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VIAGGIO APOSTOLICO DI SUA SANTITÀ BENEDETTO XVI A VALENCIA (SPAGNA) IN OCCASIONE DEL V INCONTRO MONDIALE DELLE FAMIGLIE (8-9 LUGLIO 2006) (IV), 08.07.2006


Alle ore 17.15 il Santo Padre, lasciato il Palazzo Arcivescovile, si reca in visita di cortesia ai Reali di Spagna - le loro Maestà il Re Juan Carlos de Borbón y Borbón e la Regina Sofia - al Palazzo della Generalitat di Valencia. Dopo il colloquio privato e lo scambio dei doni, i Reali di Spagna presentano a Papa Benedetto XVI la famiglia: il Principe delle Asturie, Felipe, con la Consorte e le Infanti di Spagna con i rispettivi Consorti e i figli.

[01040-01.02]

INCONTRO CON IL PRESIDENTE DEL GOVERNO DI SPAGNA, ALL’ARCIVESCOVADO

Lasciato il Palazzo della Generalitat, dopo l’incontro con i Reali di Spagna, il Papa si trasferisce in auto all’Arcivescovado dove, alle ore 18.30, ha luogo l’incontro con il Presidente del Governo di Spagna, S.E. il Signor José Luis Rodríguez Zapatero.

[01041-01.01]

INCONTRO FESTIVO E TESTIMONIALE PER LA CONCLUSIONE DEL V INCONTRO MONDIALE DELLE FAMIGLIE, PRESSO LA CITTÀ DELLE ARTI E DELLE SCIENZE

 DISCORSO DEL SANTO PADRE

 TRADUZIONE IN LINGUA ITALIANA

 TRADUZIONE IN LINGUA INGLESE

 TRADUZIONE IN LINGUA FRANCESE

Alle ore 20.30 di questa sera, il Papa lascia l’Arcivescovado e si trasferisce in auto alla Città delle Arti e delle Scienze per la conclusione del V Incontro Mondiale delle Famiglie, che ha avuto inizio a Valencia il 1° luglio scorso, sul tema: "La trasmissione della fede nella famiglia".

Qui, dopo la sfilata dei partecipanti con le bandiere dei rispettivi Paesi e l’omaggio floreale alla "Virgen de los Desamparados" e all’Icona della Sacra Famiglia, introdotto dall’indirizzo d’omaggio del Presidente del Pontificio Consiglio per la Famiglia, Em.mo Card. Alfonso López Trujillo e dalle testimonianze di alcune famiglie, il Santo Padre Benedetto XVI pronuncia il discorso che riportiamo di seguito:

 DISCORSO DEL SANTO PADRE

Amados hermanos y hermanas:

Siento un gran gozo al participar en este encuentro de oración, en el cual se quiere celebrar con gran alegría el don divino de la familia. Me siento muy cercano con la oración a todos los que han vivido recientemente el luto en esta ciudad, y con la esperanza en Cristo resucitado, que da aliento y luz aún en los momentos de mayor desgracia humana.

Unidos por la misma fe en Cristo, nos hemos congregado aquí, desde tantas partes del mundo, como una comunidad que agradece y da testimonio con júbilo de que el ser humano fue creado a imagen y semejanza de Dios para amar y que sólo se realiza plenamente a sí mismo cuando hace entrega sincera de sí a los demás. La familia es el ámbito privilegiado donde cada persona aprende a dar y recibir amor. Por eso la Iglesia manifiesta constantemente su solicitud pastoral por este espacio fundamental para la persona humana. Así lo enseña en su Magisterio: "Dios, que es amor y creó al hombre por amor, lo ha llamado a amar. Creando al hombre y a la mujer, los ha llamado en el Matrimonio a una íntima comunión de vida y amor entre ellos, «de manera que ya no son dos, sino una sola carne» (Mt 19, 6)" (Catecismo de la Iglesia Católica. Compendio, 337).

Ésta es la verdad que la Iglesia proclama sin cesar al mundo. Mi querido predecesor Juan Pablo II, decía que "El hombre se ha convertido en ‘imagen y semejanza’ de Dios, no sólo a través de la propia humanidad, sino también a través de la comunión de las personas que el varón y la mujer forman desde el principio. Se convierten en imagen de Dios, no tanto en el momento de la soledad, cuanto en el momento de la comunión" (Catequesis, 14-XI-1979). Por eso he confirmado la convocatoria de este V Encuentro Mundial de las Familias en España, y concretamente en Valencia, rica en sus tradiciones y orgullosa de la fe cristiana que se vive y cultiva en tantas familias.

La familia es una institución intermedia entre el individuo y la sociedad, y nada la puede suplir totalmente. Ella misma se apoya sobre todo en una profunda relación interpersonal entre el esposo y la esposa, sostenida por el afecto y comprensión mutua. Para ello recibe la abundante ayuda de Dios en el sacramento del matrimonio, que comporta verdadera vocación a la santidad. Ojalá que los hijos contemplen más los momentos de armonía y afecto de los padres, que no los de discordia o distanciamiento, pues el amor entre el padre y la madre ofrece a los hijos una gran seguridad y les enseña la belleza del amor fiel y duradero.

La familia es un bien necesario para los pueblos, un fundamento indispensable para la sociedad y un gran tesoro de los esposos durante toda su vida. Es un bien insustituible para los hijos, que han de ser fruto del amor, de la donación total y generosa de los padres. Proclamar la verdad integral de la familia, fundada en el matrimonio como Iglesia doméstica y santuario de la vida, es una gran responsabilidad de todos.

El padre y la madre se han dicho un "sí" total ante de Dios, lo cual constituye la base del sacramento que les une; asimismo, para que la relación interna de la familia sea completa, es necesario que digan también un "sí" de aceptación a sus hijos, a los que han engendrado o adoptado y que tienen su propia personalidad y carácter. Así, éstos irán creciendo en un clima de aceptación y amor, y es de desear que al alcanzar una madurez suficiente quieran dar a su vez un "sí" a quienes les han dado la vida.

Los desafíos de la sociedad actual, marcada por la dispersión que se genera sobre todo en el ámbito urbano, hacen necesario garantizar que las familias no estén solas. Un pequeño núcleo familiar puede encontrar obstáculos difíciles de superar si se encuentra aislado del resto de sus parientes y amistades. Por ello, la comunidad eclesial tiene la responsabilidad de ofrecer acompañamiento, estímulo y alimento espiritual que fortalezca la cohesión familiar, sobre todo en las pruebas o momentos críticos. En este sentido, es muy importante la labor de las parroquias, así como de las diversas asociaciones eclesiales, llamadas a colaborar como redes de apoyo y mano cercana de la Iglesia para el crecimiento de la familia en la fe.

Cristo ha revelado cuál es siempre la fuente suprema de la vida para todos y, por tanto, también para la familia: "Éste es mi mandamiento: que os améis unos a otros como yo os he amado. Nadie tiene mayor amor que quien da la vida por sus amigos" (Jn 15,12-13). El amor de Dios mismo se ha derramado sobre nosotros en el bautismo. De ahí que las familias están llamadas a vivir esa calidad de amor, pues el Señor es quien se hace garante de que eso sea posible para nosotros a través del amor humano, sensible, afectuoso y misericordioso como el de Cristo.

Junto con la transmisión de la fe y del amor del Señor, una de las tareas más grandes de la familia es la de formar personas libres y responsables. Por ello los padres han de ir devolviendo a sus hijos la libertad, de la cual durante algún tiempo son tutores. Si éstos ven que sus padres -y en general los adultos que les rodean- viven la vida con alegría y entusiasmo, incluso a pesar de las dificultades, crecerá en ellos más fácilmente ese gozo profundo de vivir que les ayudará a superar con acierto los posibles obstáculos y contrariedades que conlleva la vida humana. Además, cuando la familia no se cierra en sí misma, los hijos van aprendiendo que toda persona es digna de ser amada, y que hay una fraternidad fundamental universal entre todos los seres humanos.

Este V Encuentro Mundial nos invita a reflexionar sobre un tema de particular importancia y que comporta una gran responsabilidad para nosotros: "La transmisión de la fe en la familia". Lo expresa muy bien el Catecismo de la Iglesia Católica: "Como una madre que enseña a sus hijos a hablar y con ello a comprender y comunicar, la Iglesia, nuestra Madre, nos enseña el lenguaje de la fe para introducirnos en la inteligencia y la vida de fe" (n. 171).

Como se simboliza en la liturgia del bautismo, con la entrega del cirio encendido, los padres son asociados al misterio de la nueva vida como hijos de Dios, que se recibe con las aguas bautismales.

Transmitir la fe a los hijos, con la ayuda de otras personas e instituciones como la parroquia, la escuela o las asociaciones católicas, es una responsabilidad que los padres no pueden olvidar, descuidar o delegar totalmente. "La familia cristiana es llamada Iglesia doméstica, porque manifiesta y realiza la naturaleza comunitaria y familiar de la Iglesia en cuanto familia de Dios. Cada miembro, según su propio papel, ejerce el sacerdocio bautismal, contribuyendo a hacer de la familia una comunidad de gracia y de oración, escuela de virtudes humanas y cristianas y lugar del primer anuncio de la fe a los hijos" (Catecismo de la Iglesia Católica. Compendio, 350). Y además: "Los padres, partícipes de la paternidad divina, son los primeros responsables de la educación de sus hijos y los primeros anunciadores de la fe. Tienen el deber de amar y de respetar a sus hijos como personas y como hijos de Dios... En especial, tienen la misión de educarlos en la fe cristiana" (ibíd., 460).

El lenguaje de la fe se aprende en los hogares donde esta fe crece y se fortalece a través de la oración y de la práctica cristiana. En la lectura del Deuteronomio hemos escuchado la oración repetida constantemente por el pueblo elegido, la Shema Israel, y que Jesús escucharía y repetiría en su hogar de Nazaret. Él mismo la recordaría durante su vida pública, como nos refiere el evangelio de Marcos (Mc 12,29). Ésta es la fe de la Iglesia que viene del amor de Dios, por medio de vuestras familias. Vivir la integridad de esta fe, en su maravillosa novedad, es un gran regalo. Pero en los momentos en que parece que se oculta el rostro de Dios, creer es difícil y cuesta un gran esfuerzo.

Este encuentro da nuevo aliento para seguir anunciando el Evangelio de la familia, reafirmar su vigencia e identidad basada en el matrimonio abierto al don generoso de la vida, y donde se acompaña a los hijos en su crecimiento corporal y espiritual. De este modo se contrarresta un hedonismo muy difundido, que banaliza las relaciones humanas y las vacía de su genuino valor y belleza. Promover los valores del matrimonio no impide gustar plenamente la felicidad que el hombre y la mujer encuentran en su amor mutuo. La fe y la ética cristiana, pues, no pretenden ahogar el amor, sino hacerlo más sano, fuerte y realmente libre. Para ello, el amor humano necesita ser purificado y madurar para ser plenamente humano y principio de una alegría verdadera y duradera (cf. Discurso en san Juan de Letrán, 5 junio 2006).

Invito, pues, a los gobernantes y legisladores a reflexionar sobre el bien evidente que los hogares en paz y en armonía aseguran al hombre, a la familia, centro neurálgico de la sociedad, como recuerda la Santa Sede en la Carta de los Derechos de la Familia. El objeto de las leyes es el bien integral del hombre, la respuesta a sus necesidades y aspiraciones. Esto es una ayuda notable a la sociedad, de la cual no se puede privar y para los pueblos es una salvaguarda y una purificación. Además, la familia es una escuela de humanización del hombre, para que crezca hasta hacerse verdaderamente hombre. En este sentido, la experiencia de ser amados por los padres lleva a los hijos a tener conciencia de su dignidad de hijos.

La criatura concebida ha de ser educada en la fe, amada y protegida. Los hijos, con el fundamental derecho a nacer y ser educados en la fe, tienen derecho a un hogar que tenga como modelo el de Nazaret y sean preservados de toda clase de insidias y amenazas.

Yo soy abuelo del mundo, hemos escuchado. Deseo referirme ahora a los abuelos, tan importantes en las familias. Ellos pueden ser -y son tantas veces- los garantes del afecto y la ternura que todo ser humano necesita dar y recibir. Ellos dan a los pequeños la perspectiva del tiempo, son memoria y riqueza de las familias. Ojalá que, bajo ningún concepto, sean excluidos del círculo familiar. Son un tesoro que no podemos arrebatarles a las nuevas generaciones, sobre todo cuando dan testimonio de fe ante la cercanía de la muerte.

Quiero ahora recitar una parte de la oración que habéis rezado pidiendo por el buen fruto de este Encuentro Mundial de las Familias:

Oh, Dios, que en la Sagrada Familia
nos dejaste un modelo perfecto de vida familiar
vivida en la fe y la obediencia a tu voluntad.
Ayúdanos a ser ejemplo de fe y amor a tus mandamientos.
Socórrenos en nuestra misión de transmitir la fe a nuestros hijos.
Abre su corazón para que crezca en ellos
la semilla de la fe que recibieron en el bautismo.
Fortalece la fe de nuestros jóvenes,
para que crezcan en el conocimiento de Jesús.
Aumenta el amor y la fidelidad en todos los matrimonios,
especialmente aquellos que pasan por momentos de sufrimiento o dificultad.
(. . .)
Unidos a José y María,
Te lo pedimos por Jesucristo tu Hijo, nuestro Señor. Amén.

[01033-04.02] [Texto original: Español]

 TRADUZIONE IN LINGUA ITALIANA

Cari fratelli e sorelle,

Provo una grande gioia nel prendere parte a questo incontro di preghiera, nel quale si vuole celebrare il dono divino della famiglia. Sono molto vicino con la preghiera a tutti quelli che recentemente sono stati colpiti dal lutto in questa città, e con la speranza in Cristo risorto che dà coraggio e luce soprattutto nei momenti di maggiore sofferenza umana.

Uniti dalla stessa fede in Cristo, ci siamo raccolti qui, da tante parti del mondo, come una comunità che ringrazia e rende gioiosa testimonianza che l'essere umano è stato creato ad immagine e somiglianza di Dio per amare, e che si realizza pienamente in sé stesso solo quando fa dono sincero di sé agli altri. La famiglia è l'ambito privilegiato dove ogni persona impara a dare e ricevere amore. Per questo motivo la Chiesa manifesta costantemente la sua sollecitudine pastorale in questo ambito fondamentale della persona umana. Così essa insegna nel suo Magistero: "Dio che è amore e che ha creato l'uomo per amore, l'ha chiamato ad amare. Creando l'uomo e la donna, li ha chiamati nel Matrimonio a un'intima comunione di vita e di amore fra loro, così che non sono più due, ma una carne sola (Mt 19, 6)" (Catechismo della Chiesa Cattolica. Compendio, 337).

Questa è una verità che la Chiesa proclama nel mondo senza stancarsi. Il mio caro predecessore Giovanni Paolo II, diceva che "L'uomo è divenuto ‘immagine e somiglianza’ di Dio non soltanto attraverso la propria umanità, ma anche attraverso la comunione delle persone che l'uomo e la donna formano sin dall'inizio…L’uomo diventa immagine di Dio non tanto nel momento della solitudine quanto nel momento della comunione" (Catechesi, 14-XI-1979). Perciò ho confermato la convocazione di questo V Incontro Mondiale delle Famiglie in Spagna, e segnatamente a Valencia, ricca nelle sue tradizioni ed orgogliosa della fede cristiana che si vive e coltiva in tante famiglie.

La famiglia è un'istituzione intermedia tra l'individuo e la società, e niente può supplirla totalmente. Essa stessa si fonda soprattutto su una profonda relazione interpersonale tra il marito e la moglie, sostenuta dall'affetto e dalla mutua comprensione. Per ciò riceve l'abbondante aiuto di Dio nel sacramento del matrimonio che comporta una vera vocazione alla santità. Possano i figli sperimentare più i momenti di armonia e di affetto dei genitori che non quelli di discordia o indifferenza, perché l'amore tra il padre e la madre offre ai figli una grande sicurezza ed insegna loro la bellezza dell'amore fedele e duraturo.

La famiglia è un bene necessario per i popoli, un fondamento indispensabile per la società ed un grande tesoro degli sposi durante tutta la loro vita. È un bene insostituibile per i figli che devono essere frutto dell'amore, della donazione totale e generosa dei genitori. Proclamare la verità integrale della famiglia, fondata nel matrimonio come Chiesa domestica e santuario della vita, è una grande responsabilità di tutti.

Il padre e la madre si sono promessi davanti Dio un "sì" totale, che costituisce la base del sacramento che li unisce; allo stesso modo, affinché la relazione interna della famiglia sia completa, è necessario che dicano anche un "sì" di accettazione ai loro figli generati o adottati e che hanno propria personalità e proprio carattere. Così, questi continueranno a crescere in un clima di accettazione ed amore, ed è auspicabile che, raggiungendo una maturità sufficiente, vogliano restituire a loro volta un "sì" a chi hanno dato loro la vita.

Le sfide della società attuale, segnata dalla dispersione che si genera soprattutto nell'ambito urbano, richiedono la garanzia che le famiglie non siano sole. Un piccolo nucleo familiare può trovare ostacoli difficili da superare se si sente isolato dal resto dei suoi familiari e amici. Perciò, la comunità ecclesiale ha la responsabilità di offrire sostegno, stimolo e alimento spirituale che fortifichi la coesione familiare, soprattutto nelle prove o nei momenti critici. In questo senso, è molto importante il ruolo delle parrocchie, così come delle diverse associazioni ecclesiali, chiamate a collaborare come strutture di appoggio e mano vicina della Chiesa per la crescita della famiglia nella fede.

Cristo ha rivelato quale è sempre la fonte suprema della vita per tutti e, pertanto, anche per la famiglia: "Questo è il mio comandamento: che vi amiate gli uni gli altri, come io vi ho amati. Nessuno ha un amore più grande di questo: dare la vita per i propri amici." (Gv 15,12-13). L'amore di Dio stesso si è riversato su di noi nel battesimo. Per questo le famiglie sono chiamate a vivere quella qualità di amore, poichè il Signore è colui si fa garante che ciò sia possibile per noi attraverso l'amore umano, sensibile, affettuoso e misericordioso come quello di Cristo.

Insieme alla trasmissione della fede e dell'amore del Signore, uno dei compiti più grandi della famiglia è quello di formare persone libere e responsabili. Perciò i genitori devono continuare a restituire ai loro figli la libertà, della quale per qualche tempo sono garanti. Se questi vedono che i loro genitori -e in generale gli adulti che li circondano- vivono la vita con gioia ed entusiasmo, anche nonostante le difficoltà, crescerà più facilmente in essi quella gioia profonda di vivere che li aiuterà a superare con buon esito i possibili ostacoli e le contrarietà che comporta la vita umana. Inoltre, quando la famiglia non si chiude in sé stessa, i figli continuano ad imparare che ogni persona è degna di essere amata, e che c'è una fraternità fondamentale universale fra tutti gli esseri umani.

Questo V Incontro Mondiale c'invita a riflettere su un tema di particolare importanza e che comporta una grande responsabilità per noi: "La trasmissione della fede nella famiglia". Lo esprime molto bene il Catechismo della Chiesa Cattolica: "Come una madre che insegna ai suoi figli a parlare, e quindi a comprendere e a comunicare, la Chiesa nostra Madre, ci insegna il linguaggio della fede per introdurci nell'intelligenza della fede e nella vita di fede" (n. 171).

Come simbolizzato nella liturgia del battesimo, con la consegna del cero acceso, i genitori sono associati al mistero della nuova vita come figli di Dio che si diventa per mezzo dell cqua battesimale.

Trasmettere la fede ai figli, con l'aiuto di altre persone e istituzioni come la parrocchia, la scuola o le associazioni cattoliche, è una responsabilità che i genitori non possono dimenticare, trascurare o delegare totalmente. "La famiglia cristiana è chiamata Chiesa domestica, perché manifesta e attua la natura comunionale e familiare della Chiesa come famiglia di Dio. Ciascun membro, secondo il proprio ruolo, esercita il sacerdozio battesimale, contribuendo a fare della famiglia una comunità di grazia e di preghiera, una scuola delle virtù umane e cristiane, il luogo del primo annuncio della fede ai figli" (Catechismo della Chiesa Cattolica. Compendio, 350). E inoltre: "I genitori, partecipi della paternità divina, sono per i figli i primi responsabili dell'educazione e i primi annunciatori della fede. Essi hanno il dovere di amare e di rispettare i figli come persone e come figli di Dio... In particolare hanno la missione di educarli alla fede cristiana" (ibid., 460).

Il linguaggio della fede si impara nel focolare domestico dove questa fede cresce e si fortifica attraverso la preghiera e la pratica cristiana. Nella lettura del Deuteronomio abbiamo ascoltato costantemente la preghiera ripetuta per il popolo eletto, la Shema Israel, e che Gesù ha ascoltato e ripetuto nella sua casa di Nazaret. Egli stesso l’ha ricordato durante la sua vita pubblica, come ci riferisce il Vangelo di Marco (Mc 12,29). Questa è la fede della Chiesa che viene dall'amore di Dio, per mezzo delle vostre famiglie. Vivere l'integrità di questa fede, nella sua meravigliosa novità, è un grande dono. Ma nei momenti in cui sembra che si nasconde il volto di Dio, credere è difficile e comporta un grande sforzo.

Questo incontro dà nuovo vigore per continuare ad annunciare il Vangelo della famiglia, riaffermare la sua validità ed identità basata nel matrimonio aperto al dono generoso della vita, e dove si accompagna ai figli nella sua crescita fisica e spirituale. In questo modo si rifiuta un edonismo molto impregnato che banalizza le relazioni umane e le svuota del suo genuino valore e della sua bellezza. Promuovere i valori del matrimonio non ostacola la gioia piena che l'uomo e la donna trovano nel loro mutuo amore. La fede e l'etica cristiana, dunque, non pretendono di soffocare l'amore, bensì renderlo più sano, forte e realmente libero. Perciò, l'amore umano deve essere purificato e deve maturare per essere pienamente umano e principio di una gioia vera e duratura (cf. Discorso in san Giovanni in Laterano, 5 giugno 2006).

Invito, dunque, i governanti e i legislatori a riflettere sul bene evidente che i focolari domestici in pace e in armonia assicurano all'uomo, alla famiglia, centro nevralgico della società, assicurano le case che vivono nella pace, nell’armonia, come ricorda la Santa Sede nella Lettera dei Diritti della Famiglia. L'oggetto delle leggi è il bene integrale dell'uomo, la risposta alle sue necessità e aspirazioni. Questo è un notevole aiuto alla società, del quale non può privarsi, e per i popoli è una salvaguardia e una purificazione. Inoltre, la famiglia è una scuola di umanesimo, affinché cresca fino a diventare veramente uomo. In questo senso, l’esperienza di essere amati dai genitori porta i figli ad avere coscienza della loro dignità di figli.

La creatura concepita deve essere educata nella fede, amata e protetta. I figli, insieme al fondamentale diritto a nascere e essere educati nella fede, hanno pure diritto ad una casa che abbia come modello quello di Nazaret e siano preservati da tutte le insidie e le minacce.

Sono il nonno del mondo, abbiamo ascoltato. Desidero ora rivolgermi ai nonni, così importanti nelle famiglie. Essi possono essere -e sono tante volte - i garanti dell'affetto e della tenerezza che ogni essere umano ha bisogno di dare e di ricevere. Essi offrono ai piccoli la prospettiva del tempo, sono memoria e ricchezza delle famiglie. Mai per nessuna ragione siano esclusi dall’ambito familiare. Sono un tesoro che non possiamo strappare alle nuove generazioni, soprattutto quando danno testimonianza di fede all’avvicinarsi della morte.

Voglio ora dire una parte della preghiera che avete recitato, chiedendo il buon esito di questo Incontro Mondiale delle Famiglie:

Oh, Dio, che nella Sacra Famiglia
ci lasciasti un modello perfetto di vita familiare
vissuta nella fede e nell'obbedienza alla tua volontà.
Aiutaci ad essere esempio di fede e amore ai tuoi comandamenti.
Soccorrici nella nostra missione di trasmettere la fede ai nostri figli.
Apri i loro cuori affinché cresca in essi
il seme della fede che hanno ricevuto nel battesimo.
Fortifica la fede dei nostri giovani,
affinché crescano nella conoscenza di Gesù.
Aumenta l'amore e la fedeltà in tutti i matrimoni,
specialmente quelli che attraversano momenti di sofferenza o difficoltà.
(. . .)
Uniti a Giuseppe e Maria,
Te lo chiediamo per Gesù Cristo tuo Figlio, nostro Signore. Amen.

[01033-01.01] [Testo originale: Spagnolo]

 TRADUZIONE IN LINGUA INGLESE

Dear Brothers and Sisters,

I am most happy to take part in this prayer meeting which is meant to celebrate with great joy God’s gift of the family. I feel very close in prayer to all those who have recently experienced this city’s mourning and in our hope in the Risen Christ, which provides light and strength even at times of immense human tragedy.

United by the same faith in Christ, we have gathered here from so many parts of the world as a community which with gratitude and joy bears witness that human beings were created in the image and likeness of God for love, and that complete human fulfilment only comes about when we make a sincere gift of ourselves to others. The family is the privileged setting where every person learns to give and receive love. That is why the Church constantly wishes to demonstrate her pastoral concern for this reality, so basic for the human person. This is what she teaches in her Magisterium: "God, who is love and who created man and woman for love, has called them to love. By creating man and woman he called them to an intimate communion of life and love in Marriage. ‘So they are no longer two but one flesh’ (Mt 19:6)" (Catechism of the Catholic Church, Compendium, 337).

This is the truth that the Church tirelessly proclaims to the world. My beloved predecessor Pope John Paul II said that "man has been made "in the image and likeness of God not only by his being human, but also by the communion of the persons that man and woman have formed since the beginning. They become the image of God, not so much in their aloneness as in their communion" (Catechesis, 14 November 1979). That is why I confirmed the calling of this Fifth World Meeting of Families in Spain, and specifically here in Valencia, a city rich in tradition and proud of the Christian faith lived and nurtured in so many of its families.

The family is an intermediate institution between individuals and society, and nothing can completely take its place. The family is itself based primarily on a deep interpersonal relationship between husband and wife, sustained by affection and mutual understanding. To enable this, it receives abundant help from God in the sacrament of Matrimony, which brings with it a true vocation to holiness. Would that our children might experience more the harmony and affection between their parents, rather than disagreements and discord, since the love between father and mother is a source of great security for children and its teaches them the beauty of a faithful and lasting love.

The family is a necessary good for peoples, an indispensable foundation for society and a great and lifelong treasure for couples. It is a unique good for children, who are meant to be the fruit of the love, of the total and generous self-giving of their parents. To proclaim the whole truth about the family, based on marriage as a domestic Church and a sanctuary of life, is a great responsibility incumbent upon all.

Father and mother have said a complete "yes" in the sight of God, which constitutes the basis of the sacrament which joins them together. Likewise, for the inner relationship of the family to be complete, they also need to say a "yes" of acceptance to the children whom they have given birth to or adopted, and each of which has his or her own personality and character. In this way, children will grow up in a climate of acceptance and love, and upon reaching sufficient maturity, will then want to say "yes"in turn to those who gave them life.

The challenges of present-day society, marked by the centrifugal forces generated especially in urban settings, make it necessary to ensure that families do not feel alone. A small family can encounter difficult obstacles when it is isolated from relatives and friends. The ecclesial community therefore has the responsibility of offering support, encouragement and spiritual nourishment which can strengthen the cohesiveness of the family, especially in times of trial or difficulty. Here parishes have an important role to play, as do the various ecclesial associations, called to cooperate as networks of support and a helping hand for the growth of families in faith.

Christ has shown us what is always be the supreme source of our life and thus of the lives of families: "This is my commandment, that you love one another as I have loved you. No one had greater love than this, to lay down one’s life for one’s friends" (Jn 15:12-13). The love of God himself has been poured out upon us in Baptism. Consequently, families are called to experience this same kind of love, for the Lord makes it possible for us, through our human love, to be sensitive, loving and merciful like Christ.

Together with passing on the faith and the love of God, one of the greatest responsibilities of families is that of training free and responsible persons. For this reason the parents need gradually to give their children greater freedom, while remaining for some time the guardians of that freedom. If children see that their parents - and, more generally, all the adults around them - live life with joy and enthusiasm, despite all difficulties, they will themselves develop that profound "joy of life" which can help them to overcome wisely the inevitable obstacles and problems which are part of life. Furthermore, when families are not closed in on themselves, children come to learn that every person is worthy of love, and that there is a basic, universal brotherhood which embraces every human being.

This Fifth World Meeting invites us to reflect on a theme of particular importance, one fraught with great responsibility: the transmission of faith in the family. This theme is nicely expressed in the Catechism of the Catholic Church: "As a mother who teacher her children to speak and so to understand and communicate, the Church our Mother teaches us the language of faith in order to introduce us to the understanding and the life of faith" (No. 171).

This is symbolically in the liturgy of Baptism: with the handing over of the lighted candle, the parents are made part of the mystery of new life as children of God given to their sons and daughters in the waters of baptism.

To hand down the faith to children, with the help of individuals and institutions like the parish, the school or Catholic associations, is a responsibility which parents cannot overlook, neglect or completely delegate to others. "The Christian family is called the domestic church because the family manifests and lives out the communal and familiar nature of the Church as the family of God. Each family member, in accord with his or her own role, exercises the baptismal priesthood and contributes towards making the family a community of grace and of prayer, a school of human and Christian virtues, and the place where the faith is first proclaimed to children" (Catechism of the Catholic Church, Compendium, 350). And what is more: "Parents, in virtue of their participation in the fatherhood of God, have the first responsibility for the education of their children and they are the first heralds of the faith for them. They have the duty to love and respect their children as persons and as children of God... in particular, they have the mission of educating their children in the Christian faith" (ibid, 460).

The language of faith is learned in homes where this faith grows and is strengthened through prayer and Christian practice. In the reading from Deuteronomy we have heard the prayer constantly repeated by the Chosen People, the "Shema Israel", which Jesus himself would have heard and recited in his home in Nazareth. He himself would refer to it during his public life, as we see in the Gospel of Mark (12:29). This is the faith of the Church, which is born of God’s love which comes through your families. To live the fullness of this faith, in all its wondrous newness, is a great gift. All the same, at those times when God’s face seems to be hidden, believing can be difficult and takes great effort.

This meeting provides a new impetus for proclaiming the Gospel of the family, reaffirming the strength and identity of the family founded upon marriage and open to the generous gift of life, where children are accompanied in their bodily and spiritual growth. This is the best way to counter a widespread hedonism which reduces human relations to banality and empties them of their authentic value and beauty. To promote the values of marriage does not stand in the way of fully experiencing the happiness that man and women encounter in their mutual love. Christian faith and ethics are not meant to stifle love, but to make it healthier, stronger and more truly free. Human love needs to be purified and to mature if it is to be fully human and the principle of a true and lasting joy (cf. Address at Saint John Lateran, 5 June 2006).

And so I invite government leaders and legislators to reflect on the evident benefits which homes in peace and harmony assure to individuals and the family, the neuralgic center of society, as the Holy See has stated in the Charter of the Rights of the Family. The purpose of laws is the integral good of man, in response to his needs and aspirations. This good is a significant help to society, of which it cannot be deprived, and for peoples a safeguard and a purification. The family is also a school which enables men and women to grow to the full measure of their humanity. The experience of being loved by their parents helps children to become aware of their dignity as children.

Children need to be brought up in the faith, to be loved and protected. Along with their basic right to be born and to be raised in the faith, children also have the right to a home which takes as its model the home of Nazareth, and to be shielded from all dangers and threats.

I would now like to say a word to grandparents, who are so important for every family. They can be - and so often are - the guarantors of the affection and tenderness which every human being needs to give and receive. They offer little ones the perspective of time, they are memory and richness of families. In no way should they ever be excluded from the family circle. They are a treasure which the younger generation should not be denied, especially when they bear witness to their faith at the approach of death.

I now wish to recite a part of the prayer which you have prayed in asking for the success of this World Meeting of Families.

O God, who in the Holy Family
left us a perfect model of family life
lived in faith and obedience to your will.
Help us to be examples of faith and love for your commandments.
Help us in our mission of transmitting the faith that we received from our parents.
Open the hearts of our children
so that the seed of faith, which they received in Baptism, will grow in them.
Strength the faith of our young people,
that they may grow in knowledge of Jesus.
Increase love and faithfulness in all marriages,
especially those going through times of suffering or difficulty.
(...)
United to Joseph and Mary,
we ask this through Jesus Christ your Son, our Lord. Amen.

[01033-02.02] [Original text: Spanish]

 TRADUZIONE IN LINGUA FRANCESE

Chers Frères et Sœurs,

C’est pour moi un grand bonheur de participer à cette rencontre de prière, au cours de laquelle on célèbre dans la joie le don divin de la famille. Dans la prière et dans l’espérance dans le Christ ressuscité, qui donne force et lumière même dans les moments de plus grande détresse humaine, je me sens très proche de tous ceux qui ont récemment vécu un deuil dans cette ville.

Unis dans la même foi au Christ, nous sommes ici rassemblés, venus du monde entier, comme une communauté qui rend grâce et qui témoigne joyeusement que l’être humain a été créé à l’image et la ressemblance de Dieu pour aimer et qu’il ne peut se réaliser pleinement lui-même que lorsqu’il se donne sincèrement aux autres. La famille est le lieu privilégié où toute personne apprend à donner et à recevoir de l’amour. C’est pourquoi l’Église manifeste constamment sa sollicitude pastorale envers ce milieu essentiel pour la personne humaine. Elle l’enseigne ainsi dans son Magistère: « Dieu, qui est amour et qui a créé l’homme par amour, l’a appelé à aimer. En créant l’homme et la femme, il les a appelés, dans le Mariage, à une intime communion de vie et d’amour entre eux, "à cause de cela, ils ne sont plus deux, mais un seul" (Mt 19,6) » (Catéchisme de l’Église catholique. Compendium, n. 337).

Telle est la vérité que l’Église proclame inlassablement au monde. Mon bien-aimé prédécesseur Jean-Paul II affirmait que « l’homme est devenu "image et ressemblance" de Dieu non seulement à travers sa propre humanité, mais aussi à travers la communion de personnes que l’homme et la femme constituent dès le début. L’homme devient image de Dieu au moment de la communion plus qu’au moment de la solitude » (Audience générale du 14 novembre 1979). Aussi ai-je confirmé la convocation de cette cinquième Rencontre mondiale des Familles en Espagne, et plus précisément à Valence, riche de ses traditions et fière de sa foi chrétienne qui se vit et qui se cultive dans de nombreuses familles.

La famille est une institution intermédiaire entre l’individu et la société, et rien ne peut la remplacer totalement. Elle s’appuie elle-même par-dessus tout sur une relation interpersonnelle profonde entre l’époux et l’épouse, soutenue par l’affection et la compréhension mutuelles. Pour y parvenir, elle reçoit l’aide abondante de Dieu dans le sacrement du mariage, qui comporte une vocation véritable à la sainteté. Puissent leurs enfants contempler davantage les moments d’harmonie et d’affection de leurs parents, plutôt que les moments de discorde ou d’éloignement, puisque l’amour entre le père et la mère offre aux enfants une grande sécurité et leur enseigne la beauté de l’amour fidèle et durable.

La famille est un bien nécessaire pour les peuples, un fondement indispensable pour la société et un grand trésor pour les époux durant toute leur vie. C’est un bien irremplaçable pour les enfants, qui doivent être le fruit de l’amour, du don total et généreux de leurs parents. Proclamer la vérité intégrale de la famille, fondée sur le mariage comme Église domestique et sanctuaire de la vie, est une grande responsabilité pour tous.

Le père et la mère se sont dit un «oui» total devant Dieu, un «oui» qui constitue la base du sacrement qui les unit; de même, pour que la relation au sein de la famille soit totale, il est nécessaire qu’ils disent aussi un «oui» d’acceptation à leurs enfants, à ceux qu’ils ont engendrés ou à ceux qu’ils ont adoptés, qui possèdent leur propre personnalité et leur propre caractère. Ainsi, les enfants grandiront dans un climat d’acceptation et d’amour, et il est à souhaiter que, lorsqu’ils parviendront à une maturité suffisante, ils pourront donner à leur tour un «oui» à ceux qui leur ont donné la vie.

Les défis de la société actuelle, marquée par la dispersion que l’on observe particulièrement dans le milieu urbain, rendent nécessaire de garantir que les familles ne demeurent pas isolées. Un petit noyau familial peut rencontrer des obstacles difficiles à dépasser s’il est isolé du reste de sa parenté et de ses amis. C’est pourquoi la communauté ecclésiale a la responsabilité d’offrir un accompagnement, des encouragements et une nourriture spirituelle qui fortifient la cohésion familiale, surtout dans les épreuves ou dans les moments critiques. Dans cet esprit, le travail des paroisses, comme celui des divers mouvements ecclésiaux, est très important, eux qui sont appelés à collaborer comme des réseaux de soutien et comme la main tendue de l’Église pour la croissance de la famille dans la foi.

Le Christ a révélé ce qui est toujours la source suprême de la vie pour tous et donc aussi pour la famille : « Mon commandement, le voici : aimez-vous les uns les autres comme je vous ai aimés. Il n’y a pas de plus grand amour que de donner sa vie pour ses amis » (Jn 15, 12-13). L’amour de Dieu lui-même a été répandu sur nous par le Baptême. À partir de là, les familles sont appelées à vivre une qualité d’amour, puisque que le Seigneur est celui qui se porte garant que cela est possible pour nous à travers l’amour humain, sensible, affectueux et miséricordieux comme l’amour du Christ.

Outre la transmission de la foi et de l’amour du Seigneur, une des tâches les plus importantes de la famille consiste à former des personnes libres et responsables. C’est pourquoi les parents doivent faire accéder leurs enfants à la liberté, dont ils sont, durant quelque temps, les tuteurs. Si les enfants voient que leurs parents – et en général les adultes qui les entourent – vivent avec joie et enthousiasme, même dans les difficultés, grandira plus facilement en eux la joie profonde de vivre qui les aidera à dépasser avec succès les obstacles possibles et les difficultés que comporte la vie humaine. De plus, quand la famille ne se renferme pas sur elle-même, les enfants apprennent que chaque personne est digne d’être aimée, et qu’il existe une fraternité fondamentale universelle entre tous les êtres humains.

Cette cinquième Rencontre mondiale nous invite à réfléchir sur un thème qui revêt une particulière importance et qui comporte une grande responsabilité pour nous: « La transmission de la foi dans la famille ». Le Catéchisme de l’Église catholique l’exprime très bien : « Comme une mère apprend à ses enfants à parler, et par-là même à comprendre et à communiquer, l’Église, notre Mère, nous apprend le langage de la foi pour nous introduire dans l’intelligence et la vie de la foi » (n. 171).

Comme cela est manifesté symboliquement dans la liturgie du Baptême, par la remise du cierge allumé, les parents sont associés au mystère de la vie nouvelle comme fils de Dieu, vie qui se reçoit par l’eau baptismale.

Transmettre la foi à ses enfants, avec l’aide d’autres personnes et d’autres institutions comme la paroisse, l’école ou les mouvements catholiques, est une responsabilité que les parents ne peuvent oublier, négliger ou déléguer totalement. « La famille chrétienne est appelée Église domestique parce qu’elle manifeste et révèle la nature de l’Église comme famille de Dieu, qui est d’être communion et famille. Chacun de ses membres, selon son rôle propre, exerce le sacerdoce baptismal, contribuant à faire de la famille une communauté de grâce et de prière, une école de vertus humaines et chrétiennes, le lieu de la première annonce de la foi aux enfants » (Catéchisme de l’Église catholique, Compendium, n. 350). De plus, « les parents, participants de la paternité divine, sont les premiers responsables de l’éducation de leurs enfants et les premiers à leur annoncer la foi. Ils ont le devoir d’aimer et de respecter leurs enfants comme personnes et comme fils de Dieu... En particulier, ils ont pour mission de les éduquer à la foi chrétienne » (ibid., n. 460).

Le langage de la foi s’apprend dans les foyers où cette foi grandit et se fortifie à travers la prière et la pratique chrétiennes. Dans la lecture du Deutéronome, nous avons écouté la prière répétée constamment par le peuple élu, le Shema Israel, que Jésus écoutait et répétait dans son foyer de Nazareth. Lui-même rappellera cette prière durant sa vie publique, comme nous l’indique l’Évangile de Marc (12,29). Telle est la foi de l’Église qui provient de l’amour de Dieu, par l’intermédiaire de vos familles. Vivre l’intégralité de cette foi, dans sa merveilleuse nouveauté, est un grand don. Mais, lorsque à certains moments le visage de Dieu semble se cacher, croire est difficile et coûte un grand effort.

Notre rencontre donne un nouveau souffle pour continuer d’annoncer l’Évangile de la famille, réaffirmer sa vigueur et son identité fondée sur le mariage ouvert au don généreux de la vie, et où l’on accompagne les enfants dans leur croissance physique et spirituelle. Ainsi, on s’oppose à un hédonisme très répandu, qui banalise les relations humaines et qui les vide de leur valeur et de leur beauté authentiques. Promouvoir les valeurs du mariage n’empêche pas de goûter pleinement le bonheur que l’homme et la femme rencontrent dans leur amour mutuel. La foi et l’éthique chrétiennes, par conséquent, ne prétendent pas étouffer l’amour, mais le rendre plus sain, plus fort et réellement plus libre. C’est pourquoi l’amour humain a besoin d’être purifié et de mûrir pour être pleinement humain et pour être le principe d’un bonheur vrai et durable (cf. Discours à Saint-Jean de Latran, 5 juin 2006).

J’invite donc les gouvernants et les législateurs à réfléchir sur le bien évident que les foyers en paix et en harmonie assurent à l’homme, à la famille, centre névralgique de la société, comme le rappelle le Saint-Siège dans la Charte des droits de la famille. L’objet des lois est le bien intégral de l’homme, la réponse à ses besoins et à ses aspirations. C’est une aide notable à la société, dont on ne peut se passer, et cela demeure pour les peuples une sauvegarde et une purification. De plus, la famille est une école d’humanisation de l’homme, pour qu’il grandisse jusqu’à devenir pleinement homme. Dans cette perspective, l’expérience d’être aimés par leurs parents conduit les enfants à avoir conscience de leur dignité de fils.

La créature conçue devra être éduquée dans la foi, aimée et protégée. Les enfants, avec le droit fondamental à naître et à être éduqués dans la foi, ont droit à un foyer qui ait pour modèle celui de Nazareth et à être préservés de toute embûche et de toute menace.

Je souhaite m’adresser maintenant aux grands-parents, si importants dans les familles. Ils peuvent être – et souvent ils sont – les garants de l’affection et de la tendresse que tout être humain a besoin de donner et de recevoir. Ils donnent aux plus jeunes la sens du temps, ils sont la mémoire et la richesse des familles. Qu’ils ne soient, sous aucun prétexte, exclus du cercle familial! Ils sont un trésor que nous ne pouvons pas soustraire aux nouvelles générations, surtout quand ils donnent un témoignage de foi à l’approche de la mort.

Je souhaite maintenant reprendre une partie de la prière que vous avez prononcée en demandant que cette Rencontre mondiale des Familles porte de bons fruits :

Mon Dieu, qui, dans la Sainte Famille,
nous as laissé un modèle parfait de vie familiale,
vécue dans la foi et dans l’obéissance à ta volonté,
Aide-nous à être exemples de foi et d’amour selon tes commandements.
Viens à notre secours dans notre mission de transmettre la foi à nos enfants.
Ouvre leur cœur pour que grandisse en eux
la semence de la foi qu’ils ont reçue au Baptême.
Fortifie la foi de nos jeunes,
afin que se fortifie en eux la connaissance de Jésus.
Augmente l’amour et la fidélité dans tous les foyers,
spécialement dans ceux qui connaissent des moments de souffrance ou de difficulté.
(. . .)
Unis à Joseph et à Marie,
Nous te le demandons par Jésus, ton Fils, notre Seigneur. Amen.

[01033-03.01] [Texte original: Espagnol]

Al termine dell’Incontro, il Papa fa ritorno all’Arcivescovado.

[B0356-XX.02]