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Audiencia a los miembros del Comité Nacional por el centenario del nacimiento de Don Lorenzo Milani, 22.01.2024

 

Esta mañana, en la Sala Clementina del Palacio Apostólico Vaticano, el Santo Padre Francisco recibió en audiencia a los miembros del Comité Nacional por el centenario del nacimiento de Don Lorenzo Milani y les dirigió el discurso que publicamos a continuación:

Discurso del Santo Padre

Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!

Les doy mi cordial bienvenida a ustedes, que componen el Comité nacional por el centenario del nacimiento de don Lorenzo Milani, presidido por la señora Rosy Bindi. Agradezco vuestro compromiso colegial para que el testimonio y el mensaje de don Milani puedan llegar a todos, especialmente a las nuevas generaciones. Les agradezco, saludo al Cardenal y quisiera compartir con ustedes algunas reflexiones.

El acontecimiento central en la vida de Don Milani es su conversión, no lo olvidemos. Nos permite comprender plenamente su persona, primero en su búsqueda inquieta y luego, después de su adhesión completa a Cristo, en su plena realización. Su "sí" a Dios lo atrapa, lo transforma y lo impulsa a comunicarlo a los demás.

Ante el cuerpo de un joven sacerdote, Lorenzo dice una palabra decisiva a su padre espiritual, Don Raffaele Bensi: "Yo ocuparé su lugar". Es la respuesta a la vocación de ser cristiano y sacerdote al mismo tiempo, hasta el punto de que Adele Corradi, la maestra que estaba cerca de él, afirma: "No recordaba ningún momento como creyente en el que no pensara en ser sacerdote. Le parecía que la decisión de ser sacerdote había sido al mismo tiempo que su conversión"[1]La conversión es el corazón de toda la experiencia humana y espiritual de don Milani, que hace de él un creyente, un sacerdote enamorado de la Iglesia, un fiel servidor del Evangelio en los pobres.

Don Lorenzo vivió plenamente las bienaventuranzas evangélicas de la pobreza y la humildad, dejando sus privilegios burgueses, su riqueza, sus comodidades, su cultura elitista para hacerse pobre entre los pobres. Y nunca se sintió disminuido por esta elección, porque sabía que ésa era su misión, Barbiana era su lugar, hasta el punto de que, nada más llegar, compró allí su tumba.

Don Bensi, cuando lo visitó ya gravemente enfermo y lo vio en la habitación que servía de escuela, rodeado de sus muchachos, quedó impresionado y escribió: "Estaban todos allí en silencio [...]. Y él era uno de ellos, ni diferente, ni mejor [...]. Comprendí entonces, más que en ningún otro momento, el precio de su vocación, el abismo de su amor por aquellos que había elegido y que le habían aceptado. [...] Era para mí, y sigue siendo, la imagen más heroica del cristiano y del sacerdote".[2]

"Bienaventurados los que tienen hambre y sed de justicia" ( Mt 5,6). Don Milani también experimentó esta bienaventuranza con su gente y sus alumnos. La escuela era el ámbito en el que trabajar por un gran propósito, un propósito que iba más allá: devolver la dignidad a los últimos, el respeto, la titularidad de derechos y la ciudadanía, pero sobre todo el reconocimiento de la filiación de Dios, que nos comprende a todos. Nosotros -decía a los sacerdotes en Esperienze Pastorali -  tenemos como única razón de vivir la de agradar al Señor y mostrarle que hemos comprendido que cada alma es un universo de dignidad infinita"[3]. [3

Don Milani fue testigo e intérprete de la transformación social y económica, del cambio de época en que la industrialización se afirmaba sobre el mundo rural, cuando los campesinos y sus hijos tenían que ir a trabajar como jornaleros, condición que los confinaba aún más a los márgenes. Con una mente iluminada y un corazón abierto, don Lorenzo comprendió que incluso la escuela pública en aquel contexto era discriminatoria para sus hijos, porque degradaba y excluía a los que empezaban desfavorecidos y contribuía con el tiempo a arraigar las desigualdades. No era un lugar de promoción social, sino de selección, y no era funcional a la evangelización, porque la injusticia alejaba a los pobres de la Palabra, del Evangelio, alejaba a campesinos y obreros de la fe y de la Iglesia.

Entonces se pregunta cómo puede la Iglesia ser significativa e impactar con su mensaje para que los pobres no se queden cada vez más atrás. Y con sabiduría y amor encuentra la respuesta en la educación, a través de su modelo de escuela, es decir, poniendo el saber al servicio de los últimos para los demás, primeros para el Evangelio y para él.

Al pequeño rebaño de Barbiana, a su pueblo, don Lorenzo entrega toda su vida, que primero entregó a Cristo. El lema "I care" no es un genérico "me importas", sino un sentido "me preocupo por ustedes", una declaración explícita de amor a su pequeña comunidad; y al mismo tiempo es el mensaje que transmitió a sus alumnos, y que se convierte en una enseñanza universal. Nos invita a no permanecer indiferentes, a interpretar la realidad, a identificar a los nuevos pobres y la nueva pobreza; nos invita también a acercarnos a todos los excluidos y a tomarlos en serio. Cada cristiano debe desempeñar su papel en esto.

Creo que la experiencia de don Milani puede releerse con las palabras con las que San Juan Pablo II describía la figura del mártir: "Sabe que en el encuentro con Jesucristo ha encontrado la verdad sobre su vida, y nada ni nadie podrá arrebatarle jamás esta certeza. Ni el sufrimiento ni la muerte violenta harán apartar de la adhesión a la verdad que ha descubierto en su encuentro con Cristo"[4].

Queridos hermanos y hermanas, estamos aquí para expresar nuestra gratitud a don Lorenzo Milani, sacerdote inquieto e inquietante, fiel al Señor y a su Iglesia: demos gracias por el testimonio que nos ha dejado como un legado exigente. Y gracias por lo que han hecho y están haciendo en este centenario de su nacimiento para darlo a conocer y hacerlo escuchar. Los bendigo de corazón. Y les pido que por favor recen por mí. Gracias.

__________________

[1] A. Corradi, Non so se don Lorenzo, Milano 2012, p. 81.

[2] N. Fabbretti, “Intervista a Mons. Raffaele Bensi”, Domenica del Corriere, 27 giugno 1971.

[3] Esperienze pastorali, Firenze 1957, p. 222.

[4] Lett. enc. Fides et ratio (14 settembre 1981), 32.