicono con maggiore eloquenza: appoggiato su elementi della cultura Inca e Caranqui, la bellezza delle loro forme e proporzioni, l’audacia dei loro stili diversi combinati in maniera mirabile, le opere d'arte che vengono chiamate “scuola di Quito”, riassumono un ampio dialogo, con successi ed errori, della storia ecuadoriana. L’oggi è pieno di bellezza, e se è vero che in passato ci sono stati sbagli e soprusi, come negarlo?, anche nelle nostre storie personali, come negarlo?, possiamo dire che l’amalgama irradia tanta esuberanza che ci permette di guardare al futuro con grande speranza.

Anche la Chiesa vuole collaborare nella ricerca del bene comune, con le sue attività sociali, educative, promuovendo i valori etici e spirituali, essendo segno profetico che porta un raggio di luce e di speranza a tutti, specialmente ai più bisognosi. Molti mi chiederanno: Padre, perché parla tanto dei bisognosi, delle persone bisognose, delle persone escluse, delle persone ai margini della strada? Semplicemente perché questa realtà e la risposta a questa realtà sta nel cuore del Vangelo. E proprio perché l’atteggiamento che prendiamo di fronte a questa realtà è inscritto nel protocollo sul quale saremo giudicati, in Matteo 25.

Grazie perché siete qui, perché mi ascoltate, vi chiedo per favore di portare le mie parole di incoraggiamento ai gruppi che voi rappresentate nei diversi settori della società. Che il Signore conceda alla società civile che voi rappresentate di essere sempre l’ambito adatto per vivere come a casa, per vivere questi valori della gratuità, della solidarietà e della sussidiarietà. Grazie!

[01169-IT.01] [Testo originale: Spagnolo]

Traduzione in lingua inglese

Dear Friends,

Good afternoon. Forgive me If I am not facing you directly, but I need the light to read as I cannot see clearly. I am pleased to be with you, men and women who represent and advance the social, political and economic life of this country.

As I entered this church, the Mayor of Quito gave me the keys to the city. So I can say that here, in Saint Francis of Quito, I feel at home. This expression of affectionate closeness, opening your doors to me, allows me to speak, in turn, about a few other keys: keys to our life in society, beginning with feeling at home, beginning with the experience of family life.

Our society benefits when each person and social group feels truly at home. In a family, parents, grandparents and children feel at home; no one is excluded. If someone has a problem, even a serious one, even if he brought it upon himself, the rest of the family comes to his assistance; they support him. His problems are theirs. I think of those mothers and wives. I have seen them in Buenos Aires forming queues on visiting days at prisons, to see their son or husband who got into trouble, to put it simply. But they are not abandoned because they continue to be part of a home. What a lesson these women teach us. Should the same not happen in society? Our relationships in society and political life, though, in the widest sense of the word - not forgetting that politics, as Blessed Paul VI said, is one of the highest forms of charity - are often based on confrontation which results in rejection. My position, my ideas and my plans will move forward if I can prevail over others and impose my will and discard them. In this way we build up a culture of waste which today has reached worldwide proportions. Is this the way a family should be? In families, everyone contributes to the common purpose, everyone works for the common good, not denying each person’s individuality but encouraging and supporting it. They quarrel, but there is something that does not change: the family bond. Family disputes are resolved afterwards. The joys and sorrows of each are felt by all. That is what it means to be a family! If only we could view our political opponents or neighbors in the same way we view our children or our spouse, mother or father, how good would this be! Do we love our society or it still something remote, something anonymous that does not involve us, something I am not committed to? Do we love our country, the community which we are trying to build? Do we love it only in the abstract, in theory? Saint Ignatius, allow me to advertise here, tells us in the Exercises that love is expressed more by actions than by words. Let us love society by our actions more than by our words! In every person, in concrete situations, in our life together. He also tells us that love is always communicated, it always leads to communication, never to isolation. Two criteria can help us look at society differently. Not only to look at it, but to listen to, reflect on, touch and love that same society.

This feeling can give rise to small gestures which strengthen personal bonds. I have often spoken about the importance of the family as the primary cell of society. In the family, we find the basic values of love, fraternity and mutual respect, which translate into essential values for society as a whole: gratuitousness, gratitude, solidarity and subsidiarity. And so, beginning with what it means to be at home and looking at the family, let us consider society through the social values that we foster at home in the family: gratuitousness, gratitude, solidarity and subsidiarity.

Gratuitousness: parents know that all their children are equally loved, even though each has his or her own character. But when children refuse to share what they have freely received from their parents, this relationship breaks down or finds itself in trouble, which is the most common phenomenon. The first reactions, which often precede the mother’s own awareness, come when she is pregnant; when a child in the family starts behaving strangely, starts moving away, because he or she sees a clear red traffic light, saying “beware because there is now competition”, “beware because you are now no longer the only child”. It makes you think. The love of their parents helps children to overcome their selfishness, to learn to live with the newcomer and with others, to yield and be patient. I like to ask children, “If you have two sweets and you see a friend, what do you do?” Most frequently they reply, “I give them one”. That is the general response. “And what do you do if you have only one sweet and you see your friend coming?” Here they hesitate. And the responses vary between, “I give it to him”, “I share it” to “I put it back into my pocket”. The child who learns is the one who knows how to be generous to others. In the wider life of society we come to see that “gratuitousness” is not something extra, but rather a necessary condition of justice. Gratuitousness is a necessary requisite of justice. Who we are, and what we have, has been given to us so that we can place it at the service of others; freely we have received, freely we must give. Our task is to make it bear fruit in good works. The goods of the earth are meant for everyone, and however much someone may parade his property, which is legitimate, it has a social mortgage – always. In this way we move beyond purely economic justice, based on commerce, towards social justice, which upholds the fundamental human right to a dignified life. And, continuing with the theme of justice, the tapping of natural resources, which are so abundant in Ecuador, must not be concerned with short-term benefits. As stewards of these riches which we have received, we have an obligation towards society as a whole and towards future generations. We cannot bequeath this heritage to them without proper care for the environment, without a sense of gratuitousness born of our contemplation of the created world. Among us today are some of our brothers and sisters representing the indigenous peoples of the Equatorial Amazon. That region is one of the “richest areas both in the number of species and in endemic, rare or less protected species… it requires greater protection because of its immense importance for the global ecosystem… it possesses an enormously complex biodiversity which is almost impossible to appreciate fully, yet when [such woodlands] are burned down or leveled for purposes of cultivation, within the space of a few years countless species are lost and the areas frequently become arid wastelands” (cf. Laudato Si’, 37-38). Ecuador – together with other countries bordering the Amazon – has an opportunity to become a teacher of integral ecology. We received this world as an inheritance from past generations, but we must also remember that we received it as a loan from our children and from future generations, to whom we will have to return it! And we will have to return it in a better off state – that is gratuitousness!

Out of the family’s experience of fraternity is born the second value, solidarity in society, which does not only consist in giving to those in need, but in feeling responsible for one another. If we see others as our brothers and sisters, then no one can be left out, no one can be set aside.

Ecuador, like many Latin American nations, is now experiencing profound social and cultural changes, new challenges which need to be faced by every sector of society. Migration, overcrowded cities, consumerism, crises in the family, unemployment and pockets of poverty: all these factors create uncertainty and tensions which threaten social harmony. Laws and regulations, as well as social planning, need to aim at inclusion, create opportunities for dialogue and encounter, while leaving behind all forms of repression, excessive control or loss of freedom as painful past memories. Hoping in a better future calls for offering real opportunities to people, especially young people, creating employment, and ensuring an economic growth which is shared by all (rather than simply existing on paper, in macroeconomic statistics), and promoting a sustainable development capable of generating a solid and cohesive social fabric. If there is no solidarity then all this will be impossible to implement. I referred to young people and I referred to the lack of employment. This is alarming on a worldwide level. European countries, who were at the forefront years ago, are now suffering in terms of youth: among those who are under twenty-five years of age there is forty, fifty percent unemployment. Without solidarity there can be no solution. I told the Salesians: “Don Bosco founded you in order to educate others; today emergency education is needed for the young who are out of work!” Why? Emergency training is needed to prepare young people to work, even if only limited opportunities exist, so that they can have the dignity of being able to take bread home. To such unemployed young persons who we call the “neither nor” - neither study nor work – what possibilities are left? Addictions, sadness, depression, suicide (and comprehensive statistics are never published concerning juvenile suicide), or getting involved in social projects which at least offer an ideal? In a special way and with a spirit of solidarity, today we are called to care for this third sector of exclusion in a culture of waste. The first sector is made up of children, either because they are not loved (and there are developed countries that have an almost zero percent birth rate) or they are so unwanted that they are killed before being born. Secondly come the elderly, who are abandoned, not cared for, and forgotten as the legacy of wisdom and memory of their people. They are discarded. And now it is the turn of young people. Which other group is left? Those who promote selfishness, those who serve the god of mammon, who is at the center of a system that is crushing us all.

Finally, the respect for others which we learn in the family finds social expression in subsidiarity. In other words, gratuitousness, solidarity, subsidiarity. To recognize that our choices are not necessarily the only legitimate ones is a healthy exercise in humility. In acknowledging the goodness inherent in others, even with their limitations, we see the richness present in diversity and the value of complementarity. Individuals and groups have the right to go their own way, even though they may sometimes make mistakes. In full respect for that freedom, civil society is called to help each person and social organization to take up its specific role and thus contribute to the common good. Dialogue is needed and is fundamental for arriving at the truth, which cannot be imposed, but sought with a sincere and critical spirit. In a participatory democracy, each social group, indigenous peoples, Afro-Ecuadorians, women, civic associations and those engaged in public service are all indispensable participants in that dialogue, not spectators. The walls, patios and cloisters of this city eloquently make this point: rooted in elements of Incan and Caranqui culture, beautiful in their proportions and shapes, boldly and strikingly combining different styles, the works of art produced by the “Quito school” sum up that great dialogue, with its successes and failures, which is Ecuador’s history. Today we see how beautiful it is. If the past was marked by errors and abuses – how can we deny it, even in our own lives? – we can say that the amalgamation which resulted radiates such exuberance that we can look to the future with great hope.

The Church wishes for her part to cooperate in the pursuit of the common good, through her social and educational works, promoting ethical and spiritual values, and serving as a prophetic sign which brings a ray of light and hope to all, especially those most in need. Many ask me: “Father, why do you speak so much about those in need, about excluded people and people who are on the side of the path?”. Simply because this is the reality and the response to this reality is in the heart of the gospel. Because the attitude we adopt when faced with this reality is what we will be judged on, as explained in Matthew 25.

Thank you for being here, for listening to me. I ask you please to carry my words of encouragement to the different communities and groups which you represent. May the Lord grant that the civil society which you represent will always be a fitting setting where one feel’s at home, where the values of gratuitousness, solidarity and subsidiarity are experienced and practiced.

[01169-EN.02] [Original text: Spanish]

Visita privata alla “Iglesia de la Compañía” a Quito

Dopo l’incontro nella chiesa di San Francisco, questa sera il Santo Padre Francesco si è recato in visita privata alla “Iglesia de la Compañía”. Nella chiesa erano presenti solo alcuni Gesuiti della comunità locale. Il Papa si è raccolto in preghiera davanti all’immagine della “Virgen Dolorosa” custodita all’interno della “Compañía”.

Al termine della visita è rientrato in auto alla Nunziatura Apostolica di Quito.

[01191-IT.01]

[B0542-XX.02]