Sala Stampa

www.vatican.va

Sala Stampa Back Top Print Pdf
Sala Stampa


VIAGGIO APOSTOLICO DI SUA SANTITÀ FRANCESCO A RIO DE JANEIRO (BRASILE) IN OCCASIONE DELLA XXVIII GIORNATA MONDIALE DELLA GIOVENTÙ (22-29 LUGLIO 2013) (XII), 27.07.2013


VIAGGIO APOSTOLICO DI SUA SANTITÀ FRANCESCO A RIO DE JANEIRO (BRASILE) IN OCCASIONE DELLA XXVIII GIORNATA MONDIALE DELLA GIOVENTÙ (22-29 LUGLIO 2013) (XII)

SANTA MESSA CON I VESCOVI DELLA GMG, CON I SACERDOTI, I RELIGIOSI, LE RELIGIOSE E I SEMINARISTI, NELLA CATTEDRALE DI RIO DE JANEIRO

 OMELIA DEL SANTO PADRE

 TRADUZIONE IN LINGUA PORTOGHESE

 TRADUZIONE IN LINGUA SPAGNOLA

 TRADUZIONE IN LINGUA ITALIANA

 TRADUZIONE IN LINGUA INGLESE

 TRADUZIONE IN LINGUA FRANCESE

 TRADUZIONE IN LINGUA TEDESCA 

 TRADUZIONE IN LINGUA POLACCA 

Alle ore 8 di questa mattina, il Santo Padre Francesco ha lasciato la Residenza di Sumaré e si è trasferito in auto alla Cattedrale di São Sebastião do Rio de Janeiro per la celebrazione della Santa Messa alla quale hanno partecipato i Vescovi presenti a Rio per la XXVIII Giornata Mondiale della Gioventù, i sacerdoti, i religiosi, le religiose e i seminaristi.
Al suo arrivo, il Papa è stato accolto dal Rettore, Mons. Aroldo da Silva Ribeiro, e dal Capitolo della Cattedrale.
La Celebrazione Eucaristica è iniziata alle ore 9, introdotta dal saluto dell’Arcivescovo di São Sebastião do Rio de Janeiro, S.E. Mons. Orani João Tempesta.
Dopo la proclamazione del Vangelo, il Papa Francesco ha pronunciato l’omelia che riportiamo di seguito:

 OMELIA DEL SANTO PADRE

Amados Irmãos em Cristo,

Vendo esta catedral lotada com Bispos, sacerdotes, seminaristas, religiosos e religiosas vindos do mundo inteiro, penso nas palavras do Salmo da Missa de hoje: «Que as nações vos glorifiquem, ó Senhor» (Sl 66).

[En español:]

Sí, estamos aquí para alabar al Señor, y lo hacemos reafirmando nuestra voluntad de ser instrumentos suyos, para que alaben a Dios no sólo algunos pueblos, sino todos. Con la misma parresia de Pablo y Bernabé, queremos anunciar el Evangelio a nuestros jóvenes para que encuentren a Cristo y se conviertan en constructores de un mundo más fraterno. En este sentido, quisiera reflexionar con ustedes sobre tres aspectos de nuestra vocación: llamados por Dios, llamados a anunciar el Evangelio, llamados a promover la cultura del encuentro.

1. Llamados por Dios. Creo que es importante reavivar siempre en nosotros este hecho, que a menudo damos por descontado entre tantos compromisos cotidianos: «No son ustedes los que me eligieron a mí, sino yo el que los elegí a ustedes», dice Jesús (Jn 15,16). Es un caminar de nuevo hasta la fuente de nuestra llamada. Por eso un obispo, un sacerdote, un consagrado, una consagrada, un seminarista, no puede ser un desmemoriado. Pierde la referencia esencial al inicio de su camino. Pedir la gracia, pedirle a la Virgen, Ella tenía buena memoria, la gracia de ser memoriosos, de ese primer llamado. Hemos sido llamados por Dios y llamados para permanecer con Jesús (cf. Mc 3,14), unidos a él. En realidad, este vivir, este permanecer en Cristo, marca todo lo que somos y lo que hacemos. Es precisamente la «vida en Cristo» que garantiza nuestra eficacia apostólica y la fecundidad de nuestro servicio: «Soy yo el que los elegí a ustedes, y los destiné para que vayan y den fruto, y ese fruto sea verdadero» (Jn 15,16). No es la creatividad, por más pastoral que sea, no son los encuentros o las planificaciones lo que aseguran los frutos, si bien ayudan y mucho, sino lo que asegura el fruto es ser fieles a Jesús, que nos dice con insistencia: «Permanezcan en mí, como yo permanezco en ustedes» (Jn 15,4). Y sabemos muy bien lo que eso significa: contemplarlo, adorarlo y abrazarlo en nuestro encuentro cotidiano con él en la Eucaristía, en nuestra vida de oración, en nuestros momentos de adoración, y también reconocerlo presente y abrazarlo en las personas más necesitadas. El «permanecer» con Cristo no significa aislarse, sino un permanecer para ir al encuentro de los otros. Quiero acá recordar algunas palabras de la beata Madre Teresa de Calcuta. Dice así: «Debemos estar muy orgullosos de nuestra vocación, que nos da la oportunidad de servir a Cristo en los pobres. Es en las «favelas»", en los «cantegriles», en las «villas miseria» donde hay que ir a buscar y servir a Cristo. Debemos ir a ellos como el sacerdote se acerca al altar: con alegría» (Mother Instructions, I, p. 80). Hasta aquí la beata. Jesús es el Buen Pastor, es nuestro verdadero tesoro, por favor, no lo borremos de nuestra vida. Enraicemos cada vez más nuestro corazón en él (cf. Lc 12,34).

2. Llamados a anunciar el Evangelio. Muchos de ustedes, queridos Obispos y sacerdotes, si no todos, han venido para acompañar a los jóvenes a la Jornada Mundial de la Juventud. También ellos han escuchado las palabras del mandato de Jesús: «Vayan, y hagan discípulos a todas las naciones» (cf. Mt 28,19). Nuestro compromiso de pastores es ayudarles a que arda en su corazón el deseo de ser discípulos misioneros de Jesús. Ciertamente, muchos podrían sentirse un poco asustados ante esta invitación, pensando que ser misioneros significa necesariamente abandonar el país, la familia y los amigos. Dios quiere que seamos misioneros. ¿Dónde estamos? Donde Él nos pone: en nuestra Patria, o donde Él nos ponga. Ayudemos a los jóvenes a darse cuenta de que ser discípulos misioneros es una consecuencia de ser bautizados, es parte esencial del ser cristiano, y que el primer lugar donde se ha de evangelizar es la propia casa, el ambiente de estudio o de trabajo, la familia y los amigos. Ayudemos a los jóvenes. Pongámosle la oreja para escuchar sus ilusiones. Necesitan ser escuchados. Para escuchar sus logros, para escuchar sus dificultades, hay que estar sentados, escuchando quizás el mismo libreto, pero con música diferente, con identidades diferentes. ¡La paciencia de escuchar! Eso se lo pido de todo corazón. En el confesionario, en la dirección espiritual, en el acompañamiento. Sepamos perder el tiempo con ellos. Sembrar cuesta y cansa, ¡cansa muchísimo! Y es mucho más gratificante gozar de la cosecha… ¡Qué vivo! Todos gozamos más con la cosecha! Pero Jesús nos pide que sembremos en serio. No escatimemos esfuerzos en la formación de los jóvenes. San Pablo, dirigiéndose a sus cristianos, utiliza una expresión, que él hizo realidad en su vida: «Hijos míos, por quienes estoy sufriendo nuevamente los dolores del parto hasta que Cristo sea formado en ustedes» (Ga 4,19). Que también nosotros la hagamos realidad en nuestro ministerio. Ayudar a nuestros jóvenes a redescubrir el valor y la alegría de la fe, la alegría de ser amados personalmente por Dios. Esto es muy difícil, pero cuando un joven lo entiende, un joven lo siente con la unción que le da el Espíritu Santo, este ser amado personalmente por Dios lo acompaña toda la vida después. La alegría que ha dado a su Hijo Jesús por nuestra salvación. Educarlos en la misión, a salir, a ponerse en marcha, a ser callejeros de la fe. Así hizo Jesús con sus discípulos: no los mantuvo pegados a él como la gallina con los pollitos; los envió. No podemos quedarnos enclaustrados en la parroquia, en nuestra comunidad, en nuestra institución parroquial o en nuestra institución diocesana, cuando tantas personas están esperando el Evangelio. Salir, enviados. No es un simple abrir la puerta para que vengan, para acoger, sino salir por la puerta para buscar y encontrar. Empujemos a los jóvenes para que salgan. Por supuesto que van a hacer macanas. ¡No tengamos miedo! Los apóstoles las hicieron antes que nosotros. ¡Empujémoslos a salir! Pensemos con decisión en la pastoral desde la periferia, comenzando por los que están más alejados, los que no suelen frecuentar la parroquia. Ellos son los invitados VIP. Al cruce de los caminos, andar a buscarlos.

3. Ser llamados por Jesús, llamados para evangelizar y, tercero, llamados a promover la cultura del encuentro. En muchos ambientes, y en general en este humanismo economicista que se nos impuso en el mundo, se ha abierto paso una cultura de la exclusión, una «cultura del descarte». No hay lugar para el anciano ni para el hijo no deseado; no hay tiempo para detenerse con aquel pobre en la calle. A veces parece que, para algunos, las relaciones humanas estén reguladas por dos «dogmas»: eficiencia y pragmatismo. Queridos obispos, sacerdotes, religiosos, religiosas, y ustedes, seminaristas que se preparan para el ministerio, tengan el valor de ir contracorriente de esa cultura. ¡Tener el coraje! Acuérdense, y a mí esto me hace bien, y lo medito con frecuencia. Agarren el Primer Libro de los Macabeos, acuérdense cuando quisieron ponerse a tono de la cultura de la época. "No...! Dejemos, no…! Comamos de todo como toda la gente… Bueno, la Ley sí, pero que no sea tanto…" Y fueron dejando la fe para estar metidos en la corriente de esta cultura. Tengan el valor de ir contracorriente de esta cultura eficientista, de esta cultura del descarte. El encuentro y la acogida de todos, la solidaridad, es una palabra que la están escondiendo en esta cultura, casi una mala palabra, la solidaridad y la fraternidad, son elementos que hacen nuestra civilización verdaderamente humana.

Ser servidores de la comunión y de la cultura del encuentro. Los quisiera casi obsesionados en este sentido. Y hacerlo sin ser presuntuosos, imponiendo «nuestra verdad», más bien guiados por la certeza humilde y feliz de quien ha sido encontrado, alcanzado y transformado por la Verdad que es Cristo, y no puede dejar de proclamarla (cf. Lc 24,13-35).

Queridos hermanos y hermanas, estamos llamados por Dios, con nombre y apellido, cada uno de nosotros, llamados a anunciar el Evangelio y a promover con alegría la cultura del encuentro. La Virgen María es nuestro modelo. En su vida ha dado el «ejemplo de aquel amor de madre que debe animar a todos los que colaboran en la misión apostólica de la Iglesia para engendrar a los hombres a una vida nueva» (CONC. ECUM. VAT. II, Const. dogm. Lumen gentium, 65).

Le pedimos que nos enseñe a encontrarnos cada día con Jesús. Y, cuando nos hacemos los distraídos, que tenemos muchas cosas, y el sagrario queda abandonado, que nos lleve de la mano. Pidámoselo. Mira, Madre, cuando ande medio así, por otro lado, llévame de la mano. Que nos empuje a salir al encuentro de tantos hermanos y hermanas que están en la periferia, que tienen sed de Dios y no hay quien se lo anuncie. Que no nos eche de casa, pero que nos empuje a salir de casa. Y así que seamos discípulos del Señor. Que Ella nos conceda a todos esta gracia.

[01089-XX.02] [Testo originale: Plurilingue]

 TRADUZIONE IN LINGUA PORTOGHESE

Amados Irmãos em Cristo,

Vendo esta catedral lotada com Bispos, sacerdotes, seminaristas, religiosos e religiosas vindos do mundo inteiro, penso nas palavras do Salmo da Missa de hoje: «Que as nações vos glorifiquem, ó Senhor» (Sl 66).

Sim, estamos aqui reunidos para glorificar o Senhor; e o fazemos reafirmando a nossa vontade de sermos seus instrumentos, para que não somente algumas nações mas todas glorifiquem o Senhor. Com a mesma parresia – coragem, ousadia - de Paulo e Barnabé, queremos anunciar o Evangelho aos nossos jovens para que encontrem Cristo e se tornem construtores de um mundo mais fraterno. Neste sentido, queria refletir com vocês sobre três aspectos da nossa vocação: chamados por Deus; chamados para anunciar o Evangelho; chamados a promover a cultura do encontro.

1. Chamados por Deus. Creio que seja importante reavivar sempre em nós esta realidade que, frequentemente, damos por descontada em meio a tantas atividades do dia-a-dia: «Não fostes vós que me escolhestes, mas eu que vos escolhi», diz-nos Jesus (Jo 15,16). Significa retornar à fonte da nossa chamada. Por isso, um bispo, um sacerdote, um consagrado, uma consagrada, um seminarista não pode ser "desmemoriado": perde a referência essencial ao momento inicial do seu caminho. Devemos pedir a graça, pedi-la à Virgem Maria, a Ela que tinha boa memória; devemos pedir a graça de ser pessoas que conservam a memória desta primeira chamada. Fomos chamados por Deus, e chamados para permanecer com Jesus (cf. Mc 3, 14), unidos a Ele. Na realidade, este viver, este permanecer em Cristo configura tudo aquilo que somos e fazemos. É justamente esta "vida em Cristo" que garante a nossa eficácia apostólica, a fecundidade do nosso serviço: «Eu vos designei para irdes e para que produzais fruto e o vosso fruto permaneça» (Jo 15,16). Não é a criatividade, por mais pastoral que seja, não são as reuniões ou planejamentos que garantem os frutos, embora ajudem e muito; aquilo que assegura o fruto é ser fiel a Jesus, que nos diz com insistência: «Permanecei em mim, e eu permanecerei em vós» (Jo 15, 4). E nós sabemos bem o que isso significa: Contemplá-lo, adorá-lo e abraçá-lo particularmente através da nossa fidelidade à vida de oração, do no nosso encontro diário com Ele na Eucaristia, na nossa vida de oração, nos nossos momentos de adoração; reconhecê-lo presente e abraçá-lo também nas pessoas mais necessitadas. O "permanecer" com Cristo não significa isolar-se, mas é um permanecer para ir ao encontro dos demais. Aqui quero lembrar algumas palavras da Bem-aventurada Madre Teresa de Calcutá. Diz assim: «Devemos estar muito orgulhosas da nossa vocação, que nos dá a oportunidade de servir Cristo nos pobres. É nas favelas, nos «cantegriles», nas Villas miseria, que nós devemos ir procurar e servir a Cristo. Devemos ir até eles como o sacerdote se aproxima do altar, cheio de alegria» (Mother Instructions, I, p.80). Jesus é o Bom Pastor, é o nosso verdadeiro tesouro; por favor, não o cancelemos da nossa vida! Radiquemos sempre mais o nosso coração n’Ele (cf. Lc 12, 34).

2. Chamados para anunciar o Evangelho. Muitos de vocês, queridos bispos e sacerdotes, senão todos, vieram acompanhar seus jovens à Jornada Mundial. Eles também ouviram as palavras do mandato de Jesus: «Ide e fazei discípulos entre todas as nações» (cf. Mt 28,19). É nosso compromisso de Pastores ajudá-los a fazer arder, no seu coração, o desejo de serem discípulos missionários de Jesus. Certamente muitos poderiam sentir-se um pouco atemorizados diante desse convite, imaginando que ser missionário signifique necessariamente deixar o País, a família e os amigos. Deus pede para sermos missionários. Mas onde? Onde Ele mesmo nos colocar, na nossa pátria ou noutro lugar. Ajudemos os jovens. Estejam os nossos ouvidos atentos para escutar as suas ilusões – tem necessidade de ser escutadas –, para ouvir os seus sucessos, para ouvir as suas dificuldades. É preciso sentar-se, talvez escutando o mesmo relatório mas com uma música diversa, com identidades diferentes. A paciência de escutar: isto lhes peço com todo o coração. No confessionário, na direção espiritual, no acompanhamento. Saibamos perder tempo com eles. Semear custa e cansa; cansa muitíssimo! É muito mais gratificante alegrar-se com a colheita! Vejam a nossa esperteza! Todos nos alegramos mais com a colheita, e todavia Jesus nos pede para semear, e semear com seriedade. Não poupemos forças na formação da juventude! São Paulo usa uma expressão, que se tornou realidade na sua vida, dirigindo-se aos seus cristãos: «Meus filhos, por vós sinto de novo as dores do parto até Cristo ser formado em vós» (Gal 4, 19). Também nós façamos que isso se torne realidade no nosso ministério! Ajudemos os nossos jovens a descobrir a coragem e a alegria da fé, a alegria de ser pessoalmente amados por Deus. Isto è muito difícil, mas quando um jovem o compreende, quando um jovem o ouve com a unção que lhe dá o Espírito Santo, este «ser pessoalmente amados por Deus» acompanha-o depois durante toda a vida; ajudemo-los a descobrir a alegria de saber que Deus deu o seu Filho Jesus para nossa salvação. Eduquemo-los para a missão, para sair, para partir, para ser "caixeiros-viajantes" da fé. Assim fez Jesus com os seus discípulos: não os manteve colados a si, como uma galinha com os seus pintinhos; Ele os enviou! Não podemos ficar encerrados na paróquia, nas nossas comunidades, na nossa instituição paroquial ou na nossa instituição diocesana, quando há tanta gente esperando o Evangelho! Mas sair… enviados. Não se trata simplesmente de abrir a porta para que venham, para acolher, mas de sair pela porta fora para procurar e encontrar. Incitemos os jovens para sair. Vão certamente fazer asneiras... não tenhamos medo! Os Apóstolos fizeram-nas antes de nós. Incitemo-los para sair. Decididamente pensemos a pastoral a partir da periferia, daqueles que estão mais afastados, daqueles que habitualmente não freqüentam a paróquia. Eles são os convidados VIP. Saiamos à sua procura nos cruzamentos das estradas.

3. Primeiro, ser chamados por Jesus; segundo, ser chamados a evangelizar; e, terceiro, ser chamados a promover a cultura do encontro. Em muitos ambientes, e de maneira geral neste humanismo economicista que impôs-se no mundo, ganhou espaço a cultura da exclusão, a "cultura do descartável". Não há lugar para o idoso, nem para o filho indesejado; não há tempo para se deter com o pobre na estrada. Às vezes parece que, para alguns, as relações humanas sejam regidas por dois "dogmas" modernos: eficiência e pragmatismo. Queridos bispos, sacerdotes, religiosos, religiosas e também vocês, seminaristas, que se preparam para o ministério, tenham a coragem de ir contra a corrente desta cultura. Tenham a coragem! Lembrem uma coisa – a mim faz-me muito bem e medito nela freqüentemente – que vem no Primeiro Livro dos Macabeus: lembram-se quando muitos – não os irmãos Macabeus – quiseram acomodar-se à cultura do tempo: "Não…! Deixemo-los lá! Não…! Comamos de tudo, como toda a gente… Está bem a Lei, mas que não seja tão…" E acabaram por deixar a fé para entrar na corrente dessa cultura. Vocês tenham a coragem de ir contra a corrente dessa cultura eficientista, dessa cultura do descarte. O encontro e o acolhimento de todos, a solidariedade – uma palavra que se está escondendo nesta cultura, como se fosse um palavrão –, a solidariedade e a fraternidade são elementos que tornam a nossa civilização verdadeiramente humana.

Temos de ser servidores da comunhão e da cultura do encontro. Quero vocês quase obsessivos neste aspecto! E fazê-lo sem ser presunçosos, impondo as "nossas verdades", mas guiados pela certeza humilde e feliz de quem foi encontrado, alcançado e transformado pela Verdade que é Cristo, e não pode deixar de anunciá-la (cf. Lc 24, 13-35).

Queridos irmãos e irmãs, somos chamados por Deus, cada um de nós, por nome e apelido; chamados para anunciar o Evangelho e promover com alegria a cultura do encontro. A Virgem Maria é nosso modelo. Na sua vida, Ela deu «exemplo daquele afeto maternal de que devem estar animados todos quantos cooperam na missão apostólica que a Igreja tem de regenerar os homens» (CONC. ECUM. VAT. II, Cost. dogm. Lumen gentium, 65). Peçamos-lhe que nos ensine a encontrarmo-nos cada dia com Jesus. E quando andarmos distraídos, porque temos muitas coisas para fazer, e o Sacrário ficar abandonado, que Ela nos tome pela mão. Peçamos-lhe isso! Olha, Mãe, quando estou desorientado, conduz-me pela mão. Que Ela nos incite para sair ao encontro de tantos irmãos e irmãs que estão na periferia, que tem sede de Deus e não há quem lho anuncie. Que não nos ponha fora de casa, mas nos incite a sair de casa. E assim seremos discípulos do Senhor. Que Ela conceda a todos essa graça.

[01089-06.02][Texto original: Plurilíngue]

 TRADUZIONE IN LINGUA SPAGNOLA

Queridos Amados hermanos en Cristo,

Viendo esta catedral llena de obispos, sacerdotes, seminaristas, religiosos y religiosas de todo el mundo, pienso en las palabras del Salmo de la misa de hoy: «Que las naciones te glorifiquen, oh Señor» (Sal 66).

Sí, estamos aquí para alabar al Señor, y lo hacemos reafirmando nuestra voluntad de ser instrumentos suyos, para que alaben a Dios no sólo algunos pueblos, sino todos. Con la misma parresia de Pablo y Bernabé, queremos anunciar el Evangelio a nuestros jóvenes para que encuentren a Cristo y se conviertan en constructores de un mundo más fraterno. En este sentido, quisiera reflexionar con ustedes sobre tres aspectos de nuestra vocación: llamados por Dios, llamados a anunciar el Evangelio, llamados a promover la cultura del encuentro.

1. Llamados por Dios. Creo que es importante reavivar siempre en nosotros este hecho, que a menudo damos por descontado entre tantos compromisos cotidianos: «No son ustedes los que me eligieron a mí, sino yo el que los elegí a ustedes», dice Jesús (Jn 15,16). Es un caminar de nuevo hasta la fuente de nuestra llamada. Por eso un obispo, un sacerdote, un consagrado, una consagrada, un seminarista, no puede ser un desmemoriado. Pierde la referencia esencial al inicio de su camino. Pedir la gracia, pedirle a la Virgen, Ella tenía buena memoria, la gracia de ser memoriosos, de ese primer llamado. Hemos sido llamados por Dios y llamados para permanecer con Jesús (cf. Mc 3,14), unidos a él. En realidad, este vivir, este permanecer en Cristo, marca todo lo que somos y lo que hacemos. Es precisamente la «vida en Cristo» que garantiza nuestra eficacia apostólica y la fecundidad de nuestro servicio: «Soy yo el que los elegí a ustedes, y los destiné para que vayan y den fruto, y ese fruto sea verdadero» (Jn 15,16). No es la creatividad, por más pastoral que sea, no son los encuentros o las planificaciones lo que aseguran los frutos, si bien ayudan y mucho, sino lo que asegura el fruto es ser fieles a Jesús, que nos dice con insistencia: «Permanezcan en mí, como yo permanezco en ustedes» (Jn 15,4). Y sabemos muy bien lo que eso significa: contemplarlo, adorarlo y abrazarlo en nuestro encuentro cotidiano con él en la Eucaristía, en nuestra vida de oración, en nuestros momentos de adoración, y también reconocerlo presente y abrazarlo en las personas más necesitadas. El «permanecer» con Cristo no significa aislarse, sino un permanecer para ir al encuentro de los otros. Quiero acá recordar algunas palabras de la beata Madre Teresa de Calcuta. Dice así: «Debemos estar muy orgullosos de nuestra vocación, que nos da la oportunidad de servir a Cristo en los pobres. Es en las «favelas»", en los «cantegriles», en las «villas miseria» donde hay que ir a buscar y servir a Cristo. Debemos ir a ellos como el sacerdote se acerca al altar: con alegría» (Mother Instructions, I, p. 80). Hasta aquí la beata. Jesús es el Buen Pastor, es nuestro verdadero tesoro, por favor, no lo borremos de nuestra vida. Enraicemos cada vez más nuestro corazón en él (cf. Lc 12,34).

2. Llamados a anunciar el Evangelio. Muchos de ustedes, queridos Obispos y sacerdotes, si no todos, han venido para acompañar a los jóvenes a la Jornada Mundial de la Juventud. También ellos han escuchado las palabras del mandato de Jesús: «Vayan, y hagan discípulos a todas las naciones» (cf. Mt 28,19). Nuestro compromiso de pastores es ayudarles a que arda en su corazón el deseo de ser discípulos misioneros de Jesús. Ciertamente, muchos podrían sentirse un poco asustados ante esta invitación, pensando que ser misioneros significa necesariamente abandonar el país, la familia y los amigos. Dios quiere que seamos misioneros. ¿Dónde estamos? Donde Él nos pone: en nuestra Patria, o donde Él nos ponga. Ayudemos a los jóvenes a darse cuenta de que ser discípulos misioneros es una consecuencia de ser bautizados, es parte esencial del ser cristiano, y que el primer lugar donde se ha de evangelizar es la propia casa, el ambiente de estudio o de trabajo, la familia y los amigos. Ayudemos a los jóvenes. Pongámosle la oreja para escuchar sus ilusiones. Necesitan ser escuchados. Para escuchar sus logros, para escuchar sus dificultades, hay que estar sentados, escuchando quizás el mismo libreto, pero con música diferente, con identidades diferentes. ¡La paciencia de escuchar! Eso se lo pido de todo corazón. En el confesionario, en la dirección espiritual, en el acompañamiento. Sepamos perder el tiempo con ellos. Sembrar cuesta y cansa, ¡cansa muchísimo! Y es mucho más gratificante gozar de la cosecha… ¡Qué vivo! Todos gozamos más con la cosecha! Pero Jesús nos pide que sembremos en serio. No escatimemos esfuerzos en la formación de los jóvenes. San Pablo, dirigiéndose a sus cristianos, utiliza una expresión, que él hizo realidad en su vida: «Hijos míos, por quienes estoy sufriendo nuevamente los dolores del parto hasta que Cristo sea formado en ustedes» (Ga 4,19). Que también nosotros la hagamos realidad en nuestro ministerio. Ayudar a nuestros jóvenes a redescubrir el valor y la alegría de la fe, la alegría de ser amados personalmente por Dios. Esto es muy difícil, pero cuando un joven lo entiende, un joven lo siente con la unción que le da el Espíritu Santo, este ser amado personalmente por Dios lo acompaña toda la vida después. La alegría que ha dado a su Hijo Jesús por nuestra salvación. Educarlos en la misión, a salir, a ponerse en marcha, a ser callejeros de la fe. Así hizo Jesús con sus discípulos: no los mantuvo pegados a él como la gallina con los pollitos; los envió. No podemos quedarnos enclaustrados en la parroquia, en nuestra comunidad, en nuestra institución parroquial o en nuestra institución diocesana, cuando tantas personas están esperando el Evangelio. Salir, enviados. No es un simple abrir la puerta para que vengan, para acoger, sino salir por la puerta para buscar y encontrar. Empujemos a los jóvenes para que salgan. Por supuesto que van a hacer macanas. ¡No tengamos miedo! Los apóstoles las hicieron antes que nosotros. ¡Empujémoslos a salir! Pensemos con decisión en la pastoral desde la periferia, comenzando por los que están más alejados, los que no suelen frecuentar la parroquia. Ellos son los invitados VIP. Al cruce de los caminos, andar a buscarlos.

3. Ser llamados por Jesús, llamados para evangelizar y, tercero, llamados a promover la cultura del encuentro. En muchos ambientes, y en general en este humanismo economicista que se nos impuso en el mundo, se ha abierto paso una cultura de la exclusión, una «cultura del descarte». No hay lugar para el anciano ni para el hijo no deseado; no hay tiempo para detenerse con aquel pobre en la calle. A veces parece que, para algunos, las relaciones humanas estén reguladas por dos «dogmas»: eficiencia y pragmatismo. Queridos obispos, sacerdotes, religiosos, religiosas, y ustedes, seminaristas que se preparan para el ministerio, tengan el valor de ir contracorriente de esa cultura. ¡Tener el coraje! Acuérdense, y a mí esto me hace bien, y lo medito con frecuencia. Agarren el Primer Libro de los Macabeos, acuérdense cuando quisieron ponerse a tono de la cultura de la época. "No...! Dejemos, no…! Comamos de todo como toda la gente… Bueno, la Ley sí, pero que no sea tanto…" Y fueron dejando la fe para estar metidos en la corriente de esta cultura. Tengan el valor de ir contracorriente de esta cultura eficientista, de esta cultura del descarte. El encuentro y la acogida de todos, la solidaridad, es una palabra que la están escondiendo en esta cultura, casi una mala palabra, la solidaridad y la fraternidad, son elementos que hacen nuestra civilización verdaderamente humana.

Ser servidores de la comunión y de la cultura del encuentro. Los quisiera casi obsesionados en este sentido. Y hacerlo sin ser presuntuosos, imponiendo «nuestra verdad», más bien guiados por la certeza humilde y feliz de quien ha sido encontrado, alcanzado y transformado por la Verdad que es Cristo, y no puede dejar de proclamarla (cf. Lc 24,13-35).

Queridos hermanos y hermanas, estamos llamados por Dios, con nombre y apellido, cada uno de nosotros, llamados a anunciar el Evangelio y a promover con alegría la cultura del encuentro. La Virgen María es nuestro modelo. En su vida ha dado el «ejemplo de aquel amor de madre que debe animar a todos los que colaboran en la misión apostólica de la Iglesia para engendrar a los hombres a una vida nueva» (Conc. Ecum. Vat. II, Const. dogm. Lumen gentium, 65).

Le pedimos que nos enseñe a encontrarnos cada día con Jesús. Y, cuando nos hacemos los distraídos, que tenemos muchas cosas, y el sagrario queda abandonado, que nos lleve de la mano. Pidámoselo. Mira, Madre, cuando ande medio así, por otro lado, llévame de la mano. Que nos empuje a salir al encuentro de tantos hermanos y hermanas que están en la periferia, que tienen sed de Dios y no hay quien se lo anuncie. Que no nos eche de casa, pero que nos empuje a salir de casa. Y así que seamos discípulos del Señor. Que Ella nos conceda a todos esta gracia.

[01089-04.02] [Texto original: Plurilingüe]

 TRADUZIONE IN LINGUA ITALIANA

Amati fratelli in Cristo,

Guardando questa cattedrale piena di Vescovi, sacerdoti, seminaristi, religiosi e religiose venuti da tutto il mondo, penso alle parole del Salmo della Messa di oggi: «Ti lodino i popoli, o Dio» (Sal 66).

Sì, siamo qui per lodare il Signore, e lo facciamo riaffermando la nostra volontà di essere suoi strumenti affinché non solo alcuni popoli lodino Dio, ma tutti. Con la stessa parresia di Paolo e Barnaba, vogliamo annunciare il Vangelo ai nostri giovani, perché incontrino Cristo e diventino costruttori di un mondo più fraterno. In questo senso, vorrei riflettere con voi su tre aspetti della nostra vocazione: chiamati da Dio; chiamati ad annunciare il Vangelo; chiamati a promuovere la cultura dell’incontro.

1. Chiamati da Dio. Credo che sia importante ravvivare sempre in noi questa realtà, che spesso diamo per scontata in mezzo ai tanti impegni quotidiani: «Non voi avete scelto me, ma io ho scelto voi», ci dice Gesù (Gv 15,16). E’ riandare alla sorgente della nostra chiamata. Per questo, un vescovo, un sacerdote, un consacrato, una consacrata, un seminarista non può essere "smemorato": perde il riferimento essenziale al momento iniziale del suo cammino. Chiedere la grazia, chiederla alla Vergine, lei che aveva buona memoria; chiedere la grazia di essere persone che conservano la memoria di questa prima chiamata. Siamo stati chiamati da Dio e chiamati per rimanere con Gesù (cfr Mc 3,14), uniti a Lui. In realtà, questo vivere, questo permanere in Cristo segna tutto ciò che siamo e facciamo. E’ precisamente questa "vita in Cristo" ciò che garantisce la nostra efficacia apostolica, la fecondità del nostro servizio: «Vi ho costituiti perché andiate e portiate frutto e il vostro frutto sia autentico » (cfr Gv 15,16). Non è la creatività, per quanto pastorale sia, non sono gli incontri o le pianificazioni che assicurano i frutti, anche se aiutano e molto, ma quello che assicura il frutto è l’essere fedeli a Gesù, che ci dice con insistenza: «Rimanete in me e io in voi» (Gv 15,4). E noi sappiamo bene che cosa significa: contemplarLo, adorarLo e abbracciarLo, nel nostro incontro quotidiano con Lui nell'Eucaristia, nella nostra vita di preghiera, nei nostri momenti di adorazione; riconoscerlo presente e abbracciarlo anche nelle persone più bisognose. Il "rimanere" con Cristo non significa isolarsi, ma è un rimanere per andare all’incontro con gli altri. Qui voglio ricordare alcune parole della Beata Madre Teresa di Calcutta. Dice così: «Dobbiamo essere molto orgogliose della nostra vocazione che ci dà l'opportunità di servire Cristo nei poveri. È nelle "favelas", nei "cantegriles", nelle "villas miseria", che si deve andare a cercare e servire Cristo. Dobbiamo andare da loro come il sacerdote si reca all'altare, con gioia» (Mother Instructions, I, p. 80). Gesù è il Buon Pastore, è il nostro vero tesoro; per favore, non cancelliamolo dalla nostra vita! Radichiamo sempre più il nostro cuore in Lui (cfr Lc 12,34).

2. Chiamati ad annunciare il Vangelo. Molti di voi, carissimi Vescovi e sacerdoti, se non tutti, siete venuti per accompagnare i vostri giovani alla loro Giornata Mondiale. Anch’essi hanno ascoltato le parole del mandato di Gesù: "Andate e fate discepoli tutti i popoli" (cfr Mt 28,19). E’ nostro impegno di Pastori aiutarli a far ardere nel loro cuore il desiderio di essere discepoli missionari di Gesù. Certo, molti potrebbero sentirsi un po’ spaventati di fronte a questo invito, pensando che essere missionari significhi lasciare necessariamente il Paese, la famiglia e gli amici. Dio chiede che siamo missionari. Dove siamo? Dove Lui stesso ci colloca, nella nostra patria o dove ci ponga. Aiutiamo i giovani. Abbiamo l’orecchio attento per ascoltare le loro illusioni - hanno bisogno di essere ascoltati -, per ascoltare i loro successi, per ascoltare le loro difficoltà. Bisogna mettersi seduti, ascoltando forse lo stesso libretto, ma con una musica diversa, con identità differenti. La pazienza di ascoltare! Questo ve lo chiedo con tutto il cuore! Nel confessionale, nella direzione spirituale, nell’accompagnamento. Sappiamo perdere tempo con loro. Seminare, costa e affatica, affatica moltissimo! Ed è molto più gratificante godere del raccolto! Che furbizia! Tutti godiamo di più con il raccolto! Però Gesù ci chiede che seminiamo con serietà. Non risparmiamo le nostre forze nella formazione dei giovani! San Paolo usa un’ espressione, che ha fatto diventare realtà nella sua vita, rivolgendosi ai suoi cristiani: «Figli miei, che io di nuovo partorisco nel dolore finché Cristo non sia formato in voi» (Gal 4, 19). Anche noi facciamola diventare realtà nel nostro ministero! Aiutare i nostri giovani a riscoprire il coraggio e la gioia della fede, la gioia di essere amati personalmente da Dio, questo è molto difficile, ma quando un giovane lo comprende, quando un giovane lo sente con l’unzione che gli dona lo Spirito Santo, questo "essere amato personalmente da Dio" lo accompagna poi per tutta la vita; riscoprire la gioia che Dio ha dato suo Figlio Gesù per la nostra salvezza. Educarli, nella missione, ad uscire, ad andare, ad essere "callejeros de la fe" [girovaghi della fede]. Così ha fatto Gesù con i suoi discepoli: non li ha tenuti attaccati a sé come una chioccia con i suoi pulcini; li ha inviati! Non possiamo restare chiusi nella parrocchia, nelle nostre comunità, nella nostra istituzione parrocchiale o nella nostra istituzione diocesana, quando tante persone sono in attesa del Vangelo! Uscire inviati. Non è semplicemente aprire la porta perché vengano, per accogliere, ma è uscire dalla porta per cercare e incontrare! Spingiamo i giovani affinché escano. Certo che faranno stupidaggini. Non abbiamo paura! Gli Apostoli le hanno fatte prima di noi. Spingiamoli ad uscire. Pensiamo con decisione alla pastorale partendo dalla periferia, partendo da coloro che sono più lontani, da coloro che di solito non frequentano la parrocchia. Loro sono gli invitati VIP. Andare a cercarli nei crocevia delle strade.

3. Essere chiamati da Gesù, essere chiamati per evangelizzare, e terzo: essere chiamati a promuovere la cultura dell’incontro. In molti ambienti, e in generale in questo umanesimo economicista che ci è stato imposto nel mondo, si è fatta strada una cultura dell’esclusione, una "cultura dello scarto" Non c'è posto né per l’anziano né per il figlio non voluto; non c’è tempo per fermarsi con quel povero nella strada. A volte sembra che per alcuni, i rapporti umani siano regolati da due "dogmi" moderni: efficienza e pragmatismo. Cari Vescovi, Sacerdoti, Religiosi, Religiose e anche voi Seminaristi che vi preparate al ministero, abbiate il coraggio di andare controcorrente a questa cultura. Avere il coraggio! Ricordate una cosa, a me questo fa molto bene e lo medito frequentemente: prendete il Primo Libro dei Maccabei, ricordate quando molti [non i Maccabei, NDR] vollero adeguarsi alla cultura dell’epoca: "No…! Lasciamo, no…! Mangiamo di tutto, come tutta la gente… Bene, la Legge sì, ma che non sia tanto…". E finirono per lasciare la fede per mettersi nella corrente di questa cultura. Abbiate il coraggio di andare controcorrente a questa cultura efficientista, a questa cultura dello scarto. L’incontro e l’accoglienza di tutti, la solidarietà - una parola che si sta nascondendo in questa cultura, quasi fosse una cattiva parola -, la solidarietà e la fraternità, sono elementi che rendono la nostra civiltà veramente umana.

Essere servitori della comunione e della cultura dell’incontro! Vi vorrei quasi ossessionati in questo senso. E farlo senza essere presuntuosi, imponendo "le nostre verità", ma bensì guidati dall’umile e felice certezza di chi è stato trovato, raggiunto e trasformato dalla Verità che è Cristo e non può non annunciarla (cfr Lc 24,13-35).

Cari fratelli e sorelle, siamo chiamati da Dio, con nome e cognome, ciascuno di noi, chiamati ad annunciare il Vangelo e a promuovere con gioia la cultura dell’incontro. La Vergine Maria è nostro modello. Nella sua vita ha dato «l’esempio di quell'affetto materno che dovrebbe ispirare tutti quelli che cooperano nella missione apostolica che ha la Chiesa di rigenerare gli uomini» (CONC. ECUM. VAT. II, Cost. dogm. Lumen gentium, 65). Le chiediamo che ci insegni a incontrarci ogni giorno con Gesù. E quando facciamo finta di niente, perché abbiamo molte cose da fare e il tabernacolo rimane abbandonato, che ci prenda per mano. Chiediamoglielo! Guarda, Madre, quando sono disorientato, conducimi per mano. Che ci spinga a uscire all’incontro di tanti fratelli e sorelle che sono nella periferia, che hanno sete di Dio e non hanno chi lo annunci. Che non ci butti fuori di casa, ma che ci spinga ad uscire di casa, E così che siamo discepoli del Signore. Che Ella conceda a tutti questa grazia.

[01089-01.02] [Testo originale: Plurilingue]

 TRADUZIONE IN LINGUA INGLESE

Beloved Brothers and Sisters in Christ,

Seeing this Cathedral full of Bishops, priests, seminarians, and men and women religious from the whole world, I think of the Psalmist’s words from today’s Mass: "Let the peoples praise you, O God" (Ps 66). We are indeed here to praise the Lord, and we do so reaffirming our desire to be his instruments so that not only some peoples may praise God, but all. With the same parrhesia of Paul and Barnabas, we want to proclaim the Gospel to our young people, so that they may encounter Christ and build a more fraternal world. I wish to reflect with you on three aspects of our vocation: we are called by God, called to proclaim the Gospel, and called to promote the culture of encounter.

1. Called by God – I believe that it is important to rekindle constantly an awareness of our divine vocation, which we often take for granted in the midst of our many daily responsibilities: as Jesus says, "You did not choose me, but I chose you" (Jn 15:16). This means returning to the source of our calling. For this reason, a Bishop, a priest, a consecrated person, a seminarian cannot be "forgetful": it would mean losing the vital link to that first moment of our journey. Ask for the grace, ask the Virgin for the grace, she who had a good memory; ask for the grace to preserve the memory of this first call. We were called by God and we were called to be with Jesus (cf. Mk 3:14), united with him. In reality, this living, this abiding in Christ marks all that we are and all that we do. It is precisely this "life in Christ", that our service is fruitful: "I appointed you that you should go and bear fruit and that your fruit be authentic" (cf. Jn 15:16). It is not creativity, however pastoral it may be, or meetings or planning that ensure our fruitfulness, even if these are greatly helpful. But what assures our fruitfulness is our being faithful to Jesus, who says insistently: "Abide in me and I in you" (Jn 15:4). And we know well what that means: to contemplate him, to worship him, to embrace him, in our daily encounter with him in the Eucharist, in our life of prayer, in our moments of adoration; it means to recognize him present and to embrace him in those most in need. "Being with" Christ does not mean isolating ourselves from others. Rather, it is a "being with" in order to go forth and encounter others. Here I wish to recall some words of Blessed Mother Teresa of Calcutta. She said: "We must be very proud of our vocation because it gives us the opportunity to serve Christ in the poor. It is in the favelas, ... in the villas miseria, that one must go to seek and to serve Christ. We must go to them as the priest presents himself at the altar, with joy" (Mother’s Instructions, I, p. 80). Jesus is the Good Shepherd; he is our true treasure. Please, let us not erase Jesus from our lives! Let us ground our hearts ever more in him (cf. Lk 12:34).

2. Called to proclaim the Gospel – Many of you, dear Bishops and priests, if not all, have accompanied your young people to World Youth Day. They too have heard the mandate of Jesus: "Go and make disciples of all nations" (cf. Mt 28:19). It is our responsibility as Pastors to help kindle within their hearts the desire to be missionary disciples of Jesus. Certainly, this invitation could cause many to feel somewhat afraid, thinking that to be missionaries requires leaving their own homes and countries, family and friends. God asks us to be missionaries. But where – where he himself places us, in our own countries or wherever he chosen for us. Let us help the young. Let us have an attentive ear to listen to their dreams – they need to be heard – to listen to their successes, to pay attention to their difficulties. You have to sit down and listen to the same libretto, but accompanied by diverse music, with different characteristics. Having the patience to listen! I ask this of you with all my heart! In the confessional, in spiritual direction, in accompanying. Let us find ways to spend time with them. Planting seeds is demanding and very tiring, very tiring! It is much more rewarding to enjoy the harvest! How cunning! Reaping is more enjoyable for us! But Jesus asks us to sow with care and responsibility.

Let us spare no effort in the formation of our young people! Saint Paul uses an expression that he embodied in his own life, when he addressed the Christian community: "My little children, with whom I am again in travail until Christ be formed in you" (Gal 4:19). Let us embody this also in our own ministry! To help our young people to discover the courage and joy of faith, the joy of being loved personally by God, is very difficult. But when young people understand it, when young people experience it through the anointing of the Holy Spirit, this "being personally loved by God" accompanies them for the rest of their lives. They rediscover the joy that God gave his Son Jesus for our salvation. Let us form them in mission, to go out, to go forth, to be itinerants who communicate the faith. Jesus did this with his own disciples: he did not keep them under his wing like a hen with her chicks. He sent them out! We cannot keep ourselves shut up in parishes, in our communities, in our parish or diocesan institutions, when so many people are waiting for the Gospel! To go out as ones sent. It is not enough simply to open the door in welcome because they come, but we must go out through that door to seek and meet the people! Let us urge our young people to go forth. Of course, they will make mistakes, but let us not be afraid! The Apostles made mistakes before us. Let us urge them to go forth. Let us think resolutely about pastoral needs, beginning on the outskirts, with those who are farthest away, with those who do not usually go to church. They are the VIPs who are invited. Go and search for them at the crossroads.

3. To be called by Jesus, to be called to evangelize, and third: to be Called to promote the culture of encounter – In many places, generally speaking, due to the economic humanism that has been imposed in the world, the culture of exclusion, of rejection, is spreading. There is no place for the elderly or for the unwanted child; there is no time for that poor person in the street. At times, it seems that for some people, human relations are regulated by two modern "dogmas": efficiency and pragmatism. Dear Bishops, priests, religious and you, seminarians who are preparing for ministry: have the courage to go against the tide of this culture. Be courageous! Remember this, which helps me a great deal and on which I meditate frequently: take the First Book of Maccabees, and recall how many of the people wanted to adapt to the culture of the time: "No …! Leave us alone! Let us eat of everything, like the others do … Fine, yes to the Law, but not every part of it …". And they ended up abandoning the faith and placing themselves in the current of that culture. Have the courage to go against the tide of this culture of efficiency, this culture of waste. Encountering and welcoming everyone, solidarity – a word that is being hidden by this culture, as if it were a bad word – solidarity and fraternity: these are what make our society truly human.

Be servants of communion and of the culture of encounter! I would like you to be almost obsessed about this. Be so without being presumptuous, imposing "our truths", but rather be guided by the humble yet joyful certainty of those who have been found, touched and transformed by the Truth who is Christ, ever to be proclaimed (cf. Lk 24:13-35).

Dear brothers and sisters, God calls us, by name and surname, each one of us, to proclaim the Gospel and to promote the culture of encounter with joy. The Virgin Mary is our exemplar. In her life she was "a model of that motherly love with which all who join in the Church’s apostolic mission for the regeneration of humanity should be animated" (Second Vatican Ecumenical Council, Dogmatic Constitution Lumen Gentium, 65). Let us ask her to teach us to encounter one another in Jesus every day. And when we pretend not to notice because we have many things to do and the tabernacle is abandoned, may she take us by the hand. Let us ask this of her! Watch over me, Mother, when I am disoriented, and lead me by the hand. May you spur us on to meet our many brothers and sisters who are on the outskirts, who are hungry for God but have no one to proclaim him. May you not force us out of our homes, but encourage us to go out so that we may be disciples of the Lord. May you grant all of us this grace.

[01089-02.01] [Original text: Plurilingual]

 TRADUZIONE IN LINGUA FRANCESE

Bien-aimés frères dans le Christ !

En regardant cette cathédrale remplie d’Évêques, de prêtres, de séminaristes, de religieux et religieuses venus du monde entier, je pense aux paroles du Psaume de la messe d’aujourd’hui : « Que les peuples, Dieu, te rendent grâce » (Ps 66). Oui, nous sommes ici pour rendre grâce au Seigneur, et nous le faisons en réaffirmant notre volonté d’être ses instruments afin que non seulement quelques peuples rendent grâce à Dieu, mais tous. Avec la même parresia de Paul et Barnabé, nous voulons annoncer l’Évangile à nos jeunes, pour qu’ils rencontrent le Christ et deviennent constructeurs d’un monde plus fraternel. En ce sens, je voudrais réfléchir avec vous sur trois aspects de notre vocation : appelés par Dieu ; appelés pour annoncer l’Évangile ; appelés pour promouvoir la culture de la rencontre.

1. Appelés par Dieu. Je crois qu’il est important de raviver toujours en nous cette réalité, que souvent nous tenons pour acquise au milieu de tant d’engagements quotidiens : « Ce n’est pas vous qui m’avez choisi, c’est moi qui vous ai choisis », nous dit Jésus (Jn 15, 16). C’est retourner à la source de notre appel. C’est pourquoi un évêque, un prêtre, un consacré, une consacrée, un séminariste, ne peut pas être « amnésique » : il perd la référence essentielle au moment initial de son cheminement. Demandez la grâce, demandez-la à la Vierge, elle qui avait une bonne mémoire ; demandez la grâce d’être des personne qui gardent la mémoire de ce premier appel. Nous avons été appelés par Dieu et appelés pour demeurer avec Jésus (cf. Mc 3, 14), unis à lui. En réalité, ce fait de vivre, ce fait de demeurer dans le Christ marque tout ce que nous sommes et faisons. C’est précisément cette « vie en Christ » qui garantit notre efficacité apostolique, la fécondité de notre service : Je vous ai établis afin que vous partiez, que vous donniez du fruit, et que votre fruit soit authentique (cf. Jn 15, 16). Ce n’est pas la créativité aussi pastorale qu’elle soit, ce ne sont pas les rencontres ou les planifications qui assurent les fruits, même si elles aident et beaucoup, mais ce qui assure le fruit, c’est le fait d’être fidèles à Jésus, qui nous dit avec insistance : « Demeurez en moi, comme moi en vous » (Jn 15, 4). Et nous savons bien ce que cela signifie : le contempler, l’adorer et l’embrasser dans notre rencontre quotidienne avec lui, dans l’Eucharistie, dans notre vie de prière, dans nos moments d’adoration ; et aussi le reconnaître présent et l’embrasser dans les personnes les plus nécessiteuses. Le fait de « demeurer » avec le Christ ne signifie pas s’isoler, mais c’est demeurer pour aller à la rencontre des autres. Je veux rappeler ici quelques paroles de la bienheureuse Mère Teresa de Calcutta. Elle disait ainsi : « Nous devons être très fiers de notre vocation qui nous donne l’opportunité de servir le Christ dans les pauvres. C’est dans les ‘favellas’, dans …, dans les ‘villas miseria’, que l’on doit aller chercher et servir le Christ. Nous devons aller chez eux comme le prêtre se rend à l’autel, avec joie » (Mother Instructions, I, p. 80). Jésus est le Bon Pasteur, est notre vrai trésor ; s’il vous plaît, ne l’effaçons pas de notre vie ! Fixons toujours plus en lui notre cœur (cf. Lc 12, 34).

2. Appelés pour annoncer l’Évangile. Beaucoup d’entre vous, chers Évêques et prêtres, sinon tous, êtes venus pour accompagner vos jeunes à leurs Journées mondiales. Eux aussi ont entendu les paroles du mandat de Jésus : « Allez, de toutes les nations faites des disciples » (cf. Mt 28, 19). C’est notre engagement de pasteurs de les aider à faire brûler dans leur cœur le désir d’être des disciples missionnaires de Jésus. Certes, beaucoup pourraient se sentir un peu effrayés face à cette invitation, pensant qu’être missionnaire signifie laisser nécessairement son pays, sa famille et ses amis. Dieu demande que nous soyons missionnaires. Où sommes-nous ? Là où lui-même nous place, dans notre pays ou là où lui nous met. Aidons les jeunes ! Prêtons-leur une oreille attentive pour écouter leurs illusions – ils ont besoin d’être écoutés –, pour écouter leurs succès, pour écouter leurs difficultés. Il faut s’asseoir, écoutant, peut-être, le même livret, mais avec une musique différente, avec des identités différentes. La patience d’écouter ! C’est ce que je vous demande de tout mon cœur ! Au confessionnal, dans la direction spirituelle, dans l’accompagnement. Sachons perdre du temps avec eux. Semer coûte et fatigue, fatigue beaucoup ! Et c’est beaucoup plus gratifiant de jouir de la récolte ! Quelle fourberie ! Tous nous jouissons plus de la récolte ! Pourtant, Jésus nous demande de semer sérieusement. N’économisons pas nos forces dans la formation des jeunes ! S’adressant à ses chrétiens, saint Paul utilise une expression, qu’il a fait devenir réalité dans sa vie: « Mes petits enfants, vous que j’enfante à nouveau dans la douleur jusqu’à ce que le Christ ait pris forme chez vous » (Ga 4, 19). Nous aussi faisons-la devenir réalité dans notre ministère ! Aider nos jeunes à redécouvrir le courage et la joie de la foi, la joie d’être aimés personnellement de Dieu, c’est très difficile, mais quand un jeune le comprend, quand un jeune le sent par l’onction que lui donne l’Esprit Saint, ce fait d’« être aimé personnellement de Dieu » l’accompagne ensuite toute sa vie ; redécouvrir la joie que Dieu a donné son Fils Jésus pour notre salut. Les éduquer, dans la mission, à sortir, à partir, à être « callejeros de la fe » [nomades de la foi]. Jésus a fait ainsi avec ses disciples : il ne les a pas tenus attachés à lui comme une mère poule avec ses poussins ; il les a envoyés ! Nous ne pouvons pas rester enfermés dans la paroisse, dans nos communautés, dans notre institution paroissiale ou dans notre institution diocésaine, quand tant de personnes attendent l’Évangile ! Sortir, envoyés. Ce n’est pas simplement ouvrir la porte, pour qu’ils viennent, pour accueillir, mais c’est sortir par la porte pour chercher et rencontrer ! Poussons les jeunes pour qu’ils sortent ! C’est sûr qu’ils feront des stupidités. N’ayons pas peur ! Les Apôtres les ont faites avant nous. Poussons-les à sortir. Pensons avec décision à la pastorale en partant de la périphérie, en partant de ceux qui sont les plus loin, de ceux qui d’habitude ne fréquentent pas la paroisse. Ils sont les invités VIP. Allez les chercher aux carrefours des routes.

3. Être appelés par Jésus, être appelés pour évangéliser, et troisièmement : être appelés à promouvoir la culture de la rencontre. Dans beaucoup de milieux, et en général dans cet humanisme économiste qui nous a été imposé dans le monde, s’est développée une culture de l’exclusion, une « culture du rebut ». Il n’y a de place ni pour l’ancien ni pour l’enfant non voulu ; il n’y a pas de temps pour s’arrêter avec ce pauvre dans la rue. Parfois il semble que pour certains, les relations humaines soient régulées par deux "dogmes" modernes : efficacité et pragmatisme. Chers Évêques, prêtres, religieux, religieuses et vous aussi séminaristes qui vous préparez au ministère, ayez le courage d’aller à contre-courant de cette culture Avoir le courage ! Rappelez-vous d’une chose, ça me fait beaucoup de bien et je le médite fréquemment : prenez le Premier Livre des Maccabées, rappelez-vous quand beaucoup [pas les Maccabées, NDR] voulurent se modeler sur la culture de l’époque : « Non… ! Laissons, non… ! Mangeons tout, comme tout le monde… Bien, la loi oui, mais pas trop… ». Et ils finirent par laisser la foi pour se mettre dans le courant de cette culture. Ayez le courage d’aller à contre-courant de cette culture maniaque de l’efficacité, de cette culture du rebut. La rencontre et l’accueil de tous, la solidarité – un mot qu’on cache dans cette culture, comme si c’était un gros mot –, la solidarité et la fraternité, sont les éléments qui rendent notre civilisation vraiment humaine.

Être serviteurs de la communion et de la culture de la rencontre ! Je veux que vous soyez comme obsédés en ce sens. Et soyez-le sans être présomptueux, en imposant "nos vérités", mais au contraire guidés par l’humble et heureuse certitude de celui qui a été trouvé, rejoint et transformé par la Vérité qui est le Christ et qui ne peut pas ne pas l’annoncer (cf. Lc 24, 13-35).

Chers frères et sœurs, nous sommes appelés par Dieu, par notre prénom et notre nom, chacun de nous, appelés à annoncer l’Évangile et à promouvoir avec joie la culture de la rencontre. Que la Vierge Marie est notre modèle ! Dans sa vie elle a été « le modèle de cet amour maternel dont doivent être animés tous ceux qui, associés à la mission apostolique de l'Église, travaillent à la régénération des hommes » (Conc. oecum. Vat. II, Const. dogm. Lumen gentium, n. 65). Nous lui demandons de nous enseigner à nous retrouver chaque jour avec Jésus. Et quand nous faisons semblant de rien, parce que nous avons beaucoup de choses à faire, et que le tabernacle est abandonné, qu’elle nous prenne par la main. Demandons-le-lui ! Regarde, Mère, quand je suis désorienté, prends-moi par la main. Qu’elle nous pousse à sortir à la rencontre de tants de frères et sœurs qui sont à la périphérie, qui ont soif de Dieu et n’ont personne pour le leur annoncer. Qu’elle ne nous jette pas hors de chez nous, mais qu’elle nous pousse à sortir de chez nous, et qu’ainsi nous soyons des disciples du Seigneur. Qu’elle nous accorde à tous cette grâce.

[01089-03.02] [Texte original: Plurilingue]

 TRADUZIONE IN LINGUA TEDESCA

Liebe Brüder und Schwestern in Christus,

wenn ich diese Kathedrale voller Bischöfe, Priester, Seminaristen und Ordensleute aus aller Welt sehe, denke ich an die Psalmworte der heutigen Messe: „Die Völker sollen dich loben, o Gott" (Ps 67, 4.6).

Ja, wir sind hier, um den Herrn zu loben, und wir tun das, indem wir erneut unseren Willen bekräftigen, seine Werkzeuge zu sein, damit nicht nur einige Völker Gott loben, sondern alle. Mit derselben parresia, dem gleichen Freimut von Paulus und Barnabas wollen wir unseren Jugendlichen das Evangelium verkünden, damit sie Christus begegnen und Erbauer einer brüderlicheren Welt werden. In diesem Sinn möchte ich mit euch über drei Aspekte unserer Berufung nachdenken: berufen von Gott; berufen, das Evangelium zu verkünden; berufen, die Kultur der Begegnung zu fördern.

1. Berufen von Gott. Ich glaube, es ist wichtig, in uns diese Wirklichkeit immer neu lebendig werden zu lassen, die wir inmitten der vielen täglichen Verpflichtungen oft als etwas Selbstverständliches ansehen: „Nicht ihr habt mich erwählt, sondern ich habe euch erwählt", sagt Jesus zu uns (Joh 15,16). Es ist ein Zurückgehen zur Quelle unserer Berufung. Darum darf ein Bischof, ein Priester, eine gottgeweihte Person, ein Seminarist nicht „vergesslich" sein: Er verliert dann den wesentlichen Bezug zu dem Augenblick, mit dem sein Weg begann. Bitten wir um die Gnade, erbitten wir sie von der Jungfrau Maria, von ihr, die ein gutes Gedächtnis hatte; bitten wir um die Gnade, Menschen zu sein, die das Gedächtnis dieser ersten Berufung bewahren! Wir sind von Gott gerufen und dazu berufen, bei Jesus zu bleiben (vgl. Mk 3,14), verbunden mit ihm. Tatsächlich prägt dieses Leben, dieses Bleiben in Christus alles, was wir sind und tun. Genau dieses „Leben in Christus" ist das, was unsere apostolische Wirksamkeit, die Fruchtbarkeit unseres Dienstes garantiert: „Ich habe euch dazu bestimmt, dass ihr euch aufmacht und Frucht bringt und dass eure Frucht authentisch sei" (vgl. Joh 15,16). Nicht die Kreativität, so pastoral sie auch sein mag, nicht die Begegnungen oder die Planungen garantieren die Früchte – auch wenn diese Dinge hilfreich sind, und sogar sehr –, sondern was die Frucht garantiert, ist die Treue zu Jesus, der uns mit Nachdruck sagt: „Bleibt in mir, dann bleibe ich in euch" (Joh 15,4). Und wir wissen sehr wohl, was das bedeutet: ihn betrachten, ihn anbeten und ihn umarmen in unserer täglichen Begegnung mit ihm in der Eucharistie, in unserem Gebetsleben, in unseren Momenten der Anbetung; seine Gegenwart erkennen und ihn umarmen auch in denen, die am stärksten von Not und Leid betroffen sind. Das „Bleiben" bei Christus bedeutet nicht ein Sich-isolieren, sondern es ist ein Bleiben, um zur Begegnung mit den anderen zu gehen. Hier möchte ich an einige Worte der seligen Mutter Teresa von Kalkutta erinnern. Sie sagt: „Wir müssen sehr stolz auf unsere Berufung sein, die uns die Gelegenheit gibt, Christus in den Armen zu dienen. In die „favelas", in die „cantegriles", in die „villas miseria" muss man gehen, um Christus zu suchen und ihm zu dienen. Wir müssen zu ihnen gehen, wie der Priester sich zum Altar begibt, voll Freude" (Mother Instructions, I, S. 80). Jesus ist der Gute Hirt, er ist unser wahrer Schatz; bitte, lasst uns ihn nicht aus unserem Leben streichen! Verankern wir unser Herz immer mehr in ihm (vgl. Lk 12,34)!

2. Berufen, das Evangelium zu verkünden. Liebe Bischöfe und Priester, viele von euch, wenn nicht alle, sind gekommen, um ihre Jugendlichen zu ihrem Welttreffen zu begleiten. Auch sie haben die Sendungsworte Jesu gehört: „Geht und macht alle Völker zu meinen Jüngern" (vgl. Mt 28,19). Unsere Aufgabe als Hirten ist es, ihnen zu helfen, dass in ihrem Herzen der Wunsch entbrennt, Jünger und Missionare Jesu zu sein. Sicher, viele könnten angesichts dieser Einladung ein wenig erschrecken, weil sie meinen, dass Missionar sein bedeute, notwendigerweise das Land, die Familie und die Freunde zu verlassen. Gott fordert uns auf, Missionare zu sein. Und wo? Dort, wo er uns hinstellt, in unserer Heimat oder wo immer er uns einsetzt. Helfen wir den jungen Menschen! Lasst uns ein offenes Ohr haben, um ihre falschen Hoffnungen anzuhören – sie haben es nötig, dass man ihnen zuhört –, um von ihren Erfolgen zu hören, um von ihren Schwierigkeiten zu hören. Man muss sich hinsetzen und vielleicht immer dasselbe Textbuch hören, aber mit einer anderen Musik, mit unterschiedlichen Charakteren. Die Geduld zuzuhören: Darum bitte ich euch von ganzem Herzen! Im Beichtstuhl, in der geistlichen Leitung, in der Begleitung. Lasst uns fähig sein, mit ihnen Zeit zu verlieren! Säen kostet und strengt an, strengt sehr an! Und weitaus befriedigender ist es, sich der Ernte zu erfreuen! Was für eine Gaunerei! Alle wollen wir lieber ernten! Aber Jesus verlangt von uns, dass wir mit Ernsthaftigkeit säen.

Lasst uns in der Ausbildung der jungen Menschen nicht unsere Kräfte schonen! Der heilige Paulus gebraucht seinen Christen gegenüber eine Redewendung, die er in seinem Leben hat Wirklichkeit werden lassen: „Meine Kinder, für die ich von neuem Geburtswehen erleide, bis Christus in euch Gestalt annimmt" (Gal 4,19). Lassen auch wir sie in unserem Dienst Wirklichkeit werden! Unseren Jugendlichen zu helfen, den Mut und die Freude des Glaubens wiederzuentdecken, die Freude, von Gott persönlich geliebt zu sein – das ist sehr schwer. Doch wenn ein junger Mensch das begreift, wenn ein junger Mensch mit der Salbung, die der Heilige Geist ihm schenkt, das spürt, dieses „persönlich von Gott geliebt zu sein", dann begleitet es ihn sein ganzes Leben hindurch. Die Freude darüber wiederentdecken, dass Gott seinen Sohn Jesus für unser Heil hingegeben hat! Die jungen Menschen in der Mission dazu erziehen, hinauszugehen, aufzubrechen, „Wanderprediger des Glaubens" zu sein – so hat es Jesus mit seinen Jüngern getan: Er hat sie nicht an sich gebunden, wie eine Henne ihre Kücken; er hat sie ausgesandt! Wir können nicht eingeschlossen bleiben in der Pfarrgemeinde, in unseren Gemeinschaften, in unserer Pfarr-Einrichtung, in unserer Diözesan-Einrichtung, wenn so viele Menschen auf das Evangelium warten! Hinausgehen als Gesandte! Es geht nicht einfach darum, die Tür zu öffnen, damit sie kommen und um sie aufzunehmen, sondern darum, durch die Tür hinauszugehen, um die Menschen zu suchen und ihnen zu begegnen! Drängen wir die Jugendlichen, dass sie hinausgehen. Sicher, sie werden Dummheiten machen. Haben wir keine Angst: Die Apostel haben sie vor uns gemacht. Drängen wir sie hinauszugehen. Denken wir mit Entschlossenheit an die Seelsorge und gehen dabei von der Peripherie aus, fangen bei denen an, die am weitesten entfernt sind, bei denen, die gewöhnlich nicht in die Pfarrei kommen. Sie sind die VIP unter den Geladenen. Es geht darum, aufzubrechen und sie an den Straßenkreuzungen zu suchen!

3. Von Jesus berufen sein; berufen, um das Evangelium zu verkünden und – drittens – berufen, die Kultur der Begegnung zu fördern. In vielen Bereichen und allgemein in diesem ganz auf die Wirtschaftlichkeit ausgerichteten Humanismus, der uns in der Welt aufgezwungen wird, hat sich eine Kultur des Ausschlusses durchgesetzt, eine „Wegwerfmentalität". Es ist weder Platz für den alten Menschen, noch für das ungewollte Kind; es ist keine Zeit, sich bei jenem Armen auf der Straße aufzuhalten. Manchmal scheint es, als seien für einige die menschlichen Beziehungen durch zwei moderne „Dogmen" geregelt: Wirksamkeit und Pragmatismus. Liebe Bischöfe, Priester, Ordensleute und auch ihr Seminaristen, die ihr euch auf den priesterlichen Dienst vorbereitet, habt den Mut, gegen den Strom dieser Kultur anzuschwimmen. Mutig sein! Erinnert euch an eines – mir tut das sehr gut, und ich sinne oft darüber nach: Nehmt das Erste Buch der Makkabäer und erinnert euch, wie damals viele sich der Kultur der Zeit anpassen wollten: „Nein, lassen wir’s bleiben, nein! Essen wir doch alles wie alle Leute… Nun gut, das Gesetz, ja, aber man soll doch auch nichts übertreiben…" Und so ließen sie schließlich vom Glauben ab, um mit dem Strom jener Kultur zu schwimmen. Habt ihr den Mut, gegen den Strom dieser leistungsorientierten Kultur, dieser Wegwerfmentalität zu schwimmen! Begegnung und Aufnahmebereitschaft für alle, Solidarität – ein Wort, das sich in dieser Kultur im Verborgenen hält, als sei es ein schlechtes Wort – Solidarität und Brüderlichkeit sind Elemente, die unsere Kultur wirklich menschlich machen.

Diener der Gemeinschaft und der Kultur der Begegnung sein! Ich möchte, dass ihr in diesem Sinn gleichsam besessen seid. Und das, ohne anmaßend zu sein und anderen „unsere Wahrheiten" aufzuzwingen, sondern geleitet von der demütigen und glücklichen Gewissheit dessen, der von der Wahrheit, die Christus ist, gefunden, berührt und verwandelt worden ist und dem es unmöglich ist, sie nicht zu verkünden (vgl. Lk 24,13-35).

Liebe Brüder und Schwestern, wir sind von Gott berufen – mit Vor- und Nachnamen, ein jeder von uns –, berufen, das Evangelium zu verkünden und freudig die Kultur der Begegnung zu fördern. Die Jungfrau Maria ist unser Vorbild. Sie hat in ihrem Leben „das Beispiel jener mütterlichen Liebe [gegeben], von der alle beseelt sein müssen, die in der apostolischen Sendung der Kirche zur Wiedergeburt der Menschen mitwirken" (Zweites Vatikanisches Konzil, Dogm. Konst. Lumen gentium, 65). Sie bitten wir, dass sie uns lehre, uns jeden Tag mit Jesus zu treffen. Und wenn wir so tun, als ob nichts wäre – denn wir haben so viel zu tun –, und der Tabernakel allein bleibt, dann möge sie uns an die Hand nehmen. Bitten wir sie darum! Sie her, Mutter, wenn ich richtungslos bin, führe mich bei der Hand!

Möge sie uns dann drängen, hinauszugehen zur Begegnung mit so vielen Brüdern und Schwestern, die sich an der Peripherie befinden, die Durst nach Gott haben, aber niemanden, der ihn verkündet. Dass sie uns nicht aus dem Haus werfe, aber uns dränge, aus dem Haus zu gehen. Auf diese Weise sind wir Jünger des Herrn. Möge sie allen diese Gnade gewähren.

[01089-05.03] [Originalsprache: Mehrsprachig]

 TRADUZIONE IN LINGUA POLACCA

Umiłowani Bracia w Chrystusie!

Patrząc na tę katedrę, wypełnioną biskupami, kapłanami, seminarzystami, zakonnikami i zakonnicami, przybyłymi z całego świata, myślę o słowach Psalmu z dzisiejszej Mszy św.: „Niech wszystkie ludy sławią Ciebie, Boże" (Ps 67 [66]). Tak, jesteśmy tutaj, aby chwalić Pana, a czynimy to, potwierdzając, że chcemy być Jego narzędziami, ażeby nie tylko niektóre, ale wszystkie ludy chwaliły Boga. Z taką samą otwartością jak Paweł i Barnaba chcemy głosić Ewangelię młodym ludziom, aby mogli spotkać Chrystusa i aby stali się budowniczymi świata bardziej braterskiego. W związku z tym chciałbym wraz z wami zastanowić się nad trzema aspektami naszego powołania: jesteśmy powołani przez Boga; powołani do głoszenia Ewangelii; powołani, by krzewić kulturę spotkania.

1. Powołani przez Boga. Wydaje mi się, że ważne jest, by wciąż ożywiać w sobie świadomość tego faktu, który często uważamy za oczywisty, pochłonięci wieloma codziennymi zadaniami: „Nie wyście Mnie wybrali, ale Ja was wybrałem", mówi Jezus (J 15, 16). Oznacza to powrót do źródła naszego powołania. Dlatego biskup, ksiądz, zakonnik, zakonnica, kleryk nie może być „zapominalskim": utracić istotnego odniesienia do początkowego momentu swojej drogi. Trzeba prosić o łaskę, prosić Najświętszą Pannę, Tę, która miała dobrą pamięć; prosić o łaskę bycia osobami, które zachowują pamięć o pierwotnym powołaniu.Zostaliśmy powołani przez Boga i wezwani, by być z Jezusem (por. Mk 3,14), zjednoczeni z Nim. W rzeczywistości to życie w Chrystusie naznacza wszystko, czym jesteśmy i co robimy Właśnie „życie w Chrystusie" jest tym, co zapewnia naszą skuteczność apostolską i owocność naszej posługi: „Przeznaczyłem was na to, abyście szli i owoc przynosili, i by owoc wasz był autentyczny " (por. J 15, 16). To nie kreatywność duszpasterska, nie spotkania czy planowanie zapewniają owoce, choć bardzo pomagają, ale tym, co zapewnia owoc, jest wierność Jezusowi, który mówi nam stanowczo: „Trwajcie we Mnie, a Ja w was [będę trwać]" (J 15, 4). A my dobrze wiemy, co to oznacza: kontemplować Go, adorować i przyjąć Go w naszym codziennym spotkaniu z Nim w Eucharystii, w naszej modlitwie, w naszych momentach adoracji; rozpoznawać Jego obecność i przyjmować Gow osobach najbardziej potrzebujących. „Trwanie" z Chrystusem nie oznacza izolowania się, ale trwanie, aby wyjść na spotkanie z innymi. Tu chcę wspomnieć pewne słowa błogosławionej Matki Teresy z Kalkuty. Mówi tak: „Powinnyśmy być bardzo dumne z naszego powołania, które daje nam możliwość służenia Chrystusowi w ubogich. Trzeba iść szukać Chrystusa i służyć Mu właśnie w fawelach, w „cantegriles", w „dzielnicach nędzy". Musimy iść do nich tak, jak kapłan podchodzi do ołtarza, z radością" (Mother Instructions, I, s. 80). Jezus jest Dobrym Pasterzem, jest naszym prawdziwym skarbem; proszę, nie wymazujmy Go z naszego życia! Zakorzeniajmy coraz bardziej nasze serce w Nim. (por. Łk 12, 34).

2. Powołani do głoszenia Ewangelii. Wielu z was, drodzy biskupi i kapłani, jeśli nie wszyscy, przybyli, by towarzyszyć młodym ludziom w ich Światowym Dniu. Także oni usłyszeli słowa polecenia Jezusa: „Idźcie (…) i nauczajcie wszystkie narody" (Mt 28, 19). Naszym zadaniem jako Pasterzy jest pomagać im rozpalić w swych sercach pragnienie bycia uczniami i misjonarzami Jezusa. Oczywiście wielu, słysząc to wezwanie, może odczuwać pewien lęk, myśląc, że być misjonarzem oznacza, że trzeba opuścić swoją ojczyznę, rodzinę i przyjaciół. Bóg wzywa, abyśmy byli misjonarzami. Gdzie jesteśmy? Tam, gdzie On sam nas umieszcza, w naszej ojczyźnie lub tam, gdzie nas posyła. Pomagajmy ludziom młodym. Miejmy uszy nastawione na słuchanie o ich iluzjach – oni potrzebują wysłuchania – na słuchanie o ich sukcesach, na słuchanie o ich trudnościach. Trzeba usiąść, słuchając może tego samego libretta, ale z inną muzyką, z różną tożsamością. Cierpliwość w słuchaniu! O to was proszę z całego serca! W konfesjonale, w kierownictwie duchowym, w towarzyszeniu. Umiejmy tracić czas dla nich. Zasiew kosztuje i męczy, bardzo męczy! Bardziej cieszy żniwo! Co za przebiegłość! Wszyscy bardziej cieszymy się żniwem! Tymczasem Jezus prosi nas, abyśmy siali z powagą.

Nie szczędźmy sił w formacji ludzi młodych! Święty Paweł zwracając się do swych chrześcijan, używa wyrażenia, na określenie tego, co realizował w swoim życiu: „Dzieci moje, oto ponownie w bólach was rodzę, aż Chrystus w was się ukształtuje" (Ga 4, 19). Także i my postarajmy się, aby urzeczywistniało się to w naszej posłudze! Pomagać młodym ludziom w odkrywaniu męstwa i radości wiary, radości z tego, że Bóg kocha każdego z nich, to bardzo trudne, ale gdy młody człowiek to zrozumie, kiedy to odczuje wraz z namaszczeniem, które daje Duch Święty, wówczas to „bycie osobiście kochanym przez Boga" towarzyszy mu potem przez całe życie; odkrywa radość z tego, że Bóg dał swego Syna Jezusa dla naszego zbawienia. Wychowywać ich do misji, do wychodzenia, do wyruszania w drogę, do bycia „callejeros de la fe" [włóczęgami wiary]. Tak Jezus postępował ze swoimi uczniami: nie trzymał ich przy sobie, jak kwoka pisklęta, ale ich posyłał! Nie możemy pozostawać zamknięci w parafii, w naszych wspólnotach, w naszej instytucji parafialnej czy instytucji diecezjalnej, kiedy tak wiele osób czeka na Ewangelię! Wyjść z posłaniem. Nie wystarczy po prostu otwarcie drzwi, aby przyjąć, ale trzeba wyjść przez te drzwi, aby szukać i spotykać! Zachęcajmy młodych do wyjścia. Oczywiście będą robić głupstwa. Nie bójmy się. Apostołowie robili je przed nami. Zachęcajmy do wyjścia. Myślmy zdecydowanie o duszpasterstwie, poczynając od peryferii, poczynając od tych, którzy są najdalej, od tych, którzy zwykle nie przychodzą do parafii. Oni są zaproszonymi VIP. Iść i szukać ich na skrzyżowaniach ulic.

3. Być powołanymi przez Jezusa, być powołanymi do ewangelizowania, i trzecie: być powołanymi, by krzewić kulturę spotkania. W wielu środowiskach i generalnie w zekonomizowanym człowieczeństwie, które zostało nam narzucone w świecie, rozpowszechniła się kultura wykluczania, „kultura odrzucania". Nie ma miejsca ani dla starca, ani dla niechcianego dziecka. Nie ma czasu, aby zatrzymać się z ubogim w drodze. Czasami wydaje się, że dla niektórych relacje mędzyludzkie są regulowane przez dwa nowoczesne „dogmaty": skuteczność i pragmatyzm. Drodzy biskupi, kapłani, zakonnicy, zakonnice, a także wy, klerycy, przygotowujący się do posługi, miejcie odwagę iść pod prąd tej kulturze. Miejcie odwagę! Pamiętajcie o jednej rzeczy – mnie to dobrze robi i medytuję nad tym często: weźcie pierwszą Księgę Machabejską, wspomnijcie jak to wielu [nie Machabeusze, przypis redaktorski] chciało dostosować się do ówczesnej kultury: „Nie…! Przestańcie, nie…! Jedzmy wszystko, jak inni… Dobrze, Prawo tak, ale bez przesady …". I skończyło się tak, że porzucili wiarę, aby iść z nurtem tej kultury. Miejcie odwagę iść pod prąd tej kultury sukcesu, tej kultury odrzucenia. Spotkanie i otwarcie na wszystkich, solidarność – słowo zapomniane w tej kulturze, jakby było brzydkim słowem - solidarność i braterstwo to elementy, które czynią naszą cywilizację prawdziwie ludzką.

Być sługami komunii i kultury spotkania! Chciałbym, żebyście byli w tym względzie niemal obsesyjni. Robić to nie będąc zarozumiałymi, nie narzucając „naszych prawd", ale kierując się pokorną i radosną pewnością właściwą temu, kogo odnalazła, dosięgła i przemieniła Prawda, którą jest Chrystus, i kto nie może Go nie głosić (por. Łk 24, 13-35).

Drodzy bracia i siostry, jesteśmy powołani przez Boga, z imienia i nazwiska, każdy z nas, powołani, by głosić Ewangelię i z radościąkrzewić kulturę spotkania. Naszym wzorem jest Maryja Dziewica. „W swoim życiu stała się przykładem macierzyńskiego uczucia, które w apostolskim posłannictwie Kościoła powinno ożywiać wszystkich współpracujących dla odrodzenia ludzi" (Powszechny Sobór Watykański II, Konst. dogm. Lumen gentium, 65). Prosimy Ją, aby nas nauczyła spotykać się każdego dnia z Jezusem. A kiedy udajemy, że nic się nie dzieje, bo mamy wiele do zrobienia, a tabernakulum jest opuszczone, niech nas weźmie za rękę. Niech nas zachęci do wyjścia na spotkanie wielu braci i sióstr, którzy pozostają na peryferiach, odczuwają głód Boga i nie mają nikogo, kto by im Go głosił. Niech nas nie wyrzuca z domu, ale zachęca do wyjścia z domu. Tak jesteśmy uczniami Pana. Niech Ona udzieli nam tej łaski.

[01089-09.02] [Testo originale: Plurilingue]

Al termine della Santa Messa, il Papa si è trasferito in auto al Teatro Municipale di Rio de Janeiro per l’incontro con la classe dirigente del Brasile.

[B0495-XX.02]