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VIAGGIO APOSTOLICO DI SUA SANTITÀ BENEDETTO XVI IN BRASILE IN OCCASIONE DELLA V CONFERENZA GENERALE DELL’EPISCOPATO LATINO AMERICANO E DEI CARAIBI (9-14 MAGGIO 2007) (X), 13.05.2007


SESSIONE INAUGURALE DEI LAVORI DELLA V CONFERENZA GENERALE DELL’EPISCOPATO LATINOAMERICANO E DEI CARAIBI, NEL SANTUARIO DELL’APARECIDA

 DISCORSO DEL SANTO PADRE

 TRADUZIONE IN LINGUA ITALIANA

 TRADUZIONE IN LINGUA INGLESE

Questo pomeriggio, lasciato il Seminario "Bom Jesús" di Aparecida, il Papa si reca nel Santuario "Nossa Senhora da Conceição Aparecida" dove alle ore 16, nella Sala Conferenze, presiede la Sessione inaugurale dei lavori della V Conferenza Generale dell’Episcopato Latinoamericano e dei Caraibi.
Dopo l’indirizzo di omaggio del Presidente del CELAM e Co-Presidente della Conferenza, Em.mo Card. Francisco Javier Errázuriz Ossa, Arcivescovo di Santiago del Cile, il Santo Padre Benedetto XVI pronuncia il discorso che riportiamo di seguito:

 DISCORSO DEL SANTO PADRE

Queridos Hermanos en el Episcopado, amados sacerdotes, religiosos, religiosas y laicos. Queridos observadores de otras confesiones religiosas:

Queridos Irmãos no Episcopado, amados sacerdotes, religiosos, religiosas e leigos. Queridos observadores de outras confissões religiosas:

Es motivo de gran alegría estar hoy aquí con vosotros para inaugurar la V Conferencia General del Episcopado Latinoamericano y del Caribe, que se celebra junto al Santuario de Nuestra Señora Aparecida, Patrona del Brasil. Quiero que mis primeras palabras sean de acción de gracias y de alabanza a Dios por el gran don de la fe cristiana a las gentes de este Continente.

Deseo agradecer igualmente las amables palabras del Señor Cardenal Francisco Javier Errázuriz Ossa, Arzobispo de Santiago de Chile y Presidente del CELAM, pronunciadas en nombre también de los otros Presidentes de esta Conferencia General y de los participantes en la misma.

1. La fe cristiana en América Latina

La fe en Dios ha animado la vida y la cultura de estos pueblos durante más de cinco siglos. Del encuentro de esa fe con las etnias originarias ha nacido la rica cultura cristiana de este Continente expresada en el arte, la música, la literatura y, sobre todo, en las tradiciones religiosas y en la idiosincrasia de sus gentes, unidas por una misma historia y un mismo credo, y formando una gran sintonía en la diversidad de culturas y de lenguas. En la actualidad, esa misma fe ha de afrontar serios retos, pues están en juego el desarrollo armónico de la sociedad y la identidad católica de sus pueblos. A este respecto, la V Conferencia General va a reflexionar sobre esta situación para ayudar a los fieles cristianos a vivir su fe con alegría y coherencia, a tomar conciencia de ser discípulos y misioneros de Cristo, enviados por Él al mundo para anunciar y dar testimonio de nuestra fe y amor.

Pero, ¿qué ha significado la aceptación de la fe cristiana para los pueblos de América Latina y del Caribe? Para ellos ha significado conocer y acoger a Cristo, el Dios desconocido que sus antepasados, sin saberlo, buscaban en sus ricas tradiciones religiosas. Cristo era el Salvador que anhelaban silenciosamente. Ha significado también haber recibido, con las aguas del bautismo, la vida divina que los hizo hijos de Dios por adopción; haber recibido, además, el Espíritu Santo que ha venido a fecundar sus culturas, purificándolas y desarrollando los numerosos gérmenes y semillas que el Verbo encarnado había puesto en ellas, orientándolas así por los caminos del Evangelio. En efecto, el anuncio de Jesús y de su Evangelio no supuso, en ningún momento, una alienación de las culturas precolombinas, ni fue una imposición de una cultura extraña. Las auténticas culturas no están cerradas en sí mismas ni petrificadas en un determinado punto de la historia, sino que están abiertas, más aún, buscan el encuentro con otras culturas, esperan alcanzar la universalidad en el encuentro y el diálogo con otras formas de vida y con los elementos que puedan llevar a una nueva síntesis en la que se respete siempre la diversidad de las expresiones y de su realización cultural concreta.

En última instancia, sólo la verdad unifica y su prueba es el amor. Por eso Cristo, siendo realmente el Logos encarnado, "el amor hasta el extremo", no es ajeno a cultura alguna ni a ninguna persona; por el contrario, la respuesta anhelada en el corazón de las culturas es lo que les da su identidad última, uniendo a la humanidad y respetando a la vez la riqueza de las diversidades, abriendo a todos al crecimiento en la verdadera humanización, en el auténtico progreso. El Verbo de Dios, haciéndose carne en Jesucristo, se hizo también historia y cultura.

La utopía de volver a dar vida a las religiones precolombinas, separándolas de Cristo y de la Iglesia universal, no sería un progreso, sino un retroceso. En realidad sería una involución hacia un momento histórico anclado en el pasado.

La sabiduría de los pueblos originarios les llevó afortunadamente a formar una síntesis entre sus culturas y la fe cristiana que los misioneros les ofrecían. De allí ha nacido la rica y profunda religiosidad popular, en la cual aparece el alma de los pueblos latinoamericanos:

- El amor a Cristo sufriente, el Dios de la compasión, del perdón y de la reconciliación; el Dios que nos ha amado hasta entregarse por nosotros;

- El amor al Señor presente en la Eucaristía, el Dios encarnado, muerto y resucitado para ser Pan de Vida;

- El Dios cercano a los pobres y a los que sufren;

- La profunda devoción a la Santísima Virgen de Guadalupe, de Aparecida o de las diversas advocaciones nacionales y locales. Cuando la Virgen de Guadalupe se apareció al indio san Juan Diego le dijo estas significativas palabras: "¿No estoy yo aquí que soy tu madre?, ¿no estás bajo mi sombra y resguardo?, ¿no soy yo la fuente de tu alegría?, ¿no estás en el hueco de mi manto, en el cruce de mis brazos?" (Nican Mopohua, nn. 118-119 ).

Esta religiosidad se expresa también en la devoción a los santos con sus fiestas patronales, en el amor al Papa y a los demás Pastores, en el amor a la Iglesia universal como gran familia de Dios que nunca puede ni debe dejar solos o en la miseria a sus propios hijos. Todo ello forma el gran mosaico de la religiosidad popular que es el precioso tesoro de la Iglesia católica en América Latina, y que ella debe proteger, promover y, en lo que fuera necesario, también purificar.

2. Continuidad con las otras Conferencias

Esta V Conferencia General se celebra en continuidad con las otras cuatro que la precedieron en Río de Janeiro, Medellín, Puebla y Santo Domingo. Con el mismo espíritu que las animó, los Pastores quieren dar ahora un nuevo impulso a la evangelización, a fin de que estos pueblos sigan creciendo y madurando en su fe, para ser luz del mundo y testigos de Jesucristo con la propia vida.

Después de la IV Conferencia General, en Santo Domingo, muchas cosas han cambiado en la sociedad. La Iglesia, que participa de los gozos y esperanzas, de las penas y alegrías de sus hijos, quiere caminar a su lado en este período de tantos desafíos, para infundirles siempre esperanza y consuelo (cf. Gaudium et spes, 1).

En el mundo de hoy se da el fenómeno de la globalización como un entramado de relaciones a nivel planetario. Aunque en ciertos aspectos es un logro de la gran familia humana y una señal de su profunda aspiración a la unidad, sin embargo comporta también el riesgo de los grandes monopolios y de convertir el lucro en valor supremo. Como en todos los campos de la actividad humana, la globalización debe regirse también por la ética, poniendo todo al servicio de la persona humana, creada a imagen y semejanza de Dios.

En América Latina y el Caribe, igual que en otras regiones, se ha evolucionado hacia la democracia, aunque haya motivos de preocupación ante formas de gobierno autoritarias o sujetas a ciertas ideologías que se creían superadas, y que no corresponden con la visión cristiana del hombre y de la sociedad, como nos enseña la Doctrina social de la Iglesia. Por otra parte, la economía liberal de algunos países latinoamericanos ha de tener presente la equidad, pues siguen aumentando los sectores sociales que se ven probados cada vez más por una enorme pobreza o incluso expoliados de los propios bienes naturales.

En las Comunidades eclesiales de América Latina es notable la madurez en la fe de muchos laicos y laicas activos y entregados al Señor, junto con la presencia de muchos abnegados catequistas, de tantos jóvenes, de nuevos movimientos eclesiales y de recientes Institutos de vida consagrada. Se demuestran fundamentales muchas obras católicas educativas, asistenciales y hospitalarias. Se percibe, sin embargo, un cierto debilitamiento de la vida cristiana en el conjunto de la sociedad y de la propia pertenencia a la Iglesia católica debido al secularismo, al hedonismo, al indiferentismo y al proselitismo de numerosas sectas, de religiones animistas y de nuevas expresiones seudoreligiosas.

Todo ello configura una situación nueva que será analizada aquí, en Aparecida. Ante la nueva encrucijada, los fieles esperan de esta V Conferencia una renovación y revitalización de su fe en Cristo, nuestro único Maestro y Salvador, que nos ha revelado la experiencia única del Amor infinito de Dios Padre a los hombres. De esta fuente podrán surgir nuevos caminos y proyectos pastorales creativos, que infundan una firme esperanza para vivir de manera responsable y gozosa la fe e irradiarla así en el propio ambiente.

3. Discípulos y misioneros

Esta Conferencia General tiene como tema: "Discípulos y misioneros de Jesucristo, para que nuestros pueblos en Él tengan vida" (Jn 14, 6).

La Iglesia tiene la gran tarea de custodiar y alimentar la fe del Pueblo de Dios, y recordar también a los fieles de este Continente que, en virtud de su bautismo, están llamados a ser discípulos y misioneros de Jesucristo. Esto conlleva seguirlo, vivir en intimidad con Él, imitar su ejemplo y dar testimonio. Todo bautizado recibe de Cristo, como los Apóstoles, el mandato de la misión: "Id por todo el mundo y proclamad la Buena Nueva a toda la creación. El que crea y sea bautizado, se salvará" (Mc 16,15). Pues ser discípulos y misioneros de Jesucristo y buscar la vida "en Él" supone estar profundamente enraizados en Él.

¿Qué nos da Cristo realmente?¿Por qué queremos ser discípulos de Cristo? Porque esperamos encontrar en la comunión con Él la vida, la verdadera vida digna de este nombre, y por esto queremos darlo a conocer a los demás, comunicarles el don que hemos hallado en Él. Pero, ¿es esto así? ¿Estamos realmente convencidos de que Cristo es el camino, la verdad y la vida?

Ante la prioridad de la fe en Cristo y de la vida "en Él", formulada en el título de esta V Conferencia, podría surgir también otra cuestión: Esta prioridad, ¿no podría ser acaso una fuga hacia el intimismo, hacia el individualismo religioso, un abandono de la realidad urgente de los grandes problemas económicos, sociales y políticos de América Latina y del mundo, y una fuga de la realidad hacia un mundo espiritual?

Como primer paso podemos responder a esta pregunta con otra: ¿Qué es esta "realidad"? ¿Qué es lo real? ¿Son "realidad" sólo los bienes materiales, los problemas sociales, económicos y políticos? Aquí está precisamente el gran error de las tendencias dominantes en el último siglo, error destructivo, como demuestran los resultados tanto de los sistemas marxistas como incluso de los capitalistas. Falsifican el concepto de realidad con la amputación de la realidad fundante y por esto decisiva, que es Dios. Quien excluye a Dios de su horizonte falsifica el concepto de "realidad" y, en consecuencia, sólo puede terminar en caminos equivocados y con recetas destructivas.

La primera afirmación fundamental es, pues, la siguiente: Sólo quien reconoce a Dios, conoce la realidad y puede responder a ella de modo adecuado y realmente humano. La verdad de esta tesis resulta evidente ante el fracaso de todos los sistemas que ponen a Dios entre paréntesis.

Pero surge inmediatamente otra pregunta: ¿Quién conoce a Dios? ¿Cómo podemos conocerlo? No podemos entrar aquí en un complejo debate sobre esta cuestión fundamental. Para el cristiano el núcleo de la respuesta es simple: Sólo Dios conoce a Dios, sólo su Hijo que es Dios de Dios, Dios verdadero, lo conoce. Y Él, "que está en el seno del Padre, lo ha contado" (Jn 1,18). De aquí la importancia única e insustituible de Cristo para nosotros, para la humanidad. Si no conocemos a Dios en Cristo y con Cristo, toda la realidad se convierte en un enigma indescifrable; no hay camino y, al no haber camino, no hay vida ni verdad.

Dios es la realidad fundante, no un Dios sólo pensado o hipotético, sino el Dios de rostro humano; es el Dios-con-nosotros, el Dios del amor hasta la cruz. Cuando el discípulo llega a la comprensión de este amor de Cristo "hasta el extremo", no puede dejar de responder a este amor sino es con un amor semejante: "Te seguiré adondequiera que vayas" (Lc 9,57).

Todavía nos podemos hacer otra pregunta: ¿Qué nos da la fe en este Dios? La primera respuesta es: nos da una familia, la familia universal de Dios en la Iglesia católica. La fe nos libera del aislamiento del yo, porque nos lleva a la comunión: el encuentro con Dios es, en sí mismo y como tal, encuentro con los hermanos, un acto de convocación, de unificación, de responsabilidad hacia el otro y hacia los demás. En este sentido, la opción preferencial por los pobres está implícita en la fe cristológica en aquel Dios que se ha hecho pobre por nosotros, para enriquecernos con su pobreza (cf. 2 Co 8,9).

Pero antes de afrontar lo que comporta el realismo de la fe en el Dios hecho hombre, tenemos que profundizar en la pregunta: ¿cómo conocer realmente a Cristo para poder seguirlo y vivir con Él, para encontrar la vida en Él y para comunicar esta vida a los demás, a la sociedad y al mundo? Ante todo, Cristo se nos da a conocer en su persona, en su vida y en su doctrina por medio de la Palabra de Dios. Al iniciar la nueva etapa que la Iglesia misionera de América Latina y del Caribe se dispone a emprender, a partir de esta V Conferencia General en Aparecida, es condición indispensable el conocimiento profundo de la Palabra de Dios.

Por esto, hay que educar al pueblo en la lectura y meditación de la Palabra de Dios: que ella se convierta en su alimento para que, por propia experiencia, vean que las palabras de Jesús son espíritu y vida (cf. Jn 6,63). De lo contrario, ¿cómo van a anunciar un mensaje cuyo contenido y espíritu no conocen a fondo? Hemos de fundamentar nuestro compromiso misionero y toda nuestra vida en la roca de la Palabra de Dios. Para ello, animo a los Pastores a esforzarse en darla a conocer.

Un gran medio para introducir al Pueblo de Dios en el misterio de Cristo es la catequesis. En ella se trasmite de forma sencilla y substancial el mensaje de Cristo. Convendrá por tanto intensificar la catequesis y la formación en la fe, tanto de los niños como de los jóvenes y adultos. La reflexión madura de la fe es luz para el camino de la vida y fuerza para ser testigos de Cristo. Para ello se dispone de instrumentos muy valiosos como son el Catecismo de la Iglesia Católica y su versión más breve, el Compendio del Catecismo de la Iglesia Católica.

En este campo no hay que limitarse sólo a las homilías, conferencias, cursos de Biblia o teología, sino que se ha de recurrir también a los medios de comunicación: prensa, radio y televisión, sitios de internet, foros y tantos otros sistemas para comunicar eficazmente el mensaje de Cristo a un gran número de personas.

En este esfuerzo por conocer el mensaje de Cristo y hacerlo guía de la propia vida, hay que recordar que la evangelización ha ido unida siempre a la promoción humana y a la auténtica liberación cristiana. "Amor a Dios y amor al prójimo se funden entre sí: en el más humilde encontramos a Jesús mismo y en Jesús encontramos a Dios" (Deus caritas est, 15). Por lo mismo, será también necesaria una catequesis social y una adecuada formación en la doctrina social de la Iglesia, siendo muy útil para ello el "Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia". La vida cristiana no se expresa solamente en las virtudes personales, sino también en las virtudes sociales y políticas.

El discípulo, fundamentado así en la roca de la Palabra de Dios, se siente impulsado a llevar la Buena Nueva de la salvación a sus hermanos. Discipulado y misión son como las dos caras de una misma medalla: cuando el discípulo está enamorado de Cristo, no puede dejar de anunciar al mundo que sólo Él nos salva (cf. Hch 4,12). En efecto, el discípulo sabe que sin Cristo no hay luz, no hay esperanza, no hay amor, no hay futuro.

4. "Para que en Él tengan vida"

Los pueblos latinoamericanos y caribeños tienen derecho a una vida plena, propia de los hijos de Dios, con unas condiciones más humanas: libres de las amenazas del hambre y de toda forma de violencia. Para estos pueblos, sus Pastores han de fomentar una cultura de la vida que permita, como decía mi predecesor Pablo VI, "pasar de la miseria a la posesión de lo necesario, a la adquisición de la cultura… a la cooperación en el bien común… hasta el reconocimiento, por parte del hombre, de los valores supremos y de Dios, que de ellos es la fuente y el fin" (Populorum progressio, 21).

En este contexto me es grato recordar la Encíclica "Populorum progressio", cuyo 40 aniversario recordamos este año. Este documento pontificio pone en evidencia que el desarrollo auténtico ha de ser integral, es decir, orientado a la promoción de todo el hombre y de todos los hombres (cf. n. 14), e invita a todos a suprimir las graves desigualdades sociales y las enormes diferencias en el acceso a los bienes. Estos pueblos anhelan, sobre todo, la plenitud de vida que Cristo nos ha traído: "Yo he venido para que tengan vida y la tengan en abundancia" (Jn 10,10). Con esta vida divina se desarrolla también en plenitud la existencia humana, en su dimensión personal, familiar, social y cultural.

Para formar al discípulo y sostener al misionero en su gran tarea, la Iglesia les ofrece, además del Pan de la Palabra, el Pan de la Eucaristía. A este respecto nos inspira e ilumina la página del Evangelio sobre los discípulos de Emaús. Cuando éstos se sientan a la mesa y reciben de Jesucristo el pan bendecido y partido, se les abren los ojos, descubren el rostro del Resucitado, sienten en su corazón que es verdad todo lo que Él ha dicho y hecho, y que ya ha iniciado la redención del mundo. Cada domingo y cada Eucaristía es un encuentro personal con Cristo. Al escuchar la Palabra divina, el corazón arde porque es Él quien la explica y proclama. Cuando en la Eucaristía se parte el pan, es a Él a quien se recibe personalmente. La Eucaristía es el alimento indispensable para la vida del discípulo y misionero de Cristo.

La Misa dominical, centro de la vida cristiana

De aquí la necesidad de dar prioridad, en los programas pastorales, a la valorización de la Misa dominical. Hemos de motivar a los cristianos para que participen en ella activamente y, si es posible, mejor con la familia. La asistencia de los padres con sus hijos a la celebración eucarística dominical es una pedagogía eficaz para comunicar la fe y un estrecho vínculo que mantiene la unidad entre ellos. El domingo ha significado, a lo largo de la vida de la Iglesia, el momento privilegiado del encuentro de las comunidades con el Señor resucitado.

Es necesario que los cristianos experimenten que no siguen a un personaje de la historia pasada, sino a Cristo vivo, presente en el hoy y el ahora de sus vidas. Él es el Viviente que camina a nuestro lado, descubriéndonos el sentido de los acontecimientos, del dolor y de la muerte, de la alegría y de la fiesta, entrando en nuestras casas y permaneciendo en ellas, alimentándonos con el Pan que da la vida. Por eso la celebración dominical de la Eucaristía ha de ser el centro de la vida cristiana.

El encuentro con Cristo en la Eucaristía suscita el compromiso de la evangelización y el impulso a la solidaridad; despierta en el cristiano el fuerte deseo de anunciar el Evangelio y testimoniarlo en la sociedad para que sea más justa y humana. De la Eucaristía ha brotado a lo largo de los siglos un inmenso caudal de caridad, de participación en las dificultades de los demás, de amor y de justicia. ¡Sólo de la Eucaristía brotará la civilización del amor, que transformará Latinoamérica y el Caribe para que, además de ser el Continente de la Esperanza, sea también el Continente del Amor!

Los problemas sociales y políticos

Llegados a este punto podemos preguntarnos ¿cómo puede contribuir la Iglesia a la solución de los urgentes problemas sociales y políticos, y responder al gran desafío de la pobreza y de la miseria? Los problemas de América Latina y del Caribe, así como del mundo de hoy, son múltiples y complejos, y no se pueden afrontar con programas generales. Sin embargo, la cuestión fundamental sobre el modo cómo la Iglesia, iluminada por la fe en Cristo, deba reaccionar ante estos desafíos, nos concierne a todos. En este contexto es inevitable hablar del problema de las estructuras, sobre todo de las que crean injusticia. En realidad, las estructuras justas son una condición sin la cual no es posible un orden justo en la sociedad. Pero, ¿cómo nacen?, ¿cómo funcionan? Tanto el capitalismo como el marxismo prometieron encontrar el camino para la creación de estructuras justas y afirmaron que éstas, una vez establecidas, funcionarían por sí mismas; afirmaron que no sólo no habrían tenido necesidad de una precedente moralidad individual, sino que ellas fomentarían la moralidad común. Y esta promesa ideológica se ha demostrado que es falsa. Los hechos lo ponen de manifiesto. El sistema marxista, donde ha gobernado, no sólo ha dejado una triste herencia de destrucciones económicas y ecológicas, sino también una dolorosa opresión de las almas. Y lo mismo vemos también en occidente, donde crece constantemente la distancia entre pobres y ricos y se produce una inquietante degradación de la dignidad personal con la droga, el alcohol y los sutiles espejismos de felicidad.

Las estructuras justas son, como he dicho, una condición indispensable para una sociedad justa, pero no nacen ni funcionan sin un consenso moral de la sociedad sobre los valores fundamentales y sobre la necesidad de vivir estos valores con las necesarias renuncias, incluso contra el interés personal.

Donde Dios está ausente – el Dios del rostro humano de Jesucristo – estos valores no se muestran con toda su fuerza, ni se produce un consenso sobre ellos. No quiero decir que los no creyentes no puedan vivir una moralidad elevada y ejemplar; digo solamente que una sociedad en la que Dios está ausente no encuentra el consenso necesario sobre los valores morales y la fuerza para vivir según la pauta de estos valores, aun contra los propios intereses.

Por otro lado, las estructuras justas han de buscarse y elaborarse a la luz de los valores fundamentales, con todo el empeño de la razón política, económica y social. Son una cuestión de la recta ratio y no provienen de ideologías ni de sus promesas. Ciertamente existe un tesoro de experiencias políticas y de conocimientos sobre los problemas sociales y económicos, que evidencian elementos fundamentales de un estado justo y los caminos que se han de evitar. Pero en situaciones culturales y políticas diversas, y en el cambio progresivo de las tecnologías y de la realidad histórica mundial, se han de buscar de manera racional las respuestas adecuadas y debe crearse – con los compromisos indispensables – el consenso sobre las estructuras que se han de establecer.

Este trabajo político no es competencia inmediata de la Iglesia. El respeto de una sana laicidad – incluso con la pluralidad de las posiciones políticas – es esencial en la tradición cristiana. Si la Iglesia comenzara a transformarse directamente en sujeto político, no haría más por los pobres y por la justicia, sino que haría menos, porque perdería su independencia y su autoridad moral, identificándose con una única vía política y con posiciones parciales opinables. La Iglesia es abogada de la justicia y de los pobres, precisamente al no identificarse con los políticos ni con los intereses de partido. Sólo siendo independiente puede enseñar los grandes criterios y los valores inderogables, orientar las conciencias y ofrecer una opción de vida que va más allá del ámbito político. Formar las conciencias, ser abogada de la justicia y de la verdad, educar en las virtudes individuales y políticas, es la vocación fundamental de la Iglesia en este sector. Y los laicos católicos deben ser concientes de su responsabilidad en la vida pública; deben estar presentes en la formación de los consensos necesarios y en la oposición contra las injusticias.

Las estructuras justas jamás serán completas de modo definitivo; por la constante evolución de la historia, han de ser siempre renovadas y actualizadas; han de estar animadas siempre por un "ethos" político y humano, por cuya presencia y eficiencia se ha de trabajar siempre. Con otras palabras, la presencia de Dios, la amistad con el Hijo de Dios encarnado, la luz de su Palabra, son siempre condiciones fundamentales para la presencia y eficiencia de la justicia y del amor en nuestras sociedades.

Por tratarse de un Continente de bautizados, conviene colmar la notable ausencia, en el ámbito político, comunicativo y universitario, de voces e iniciativas de líderes católicos de fuerte personalidad y de vocación abnegada, que sean coherentes con sus convicciones éticas y religiosas. Los movimientos eclesiales tienen aquí un amplio campo para recordar a los laicos su responsabilidad y su misión de llevar la luz del Evangelio a la vida pública, cultural, económica y política.

5. Otros campos prioritarios

Para llevar a cabo la renovación de la Iglesia a vosotros confiada en estas tierras, quisiera fijar la atención con vosotros sobre algunos campos que considero prioritarios en esta nueva etapa.

La familia

La familia, "patrimonio de la humanidad", constituye uno de los tesoros más importantes de los pueblos latinoamericanos. Ella ha sido y es escuela de la fe, palestra de valores humanos y cívicos, hogar en el que la vida humana nace y se acoge generosa y responsablemente. Sin embargo, en la actualidad sufre situaciones adversas provocadas por el secularismo y el relativismo ético, por los diversos flujos migratorios internos y externos, por la pobreza, por la inestabilidad social y por legislaciones civiles contrarias al matrimonio que, al favorecer los anticonceptivos y el aborto, amenazan el futuro de los pueblos.

En algunas familias de América Latina persiste aún por desgracia una mentalidad machista, ignorando la novedad del cristianismo que reconoce y proclama la igual dignidad y responsabilidad de la mujer respecto al hombre.

La familia es insustituible para la serenidad personal y para la educación de los hijos. Las madres que quieren dedicarse plenamente a la educación de sus hijos y al servicio de la familia han de gozar de las condiciones necesarias para poderlo hacer, y para ello tienen derecho a contar con el apoyo del Estado. En efecto, el papel de la madre es fundamental para el futuro de la sociedad.

El padre, por su parte, tiene el deber de ser verdaderamente padre, que ejerce su indispensable responsabilidad y colaboración en la educación de sus hijos. Los hijos, para su crecimiento integral, tienen el derecho de poder contar con el padre y la madre, para que cuiden de ellos y los acompañen hacia la plenitud de su vida. Es necesaria, pues, una pastoral familiar intensa y vigorosa. Es indispensable también promover políticas familiares auténticas que respondan a los derechos de la familia como sujeto social imprescindible. La familia forma parte del bien de los pueblos y de la humanidad entera.

Os sacerdotes

Os primeiros promotores do discipulado e da missão são aqueles que foram chamados «para estar com Jesus e ser enviados a pregar» (cf. Mc 3,14), ou seja, os sacerdotes. Eles devem receber de modo preferencial a atenção e o cuidado paterno dos seus Bispos, pois são os primeiros agentes de uma autentica renovação da vida cristã no povo de Deus. A eles quero dirigir uma palavra de afeto paterno desejando «que o Senhor seja parte da sua herança e do seu cálice» (cf. Sl 16,5). Se o sacerdote fizer de Deus o fundamento e o centro de sua vida, então experimentará a alegria e a fecundidade da sua vocação. O sacerdote deve ser antes de tudo um "homem de Deus" (1Tim 6,11); um homem que conhece a Deus "em primeira mão", que cultiva uma profunda amizade pessoal com Jesus, que compartilha os "sentimentos de Jesus" (cf. Fil 2,5). Somente assim o sacerdote será capaz de levar Deus - o Deus encarnado em Jesus Cristo - aos homens, e de ser representante do seu amor. Para cumprir a sua altíssima missão deve possuir uma sólida estrutura espiritual e viver toda a existência animado pela fé, a esperança e a caridade. Tem de ser, como Jesus, um homem que procure, através da oração, o rosto e a vontade de Deus, cultivando igualmente sua preparação cultural e intelectual.

Queridos sacerdotes deste Continente e quantos que, como missionários, nele viestes a trabalhar: o Papa acompanha vossa atividade pastoral e deseja que estejam repletos de consolações e de esperança, e reza por vocês.

Religiosos, religiosas e consagrados

Quero dirigir-me também aos religiosos, às religiosas e aos leigos e leigas consagrados. A sociedade latino-americana e caribenha tem necessidade do vosso testemunho: em um mundo que tantas vezes busca, sobretudo, o bem-estar, a riqueza e o prazer como finalidade da vida, e que exalta a liberdade prescindindo da verdade do homem criado por Deus, vocês são testemunhas de que existe outra forma de viver com sentido; lembrem aos vossos irmãos e irmãs que o Reino de Deus chegou; que a justiça e a verdade são possíveis se nos abrimos à presença amorosa de Deus nosso Pai, de Cristo nosso irmão e Senhor, do Espírito Santo nosso Consolador. Com generosidade e até ao heroísmo, continuai trabalhando para que na sociedade reine o amor, a justiça, a bondade, o serviço, a solidariedade conforme o carisma dos vossos fundadores. Abraçai com profunda alegria vossa consagração, que é instrumento de santificação para vocês e de redenção para vossos irmãos.

A Igreja da América Latina vos agradece pelo grande trabalho que vindes realizando ao longo dos séculos pelo Evangelho de Cristo a favor de vossos irmãos, principalmente pelos mais pobres e marginalizados. Convido a todos para que colaborem sempre com os Bispos, trabalhando unidos a eles que são os responsáveis pela pastoral. Exorto-vos também a uma obediência sincera à autoridade da Igreja. Não tenham outro ideal que não seja a santidade conforme os ensinamentos de vossos fundadores.

Os leigos

Nesta hora em que a Igreja deste Continente se entrega plenamente à sua vocação missionária, lembro aos leigos que são também Igreja, assembléia convocada por Cristo para levar seu testemunho ao mundo inteiro. Todos os homens e mulheres batizados devem tomar consciência de que foram configurados com Cristo Sacerdote, Profeta e Pastor, através do sacerdócio comum do Povo de Deus. Devem sentir-se co-responsáveis na construção da sociedade segundo os critérios do Evangelho, com entusiasmo e audácia, em comunhão com os seus Pastores.

São muitos os fiéis que pertencem a movimentos eclesiais, nos quais podemos ver os sinais da multiforme presença e ação santificadora do Espírito Santo na Igreja e na sociedade atual. Eles são chamados para levar ao mundo o testemunho de Jesus Cristo e ser fermento do amor de Deus na sociedade.

Os Jovens e a pastoral vocacional

Na América Latina a maioria da população está formada por jovens. A este respeito, devemos recordar-lhes que sua vocação é ser amigos de Cristo, discípulos, sentinelas do amanhã, como costumava dizer o meu Predecessor João Paulo II. Os jovens não temem o sacrifício, mas, sim, uma vida sem sentido. São sensíveis à chamada de Cristo que os convida a segui-Lo. Podem responder a essa chamada como sacerdotes, como consagrados e consagradas, ou ainda como pais e mães de família, dedicados totalmente a servir aos seus irmãos com todo o seu tempo, sua capacidade de entrega e com a vida inteira. Os jovens encaram a existência como uma constante descoberta, não se limitando às modas e tendências comuns, indo mais além com uma curiosidade radical acerca do sentido da vida, e de Deus Pai-Criador e Deus-Filho Redentor no seio da família humana. Eles devem-se comprometer por uma constante renovação do mundo à luz de Deus. Mais ainda: cabe-lhes a tarefa de opor-se às fáceis ilusões da felicidade imediata e dos paraísos enganosos da droga, do prazer, do álcool, junto com todas as formas de violência.

6. "Quédate con nosotros"

Los trabajos de esta V Conferencia General nos llevan a hacer nuestra la súplica de los discípulos de Emaús: "Quédate con nosotros, porque atardece y el día ya ha declinado" (Lc 24, 29).

Quédate con nosotros, Señor, acompáñanos aunque no siempre hayamos sabido reconocerte. Quédate con nosotros, porque en torno a nosotros se van haciendo más densas las sombras, y tú eres la Luz; en nuestros corazones se insinúa la desesperanza, y tú los haces arder con la certeza de la Pascua. Estamos cansados del camino, pero tú nos confortas en la fracción del pan para anunciar a nuestros hermanos que en verdad tú has resucitado y que nos has dado la misión de ser testigos de tu resurrección.

Quédate con nosotros, Señor, cuando en torno a nuestra fe católica surgen las nieblas de la duda, del cansancio o de la dificultad: tú, que eres la Verdad misma como revelador del Padre, ilumina nuestras mentes con tu Palabra; ayúdanos a sentir la belleza de creer en ti.

Quédate en nuestras familias, ilumínalas en sus dudas, sosténlas en sus dificultades, consuélalas en sus sufrimientos y en la fatiga de cada día, cuando en torno a ellas se acumulan sombras que amenazan su unidad y su naturaleza. Tú que eres la Vida, quédate en nuestros hogares, para que sigan siendo nidos donde nazca la vida humana abundante y generosamente, donde se acoja, se ame, se respete la vida desde su concepción hasta su término natural.

Quédate, Señor, con aquéllos que en nuestras sociedades son más vulnerables; quédate con los pobres y humildes, con los indígenas y afroamericanos, que no siempre han encontrado espacios y apoyo para expresar la riqueza de su cultura y la sabiduría de su identidad. Quédate, Señor, con nuestros niños y con nuestros jóvenes, que son la esperanza y la riqueza de nuestro Continente, protégelos de tantas insidias que atentan contra su inocencia y contra sus legítimas esperanzas.¡Oh buen Pastor, quédate con nuestros ancianos y con nuestros enfermos. ¡Fortalece a todos en su fe para que sean tus discípulos y misioneros!

Conclusión

Al concluir mi permanencia entre vosotros, deseo invocar la protección de la Madre de Dios y Madre de la Iglesia sobre vuestras personas y sobre toda América Latina y el Caribe. Imploro de modo especial a Nuestra Señora – bajo la advocación de Guadalupe, Patrona de América, y de Aparecida, Patrona de Brasil - que os acompañe en vuestra hermosa y exigente labor pastoral. A ella confío el Pueblo de Dios en esta etapa del tercer Milenio cristiano. A ella le pido también que guíe los trabajos y reflexiones de esta Conferencia General, y que bendiga con abundantes dones a los queridos pueblos de este Continente.

Antes de regresar a Roma, quiero dejar a la V Conferencia General del Episcopado de Latinoamérica y el Caribe un recuerdo que la acompañe e la inspire. Se trata de este hermoso tríptico que proviene del arte cuzqueño del Perú. En él se representa al Señor poco antes de ascender a los cielos, dando a quienes lo seguían la misión de hacer discípulos a todos los pueblos. Las imágenes evocan la estrecha relación de Jesucristo con sus discípulos y misioneros para la vida del mundo. El último cuadro representa San Juan Diego evangelizando con la imagen de la Virgen María en su tilma y con la Biblia en la mano. La historia de la Iglesia nos enseña que la verdad del Evangelio, cuando se asume su belleza con nuestros ojos y es acogida con fe por la inteligencia y el corazón, nos ayuda a contemplar las dimensiones de misterio que provocan nuestro asombro y nuestra adhesión.

Me despido muy cordialmente de todos vosotros con esta firme esperanza en el Señor, muchísimas gracias!

[00686-XX.02] [Testo originale: Plurilingue]

 TRADUZIONE IN LINGUA ITALIANA

Cari Fratelli nell'Episcopato, amati sacerdoti, religiosi, religiose e laici. Cari osservatori di altre confessioni religiose:

È motivo di grande gioia trovarmi oggi qui con voi per inaugurare la V Conferenza Generale dell'Episcopato Latinoamericano e dei Caraibi, che si celebra vicino al Santuario di Nostra Signora Aparecida, Patrona del Brasile. Voglio che le mie prime parole siano di rendimento di grazie e di lode a Dio per il gran dono della fede cristiana alle genti di questo Continente.

Desidero altresì esprimere la mia gratitudine per le amabili parole del Signor Cardinale Francisco Javier Errázuriz Ossa, Arcivescovo di Santiago del Cile e Presidente del CELAM, pronunciate a nome anche degli altri due Presidenti di questa Conferenza Generale e di quanti vi partecipano.

1. La fede cristiana in America Latina

La fede in Dio ha animato la vita e la cultura di questi Paesi durante più di cinque secoli. Dall'incontro di quella fede con le etnie originarie è nata la ricca cultura cristiana di questo Continente espressa nell'arte, nella musica, nella letteratura e, soprattutto, nelle tradizioni religiose e nel modo di essere delle sue genti, unite da una stessa storia ed uno stesso credo, così da dare origine ad una grande sintonia pur nella diversità di culture e di lingue. Attualmente, quella stessa fede deve affrontare serie sfide, perché stanno in gioco lo sviluppo armonico della società e l'identità cattolica dei suoi popoli. A questo riguardo, la V Conferenza Generale si accinge a riflettere su questa situazione per aiutare i fedeli cristiani a vivere la loro fede con gioia e coerenza, a prendere coscienza di essere discepoli e missionari di Cristo, inviati da Lui al mondo per annunciare e dare testimonianza della nostra fede ed amore.

Ma, che cosa ha significato l'accettazione della fede cristiana per i Paesi dell'America Latina e dei Caraibi? Per essi ha significato conoscere ed accogliere Cristo, il Dio sconosciuto che i loro antenati, senza saperlo, cercavano nelle loro ricche tradizioni religiose. Cristo era il Salvatore a cui anelavano silenziosamente. Ha significato anche avere ricevuto, con le acque del Battesimo, la vita divina che li ha fatti figli di Dio per adozione; avere ricevuto, inoltre, lo Spirito Santo che è venuto a fecondare le loro culture, purificandole e sviluppando i numerosi germi e semi che il Verbo incarnato aveva messo in esse, orientandole così verso le strade del Vangelo. In effetti, l'annuncio di Gesù e del suo Vangelo non comportò, in nessun momento, un'alienazione delle culture precolombiane, né fu un'imposizione di una cultura straniera. Le autentiche culture non sono chiuse in se stesse né pietrificate in un determinato momento della storia, ma sono aperte, più ancora, cercano l'incontro con altre culture, sperano di raggiungere l'universalità nell'incontro e nel dialogo con altre forme di vita e con gli elementi che possono portare ad una nuova sintesi nella quale si rispetti sempre la diversità delle espressioni e della loro realizzazione culturale concreta.

In ultima istanza, solo la verità unifica e la sua prova è l'amore. Per questo motivo Cristo, essendo realmente il Logos incarnato, "l'amore fino alla fine", non è estraneo ad alcuna cultura né ad alcuna persona; al contrario, la risposta desiderata nel cuore delle culture è quella che dà ad esse la loro identità ultima, unendo l'umanità e rispettando contemporaneamente la ricchezza delle diversità, aprendo tutti alla crescita nella vera umanizzazione, nell'autentico progresso. Il Verbo di Dio, facendosi carne in Gesù Cristo, si fece anche storia e cultura.

L'utopia di tornare a dare vita alle religioni precolombiane, separandole da Cristo e dalla Chiesa universale, non sarebbe un progresso, bensì un regresso. In realtà, sarebbe un’involuzione verso un momento storico ancorato nel passato.

La saggezza dei popoli originari li portò fortunatamente a formare una sintesi tra le loro culture e la fede cristiana che i missionari offrivano loro. Di lì è nata la ricca e profonda religiosità popolare, nella quale appare l'anima dei popoli latinoamericani:

- L'amore a Cristo sofferente, il Dio della compassione, del perdono e della riconciliazione; il Dio che ci ha amati fino a consegnarsi per noi;

- L'amore al Signore presente nell'Eucaristia, il Dio incarnato, morto e risuscitato per essere Pane di Vita;

- Il Dio vicino ai poveri e a coloro che soffrono;

- La profonda devozione alla Santissima Vergine di Guadalupe, l’Aparecida, la Vergine delle diverse invocazioni nazionali e locali. Quando la Vergine di Guadalupe apparve all'indio san Juan Diego gli disse queste significative parole: "Non sono io qui che sono tua madre?. Non sei sotto la mia ombra e il mio sguardo? Non sono io la fonte della tua gioia? Non stai forse al riparo del mio manto, nell'incrocio delle mie braccia?" (Nican Mopohua, nn. 118-119).

Questa religiosità si esprime anche nella devozione ai santi con le loro feste patronali, nell'amore al Papa e agli altri Pastori, nell'amore alla Chiesa universale come grande famiglia di Dio che non può né deve mai lasciare soli o nella miseria i suoi propri figli. Tutto ciò forma il grande mosaico della religiosità popolare che è il prezioso tesoro della Chiesa cattolica in America Latina, e che essa deve proteggere, promuovere e, quando fosse necessario, anche purificare.

2. Continuità con le altre Conferenze

Questa V Conferenza Generale si celebra in continuità con le altre quattro che la precedettero in Rio di Janeiro, Medellin, Puebla e Santo Domingo. Con lo stesso spirito che le animò, i Pastori vogliono dare ora un nuovo impulso all'evangelizzazione, affinché questi popoli continuino a crescere e a maturare nella loro fede, per essere luce del mondo e testimoni di Gesù Cristo con la propria vita.

Dopo la IV Conferenza Generale, in Santo Domingo, molte cose sono cambiate nella società. La Chiesa che partecipa alle realizzazioni e alle speranze, alle pene e alle gioie dei suoi figli, vuole camminare al loro fianco in questo periodo di tante sfide, per infondere loro sempre speranza e conforto (cfr Gaudium et spes, 1).

Nel mondo di oggi c’è il fenomeno della globalizzazione come un intreccio di relazioni a livello planetario. Benché sotto certi aspetti sia un guadagno per la grande famiglia umana e un segnale della sua profonda aspirazione all'unità, tuttavia comporta anche senza dubbio il rischio dei grandi monopoli e di trasformare il lucro in valore supremo. Come in tutti i campi dell'attività umana, anche la globalizzazione deve essere guidata dall'etica, mettendo tutto al servizio della persona umana, creata ad immagine e somiglianza di Dio.

In America Latina e nei Caraibi, come anche in altre regioni, si sono registrati avanzamenti verso la democrazia, benché ci siano motivi di preoccupazione davanti a forme di governo autoritarie o soggette a certe ideologie che si credevano superate, e che non corrispondono con la visione cristiana dell'uomo e della società, come c'insegna la Dottrina sociale della Chiesa. Per altro verso, l'economia liberale di alcuni Paesi latinoamericani deve tenere presente l'equità, perché continuano ad aumentare i settori sociali che si vedono oppressi sempre di più da un'enorme povertà o perfino depredati dei propri beni naturali.

Nelle Comunità ecclesiali dell'America Latina è notevole la maturità nella fede di molti laici e laiche attivi e dediti al Signore, insieme con la presenza di molti generosi catechisti, di tanti giovani, di nuovi movimenti ecclesiali e di recenti Istituti di vita consacrata. Si dimostrano fondamentali molte opere cattoliche educative, di assistenza e di accoglienza. Si percepisce, è vero, un certo indebolimento della vita cristiana nell'insieme della società e della partecipazione alla vita della Chiesa cattolica, dovuto al secolarismo, all'edonismo, all’indifferentismo e al proselitismo di numerose sette, di religioni animiste e di nuove espressioni pseudoreligiose.

Tutto ciò configura una situazione nuova che sarà analizzata qui, in Aparecida. Davanti alle nuove difficili scelte, i fedeli sperano da questa V Conferenza un rinnovamento e una rivitalizzazione della loro fede in Cristo, nostro unico Maestro e Salvatore, che ci ha rivelato l'esperienza unica dell'Amore infinito di Dio Padre per gli uomini. De questa fonte potranno sorgere nuove strade e progetti pastorali creativi, capaci di infondere una ferma speranza per vivere in maniera responsabile e gioiosa la fede ed irradiarla così nel proprio ambiente.

3. Discepoli e missionari

Questa Conferenza Generale ha come tema: "Discepoli e missionari di Gesù Cristo, affinché i nostri popoli in Lui abbiano vita" (Gv 14,6).

La Chiesa ha il grande compito di custodire ed alimentare la fede del Popolo di Dio, e ricordare anche ai fedeli di questo Continente che, in virtù del loro Battesimo, sono chiamati ad essere discepoli e missionari di Gesù Cristo. Questo implica seguirlo, vivere in intimità con Lui, imitare il suo esempio e dare testimonianza. Ogni battezzato riceve da Cristo, come gli Apostoli, il mandato della missione: "Andate in tutto il mondo e proclamate la Buona Notizia ad ogni creatura. Chi crederà sarà battezzato, sarà salvo" (Mc 16,15). Essere discepoli e missionari di Gesù Cristo e cercare la vita "in Lui" suppone che si sia profondamente radicati in Lui.

Che cosa ci dà realmente Cristo? Perché vogliamo essere discepoli di Cristo? La risposta è: perché speriamo di trovare nella comunione con Lui la vita, la vera vita degna di questo nome, e per questo vogliamo farlo conoscere agli altri, comunicare loro il dono che abbiamo trovato in Lui. Ma questo è veramente così? Siamo realmente convinti che Cristo è la via, la verità e la vita?

Davanti alla priorità della fede in Cristo e della vita "in Lui", formulata nel titolo di questa V Conferenza, potrebbe sorgere anche un'altra questione: Questa priorità, non potrebbe essere per caso una fuga verso l'intimismo, verso l'individualismo religioso, un abbandono della realtà urgente dei grandi problemi economici, sociali e politici dell'America Latina e del mondo, ed una fuga dalla realtà verso un mondo spirituale?

Come primo passo, possiamo rispondere a questa domanda con un’altra: Che cosa è questa "realtà?". Che cosa è il reale? Sono "realtà" solo i beni materiali, i problemi sociali, economici e politici? Qui sta precisamente il grande errore delle tendenze dominanti nell'ultimo secolo, errore distruttivo, come dimostrano i risultati tanto dei sistemi marxisti quanto di quelli capitalisti. Falsificano il concetto di realtà con l'amputazione della realtà fondante e per questo decisiva che è Dio. Chi esclude Dio dal suo orizzonte falsifica il concetto di "realtà" e, in conseguenza, può finire solo in strade sbagliate e con ricette distruttive.

La prima affermazione fondamentale è, dunque, la seguente: Solo chi riconosce Dio, conosce la realtà e può rispondere ad essa in modo adeguato e realmente umano. La verità di questa tesi risulta evidente davanti al fallimento di tutti i sistemi che mettono Dio tra parentesi.

Ma sorge immediatamente un'altra domanda: Chi conosce Dio? Come possiamo conoscerlo? Non possiamo entrare qui in un complesso dibattito su questa questione fondamentale. Per il cristiano il nucleo della risposta è semplice: Solo Dio conosce Dio, solo suo Figlio che è Dio da Dio, Dio vero, lo conosce. Ed Egli, "che è nel seno del Padre, lo 'ha rivelato" (Gv 1,18). Di qui l'importanza unica ed insostituibile di Cristo per noi, per l'umanità. Se non conosciamo Dio in Cristo e con Cristo, tutta la realtà si trasforma in un enigma indecifrabile; non c'è via e, non essendoci via, non ci sono né vita né verità.

Dio è la realtà fondante, non un Dio solo pensato o ipotetico, bensì il Dio dal volto umano; è il Dio-con-noi, il Dio dell'amore fino alla croce. Quando il discepolo arriva alla comprensione di questo amore di Cristo "fino alla fine", non può mancare di rispondere a questo amore se non con un amore simile: "Ti seguirò dovunque tu vada" (Lc 9,57).

Possiamo ancora farci un'altra domanda: Che cosa ci dà la fede in questo Dio? La prima risposta è: ci dà una famiglia, la famiglia universale di Dio nella Chiesa cattolica. La fede ci libera dell'isolamento dell'io, perché ci porta alla comunione: l'incontro con Dio è, in sé stesso e come tale, incontro con i fratelli, un atto di convocazione, di unificazione, di responsabilità verso l'altro e verso gli altri. In questo senso, l'opzione preferenziale per i poveri è implicita nella fede cristologica in quel Dio che si è fatto povero per noi, per arricchirci con la sua povertà (cfr 2 Cor 8,9).

Ma prima di affrontare quello che comporta il realismo della fede nel Dio fatto uomo, dobbiamo approfondire la domanda: come conoscere realmente Cristo per poter seguirlo e vivere con Lui, per trovare la vita in Lui e per comunicare questa vita agli altri, alla società e al mondo? Innanzitutto, Cristo ci si dà a conoscere nella sua persona, nella sua vita e nella sua dottrina per mezzo della Parola di Dio. All’inizio della nuova tappa che la Chiesa missionaria dell'America Latina e dei Caraibi si dispone ad intraprendere, a partire da questa V Conferenza Generale in Aparecida, è condizione indispensabile la conoscenza profonda della Parola di Dio.

Per questo, bisogna educare il popolo alla lettura e alla meditazione della Parola di Dio: che essa divenga il suo alimento affinché, per propria esperienza, i fedeli vedano che le parole di Gesù sono spirito e vita (cfr Gv 6,63). Altrimenti, come annuncerebbero un messaggio il cui contenuto e spirito non conoscono a fondo? Dobbiamo basare il nostro impegno missionario e tutta la nostra vita sulla roccia della Parola di Dio. Per questo, incoraggio i Pastori a sforzarsi di farla conoscere.

Un grande mezzo per introdurre il Popolo di Dio nel mistero di Cristo è la catechesi. In essa si trasmette in forma semplice e sostanziosa il messaggio di Cristo. Converrà pertanto intensificare la catechesi e la formazione nella fede, tanto dei bambini quanto dei giovani e degli adulti. La riflessione matura sulla fede è luce per il cammino della vita e forza per essere testimoni di Cristo. Per ciò si dispone di strumenti molto preziosi come sono il Catechismo della Chiesa Cattolica e la sua versione più breve, il Compendio del Catechismo della Chiesa Cattolica.

In questo campo non bisogna limitarsi solo alle omelie, conferenze, corsi di Bibbia o teologia, ma si deve ricorrere anche ai mezzi di comunicazione: stampa, radio e televisione, siti di internet, fori e tanti altri sistemi per comunicare efficacemente il messaggio di Cristo ad un gran numero di persone.

In questo sforzo per conoscere il messaggio di Cristo e renderlo guida della propria vita, bisogna ricordare che l'evangelizzazione si è sviluppata sempre insieme con la promozione umana e l'autentica liberazione cristiana. "Amore a Dio ed amore al prossimo si fondono tra loro: nel più umile troviamo Gesù stesso ed in Gesù troviamo Dio" (Lett. enc. Deus caritas est, 15). Per lo stesso motivo, sarà anche necessaria una catechesi sociale ed un'adeguata formazione nella dottrina sociale della Chiesa, essendo molto utile per ciò il Compendio della Dottrina Sociale della Chiesa. La vita cristiana non si esprime solamente nelle virtù personali, ma anche nelle virtù sociali e politiche.

Il discepolo, fondato così sulla roccia della Parola di Dio, si sente spinto a portare la Buona Notizia della salvezza ai suoi fratelli. Discepolato e missione sono come le due facce di una stessa medaglia: quando il discepolo è innamorato di Cristo, non può smettere di annunciare al mondo che solo Lui ci salva (cfr Hch 4,12). In effetti, il discepolo sa che senza Cristo non c'è luce, non c'è speranza, non c'è amore, non c'è futuro.

4. "Affinché in Lui abbiano vita"

I popoli latinoamericani e dei Caraibi hanno diritto ad una vita piena, propria dei figli di Dio, con alcune condizioni più umane: liberi dalle minacce della fame e da ogni forma di violenza. Per questi popoli, i loro Pastori devono promuovere una cultura della vita che permetta, come diceva il mio predecessore Paolo VI, "di passare dalla miseria al possesso del necessario, all'acquisizione della cultura… alla cooperazione nel bene comune... fino al riconoscimento, da parte dell'uomo, dei valori supremi e di Diede che di essi è la fonte ed il fine" (Populorum progressio, 21).

In questo contesto mi è gradito ricordare l'Enciclica Populorum progressio, il cui 40.mo anniversario ricordiamo quest’anno. Questo documento pontificio mette in evidenza che lo sviluppo autentico deve essere integrale, cioè, orientato alla promozione di tutto l'uomo e di tutti gli uomini (cfr n. 14), ed invita tutti a sopprimere le gravi disuguaglianze sociali e le enormi differenze nell'accesso ai beni. Questi popoli anelano, soprattutto, alla pienezza di vita che Cristo ci ha portato: "Io sono venuto affinché abbiano vita e l'abbiano in abbondanza" (Gv 10,10). Con questa vita divina si sviluppa anche in pienezza l'esistenza umana, nella sua dimensione personale, familiare, sociale e culturale.

Per formare il discepolo e sostenere il missionario nel suo grande compito, la Chiesa offre loro, oltre al Pane della Parola, il Pane dell'Eucaristia. A questo riguardo ci ispira ed illumina la pagina del Vangelo sui discepoli di Emmaus. Quando questi si siedono al tavolo e ricevono da Gesù Cristo il pane benedetto e spezzato, si aprono loro gli occhi, scoprono il viso del Risuscitato, sentono nel loro cuore che è verità tutto quello che Egli ha detto e fatto, e che è già iniziata la redenzione del mondo. Ogni domenica ed ogni Eucaristia è un incontro personale con Cristo. Ascoltando la Parola divina, il cuore arde perché è Lui che la spiega e proclama. Quando nell'Eucaristia si spezza il pane, è Lui che si riceve personalmente. L'Eucaristia è l'alimento indispensabile per la vita del discepolo e del missionario di Cristo.

La Messa domenicale, centro della vita cristiana

Di qui la necessità di dare priorità, nei programmi pastorali, alla valorizzazione della Messa domenicale. Dobbiamo motivare i cristiani affinché partecipino ad essa attivamente e, se è possibile, meglio con la famiglia. L'assistenza dei genitori con i loro figli alla Celebrazione eucaristica domenicale è una pedagogia efficace per comunicare la fede ed un stretto vincolo che mantiene l'unità tra loro. La domenica ha significato, durante la vita della Chiesa, il momento privilegiato dell'incontro delle comunità col Signore risuscitato.

È necessario che i cristiani sperimentino che non seguono un personaggio della storia passata, bensì Cristo vivo, presente nell'oggi ed ora delle loro vite. Egli è il Vivente che cammina al nostro fianco, rivelandoci il senso degli avvenimenti, del dolore e della morte, dell'allegria e della festa, entrando nelle nostre case e rimanendo in esse, alimentandoci col Pane che dà la vita. Per questo la celebrazione domenicale dell'Eucaristia deve essere il centro della vita cristiana.

L'incontro con Cristo nell'Eucaristia suscita l’impegno dell'evangelizzazione e la spinta alla solidarietà; sveglia nel cristiano il forte desiderio di annunciare il Vangelo e testimoniarlo nella società per renderla più giusta ed umana. Dall'Eucaristia è germogliata nel corso dei secoli un'immensa ricchezza di carità, di partecipazione alle difficoltà degli altri, di amore e di giustizia. Solo dall'Eucaristia germoglierà la civiltà dell'amore che trasformerà l’America Latina ed i Caraibi così che, oltre ad essere il Continente della Speranza, siano anche il Continente dell'Amore!

I problemi sociali e politici

Arrivati a questo punto possiamo domandarci: come può la Chiesa contribuire alla soluzione degli urgenti problemi sociali e politici, e rispondere alla grande sfida della povertà e della miseria? I problemi dell'America Latina e dei Caraibi, come anche del mondo di oggi, sono molteplici e complessi, e non si possono affrontare con programmi generali. Senza dubbio, la questione fondamentale sul modo come la Chiesa, illuminata dalla fede in Cristo, debba reagire davanti a queste sfide, ci riguarda tutti. In questo contesto è inevitabile parlare del problema delle strutture, soprattutto di quelle che creano ingiustizia. In realtà, le strutture giuste sono una condizione senza la quale non è possibile un ordine giusto nella società. Ma, come nascono?, come funzionano? Tanto il capitalismo quanto il marxismo promisero di trovare la strada per la creazione di strutture giuste ed affermarono che queste, una volta stabilite, avrebbero funzionato da sole; affermarono che non solo non avrebbero avuto bisogno di una precedente moralità individuale, ma che esse avrebbero promosso la moralità comune. E questa promessa ideologica si è dimostrata falsa. I fatti lo hanno evidenziato. Il sistema marxista, dove è andato al governo, non ha lasciato solo una triste eredità di distruzioni economiche ed ecologiche, ma anche una dolorosa oppressione delle anime. E la stessa cosa vediamo anche all’ovest, dove cresce costantemente la distanza tra poveri e ricchi e si produce un'inquietante degradazione della dignità personale con la droga, l'alcool e gli ingannevoli miraggi di felicità.

Le strutture giuste sono, come ho detto, una condizione indispensabile per una società giusta, ma non nascono né funzionano senza un consenso morale della società sui valori fondamentali e sulla necessità di vivere questi valori con le necessarie rinunce, perfino contro l'interesse personale.

Dove Dio è assente – Dio dal volto umano di Gesù Cristo - questi valori non si mostrano con tutta la loro forza, né si produce un consenso su di essi. Non voglio dire che i non credenti non possano vivere una moralità elevata ed esemplare; dico solamente che una società nella quale Dio è assente non trova il consenso necessario sui valori morali e la forza per vivere secondo il modello di questi valori, anche contro i propri interessi.

D'altra parte, le strutture giuste devono cercarsi ed elaborarsi alla luce dei valori fondamentali, con tutto l'impegno della ragione politica, economica e sociale. Sono una questione della recta ratio e non provengono da ideologie né dalle loro promesse. Certamente esiste un tesoro di esperienze politiche e di conoscenze sui problemi sociali ed economici che evidenziano elementi fondamentali di un stato giusto e le strade che si devono evitare. Ma in situazioni culturali e politiche diverse, e nel cambiamento progressivo delle tecnologie e della realtà storica mondiale, si devono cercare in maniera razionale le risposte adeguate e deve crearsi – con gli indispensabili impegni - il consenso sulle strutture che si devono stabilire.

Questo lavoro politico non è competenza immediata della Chiesa. Il rispetto di una sana laicità - compresa la pluralità delle posizioni politiche - è essenziale nella tradizione cristiana. Se la Chiesa cominciasse a trasformarsi direttamente in soggetto politico, non farebbe di più per i poveri e per la giustizia, ma farebbe di meno, perché perderebbe la sua indipendenza e la sua autorità morale, identificandosi con un'unica via politica e con posizioni parziali opinabili. La Chiesa è avvocata della giustizia e dei poveri, precisamente perché non si identifica coi politici né con gli interessi di partito. Solo essendo indipendente può insegnare i grandi criteri ed i valori inderogabili, orientare le coscienze ed offrire un'opzione di vita che va oltre l'ambito politico. Formare le coscienze, essere avvocata della giustizia e della verità, educare alle virtù individuali e politiche, è la vocazione fondamentale della Chiesa in questo settore. Ed i laici cattolici devono essere coscienti delle loro responsabilità nella vita pubblica; devono essere presenti nella formazione dei consensi necessari e nell'opposizione contro le ingiustizie.

Le strutture giuste non saranno mai complete in modo definitivo; per la costante evoluzione della storia, devono essere sempre rinnovate ed aggiornate; devono essere sempre animate da un"ethos" politico ed umano, per la cui presenza ed efficienza si deve lavorare sempre. In altre parole, la presenza di Dio, l'amicizia col Figlio di Dio incarnato, la luce della sua Parola, sono sempre condizioni fondamentali per la presenza ed efficacia della giustizia e dell'amore nelle nostre società.

Trattandosi di un Continente di battezzati, converrà colmare la notevole assenza, nell'ambito politico, della comunicazione e della università, di voci e di iniziative di leader cattolici di forte personalità e di dedizione generosa, che siano coerenti con le loro convinzioni etiche e religiose. I movimenti ecclesiali hanno qui un ampio campo per ricordare ai laici la loro responsabilità e la loro missione di portare la luce del Vangelo nella vita pubblica, culturale, economica e politica.

5. Altri campi prioritari

Per portare a termine il rinnovamento della Chiesa a voi affidata in queste Terre, vorrei fissare l'attenzione su alcuni campi che considero prioritari in questa nuova tappa.

La famiglia

La famiglia,"patrimonio dell'umanità", costituisce uno dei tesori più importanti dei paesi latinoamericani. Essa è stata e è scuola della fede, palestra di valori umani e civili, focolare nel quale la vita umana nasce e viene accolta generosamente e responsabilmente. Senza dubbio, attualmente essa soffre situazioni avverse provocate dal secolarismo e dal relativismo etico, dai diversi flussi migratori interni ed esterni, dalla povertà, dall'instabilità sociale e dalle legislazioni civili contrarie al matrimonio che, favorendo gli anticoncezionali e l'aborto, minacciano il futuro dei popoli.

In alcune famiglie dell'America Latina persiste ancora sfortunatamente una mentalità maschilista, che ignora la novità del cristianesimo nel quale è riconosciuta e proclamata l'uguale dignità e responsabilità della donna rispetto all'uomo.

La famiglia è insostituibile per la serenità personale e per l'educazione dei figli. Le madri che vogliono dedicarsi pienamente all'educazione dei loro figli ed al servizio della famiglia devono godere delle condizioni necessarie per poterlo fare, e per ciò hanno diritto di contare sull'appoggio dello Stato. In effetti, il ruolo della madre è fondamentale per il futuro della società.

Il padre, da parte sua, ha il dovere di essere veramente padre che esercita la sua indispensabile responsabilità e collaborazione nell'educazione dei loro figli. I figli, per la loro crescita integrale, hanno il diritto di potere contare sul padre e la madre, che badino a loro e li accompagnino verso la pienezza della loro vita. È necessaria, dunque, una pastorale familiare intensa e vigorosa. È indispensabile anche promuovere politiche familiari autenticazioni che rispondano ai diritti della famiglia come soggetto sociale imprescindibile. La famiglia fa parte del bene dei popoli e dell'umanità intera.

I sacerdoti

I primi promotori del discepolato e della missione sono quelli che sono stati chiamati "per essere con Gesù ed essere mandati a predicare" (cfr Mc 3,14), cioè, i sacerdoti. Essi devono ricevere, in modo preferenziale, l'attenzione e la cura paterna dei loro Vescovi, perché sono i primi operatori di un autentico rinnovamento della vita cristiana nel Popolo di Dio. A loro voglio indirizzare una parola di affetto paterno, auspicando che "il Signore sia parte della loro eredità e del loro calice" (cfr Sal 16, 5). Se il sacerdote ha Dio come fondamento e centro della sua vita, sperimenterà la gioia e la fecondità della sua vocazione. Il sacerdote deve essere innanzitutto un "uomo di Dio" (1 Tm 6,11) che conosce Dio direttamente, che ha una profonda amicizia personale con Gesù che condivide con gli altri gli stessi sentimenti di Cristo (cfr Fil 2,5). Solo così il sacerdote sarà capace di condurre a Dio, incarnato in Gesù Cristo, gli uomini, ed essere rappresentante del suo amore. Per compiere il suo alto compito, il sacerdote deve avere una solida struttura spirituale e vivere tutta la sua vita animato dalla fede, dalla speranza e dalla carità. Deve essere, come Gesù, un uomo che cerchi, attraverso la preghiera, il volto e la volontà di Dio, e che curi anche la sua preparazione culturale ed intellettuale.

Cari sacerdoti di questo Continente e voi che come missionari siete venuti qui a lavorare, il Papa vi accompagna nel vostro lavoro pastorale e desidera che siate pieni di gioia e di speranza e soprattutto prega per voi.

Religiosi, religiose e consacrati

Voglio rivolgermi anche ai religiosi, alle religiose e alle laiche e laici consacrati. La società latinoamericana e caraibica ha bisogno della vostra testimonianza: in un mondo che tante volte cerca innanzitutto il benessere, la ricchezza ed il piacere come obbiettivo della vita, e che esalta la libertà al posto della verità dell'uomo creato per Dio, voi siete testimoni che c'è un'altra forma di vivere con senso; ricordate ai vostri fratelli e sorelle che il Regno di Dio è già arrivato; che la giustizia e la verità sono possibili se ci apriamo alla presenza amorosa di Dio nostro Padre, di Cristo nostro fratello e Signore, dello Spirito Sacro nostro Consolatore. Con generosità e anche con eroismo dovete continuare a lavorare affinché nella società regni l'amore, la giustizia, la bontà, il servizio e la solidarietà in conformità al carisma dei vostri fondatori. Abbracciate con profonda gioia la vostra consacrazione, che è strumento di santificazione per voi e di redenzione per i vostri fratelli.

La Chiesa dell'America Latina vi ringrazia per il grande lavoro che avete realizzato nel corso dei secoli per il Vangelo di Cristo in favore dei vostri fratelli, soprattutto dei più poveri e svantaggiati. Vi invito a collaborare sempre con i Vescovi e a lavorare uniti a loro, che sono i responsabili dell'azione pastorale. Vi esorto anche all'obbedienza sincera all'autorità della Chiesa. Non abbiate altro obiettivo che la santità, come avete imparato dei vostri fondatori.

I laici

In quest’ora in cui la Chiesa di questo Continente si consegna pienamente alla sua vocazione missionaria, ricordo ai laici che sono anche Chiesa, assemblea convocata da Cristo per portare la sua testimonianza al mondo intero. Tutti gli uomini e le donne battezzati devono prendere coscienza che sono stati configurati a Cristo Sacerdote, Profeta e Pastore, per mezzo del sacerdozio comune del Popolo di Dio. Devono sentirsi corresponsabili nella costruzione della società secondo i criteri del Vangelo, con entusiasmo ed audacia, in comunione con i loro Pastori.

Siete molti voi, fedeli, che appartenete a movimenti ecclesiali, nei quali possiamo vedere segni della multiforme presenza ed azione santificatrice dello Spirito Santo nella Chiesa e nella società attuale. Voi siete chiamati a portare al mondo la testimonianza di Gesù Cristo ed essere fermento dell'amore di Dio tra gli altri.

I giovani e la pastorale vocazionale

In America Latina la maggioranza della popolazione è formata da giovani. A questo proposito, dobbiamo ad essi ricordare che la loro vocazione è quella di essere amici di Cristo, suoi discepoli. I giovani non temono il sacrificio, ma una vita senza senso. Sono sensibili alla chiamata di Cristo che li invita a seguirlo. Possono rispondere a quella chiamata come sacerdoti, come consacrati e consacrate, oppure come padri e madri di famiglia, dediti totalmente a servire i loro fratelli con tutto il loro tempo e la loro capacità di dedizione, con tutta la loro vita. I giovani devono affrontare la vita come una continua scoperta, senza lasciarsi irretire dalle mode o dalle mentalità correnti, ma procedendo con una profonda curiosità sul senso della vita e sul mistero Dio, Padre Creatore, e del suo Figlio, il nostro Redentore, all’interno della famiglia umana. Devono impegnarsi anche per un continuo rinnovamento del mondo alla luce del Vangelo. Più ancora, devono opporsi ai facili miraggi della felicità immediata ed ai paradisi ingannevoli della droga, del piacere, dell'alcool, così come ad ogni forma di violenza.

6. "Resta con noi"

I lavori di questa V Conferenza Generale ci portano a fare nostra la supplica dei discepoli di Emmaus: "Resta con noi, perché si fa sera e il giorno già volge al declino" (Lc 24,29).

Resta con noi, Signore, accompagnaci benché non sempre abbiamo saputo riconoscerti. Resta con noi, perché intorno a noi stanno addensandosi le ombre, e tu sei la Luce; nei nostri cuori si insinua lo scoraggiamento, e li fai ardere con la certezza della Pasqua. Siamo stanchi della strada, ma tu ci conforti con la frazione del pane per annunciare ai nostri fratelli che in realtà tu sei risorto e ci hai affidato la missione di essere testimoni della tua resurrezione.

Resta con noi, Signore, quando intorno alla nostra fede cattolica sorgono le nebbie del dubbio, della stanchezza o delle difficoltà: tu che sei la Verità stessa come rivelatore del Padre, illumina le nostre mentii con la tua Parola; aiutaci a sentire la bellezza di credere in te.

Resta nelle nostre famiglie, illuminale nei loro dubbi, sostienile nelle loro difficoltà, consolale nelle loro sofferenze e nella fatica di ogni giorno, quando intorno a loro si accumulano ombre che minacciano la loro unità e la loro identità naturale. Tu che sei la Vita, resta nei nostri focolari, affinché continuino ad essere nidi dove la vita umana nasca generosamente, dove si accolga, si ami e si rispetti la vita dal concepimento fino al suo termine naturale.

Resta, Signore, con quelli che nelle nostre società sono più vulnerabili; resta con i poveri e gli umili, con gli indigeni e gli afroamericani, che non sempre hanno trovato spazio e appoggio per esprimere la ricchezza della loro cultura e la saggezza della loro identità. Resta, Signore, con i nostri bambini e con i nostri giovani, che sono la speranza e la ricchezza del nostro Continente, proteggili dalle tante insidie che attentano alla loro innocenza ed alle loro legittime speranze. Oh buon Pastore, resta coni nostri anziano e con i nostri malati. Fortifica tutti nella fede affinché siano i tuoi discepoli e missionari!

Conclusione

Concludendo la mia permanenza tra voi, desidero invocare la protezione della Madre di Dio e Madre della Chiesa sulle vostre persone e su tutta l'America Latina e i Caraibi. Imploro in modo speciale Nostra Signora. sotto il titolo di Guadalupe, Patrona dell'America, e di Aparecida, Patrona del Brasile, che vi accompagni nel vostro affascinante ed esigente lavoro pastorale. A Lei fido il Popolo di Dio in questa tappa del terzo Millennio cristiano. A Lei chiedo anche che guidi i lavori e le riflessioni di questa Conferenza Generale, e che benedica con copiosi doni i cari popoli di questo Continente.

Prima di tornare a Roma, desidero lasciare alla V Conferenza Generale dell’Episcopato dell’America Latina e dei Caraibi un ricordo che la accompagni e la ispiri. Si tratta di questo magnifico trittico che proviene dall’arte di Cuzco, Perù. Vi è rappresentato il Signore poco prima di ascendere al Cielo, mentre affida a coloro che lo seguivano la missione di fare discepoli tutti i popoli. Le immagini evocano la stretta relazione di Gesù Cristo con i suoi discepoli e missionari per la vita del mondo L’ultimo quadro raffigura San Juan Diego mentre evangelizza con l’immagine della Vergine Maria nella sua tilma e con la Bibbia in mano. La storia della Chiesa ci insegna che la verità del Vangelo, quando se ne assume la bellezza con i nostri occhi e quando viene accolta con fede dall’intelligenza e dal cuore, ci aiuta a contemplare le dimensioni di mistero che provocano la nostra meraviglia e la nostra adesione.

Nel partire, saluto molto cordialmente tutti voi con questa ferma speranza nel Signore. Molte grazie!

[00686-01.02] [Testo originale: Plurilingue]

 TRADUZIONE IN LINGUA INGLESE

Dear Brother Bishops, beloved priests, religious men and women and laypeople, Dear observers from other religious confessions:

It gives me great joy to be here today with you to inaugurate the Fifth General Conference of the Bishops of Latin America and the Caribbean, which is being held close to the Shrine of Our Lady of Aparecida, Patroness of Brazil. I would like to begin with words of thanksgiving and praise to God for the great gift of the Christian faith to the peoples of this Continent.

Likewise, I am most grateful for the kind words of Cardinal Francisco Javier Errázuriz Ossa, Archbishop of Santiago and President of CELAM, spoken in his own name, on behalf of other two Presidents and for all the participants in this General Conference.

1. The Christian faith in Latin America

Faith in God has animated the life and culture of these nations for more than five centuries. From the encounter between that faith and the indigenous peoples, there has emerged the rich Christian culture of this Continent, expressed in art, music, literature, and above all, in the religious traditions and in the peoples’ whole way of being, united as they are by a shared history and a shared creed that give rise to a great underlying harmony, despite the diversity of cultures and languages. At present, this same faith has some serious challenges to address, because the harmonious development of society and the Catholic identity of these peoples are in jeopardy. In this regard, the Fifth General Conference is preparing to reflect upon this situation, in order to help the Christian faithful to live their faith with joy and coherence, to deepen their awareness of being disciples and missionaries of Christ, sent by him into the world to proclaim and to bear witness to our faith and love.

Yet what did the acceptance of the Christian faith mean for the nations of Latin America and the Caribbean? For them, it meant knowing and welcoming Christ, the unknown God whom their ancestors were seeking, without realizing it, in their rich religious traditions. Christ is the Saviour for whom they were silently longing. It also meant that they received, in the waters of Baptism, the divine life that made them children of God by adoption; moreover, they received the Holy Spirit who came to make their cultures fruitful, purifying them and developing the numerous seeds that the incarnate Word had planted in them, thereby guiding them along the paths of the Gospel. In effect, the proclamation of Jesus and of his Gospel did not at any point involve an alienation of the pre-Columbian cultures, nor was it the imposition of a foreign culture. Authentic cultures are not closed in upon themselves, nor are they set in stone at a particular point in history, but they are open, or better still, they are seeking an encounter with other cultures, hoping to reach universality through encounter and dialogue with other ways of life and with elements that can lead to a new synthesis, in which the diversity of expressions is always respected as well as the diversity of their particular cultural embodiment.

Ultimately, it is only the truth that can bring unity, and the proof of this is love. That is why Christ, being in truth the incarnate Logos, "love to the end", is not alien to any culture, nor to any person; on the contrary, the response that he seeks in the heart of cultures is what gives them their ultimate identity, uniting humanity and at the same time respecting the wealth of diversity, opening people everywhere to growth in genuine humanity, in authentic progress. The Word of God, in becoming flesh in Jesus Christ, also became history and culture.

The Utopia of going back to breathe life into the pre-Columbian religions, separating them from Christ and from the universal Church, would not be a step forward: indeed, it would be a step back. In reality, it would be a retreat towards a stage in history anchored in the past.

The wisdom of the indigenous peoples fortunately led them to form a synthesis between their cultures and the Christian faith which the missionaries were offering them. Hence the rich and profound popular religiosity, in which we see the soul of the Latin American peoples:

- love for the suffering Christ, the God of compassion, pardon and reconciliation; the God who - loved us to the point of handing himself over for us;

- love for the Lord present in the Eucharist, the incarnate God, dead and risen in order to be the bread of life;

- the God who is close to the poor and to those who suffer;

- the profound devotion to the most holy Virgin of Guadalupe, the Aparecida, the Virgin invoked under various national and local titles. When the Virgin of Guadalupe appeared to the native Indian Saint Juan Diego, she spoke these important words to him: "Am I not your mother? Are you not under my shadow and my gaze? Am I not the source of your joy? Are you not sheltered underneath my mantle, under the embrace of my arms?" (Nican Mopohua, nos. 118-119).

This religiosity is also expressed in devotion to the saints with their patronal feasts, in love for the Pope and the other Pastors, and in love for the universal Church as the great family of God, that neither can nor ever should leave her children alone or destitute. All this forms the great mosaic of popular piety which is the precious treasure of the Catholic Church in Latin America, and must be protected, promoted and, when necessary, purified.

2. Continuity with the other Conferences

This Fifth General Conference is being celebrated in continuity with the other four that preceded it: in Rio de Janeiro, Medellín, Puebla and Santo Domingo. With the same spirit that was at work there, the Bishops now wish to give a new impetus to evangelization, so that these peoples may continue to grow and mature in their faith in order to be the light of the world and witnesses to Jesus Christ with their own lives.

After the Fourth General Conference, in Santo Domingo, many changes took place in society. The Church which shares in the achievements and the hopes, the sufferings and the joys of her children, wishes to walk alongside them at this challenging time, so as to inspire them always with hope and comfort (cf. Gaudium et Spes, 1).

Today’s world experiences the phenomenon of globalization as a network of relationships extending over the whole planet. Although from certain points of view this benefits the great family of humanity, and a sign of its profound aspiration towards unity, nevertheless it also undoubtedly brings with it the risk of vast monopolies and of treating profit as the supreme value. As in all areas of human activity, globalization too must be led by ethics, placing everything at the service of the human person, created in the image and likeness of God.

In Latin America and the Caribbean, as well as in other regions, there has been notable progress towards democracy, although there are grounds for concern in the face of authoritarian forms of government and regimes wedded to certain ideologies that we thought had been superseded, and which do not correspond to the Christian vision of man and society as taught by the Social Doctrine of the Church. On the other side of the coin, the liberal economy of some Latin American countries must take account of equity, because of the ever increasing sectors of society that find themselves oppressed by immense poverty or even despoiled of their own natural resources.

In the ecclesial communities of Latin America there is a notable degree of maturity in faith among the many active lay men and women devoted to the Lord, and there are also many generous catechists, many young people, new ecclesial movements and recently established Institutes of consecrated life. Many Catholic educational, charitable or housing initiatives have proved essential. Yet it is true that one can detect a certain weakening of Christian life in society overall and of participation in the life of the Catholic Church, due to secularism, hedonism, indifferentism and proselytism by numerous sects, animist religions and new pseudo-religious phenomena.

All of this constitutes a new situation which will be analyzed here at Aparecida. Faced with new and difficult choices, the faithful are looking to this Fifth Conference for renewal and revitalization of their faith in Christ, our one Teacher and Saviour, who has revealed to us the unique experience of the infinite love of God the Father for mankind. From this source, new paths and creative pastoral plans will be able to emerge, capable of instilling a firm hope for living out the faith joyfully and responsibly, and thus spreading it in one’s own surroundings.

3. Disciples and Missionaries

This General Conference has as its theme: "Disciples and Missionaries of Jesus Christ, so that our peoples may have life in him" (Jn 14:6).

The Church has the great task of guarding and nourishing the faith of the People of God, and reminding the faithful of this Continent that, by virtue of their Baptism, they are called to be disciples and missionaries of Jesus Christ. This implies following him, living in intimacy with him, imitating his example and bearing witness. Every baptized person receives from Christ, like the Apostles, the missionary mandate: "Go into all the world and preach the Gospel to the whole creation. Whoever believes and is baptized, will be saved" (Mk 16:15). To be disciples and missionaries of Jesus Christ and to seek life "in him" presupposes being deeply rooted in him.

What does Christ actually give us? Why do we want to be disciples of Christ? The answer is: because, in communion with him, we hope to find life, the true life that is worthy of the name, and thus we want to make him known to others, to communicate to them the gift that we have found in him. But is it really so? Are we really convinced that Christ is the way, the truth and the life?

In the face of the priority of faith in Christ and of life "in him", formulated in the title of this Fifth Conference, a further question could arise: could this priority not perhaps be a flight towards emotionalism, towards religious individualism, an abandonment of the urgent reality of the great economic, social and political problems of Latin America and the world, and a flight from reality towards a spiritual world?

As a first step, we can respond to this question with another: what is this "reality"? What is real? Are only material goods, social, economic and political problems "reality"? This was precisely the great error of the dominant tendencies of the last century, a most destructive error, as we can see from the results of both Marxist and capitalist systems. They falsify the notion of reality by detaching it from the foundational and decisive reality which is God. Anyone who excludes God from his horizons falsifies the notion of "reality" and, in consequence, can only end up in blind alleys or with recipes for destruction.

The first basic point to affirm, then, is the following: only those who recognize God know reality and are able to respond to it adequately and in a truly human manner. The truth of this thesis becomes evident in the face of the collapse of all the systems that marginalize God.

Yet here a further question immediately arises: who knows God? How can we know him? We cannot enter here into a complex discussion of this fundamental issue. For a Christian, the nucleus of the reply is simple: only God knows God, only his Son who is God from God, true God, knows him. And he "who is nearest to the Father’s heart has made him known" (Jn 1:18). Hence the unique and irreplaceable importance of Christ for us, for humanity. If we do not know God in and with Christ, all of reality is transformed into an indecipherable enigma; there is no way, and without a way, there is neither life nor truth.

God is the foundational reality, not a God who is merely imagined or hypothetical, but God with a human face; he is God-with-us, the God who loves even to the Cross. When the disciple arrives at an understanding of this love of Christ "to the end", he cannot fail to respond to this love with a similar love: "I will follow you wherever you go" (Lk 9:57).

We can ask ourselves a further question: what does faith in this God give us? The first response is: it gives us a family, the universal family of God in the Catholic Church. Faith releases us from the isolation of the "I", because it leads us to communion: the encounter with God is, in itself and as such, an encounter with our brothers and sisters, an act of convocation, of unification, of responsibility towards the other and towards others. In this sense, the preferential option for the poor is implicit in the Christological faith in the God who became poor for us, so as to enrich us with his poverty (cf. 2 Cor 8:9).

Yet before we consider what is entailed by the realism of our faith in the God who became man, we must explore the question more deeply: how can we truly know Christ so as to be able to follow him and live with him, so as to find life in him and to communicate that life to others, to society and to the world? First and foremost, Christ makes his person, his life and his teaching known to us through the word of God. At the beginning of this new phase that the missionary Church of Latin America and the Caribbean is preparing to enter, starting with this Fifth General Conference in Aparecida, an indispensable pre-condition is profound knowledge of the word of God.

To achieve this, we must train people to read and meditate on the word of God: this must become their staple diet, so that, through their own experience, the faithful will see that the words of Jesus are spirit and life (cf. Jn 6:63). Otherwise, how could they proclaim a message whose content and spirit they do not know thoroughly? We must build our missionary commitment and the whole of our lives on the rock of the word of God. For this reason, I encourage the Bishops to strive to make it known.

An important way of introducing the People of God to the mystery of Christ is through catechesis. Here, the message of Christ is transmitted in a simple and substantial form. It is therefore necessary to intensify the catechesis and the faith formation not only of children but also of young people and adults. Mature reflection on faith is a light for the path of life and a source of strength for witnessing to Christ. Most valuable tools with which to achieve this are the Catechism of the Catholic Church and its abridged version, the Compendium of the Catechism of the Catholic Church.

In this area, we must not limit ourselves solely to homilies, lectures, Bible courses or theology courses, but we must have recourse also to the communications media: press, radio and television, websites, forums and many other methods for effectively communicating the message of Christ to a large number of people.

In this effort to come to know the message of Christ and to make it a guide for our own lives, we must remember that evangelization has always developed alongside the promotion of the human person and authentic Christian liberation. "Love of God and love of neighbour have become one; in the least of the brethren we find Jesus himself, and in Jesus we find God" (Encyclical Letter Deus Caritas Est, 15). For the same reason, there will also need to be social catechesis and a sufficient formation in the social teaching of the Church, for which a very useful tool is the Compendium of the Social Doctrine of the Church. The Christian life is not expressed solely in personal virtues, but also in social and political virtues.

The disciple, founded in this way upon the rock of God’s word, feels driven to bring the Good News of salvation to his brothers and sisters. Discipleship and mission are like the two sides of a single coin: when the disciple is in love with Christ, he cannot stop proclaiming to the world that only in him do we find salvation (cf. Acts 4:12). In effect, the disciple knows that without Christ there is no light, no hope, no love, no future.

4. "So that in him they may have life"

The peoples of Latin America and the Caribbean have the right to a full life, proper to the children of God, under conditions that are more human: free from the threat of hunger and from every form of violence. For these peoples, their Bishops must promote a culture of life which can permit, in the words of my predecessor Paul VI, "the passage from misery towards the possession of necessities … the acquisition of culture … cooperation for the common good … the acknowledgement by man of supreme values, and of God, their source and their finality" (Populorum Progressio, 21).

In this context I am pleased to recall the Encyclical Populorum Progressio, the fortieth anniversary of which we celebrate this year. This Papal document emphasizes that authentic development must be integral, that is, directed to the promotion of the whole person and of all people (cf. no. 14), and it invites all to overcome grave social inequalities and the enormous differences in access to goods. These peoples are yearning, above all, for the fullness of life that Christ brought us: "I came that they may have life, and have it abundantly" (Jn 10:10). With this divine life, human existence is likewise developed to the full, in its personal, family, social and cultural dimensions.

In order to form the disciple and sustain the missionary in his great task, the Church offers him, in addition to the bread of the word, the bread of the Eucharist. In this regard, we find inspiration and illumination in the passage from the Gospel about the disciples on the road to Emmaus. When they sit at table and receive from Jesus Christ the bread that has been blessed and broken, their eyes are opened and they discover the face of the Risen Lord, they feel in their hearts that everything he said and did was the truth, and that the redemption of the world has already begun to unfold. Every Sunday and every Eucharist is a personal encounter with Christ. Listening to God’s word, our hearts burn because it is he who is explaining and proclaiming it. When we break the bread at the Eucharist, it is he whom we receive personally. The Eucharist is indispensable nourishment for the life of the disciple and missionary of Christ.

Sunday Mass, Centre of Christian life

Hence the need to give priority in pastoral programmes to appreciation of the importance of Sunday Mass. We must motivate Christians to take an active part in it, and if possible, to bring their families, which is even better. The participation of parents with their children at Sunday Mass is an effective way of teaching the faith and it is a close bond that maintains their unity with one another. Sunday, throughout the Church’s life, has been the privileged moment of the community’s encounter with the risen Lord.

Christians should be aware that they are not following a character from past history, but the living Christ, present in the today and the now of their lives. He is the living one who walks alongside us, revealing to us the meaning of events, of suffering and death, of rejoicing and feasting, entering our homes and remaining there, feeding us with the bread that gives life. For this reason Sunday Mass must be the centre of Christian life.

The encounter with Christ in the Eucharist calls forth a commitment to evangelization and an impulse towards solidarity; it awakens in the Christian a strong desire to proclaim the Gospel and to bear witness to it in the world so as to build a more just and humane society. From the Eucharist, in the course of the centuries, an immense wealth of charity has sprung forth, of sharing in the difficulties of others, of love and of justice. Only from the Eucharist will the civilization of love spring forth which will transform Latin America and the Caribbean, making them not only the Continent of Hope, but also the Continent of Love!

Social and Political problems

Having arrived at this point, we can ask ourselves a question: how can the Church contribute to the solution of urgent social and political problems, and respond to the great challenge of poverty and destitution? The problems of Latin America and the Caribbean, like those of today’s world, are multifaceted and complex, and they cannot be dealt with through generic programmes. Undoubtedly, the fundamental question about the way that the Church, illuminated by faith in Christ, should react to these challenges, is one that concerns us all. In this context, we inevitably speak of the problem of structures, especially those which create injustice. In truth, just structures are a condition without which a just order in society is not possible. But how do they arise? How do they function? Both capitalism and Marxism promised to point out the path for the creation of just structures, and they declared that these, once established, would function by themselves; they declared that not only would they have no need of any prior individual morality, but that they would promote a communal morality. And this ideological promise has been proved false. The facts have clearly demonstrated it. The Marxist system, where it found its way into government, not only left a sad heritage of economic and ecological destruction, but also a painful oppression of souls. And we can also see the same thing happening in the West, where the distance between rich and poor is growing constantly, and giving rise to a worrying degradation of personal dignity through drugs, alcohol and deceptive illusions of happiness.

Just structures are, as I have said, an indispensable condition for a just society, but they neither arise nor function without a moral consensus in society on fundamental values, and on the need to live these values with the necessary sacrifices, even if this goes against personal interest.

Where God is absent—God with the human face of Jesus Christ—these values fail to show themselves with their full force, nor does a consensus arise concerning them. I do not mean that non-believers cannot live a lofty and exemplary morality; I am only saying that a society in which God is absent will not find the necessary consensus on moral values or the strength to live according to the model of these values, even when they are in conflict with private interests.

On the other hand, just structures must be sought and elaborated in the light of fundamental values, with the full engagement of political, economic and social reasoning. They are a question of recta ratio and they do not arise from ideologies nor from their premises. Certainly there exists a great wealth of political experience and expertise on social and economic problems that can highlight the fundamental elements of a just state and the paths that must be avoided. But in different cultural and political situations, amid constant developments in technology and changes in the historical reality of the world, adequate answers must be sought in a rational manner, and a consensus must be created—with the necessary commitments—on the structures that must be established.

This political task is not the immediate competence of the Church. Respect for a healthy secularity—including the pluralism of political opinions—is essential in the Christian tradition. If the Church were to start transforming herself into a directly political subject, she would do less, not more, for the poor and for justice, because she would lose her independence and her moral authority, identifying herself with a single political path and with debatable partisan positions. The Church is the advocate of justice and of the poor, precisely because she does not identify with politicians nor with partisan interests. Only by remaining independent can she teach the great criteria and inalienable values, guide consciences and offer a life choice that goes beyond the political sphere. To form consciences, to be the advocate of justice and truth, to educate in individual and political virtues: that is the fundamental vocation of the Church in this area. And lay Catholics must be aware of their responsibilities in public life; they must be present in the formation of the necessary consensus and in opposition to injustice.

Just structures will never be complete in a definitive way. As history continues to evolve, they must be constantly renewed and updated; they must always be imbued with a political and humane ethos—and we have to work hard to ensure its presence and effectiveness. In other words, the presence of God, friendship with the incarnate Son of God, the light of his word: these are always fundamental conditions for the presence and efficacy of justice and love in our societies.

This being a Continent of baptized Christians, it is time to overcome the notable absence—in the political sphere, in the world of the media and in the universities—of the voices and initiatives of Catholic leaders with strong personalities and generous dedication, who are coherent in their ethical and religious convictions. The ecclesial movements have plenty of room here to remind the laity of their responsibility and their mission to bring the light of the Gospel into public life, into culture, economics and politics.

5. Other priority areas

In order to bring about this renewal of the Church that has been entrusted to your care in these lands, let me draw your attention to some areas that I consider priorities for this new phase.

The family

The family, the "patrimony of humanity", constitutes one of the most important treasures of Latin American countries. The family was and is the school of faith, the training-ground for human and civil values, the hearth in which human life is born and is generously and responsibly welcomed. Undoubtedly, it is currently suffering a degree of adversity caused by secularism and by ethical relativism, by movements of population internally and externally, by poverty, by social instability and by civil legislation opposed to marriage which, by supporting contraception and abortion, is threatening the future of peoples.

In some families in Latin America there still unfortunately persists a chauvinist mentality that ignores the "newness" of Christianity, in which the equal dignity and responsibility of women relative to men is acknowledged and affirmed.

The family is irreplaceable for the personal serenity it provides and for the upbringing of children. Mothers who wish to dedicate themselves fully to bringing up their children and to the service of their family must enjoy conditions that make this possible, and for this they have the right to count on the support of the State. In effect, the role of the mother is fundamental for the future of society.

The father, for his part, has the duty to be a true father, fulfilling his indispensable responsibility and cooperating in bringing up the children. The children, for their integral growth, have a right to be able to count on their father and mother, who take care of them and accompany them on their way towards the fullness of life. Consequently there has to be intense and vigorous pastoral care of families. Moreover, it is indispensable to promote authentic family policies corresponding to the rights of the family as an essential subject in society. The family constitutes part of the good of peoples and of the whole of humanity.

Priests

The first promoters of discipleship and mission are those who have been called "to be with Jesus and to be sent out to preach" (cf. Mk 3:14), that is, the priests. They must receive preferential attention and paternal care from their Bishops, because they are the primary instigators of authentic renewal of Christian life among the People of God. I should like to offer them a word of paternal affection, hoping that "the Lord will be their portion and cup" (cf. Ps 16:5). If the priest has God as the foundation and centre of his life, he will experience the joy and the fruitfulness of his vocation. The priest must be above all a "man of God" (1 Tim 6:11) who knows God directly, who has a profound personal friendship with Jesus, who shares with others the same sentiments that Christ has (cf. Phil 2:5). Only in this way will the priest be capable of leading men to God, incarnate in Jesus Christ, and of being the representative of his love. In order to accomplish his lofty task, the priest must have a solid spiritual formation, and the whole of his life must be imbued with faith, hope and charity. Like Jesus, he must be one who seeks, through prayer, the face and the will of God, and he must be attentive to his cultural and intellectual preparation.

Dear priests of this Continent, and those of you who have come here to work as missionaries, the Pope accompanies you in your pastoral work and wants you to be full of joy and hope; above all he prays for you.

Religious men and women and consecrated persons

I now want to address the religious men and women and consecrated members of the lay faithful. Latin American and Caribbean society needs your witness: in a world that so often gives priority to seeking well-being, wealth and pleasure as the goal of life, exalting freedom to the point where it takes the place of the truth of man created by God, you are witnesses that there is another meaningful way to live; remind your brothers and sisters that the Kingdom of God has already arrived; that justice and truth are possible if we open ourselves to the loving presence of God our Father, of Christ our brother and Lord, and of the Holy Spirit, our Comforter. With generosity and with heroism, you must continue working to ensure that society is ruled by love, justice, goodness, service and solidarity in conformity with the charism of your founders. With profound joy, embrace your consecration, which is an instrument of sanctification for you and of redemption for your brothers and sisters.

The Church in Latin America thanks you for the great work that you have accomplished over the centuries for the Gospel of Christ in favour of your brothers and sisters, especially the poorest and most deprived. I invite you always to work together with the Bishops and to work in unity with them, since they are the ones responsible for pastoral action. I exhort you also to sincere obedience towards the authority of the Church. Set yourselves no other goal than holiness, as you have learned from your founders.

The lay faithful

At this time when the Church of this Continent is committing herself whole-heartedly to her missionary vocation, I remind the lay faithful that they too are the Church, the assembly called together by Christ so as to bring his witness to the whole world. All baptized men and women must become aware that they have been configured to Christ, the Priest, Prophet and Shepherd, by means of the common priesthood of the People of God. They must consider themselves jointly responsible for building society according to the criteria of the Gospel, with enthusiasm and boldness, in communion with their Pastors.

There are many of you here who belong to ecclesial movements, in which we can see signs of the varied presence and sanctifying action of the Holy Spirit in the Church and in today’s society. You are called to bring to the world the testimony of Jesus Christ, and to be a leaven of God’s love among others.

Young people and pastoral care of vocations

In Latin America the majority of the population is made up of young people. In this regard, we must remind them that their vocation is to be Christ’s friends, his disciples. Young people are not afraid of sacrifice, but of a meaningless life. They are sensitive to Christ’s call inviting them to follow him. They can respond to that call as priests, as consecrated men and women, or as fathers and mothers of families, totally dedicated to serving their brothers and sisters with all their time and capacity for dedication: with their whole lives. Young people must treat life as a continual discovery, never allowing themselves to be ensnared by current fashions or mentalities, but proceeding with a profound curiosity over the meaning of life and the mystery of God, the Creator and Father, and his Son, our Redeemer, within the human family. They must also commit themselves to a constant renewal of the world in the light of the Gospel. More still, they must oppose the facile illusions of instant happiness and the deceptive paradise offered by drugs, pleasure, and alcohol, and they must oppose every form of violence.

6. "Stay with us"

The deliberations of this Fifth General Conference lead us to make the plea of the disciples on the road to Emmaus our own: "Stay with us, for it is towards evening, and the day is now far spent" (Lk 24:29).

Stay with us, Lord, keep us company, even though we have not always recognized you. Stay with us, because all around us the shadows are deepening, and you are the Light; discouragement is eating its way into our hearts: make them burn with the certainty of Easter. We are tired of the journey, but you comfort us in the breaking of bread, so that we are able to proclaim to our brothers and sisters that you have truly risen and have entrusted us with the mission of being witnesses of your resurrection.

Stay with us, Lord, when mists of doubt, weariness or difficulty rise up around our Catholic faith; you are Truth itself, you are the one who reveals the Father to us: enlighten our minds with your word, and help us to experience the beauty of believing in you.

Remain in our families, enlighten them in their doubts, sustain them in their difficulties, console them in their sufferings and in their daily labours, when around them shadows build up which threaten their unity and their natural identity. You are Life itself: remain in our homes, so that they may continue to be nests where human life is generously born, where life is welcomed, loved and respected from conception to natural death.

Remain, Lord, with those in our societies who are most vulnerable; remain with the poor and the lowly, with indigenous peoples and Afro-Americans, who have not always found space and support to express the richness of their culture and the wisdom of their identity. Remain, Lord, with our children and with our young people, who are the hope and the treasure of our Continent, protect them from so many snares that attack their innocence and their legitimate hopes. O Good Shepherd, remain with our elderly and with our sick. Strengthen them all in faith, so that they may be your disciples and missionaries!

Conclusion

As I conclude my stay among you, I wish to invoke the protection of the Mother of God and Mother of the Church on you and on the whole of Latin America and the Caribbean. I beseech Our Lady in particular, under the title of Guadalupe, Patroness of America, and under the title of Aparecida, Patroness of Brazil, to accompany you in your exciting and demanding pastoral task. To her I entrust the People of God at this stage of the third Christian millennium. I also ask her to guide the deliberations and reflections of this General Conference and I ask her to bless with copious gifts the beloved peoples of this Continent.

Before I return to Rome I should like to leave a gift with the Fifth General Conference of the Bishops of Latin America and the Caribbean, to accompany and inspire them. It is this magnificent triptych from Cuzco, Peru, representing the Lord shortly before his Ascension into Heaven, as he is entrusting to his followers the mission to make disciples of all nations. The images evoke the close relationship linking Jesus Christ with his disciples and missionaries for the life of the world. The last panel represents Saint Juan Diego proclaiming the Gospel, with the image of the Virgin Mary on his cloak and the Bible in his hand. The history of the Church teaches us that the truth of the Gospel, when our eyes take in its beauty and our minds and hearts receive it with faith, helps us to contemplate the dimensions of mystery that call forth our wonder and our adherence.

As I depart, I greet all of you most warmly and with firm hope in the Lord. Thank you very much!

[00686-02.02] [Original text: Plurilingual]

Al termine della Sessione inaugurale dei lavori della V Conferenza Generale dell’Episcopato Latinoamericano e dei Caraibi, il Santo Padre saluta individualmente tutti i Cardinali presenti ed alcuni Presuli in rappresentanza dei 22 Paesi dell’America Latina e dei Caraibi. Quindi rientra al Seminario "Bom Jesús" da cui si congeda alle ore 18.20 per recarsi all’eliporto del Santuario dell’Aparecida e quindi partire alla volta dell’aeroporto di São Paulo-Guarulhos per far ritorno in Italia.

[B0262-XX.03]