Sala Stampa

www.vatican.va

Sala Stampa Back Top Print Pdf
Sala Stampa


VIAGGIO APOSTOLICO DI SUA SANTITÀ BENEDETTO XVI IN MESSICO E NELLA REPUBBLICA DI CUBA (23 - 29 MARZO 2012) (XII), 26.03.2012


SANTA MESSA IN PLAZA ANTONIO MACEO A SANTIAGO DE CUBA IN OCCASIONE DEL 400.MO ANNIVERSARIO DEL RITROVAMENTO DELLA VIRGEN DE LA CARIDAD DEL COBRE 

 OMELIA DEL SANTO PADRE

 TRADUZIONE IN LINGUA ITALIANA

 TRADUZIONE IN LINGUA FRANCESE

 TRADUZIONE IN LINGUA INGLESE

 TRADUZIONE IN LINGUA TEDESCA

 TRADUZIONE IN LINGUA PORTOGHESE

Alle ore 17.30 (le 0.30 del 27 marzo, ora di Roma), il Santo Padre Benedetto XVI presiede in Plaza Antonio Maceo a Santiago de Cuba la Santa Messa nella Solennità dell’Annunciazione del Signore, in occasione del quarto centenario del ritrovamento della statuetta della Virgen de la Caridad del Cobre. La piccola scultura lignea, rinvenuta nel 1606 da tre pescatori nelle acque della Bahía de Nipe, è stata portata per l’occasione dal Santuario Nazionale ed esposta nella piazza.
Nel corso della celebrazione, introdotta dall’indirizzo di saluto dell’Arcivescovo di Santiago de Cuba, S.E. Mons. Dionisio Guillermo García Ibáñez, il Papa offre una Rosa d’Oro alla Virgen de la Caridad.
Di seguito pubblichiamo il testo dell’omelia che il Santo Padre pronuncia durante la celebrazione eucaristica:

 OMELIA DEL SANTO PADRE

Queridos hermanos y hermanas:

Doy gracias a Dios que me ha permitido venir hasta ustedes y realizar este tan deseado viaje. Saludo a Monseñor Dionisio García Ibáñez, Arzobispo de Santiago de Cuba, agradeciéndole sus amables palabras de acogida en nombre de todos; saludo asimismo a los obispos cubanos y a los venidos de otros lugares, así como a los sacerdotes, religiosos, seminaristas y fieles laicos presentes en esta celebración. No puedo olvidar a los que por enfermedad, avanzada edad u otros motivos, no han podido estar aquí con nosotros. Saludo también a las autoridades que han querido gentilmente acompañarnos.

Esta santa Misa, que tengo la alegría de presidir por primera vez en mi visita pastoral a este país, se inserta en el contexto del Año Jubilar mariano, convocado para honrar y venerar a la Virgen de la Caridad del Cobre, patrona de Cuba, en el cuatrocientos aniversario del hallazgo y presencia de su venerada imagen en estas tierras benditas. No ignoro el sacrificio y dedicación con que se ha preparado este jubileo, especialmente en lo espiritual. Me ha llenado de emoción conocer el fervor con el que María ha sido saludada e invocada por tantos cubanos, en su peregrinación por todos los rincones y lugares de la Isla.

Estos acontecimientos importantes de la Iglesia en Cuba se ven iluminados con inusitado resplandor por la fiesta que hoy celebra la Iglesia universal: la anunciación del Señor a la Virgen María. En efecto, la encarnación del Hijo de Dios es el misterio central de la fe cristiana, y en él, María ocupa un puesto de primer orden. Pero, ¿cuál es el significado de este misterio? Y, ¿cuál es la importancia que tiene para nuestra vida concreta?

Veamos ante todo qué significa la encarnación. En el evangelio de san Lucas hemos escuchado las palabras del ángel a María: «El Espíritu Santo vendrá sobre ti, y la fuerza del Altísimo te cubrirá con su sombra; por eso el Santo que va a nacer se llamará Hijo de Dios» (Lc 1,35). En María, el Hijo de Dios se hace hombre, cumpliéndose así la profecía de Isaías: «Mirad, la virgen está encinta y da a luz un hijo, y le pondrá por nombre Emmanuel, que significa "Dios-con-nosotros"» (Is 7,14). Sí, Jesús, el Verbo hecho carne, es el Dios-con-nosotros, que ha venido a habitar entre nosotros y a compartir nuestra misma condición humana. El apóstol san Juan lo expresa de la siguiente manera: «Y el Verbo se hizo carne, y habitó entre nosotros» (Jn 1,14). La expresión «se hizo carne» apunta a la realidad humana más concreta y tangible. En Cristo, Dios ha venido realmente al mundo, ha entrado en nuestra historia, ha puesto su morada entre nosotros, cumpliéndose así la íntima aspiración del ser humano de que el mundo sea realmente un hogar para el hombre. En cambio, cuando Dios es arrojado fuera, el mundo se convierte en un lugar inhóspito para el hombre, frustrando al mismo tiempo la verdadera vocación de la creación de ser espacio para la alianza, para el «sí» del amor entre Dios y la humanidad que le responde. Y así hizo María como primicia de los creyentes con su «sí» al Señor sin reservas.

Por eso, al contemplar el misterio de la encarnación no podemos dejar de dirigir a ella nuestros ojos, para llenarnos de asombro, de gratitud y amor al ver cómo nuestro Dios, al entrar en el mundo, ha querido contar con el consentimiento libre de una criatura suya. Sólo cuando la Virgen respondió al ángel, «aquí está la esclava del Señor; hágase en mí según tu palabra» (Lc 1,38), a partir de ese momento el Verbo eterno del Padre comenzó su existencia humana en el tiempo. Resulta conmovedor ver cómo Dios no sólo respeta la libertad humana, sino que parece necesitarla. Y vemos también cómo el comienzo de la existencia terrena del Hijo de Dios está marcado por un doble «sí» a la voluntad salvífica del Padre, el de Cristo y el de María. Esta obediencia a Dios es la que abre las puertas del mundo a la verdad, a la salvación. En efecto, Dios nos ha creado como fruto de su amor infinito, por eso vivir conforme a su voluntad es el camino para encontrar nuestra genuina identidad, la verdad de nuestro ser, mientras que apartarse de Dios nos aleja de nosotros mismos y nos precipita en el vacío. La obediencia en la fe es la verdadera libertad, la auténtica redención, que nos permite unirnos al amor de Jesús en su esfuerzo por conformarse a la voluntad del Padre. La redención es siempre este proceso de llevar la voluntad humana a la plena comunión con la voluntad divina (cf. Lectio divina con el clero de Roma, 18 febrero 2010).

Queridos hermanos, hoy alabamos a la Virgen Santísima por su fe y con santa Isabel le decimos también nosotros: «Bienaventurada la que ha creído» (Lc 1,45). Como dice san Agustín, María concibió antes a Cristo por la fe en su corazón que físicamente en su vientre; María creyó y se cumplió en ella lo que creía (cf. Sermón 215, 4: PL 38,1074). Pidamos nosotros al Señor que nos aumente la fe, que la haga activa y fecunda en el amor. Pidámosle que sepamos como ella acoger en nuestro corazón la palabra de Dios y llevarla a la práctica con docilidad y constancia.

La Virgen María, por su papel insustituible en el misterio de Cristo, representa la imagen y el modelo de la Iglesia. También la Iglesia, al igual que hizo la Madre de Cristo, está llamada a acoger en sí el misterio de Dios que viene a habitar en ella. Queridos hermanos, sé con cuánto esfuerzo, audacia y abnegación trabajan cada día para que, en las circunstancias concretas de su País, y en este tiempo de la historia, la Iglesia refleje cada vez más su verdadero rostro como lugar en el que Dios se acerca y encuentra con los hombres. La Iglesia, cuerpo vivo de Cristo, tiene la misión de prolongar en la tierra la presencia salvífica de Dios, de abrir el mundo a algo más grande que sí mismo, al amor y la luz de Dios. Vale la pena, queridos hermanos, dedicar toda la vida a Cristo, crecer cada día en su amistad y sentirse llamado a anunciar la belleza y bondad de su vida a todos los hombres, nuestros hermanos. Les aliento en su tarea de sembrar el mundo con la Palabra de Dios y de ofrecer a todos el alimento verdadero del cuerpo de Cristo. Cercana ya la Pascua, decidámonos sin miedos ni complejos a seguir a Jesús en su camino hacia la cruz. Aceptemos con paciencia y fe cualquier contrariedad o aflicción, con la convicción de que, en su resurrección, él ha derrotado el poder del mal que todo lo oscurece, y ha hecho amanecer un mundo nuevo, el mundo de Dios, de la luz, de la verdad y la alegría. El Señor no dejará de bendecir con frutos abundantes la generosidad de su entrega.

El misterio de la encarnación, en el que Dios se hace cercano a nosotros, nos muestra también la dignidad incomparable de toda vida humana. Por eso, en su proyecto de amor, desde la creación, Dios ha encomendado a la familia fundada en el matrimonio la altísima misión de ser célula fundamental de la sociedad y verdadera Iglesia doméstica. Con esta certeza, ustedes, queridos esposos, han de ser, de modo especial para sus hijos, signo real y visible del amor de Cristo por la Iglesia. Cuba tiene necesidad del testimonio de su fidelidad, de su unidad, de su capacidad de acoger la vida humana, especialmente la más indefensa y necesitada.

Queridos hermanos, ante la mirada de la Virgen de la Caridad del Cobre, deseo hacer un llamado para que den nuevo vigor a su fe, para que vivan de Cristo y para Cristo, y con las armas de la paz, el perdón y la comprensión, luchen para construir una sociedad abierta y renovada, una sociedad mejor, más digna del hombre, que refleje más la bondad de Dios.

Amén.

[00408-04.01] [Texto original: Español]

 TRADUZIONE IN LINGUA ITALIANA

Cari fratelli e sorelle!

Rendo grazie a Dio che mi ha permesso di venire tra voi e realizzare questo viaggio così desiderato. Saluto Mons. Dionisio García Ibáñez, Arcivescovo di Santiago di Cuba, ringraziandolo per le sue cortesi parole di accoglienza a nome di tutti; saluto, allo stesso tempo, i Vescovi cubani e quelli venuti da altri luoghi, come pure i sacerdoti, i religiosi, i seminaristi e i fedeli laici presenti a questa celebrazione. Non posso dimenticare quanti non hanno potuto essere qui per malattia, età o altre ragioni. Saluto inoltre le autorità che hanno voluto gentilmente accompagnarci.

Questa Santa Messa, che ho la gioia di presiedere per la prima volta nella mia Visita pastorale a questo Paese, si inserisce nel contesto dell’anno giubilare mariano, convocato per onorare la Vergine della Carità del Cobre, Patrona di Cuba, nel quattrocentesimo anniversario della scoperta e presenza della sua venerata immagine in queste terre benedette. Non ignoro il sacrificio e la dedizione con cui è stato preparato questo giubileo, specialmente nell’aspetto spirituale. Mi ha riempito di emozione conoscere il fervore con il quale Maria è stata salutata e invocata da tanti cubani, nella sua peregrinazione per tutti gli angoli e i luoghi dell’Isola.

Questi eventi importanti della Chiesa in Cuba vengono illuminati con inusitato splendore dalla festa che oggi celebra la Chiesa universale: l’Annunciazione del Signore alla Vergine Maria. In effetti, l’Incarnazione del Figlio di Dio è il Mistero centrale della fede cristiana, e in esso Maria occupa un posto di prim’ordine. Però, qual è il significato di questo Mistero? E qual è l’importanza che ha per la nostra vita concreta?

Vediamo anzitutto cosa significa l’Incarnazione. Nel Vangelo di san Luca abbiamo ascoltato le parole dell’angelo a Maria: «Lo Spirito Santo scenderà su di te e la potenza dell’Altissimo ti coprirà con la sua ombra. Perciò colui che nascerà sarà santo e sarà chiamato Figlio di Dio» (Lc 1,35). In Maria, il Figlio di Dio si fa uomo, si compie così la profezia di Isaia: «Ecco, la vergine concepirà e partorirà un figlio, che chiamerà Emmanuele» (Is 7,14). Sì, Gesù, il Verbo fatto carne, è il Dio-con-noi, che è venuto ad abitare tra noi e a condividere la nostra stessa condizione umana. L’apostolo san Giovanni lo esprime nel modo seguente: «E il Verbo si fece carne, e venne ad abitare in mezzo a noi» (Gv 1,14). L’espressione «si fece carne» indica la realtà umana più concreta e tangibile. In Cristo, Dio è venuto realmente nel mondo, è entrato nella nostra storia, ha posto la sua dimora in mezzo a noi, adempiendo così l’intima aspirazione dell’essere umano che il mondo sia realmente una casa per l’uomo. Al contrario, quando Dio è estromesso, il mondo si trasforma in un luogo inospitale per l’uomo, frustrando, nello stesso tempo, la vera vocazione della creazione di essere lo spazio per l’alleanza, per il «sì» dell’amore tra Dio e l’umanità che gli risponde. Così ha fatto Maria, come primizia dei credenti, con il suo «sì» al Signore, senza riserve.

Per questo, contemplando il Mistero dell’Incarnazione non possiamo tralasciare di rivolgere i nostri occhi a Lei, per riempirci di stupore, di gratitudine e d’amore al vedere come il nostro Dio, entrando nel mondo, ha voluto fare affidamento sul consenso libero di una sua creatura. Solo quando la Vergine ha risposto all’angelo: «Ecco sono la serva del Signore; avvenga per me secondo la tua parola» (Lc 1,38), a partire da quel momento, il Verbo eterno del Padre iniziò la sua esistenza umana nel tempo. E’ commovente vedere come Dio non solo rispetta la libertà umana, ma sembra averne bisogno. E vediamo anche come l’inizio dell’esistenza terrena del Figlio di Dio è segnato da un doppio «sì» alla volontà salvifica del Padre: quello di Cristo e quello di Maria. Questa obbedienza a Dio è quella che apre le porte del mondo alla verità, alla salvezza. In effetti, Dio ci ha creati come frutto del suo amore infinito; per questo, vivere secondo la sua volontà è il cammino per trovare la nostra autentica identità, la verità del nostro essere, mentre allontanarsi da Dio ci allontana da noi stessi e ci precipita nel vuoto. L’obbedienza nella fede è la vera libertà, l’autentica redenzione, che ci permette di unirci all’amore di Gesù nel suo sforzo di conformarsi alla volontà del Padre. La redenzione è sempre questo processo di condurre la volontà umana alla piena comunione con la volontà divina (cfr Lectio divina con i parroci di Roma, 18 febbraio 2010).

Cari fratelli, oggi lodiamo la Vergine Santissima per la sua fede e con Santa Elisabetta le diciamo anche noi: «Beata colei che ha creduto» (Lc 1,45). Come dice Sant’Agostino, Maria concepì Cristo prima nel suo cuore con la fede, che fisicamente nel suo grembo; Maria credette e si compì in Lei ciò che credeva (cfr Sermo 215, 4: PL 38,1074). Preghiamo il Signore che aumenti la nostra fede, che la renda attiva e feconda nell’amore. Chiediamogli di essere capaci, come Lei, di accogliere nel nostro cuore la Parola di Dio e praticarla con docilità e costanza.

La Vergine Maria, per il suo ruolo insostituibile nel Mistero di Cristo, rappresenta l’immagine e il modello della Chiesa. Anche la Chiesa, come fece la Madre di Cristo, è chiamata ad accogliere in sé il Mistero di Dio che viene ad abitare in essa. Cari fratelli, so con quanto sforzo, audacia e abnegazione lavorate ogni giorno affinché, nelle circostanze concrete del vostro Paese, e in questo momento storico, la Chiesa rifletta sempre più il suo vero volto come luogo nel quale Dio si avvicina e incontra gli uomini. La Chiesa, corpo vivo di Cristo, ha la missione di prolungare sulla terra la presenza salvifica di Dio, di aprire il mondo a qualcosa di più grande di se stesso, all’amore e alla luce di Dio. Vale la pena, cari fratelli, dedicare tutta la vita a Cristo, crescere ogni giorno nella sua amicizia e sentirsi chiamati ad annunciare la bellezza e la bontà della propria vita a tutti gli uomini, nostri fratelli. Vi incoraggio nel vostro compito di seminare il mondo con la parola di Dio e di offrire a tutti l’alimento vero del corpo di Cristo. Nell’approssimarsi della Pasqua, decidiamoci senza timori né complessi a seguire Gesù nel suo cammino verso la croce. Accettiamo con pazienza e fede qualsiasi contrarietà o afflizione, con la convinzione che, nella sua risurrezione, Egli ha sconfitto il potere del male che tutto oscura e ha fatto germogliare un mondo nuovo, il mondo di Dio, della luce, della verità e della gioia. Il Signore non smetterà di benedire con frutti abbondanti la generosità del vostro impegno.

Il Mistero dell’Incarnazione, nel quale Dio si fa vicino a noi, ci mostra anche la dignità incomparabile di ogni vita umana. Per questo, nel suo progetto di amore, fin dalla creazione, Dio ha affidato alla famiglia fondata sul matrimonio l’altissima missione di essere cellula fondamentale della società e vera Chiesa domestica. Con questa certezza, voi, cari sposi, dovete essere, in modo speciale per i vostri figli, segno reale e visibile dell’amore di Cristo per la Chiesa. Cuba necessita della testimonianza della vostra fedeltà, della vostra unità, della vostra capacità di accogliere la vita umana, specialmente la più indifesa e bisognosa.

Cari fratelli, davanti allo sguardo della Vergine della Carità del Cobre, desidero fare un appello perché diate nuovo vigore alla vostra fede, viviate di Cristo e per Cristo, e, con le armi della pace, del perdono e della comprensione, vi impegnate a costruire una società aperta e rinnovata, una società migliore, più degna dell’uomo, che rifletta maggiormente la bontà di Dio. Amen.

[00408-01.01] [Testo originale: Spagnolo]

 TRADUZIONE IN LINGUA FRANCESE

Chers frères et soeurs,

Je rends grâce à Dieu qui m’a permis de venir jusqu’à vous et d’accomplir ce voyage tant désiré. Je salue Mgr Dionisio García Ibáñez, Archevêque de Santiago de Cuba, le remerciant de ses aimables paroles d’accueil au nom de vous tous ; je salue également les Évêques cubains et ceux venus d’ailleurs, ainsi que les prêtres, les religieux, les séminaristes et les fidèles laïcs présents lors de cette célébration. Je ne peux pas oublier ceux qui, pour cause de maladie, de leur âge avancé et pour d’autres raisons, n’ont pas pu être ici avec nous. Je salue aussi les autorités qui ont gentiment voulu nous accompagner.

Cette sainte messe, que j’ai la joie de présider pour la première fois durant ma visite pastorale dans ce pays, s’insère dans le contexte de l’Année mariale jubilaire, convoquée pour honorer et vénérer la Vierge de la Charité de Cobre (Virgen de la Caridad del Cobre), patronne de Cuba, à l’occasion du quatre centième anniversaire de la découverte et de la présence de sa vénérable image en ces terres bénies. Je n’ignore pas le sacrifice et le dévouement avec lesquels s’est préparé ce jubilé, spécialement du point de vue spirituel. Connaître la ferveur avec laquelle Marie, lors de son pèlerinage à travers tous les recoins et les lieux de l’Ile, a été saluée et invoquée par tant de Cubains m’a rempli d’émotion.

Ces événements importants pour l’Église à Cuba sont illuminés d’un éclat inhabituel par la fête que l’Église universelle célèbre aujourd’hui : l’Annonciation du Seigneur à la Vierge Marie. En effet, l’incarnation du Fils de Dieu est le mystère central de la foi chrétienne, et en lui, Marie occupe un rôle de premier ordre. Mais, que veut dire ce mystère ? et quelle importance a-t-il pour nos vies concrètes ?

Voyons avant tout ce que signifie l’Incarnation. Dans l’évangile de saint Luc, nous avons écouté les paroles de l’ange à Marie : « L’Esprit Saint viendra sur toi, et la puissance du Très Haut te prendra sous son ombre. C'est pourquoi celui qui va naître sera saint, et il sera appelé Fils de Dieu » (Lc 1, 35). En Marie, le Fils de Dieu se fait homme, accomplissant ainsi la prophétie d’Isaïe : « Voici, la jeune fille deviendra enceinte, elle enfantera un fils, et elle lui donnera le nom d'Emmanuel, qui signifie ‘Dieu-avec-nous’ » (Is 7, 14). Oui, Jésus, le Verbe fait chair, est le Dieu-avec-nous, qui est venu habiter parmi nous et partager notre condition humaine elle-même. L’apôtre saint Jean l’exprime de la manière suivante : « Et le Verbe s’est fait chair, et il a habité parmi nous » (Jn 1, 14). L’expression «  s’est fait chair » souligne la réalité humaine la plus concrète et la plus tangible. Dans le Christ, Dieu est venu réellement au monde, il est entré dans notre histoire, il a installé sa demeure parmi nous, accomplissant ainsi l’intime aspiration de l’être humain que le monde soit réellement un foyer pour l’homme. En revanche, quand Dieu est jeté dehors, le monde se transforme en un lieu inhospitalier pour l’homme, décevant en même temps la vraie vocation de la création d’être un espace pour l’alliance, pour le « oui » de l’amour entre Dieu et l’humanité qui lui répond. C’est ce que fit Marie, étant la prémisse des croyants par son « oui » sans réserve au Seigneur.

Pour cela, en contemplant le mystère de l’Incarnation, nous ne pouvons pas nous empêcher de tourner notre regard vers elle et nous remplir d’étonnement, de gratitude et d’amour en voyant comment notre Dieu, en entrant dans le monde, a voulu compter avec le consentement libre d’une de ses créatures. Ce n’est que quand la Vierge répondit à l’ange : « Voici la servante du Seigneur; que tout se passe pour moi selon ta parole » (Lc 1, 38), que le Verbe éternel du Père commença son existence humaine dans le temps. Il est émouvant de voir comment Dieu non seulement respecte la liberté humaine, mais semble en avoir besoin. Et nous voyons aussi comment le commencement de l’existence terrestre du Fils de Dieu est marqué par un double « oui » à la volonté salvatrice du Père : celui du Christ et celui de Marie. Cette obéissance à Dieu est celle qui ouvre les portes du monde à la vérité et au salut. En effet, Dieu nous a créés comme fruit de son amour infini, c’est pourquoi vivre conformément à sa volonté est la voie pour rencontrer notre authentique identité, la vérité de notre être, alors que s’éloigner de Dieu nous écarte de nous-mêmes et nous précipite dans le néant. L’obéissance dans la foi est la vraie liberté, l’authentique rédemption qui nous permet de nous unir à l’amour de Jésus en son effort pour se conformer à la volonté du Père. La rédemption est toujours ce processus de porter la volonté humaine à la pleine communion avec la volonté divine (cf. Lectio divina avec les clergé de Rome, 18 février 2010).

Chers frères, nous louons aujourd’hui la Très Sainte Vierge pour sa foi et nous lui disons aussi avec sainte Elisabeth : « Heureuse celle qui a cru » (Lc 1, 45). Comme dit saint Augustin, avant de concevoir le Christ dans son sein, Marie le conçut dans la foi de son cœur. Marie crut et s’accomplit dans ce qu’elle croyait (cf. Sermon 215, 4 : PL 38, 1074). Demandons au Seigneur de faire grandir notre foi, qu’il la rende vive et féconde dans l’amour. Demandons-lui de savoir accueillir en notre cœur comme elle la parole de Dieu et de l’appliquer avec docilité et constance.

La Vierge Marie, de par son rôle irremplaçable dans le mystère du Christ, représente l’image et le modèle de l’Église. L’Église aussi, de même que fit la Mère du Christ, est appelée à accueillir en soi le mystère de Dieu qui vient habiter en elle. Chers frères, je connais les efforts, l’audace et l’abnégation avec lesquels vous travaillez chaque jour pour que, dans les réalités concrètes de votre pays, et en cette période de l’histoire, l’Église reflète toujours plus son vrai visage comme un lieu où Dieu s’approche et rencontre les hommes. L’Église, corps vivant du Christ, a la mission de prolonger sur la terre la présence salvatrice de Dieu, d’ouvrir le monde à quelque chose de plus grand que lui-même, l’amour et la lumière de Dieu. Cela vaut la peine, chers frères, de dédier toute sa vie au Christ, de grandir chaque jour dans son amitié et de se sentir appelé à annoncer la beauté et la bonté de sa vie à tous les hommes, nos frères. Je vous encourage dans cette tâche de semer dans le monde la parole de Dieu et d’offrir à tous le vrai aliment du corps du Christ. Pâques s’approchant déjà, décidons-nous sans peur et sans complexe à suivre Jésus sur le chemin de la croix. Acceptons avec patience et foi n’importe quel contrariété ou affliction, avec la conviction que dans sa résurrection il a vaincu le pouvoir du mal qui obscurcit tout, et a fait se lever un monde nouveau, le monde de Dieu, de la lumière, de la vérité et de la joie. Le Seigneur n’arrêtera pas de bénir par des fruits abondants la générosité de votre dévouement.

Le mystère de l’incarnation, dans lequel Dieu se fait proche de nous, nous montre également la dignité incomparable de toute vie humaine. C’est pourquoi, dans son projet d’amour, depuis la création, Dieu a confié à la famille fondée sur le mariage, la très haute mission d’être la cellule fondamentale de la société et la vraie Église domestique. C’est avec cette certitude que, vous, chers époux, vous devez être spécialement pour vos enfants, le signe réel et visible de l’amour du Christ pour l’Église. Cuba a besoin du témoignage de votre fidélité, de votre unité, de votre capacité à accueillir la vie humaine, spécialement celle sans défense et dans le besoin.

Chers frères, devant le regard de la Vierge de la Charité de Cobre, je désire lancer un appel pour que vous donniez un nouvel élan à votre foi, pour que vous viviez du Christ et pour le Christ, et qu’avec les armes de la paix, le pardon et la compréhension, vous luttiez pour construire une société ouverte et rénovée, une société meilleure, plus digne de l’homme, qui reflète davantage la bonté de Dieu. Amen.

[00408-03.01] [Texte original: Espagnol]

 TRADUZIONE IN LINGUA INGLESE

Dear Brothers and Sisters,

I give thanks to God who has allowed me to come to you and to make this much anticipated trip. I greet Bishop Dionisio García Ibáñez, Archbishop of Santiago de Cuba, and I thank him for his warm words of welcome offered on behalf of everyone. I greet the Bishops of Cuba and those who have come from elsewhere, and the priests, religious men and women, seminarians and lay faithful present for this celebration. I cannot forget all those who, for reasons of illness, advanced age or for other motives, are not able to join us. I also greet the civil Authorities who have graciously wished to join us.

This first Holy Mass which I have the joy of celebrating during my pastoral visit to this country, takes place in the context of the Marian Jubilee Year called to honour and to venerate Our Lady of Charity of El Cobre, Patroness of Cuba, in this fourth centenary of the discovery and presence of her venerable statue in this blessed land. I cannot forget the sacrifices and the dedication with which this jubilee has been prepared, especially spiritually. I was deeply touched to hear of the fervour with which Mary has been welcomed and invoked by so many Cubans during her journey to every corner of the island.

These important events in the Church in Cuba take on a special lustre because of the feast celebrated today throughout the universal Church: the Annunciation of the Lord to the Virgin Mary. The Incarnation of the Son of God is the central mystery of the Christian faith, and in it Mary occupies a central place. But, we ask, what is the meaning of this mystery? And, what importance does it have for our concrete lives?

First of all, let us see what the Incarnation means. In the Gospel of Saint Luke we heard the words of the angel to Mary: "The Holy Spirit will come upon you, and the power of the Most High will overshadow you; therefore the child to be born will be called holy, the Son of God" (Lk 1:35). In Mary, the Son of God is made man, fulfilling in this way the prophecy of Isaiah: "Behold, a young woman shall conceive and bear a son, and shall call his name Immanuel, which means ‘God-with-us’" (Is 7:14). Jesus, the Word made flesh, is truly God-with-us, who has come to live among us and to share our human condition. The Apostle Saint John expresses it in the following way: "And the Word became flesh and dwelt among us" (Jn 1:14). The expression, "became flesh" points to our human reality in most concrete and tangible way. In Christ, God has truly come into the world, he has entered into our history, he has set his dwelling among us, thus fulfilling the deepest desire of human beings that the world may truly become a home worthy of humanity. On the other hand, when God is put aside, the world becomes an inhospitable place for man, and frustrates creation’s true vocation to be a space for the covenant, for the "Yes" to the love between God and humanity who responds to him. Mary did so as the first fruit of believers with her unreserved "Yes" to the Lord.

For this reason, contemplating the mystery of the Incarnation, we cannot fail to turn our eyes to her so as to be filled with wonder, gratitude and love at seeing how our God, coming into the world, wished to depend upon the free consent of one of his creatures. Only from the moment when the Virgin responded to the angel, "Behold, I am the handmaid of the Lord; let it be to me according to your word" (Lk 1:38), did the eternal Word of the Father began his human existence in time. It is touching to see how God not only respects human freedom: he almost seems to require it. And we see also how the beginning of the earthly life of the Son of God was marked by a double "Yes" to the saving plan of the Father - that of Christ and that of Mary. This obedience to God is what opens the doors of the world to the truth, to salvation. God has created us as the fruit of his infinite love; hence, to live in accordance with his will is the way to encounter our genuine identity, the truth of our being, while apart from God we are alienated from ourselves and are hurled into the void. The obedience of faith is true liberty, authentic redemption, which allows us to unite ourselves to the love of Jesus in his determination to conform himself to the will of the Father. Redemption is always this process of the lifting up of the human will to full communion with the divine will (cf. Lectio Divina with the parish priests of Rome, 18 February 2010).

Dear brothers and sisters, today we praise the Most Holy Virgin for her faith, and with Saint Elizabeth we too say, "Blessed is she who believed" (Lk 1:45). As Saint Augustine said, Mary conceived Christ by faith in her heart before she conceived him physically in her womb; Mary believed and what she believed was came to be in her (cf. Sermo 215, 4: PL 38, 1074). Let us ask the Lord to strengthen our faith, to make it active and fruitful in love. Let us implore him that, like her, we may welcome the word of God into our hearts, and carry it out with docility and constancy.

The Virgin Mary, by her unique role in the mystery of Christ, represents the exemplar and model of the Church. The Church, like the Mother of Christ, is also called to embrace in herself the mystery of God who comes to live in her. Dear brothers and sisters, I know with what effort, boldness and self-sacrifice you work every day so that, in the concrete circumstances of your country, and at this moment in history, the Church will better present her true face as a place in which God draws near and encounters humanity. The Church, the living body of Christ, has the mission of prolonging on earth the salvific presence of God, of opening the world to something greater than itself, to the love and the light of God. It is worth the effort, dear brothers and sisters, to devote your entire life to Christ, to grow in his friendship each day and to feel called to proclaim the beauty and the goodness of his life to every person, to all our brothers and sisters. I encourage you in this task of sowing the word of God in the world and offering to everyone the true nourishment of the body of Christ. Easter is already approaching; let us determine to follow Jesus without fear or doubts on his journey to the Cross. May we accept with patience and faith whatever opposition or affliction may come, with the conviction that, in his Resurrection, he has crushed the power of evil which darkens everything, and has brought the dawn of a new world, the world of God, of light, of truth and happiness. The Lord will not fail to bless with abundant fruits the generosity of your commitment.

The mystery of the Incarnation, in which God draws near to us, also shows us the incomparable dignity of every human life. In his loving plan, from the beginning of creation, God has entrusted to the family founded on matrimony the most lofty mission of being the fundamental cell of society and an authentic domestic church. With this certainty, you, dear husbands and wives, are called to be, especially for your children, a real and visible sign of the love of Christ for the Church. Cuba needs the witness of your fidelity, your unity, your capacity to welcome human life, especially that of the weakest and most needy.

Dear brothers and sisters, before the gaze of Our Lady of Charity of El Cobre, I appeal to you to reinvigorate your faith, that you may live in Christ and for Christ, and armed with peace, forgiveness and understanding, that you may strive to build a renewed and open society, a better society, one more worthy of humanity, and which better reflects the goodness of God. Amen.

[00408-02.02] [Original text: Spanish]

 TRADUZIONE IN LINGUA TEDESCA

Liebe Brüder und Schwestern!

Ich danke Gott, daß er mir ermöglicht hat, zu euch zu kommen und diese so ersehnte Reise durchzuführen. Ich grüße den Erzbischof von Santiago de Cuba Dionisio García Ibáñez und danke ihm für seine liebenswürdigen Worte zur Begrüßung im Namen aller; ebenso begrüße ich die kubanischen Bischöfe und jene, die aus anderen Orten gekommen sind, sowie auch die Priester, Ordensleute, Seminaristen und die Gläubigen, die bei dieser Meßfeier anwesend sind. Ich möchte auch diejenigen nicht vergessen, die wegen Krankheit, Alter oder aus anderen Gründen nicht hier bei uns sein können. Desgleichen begrüße ich alle Vertreter des öffentlichen Lebens, die freundlicherweise zugegen sind.

Diese heilige Messe – die erste, der ich während meines Pastoralbesuchs in dieser Nation zu meiner Freude vorstehen kann – fügt sich in den Rahmen des Marianischen Jubiläumsjahres ein, das zu Ehren der Barmherzigen Jungfrau von El Cobre, der Patronin Kubas, ausgerufen wurde anläßlich der 400-Jahr-Feier der Auffindung ihres Gnadenbildes und seiner Anwesenheit in diesem gesegneten Land. Ich weiß sehr wohl, unter welchen Opfern und mit welcher Hingabe dieses Jubiläum, besonders in geistlicher Hinsicht, vorbereitet worden ist. Es hat mich tief berührt zu erfahren, mit welcher Begeisterung Maria auf ihrer Wanderung durch alle Winkel und Orte der Insel von vielen Kubanern begrüßt und angerufen worden ist.

Diese bedeutenden Ereignisse der Kirche in Kuba werden durch das Fest, das die Universalkirche heute feiert, mit ungewöhnlichem Glanz beleuchtet: die Verkündigung des Herrn an die Jungfrau Maria. Die Menschwerdung des Gottessohns ist tatsächlich das zentrale Geheimnis des christlichen Glaubens, und in ihm nimmt Maria einen vorrangigen Platz ein. Worin liegt aber die Bedeutung dieses Geheimnisses? Und welche Bedeutung hat es für unser konkretes Leben?

Schauen wir zunächst einmal, was die Inkarnation bedeutet. Im Evangelium des heiligen Lukas haben wir die Worte des Engels an Maria gehört: „Der Heilige Geist wird über dich kommen, und die Kraft des Höchsten wird dich überschatten. Deshalb wird auch das Kind heilig und Sohn Gottes genannt werden" (Lk 1,35). In Maria wird der Sohn Gottes Mensch, und so erfüllt sich die Prophezeiung Jesajas: „Seht, die Jungfrau wird ein Kind empfangen, sie wird einen Sohn gebären, und sie wird ihm den Namen Immanuel (Gott mit uns) geben" (Jes 7,14). Ja, Jesus, das fleischgewordene Wort, ist der Gott-mit-uns, der gekommen ist, um unter uns zu wohnen und unser Menschsein zu teilen. Der heilige Apostel Johannes drückt das so aus: „Und das Wort ist Fleisch geworden und hat unter uns gewohnt" (Joh 1,14). Der Ausdruck „ist Fleisch geworden" weist auf die ganz konkrete und greifbare menschliche Wirklichkeit hin. In Christus ist Gott wirklich in die Welt gekommen, in unsere Geschichte eingetreten und hat unter uns gewohnt. So hat sich die tiefe Sehnsucht des Menschen erfüllt, daß die Welt tatsächlich ein Zuhause für den Menschen sei. Umgekehrt verwandelt sich die Welt, wenn Gott aus ihr ausgeschlossen wird, in einen für den Menschen unwirtlichen Ort und vereitelt zugleich die wahre Berufung der Schöpfung, nämlich Raum zu sein für den Bund, für das »Ja« der Liebe zwischen Gott und der Menschheit, die ihm antwortet. Und so wurde Maria mit ihrem vorbehaltlosen „Ja" zum Herrn die erste der Glaubenden.

Daher dürfen wir bei der Betrachtung des Geheimnisses der Menschwerdung nicht unterlassen, unsere Augen auf Maria zu richten, um voller Staunen, Dankbarkeit und Liebe zu sehen, daß unser Gott beim Eintritt in die Welt auf die freie Zustimmung eines seiner Geschöpfe vertrauen wollte. Erst von dem Augenblick an, als die Jungfrau dem Engel antwortete: „Ich bin die Magd des Herrn, mir geschehe, wie du es gesagt hast" (Lk 1,38), begann das ewige Wort des Vaters seine menschliche Existenz in der Zeit. Es ist ergreifend zu sehen, wie Gott nicht nur die menschliche Freiheit respektiert, sondern sie zu benötigen scheint. Und wir sehen auch, daß der Beginn der irdischen Existenz des Sohnes Gottes von einem doppelten „Ja" zum Heilswillen des Vaters – dem Ja Christi und dem Ja Marias – gekennzeichnet war. Dieser Gehorsam gegenüber Gott ist es, der der Wahrheit, dem Heil die Pforten der Welt öffnet. Gott hat uns nämlich als Frucht seiner unendlichen Liebe erschaffen. Gemäß seinem Willen zu leben, ist deshalb der Weg, um unsere eigentliche Identität, die Wahrheit unseres Seins zu finden, während das Sich-Trennen von Gott uns von uns selbst entfernt und uns in die Leere stürzt. Der Glaubensgehorsam ist die wahre Freiheit, die echte Erlösung, die uns erlaubt, uns mit der Liebe Jesu zu verbinden in seinem Bemühen, in den Willen des Vaters einzustimmen. Die Erlösung ist immer dieser Prozeß, den menschlichen Willen in die volle Gemeinschaft mit dem göttlichen Willen zu führen (vgl. Lectio divina mit dem Klerus von Rom, 18. Februar 2010).

Liebe Brüder und Schwestern, heute loben wir die Allerseligste Jungfrau für ihren Glauben, und mit der heiligen Elisabeth sagen auch wir: „Selig ist, die geglaubt hat" (Lk 1,45). Wie der heilige Augustinus sagt, empfing Maria Christus zuerst durch den Glauben in ihrem Herzen, bevor sie ihn physisch in ihrem Leib empfing; Maria glaubte, und es erfüllte sich in ihr, was sie geglaubt hat (vgl. Sermo 215,4: PL 38, 1074). Bitten wir den Herrn, daß er unseren Glauben vermehre, daß er ihn in der Liebe tatkräftig und fruchtbar mache. Bitten wir ihn, daß wir wie sie auch in unsrem Herzen das Wort Gottes empfangen und es gehorsam und beharrlich in praktisches Tun umsetzen können.

Die Jungfrau Maria ist wegen ihrer unersetzlichen Rolle im Mysterium Christi Bild und Vorbild der Kirche. Wie die Mutter Christi ist auch die Kirche dazu aufgerufen, das Geheimnis Gottes, der kommt, um in ihr zu wohnen, in sich aufzunehmen. Liebe Brüder und Schwestern, ich weiß, mit wieviel Anstrengung, Mut und Verzicht ihr tagtäglich dafür arbeitet, damit unter den konkreten Umständen eures Landes und in diesem Augenblick der Geschichte die Kirche immer mehr ihr wahres Gesicht als Ort zeigt, an dem sich Gott den Menschen nähert und ihnen begegnet. Die Kirche hat als lebendiger Leib Christi den Auftrag, die heilbringende Gegenwart Gottes auf Erden fortzuführen, die Welt für etwas zu öffnen, das größer ist als sie selbst, für die Liebe und das Licht Gottes. Es ist der Mühe wert, liebe Brüder und Schwestern, das ganze Leben Christus zu widmen, jeden Tag in der Freundschaft zu ihm zu wachsen und sich gerufen zu fühlen, die Schönheit und Güte seines Lebens allen Menschen, unseren Brüdern, zu verkünden. Ich ermutige euch bei eurer Aufgabe, das Wort Gottes in der Welt auszustreuen und allen die wahre Speise des Leibes Christi anzubieten. Ostern ist schon nahe, laßt uns entschlossen, ohne Furcht und ohne Hemmungen Jesus auf seinem Weg ans Kreuz folgen. Nehmen wir mit Geduld und Glauben manche Feindseligkeit oder Anfechtung in der Überzeugung hin, daß er durch seine Auferstehung die Macht des Bösen, das alles verdunkelt, vernichtete und eine neue Welt, die Welt Gottes, des Lichts, der Wahrheit und der Freude anbrechen ließ. Der Herr wird nicht aufhören, die Hochherzigkeit eures Einsatzes mit reichen Früchten zu segnen.

Das Geheimnis der Menschwerdung, in dem uns Gott nahekommt, zeigt uns auch die unvergleichliche Würde des ganzen menschlichen Lebens. Dafür hat Gott in seinem Liebesplan seit der Schöpfung die auf die Ehe gegründete Familie mit der erhabenen Sendung beauftragt, Grundzelle der Gesellschaft und echte Hauskirche zu sein. In dieser Gewißheit sollt ihr, liebe Eheleute, – in besonderer Weise für eure Kinder – wahres und sichtbares Zeichen für die Liebe Christi zu seiner Kirche sein. Kuba braucht das Zeugnis eurer Treue, eurer Einheit, eurer Fähigkeit, das menschliche – besonders das schutzloseste und bedürftigste – Leben aufzunehmen.

Liebe Brüder und Schwestern, vor dem Blick der Barmherzigen Jungfrau von El Cobre möchte ich euch dazu aufrufen, eurem Glauben neue Kraft zu geben, damit ihr aus Christus und für Christus leben und mit den Waffen des Friedens, der Vergebung und des Verständnisses für den Aufbau einer offenen und erneuerten Gesellschaft, einer besseren, menschenwürdigeren Gesellschaft kämpfen könnt, die die Güte Gottes stärker widerspiegelt. Amen.

[00408-05.01] [Originalsprache: Spanisch]

 TRADUZIONE IN LINGUA PORTOGHESE

Amados irmãos e irmãs!

Dou graças a Deus que me permitiu vir ter convosco, realizando esta viagem tão desejada. Saúdo D. Dionisio García Ibáñez, Arcebispo de Santiago de Cuba, agradecendo-lhe as amáveis palavras com que me acolheu em nome de todos. Saúdo igualmente os outros Bispos vindos de Cuba e doutros lugares, bem como os sacerdotes, religiosos, seminaristas e fiéis leigos presentes nesta celebração. E não posso esquecer todos aqueles a quem a doença, a idade ou outras razões impossibilitaram de estar aqui conosco. Saúdo também as autoridades que gentilmente quiseram acompanhar-nos.

Esta Santa Missa – a primeira que tenho a alegria de presidir na minha visita pastoral a este país – insere-se no contexto do Ano Jubilar Mariano proclamado para honrar a Virgem da Caridade do Cobre, Padroeira de Cuba, nos quatrocentos anos da descoberta e presença da sua veneranda imagem nestas terras abençoadas. Não ignoro o sacrifício e a dedicação com que se preparou este jubileu, especialmente sob o ponto de vista espiritual. Tocou-me profundamente o fervor com que Maria foi saudada e invocada por muitos cubanos, na sua peregrinação por todos os cantos e lugares da Ilha.

Estes acontecimentos importantes da Igreja em Cuba são iluminados com um brilho extraordinário pela festa que a Igreja universal celebra hoje: a Anunciação do Senhor à Virgem Maria. De fato, a Encarnação do Filho de Deus é o mistério central da fé cristã e, nele, Maria ocupa um lugar de primária grandeza. Mas qual é o significado deste mistério? E qual é a importância que tem para a nossa vida concreta?

Vejamos, antes de tudo, o que significa a Encarnação. No Evangelho de São Lucas, ouvimos as palavras do anjo a Maria: «O Espírito Santo virá sobre ti e a força do Altíssimo te cobrirá com a sua sombra. Por isso o Santo que vai nascer será chamado Filho de Deus» (Lc 1, 35). Em Maria, o Filho de Deus faz-Se homem, cumprindo-se assim a profecia de Isaías: «A virgem conceberá e dará à luz um filho e o seu nome será "Emanuel", porque Deus está conosco» (Is 7, 14). Sim, Jesus, o Verbo feito carne, é o Deus-conosco, que veio habitar entre nós e partilhar a nossa própria condição humana. O apóstolo São João exprime isto mesmo do modo seguinte: «O Verbo fez-Se carne e habitou no meio de nós» (Jo 1, 14). A expressão «fez-Se carne» indica a realidade humana mais concreta e palpável. Em Cristo, Deus veio realmente ao mundo, entrou na nossa história, habitou no meio de nós, realizando assim a profunda aspiração do ser humano de que o mundo seja realmente uma casa para o homem. Pelo contrário, quando Deus é posto de lado, o mundo transforma-se num lugar inospitaleiro para o homem, frustrando ao mesmo tempo a verdadeira vocação da criação que é ser o espaço para a aliança, para o «sim» do amor entre Deus e a humanidade que Lhe responde. E assim fez Maria, primícias dos crentes, com o seu «sim» dado sem reservas ao Senhor.

Por isso, quando contemplamos o mistério da Encarnação, não podemos deixar de voltar os nossos olhos para Ela, enchendo-nos de admiração, gratidão e amor ao ver como o nosso Deus, para entrar no mundo, quis contar com o consentimento livre duma criatura sua. Só a partir do momento em que a Virgem respondeu ao anjo: «Eis a escrava do Senhor; faça-se em mim segundo a tua palavra» (Lc 1, 38), é que o Verbo eterno do Pai começou a sua existência humana no tempo. É comovente ver como Deus não só respeita a liberdade humana, mas parece ter necessidade dela. E vemos também como o início da existência terrena do Filho de Deus está marcado por um duplo «sim» à vontade salvífica do Pai: o de Cristo e o de Maria. É esta obediência a Deus que abre as portas do mundo à verdade, à salvação. De fato, Deus criou-nos como fruto do seu amor infinito; por isso viver segundo a sua vontade é o caminho para encontrar a nossa verdadeira identidade, a verdade do nosso ser, enquanto que o distanciamento de Deus nos afasta de nós mesmos e precipita-nos no vazio. A obediência na fé é a verdadeira liberdade, a autêntica redenção, que permite unirmo-nos ao amor de Jesus no seu esforço por Se conformar com a vontade do Pai. A redenção é sempre esse processo de levar a vontade humana à plena comunhão com a vontade divina (cf. Lectio divina com os párocos de Roma, 18 de fevereiro de 2010).

Queridos irmãos, hoje louvamos a Virgem Santíssima pela sua fé e dizemos-Lhe com Santa Isabel: «Bem-aventurada aquela que acreditou» (Lc 1, 45). Como disse Santo Agostinho, Maria, antes de conceber Cristo fisicamente no seu ventre, concebeu-O pela fé no seu coração; Maria acreditou e realizou-se n’Ela aquilo em que acreditava (cf. Sermão 215, 4: PL 38, 1074). Peçamos ao Senhor que aumente a nossa fé, que a torne ativa e fecunda no amor. Peçamos-Lhe que sejamos capazes de acolher, como Ela, em nosso coração a Palavra de Deus e pô-la em prática com docilidade e constância.

Pelo seu papel insubstituível no Mistério de Cristo, a Virgem Maria representa a imagem e o modelo da Igreja. Esta, como fez a Mãe de Cristo, é chamada também a acolher em si o Mistério de Deus que vem habitar nela. Amados irmãos, sei com quanto esforço, coragem e dedicação trabalhais dia a dia para que a Igreja, nas circunstâncias concretas do vosso País e neste período da história, manifeste o seu verdadeiro rosto como lugar onde Deus Se aproxima dos homens e Se encontra com eles. A Igreja, corpo vivo de Cristo, tem a missão de prolongar na terra a presença salvadora de Deus, de abrir o mundo para algo maior do que ele mesmo, ou seja, para o amor e a luz de Deus. Vale a pena, amados irmãos, dedicar toda a vida a Cristo, crescer cada dia na sua amizade e sentir-se chamado a anunciar a beleza e a bondade da própria vida a todos os homens, nossos irmãos. Encorajo-vos na vossa tarefa de semear no mundo a palavra de Deus e oferecer a todos o verdadeiro alimento que é o corpo de Cristo. Com a Páscoa já próxima, decidamo-nos, sem medos nem complexos, a seguir Jesus no seu caminho para a cruz. Aceitemos com paciência e fé qualquer contrariedade ou aflição, convictos de que Ele, com a sua ressurreição, venceu o poder do mal, que tudo obscurece, e fez amanhecer um mundo novo, o mundo de Deus, da luz, da verdade e da alegria. O Senhor não cessará de abençoar com frutos abundantes a generosidade do vosso compromisso.

O mistério da Encarnação, em que Deus Se aproxima de nós, mostra-nos também a dignidade incomparável de cada vida humana. Por isso, no seu projeto de amor, desde a criação, Deus confiou à família fundada no matrimônio a sublime missão de ser célula fundamental da sociedade e verdadeira Igreja doméstica. Com esta certeza vós, queridos esposos, deveis ser, especialmente para os vossos filhos, sinal real e visível do amor de Cristo pela Igreja. Cuba precisa do testemunho da vossa fidelidade, da vossa unidade, da vossa capacidade de acolher a vida humana, especialmente a mais indefesa e necessitada.

Amados irmãos, sob o olhar da Virgem da Caridade do Cobre, desejo fazer um apelo a que deis novo vigor à vossa fé, vivais de Cristo e para Cristo, e luteis com as armas da paz, do perdão e da compreensão para construir uma sociedade aberta e renovada, uma sociedade melhor, mais digna do homem, que manifeste melhor a bondade de Deus. Amém.

[00408-06.01] [Texto original: Espanhol]

Al termine della Santa Messa in Plaza Antonio Maceo, il Papa raggiunge il Seminario San Basilio Magno, adiacente il Santuario Nazionale della "Virgen de la Caridad" di El Cobre, a Santiago de Cuba.

[B0180-XX.01]